martes, 25 de agosto de 2020

Historias con "relato" versus la realidad - Parte 1

 

                                                                                               Descargar en pdf

Cuando estudiábamos Historia Argentina en nuestras escuelas y colegios, era más importante enseñarnos los nombres y apellidos de los miembros de las Juntas que contarnos las “internas” sobre la división de poderes, y el centralismo que terminó pariendo al unitarismo.

Demorábamos mas en aprendernos las filiaciones de los protagonistas que el tiempo que duraban sus gobiernos.

Algunos duraban pocas semanas (la Primera Junta no llegó a 6 meses, pero su antecesora duró 4 horas y otros duraron 2 días).

Las batallas (perdidas o ganadas para la causa nacional), según el bando de que se trate, sumado a golpes de estado institucionales por doquier, jaqueaban al gobierno de turno, y lo obligaban a cambiar de rumbos, aunque sea por un corto tiempo.

Veamos ahora solo a las Juntas. Si, así en plural porque fueron varias, aunque solo nos enseñaron lo de la Primera Junta.

El contexto de la época

Frente a la crisis de la monarquía española por la abdicación de Bayona por parte de Fernando VII y la invasión de Napoleón Bonaparte en el reino de España (1808), los españoles y criollos de América fueron copiando los modelos de gobierno imperfectos, y cada cambio que sufrían los europeos, repercutía algún tiempo después en estas tierras.

Cuando los criollos vieron la oportunidad de separarse “un poco” de España, comenzaron a crear nuevos sitios de poder, sin embargo el camino fue arduo y muy complejo.

Todos querían gobernar, ya que las instituciones heredadas, que tenían muy definido y concentrado sus roles, fueron reacias a cambios revolucionarios.

Seguramente hemos escuchado y aprendido las palabras, Audiencias, Oidores, Cabildos o Ayuntamientos, Vocales, etc., sin tener claro que era que cosa y quienes eran las caras visibles de tales instituciones. Veamos, en forma resumida, algunas.

Las Audiencias en estos pagos eran organismos fundamentalmente para la administración de Justicia, pero que actuaban también en los aspectos gubernativos. En los Virreinatos, el Virrey (que de alguna manera representaba al poder ejecutivo), era presidente de la respectiva Audiencia y, a su vez, los oidores o magistrados (jueces), de ésta constituían el Consejo consultivo. La máxima autoridad política (el Virrey), coincidía con la judicial (los Oidores), en el mismo ambiente.

Hoy no tenemos Audiencias ni Virreyes, pero, aunque no se reconozca abiertamente, también “bailan el mismo vals” al ritmo de las conveniencias.

La Audiencia fue, en definitiva, el instrumento fundamental de la administración indiana, representando un factor importantísimo en la formación de las nacionalidades americanas.

La de nuestro actual territorio se llamaba Real Audiencia de Buenos Aires, oficialmente conocida como Audiencia y Cancillería Real de Buenos Aires. Fue el más alto tribunal  de la Corona española en estas tierras.

Entre 1663 y 1672 estaban comprendidas dentro del virreinato del Perú las Gobernaciones del Ro de la Plata, Paraguay y Tucumán. Más de 100 años después, en 1785,  fue restablecida en el que sería el nuevo Virreinato del Río de la Plata, teniendo como distrito las Intendencias de Buenos AiresCórdoba del TucumánSalta del Tucumán y del Paraguay, más  las Gobernaciones de Misiones y Montevideo.

Como dijimos, la Audiencia estaba presidida por el Virrey, poseía un Regente, cuatro Oidores (Jueces), y un fiscal (que sería al mismo tiempo protector de indios).

Para ir “entrenando” a la burocracia que nos perseguiría como país hasta nuestros días, contaba además con dos Agentes fiscales, un Canciller, dos Relatores, dos escribanos de cámara, cuatro procuradores, un tasador, y para rematar, un repartidor, dos porteros y un barrendero.

