Hombre de origen casi
desconocido, lenguaraz de aborígenes, tropero altamente experimentado, matrero
y “soldado alternativo”, José Luis Molina, mas conocido como El Gaucho Molina,
se ganó un gran espacio en la historia que aún hoy pocos reconocen.
Indómito pero con un
gran sentido la responsabilidad y el amor a su tierra, este bonaerense, con
habilidades poco comunes, y baqueano como el que mas, fue el inspirador de una
táctica de batalla que terminaría años mas tarde en la finalización de la
guerra con Brasil.
El combate del Cerro
de la Caballada será su gran día, aunque la historia oficial todavía lo relega
por su pasado.
Para que muriera
tuvieron que envenenarlo, nadie lo podría matar de frente.
Tal vez convenga
detenernos a conocer a este valiente.
De no haber
participado en el Combate del Cerro La Caballada, a poco menos de 30 km de la
desembocadura del Rio Negro, José Luis Molina, mas conocido como El Gaucho
Molina, nada, o casi nada se sabría el él. Su participación en ese territorio
es indivisible con su figura, aunque todo el sur de llanura pampeana haya sido
su hogar.
¿Quién fue Molina?
Al parecer habría nacido en Chascomús en fecha
desconocida, aunque su “carrera” se expande por muchos lugares, aunque siempre
ligado a la familia de Francisco Ramos Mejía (o Mexía). Este, porteño
de nacimiento, estudió en la Universidad de Chuquisaca donde formó su
familia recibiendo una importante dote
matrimonial que habrá de invertir en la campaña porteña.
Por esa época toma
conocimiento de primera mano, de lo que fue el ajusticiamiento (unos 25 años
antes), del líder indígena Tupac-Amaru, cuyo sufrimiento lo impresiona
sobremanera, y le hace ver la realidad de los oprimidos pueblos nativos, con
una visión opuesta a la de los represores ibéricos.
Al regresar al Río de
la Plata, además de adherir al movimiento revolucionario, se propone gestionar
tierras fiscales al sur del Salado, para lo cual debe denunciar la existencia
de tierras baldía, y solicitar se le concedan, permitiéndosele poblarlas.
Para concretar dicho
propósito viaja en 1811 al desierto,
acompañado de solo cinco hombres de su máxima confianza. Uno de ellos, el Gaucho José Luis Molina, baqueano y
lenguaraz, ya era capataz de la estancia
de Ramos Mejía en Los Tapiales
y
le hace de guía y de intermediario en el trato con los
indios.
Ramos Mejía no se
posesiona porque sí en las tierras que elije en Mari Huinkul, a unos 50 km al sudoeste de
Dolores. Se
presenta, Molina mediante,
ante la tribu de la zona y ofrece y entrega al cacique $ 10.000 fuertes a
cambio de ellas. Luego debe pagarle al gobierno el precio que éste le pide para
venderle la 60 leguas cuadradas (unas 150.000 hectáreas), que solicita.
Esa primera actitud
de comprarles a los nativos, lo posiciona muy bien con éstos, a quienes atrae
para que se establezcan en los campos mismos de la estancia.
También convoca a los
aborígenes para que trabajen con él, empezando a enseñarles el manejo de rodeos
y los rudimentos de la agricultura, mientras que su esposa extiende la tarea de
asimilación a los usos cristianos, enseñándoles a las mujeres, diversas
artesanías. El Gaucho Molina queda
allí conchabado como capataz.
Si bien Ramos Mejía
gozaba de la amistad de los aborígenes, no contaba con la complacencia de la
cúpula militar y eclesiástica de la época.
Don Francisco, al
modo de los Jesuitas, trataba de inculcarles la fe cristiana (aunque no apostólica
y romana), y para esto les da charlas, bautiza y casa a los miembros de la
tribu que va incorporando al conocimiento de Dios.
