Cuando estudiábamos Historia Argentina en nuestras escuelas y colegios, era más importante enseñarnos los nombres y apellidos de los miembros de las Juntas que contarnos las “internas” sobre la división de poderes, y el centralismo que terminó pariendo al unitarismo.
Demorábamos mas en aprendernos las
filiaciones de los protagonistas que el tiempo que duraban sus gobiernos.
Algunos duraban pocas semanas (la
Primera Junta no llegó a 6 meses, pero su antecesora duró 4 horas y otros
duraron 2 días).
Las batallas (perdidas o ganadas para
la causa nacional), según el bando de que se trate, sumado a golpes de estado
institucionales por doquier, jaqueaban al gobierno de turno, y lo obligaban a
cambiar de rumbos, aunque sea por un corto tiempo.
Veamos ahora solo a las Juntas. Si,
así en plural porque fueron varias, aunque solo nos enseñaron lo de la Primera
Junta.
El
contexto de la época
Frente a la crisis de la monarquía española por la
abdicación de Bayona por parte de Fernando VII y la invasión de Napoleón
Bonaparte en el reino de España (1808), los españoles y criollos de América fueron copiando los
modelos de gobierno imperfectos, y cada cambio que sufrían los europeos,
repercutía algún tiempo después en estas tierras.
Cuando los criollos
vieron la oportunidad de separarse “un poco” de España, comenzaron a crear
nuevos sitios de poder, sin embargo el camino fue arduo y muy complejo.
Todos querían
gobernar, ya que las instituciones heredadas, que tenían muy definido y
concentrado sus roles, fueron reacias a cambios revolucionarios.
Seguramente hemos
escuchado y aprendido las palabras, Audiencias, Oidores, Cabildos o
Ayuntamientos, Vocales, etc., sin tener claro que era que cosa y quienes eran
las caras visibles de tales instituciones. Veamos, en forma resumida, algunas.
Hoy no tenemos Audiencias ni Virreyes, pero, aunque no se reconozca
abiertamente, también “bailan el mismo vals” al ritmo de las conveniencias.
La Audiencia fue,
en definitiva, el instrumento fundamental de la administración indiana, representando
un factor importantísimo en la formación de las nacionalidades americanas.
La de nuestro actual territorio se llamaba Real Audiencia de Buenos Aires, oficialmente conocida como Audiencia y Cancillería Real de Buenos Aires. Fue el más alto tribunal de la Corona española en estas tierras.
Entre 1663 y 1672 estaban comprendidas dentro del virreinato del Perú las Gobernaciones del Ro de la Plata, Paraguay y Tucumán. Más de 100 años después, en 1785, fue restablecida en el que sería el nuevo Virreinato del Río de la Plata, teniendo como distrito las Intendencias de Buenos Aires, Córdoba del Tucumán, Salta del Tucumán y del Paraguay, más las Gobernaciones de Misiones y Montevideo.
Como dijimos, la
Audiencia estaba presidida por el Virrey, poseía un Regente, cuatro Oidores (Jueces), y un fiscal (que
sería al mismo tiempo protector de indios).
Para ir
“entrenando” a la burocracia que nos perseguiría como país hasta nuestros días,
contaba además con dos Agentes fiscales, un Canciller, dos Relatores, dos escribanos de cámara, cuatro procuradores, un tasador, y para rematar, un repartidor, dos porteros y un
barrendero.
Los Cabildos
(o Ayuntamientos), instituciones de tipo municipal, fueron herencia del régimen político español. No había ciudad ni
poblado en América sin Cabildo, y fue el dueño del poder durante muchos años.
La existencia misma de una ciudad, independiente
del número de habitantes, de su jerarquía e importancia, estaba ligada a la
constitución del Cabildo correspondiente, que constituía el órgano local de
gobierno.
Los había en ciudades grandes como Buenos Aires,
Córdoba, Salta, Tucumán o Mendoza, o en localidades pequeñas como Gualeguay y
Gualeguaychú (Entre Ríos), o Jáchal y Valle Fértil (San Juan), solo por citar
algunos.
Para ser miembro se requería poseer la calidad de
“vecino” de la ciudad, lo que significaba radicación efectiva en ella, poseer
tierra y haber constituido familia.
