No ocurrió solo una vez que la historia oficial omita datos, acomode situaciones y arroje resultados falsos.
También es habitual que se
oculten identidades de criollos que lucharon por sus ideales en contra del
poder central. Uno de estos casos es el de José Santos Guayama, llamado “el
lagunero”, que con su tropa bien montada acompañó al Chacho Peñaloza y a Felipe
Varela.
No fue sanjuanino ni
mendocino ni puntano, “fue Huarpe” ,
y tal vez por eso su nombre se escucha solo en las lagunas de Guanacache y El
Rosario.
Esta es una breve recopilación de su vida y sus actos. Vida de lucha, pendencia y sufrimiento, y actos de valor y arrepentimientos.
Esta es una breve recopilación de su vida y sus actos. Vida de lucha, pendencia y sufrimiento, y actos de valor y arrepentimientos.
¿Quién fue “el lagunero”?
José de los Santos Guayama, "el hombre que murió nueve veces",
fue un célebre gaucho argentino. Fue uno de los líderes de la "rebelión lagunera", en
Guanacache (límite entre Mendoza, San Juan y San Luis).
Habría nacido entre 1830 y 1833 en una familia
de origen Huarpe, aunque ya acriollados, es decir gauchos. Su padre, Gregorio
Guayama, se había radicado en la zona aproximadamente en 1826, momento en el
que adquiere una finca llamada “Cruz de Jume” en el distrito Las Lagunas
(Guanacache), de allí su sobrenombre de “lagunero”.
Guayama
transcurrió su niñez y juventud en una zona precaria y olvidada, llena de
carencias. Resulta indudable, pues, que
la formación de su carácter guarda relación con las ínfimas condiciones del
terruño natal. Santos era alto, de buena
contextura física, tenía cabello renegrido y vestía a la usanza de los
paisanos, con poncho, chiripá y calzoncillo cribado. Se dice que era buen
cantor y mejor guitarrero.
Santos vivió en 1850 agregado a una familia a la
manera de lo que en esa época se entendía por “criado”. Al parecer presenció un
hecho de sangre con arma de fuego y una
muerte que lo marcó para siempre.
Tuvo dos hijos con una mujer llamada Agapita
González. Por esa época habría vivido en la Represa de Las Liebres. Resistió como bandolero durante varios años, hasta su captura y fusilamiento. Tras su muerte
fue y será objeto de culto popular en la región que habitara.
La rebelión lagunera
Se decía de las Lagunas de Huanacache (o
Guanacache) y del Rosario:
“…subsistía
allí un núcleo de cultura Huarpe con sus cultivos, tejidos, alimentos y bebidas
tradicionales, pescaban con canoas y redes, producían admirables artesanías
trenzando la totora y proveían sal, pescado y otras mercaderías a las
poblaciones cuyanas, sin embargo, aguas arriba, el aprovechamiento de los ríos
para riego fue convirtiendo en pantanos gran parte de los estanques naturales y
la zona sufrió un proceso de desertización. Algunos grupos indígenas llegaron
al lugar escapando a la destrucción de sus asentamientos, y fue un santuario
para perseguidos y desclasados de variada procedencia”.
Aquella zona fue "impenetrable" para la policía por más de 40 años. Cuando
aguas arriba, en el piedemonte mendocino, se cortó el agua que llegaban a las lagunas y
estas comenzaron a secarse, Santos Guayama lideró la "rebelión
lagunera" en 1860.
Su vida de montonero
Luego de
la batalla de Pavón en 1861, el unitarismo porteño bajo las órdenes de
Bartolomé Mitre, sugiere la absoluta destrucción de los focos federales del
interior, y para ello encarga tan nefasta acción a oficiales tales como Sandes,
Paunero e Irrazábal, para los cuales el fusilamiento sin juicio previo o el
paso a degüello serán las instancias predilectas que usarán para “civilizar” el
país.
Santos es un gaucho astuto y extraordinario jinete
y un día de 1862 traba amistad con
el caudillo federal Ángel Vicente “El Chacho” Peñaloza, de quien fue su
lugarteniente hasta su muerte en 1863.