Pero claro… él no era
sacerdote, y al tiempo que su prestigio aumentaba y se extendía por la
zona, en la gran aldea de Buenos Aires comenzaron a sospechar de su poder en
expansión, tratándolo de hereje y suponiendo que en esa estancia (que nunca era
alcanzada por los malones), era un centro subversivo donde se organizaban los
mismos.
En su estancia Ramos Mejía
cultivó excelentes relaciones con las tribus vecinas. Pese a, contra toda
costumbre de la época, haberles comprado la tierra, fomentó la permanencia de
los indios en su estancia.
Molina era
hombre criado en esas tierra y dominaba los idiomas aborígenes, que, sumado a
su profundo conocimiento del terreno, le daban “chapa” para ejercer varias
funciones. Tenía gran amistad con los caciques Antonio Grande, Landao, Ancafilu
y Pichuiman, por eso servía, además de capataz, como dique contenedor de
malones y fechorías aborígenes, aunque el también haya participado en algunas.
Se dijo
siempre, aunque no haya documentos probatorios, que años antes fue parte del
Regimiento de Granaderos a Caballo, como baqueano.
Hacia 1820 la situación de la frontera sudoeste era pacífica. Inmerso en
una crisis civil sin precedentes, a principios de ese año, el gobierno buscó un
acuerdo con los indígenas de las sierras de Tandil que le
permitiese asegurar esa frontera. Cuando las propuestas llegaron a los
indígenas, estos decidieron que Francisco Ramos Mejía actuara como su
representante en las negociaciones que se realizaron en su estancia de
Miraflores.
En marzo de 1820, en
representación de 16 jefes indígenas pampas, Ramos Mejía firmó con el Gobierno
de Buenos Aires el Tratado de Paz de
Miraflores, que si bien reconocía la situación existente
planteaba una relativa reciprocidad en las concesiones. Pero tras el tratado
que debía ratificar la paz existente la situación se deterioró rápidamente en
todos los aspectos.
El Sargento Mayor Juan Cornell diría
años después:
"Pero
desgraciadamente las turbulencias del año 20 y el mal manejo que se tuvo para
tratarlos hizo disgustarlos en tiempo del gobierno del General Rodríguez, y se
retiraron de Kaquel donde residían las tribus de Ancafilú, Pichiman, Antonio
grande y Landao, que vivían pacíficamente agasajados por Don Francisco Ramos Mejía,
que permanecía sin ningún temor en su estancia con toda su familia y sin
exageración diré, rodeado de estas indiadas."
Pocos meses después de la
firma del tratado se produjeron al norte feroces malones contra las localidades
de Lobos y de Salto. No obstante ante la imposibilidad de alcanzar
las partidas agresoras y la amenaza de disolución de sus fuerzas, tras algunos
enfrentamientos, Martín Rodríguez volvió al fuerte de Kaquel Huincul.
Allí ordenó que fueran
detenidos todos los indios que trabajaban en la estancia de Miraflores,
acusándolos de ser espías de las tribus que realizaban los malones, y que
Francisco Ramos Mejía se presentara en la ciudad de Buenos Aires para responder
a la acusación de preferir la amistad de los indígenas a la de sus
conciudadanos y de trabajar en contra de la religión oficial.
En el comunicado que pasó al
gobierno Rodríguez señalaba que de Miraflores "reciben los demás indios
noticias que les favorecen para sus excursiones" y que en esa "estancia
es donde se proyectan los planes de hostilidades contra provincia"
Al ejecutarse la orden hubo un
intento de resistencia, pero Ramos Mejía convenció a los indígenas que
marcharan pacíficamente, comprometiéndose a dirigirse al fuerte para hablar con
el Gobernador y resolver la situación. Al presentarse al día siguiente en el
fuerte, Rodríguez le comunicó que no sólo los indios no serían liberados sino
que él debía abandonar de inmediato su estancia e ir detenido a la capital.
