jueves, 23 de julio de 2020

El gaucho Molina, matrero y héroe de Carmen de Patagones



Hombre de origen casi desconocido, lenguaraz de aborígenes, tropero altamente experimentado, matrero y “soldado alternativo”, José Luis Molina, mas conocido como El Gaucho Molina, se ganó un gran espacio en la historia que aún hoy pocos reconocen.

Indómito pero con un gran sentido la responsabilidad y el amor a su tierra, este bonaerense, con habilidades poco comunes, y baqueano como el que mas, fue el inspirador de una táctica de batalla que terminaría años mas tarde en la finalización de la guerra con Brasil.

El combate del Cerro de la Caballada será su gran día, aunque la historia oficial todavía lo relega por su pasado.

Para que muriera tuvieron que envenenarlo, nadie lo podría matar de frente.

Tal vez convenga detenernos a conocer a este valiente.

De no haber participado en el Combate del Cerro La Caballada, a poco menos de 30 km de la desembocadura del Rio Negro, José Luis Molina, mas conocido como El Gaucho Molina, nada, o casi nada se sabría el él. Su participación en ese territorio es indivisible con su figura, aunque todo el sur de llanura pampeana haya sido su hogar.

¿Quién fue Molina?
Al parecer habría nacido en Chascomús en fecha desconocida, aunque su “carrera” se expande por muchos lugares, aunque siempre ligado a la familia de Francisco Ramos Mejía (o Mexía). Este, porteño de nacimiento, estudió en la Universidad de Chuquisaca donde formó su familia  recibiendo una importante dote matrimonial que habrá de invertir en la campaña porteña.

Por esa época toma conocimiento de primera mano, de lo que fue el ajusticiamiento (unos 25 años antes), del líder indígena Tupac-Amaru, cuyo sufrimiento lo impresiona sobremanera, y le hace ver la realidad de los oprimidos pueblos nativos, con una visión opuesta a la de los represores ibéricos.

Al regresar al Río de la Plata, además de adherir al movimiento revolucionario, se propone gestionar tierras fiscales al sur del Salado, para lo cual debe denunciar la existencia de tierras baldía, y solicitar se le concedan, permitiéndosele poblarlas.

Para concretar dicho propósito viaja en 1811 al desierto, acompañado de solo cinco hombres de su máxima confianza. Uno de ellos, el Gaucho José Luis Molina, baqueano y lenguaraz, ya era capataz de la estancia de Ramos Mejía en Los Tapiales y le hace de guía y de intermediario en el trato con los indios.   

Ramos Mejía no se posesiona porque sí en las tierras que elije en Mari Huinkul, a unos 50 km al sudoeste de Dolores. Se presenta, Molina mediante, ante la tribu de la zona y ofrece y entrega al cacique $ 10.000 fuertes a cambio de ellas. Luego debe pagarle al gobierno el precio que éste le pide para venderle la 60 leguas cuadradas (unas 150.000 hectáreas), que solicita.

Esa primera actitud de comprarles a los nativos, lo posiciona muy bien con éstos, a quienes atrae para que se establezcan en los campos mismos de la estancia.

También convoca a los aborígenes para que trabajen con él, empezando a enseñarles el manejo de rodeos y los rudimentos de la agricultura, mientras que su esposa extiende la tarea de asimilación a los usos cristianos, enseñándoles a las mujeres, diversas artesanías. El Gaucho Molina queda allí conchabado como capataz.

Si bien Ramos Mejía gozaba de la amistad de los aborígenes, no contaba con la complacencia de la cúpula militar y eclesiástica de la época.

Don Francisco, al modo de los Jesuitas, trataba de inculcarles la fe cristiana (aunque no apostólica y romana), y para esto les da charlas, bautiza y casa a los miembros de la tribu que va incorporando al conocimiento de Dios.

Pero claro… él no era sacerdote, y al tiempo que su prestigio aumentaba y se extendía por la zona, en la gran aldea de Buenos Aires comenzaron a sospechar de su poder en expansión, tratándolo de hereje y suponiendo que en esa estancia (que nunca era alcanzada por los malones), era un centro subversivo donde se organizaban los mismos.
En su estancia Ramos Mejía cultivó excelentes relaciones con las tribus vecinas. Pese a, contra toda costumbre de la época, haberles comprado la tierra, fomentó la permanencia de los indios en su estancia.
Molina era hombre criado en esas tierra y dominaba los idiomas aborígenes, que, sumado a su profundo conocimiento del terreno, le daban “chapa” para ejercer varias funciones. Tenía gran amistad con los caciques Antonio Grande, Landao, Ancafilu y Pichuiman, por eso servía, además de capataz, como dique contenedor de malones y fechorías aborígenes, aunque el también haya participado en algunas.