En 1866,
en el marco de la revolución federal de los colorados, Felipe Varela llegó a
Jáchal. Guayama se le sumó con una partida de “Laguneros”. Varela consiguió
reorganizarse con 1.000 soldados. Pero desde ahí no podía con sus enemigos
unitarios Taboada y Arredondo.
Se retiró hasta Antofagasta de la Sierra mientras
esperaba que los federales de Antonio Latorre se le sumaran. Alcanzó a ocupar
Salta y Jujuy en octubre de 1867.
Allí cumplieron un papel importante las fuerzas “laguneras”, quedando diezmadas
pero no derrotadas. Habrían encontrar en su debilidad objetiva la voluntad
subjetiva de resistencia.
Guayama ocupó Orán, pero ya no le quedaban más de
100 hombres. Al final, cruzó con Elizondo la frontera.
La
cruzada federal de Felipe Varela luego de la muerte de El Chacho estaba en
marcha, y José de los Santos Guayama, lugarteniente de Varela en el combate de
Pozo de Vargas en 1867. Varela
“perdió” la batalla, pero Guayama y Elizondo salvaron una parte muy importante
de la caballería y muchas armas que les quitaron a las tropas de Antonino
Taboada.
Dentro de las varias letras que tiene la famosa
Zamba de Vargas, una de ellas recuerda a los “laguneros” de Guayama:
A la carga, a la carga
dijo Varela
Salgan los laguneros,
rompan trincheras
Rompan trincheras si,
dijo Varela
Carguen los laguneros de
dos en fondo
De dos en fondo si, dijo
Guayama
A la carga muchachos,
tengamos fama
Lanzas contra fusiles,
pobre Varela
Que bien pelean sus
tropas en la humareda
Otra cosa sería armas
iguales
Varela
asciende a Guayama al grado de Teniente Coronel. A partir de allí ya es
intensamente buscado por las autoridades de San Juan, Mendoza, La Rioja y San
Luis, todas provincias bajo regímenes liberales, y empiezan las andadas del
gaucho “lagunero”.
El 7 de
agosto de 1868 lo vemos atacando La
Rioja capital, pero es rechazado, aunque en el segundo intento el día 19 del
mismo mes, logra hacerse con la ciudad y el aprovisionamiento de 200 fusiles.
La victoria le saldrá a su encuentro también en Chilecito, días más tarde.
El
gobierno mitrista, siendo Domingo Faustino Sarmiento su Ministro de Guerra,
queda estupefacto ante los triunfos de Santos Guayama, por lo que da inicio al
exterminio definitivo, por medio de una “guerra de policía”, de las montoneras
federales del noroeste argentino. La consigna para el gobierno riojano aquel 20
de noviembre de 1868 fue terminante: “Ataque y destruya la montonera de
Guayama”.
Guayama se mantuvo un tiempo en Los Llanos
riojanos. Lo atacó el comandante Ricardo Vera y lo venció en El Garabato, en
febrero de 1869. El marzo lo atacó el mayor Antonio Loyola en Las
Jarillas.
Corre
la noticia de que Santos Guayama, Sebastián Elizondo y otros caudillos menores
se sometieron voluntariamente a las autoridades de La Rioja, pero aquello no
fue sino el producto de un sensacionalismo imaginario, dado que en abril de 1870 Guayama resurge en el pueblo de
Caucete (San Juan), junto a 200 hombres, ante la sorpresa de todos.
Gobernaba
la provincia de San Juan José María del Carril, el cual, sin perder tiempo,
ordenó perseguir tenazmente a la montonera gaucha con las fuerzas de la Guardia
Nacional a las órdenes del Comandante Villa.
La persecución duró un día entero, hasta que la Guardia Nacional sorprendió
en una hondonada a los huidizos gauchos de Guayama que se encontraban acampando
allí.
El
ataque furtivo y sorpresivo los desbandó, haciéndoles perder prácticamente toda
la caballada. Se sabe que del escollo José de los Santos Guayama pudo escapar
por la Quebrada de Guayaupa, acompañado de un asistente.