Su esposa María Antonia y sus
hijos fueron encerrados en una carreta rumbo a Buenos Aires, mientras que
Francisco Ramos Mejía fue trasladado esposado a caballo. Iniciado el traslado,
en las cercanías del fuerte Ramos Mejía vio en el camino los cadáveres
degollados de ochenta indios de sus tierras. Al
presentar su protesta se le contestaron que durante la marcha se produjo un
intento de resistencia que debió ser sofocado.
No se encontró ninguna prueba
que ligara a Ramos Mejía o a los indios de sus tierras con los malones o de que
representaran una amenaza para la frontera.
De hecho, en un informe de
febrero de 1821, el Capitán Ramón
Lara le informó al Gobernador que al allanar como se le ordenara la estancia
había encontrado sólo seis fusiles, tres de ellos inútiles y los restantes con
evidente falta de uso, lo que representaba un arsenal claramente insuficiente
no ya para las actividades de que eran acusados sino para cualquier estancia en
lo que era zona de frontera.
No se conoce el lugar donde está
enterrado Ramos Mejía porque los indios se llevaron su ataúd para enterrarlo
“como uno de los suyos”.
Cuando Martín Rodríguez apresó
al hacendado y a los indios que vivían en su estancia, el gaucho Molina junto
con dos peones más, huyó a las tolderías y se puso al frente de los indios, aún
de aquellas tribus hasta entonces pacíficas.
En abril de 1821 un
malón de 1.500 hombres de lanza guiados por Molina destruyó la naciente
población de Dolores. Después de la destrucción del poblado, obtuvieron más de
150.000 cabezas de ganado. Aliado a los
caciques Ancafilú y Pichiman invadió por la costa del Salado hasta ser derrotado
por los Húsares y Dragones Auxiliares de Entre Ríos.
Molina escapó y tras la muerte
de Ancafilú en el combate de Araza fue acusado de traición por los indios por
lo que para salvar la vida solicitó y obtuvo protección en los cuarteles,
siendo enviado por el comandante Juan Cornell escoltado al Fuerte
Independencia, hoy Tandil.
El gaucho Molina regresa a los toldos y se casa con la hija de
Neuquipán, por lo gana prestigio y respeto, siendo considerado un jefe más.
Útil por sus conocimientos fue
indultado en 1826 por Bernardino Rivadavia y se
sumó como Capitán de Baqueanos a las expediciones del Coronel Federico Rauch a la Sierra de la Ventana.
Surgió entonces este feroz grupo al servicio de la
Nación. Eran montaraces, hombres errantes y solitarios con fama de despiadados.
Hombres sin lugar, que no venían de ningún lado. Su vida era el recorrido y la
distancia. Tenían la ventaja de ignorar el miedo.
No peleaban por su vida o por su patria. Su causa
era la lucha misma. Peleaban porque era lo que mejor sabían hacer. “Los Tragas”
del gaucho Molina comenzaron a desempeñarse en la Sierra de la Ventana.
Luego, por un tiempo, operaron en la zona del río
Colorado. Desde allí fueron enviados, ante el pedido de tropas del Coronel
Lacarra, hacia Carmen de Patagones. Acuden sin saber que van a cumplir el papel
que les guardará un lugar en la historia.
Alguno de los detractores del gaucho Molina lo
definía como:
“Era un paisano de alta talla, de siniestro aspecto, de fisonomía
sombría, de grande barba negra, con un poco de la crin de león en su melena y
una mirada terrible pero encapotada... Era el tipo de gaucho de nuestra pampa,
aprisionado bajo el uniforme militar".
El contexto histórico del Combate de La Caballada
La guerra
argentino-brasileña fue el último acto de un antiguo conflicto entre España y
Portugal que se remontaba al siglo XVI por la posesión de los actuales
territorios de la República Oriental del Uruguay y parte del estado de Río
Grande do Sul en el Brasil.
Distintas bulas papales
y tratados procuraron zanjar sus diferencias sin lograr frenar las
hostilidades. En 1680 los
portugueses fundaron Colonia del Sacramento la cual fue destruida en 1777 por el Rey Carlos III y
paralelamente la creación del Virreinato del Río de la Plata como forma de
salvaguardar los intereses de España en los territorios rioplatenses.