Se dijo siempre, aunque no haya documentos probatorios, que años antes fue parte del Regimiento de Granaderos a Caballo, como baqueano.
Hacia 1820 la situación de la frontera sudoeste era pacífica. Inmerso en una crisis civil sin precedentes, a principios de ese año, el gobierno buscó un acuerdo con los indígenas de las sierras de Tandil que le permitiese asegurar esa frontera. Cuando las propuestas llegaron a los indígenas, estos decidieron que Francisco Ramos Mejía actuara como su representante en las negociaciones que se realizaron en su estancia de Miraflores.
En marzo de 1820, en representación de 16 jefes indígenas pampas, Ramos Mejía firmó con el Gobierno de Buenos Aires el Tratado de Paz de Miraflores, que si bien reconocía la situación existente planteaba una relativa reciprocidad en las concesiones. Pero tras el tratado que debía ratificar la paz existente la situación se deterioró rápidamente en todos los aspectos.
El Sargento Mayor Juan Cornell diría años después: 
"Pero desgraciadamente las turbulencias del año 20 y el mal manejo que se tuvo para tratarlos hizo disgustarlos en tiempo del gobierno del General Rodríguez, y se retiraron de Kaquel donde residían las tribus de Ancafilú, Pichiman, Antonio grande y Landao, que vivían pacíficamente agasajados por Don Francisco Ramos Mejía, que permanecía sin ningún temor en su estancia con toda su familia y sin exageración diré, rodeado de estas indiadas."
Pocos meses después de la firma del tratado se produjeron al norte feroces malones contra las localidades de Lobos y de Salto.  No obstante ante la imposibilidad de alcanzar las partidas agresoras y la amenaza de disolución de sus fuerzas, tras algunos enfrentamientos, Martín Rodríguez volvió al fuerte de Kaquel Huincul.
Allí ordenó que fueran detenidos todos los indios que trabajaban en la estancia de Miraflores, acusándolos de ser espías de las tribus que realizaban los malones, y que Francisco Ramos Mejía se presentara en la ciudad de Buenos Aires para responder a la acusación de preferir la amistad de los indígenas a la de sus conciudadanos y de trabajar en contra de la religión oficial.
En el comunicado que pasó al gobierno Rodríguez señalaba que de Miraflores "reciben los demás indios noticias que les favorecen para sus excursiones" y que en esa "estancia es donde se proyectan los planes de hostilidades contra provincia"
Al ejecutarse la orden hubo un intento de resistencia, pero Ramos Mejía convenció a los indígenas que marcharan pacíficamente, comprometiéndose a dirigirse al fuerte para hablar con el Gobernador y resolver la situación. Al presentarse al día siguiente en el fuerte, Rodríguez le comunicó que no sólo los indios no serían liberados sino que él debía abandonar de inmediato su estancia e ir detenido a la capital.
Su esposa María Antonia y sus hijos fueron encerrados en una carreta rumbo a Buenos Aires, mientras que Francisco Ramos Mejía fue trasladado esposado a caballo. Iniciado el traslado, en las cercanías del fuerte Ramos Mejía vio en el camino los cadáveres degollados de ochenta indios de sus tierras. Al presentar su protesta se le contestaron que durante la marcha se produjo un intento de resistencia que debió ser sofocado.
No se encontró ninguna prueba que ligara a Ramos Mejía o a los indios de sus tierras con los malones o de que representaran una amenaza para la frontera.
De hecho, en un informe de febrero de 1821, el Capitán Ramón Lara le informó al Gobernador que al allanar como se le ordenara la estancia había encontrado sólo seis fusiles, tres de ellos inútiles y los restantes con evidente falta de uso, lo que representaba un arsenal claramente insuficiente no ya para las actividades de que eran acusados sino para cualquier estancia en lo que era zona de frontera.
No se conoce el lugar donde está enterrado Ramos Mejía porque los indios se llevaron su ataúd para enterrarlo “como uno de los suyos”.
Cuando Martín Rodríguez apresó al hacendado y a los indios que vivían en su estancia, el gaucho Molina junto con dos peones más, huyó a las tolderías y se puso al frente de los indios, aún de aquellas tribus hasta entonces pacíficas.
En abril de 1821 un malón de 1.500 hombres de lanza guiados por Molina destruyó la naciente población de Dolores. Después de la destrucción del poblado, obtuvieron más de 150.000  cabezas de ganado. Aliado a los caciques Ancafilú y Pichiman invadió por la costa del Salado hasta ser derrotado por los Húsares y Dragones Auxiliares de Entre Ríos.
Molina escapó y tras la muerte de Ancafilú en el combate de Araza fue acusado de traición por los indios por lo que para salvar la vida solicitó y obtuvo protección en los cuarteles, siendo enviado por el comandante Juan Cornell escoltado al Fuerte Independencia, hoy Tandil.
El gaucho Molina regresa a los toldos y se casa con la hija de Neuquipán, por lo gana prestigio y respeto, siendo considerado un jefe más.
Útil por sus conocimientos fue indultado en 1826 por Bernardino Rivadavia y se sumó como Capitán de Baqueanos a las expediciones del Coronel Federico Rauch a la Sierra de la Ventana.
Surgió entonces este feroz grupo al servicio de la Nación. Eran montaraces, hombres errantes y solitarios con fama de despiadados. Hombres sin lugar, que no venían de ningún lado. Su vida era el recorrido y la distancia. Tenían la ventaja de ignorar el miedo.
No peleaban por su vida o por su patria. Su causa era la lucha misma. Peleaban porque era lo que mejor sabían hacer. “Los Tragas” del gaucho Molina comenzaron a desempeñarse en la Sierra de la Ventana.
Luego, por un tiempo, operaron en la zona del río Colorado. Desde allí fueron enviados, ante el pedido de tropas del Coronel Lacarra, hacia Carmen de Patagones. Acuden sin saber que van a cumplir el papel que les guardará un lugar en la historia.
Alguno de los detractores del gaucho Molina lo definía como:
“Era un paisano de alta talla, de siniestro aspecto, de fisonomía sombría, de grande barba negra, con un poco de la crin de león en su melena y una mirada terrible pero encapotada... Era el tipo de gaucho de nuestra pampa, aprisionado bajo el uniforme militar".

