domingo, 31 de octubre de 2021

El mensú. Homenaje a los obreros rurales

 


Don Atahualpa Yupanqui resumía con palabras sabias el resultado del esfuerzo de los obreros rurales: “Unos trabajan de trueno y es para otros la llovida”. Troperos, domadores en las pampas y desiertos; tomeros en los oasis regados; puesteros y pastores en las quebradas; hacheros en los montes; zafreros en los ingenios azucareros; jangaderos y cachapeceros en las barrancas y los ríos del litoral, o esquiladores en la Patagonia. Todos dejaron sembrados sangre sudor y lágrimas.

Muchos de estos oficios ya no existen y han sido reemplazados por otros sistemas agrícolas, pero algunos persisten dándole vida al campo, aunque muchos aún sufren salarios bajos.

Algunos tienen ventajas por ser “independientes”, pero la gran mayoría estuvieron (…y aún están), sometidos a regímenes laborales “regulados”, pero no controlados y sometidos a explotaciones y aprovechamiento por parte de las patronales, que al decir de don Alfredo Zitarrosa “y me habló de obligaciones, del trabajo y la nación, a mí que sembré en sus campos mi pobreza y mi sudor”.

En homenaje a todos ellos, y los no citados (porque la lista es inmensa), voy a recopilar la historia y vida de quienes sufrieron todas las penas que se pueden imaginar: el mensú, aquel que cosechaba yerba mate en el monte.

 

¿Quiénes eran y cómo vivían los mensúes?

Mensú es un término adaptado al guaraní que proviene de la palabra española "mensual", referida a la frecuencia del pago del salario.  También fueron llamados popularmente, por influencia del idioma portugués, tareferos o tariferos.

Es el nombre que recibe el cosechador de yerba mate en Paraguay y las provincias argentinas de Corrientes y Misiones. Desde fines del siglo XIX, cuando comenzaron las plantaciones de yerba mate, el trabajo del mensú ha sido asimilado a un régimen servil o semi-esclavo.

El origen de esta práctica tiene lugar en la segunda mitad de los años 1870, unos pocos años después de finalizada la fatídica Guerra de la Triple Alianza que dejó al país en ruinas. Dada la desesperante situación económica, era imperiosa la necesidad de conseguir capital para impulsar de nuevo la economía.

Fue por esto que los gobiernos de turno vendían enormes cantidades de tierras a precios casi de regalo a empresarios, generalmente brasileros y argentinos. Así nacen los inmensos yerbales del Alto Paraná.

La localidad de Itakyry (Paraguay), ubicada a 120 kilómetros al norte de Ciudad del Este, fue escenario de hechos de cruel explotación y miseria, que pocos conocen en profundidad. Es la historia de todo un pueblo que vivió explotado en sus tierras, con la aprobación de la Ley de subaste de Tierras de 1885. Hoy ya no quedan yerbatales (o yerbales), en esos pagos: todo es soja

Los mensúes solían ser reclutados por contratistas en puestos ubicados en cercanías a los puertos fluviales y transportados a las plantaciones donde eran instalados en barracas inhabitables.

Se alojaban hasta tres o cuatro familias en pequeños ranchos miserables. Los solteros dormían en el suelo, a la intemperie bajo enramadas ya que no había lugar para alojarlos en los ranchos, teniendo que aguantar los rigores del tiempo.

Se encontraban afectados por insectos de la región como la tunga (una especie de pulga muy agresiva), además de padecer de tuberculosis, paludismo y sífilis.

El yerbal era inmenso. Ninguno conocía sus límites. El poder del capataz se extendía implacable sobre toda la extensión del feudo, a través de mayordomos y capangas (capataces de alto nivel de crueldad con los obreros).

Nadie lograba escapar con vida de los yerbales de Tacurú Pucú (hoy ciudad de Hernandarias), de modo que pocos soñaban con eso. La leyenda solo aumentaba cuando un desertor o “juido” quedaba a medio camino de su libertad pescado por los colmillos de los perros y los Winchester de los capangas.