A partir
de allí impera el más absoluto silencio en torno a Guayama. Nadie logra dar con este representante del
federalismo criollo. El último dato
obtenido era que andaba oculto con solamente cinco de sus montoneros. Las
profundas desapariciones de Santos Guayama motivaron que en más de una ocasión
se detuviera a personas de similar aspecto para ser luego fusilados, todo por
creer que al fin se había dado con él.
En este
sentido, el Gobernador de Mendoza, Arístides Villanueva, creyó tomarlo
prisionero en la localidad sanjuanina de Santa Clara. Villanueva no solamente incurrió en una
invasión jurisdiccional contra San Juan sino que, además, fusiló dos sujetos
pensando que uno de ellos era Guayama y el otro alguno de sus
colaboradores.
En enero de 1871,
Guayama estaba operando en San Luis, cuyo gobierno pidió a Mendoza y San Juan
una acción combinada. Era jefe de policía en San Juan, Benjamín Bates, quien
envió al comandante Francisco Vila a atacar a Guayama.
Lo alcanzó en la Punta
del Médano. En ese momento, Guayama con su gente asaltaban una tropa de carros.
El guerrillero logró fugarse con 200 hombres. Vila y su gente mataron 23
montoneros y tomaron 29 prisioneros, pero no lo alcanzaron a Guayama.
Un hombre de Vila, el Mayor Carrizo, informó al
intendente general de policía, el Mayor Agustín Gómez (más tarde gobernador de
San Juan), que la policía de Las Lagunas protegía a Guayama hacia el sur, del
lado mendocino.
En febrero de 1872
volvió a aparecer en Caucete y Cochagual. Tres presuntos colaboradores de
Guayama fueron detenidos en San Juan. Eran los hermanos Castro, Gregorio Correa
y Salvador Merlo.
El 21 de febrero de 1872, el ministro de guerra de
Sarmiento, Martín de Gainza, ordenó la represión y escarmiento. Gainza no le
reconoce que se trate de un caudillo político, y dice que por esa razón está
impune. Gainza dice que Guayama, es “salteador
de caminos”, y por esa razón “está
fuera de ley de la Naciones”.
Es el
concepto de Sarmiento: “la constitución y las libertades están para los hombres
de opinión que difunden sus escritos por la prensa, para masa popular está la
policía de seguridad y el código penal”.
Guayama contestaba a sus críticos: “Pero amigo, yo nunca maté a nadie… cuando
veo que la gente no tiene pa’ comer y los que pueden dar, son mezquinos y comen
ellos solos… yo les quito a esos pa’ darle a los necesitaos… Yo no asalto, ni
mato a nadie pa’ juntar y engañar a mi gente. Ellos me siguen porque no tienen
trabajo y yo les doy de comer… Y si me siguen… mejor”.
Guayama (que
cuatrereaba y robaba contrabando ajeno), se apoderó de unas 80 mulas, y con una
caballada muy grande y 50 hombres se fue hacia la frontera. Dos vecinos
cuyanos (Escudero y Ceretti), fueron asaltados por el invicto “lagunero” que
les exigió rescate en onzas de oro.
En octubre de 1872 merodeó entre Puente del Inca y
Uspallata. Luego retornó a Las Lagunas. Una partida enviada desde San Juan,
ultimó a José del Carmen Valenzuela, que era en esa época, el segundo de
Guayama.
En febrero de 1873
apareció en la Sierra de Minas en Los Llanos. El juez de paz de Ulapes retuvo a
9 guerrilleros. Una comisión policial puntana entró en San Juan y avanzó
hasta Caucete tratando de alcanzar a Guayama. Pero en lugar de capturarlo o
exterminarlo a este y a su gente, lo que hicieron los policías puntanos fue
robar caballos, además de degollar a un hombre y a un niño.
El gobierno sanjuanino no podía dar caza a Guayama,
recriminaba al Gobernador mendocino Villanueva por mentiroso y tenía que
protestar ante el gobierno de San Luis porque quedaba demostrado que era peor
la policía que cualquier bandidaje.
Cuando
Domingo Faustino Sarmiento gobernaba el país, una vez más, aparece Guayama en
Caucete, durante los primeros meses de 1874.