El contexto histórico del Combate de La Caballada
La guerra argentino-brasileña fue el último acto de un antiguo conflicto entre España y Portugal que se remontaba al siglo XVI por la posesión de los actuales territorios de la República Oriental del Uruguay y parte del estado de Río Grande do Sul en el Brasil.

Distintas bulas papales y tratados procuraron zanjar sus diferencias sin lograr frenar las hostilidades. En 1680 los portugueses fundaron Colonia del Sacramento la cual fue destruida en 1777 por el Rey Carlos III y paralelamente la creación del Virreinato del Río de la Plata como forma de salvaguardar los intereses de España en los territorios rioplatenses.

En 1821 Juan VI de Portugal incorporó la Provincia Oriental con el nombre de Cisplatina y la opinión pública en Buenos Aires y el litoral exigía la recuperación del territorio ocupado. Así en abril de 1825 se originó la expedición de los Treinta y Tres Orientales al mando de Lavalleja logrando acorralar a los brasileños y recuperar la Banda Oriental.

A raíz del bloqueo del puerto de Buenos Aires por la escuadra imperial, el apostadero naval rionegrino, entre la actual Viedma y Carmen de Patagones, se había transformado en el seguro refugio de nuestros corsarios que atacaban valientemente el poderío naval enemigo. Para el imperio brasileño, desde el punto de vista geopolítico, tomar Carmen de Patagones era fundamental.

El bloqueo del puerto de Buenos Aires obligó a los corsarios criollos a tomar el puerto de Patagones como base de sus operaciones.

Por este motivo el Almirante brasileño Pinto Guedes esbozó un plan atacar el Fuerte y tomar la ciudad, con el fin de escarmentar a los corsarios y cesar sus ataques. Además esto permitiría la posibilidad de abrir un segundo frente para atacar a Buenos Aires desde el sur, dividiendo de esta forma a los ejércitos republicanos.

El fuerte de Carmen de Patagones era el más austral del territorio argentino y su posesión implicaba una importante ventaja estratégica para las fuerzas imperiales invasoras.