Los Cabildos (o Ayuntamientos), instituciones de tipo municipal, fueron herencia del régimen político español. No había ciudad ni poblado en América sin Cabildo, y fue el dueño del poder durante muchos años.

La existencia misma de una ciudad, independiente del número de habitantes, de su jerarquía e importancia, estaba ligada a la constitución del Cabildo correspondiente, que constituía el órgano local de gobierno.

Los había en ciudades grandes como Buenos Aires, Córdoba, Salta, Tucumán o Mendoza, o en localidades pequeñas como Gualeguay y Gualeguaychú (Entre Ríos), o Jáchal y Valle Fértil (San Juan), solo por citar algunos.

Para ser miembro se requería poseer la calidad de “vecino” de la ciudad, lo que significaba radicación efectiva en ella, poseer tierra y haber constituido familia.

En los Cabildos se encuentran las raíces del sistema democrático hispano. Con los años los vecinos fueron sumando derechos, entre ellos imponer los impuestos de la ciudad, administrar los fondos públicos, organizar y sostener la milicia, etc.

Las grandes distancias que separaban a las ciudades entre sí, y de la Capital del virreinato, otorgó a los Cabildos mayor autonomía, pues debían ocuparse sin ayuda “de la hermana mayor” de los más diversos asuntos, como paliar los consecuencias de una sequía, organizar la defensa, y cuestionar ante el Virrey los abusos de los Gobernadores.

Compuesto por Alcaldes (Intendentes) y Regidores (Concejales), además de otros funcionarios de rango menor, toda su actividad se centraba en los problemas, intereses y necesidades de la comunidad a la cual pertenecían, en lo concerniente a las funciones de administración, de gobierno, de justicia y de hacienda.

Existía una modalidad extraordinaria donde el Cabildo colonial y sus autoridades invitaban a sumarse a algunos vecinos. Este se denominaba Cabildo abierto y se reunía en caso de emergencias o desastres.

Usualmente eran convocados por el Cabildo, invitando solo a los vecinos que consideraba más importantes ("la parte más sana y principal"), excluyendo por regla general a los criollos pobres, indígenas, mujeres, esclavos y mestizos.

En el Cabildo Abierto se reunían los vecinos, que debían cumplir una serie de requisitos para ser considerados tales. Se debía tener casa poblada, armas y caballo y su residencia debía datar de una serie de años, sin ausencias, ya que en tal caso se debía dejar a algún hombre con condiciones similares en su reemplazo, debiendo cada vecino contribuir a la defensa de la ciudad.

Las personas convocadas eran designadas por el Cabildo invitante sin intervención del pueblo y constituían la aristocracia local. Con todo, la circunstancia de llamarlas para deliberar con el Cabildo ordinario daba a estas asambleas un carácter “relativamente democrático”.

¡¡ Se va la primera ¡!

Las Juntas de Gobierno fueron organismos políticos que surgieron en las colonias que la monarquía española poseía en América en el siglo XIX a semejanza de la península.

En nuestro territorio la Junta mas famosa y difundida en la historiografía fue la Primera Junta, que en realidad se llamaba Junta Provisional Gubernativa de las Provincias del Río de la Plata a nombre del Señor Don Fernando VII, y surgió el 25 de Mayo de 1810 en Buenos Aires, Capital del Virreinato del Río de la Plata.

Estos fueron los hechos previos.

El 13 de Mayo de 1810 llegó a Buenos Aires el buque Misletoe, que traía las noticias de Europa y confirmaba la caída de la Junta de Sevilla y el avance francés sobre Cádiz, por lo que el Virrey Cisneros “se la vio venir” y trató de ocultarlas, pero, como siempre, la novedad “se filtró” y llegó a las calles.

El 19 de mayo Juan José Castelli y Martín Rodríguez se reunieron con el Virrey Cisneros y luego con los miembros del Cabildo para peticionar que se convocara a un Cabildo Abierto para discutir la relación entre la situación en España y estas colonias americanas.

