Don Atahualpa Yupanqui resumía con palabras sabias el resultado del esfuerzo de los obreros rurales: “Unos trabajan de trueno y es para otros la llovida”. Troperos, domadores en las pampas y desiertos; tomeros en los oasis regados; puesteros y pastores en las quebradas; hacheros en los montes; zafreros en los ingenios azucareros; jangaderos y cachapeceros en las barrancas y los ríos del litoral, o esquiladores en la Patagonia. Todos dejaron sembrados sangre sudor y lágrimas.
Muchos de
estos oficios ya no existen y han sido reemplazados por otros sistemas
agrícolas, pero algunos persisten dándole vida al campo, aunque muchos aún
sufren salarios bajos.
Algunos
tienen ventajas por ser “independientes”, pero la gran mayoría estuvieron (…y
aún están), sometidos a regímenes laborales “regulados”, pero no controlados y
sometidos a explotaciones y aprovechamiento por parte de las patronales, que al
decir de don Alfredo Zitarrosa “y me habló de obligaciones, del
trabajo y la nación, a mí que sembré en sus campos mi pobreza y mi sudor”.
En homenaje a todos ellos, y los no citados (porque la lista
es inmensa), voy a recopilar la historia y vida de quienes sufrieron todas las
penas que se pueden imaginar: el mensú, aquel que cosechaba yerba mate en el
monte.
¿Quiénes eran y cómo vivían los mensúes?
Mensú es
un término adaptado al guaraní que proviene de la palabra española "mensual",
referida a la frecuencia del pago del salario.
También fueron llamados popularmente, por influencia del idioma
portugués, tareferos o tariferos.
Es el nombre que recibe el cosechador de yerba mate
en Paraguay y
las provincias argentinas de Corrientes y Misiones. Desde fines del siglo XIX,
cuando comenzaron las plantaciones de yerba mate, el trabajo del mensú ha sido asimilado
a un régimen servil o semi-esclavo.
El origen de esta práctica
tiene lugar en la segunda mitad de los años 1870, unos pocos años después de
finalizada la fatídica Guerra de la Triple Alianza que dejó al país en ruinas.
Dada la desesperante situación económica, era imperiosa la necesidad de
conseguir capital para impulsar de nuevo la economía.
Fue por esto que los
gobiernos de turno vendían enormes cantidades de tierras a precios casi de
regalo a empresarios, generalmente brasileros y argentinos. Así nacen los
inmensos yerbales del Alto Paraná.
La localidad de Itakyry
(Paraguay), ubicada a 120 kilómetros al norte de Ciudad del Este, fue escenario
de hechos de cruel explotación y miseria, que pocos conocen en profundidad. Es
la historia de todo un pueblo que vivió explotado en sus tierras, con la
aprobación de la Ley de subaste de Tierras de 1885. Hoy ya no quedan yerbatales
(o yerbales), en esos pagos: todo es soja
Los mensúes solían ser reclutados por contratistas en puestos ubicados
en cercanías a los puertos fluviales y transportados a las plantaciones donde
eran instalados en barracas inhabitables.
Se alojaban hasta tres o cuatro familias en pequeños ranchos miserables.
Los solteros dormían en el suelo, a la intemperie bajo enramadas ya que no
había lugar para alojarlos en los ranchos, teniendo que aguantar los rigores
del tiempo.
Se encontraban afectados por insectos de la región como la tunga
(una especie de pulga muy agresiva), además de padecer de tuberculosis,
paludismo y sífilis.
El yerbal era inmenso.
Ninguno conocía sus límites. El poder del capataz se extendía implacable sobre
toda la extensión del feudo, a través de mayordomos y capangas (capataces de
alto nivel de crueldad con los obreros).
Nadie lograba escapar con
vida de los yerbales de Tacurú Pucú (hoy ciudad de Hernandarias), de modo que
pocos soñaban con eso. La leyenda solo aumentaba cuando un desertor o “juido”
quedaba a medio camino de su libertad pescado por los colmillos de los perros y
los Winchester de los capangas.