Brasil, herido en sus intereses, montó una expedición compuesta por cuatro embarcaciones con 52 piezas de artillería y mas de 600 soldados para someter a los corsarios aquí refugiados, recuperar sus presas y, al menos en forma temporaria, tener el control de la población.

A fines de 1826 el Comandante Militar de Patagones, Coronel Martín Lacarra (un veterano de las invasiones inglesas), recibió dos malas noticias del gobierno rivadaviano a través del Coronel Rauch: la inminencia de la invasión brasileña y la imposibilidad del gobierno central de enviar refuerzos militares. No se podía esperar otra cosa de Don Bernardino, cuyo único compromiso lo tenía con la ciudad de Buenos Aires.

El combate
Lacarra decidió entonces prepararse con los escasos recursos militares que contaba el fuerte, algunos corsarios y sus tripulaciones, bajo las órdenes del comandante Santiago Bynon. Por otra parte estaban los chacareros, hacendados, peones, artesanos, comerciantes y morenos africanos.

En esos momentos Rauch envía al gaucho Molina con sus famosos 22 “tragas”, llamados así por “tragaleguas”, hombres que se movían mucho y muy bien en esas extensiones.

Se esperaba que Molina intercediera ante los indios, y los convenciera de sumarse a las tropas nacionales. Generaban tanta desconfianza estos hombres que al llegar les fueron negadas las armas.
Días después, por arrojados y eficaces, por necesarios, el subteniente Olivera a cargo de la Caballería convocó a Molina y sus gauchos a sumarse a las filas.
La escuadra imperial brasileña, al mando de James Shepherd (inglés), estaba constituida por 4 buques, 613 hombres, de los cuales 250, no eran brasileños. Lacarra, pone en movimiento su defensa y ordena al Coronel Felipe Pereyra emplazar una batería en la desembocadura del río, mientras que los médanos costeros son ocupados por la caballería.
Lacarra se quedan en Patagones y prepara el Cerro La Caballada que se encuentra solo a un kilómetro. Los pobladores en su mayoría mujeres y ancianos, provistas de palos, usando gorros rojos y vestimenta de milicianos, trataban de simular una poderosa retaguardia.
Frente al puerto del Carmen se hallaban 6 naves corsarias defendiendo el ataque esperado mientras la ayuda pedida a Buenos Aires no llegaba, ya que se necesitaban los recursos para la lucha en la Banda Oriental. El Gobierno llegó a decir que se pida ayuda a los indios y que se compre pólvora a los corsarios.

Los primeros movimientos comenzaron sobre la desembocadura del río el 28 de febrero de 1827. La infantería de negros del Coronel Pereyra abrió fuego de cañón y metralla contra las primeras naves, sin embargo una de ellas traspasó la línea de la defensa sin dificultades porque ya no quedaban municiones para atender la batería ni existían otros medios para enfrentar la agresión.

Una nave brasileña intentó franquear la desembocadura pero quedó varada en los bancos impidiendo el desplazamiento de otras que avanzaban detrás.

A esta altura de los hechos y sin posibilidades de trabar combate con los invasores, la infantería se replegó en dirección al Fuerte junto a los corsarios y a los hombres del gaucho Molina.

Las naves brasileñas seguían con sus problemas. Quedaban varadas y el oleaje las destruía, por lo que su comandante decidió un desembarco en inmediaciones de lo que hoy se conoce como el Pescadero para aligerar su carga y redistribuir a los náufragos en el resto de las naves, pero un grupo de milicianos que tenían la misión de custodiar la margen sur los sorprendió y los enemigos huyeron dejando abandonados sus mochilas y botes.

Patagones, pese a los días que ya habían transcurrido desde que la Escuadra Imperial había hecho su aparición en la desembocadura, no terminaba de adoptar un plan para hacerles frente.

El 5 de marzo se decidió convocar un Consejo de Guerra con el propósito de establecer un curso de acción definitivo. La escuadra brasileña se había adelantado hasta la Estancia de Rial para aprovisionarse de víveres. Esta situación favoreció un ataque con los barcos corsarios criollos aunque la operación presentaba muchas dificultades por las características del río Negro.