El 20 de mayo el Virrey tomó conocimiento que ya no contaba con el apoyo de las fuerzas militares, y de la exigencia de su renuncia al cargo, mando que pasaría al poder del Cabildo que lo dejaría a cargo de la autoridad elegida por el pueblo.

Ese día Cisneros hizo conocer una proclama, donde se reivindicaba la lealtad de Buenos Aires hacia el Rey y restaba poder de decisión al Cabildo que sólo representaba a la Capital y no a todo el virreinato, ni menos aún, al resto de los virreinatos.

El 22 de mayo, presionado por los criollos liderados por Cornelio Saavedra y Manuel Belgrano, y sin contar con el apoyo de las milicias, el Virrey Cisneros convocó la reunión de un Cabildo Abierto. El objetivo era tomar una decisión sobre la continuidad en el cargo del Virrey.

Se enviaron 600 invitaciones que se vieron reducidas, por vía de “selección”, solo a 450.

Por presión de los criollos, muchos invitados se vieron imposibilitados de acceder a la Plaza totalizando 226 concurrentes: 56 militares, 4 marinos, 18 alcaldes de barrio, 24 clérigos, 20 abogados, 4 escribanos, 4 médicos, 2 miembros de la audiencia, 2 miembros del Consulado, 13 funcionarios, 46 comerciantes, 18 vecinos y 15 personas “sin calificación” (¿?).

Tras la apertura del debate el primer expositor fue el obispo Lué, quien en su discurso se manifestó por la continuidad de la dominación española en América.

El abogado Juan José Castelli se pronunció por la soberanía del pueblo de Buenos Aires quien la había adquirido, por la disolución de la Junta Central española, que tenía poderes indelegables, por lo tanto no eran legítimos los atribuidos al Consejo de Regencia que la había sucedido.

El fiscal Villota de orientación “cisnerista” basó su argumentación de defensa del poder español, en que Buenos Aires no podía por sí sola atribuirse la representación de toda la América española (opinión que ya había vertido Cisneros en su pronunciamiento). Además, rescató la legitimidad del Consejo de Regencia, al haber sido reconocido por los pueblos.

El hábil y experimentado abogado Juan José Paso (o Passo), reconoció que Buenos Aires (“la hermana mayor”), no podía decidir por sí sola, pero se subsanaría ese defecto, estableciendo un gobierno provisorio que luego, cuando pudiera hacerse la consulta general, se transformaría en definitivo.

Ruiz Huidobro, militar, apoyó la destitución del Virrey al haber cesado en su cargo Fernando VII, en cuya representación gobernaba.

La votación se realizó en forma pública. Los resultados fueron:

·         Por la cesantía del Virrey:                     72 %

·         Por la continuidad del Virrey:                  28 %

Cuando el recuento terminó ya amanecía en Buenos Aires ese 23 de mayo. La fórmula más votada fue la de entregar el mando al Cabildo de la Capital, quien establecería el modo de designación de una Junta. Las “negociaciones” duraron muchas horas.

Hecha la Ley, hecha la trampa: La cesantía en el cargo de Virrey no implicaba que no pudiera seguir formando parte del nuevo gobierno con otro cargo. El “comunicado de prensa” dio a conocer a través de los bandos comunicando al “pueblo” (…con solo 6 copias ¡!), que se constituiría una Junta.

El día 24 otro bando explicaba la conformación de la Junta que presidiría el mismo Cisneros, es decir “la vieja treta de cambiar todo para no cambiar nada”. La gente del pueblo quedó indignada por la continuidad de Cisneros, sin embargo las cúpulas políticas y militares coincidían que esta situación evitaría disturbios y males mayores.

Esa tarde la Junta juró solemnemente, pero lo inquietud popular crecía. Nunca el pueblo había sido consultado (y los militares de bajo rango tampoco), y la designación de Cisneros aparecía a los ojos de estos como una nueva maniobra de sometimiento.