En los Cabildos se encuentran las raíces del
sistema democrático hispano. Con los años los vecinos fueron sumando derechos,
entre ellos imponer los impuestos de la ciudad, administrar los fondos
públicos, organizar y sostener la milicia, etc.
Las grandes distancias que separaban a las ciudades entre sí, y de la Capital del virreinato, otorgó a los Cabildos mayor autonomía, pues debían ocuparse sin ayuda “de la hermana mayor” de los más diversos asuntos, como paliar los consecuencias de una sequía, organizar la defensa, y cuestionar ante el Virrey los abusos de los Gobernadores.
Compuesto por Alcaldes (Intendentes) y Regidores
(Concejales), además de otros funcionarios de rango menor, toda su actividad se
centraba en los problemas, intereses y necesidades de la comunidad a la cual
pertenecían, en lo concerniente a las funciones de administración, de gobierno,
de justicia y de hacienda.
Existía una modalidad extraordinaria donde el Cabildo colonial y sus
autoridades invitaban a sumarse a algunos vecinos. Este se denominaba Cabildo
abierto y se reunía en caso de emergencias o desastres.
Usualmente eran convocados por el Cabildo, invitando solo a los vecinos
que consideraba más importantes ("la
parte más sana y principal"), excluyendo por regla general a los criollos pobres, indígenas,
mujeres, esclavos y mestizos.
En el Cabildo
Abierto se reunían los vecinos, que debían cumplir una serie de requisitos para
ser considerados tales. Se debía tener casa poblada, armas y caballo y su
residencia debía datar de una serie de años, sin ausencias, ya que en tal caso
se debía dejar a algún hombre con condiciones similares en su reemplazo,
debiendo cada vecino contribuir a la defensa de la ciudad.
Las personas convocadas eran designadas por el Cabildo invitante sin
intervención del pueblo y constituían la aristocracia local. Con todo, la
circunstancia de llamarlas para deliberar con el Cabildo ordinario daba a estas
asambleas un carácter “relativamente democrático”.
¡¡ Se va la primera ¡!
Las Juntas
de Gobierno fueron organismos políticos que surgieron en las
colonias que la monarquía española poseía en América en el siglo XIX a
semejanza de la península.
En nuestro territorio la Junta mas famosa y difundida en la
historiografía fue la Primera Junta,
que en realidad se llamaba Junta Provisional Gubernativa de las
Provincias del Río de la Plata a nombre del Señor Don Fernando VII, y surgió el 25 de Mayo de 1810 en Buenos Aires,
Capital del Virreinato del Río de la Plata.
Estos fueron los hechos previos.
El 13 de Mayo de 1810 llegó a Buenos Aires el buque Misletoe, que
traía las noticias de Europa y confirmaba la caída de la Junta de Sevilla y el
avance francés sobre Cádiz, por lo que el Virrey Cisneros “se la vio venir” y
trató de ocultarlas, pero, como siempre, la novedad “se filtró” y llegó a las
calles.
El 19 de mayo Juan José Castelli y Martín
Rodríguez se reunieron con el Virrey Cisneros y luego con los
miembros del Cabildo para peticionar que se convocara a un Cabildo Abierto para
discutir la relación entre la situación en España y estas colonias americanas.
El 20 de mayo el Virrey tomó conocimiento
que ya no contaba con el apoyo de las fuerzas militares, y de la exigencia de
su renuncia al cargo, mando que pasaría al poder del Cabildo que lo dejaría a
cargo de la autoridad elegida por el pueblo.
Ese día Cisneros
hizo conocer una proclama, donde se reivindicaba la lealtad de Buenos Aires
hacia el Rey y restaba poder de decisión al Cabildo que sólo representaba a la
Capital y no a todo el virreinato, ni menos aún, al resto de los virreinatos.
El 22 de mayo, presionado por los criollos liderados por Cornelio Saavedra y Manuel Belgrano, y sin contar con el apoyo de las milicias, el Virrey Cisneros convocó la reunión de un Cabildo Abierto. El objetivo era tomar una decisión sobre la continuidad en el cargo del Virrey.
Se enviaron 600
invitaciones que se vieron reducidas, por vía de “selección”, solo a 450.
Por presión de los
criollos, muchos invitados se vieron imposibilitados de acceder a la Plaza
totalizando 226 concurrentes: 56 militares, 4 marinos, 18 alcaldes de barrio,
24 clérigos, 20 abogados, 4 escribanos, 4 médicos, 2 miembros de la audiencia,
2 miembros del Consulado, 13 funcionarios, 46 comerciantes, 18 vecinos y 15
personas “sin calificación” (¿?).