Al tiempo que se cumplían distintas tareas en el Fuerte para protegerse de un posible ataque de la infantería brasileña y tomaban posiciones en el lugar los negros libertos del coronel Pereyra, la caballería, integrada por vecinos armados y los 22 "tragas" del gaucho Molina, eran adelantados a Laguna Grande, con la misión de determinar la ubicación del enemigo y el posible escenario desde donde podrían consumar un desembarco.

Alrededor de la diez de la noche del 6 de marzo, el Comandante de la expedición brasileña ordenó descender a tierra los 400 hombres de infantería y avanzar durante toda la noche para sorprender a Patagones con las primeras luces del 7 de Marzo.

En esa madrugada la infantería enemiga emprendió una marcha de veinte kilómetros conducida por un negro que había vivido un tiempo en Patagones, pero era muy poco hábil para eludir las cortadas y barrancas del río, y convirtió la travesía en penosa y extenuante.

A las 6:30 horas los invasores alcanzaron el Cerro de la Caballada y comenzaron de inmediato a ser fogueados por las naves criollas, obligándolos a efectuar un repliegue para evitar los proyectiles. Además tenían a su vista un centenar de vecinos alistados por el subteniente mendocino Sebastián Olivera, 43 veteranos de la guarnición, 10 hombres de Felipe Pereyra y los 22 gauchos de Molina.

De fondo el fuerte con las mujeres y ancianos vestidos con los gorros rojos simulando ser una fuerza de reserva.
Nuestras fuerzas terrestres descargaron sus fusiles y mataron al capitán Shepherd. Desorientados y dominados por la fatiga, la columna enemiga comenzó a retroceder buscando el río, pero la caballería de Olivera la arrolló encerrándola entre el río y el monte. Molina, haciendo gala de su astucia, le prendió fuego a los pastizales, no dejándoles escapatorias.

La situación de los brasileños se agravaba momento a momento, en función del cansancio, la sed y las bajas que sufrían en sus filas por la acción de las fuerzas defensoras, que no le daban tregua.

El incendio de los campos resecos, la falta de agua y la muerte de Shepherd decidieron la rendición de los invasores.
Mientras tanto los infantes brasileños eran perseguidos por las tropas de Olivera, quienes, al enterarse de la rendición de sus buques hacen también lo mismo.

Ya en horas de la tarde los corsarios desplegaron sus naves alrededor de la corbeta varada que se rindió sin dar pelea. El Oficial Juan Bautista Thorne descendió el pabellón de guerra brasileño.

Carmen de Patagones era hacia 1827 una aldea de menos de 800 habitantes integrada por los primeros pobladores hispanos, sus descendientes, extranjeros, las tropas y empleados del fuerte, milicias regulares, indios mansos, gauchos matreros y presos deportados por las más variadas razones, negros capturados por los corsarios, en las costas de Brasil y luego librados a su llegada a Patagones, una nobleza pueblerina compuesta por hacendados, comerciantes y marinos extranjeros de los más diversos orígenes, y el complejo panorama social se completaba con los indios tehuelches, pampas y araucanos.

Atrás había quedado los años más difíciles logrando una relativa prosperidad gracias a la incidencia que tuvo la economía de los saladeros en la expansión económica que atrajo a agricultores, ganaderos, comerciantes y capitales.

Año tras año Patagones, festeja su victoria contra el Imperio, no se lamenta por estar olvidada por la historia nacional, aquella fue una gesta patriótica, alcanzada por un pueblo que se defendió solo, con héroes tal vez no tan prolijos para los libros oficiales, eran corsarios, negros, y gauchos perseguidos.

En el momento del fusilamiento de Dorrego, en 1828, el gaucho Molina aparece revistando a órdenes de Juan Manuel de Rosas, donde encabezaba una fuerte división integrada por desertores, gauchos alzados e indios amigos. Un año después, Rosas lo asciende al grado de Coronel de Caballería, destinándolo Jefe del Regimiento 7 de Milicias de Caballería.

Viendo las cosas a la distancia, sabemos que inicialmente la posición del Imperio Brasileño fue más ventajosa, pero una serie de victorias obtenidas por las armas rioplatenses como en Juncal el 9 de febrero de 1827, Bacacay el 13 de febrero de 1827, la batalla de Ombú tres días después, Ituizangó el 20 de febrero, el 7 de marzo en Patagones, constituyeron un triunfo virtual y un desequilibrio de la posición del Imperio.