Menos de cuatro horas después, la Junta, recientemente propuesta, renunciaba y el ardor popular se calmaba.

La madrugada del día 25 era confusa: la clase “principal y sana” acababa de perder esa noche su posición de clase dirigente y no percibía que el “espíritu de Mayo” acababa de nacer de la mano del pueblo. Este hecho sería el determinante de lo que llamamos Revolución de Mayo.

La gente ofuscada intentó ingresar al Cabildo. Algunos consiguieron llegar para hacer saber sus intenciones y evitar que Cisneros continuara al frente.

Tras muchas idas y vueltas entre el Fuerte y el Cabildo, a las ocho de la noche se dio a conocer la formación “definitiva” de la Primera Junta de las Provincias Unidas del Río de la Plata:

·         2 militares (Saavedra y Azcuénaga)

·         2 abogados (Castelli y Belgrano)

·         1 sacerdote (Alberti)

·         2 comerciantes (Matheu y Larrea)

Saavedra sería Presidente, pero había que nombrar 2 secretarios. Estos cargos cayeron en los abogados (Moreno y Paso), con voz pero sin voto. El resto serían Vocales.

En la muy noble y muy leal ciudad de la Santísima Trinidad, Puerto de Santa María de Buenos Aires, a 25 de Mayo de 1810: sin haberse separado de la Sala Capitular los Señores del Exmo. Cabildo, se colocaron a la hora señalada bajo de docel, con sitial por delante, y en él la imagen del Crucifijo y los Santos Evangelios; y comparecieron los Señores Presidente y Vocales de la nueva Junta Provisoria gubernativa, D. Cornelio de Saavedra, Dr. D. Juan José Castelli, Licenciado D. Manuel Belgrano, D. Miguel de Azcuénaga, Dr. D. Manuel Alberti, D. Domingo Matheu y D. Juan Larrea; y los Señores Secretarios Dr. D. Juan José Passo y Dr. D. Mariano Moreno, quienes ocuparon los respectivos lugares que les estaban preparados, colocándose en los demás los Prelados, Jefes, Comandantes y personas de distinción que concurrieron (...)

 

Encabezamiento del acta de instalación de la Primera Junta

La Junta fijó su sede del gobierno en el Fuerte de Buenos Aires, que desde 1776 había servido como residencia de los Virreyes y donde hoy se encuentra la Casa de Gobierno.

Ese 25 de mayo la Primera Junta tomó el control de Buenos Aires. Los que hasta ayer habían aceptado los nombres del primer intento, ese día decidieron expulsarlos.

Los oidores (Jueces), de la Audiencia y  el Virrey (Presidente de la misma), Baltasar Hidalgo de Cisneros fueron apresados y deportados a las islas Canarias.

En menos de un mes la Junta llenó los lugares vacantes nombrando como conjueces a “amigos de la revolución”.

Al principio, la Junta no se presentó como una ruptura al orden preexistente sino como una continuidad de la soberanía del rey Fernando VII de Borbón, prisionero del emperador Napoleón Bonaparte en Francia.

Se basó en la teoría de la retroversión de la soberanía (volver hacia atrás), expuesta por Juan José Castelli en el Cabildo abierto del día 22 de mayo, y el derecho de los pueblos a conferir la autoridad o mando en ausencia del monarca.

Algunos historiadores suelen considerar que las proclamaciones de lealtad al rey no eran reales, sino un engaño conocido como la Máscara de Fernando VII, que ocultaba las auténticas motivaciones independentistas de sus impulsores con el fin de evitar represalias.

Estos fundamentos doctrinarios, se complementaron con la teoría de la subrogación, por la cual, al sustituir a la autoridad virreinal, se asumían todas sus funciones, por lo que la Junta debía ser reconocida por todas las ciudades y villas del territorio.