Tras la apertura
del debate el primer expositor fue el obispo Lué, quien en su discurso se
manifestó por la continuidad de la dominación española en América.
El abogado Juan
José Castelli se pronunció por la soberanía del pueblo de Buenos Aires quien la
había adquirido, por la disolución de la Junta Central española, que tenía
poderes indelegables, por lo tanto no eran legítimos los atribuidos al Consejo
de Regencia que la había sucedido.
El fiscal Villota
de orientación “cisnerista” basó su argumentación de defensa del poder español,
en que Buenos Aires no podía por sí sola atribuirse la representación de toda
la América española (opinión que ya había vertido Cisneros en su
pronunciamiento). Además, rescató la legitimidad del Consejo de Regencia, al
haber sido reconocido por los pueblos.
El hábil y
experimentado abogado Juan José Paso (o Passo), reconoció que Buenos Aires
(“la hermana mayor”), no podía
decidir por sí sola, pero se subsanaría ese defecto, estableciendo un gobierno
provisorio que luego, cuando pudiera hacerse la consulta general, se
transformaría en definitivo.
Ruiz Huidobro,
militar, apoyó la destitución del Virrey al haber cesado en su cargo Fernando
VII, en cuya representación gobernaba.
La votación se
realizó en forma pública. Los resultados fueron:
·
Por la cesantía del Virrey: 72 %
·
Por la continuidad del Virrey: 28 %
Cuando el recuento
terminó ya amanecía en Buenos Aires ese 23
de mayo. La fórmula más votada fue la de entregar el mando al Cabildo de la
Capital, quien establecería el modo de designación de una Junta. Las
“negociaciones” duraron muchas horas.
Hecha la Ley, hecha la trampa: La cesantía en el
cargo de Virrey no implicaba que no pudiera seguir formando parte del nuevo
gobierno con otro cargo. El “comunicado de prensa” dio a conocer a través de
los bandos comunicando al “pueblo” (…con solo 6 copias ¡!), que se constituiría
una Junta.
El día 24 otro bando explicaba la conformación
de la Junta que presidiría el mismo Cisneros, es decir “la vieja treta de cambiar todo para no cambiar nada”. La gente del
pueblo quedó indignada por la continuidad de Cisneros, sin embargo las cúpulas
políticas y militares coincidían que esta situación evitaría disturbios y males
mayores.
Esa tarde la Junta
juró solemnemente, pero lo inquietud popular crecía. Nunca el pueblo había sido
consultado (y los militares de bajo rango tampoco), y la designación de
Cisneros aparecía a los ojos de estos como una nueva maniobra de sometimiento.
Menos de cuatro
horas después, la Junta, recientemente propuesta, renunciaba y el ardor popular
se calmaba.
La madrugada del
día 25 era confusa: la clase
“principal y sana” acababa de perder esa noche su posición de clase dirigente y
no percibía que el “espíritu de Mayo” acababa de nacer de la mano del pueblo.
Este hecho sería el determinante de lo que llamamos Revolución de Mayo.
La gente ofuscada
intentó ingresar al Cabildo. Algunos consiguieron llegar para hacer saber sus
intenciones y evitar que Cisneros continuara al frente.
Tras muchas idas y
vueltas entre el Fuerte y el Cabildo, a las ocho de la noche se dio a conocer
la formación “definitiva” de la Primera Junta de las Provincias Unidas del Río de la Plata:
·
2 militares (Saavedra y Azcuénaga)
·
2 abogados (Castelli y Belgrano)
·
1 sacerdote (Alberti)
·
2 comerciantes (Matheu y Larrea)
Saavedra sería
Presidente, pero había que nombrar 2 secretarios. Estos cargos cayeron en los
abogados (Moreno y Paso), con voz pero sin voto. El resto serían Vocales.