A veces alguno volvía medio muerto delante de los caballos, atados con cuerdas a sus cuellos por un extremo y el otro en manos de sus captores, para terminar estaqueado, es decir, les ataban las mano y los pies con tiras de cuero mojado sobre los tacurú pucú (hormigueros altos).

Una vez que el cuero se secaba, al retraerse les cortaba la piel de las manos y los pies, y las hormigas hacían el resto, ante el terror impotente de sus compañeros. Todos estaban bajo el poder de las balas, el cuchillo o el látigo.

La vida no valía absolutamente nada y se les iba día a día en el acarreo del raído, que envolvía a las más de ocho arrobas que cargaba sobre sus espaldas desde las plantaciones por leguas y leguas.

Si tenemos en cuenta que cada arroba equivale a 11,5 kilogramos, vemos que aquellos hombre escuálidos, mal alimentados y muchas veces enfermo, trasportaba más de 90 kilogramos en cada acarreo, de sol a sol, sin interrupción y sin relevo, sin importar si era de madrugada o si llovía o si eran niños, y todos los días del año, con un solo día de descanso: el Viernes Santo.

Esta práctica se fue desdibujando recién hacia los años 50 del siglo XX.

El sistema de “enganche”

Los mensúes recibían un anticipo (en dinero, ropas, bebidas y costos del viaje), que constituía el primer engaño y el más importante instrumento de retención de la mano de obra que los obligaba a obtener sus bienes de consumo en los almacenes o proveedurías de la misma empresa, la cual fijaba precios desmedidos para someterlos a la condición de eternos deudores. De este se veían obligados a continuar trabajando hasta cancelar sus deudas. 

A todos les pasaba lo mismo, por mas que trabajasen todos los días de su vida, solo ganaban para salvar los gastos de la comida y de ese poquito “de olvido” que era la caña. Las ropas costaban más de diez veces su valor real, por eso la deuda del anticipo quedaba siempre intacta.

Los intentos de abandonar las plantaciones eran castigados con azotes o la muerte, y era una práctica habitual la violación de las mujeres de los mensúes por parte de los capataces (…que se hacía llamar Dios), y gerentes de las plantaciones. El trato era bestial, allí vivían y morían muy jóvenes y analfabetos casi en su totalidad.

 

El Estado en su defensa

José Elías Niklison, un agente del Departamento Nacional del Trabajo, enviado para informar sobre las condiciones laborales en Misiones en 1914, señalaba que la “Bajada Vieja”, que enlazaba el centro de Posadas con el puerto, “se trataba de una fatigosa e interminable sucesión de construcciones de madera, mezquinas y sucias que sirven de asiento a tabernas y burdeles”.

A su alrededor se movía una masa de peones, conchabadores, patrones e industriales, que pintaban un paisaje social dinámico y pintoresco.

 “…no he encontrado un solo tarifero (sic) que después de diez años de tan bestiales tareas haya permanecido en condiciones de acometer cualquier empeño que demande el menor empleo de energías. Físicamente deformados, consumidos, lastimados, como ellos dicen con acento y miradas impregnadas de profunda tristeza, quedan reducidos, en la flor de la edad, a ruinas vivientes, a verdaderos andrajos sociales.

 A tal altura de la vida, al tarifero no le queda otro recurso, si no quiere mendigar el sustento o morir de hambre, que establecerse como bolichero en los centros de conchabo o enrolarse como cocinero en las cuadrillas obreras de su procedencia”.

A partir del gobierno de Hipólito Yrigoyen en 1916, los mensúes en Argentina comenzaron a tener una cierta libertad para organizarse sindicalmente, que llevaron en los años 1920 a grandes luchas y huelgas a cruentas represiones en la zona del Alto Paraná.

Los escasos reglamentos que contemplaban la situación de los peones, no eran cumplidos porque no existían mecanismos administrativos locales que los pusieran en práctica y ello otorgaba libertad para que se cometieran todo tipo de excesos por parte de los contratistas y patrones.