La Junta Provisoria Gubernativa (así figura en el Acta), que presidió Cornelio Saavedra, contaba con representantes de las mas diversas posturas ideológicas, sin embargo dos “partidos” fueron los principales: el saavedrismo (conservador, moderador y mas cercano al “respeto por España” y sin urgencias por separarse), y el morenismo (díscolo, anti realista, y urgido de independencia).

Saavedra, hombre de poco carácter, no supo conducir la Junta con la energía que los tiempos le exigían. Moreno, conociendo los defectos de su adversario interno, y sin ser parte formal de la Junta (era Secretario con voz pero sin voto), le “marcó la cancha”.

Estas diferencias se hicieron cada vez mayores y la Junta perdió buena parte de la legitimidad con que había nacido.

Como la Primera Junta se sentía con todos los derechos, una de las primeras medidas fue exigir juramento de obediencia, sin embargo las instituciones pre existentes como la Audiencia, el Cabildo de Buenos Aires y el Tribunal de Cuentas lo hicieron bajo protesta.

Con el objetivo de incorporar al resto del virreinato al proceso revolucionario, se envió la Circular del 27 de mayo a sus ciudades y villas. El documento comunicaba el cambio de gobierno, exigía el reconocimiento y solicitaba la designación de representantes, que debían trasladarse a Buenos Aires, para integrar la Junta "según el orden de llegada".

El 28 de mayo la Junta dictó su propio reglamento al que denominó oficialmente "Reglamento sobre el despacho y ceremonial en actos públicos de la Junta Provisional Gubernativa de las Provincias del Río de la Plata".

Los asuntos del gobierno se derivaron a sus dos secretarías: de Gobierno y Guerra, a cargo de Mariano Moreno, y de Hacienda, encomendada a Juan José Paso. Las milicias fueron transformadas en regimientos regulares, dando origen al ejército de la revolución.

Reconocía el derecho a peticionar de la población al declarar que todo ciudadano podía hacer conocer a la Junta sus preocupaciones en materia de seguridad y "felicidad pública".

Hay que reconocer que, a pesar de su corta vida (apenas 8 meses), la Primera Junta se movió lo suficiente para poner en funcionamiento varias obras de gobierno como:

·         Llamar a las provincias para que envíen Diputados a participaran en un organismo algo mas representativo.

·         Crear por decreto La Gazeta de Buenos Ayres, primer periódico que fuera usado como medio de propaganda política.

·         Fundar la Biblioteca Nacional de la República Argentina y fomentar la educación primaria.

·         Atender las necesidades de los indígenas de América y la salud de la población.

·         Crear la primera escuadrilla naval y el Ejército y el Departamento de Comercio y Guerra.

·         Abrir la Escuela Militar de Matemática, destinada a la formación de oficiales jóvenes.

·         Habilitar nuevos puertos para agilizar la exportación de productos del país.

·         Promover la venta de tierras en las zonas de frontera, para incentivar el poblamiento de todo el territorio y aprovechar las riquezas naturales.

·         Ordenar el arresto del ex Virrey Santiago de Liniers que preparaba en Córdoba una contra revolución.

·         Enviar (o mejor dicho “sacarse de encima”), a Mariano Moreno en misión diplomática a Londres.

·         Enviar expediciones militares con el objetivo de buscar apoyos al nuevo gobierno, y de paso alejar a eventuales “enemigos internos” como Belgrano (hacia Paraguay) y Castelli (hacia el Alto Perú), solo para dar un ejemplo.

Los funcionarios españoles realistas no estaban dispuestos a quedarse de brazos cruzados y se resistieron al desplazamiento de Cisneros, surgiendo un movimiento contrarrevolucionario. Tanto la Audiencia (que de alguna manera representaba al Poder Judicial), como el Cabildo (representante municipal de la ciudad de Buenos Aires) formaron los principales núcleos de oposición

La Audiencia no reconoció a la Junta. El Cabildo continuó en la oposición, hasta que sus integrantes, como dijimos, fueron reemplazados por partidarios de la revolución.