En la muy noble y muy leal ciudad de la Santísima Trinidad, Puerto de
Santa María de Buenos Aires, a 25 de Mayo de 1810: sin haberse separado de la
Sala Capitular los Señores del Exmo. Cabildo, se colocaron a la hora señalada
bajo de docel, con sitial por delante, y en él la imagen del Crucifijo y los
Santos Evangelios; y comparecieron los Señores Presidente y Vocales de la nueva
Junta Provisoria gubernativa, D. Cornelio de Saavedra, Dr. D. Juan José
Castelli, Licenciado D. Manuel Belgrano, D. Miguel de Azcuénaga, Dr. D. Manuel
Alberti, D. Domingo Matheu y D. Juan Larrea; y los Señores Secretarios Dr. D.
Juan José Passo y Dr. D. Mariano Moreno, quienes ocuparon los respectivos
lugares que les estaban preparados, colocándose en los demás los Prelados,
Jefes, Comandantes y personas de distinción que concurrieron (...)
Encabezamiento
del acta de instalación de la Primera Junta
La Junta fijó su sede del gobierno en el Fuerte de Buenos Aires, que desde 1776 había servido
como residencia de los Virreyes y donde hoy se encuentra la Casa de
Gobierno.
Ese 25 de mayo
la Primera
Junta tomó el control de Buenos Aires. Los que
hasta ayer habían aceptado los nombres del primer intento, ese día decidieron
expulsarlos.
Los oidores
(Jueces), de la Audiencia y el Virrey
(Presidente de la misma), Baltasar Hidalgo de Cisneros fueron apresados y deportados a las islas Canarias.
En menos de un mes
la Junta llenó los lugares vacantes nombrando como conjueces a “amigos de la revolución”.
Al principio, la Junta no se presentó como una ruptura al orden
preexistente sino como una continuidad de la soberanía
del rey
Fernando VII de Borbón, prisionero del emperador
Napoleón Bonaparte en Francia.
Se basó en la teoría de la retroversión de la soberanía (volver hacia
atrás), expuesta por Juan José Castelli en el Cabildo
abierto del día 22 de mayo, y el derecho de los pueblos a
conferir la autoridad o mando en ausencia del monarca.
Algunos historiadores suelen considerar que las proclamaciones de
lealtad al rey no eran reales, sino un engaño conocido como la Máscara de Fernando VII, que ocultaba
las auténticas motivaciones independentistas
de sus impulsores con el fin de evitar represalias.
Estos fundamentos doctrinarios, se complementaron con la teoría de la subrogación,
por la cual, al sustituir a la autoridad virreinal, se asumían todas sus
funciones, por lo que la Junta debía ser reconocida por todas las ciudades y villas del territorio.
La Junta Provisoria Gubernativa (así figura en el Acta), que presidió
Cornelio Saavedra, contaba con representantes de las mas diversas posturas
ideológicas, sin embargo dos “partidos” fueron los principales: el saavedrismo
(conservador, moderador y mas cercano al “respeto por España” y sin urgencias
por separarse), y el morenismo (díscolo, anti realista, y urgido de
independencia).
Saavedra, hombre de poco carácter, no supo conducir la Junta con la
energía que los tiempos le exigían. Moreno, conociendo los defectos de su
adversario interno, y sin ser parte formal de la Junta (era Secretario con voz
pero sin voto), le “marcó la cancha”.
Estas diferencias se hicieron cada vez mayores y la Junta perdió buena
parte de la legitimidad con que había nacido.
Como la Primera Junta se sentía con todos los derechos, una de las
primeras medidas fue exigir juramento de obediencia, sin embargo las
instituciones pre existentes como la Audiencia, el Cabildo de Buenos Aires y el Tribunal de
Cuentas lo hicieron bajo protesta.
Con el objetivo de incorporar al resto del virreinato al proceso
revolucionario, se envió la Circular del 27
de mayo a sus ciudades y villas. El documento comunicaba el cambio de gobierno,
exigía el reconocimiento y solicitaba la designación de representantes, que
debían trasladarse a Buenos Aires, para integrar la Junta "según el orden
de llegada".
El 28 de mayo la Junta dictó
su propio reglamento al que denominó oficialmente "Reglamento sobre el despacho y
ceremonial en actos públicos de la Junta Provisional Gubernativa de las
Provincias del Río de la Plata".
Los asuntos del gobierno se derivaron a sus dos secretarías: de Gobierno
y Guerra, a cargo de Mariano Moreno, y de Hacienda, encomendada a Juan José
Paso. Las milicias fueron transformadas en regimientos regulares, dando origen
al ejército de la revolución.