Algunas crónicas indican que Guayama promocionaba por algunos ranchos
sanjuaninos la candidatura de Carlos Tejedor (quien fuese después Gobernador de
Buenos Aires), para presidente de la República a partir de 1874. Otros lo emparentaron haciendo favores en
“actos comiciales bravos”, rozándose, según parece, con destacados elementos de
la política cuyana.
El
Coronel de caballería don Agustín Gómez fue elegido gobernador de la provincia
de San Juan a inicios de 1878. Antes
había sido Intendente General de Policía e Inspector General de Milicias,
cargos desde los cuales intervino en cuanta misión de responsabilidad le cupo,
entre ellas la de perseguir numerosas veces a la montonera federal de Santos
Guayama.
No
obstante ello, en lo que en principio pareció ser algo insólito, Gómez solicitó
ayuda a Guayama para que le sumara los votos de sus numerosos amigos, a lo que
Guayama accedió. Pero esta apacible
convivencia entre el “lagunero” y la gobernación sanjuanina duró muy poco. Una de las primeras medidas tomadas por el
Coronel Gómez fue librar una lucha sin cuartel contra lo que llamó “el gauchaje
salteador”.
La amistad con el Cura Brochero
Uno de los episodios más insólitos que la
patria gaucha nos ha dejado durante su existencia fueron los misteriosos y
míticos encuentros que, en medio de los montes riojanos, mantuvieron el cura
José Gabriel del Rosario Brochero y el Teniente Coronel montonero Santos
Guayama.
Brochero, que conocía sus andanzas siempre le
tuvo estima y respeto al gaucho rebelde, y por eso le insistió para que
regresara a la “vida normal”. Las montoneras hacía rato que se había
silenciado, si bien varios de sus caudillos permanecían escondidos por
desconfianza, temiéndoles a las “civilizadas” autoridades que los buscaban por
cielo y tierra para exterminarlos.
El cura gaucho estaba próximo a inaugurar una
Casa de Ejercicios Espirituales en la Villa del Tránsito (hoy Villa Cura
Brochero, Córdoba), promediando el año
1877.
José Gabriel Brochero anhelaba inaugurar las
sesiones espirituales contando con la presencia de su amigo José Santos
Guayama, el viejo guerrero de la montonera gaucha que era perseguido tenazmente
por las tropas unitarias. En un célebre documento en que enumera a los cuatro
grandes amigos de su vida, Brochero incluye a Guayama.
Pero no iba a ser sencillo atraer al indómito montonero para que sea parte de la inauguración de la Casa de Ejercicios que había montado, con mucho esfuerzo, el cura Brochero, pues Santos Guayama era un prófugo de la ley y porque su cabeza tenía precio.
Pero no iba a ser sencillo atraer al indómito montonero para que sea parte de la inauguración de la Casa de Ejercicios que había montado, con mucho esfuerzo, el cura Brochero, pues Santos Guayama era un prófugo de la ley y porque su cabeza tenía precio.
Brochero buscó infructuosamente la redención de
su amigo y se internó en el desierto, en su zona de influencia realizando una
inmensa tarea evangelizadora que podía costarle la vida. El presbítero Pedro
Aguirre López llegó a hablar así del cura gaucho:
“Su enjundia de sacerdote y hombre criollo
aparece en toda la prestancia del apóstol abnegado y celoso, que olvida los
peligros para conquistar un alma para el bien y el honor. Nadie, ningún jefe
militar, ningún civil, ningún sacerdote, se habría atrevido a internarse en el
desierto en búsqueda de la oveja perdida. Sólo Brochero pudo hacerlo”.
Según Ramón J. Cárcano “Brochero se propuso
desarmarlo y hacerlo entrar a la vida civilizada de trabajo y de sosiego” a
Guayama. Vagó varios días en solitario
el cura criollo por La Rioja, acompañado únicamente por su pensamiento
cristiano de ayuda al prójimo. Hay otra versión que indica que Brochero se
dirigió a La Rioja acompañado por Rafael Ahumada, un colaborador suyo.