En el interior, las principales autoridades, celosos de que los nuevos mandos porteños se transformaran en un gobierno centralista, desconocieron a la Junta. Tal es el caso de Córdoba, Potosí, Cochabamba, La Paz, Chuquisaca, Paraguay y Montevideo.

Se organizaron movimientos contrarrevolucionarios. El más peligroso, por su cercanía de Buenos Aires, fue el de Córdoba, que, como ya dijimos, dirigido por el ex Virrey Liniers, estableció contactos con las autoridades altoperuanas, y reunió fuerzas para resistir.

Por otra parte los Cabildos del interior, a medida que llegaban las noticias, comenzaron a reconocer a la Junta, como el de Luján, Maldonado, y el comandante militar de Colonia del Sacramento. Le siguieron los Cabildos de Concepción del Uruguay, Santo Domingo Soriano, Santa Fe, San Luis Corrientes, Salta y Tucumán.

La Junta trató de disuadir a los complotados, al no lograrlo recurrió a la acción armada y a los castigos ejemplares.

Tres campañas militares organizó la Junta para terminar con la oposición de los funcionarios metropolitanos: 

·         Campaña al interior y al Alto Perú (1810-1811) 

·         Campaña al Paraguay (1811)  

·         Campaña a la Banda Oriental (1811-1812).

La medida más controvertida fue el fusilamiento de los contra revolucionarios de Córdoba (Liniers y Gutiérrez de la Concha entre otros), ejecutados, vía Castelli, durante la Primera Campaña al Alto Perú.

Después de sofocada la reacción de Liniers el Cabildo de Córdoba y el de Río Cuarto reconocieron a la Junta, mientras que el de La Rioja evitó pronunciarse a favor.

Como era de esperar, a 6 meses del inicio, comenzaron las divergencias en el seno de la Primera Junta entre los morenistas (con el poder de la pluma y la palabra), y los saavedristas (con el poder de las armas y el apoyo del clero).

¡¡ Se va la Segunda ¡!

Las ciudades del interior, cumpliendo lo dispuesto por la Junta enviaron sus representantes a Buenos Aires. El Deán Funes, Diputado por Córdoba (porque no pudo ser Obispo), lideró el grupo.

Partidarios de la revolución, provenientes del interior, como no podía ser de otra manera, tenían diferencias con los porteños, ya fueran estos saavedristas o morenistas.

Defendían el derecho de los pueblos a participar en el gobierno y recelaban de la supremacía de la Capital.

Moreno se oponía a integrarlos a la Junta, ya que consideraba que debían formar una institución superior como el Congreso General de los Pueblos que debían sancionar la constitución y establecer la forma definitiva de gobierno.

La votación del 18 de diciembre de 1810, destinada a decidir la incorporación de los diputados del interior terminó con una amplia mayoría a favor de la incorporación.

Mariano Moreno consideró que la decisión era contraria al bien general del Estado, aceptó la voluntad de la mayoría y presentó su renuncia, que no fue aceptada.

Posteriormente, como ya se dijo, fue enviado en misión diplomática al exterior. Se le encomendó realizar gestiones en Río de Janeiro y Londres, pero murió “misteriosamente” en altamar.

Los Diputados del interior fueron integrados a la Junta, y el conjunto constituyó la denominada Junta Grande, que en diciembre de 1810 celebró la reunión entre los siete integrantes de la Primera Junta (que se hallaban en Buenos Aires), y los nueve diputados de las provincias que habían llegado a la Capital: Corrientes, Santa Fe, Tucumán, Córdoba, Tarija, Salta, Jujuy, Catamarca y Mendoza.

Con varios cambios en su composición, la misma gobernó solo 9 meses, desarrollando principalmente una política de espera y de cautela ante los sucesos de la contrarrevolución y de España.