Reconocía el derecho a peticionar de la población al declarar que todo
ciudadano podía hacer conocer a la Junta sus preocupaciones en materia de
seguridad y "felicidad pública".
Hay que reconocer que, a pesar de su corta vida (apenas 8 meses), la
Primera Junta se movió lo suficiente para poner en funcionamiento varias obras de gobierno como:
·
Llamar
a las provincias
para que envíen Diputados a participaran en un organismo algo mas
representativo.
·
Crear
por decreto La Gazeta de Buenos Ayres, primer periódico
que fuera usado como medio de propaganda política.
·
Fundar
la Biblioteca Nacional de la República Argentina y
fomentar la educación primaria.
·
Atender
las necesidades de los indígenas de América y la salud de la
población.
·
Crear
la primera escuadrilla naval y el Ejército
y el Departamento de Comercio y Guerra.
·
Abrir
la Escuela Militar de Matemática,
destinada a la formación de oficiales jóvenes.
·
Habilitar
nuevos puertos para
agilizar la exportación de productos del país.
·
Promover
la venta de tierras en
las zonas de frontera, para incentivar el poblamiento
de todo el territorio y aprovechar las riquezas naturales.
·
Ordenar
el arresto del ex Virrey Santiago de Liniers que preparaba en Córdoba
una contra revolución.
·
Enviar
(o mejor dicho “sacarse de encima”), a Mariano Moreno en misión diplomática a Londres.
·
Enviar expediciones
militares con el objetivo de buscar apoyos al nuevo gobierno, y de paso
alejar a eventuales “enemigos internos” como Belgrano (hacia Paraguay) y
Castelli (hacia el Alto Perú), solo para dar un ejemplo.
Los funcionarios españoles
realistas no estaban dispuestos a quedarse
de brazos cruzados y se resistieron al desplazamiento de Cisneros, surgiendo un
movimiento contrarrevolucionario. Tanto la Audiencia (que de alguna manera
representaba al Poder Judicial), como el Cabildo (representante municipal de la
ciudad de Buenos Aires) formaron los principales núcleos de oposición
La Audiencia no reconoció a la Junta. El Cabildo continuó en la
oposición, hasta que sus integrantes, como dijimos, fueron reemplazados por
partidarios de la revolución.
En el interior, las principales autoridades, celosos de que los nuevos
mandos porteños se transformaran en un gobierno centralista, desconocieron a la
Junta. Tal es el caso de Córdoba, Potosí, Cochabamba, La Paz,
Chuquisaca,
Paraguay
y Montevideo.
Se organizaron movimientos contrarrevolucionarios. El más peligroso, por
su cercanía de Buenos Aires, fue el de Córdoba, que, como ya dijimos, dirigido
por el ex Virrey Liniers, estableció contactos con las autoridades
altoperuanas, y reunió fuerzas para resistir.
Por otra parte los Cabildos del interior, a medida que llegaban las
noticias, comenzaron a reconocer a la Junta, como el de Luján,
Maldonado,
y el comandante militar de Colonia del Sacramento. Le siguieron los
Cabildos de Concepción del Uruguay, Santo Domingo Soriano, Santa Fe, San Luis Corrientes, Salta y Tucumán.
La Junta trató de disuadir a los complotados, al no lograrlo recurrió a
la acción armada y a los castigos ejemplares.
Tres campañas militares organizó la Junta para terminar con la oposición
de los funcionarios metropolitanos:
·
Campaña
al interior y al Alto Perú (1810-1811)
·
Campaña
al Paraguay (1811)
·
Campaña
a la Banda Oriental (1811-1812).
La medida más controvertida fue el fusilamiento de los contra
revolucionarios de Córdoba (Liniers y Gutiérrez de la Concha entre otros),
ejecutados, vía Castelli, durante la Primera Campaña al Alto Perú.
Después de sofocada la reacción de Liniers el Cabildo de Córdoba y el de
Río Cuarto reconocieron a la Junta,
mientras que el de La Rioja evitó pronunciarse a favor.
Como era de esperar, a 6 meses del inicio, comenzaron las divergencias
en el seno de la Primera Junta entre los morenistas (con el poder de la pluma y
la palabra), y los saavedristas (con el poder de las armas y el apoyo del
clero).
¡¡ Se va la Segunda ¡!
Las ciudades del interior, cumpliendo lo dispuesto por la Junta enviaron
sus representantes a Buenos Aires. El Deán Funes,
Diputado por Córdoba (porque no pudo ser Obispo), lideró el grupo.