En 1821 Juan VI de Portugal incorporó la Provincia Oriental con el
nombre de Cisplatina y la opinión pública en Buenos Aires y el litoral exigía
la recuperación del territorio ocupado. Así en abril de 1825 se originó la
expedición de los Treinta y Tres Orientales al mando de Lavalleja logrando
acorralar a los brasileños y recuperar la Banda Oriental.
A raíz del bloqueo del
puerto de Buenos Aires por la escuadra imperial, el apostadero naval
rionegrino, entre la actual Viedma y Carmen de Patagones, se había transformado
en el seguro refugio de nuestros corsarios que atacaban valientemente el poderío
naval enemigo. Para el imperio brasileño, desde el punto de vista geopolítico,
tomar Carmen de Patagones era fundamental.
El bloqueo del puerto de
Buenos Aires obligó a los corsarios criollos a tomar el puerto de Patagones
como base de sus operaciones.
Por este motivo el Almirante brasileño
Pinto Guedes esbozó un plan atacar el Fuerte y tomar la ciudad, con el fin de
escarmentar a los corsarios y cesar sus ataques. Además esto permitiría la
posibilidad de abrir un segundo frente para atacar a Buenos Aires desde el sur,
dividiendo de esta forma a los ejércitos republicanos.
El fuerte de Carmen
de Patagones era el más austral del territorio argentino y su posesión
implicaba una importante ventaja estratégica para las fuerzas imperiales
invasoras.
Brasil, herido en sus
intereses, montó una expedición compuesta por cuatro embarcaciones con 52
piezas de artillería y mas de 600 soldados para someter a los corsarios aquí
refugiados, recuperar sus presas y, al menos en forma temporaria, tener el
control de la población.
A fines de 1826 el Comandante Militar de
Patagones, Coronel Martín Lacarra (un veterano de las invasiones inglesas),
recibió dos malas noticias del gobierno rivadaviano a través del Coronel Rauch:
la inminencia de la invasión brasileña y la imposibilidad del gobierno central
de enviar refuerzos militares. No se podía esperar otra cosa de Don Bernardino,
cuyo único compromiso lo tenía con la ciudad de Buenos Aires.
El combate
Lacarra decidió entonces
prepararse con los escasos recursos militares que contaba el fuerte, algunos
corsarios y sus tripulaciones, bajo las órdenes del comandante Santiago Bynon.
Por otra parte estaban los chacareros, hacendados, peones, artesanos,
comerciantes y morenos africanos.
En esos momentos Rauch
envía al gaucho Molina con sus famosos 22 “tragas”, llamados así por
“tragaleguas”, hombres que se movían mucho y muy bien en esas extensiones.
Se esperaba que Molina intercediera ante los
indios, y los convenciera de sumarse a las tropas nacionales. Generaban tanta
desconfianza estos hombres que al llegar les fueron negadas las armas.
Días después, por arrojados y eficaces, por
necesarios, el subteniente Olivera a cargo de la Caballería convocó a Molina y
sus gauchos a sumarse a las filas.
La escuadra imperial brasileña, al mando de James
Shepherd (inglés), estaba constituida por 4 buques, 613 hombres, de los cuales
250, no eran brasileños. Lacarra, pone en movimiento su defensa y ordena al
Coronel Felipe Pereyra emplazar una batería en la desembocadura del río,
mientras que los médanos costeros son ocupados por la caballería.
Lacarra se quedan en Patagones y prepara el Cerro
La Caballada que se encuentra solo a un kilómetro. Los pobladores en su mayoría
mujeres y ancianos, provistas de palos, usando gorros rojos y vestimenta de
milicianos, trataban de simular una poderosa retaguardia.
Frente al puerto del
Carmen se hallaban 6 naves corsarias defendiendo el ataque esperado mientras la
ayuda pedida a Buenos Aires no llegaba, ya que se necesitaban los recursos para
la lucha en la Banda Oriental. El Gobierno llegó a decir que se pida ayuda a
los indios y que se compre pólvora a los corsarios.