Uno de los principales problemas con los que debió contar la Junta Grande, fueron las múltiples tendencias internas en su seno (Provincias versus Capital), que llevaron a un accionar lento, dado que desde ese momento las decisiones ya no podían hacerse solamente pensando en favor del puerto de Buenos Aires y su gente, sino en pos de todo el territorio allí representado.

Como una “jugada” descentralizadora, la Junta Grande intentó mostrar deseos de mayor participación a los pueblos del interior mediante el Decreto de creación de las Juntas Provinciales del 11 de febrero de 1811, que establecía en cada Capital de intendencia una Junta Provincial con autoridad sobre toda la Gobernación, integrada por el Gobernador Intendente, que, para variar, era “designado por el gobierno central de Buenos Aires” y cuatro vocales elegidos por los vecinos de cada ciudad.

El nuevo sistema, propuesto por el Deán Funes, ferviente saavedrista, fue recibido relativamente bien en las capitales de intendencia pero resistido en las ciudades mas pequeñas, que no integraban las Juntas Provinciales y no admitían que Buenos Aires les impusiera sus autoridades.

La resistencia a reconocer a la Junta originó la llamada Guerra por la Independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata contra España que fue iniciada desde 1810 hasta 1824 extendiéndose al Alto Perú, el Paraguay y la Banda Oriental.

En el Alto Perú (hoy Bolivia), las fuerzas revolucionarias obtuvieron la victoria en la Batalla de Suipacha (7 de noviembre de 1810), liberando Potosí y expandiendo la revolución en la región, sin embargo, el triunfo no pudo mantenerse por mucho tiempo.

Debido a errores estratégicos de Castelli por falta de preparación militar, y a la impresión que causó este con sus actitudes en apoyo irrestricto a las causas indígenas, se generaron deserciones y quita de apoyos locales.

El pueblo “creyente” desertó de las milicias por temor a ser excomulgados y el ejército español recibió refuerzos del Perú obteniendo la victoria en la batalla de Huaqui (20 de junio de 1811), mas conocida como el Desastre de Huaqui. Los revolucionarios debieron retirarse hasta San Salvador de Jujuy y los realistas recuperaron la región. Esta batalla significó la pérdida definitiva del Alto Perú.

Por otra parte, en el Paraguay, la expedición militar dirigida por Manuel Belgrano debía lograr el reconocimiento del  nuevo gobierno, con la instrucción de "poner en orden" a esa provincia.

Belgrano, que nunca quiso ser militar por no estar preparado para ello (aunque aceptó la tarea), fue derrotado en Paraguarí (17 de enero de 1811) y en la Tacuarí (9 de marzo de 1811).

Desacuerdos con el gobierno centralista de Buenos Aires determinaron que el Paraguay no aceptara subordinarse a nadie y mantuviera una política de no intervención en otros gobiernos.

En la Banda Oriental estalló una insurrección de la población rural contra las autoridades españolas de Montevideo encabezadas por el Virrey Francisco Javier de Elío, que no era reconocido como tal fuera de la ciudad. El movimiento cobró fuerza bajo la jefatura de José Gervasio Artigas.

El gobierno de Buenos Aires decidió el envío de fuerzas que, junto con los orientales, vencieron en la Batalla de Las Piedras a las tropas de Elío y pusieron sitio a Montevideo en junio de 1811, sin embargo, la ciudad, perfectamente amurallada, resistió. La flota española dominó el Río de la Plata y bloqueó el puerto de Buenos Aires.

Las “internas” de la revolución

El grupo morenista, ya sin Moreno, continuó generando tensión y decidieron organizarse con el apoyo del Regimiento de La Estrella (únicos militares morenistas, comandado por French), y formar lo que llamaron la Sociedad Patriótica Literaria, grupo de jóvenes intelectuales liderada con Monteagudo, considerados subversivos por los saavedristas.

Ante la aparente debilidad de la Junta, debido al lento funcionar por súper numeraria, el grupo morenista preparó un levantamiento, pero los cuerpos leales a Saavedra se adelantaron.