Partidarios de la revolución, provenientes del interior, como no podía
ser de otra manera, tenían diferencias con los porteños, ya fueran estos saavedristas o
morenistas.
Defendían el derecho de los pueblos a participar en el gobierno y
recelaban de la supremacía de la Capital.
Moreno se oponía a integrarlos a la Junta, ya que consideraba que debían
formar una institución superior como el Congreso General de los Pueblos que
debían sancionar la constitución y
establecer la forma definitiva de gobierno.
La votación del 18 de
diciembre de 1810, destinada a decidir la incorporación de los
diputados del interior terminó con una amplia mayoría a favor de la
incorporación.
Mariano Moreno consideró que la decisión era contraria al bien general
del Estado, aceptó la voluntad de la mayoría y presentó su renuncia, que no fue
aceptada.
Posteriormente, como ya se dijo, fue enviado en misión diplomática al
exterior. Se le encomendó realizar gestiones en Río de
Janeiro y Londres, pero murió “misteriosamente” en altamar.
Los Diputados del interior fueron integrados a la Junta, y el conjunto
constituyó la denominada Junta Grande,
que en diciembre de 1810 celebró la reunión entre los siete integrantes de la
Primera Junta (que se hallaban en Buenos Aires), y los nueve diputados de las
provincias que habían llegado a la Capital: Corrientes, Santa Fe, Tucumán,
Córdoba, Tarija, Salta, Jujuy, Catamarca y Mendoza.
Con varios cambios en su composición, la misma gobernó solo 9 meses,
desarrollando principalmente una política de espera y de cautela ante los
sucesos de la contrarrevolución y de España.
Uno de los principales problemas con los que debió contar la Junta
Grande, fueron las múltiples tendencias internas en su seno (Provincias versus
Capital), que llevaron a un accionar lento, dado que desde ese momento las
decisiones ya no podían hacerse solamente pensando en favor del puerto de Buenos Aires y su gente,
sino en pos de todo el territorio allí representado.
Como una “jugada” descentralizadora, la Junta Grande intentó mostrar
deseos de mayor participación a los pueblos del interior mediante el Decreto de
creación de las Juntas Provinciales del 11 de febrero de 1811, que establecía en cada Capital de
intendencia una Junta Provincial con autoridad sobre toda la Gobernación,
integrada por el Gobernador Intendente, que, para variar, era “designado por el gobierno central de Buenos Aires” y cuatro
vocales elegidos por los vecinos de cada ciudad.
El nuevo sistema, propuesto por el Deán Funes, ferviente saavedrista,
fue recibido relativamente bien en las capitales de intendencia pero resistido
en las ciudades mas pequeñas, que no integraban las Juntas Provinciales y no
admitían que Buenos Aires les impusiera sus autoridades.
La resistencia a reconocer a la Junta originó la llamada Guerra por la
Independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata contra
España que fue iniciada desde 1810 hasta 1824 extendiéndose al Alto Perú, el Paraguay y
la Banda Oriental.
En el Alto Perú
(hoy Bolivia), las fuerzas revolucionarias
obtuvieron la victoria en la Batalla de Suipacha (7 de noviembre de
1810), liberando Potosí y expandiendo la revolución en la región, sin embargo,
el triunfo no pudo mantenerse por mucho tiempo.
Debido a errores estratégicos de Castelli por falta de preparación
militar, y a la impresión que causó este con sus actitudes en apoyo
irrestricto a las causas indígenas, se generaron deserciones y quita de apoyos
locales.
El pueblo “creyente” desertó de las milicias por temor a ser
excomulgados y el ejército español recibió refuerzos del Perú
obteniendo la victoria en la batalla de
Huaqui (20 de junio de 1811), mas conocida como el Desastre de
Huaqui. Los revolucionarios debieron retirarse hasta San Salvador de Jujuy y los realistas recuperaron la región. Esta
batalla significó la pérdida definitiva del Alto Perú.
Por otra parte, en el Paraguay, la expedición militar dirigida por Manuel
Belgrano debía lograr el reconocimiento del nuevo gobierno, con la instrucción de
"poner en orden" a esa provincia.
Belgrano, que nunca quiso ser militar por no estar preparado para ello
(aunque aceptó la tarea), fue derrotado en Paraguarí (17 de enero de 1811) y en
la Tacuarí (9 de marzo de 1811).