En esas largas jornadas, los resultados fueron
nulos, hasta que un buen día se topó con algunos gauchos que lo conocían a
Guayama.
Brochero les interrogaba por su jefe, pero un
misterioso silencio impedía ubicar el sitio exacto donde se hallaba refugiado,
sin embargo, jamás se dio por vencido, de allí sus persistentes caminatas en
medio del monte y campos despoblados.
Cuando los objetivos de su tarea misional
empezaban a flaquear, dio con un hombre que era amigo y servidor del gaucho
montonero. Esta persona era un hombre de confianza de Guayama, y como tal le
prometió conducirlo hasta donde se encontraba, no sin antes prevenirle sobre
los riesgos que eso podía acarrearle al cura gaucho.
Se asegura que éste consintió la situación sin
pensarlo dos veces. José de los Santos Guayama ya había sido notificado de la
presencia de Brochero, por tal motivo sugirió que el inminente encuentro se
realice en un bosque espeso e impenetrable. El cura se apareció en el lugar
indicado de forma puntual, pero el gaucho montonero no asistió a la cita.
Algunas crónicas señalan que Santos Guayama desconfiaba del cura ya que creía
ver en él un hombre manso que se traía consigo una celada para capturarlo.
El sacerdote, por cierto, no era de esos.
Brochero quería atraer a los antiguos montoneros que aún sobrevivían para que
no sigan muriendo envueltos en la impunidad.
Pasados algunos días del primer encuentro
fallido, el cura Brochero volvió a tratar de encontrarse con Guayama, quien
aceptó nuevamente el convite. Esta vez, el religioso iría acompañado del amigo
de Guayama que encontró apenas pisó suelo riojano y que le previno de los
riesgos en que incurría su misión.
En esta ocasión, su escolta haría de
intermediario entre el cura y Guayama. Arribados al lugar pactado, ni rastros
había del Teniente Coronel montonero. Entonces Brochero y el amigo de Guayama
trazaron un plan: aquél se quedaría en el lugar donde se iba a llevar a cabo la
ansiada reunión, mientras que éste, experto baqueano de la zona, trataría de
hallar a Guayama y traerlo ante la presencia de Brochero. Y así hicieron,
nomás. Como a 200 metros fue encontrado el desconfiado gaucho “lagunero”, que
hacía un buen rato espiaba de lejos a su compañero y al cura.
Ya anochecía en medio de la nada los dos
hombres, hablaron largo y tendido. Nadie quiso interrumpir ese momento sublime,
de allí la soledad que los rodeó. Brochero aseguró que lo sorprendió la cultura
y la corrección en el habla que mostraba Guayama, y que, incluso, demostraba cierta elegancia en
el vestir. Tenía en la ocasión, asegurará el propio Brochero años más tarde, un
chaleco blanco de piqué y gran cadena de oro.
En el transcurso de la entrevista, que fue
larga, Guayama acusa signos de remordimiento que quedarán plasmados en una
serie de extensos versos que transcribe para dárselos, luego, a Brochero.
Las propuestas que le hizo el cura Brochero al ex lugarteniente de
Felipe Varela eran generosas. Le prometió entregarle una estancia con numerosa
hacienda, dándole una fuerte participación en sus productos, lo que conseguiría
de un acaudalado propietario de su Departamento (San Alberto), en la provincia
de Córdoba. Al mismo tiempo, Brochero ofreció pagarle todas sus deudas y
conseguirle un indulto por parte del Gobierno Nacional. Aseguran que Santos
Guayama, agobiado por las persecuciones le pidió más que nada por esto último.
Lo único que consta con certeza es que Brochero invitó a Guayama a
los Ejercicios, y que Guayama aceptó, aunque sabiendo que estaba fuera de la
ley, podía ser prendido por cualquiera y sometido al último suplicio. Santos le
pidió entonces al cura que para ir a los Ejercicios necesitaba de un
salvoconducto otorgado por el Presidente de la República (Nicolás Avellaneda),
documento que tan sólo él podía conseguirle. El cura se comprometió a ello y se
despidieron.