Gran número de hombres de las afueras de la ciudad (los “orilleros”), ocuparon la Plaza de la Victoria (actual Plaza de Mayo), con el apoyo posterior de las tropas, en la noche del 5 al 6 de abril. Presentaron ante el Cabildo una serie de peticiones, que fueron aceptadas por la Junta y los jefes militares.

El resultado fue el reemplazo cuatro miembros morenistas de la Junta Grande: Larrea, Azcuénaga, Vieytes y Rodríguez Peña. Como Secretario de Gobierno fue nombrado Joaquín Campana (un abogado de origen oriental), que asumió el liderazgo de la Junta, compartido con Saavedra y el Deán Funes. Para juzgar a quienes atentasen contra el gobierno, se creó el Tribunal de Seguridad Pública.

Este encomendó a la Junta designar a Saavedra para marchar hacia el Norte, y reorganizar el ejército con el objetivo de frenar la posible invasión española. El gobierno quedó así sin su principal autoridad.

En la Banda Oriental, el ejército revolucionario había puesto sitio a Montevideo. El español Elío, designado Virrey del Río de la Plata, contaba con la flota de Montevideo, con la cual dominaba los ríos y bloqueaba el puerto de Buenos Aires. La Junta abrió ciertas negociaciones con Elío, pero terminó por rechazar los términos que este impuso.

La situación fue aprovechada por el Cabildo de Buenos Aires quien estaba convencido que el máximo poder lo debía tener él, obligando a la Junta Grande a negociar y compartir el mismo.

Utilizando como excusa el bloqueo, acusó a la Junta de ineptitud por no haber llegado a ningún acuerdo con Elío. Presionando por la prensa y por medio de manifestaciones en la vía pública (algunas de ellas apoyadas por oficiales enemistados con Saavedra), la Junta logró que se llamara a una asamblea de "apoderados del pueblo".

Cuando el secretario Campana intentó defender la autoridad del gobierno, fue acusado de haber insultado a los representantes del Cabildo, que exigió inmediatamente su renuncia. La Junta, presidida por Domingo Matheu, exoneró a Campana, a quien secuestraron y encarcelaron en Areco.

Al ser convocadas las elecciones de los apoderados del pueblo, el Cabildo hizo elegir también dos diputados por Buenos Aires al Congreso de las Provincias, una idea que parecía haberse dejado de lado, pero que el Ayuntamiento recuperó como presión contra la Junta.

Fueron electos Feliciano Chiclana y Juan José Paso como diputados, y doce apoderados.

De éstos, quien más votos había obtenido fue Manuel de Sarratea, que junto con Paso y Chiclana conformaron el Primer Triunvirato, de neto corte porteñista y centralista.

… pero esta es otra historia.

 

Bibliografía

DE MARCO, M.A. (2014). La Revolución de Mayo (1810-1812). En Nuestra Historia. Orbit Media S.A. Buenos Aires.

LUNA, F. (1993). 1810 y sus efectos. En: Argentina se hizo así. Vol. III ADISA. Buenos Aires.

LUNA, F. (1993). La búsqueda de una fórmula política. En: Argentina se hizo así. Vol. IV. ADISA. Buenos Aires.

ROSA, J.M. (1972). Historia Argentina. Tomo II. La Revolución (1806-1812). Editorial Oriente S.A. Buenos Aires

ROSA, J.M. (1972). Historia Argentina. Tomo III. La Independencia (1812-1826). Editorial Oriente S.A. Buenos Aires.

TERNAVASIO, M. (2015). Historia de la Argentina, 1806-1852. Grupo Editorial Siglo Veintiuno. Buenos Aires.

TERNAVASIO, M. (2016). Gobernar la revolución: Poderes en disputa en el Río de la Plata. 1810-1816. Grupo Editorial Siglo Veintiuno. Buenos Aires.