Desacuerdos con el gobierno centralista de Buenos Aires determinaron que
el Paraguay no aceptara subordinarse a nadie y mantuviera una política de no
intervención en otros gobiernos.
En la Banda
Oriental estalló una
insurrección de la población rural contra las autoridades españolas de Montevideo encabezadas
por el Virrey Francisco Javier de Elío, que no era
reconocido como tal fuera de la ciudad. El movimiento cobró fuerza bajo la
jefatura de José Gervasio Artigas.
El gobierno de Buenos Aires decidió el envío de fuerzas que, junto con
los orientales, vencieron en la Batalla de Las Piedras a las tropas de Elío y
pusieron sitio a Montevideo en junio de 1811, sin embargo, la ciudad,
perfectamente amurallada, resistió. La flota española dominó el Río de la Plata y bloqueó el puerto de
Buenos Aires.
Las
“internas” de la revolución
El grupo morenista, ya sin Moreno, continuó generando tensión y
decidieron organizarse con el apoyo del Regimiento de La Estrella (únicos
militares morenistas, comandado por French), y formar lo que llamaron la
Sociedad Patriótica Literaria, grupo de jóvenes intelectuales liderada con
Monteagudo, considerados subversivos por los saavedristas.
Ante la aparente debilidad de la Junta, debido al lento funcionar por
súper numeraria, el grupo morenista preparó un
levantamiento, pero los cuerpos leales a Saavedra se
adelantaron.
Gran número de hombres de las afueras de la ciudad (los “orilleros”),
ocuparon la Plaza de la Victoria (actual Plaza de Mayo),
con el apoyo posterior de las tropas, en la noche del 5 al 6 de abril. Presentaron
ante el Cabildo una serie de peticiones, que fueron aceptadas por la Junta y
los jefes militares.
El resultado fue el reemplazo cuatro miembros morenistas de la Junta
Grande: Larrea, Azcuénaga, Vieytes y Rodríguez Peña. Como Secretario de
Gobierno fue nombrado Joaquín Campana (un abogado de origen
oriental), que asumió el liderazgo de la Junta, compartido con Saavedra y
el Deán Funes.
Para juzgar a quienes atentasen contra el gobierno, se creó el Tribunal de
Seguridad Pública.
Este encomendó a la Junta designar a Saavedra para marchar hacia
el Norte,
y reorganizar el ejército con el objetivo de frenar la posible invasión
española. El gobierno quedó así sin su principal autoridad.
En la Banda Oriental, el ejército revolucionario
había puesto sitio a Montevideo. El español Elío, designado Virrey del Río de la Plata,
contaba con la flota de Montevideo, con la cual dominaba los ríos y bloqueaba
el puerto de Buenos Aires. La Junta abrió ciertas negociaciones con Elío, pero
terminó por rechazar los términos que este impuso.
La situación fue aprovechada por el Cabildo de
Buenos Aires quien estaba convencido que el máximo poder lo debía tener él,
obligando a la Junta Grande a negociar y compartir el mismo.
Utilizando como excusa el bloqueo, acusó a la Junta de ineptitud por no
haber llegado a ningún acuerdo con Elío. Presionando por la prensa y por medio
de manifestaciones en la vía pública (algunas de ellas apoyadas por oficiales
enemistados con Saavedra), la Junta logró que se llamara a una asamblea de "apoderados del pueblo".
Cuando el secretario Campana intentó defender la autoridad del gobierno,
fue acusado de haber insultado a los representantes del Cabildo, que exigió
inmediatamente su renuncia. La Junta, presidida por Domingo Matheu, exoneró a
Campana, a quien secuestraron y encarcelaron en Areco.
Al ser convocadas las elecciones de los apoderados del pueblo, el Cabildo hizo elegir también dos diputados
por Buenos Aires al Congreso de las Provincias, una idea que parecía haberse
dejado de lado, pero que el Ayuntamiento recuperó como presión contra la Junta.
Fueron electos Feliciano Chiclana y Juan José
Paso como diputados, y doce apoderados.
De éstos, quien más votos había obtenido fue Manuel de Sarratea, que junto con Paso y
Chiclana conformaron el Primer Triunvirato, de neto corte porteñista y
centralista.
… pero esta es otra historia.
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