Los primeros movimientos
comenzaron sobre la desembocadura del río el 28 de febrero de 1827. La infantería de negros del
Coronel Pereyra abrió fuego de cañón y metralla contra las primeras naves, sin
embargo una de ellas traspasó la línea de la defensa sin dificultades porque ya
no quedaban municiones para atender la batería ni existían otros medios para
enfrentar la agresión.
Una nave brasileña
intentó franquear la desembocadura pero quedó varada en los bancos impidiendo
el desplazamiento de otras que avanzaban detrás.
A esta altura de los
hechos y sin posibilidades de trabar combate con los invasores, la infantería
se replegó en dirección al Fuerte junto a los corsarios y a los hombres del
gaucho Molina.
Las naves brasileñas
seguían con sus problemas. Quedaban varadas y el oleaje las destruía, por lo
que su comandante decidió un desembarco en inmediaciones de lo que hoy se
conoce como el Pescadero para aligerar su carga y redistribuir a los náufragos
en el resto de las naves, pero un grupo de milicianos que tenían la misión de
custodiar la margen sur los sorprendió y los enemigos huyeron dejando
abandonados sus mochilas y botes.
Patagones, pese a los
días que ya habían transcurrido desde que la Escuadra Imperial había hecho su
aparición en la desembocadura, no terminaba de adoptar un plan para hacerles
frente.
El 5 de marzo se decidió
convocar un Consejo de Guerra con el propósito de establecer un curso de acción
definitivo. La escuadra brasileña se había adelantado hasta la Estancia de Rial
para aprovisionarse de víveres. Esta situación favoreció un ataque con los
barcos corsarios criollos aunque la operación presentaba muchas dificultades
por las características del río Negro.
Al tiempo que se
cumplían distintas tareas en el Fuerte para protegerse de un posible ataque de
la infantería brasileña y tomaban posiciones en el lugar los negros libertos
del coronel Pereyra, la caballería, integrada por vecinos armados y los 22
"tragas" del gaucho Molina, eran adelantados a Laguna Grande, con la
misión de determinar la ubicación del enemigo y el posible escenario desde
donde podrían consumar un desembarco.
Alrededor de la diez de
la noche del 6 de marzo, el Comandante de la expedición brasileña ordenó
descender a tierra los 400 hombres de infantería y avanzar durante toda la
noche para sorprender a Patagones con las primeras luces del 7 de Marzo.
En esa madrugada la
infantería enemiga emprendió una marcha de veinte kilómetros conducida por un
negro que había vivido un tiempo en Patagones, pero era muy poco hábil para
eludir las cortadas y barrancas del río, y convirtió la travesía en penosa y
extenuante.
A las 6:30 horas los
invasores alcanzaron el Cerro de la Caballada y comenzaron de inmediato a ser
fogueados por las naves criollas, obligándolos a efectuar un repliegue para
evitar los proyectiles. Además tenían a su vista un centenar de vecinos alistados
por el subteniente mendocino Sebastián Olivera, 43 veteranos de la guarnición,
10 hombres de Felipe Pereyra y los 22 gauchos de Molina.
De fondo el fuerte con
las mujeres y ancianos vestidos con los gorros rojos simulando ser una fuerza
de reserva.
Nuestras fuerzas
terrestres descargaron sus fusiles y mataron al capitán Shepherd. Desorientados
y dominados por la fatiga, la columna enemiga comenzó a retroceder buscando el
río, pero la caballería de Olivera la arrolló encerrándola entre el río y el
monte. Molina, haciendo gala de su astucia, le prendió fuego a los pastizales,
no dejándoles escapatorias.
La situación de los
brasileños se agravaba momento a momento, en función del cansancio, la sed y
las bajas que sufrían en sus filas por la acción de las fuerzas defensoras, que
no le daban tregua.
El incendio de los
campos resecos, la falta de agua y la muerte de Shepherd decidieron la
rendición de los invasores.