El general Julio Argentino Roca, ungido como ministro de Guerra
durante ese mismo año de 1877, ante la requisitoria que le hizo Brochero por el
indulto para su amigo Guayama, respondió que por parte del Gobierno Nacional no
se le molestaría, pero que esto mismo no podía asegurarle respecto a la acción
común que podría entablarse ante los tribunales ordinarios. Nunca se conseguiría
un indulto ni un salvoconducto porque no había voluntad política para perdonar
a los gauchos montoneros.
El esforzado Brochero fue en busca de Guayama una vez más, quizás
para darle tranquilidad o para darle esperanzas de que algún día su vida
dejaría de correr peligro.
Este nuevo encuentro en los montes fue en vano, ya que Guayama
mantuvo con firmeza su desconfianza. Ni él ni sus hombres irán a la flamante
Casa de Ejercicios Espirituales del cura Brochero en Córdoba, seguramente por
temerle a la autoridad.
Captura y muerte del “lagunero”
Como era común en los bandoleros populares, Guayama "robaba y repartía", protegiendo a los más pobres. Un
dato curioso son los numerosos informes sobre las "muertes" de Santos.
Se han registrado por lo menos nueve comunicados oficiales sobre su muerte, lo
que confirmaría la obsesión por librarse de él. Arístides Villanueva puso especial empeño, sin lograrlo.
Confiado
de que poco y nada le sucedería luego de haber colaborado en el triunfo del
Coronel Gómez en las elecciones para Gobernador, Santos Guayama bajó sus
defensas y fue entonces que una partida de 15 soldados, a cuyo frente se
encontraba el capitán Mateo Cano, lo detiene una mañana de diciembre de 1878 en
la casa de un amigo en la Capital de San Juan.
Enseguida
es trasladado al cuartel de San Clemente donde se le labró un sumario que,
misteriosamente, desapareció con el tiempo, tal vez debido a ciertas
declaraciones muy comprometedoras para personas de hondo arraigo en la sociedad
sanjuanina.
Acusado
de “coimear” a una parte de los guardias y, por ende, de encabezar un motín
(jamás probado dentro del cuartel donde se hallaba detenido), José Santos
Guayama y dos supuestos cómplices fueron fusilados el martes 4 de febrero de
1879. Tenía entre 46 y 49 años.
El
periódico “La Unión” del 6 de febrero pone en tela de juicio el procedimiento
llevado a cabo, al señalar lo que sigue: “Guayama
y los dos soldados han muerto fusilados por orden del mayor de la Guardia
Municipal, porque, se dice, que este cuerpo intentaba una sublevación. Si es así, nosotros negamos desde luego la
facultad que se ha atribuido el mayor al mandar ejecutar a Guayama y los
soldados; como se sabe, Guayama estaba sometido a la justicia ordinaria y todo
hecho y tentativa por parte de aquél a libertarse, debía ser comunicado al juez
que conocía en la causa, para que ordenara las medidas que el caso reclamara,
para lo cual tiene facultad”.
Y
agregaba: “Pero nunca se puede admitir
que un jefe militar arranque de un juez natural los presos confinados a su
custodia y proceder a ejecutar en él, sentencia de muerte. El mayor que ha
ordenado la ejecución del martes no ha podido pasar sobre el artículo 18 de la
Constitución Nacional, ni sobre el artículo 14 de la Provincial, sin cometer un
acto violatorio y repugnante al Código Fundamental”.
Al
enterarse de tan lamentable procedimiento, el cura Brochero lloró su pérdida
como si se tratara de un familiar. Cinco años y dos días después de la muerte
del gaucho lagunero, Sebastián Elizondo, antiguo compañero suyo de la
montonera, será uno de los que venguen su trágico final al asesinar al por
entonces senador y ex gobernador sanjuanino Agustín Gómez, quien había
traicionado a Guayama.
La devoción en las lagunas
En las ermitas del desierto (las "travesías" cuyanas), sobrevive su imagen, y aún ahora, en las
fiestas de El Rosario y la Asunción, los promesantes afirman que una figura de
San Roque (retocado como un criollo), muy milagrosa "en realidad es Santos Guayama".