A veces alguno volvía medio
muerto delante de los caballos, atados con cuerdas a sus cuellos por un extremo
y el otro en manos de sus captores, para terminar estaqueado, es decir, les
ataban las mano y los pies con tiras de cuero mojado sobre los tacurú pucú
(hormigueros altos).
Una vez que el cuero se
secaba, al retraerse les cortaba la piel de las manos y los pies, y las
hormigas hacían el resto, ante el terror impotente de sus compañeros. Todos
estaban bajo el poder de las balas, el cuchillo o el látigo.
La vida no valía absolutamente
nada y se les iba día a día en el acarreo del raído, que envolvía a las más de
ocho arrobas que cargaba sobre sus espaldas desde las plantaciones por leguas y
leguas.
Si tenemos en cuenta que
cada arroba equivale a 11,5 kilogramos, vemos que aquellos hombre escuálidos,
mal alimentados y muchas veces enfermo, trasportaba más de 90 kilogramos en
cada acarreo, de sol a sol, sin
interrupción y sin relevo, sin importar si era de madrugada o si llovía o si
eran niños, y todos los días del año, con un solo día de descanso: el
Viernes Santo.
Esta práctica se fue
desdibujando recién hacia los años 50 del siglo XX.
El sistema de “enganche”
Los mensúes recibían un anticipo (en dinero, ropas, bebidas y costos del viaje), que constituía el primer engaño y el más importante instrumento de retención de la mano de obra que los obligaba a obtener sus bienes de consumo en los almacenes o proveedurías de la misma empresa, la cual fijaba precios desmedidos para someterlos a la condición de eternos deudores. De este se veían obligados a continuar trabajando hasta cancelar sus deudas.
A todos les pasaba lo
mismo, por mas que trabajasen todos los días de su vida, solo ganaban para
salvar los gastos de la comida y de ese poquito “de olvido” que era la caña.
Las ropas costaban más de diez veces su valor real, por eso la deuda del
anticipo quedaba siempre intacta.
Los intentos de abandonar las plantaciones eran castigados con azotes o
la muerte, y era una práctica habitual la violación de las mujeres de los
mensúes por parte de los capataces (…que se hacía llamar Dios), y gerentes de
las plantaciones. El trato era bestial, allí vivían y morían muy jóvenes y
analfabetos casi en su totalidad.
El Estado en su defensa
José
Elías Niklison, un agente del Departamento Nacional del Trabajo, enviado para
informar sobre las condiciones laborales en Misiones en 1914, señalaba que la
“Bajada Vieja”, que enlazaba el centro de Posadas con el puerto, “se trataba de una fatigosa e interminable
sucesión de construcciones de madera, mezquinas y sucias que sirven de asiento
a tabernas y burdeles”.
A su
alrededor se movía una masa de peones, conchabadores, patrones e industriales,
que pintaban un paisaje social dinámico y pintoresco.
“…no he encontrado un solo tarifero (sic) que
después de diez años de tan bestiales tareas haya permanecido en condiciones de
acometer cualquier empeño que demande el menor empleo de energías. Físicamente
deformados, consumidos, lastimados, como ellos dicen con acento y miradas
impregnadas de profunda tristeza, quedan reducidos, en la flor de la edad, a
ruinas vivientes, a verdaderos andrajos sociales.
A tal altura de la vida, al tarifero no le
queda otro recurso, si no quiere mendigar el sustento o morir de hambre, que
establecerse como bolichero en los centros de conchabo o enrolarse como
cocinero en las cuadrillas obreras de su procedencia”.
A partir del gobierno de Hipólito Yrigoyen en 1916, los mensúes en
Argentina comenzaron a tener una cierta libertad para organizarse
sindicalmente, que llevaron en los años 1920 a
grandes luchas y huelgas a cruentas represiones en la zona del Alto Paraná.
Los escasos reglamentos que
contemplaban la situación de los peones, no eran cumplidos porque no existían
mecanismos administrativos locales que los pusieran en práctica y ello otorgaba
libertad para que se cometieran todo tipo de excesos por parte de los
contratistas y patrones.