Mientras tanto los
infantes brasileños eran perseguidos por las tropas de Olivera, quienes, al
enterarse de la rendición de sus buques hacen también lo mismo.
Ya en horas de la tarde
los corsarios desplegaron sus naves alrededor de la corbeta varada que se
rindió sin dar pelea. El Oficial Juan Bautista Thorne descendió el pabellón de
guerra brasileño.
Carmen de Patagones era
hacia 1827 una aldea de menos de 800
habitantes integrada por los primeros pobladores hispanos, sus descendientes,
extranjeros, las tropas y empleados del fuerte, milicias regulares, indios
mansos, gauchos matreros y presos deportados por las más variadas razones,
negros capturados por los corsarios, en las costas de Brasil y luego librados a
su llegada a Patagones, una nobleza pueblerina compuesta por hacendados,
comerciantes y marinos extranjeros de los más diversos orígenes, y el complejo
panorama social se completaba con los indios tehuelches, pampas y araucanos.
Atrás había quedado los
años más difíciles logrando una relativa prosperidad gracias a la incidencia
que tuvo la economía de los saladeros en la expansión económica que atrajo a
agricultores, ganaderos, comerciantes y capitales.
Año tras año Patagones,
festeja su victoria contra el Imperio, no se lamenta por estar olvidada por la
historia nacional, aquella fue una gesta patriótica, alcanzada por un pueblo
que se defendió solo, con héroes tal vez no tan prolijos para los libros
oficiales, eran corsarios, negros, y gauchos perseguidos.
En el momento del fusilamiento de
Dorrego, en 1828, el gaucho Molina aparece
revistando a órdenes de Juan Manuel de Rosas, donde encabezaba una fuerte
división integrada por desertores, gauchos alzados e indios amigos. Un año
después, Rosas lo asciende al grado de Coronel de Caballería, destinándolo Jefe
del Regimiento 7 de Milicias de Caballería.
Viendo las cosas a la
distancia, sabemos que inicialmente la posición del Imperio Brasileño fue más
ventajosa, pero una serie de victorias obtenidas por las armas rioplatenses
como en Juncal el 9 de febrero de 1827, Bacacay el 13 de febrero de 1827, la
batalla de Ombú tres días después, Ituizangó el 20 de febrero, el 7 de marzo en
Patagones, constituyeron un triunfo virtual y un desequilibrio de la posición
del Imperio.
La falta de recursos
humanos y económicos impidió una definición de la contienda por la vía militar
por lo que se apeló a la instancia diplomática. La misión de Tomás Guido y Juan
Ramón Balcarce a Río de Janeiro dio como resultado la firma del acuerdo de paz
en septiembre de 1828 reconociendo y garantizando la independencia de la Banda
Oriental.
Fin, silencio y homenajes
El
gaucho Molina muere en Tandil el 30 de enero de 1830. Algunas versiones suponen que víctima de envenenamiento. Sus
restos fueron trasladados a Chascomús, donde con honras militares propias de su
grado, y misa de cuerpo presente, fue despedido.
Curiosamente
la misa fue pronunciada por el Presbítero Francisco de Paula Robles, el mismo
que era cura párroco en 1821 en la Capilla de Dolores, cuando el pueblo fue
asolado por el malón que encabezó.
En
Carmen de Patagones, el maragato Ángel Hechenleitner, cantor, músico, recopilador, investigador y
“soguero”, tiene montado el Museo privado “Gaucho Molina”, con referencias
sobre su historia.
Es autor también de la Milonga para Molina, en la que replantea
las ausencia de algunos en la historia nacional diciendo: ¿Qué apellido hay que tener / Para entrar en esta lista?
Milonga por Molina
(Autor:
Angel Hechenleitner)
Esta Milonga quiero
Para nombrarlo a Molina,
Porque la historia, se sabe
Es con los gauchos mezquina.
Su hazaña no he de contar
Pues de gauchos no sería,
La milonga que es mujer
Me va a decir su valía.