La
historia argentina lo ha olvidado, pero su pueblo no. El poema “Los Gauchos de
Guayama”, escrito por el poeta Miguel Martos, en un tramo recuerda así al
honrado gaucho federal:
Montonero de Guayama,
el del poncho calamaco
y la vincha colorada…
el del caballo de acero
y la montura chapeada;
El que lleva su hidalguía
en la punta de su daga
y el que tiene cien victorias
en su lanza de tacuara…
¿Adónde vas, montonero,
montonero de Guayama?.
Los datos oficiales son escasos, por omisión, error o mala intención se
evitó documentar la historia para evitar investigaciones posteriores. Esa falta
de información oficial fue suplantada por el imaginario popular que convirtió a
Santos Guayama en un personaje de culto.
Ejemplo de ello es el poema que antecede al Bailecito de Guayama, compuesto por el guitarrista,
intérprete y cantautor de música popular,Santos Ramón Vera:
Dicen que Santos Guayama era un hombre de avería.
la verdad, es que defendía la dignidad de su pueblo,
en una patria asaltada por traidores y egoístas.
Dicen que anduvo San Juan, Mendoza, también San Luís,
Comarca que por raíz a la raza Huarpe ancestral
virtudes del puma dan para luchar y vivir.
Con su escuadrón lagunero empujando un ideal,
"No van delante de nadie… Ni a la rastra de nadie van"
PAYADA POR GUAYAMA
Por ese
entonces vivía
Santos
Guayama, el matrero,
Siempre
andaba en pie de guerra
que al frente de montoneros,
dominando
valle y sierras
y atacando a
los puebleros.
Los jueces
lo condenaron
a morir sin
remisión,
“por ser
contumaz ladrón
y
sanguinario homicida”;
mas él
defiende su vida
con la
bravura del león.
Pero ¡oh
misterios humanos!
no era
Guayama un bandido
de corazón
pervertido
y alma sin
sentimiento…
-muchas
veces era herido
por crueles
remordimientos.
Por senderos
solitarios
lo han
visto, baja la frente,
lamentarse
tristemente
de la vida
que llevaba…
-cuando la
noche cerraba
le oían
cantar doliente:
“Qué triste
es vivir la vida
con el alma
dolorida,
sin más
pasión ni esperanza
que el
rencor y la venganza!
¡Qué triste
es vivir errante
con la
amenaza constante
de ser con
juria matado
como el peor
de los malvados!
Mas hombre
honrao yo he sido
y con la ley
he cumplido,
viviendo
cristianamente
ante Dios y
ante la gente!
Jueron la
humana codicia
y las
grandes injusticias
las que mi
vida amargaron
y mi rencor
despertaron…
Por eso
tengo el consuelo
de esperar
que allá en el cielo,
cuando me
dicten sentencia,
me juzguen
con más clemencia…”
Oyendo
hablar de aquel hombre
que tantos
males causaba,
Brochero en
firme pensaba
visitarlo en
su guarida;
-y ese
encuentro lo planeaba
aún a costa
de su vida.
Y envuelto
en su poncho criollo,
una mañanita
clara,
en su macho
Malacara,
emprende la
correría
sabiendo que
en su osadía
el poder de
Dios lo ampara.
No lleva
armas de muerte
pa dominar
al matrero;
como cura y
misionero
se vale de
la oración
pa
infundirle sumisión
al hombre
más altanero.
Cruzando
sierras y valles,
ríos,
bosques y llanuras,
con ansiedad
y premura,
si darse
pausa ni tregua,
más de
noventa leguas
anduvo aquel
santo cura.
Y recién
allá en la Rioja
lo
encuentran al viejo bandido,
en los
bosques escondido
por temor a
una celada…
dende lejos
su mirada
sus pasos
había seguido.
Cuando el
cura lo descubre
alza el
Cristo con su mano
y: “No
desconfiés, hermano!
le grita con
voz muy juerte,
dame el gran
gustaso’e verte
y charlar
como cristianos…”.
Guayama lo
mira fijo
mientras
despacio murmura:
“¿Cómo saber
si este es cura
o melico
disfrazao?
a muchos han
engañao
con la santa
investidura”.