La falta de recursos humanos y económicos impidió una definición de la contienda por la vía militar por lo que se apeló a la instancia diplomática. La misión de Tomás Guido y Juan Ramón Balcarce a Río de Janeiro dio como resultado la firma del acuerdo de paz en septiembre de 1828 reconociendo y garantizando la independencia de la Banda Oriental.

Fin, silencio y homenajes
El gaucho Molina muere en Tandil el 30 de enero de 1830. Algunas versiones  suponen que víctima de envenenamiento. Sus restos fueron trasladados a Chascomús, donde con honras militares propias de su grado, y misa de cuerpo presente, fue despedido.

Curiosamente la misa fue pronunciada por el Presbítero Francisco de Paula Robles, el mismo que era cura párroco en 1821 en la Capilla de Dolores, cuando el pueblo fue asolado por el malón que encabezó.
  
En Carmen de Patagones, el maragato Ángel Hechenleitner,  cantor, músico, recopilador, investigador y “soguero”, tiene montado el Museo privado “Gaucho Molina”, con referencias sobre su historia. 

Es autor también de la Milonga para Molina, en la que replantea las ausencia de algunos en la historia nacional diciendo: ¿Qué apellido hay que tener / Para entrar en esta lista?

Milonga por Molina
(Autor: Angel Hechenleitner)

Esta Milonga quiero
Para nombrarlo a Molina,
Porque la historia, se sabe
Es con los gauchos mezquina.

Su hazaña no he de contar
Pues de gauchos no sería,
La milonga que es mujer
Me va a decir su valía.

Los piratas de este puerto
Lehan envidiado la baquía,
pa`cruzar un mar de pampa
con instinto de guía.

Corta es la calle que nombra
Al gaucho José Molina,
¿quién sabe quién la eligió?
¡Saberlo me gustaría!

¿Qué apellido hay que tener
Para entrar en esta lista?
¡Fierro que fue el más mentao
anda afuera todavía!

Siempre hace falta algún gaucho
cuando la patria peligra,
¿Quién otro pondría el cuero
a la historia que es mezquina?

Anoche paso tu rastro,
tan cerca de mi memoria
¡que mi perro, que es de viento
Salió a torearle la sombra!


Si querés escucharla podés hacerlo en: https://www.youtube.com/watch?v=nO3hR8jBtUM


Dijo el autor en una oportunidad: “hay un pequeño pasaje estrecho que se llama G. Molina, que parecería ser Gustavo Molina”, aunque es en homenaje al gaucho Molina, pero no es una calle y no figura claramente como Gaucho Molina. “Fue una figura tan controversial, tanto es así, que cuando se impuso ese nombre, había vecinos que se oponían”.
Algo para acotar. En 1954, Juan Domingo Perón, en una emotiva ceremonia, le devuelve al Paraguay los trofeos “conquistados” en la Guerra de la Triple Alianza (1865-1870).
Ante ese hecho,  Brasil ofreció a Carmen de Patagones asfalto de varias de sus entonces pedregosas calles a cambio de recuperar las banderas arrebatadas por las tropas argentinas en el Combate del Cerro La Caballada.
"No", respondieron los maragatos. Y allí están. Como testigo mudo de la victoria.
Bibliografía
APP Noticias (2013). La gesta de Patagones. http://www.appnoticias.com.ar/desarro_noti.php?cod=5217
APP Noticias. (2015). El gaucho Molina fue parte de una realidad más compleja de lo que se piensa. http://appnoticias.com.ar/desarro_noti.php?cod=20834
BANCO PROVINCIA DE BUENOS AIRES. El combate de Patagones. Museo Histórico Regional Emma Nozzi. 76 p. https://admin.emmanozzi.org/wp-content/uploads/2017/11/El-Combate-de-Patagones.pdf
BUSTOS, J.; IRUSTA, J. (2005). El combate de Patagones. Ediciones Artesanales La Lámpara, Carmen de Patagones.
MUNICIPIO DE PATAGONES. El combate de Patagones. https://patagones.gob.ar/es/el-combate-de-patagones.
PEREZ MORANDO, H. (2008). El gaucho Molina y sus "tragas". Rio Negro on line. http://www1.rionegro.com.ar/diario/cultural/2008/03/22/11926.php
RISSO, C.R. El gaucho José Luis Molina. (2018). http://carlosraulrisso-escritor.blogspot.com/2018/03/el-gaucho-jose-luis-molina.html


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