Los piratas de este puerto
Lehan envidiado la baquía,
pa`cruzar un mar de pampa
con instinto de guía.
Corta es la calle que nombra
Al gaucho José Molina,
¿quién sabe quién la eligió?
¡Saberlo me gustaría!
¿Qué apellido hay que tener
Para entrar en esta lista?
¡Fierro que fue el más mentao
anda afuera todavía!
Siempre hace falta algún gaucho
cuando la patria peligra,
¿Quién otro pondría el cuero
a la historia que es mezquina?
Anoche paso tu rastro,
tan cerca de mi memoria
¡que mi perro, que es de viento
Salió a torearle la sombra!
Esta Milonga quiero
Para nombrarlo a Molina,
Porque la historia, se sabe
Es con los gauchos mezquina.
Su hazaña no he de contar
Pues de gauchos no sería,
La milonga que es mujer
Me va a decir su valía.
Los piratas de este puerto
Lehan envidiado la baquía,
pa`cruzar un mar de pampa
con instinto de guía.
Corta es la calle que nombra
Al gaucho José Molina,
¿quién sabe quién la eligió?
¡Saberlo me gustaría!
¿Qué apellido hay que tener
Para entrar en esta lista?
¡Fierro que fue el más mentao
anda afuera todavía!
Siempre hace falta algún gaucho
cuando la patria peligra,
¿Quién otro pondría el cuero
a la historia que es mezquina?
Anoche paso tu rastro,
tan cerca de mi memoria
¡que mi perro, que es de viento
Salió a torearle la sombra!
Si querés escucharla
podés hacerlo en: https://www.youtube.com/watch?v=nO3hR8jBtUM
Dijo
el autor en una oportunidad: “hay un
pequeño pasaje estrecho que se llama G. Molina, que parecería ser Gustavo
Molina”, aunque es en homenaje al gaucho Molina, pero no es una calle y no
figura claramente como Gaucho Molina. “Fue
una figura tan controversial, tanto es así, que cuando se impuso ese nombre,
había vecinos que se oponían”.
Algo para acotar. En 1954, Juan Domingo Perón, en una emotiva ceremonia, le
devuelve al Paraguay los trofeos “conquistados” en la Guerra de la Triple
Alianza (1865-1870).
Ante ese hecho, Brasil ofreció a Carmen de Patagones asfalto
de varias de sus entonces pedregosas calles a cambio de recuperar las banderas
arrebatadas por las tropas argentinas en el Combate del Cerro La Caballada.
"No", respondieron los maragatos. Y allí
están. Como testigo mudo de la victoria.
Bibliografía
APP Noticias (2013). La gesta de
Patagones. http://www.appnoticias.com.ar/desarro_noti.php?cod=5217
APP Noticias. (2015). El gaucho Molina
fue parte de una realidad más compleja de lo que se piensa. http://appnoticias.com.ar/desarro_noti.php?cod=20834
BANCO PROVINCIA DE BUENOS AIRES. El combate de
Patagones. Museo Histórico Regional Emma Nozzi. 76 p. https://admin.emmanozzi.org/wp-content/uploads/2017/11/El-Combate-de-Patagones.pdf
BUSTOS, J.; IRUSTA, J. (2005). El
combate de Patagones. Ediciones Artesanales La Lámpara, Carmen de Patagones.
MUNICIPIO
DE PATAGONES. El combate de Patagones. https://patagones.gob.ar/es/el-combate-de-patagones.
PEREZ
MORANDO, H. (2008). El gaucho Molina y sus
"tragas". Rio Negro on line. http://www1.rionegro.com.ar/diario/cultural/2008/03/22/11926.php
RISSO,
C.R. El gaucho José Luis Molina. (2018).
http://carlosraulrisso-escritor.blogspot.com/2018/03/el-gaucho-jose-luis-molina.html
https://drive.google.com/file/d/10louSh3jmgeit2EDStcJ6EthE3Aevtyh/view?usp=sharing
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