Este sistema de extracción estaba sustentado además por un peculiar modo de apropiación de los terrenos, basado en la adquisición de grandes extensiones de tierras facilitadas por el estado a particulares con buenas relaciones con la clase dirigente local.

Tal mecanismo condicionó en el futuro la oportunidad de adquisición y tenencia de la tierra a otros sectores de la población.

El saqueo sistemático en la extracción de la yerba agotó las plantaciones silvestres y derivó en su extinción, que juntamente con el desarrollo de la modalidad de cultivo, ayudaron al ocaso de este tipo de economía.

Con la llegada del peronismo en 1946 y la organización de una extensa red de policía de trabajo las empresas que utilizaban la mano de obra esclava del mensú comenzaron a reducirse hasta desaparecer prácticamente y ser reemplazadas por las modernas plantaciones, en las que las condiciones de trabajo varían en su calidad, pero en la que ya no se registran condiciones de esclavitud.

Reconocimientos y homenajes

Decenas de escritores, cineastas, autores y compositores honraron la figura del mensú, sin embargo, tal vez, la más reconocida popularmente fue la de Ramón Ayala (Ramón Gumercindo Cidade), y su hermano Vicente Cidade (misioneros ellos pero llegados a Buenos Aires a muy temprana edad), donde aparece el grito neike utilizado por los capangas “para infundir ánimo”.

                  El Mensú (Galopa)

(Ramón y Vicente Cidade)


Selva, noche, luna, pena en el yerbal
El silencio vibra en la soledad
Y el latir del monte quiebra la quietud
Con el canto triste del pobre mensú

 

Yerba verde, yerba en tu inmensidad
Quisiera perderme para descansar
Y en tus hojas frescas encontrar la miel
Que mitigue el surco del latigo cruel

¡Neike! ¡neike!
El grito del kapanga va resonando
¡Neike! ¡neike!
Fantasma de la noche que no acabo
Noche mala, que camina hacia el alba de la esperanza
Día bueno que forjarán los hombres de corazón

Río, viejo río que bajando va
Quiero ir contigo en busca de hermandad
Paz para mi tierra cada día mas

Roja con la sangre del pobre mensú 

Tal vez si acompañamos este relato con el canto de alguno de nuestros intérpretes entendamos mejor al mensú. Elijan el suyo:

Ramón Ayala: https://www.youtube.com/watch?v=6QylYqK3q3c

Horacio Guarany: https://www.youtube.com/watch?v=rooPdCgdhUY

Ramona Galarza: https://www.youtube.com/watch?v=8FbLGF8ajZQ

Los manseros santiagueños: https://www.youtube.com/watch?v=nPXAI5xmus4

Daniel Toro: https://www.youtube.com/watch?v=zaCh7FwUqtQ

Vitale y Baglietto: https://www.youtube.com/watch?v=hxAz3m3qBZU


En Posadas (Misiones), se encuentra el museo y monumento al mensú situado en el antiguo barrio de la capital misionera aledaño al río Bajada Vieja, que antaño supo ser el camino obligado al puerto, donde se cargaban las mercaderías que se enviaban a los obrajes del Alto Paraná. 

 

Bibliografía

ADORNI, A. "El mensú" en el cine y la literatura de la primera mitad de siglo XX: una aproximación al contexto de producción de la canción homónima (1956) de Ramón Ayala. Instituto de Artes del Espectáculo. Facultad de Filosofía y Letras (Universidad de Buenos Aires). eventosacademicos.filo.uba.ar

 

GÓMEZ DE LA FUENTE PRIMERANO, H. (2017). Los mensú ¿quiénes eran? Asociación Cultural Manduará https://www.facebook.com/ asociacion. manduara/posts/ 10155070920251458/

 

NUÑEZ, L. (Comp.). El Mensú, una historia de esclavitud argentina. http://comunidadeconomica.com.ar/i/C/E-M/em.html

 

POENITZ, A. (2015). El mensú según un informe oficial de 1914. https://www.elterritorio.com.ar/noticias/2015/

 

WIKIPEDIA. El mensú. https://es.wikipedia.org/wiki/Mens%C3%BA

 

 


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