Este sistema de extracción estaba
sustentado además por un peculiar modo de apropiación de los terrenos, basado
en la adquisición de grandes extensiones de tierras facilitadas por el estado a
particulares con buenas relaciones con la clase dirigente local.
Tal mecanismo condicionó en el futuro
la oportunidad de adquisición y tenencia de la tierra a otros sectores de la
población.
El saqueo sistemático en la extracción
de la yerba agotó las plantaciones silvestres y derivó en su extinción, que
juntamente con el desarrollo de la modalidad de cultivo, ayudaron al ocaso de
este tipo de economía.
Con la llegada del peronismo en 1946 y la
organización de una extensa red de policía de trabajo las empresas que
utilizaban la mano de obra esclava del mensú comenzaron a reducirse hasta
desaparecer prácticamente y ser reemplazadas por las modernas plantaciones, en
las que las condiciones de trabajo varían en su calidad, pero en la que ya no
se registran condiciones de esclavitud.
Reconocimientos y homenajes
Decenas de escritores, cineastas, autores y compositores honraron la figura
del mensú, sin embargo, tal vez, la más reconocida popularmente fue la de Ramón
Ayala (Ramón Gumercindo Cidade), y su hermano Vicente Cidade (misioneros ellos pero
llegados a Buenos Aires a muy temprana edad), donde aparece el grito neike utilizado por los capangas “para
infundir ánimo”.
El
Mensú (Galopa)
(Ramón y Vicente
Cidade)
Selva, noche, luna, pena en el yerbal
El silencio vibra en la soledad
Y el latir del monte quiebra la quietud
Con el canto triste del pobre mensú
Yerba verde, yerba en tu inmensidad
Quisiera perderme para descansar
Y en tus hojas frescas encontrar la miel
Que mitigue el surco del latigo cruel
¡Neike! ¡neike!
El grito del kapanga va resonando
¡Neike! ¡neike!
Fantasma de la noche que no acabo
Noche mala, que camina hacia el alba de la esperanza
Día bueno que forjarán los hombres de corazón
Río, viejo río que bajando va
Quiero ir contigo en busca de hermandad
Paz para mi tierra cada día mas
Roja con la sangre del pobre mensú
Tal vez si acompañamos este relato con el canto de alguno
de nuestros intérpretes entendamos mejor al mensú. Elijan el suyo:
Ramón
Ayala: https://www.youtube.com/watch?v=6QylYqK3q3c
Horacio
Guarany: https://www.youtube.com/watch?v=rooPdCgdhUY
Ramona
Galarza: https://www.youtube.com/watch?v=8FbLGF8ajZQ
Los
manseros santiagueños: https://www.youtube.com/watch?v=nPXAI5xmus4
Daniel
Toro: https://www.youtube.com/watch?v=zaCh7FwUqtQ
Vitale
y Baglietto: https://www.youtube.com/watch?v=hxAz3m3qBZU
En Posadas
(Misiones), se encuentra el museo y monumento al mensú situado en el antiguo
barrio de la capital misionera aledaño al río Bajada Vieja, que
antaño supo ser el camino obligado al puerto, donde se cargaban las mercaderías
que se enviaban a los obrajes del Alto Paraná.
Bibliografía
ADORNI,
A. "El mensú" en el cine y la literatura de la primera mitad de siglo
XX: una aproximación al contexto de producción de la canción homónima (1956) de
Ramón Ayala. Instituto
de Artes del Espectáculo. Facultad de Filosofía y Letras (Universidad de Buenos
Aires). eventosacademicos.filo.uba.ar
GÓMEZ DE LA FUENTE PRIMERANO,
H. (2017). Los
mensú ¿quiénes eran? Asociación Cultural Manduará https://www.facebook.com/ asociacion. manduara/posts/ 10155070920251458/
NUÑEZ, L. (Comp.). El Mensú, una historia de
esclavitud argentina. http://comunidadeconomica.com.ar/i/C/E-M/em.html
POENITZ, A. (2015). El mensú según un informe oficial de
1914. https://www.elterritorio.com.ar/noticias/2015/
WIKIPEDIA.
El mensú. https://es.wikipedia.org/wiki/Mens%C3%BA
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