Pero pronto
se da cuenta
que aquel
hombre era sincero;
y con gesto
caballero
aprieta la
mano amiga
que el güen
cura le prodiga
a pesar de
ser matrero.
“Gracias,
gracias, señor cura,
dice el
gaucho conmovido,
sé que soy
un perseguido
e indino de
su visita…
más usté
dirá qué cuitas
a mis pagos
lo han traído”.
“Yo vengo,
le dice el cura,
pa hacerte
cambiar de vida;
vos sos
oveja perdida
del redil de
los cristianos;
si seguís de
contramano
te va a
agarrar la partida.
“No es
posible que sigás
viviendo
como matrero;
no seás
gaucho altanero,
ganate el
pan con decencia…
hacé caso a
tu conciencia,
sé hombre
honrao y sincero”.
Es el caso
que Brochero
le habló de
un modo tan santo,
que Guayama
sintió espanto
de la vida
que llevaba,
y aunque
vergüenza le daba
redamó un
amargo llanto.
-“Llorá
nomás, dice el cura,
mas no
perdás la esperanza,
yo mesmo te
doy mi fianza,
si te hacés
ejercitante,
de ir
hablarle al gobernante
pa que te
indulte la pena;
pa que
llevés vida güena,
sin temor,
en adelante”.
Gustoso
acepta Guayama
lo propuesto
por el cura;
y aunque la
cosa le es dura,
promete bajar
al llano
y vivir como
cristiano,
dejando sus
aventuras.
Ansí acabó
la entrevista
que todos
tanto temían;
Brochero a
todos decía:
“Yo lo juzgo
un hombre güeno;
provoca su
desenfreno
el odio y la
prepotencia;
pero con
bondá y pacencia
se le puede
poner freno”.
Mas naides
quiso escucharlo
y en la cara
se le rieron.
“Es
imposible, dijeron,
que un
hombre tan inhumano
llegue a ser
un güen cristiano”.
y el indulto
no le dieron.
¡Cómo
entristeció su alma
tan brutal
incomprensión!
porque
aquella negación
todo lo
echaba a perder;
sólo quedaba
tener
pacencia y
resignación.
Y al
enterarse Guayama
que nada se
conseguía,
rianudó sus
correrías
de pillaje y
rebelión;
al negársele
el perdón
más feroz se
lo volvía.
Mas un día
lo apresaron
sigún la gente
imagina,
traicionado
por su china
y al verse
ya prisionero
le escribió
al cura Brochero:
“¡Véngase,
que me asesinan!”
Se apresta
el gaucho a acudir,
dejando todo
de lao,
al
angustioso llamado…
y cuando la
marcha inicia
le traen la
triste noticia
que a
Guayama lo han matao.
Sollozó
algunos instantes
y murmuró
esta oración:
“Dios mío,
ten compasión
de este mi
fiel amigo…
Tú también
eres testigo
Que tuvo
güen corazón…
Si jué
rebelde y matrero,
jué más por
incomprensión…
¡tratalo con
compasión!
perdonale
sus pecados,
así como has
perdonado
a Dimas, el
güen ladrón”.
Fuente: Triviño,
Presbítero Julio.
“El Cura Brochero”, 1964.
Bibliografía
CHIARENZA,
D.A. 2012. 4 de febrero de 1879: Santos Guayama, el hombre que murió nueve
veces. http://profesor-daniel-alberto-chiarenza.blogspot.com.ar
DIARIO LOS ANDES. 2003. Santos Guayama escapa al
olvido. Domingo 21 de Diciembre Edición
impresa. http://archivo.losandes.com.ar/notas/2003/12/21/cultura
GALASSO, N. 2012. Santos Guayama: El lagunero. http://www.periodicovas
ILLANES, D.C. 2016.
Santos Guayama. Historia de San Juan. Diario Libre. Info. http://www.diariolibre.info
O´DONNELL, P. 2008.
Caudillos federales. El grito del interior. Grupo Editorial Norma. Buenos
Aires. 352 p.
REVISIONISTAS. 2008. José Santos Guayama. www.revisionistas.com.ar
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