martes, 25 de octubre de 2016

Criollos aguantadores durante 21.500 kilómetros


Recuerdo que, siendo muy chico, nos enseñaron en la escuela primaria una poesía simple pero profunda en la que se nos inculcaba el amor por lo criollo y que repetíamos en los actos patrios. 
Decía:
Caballito criollo del galope corto, 
del aliento largo y el instinto fiel…

Hoy me acordé de eso y que algunos años después de la creación del poema, dos caballos criollos recorrieron 21.500 km uniendo Buenos Aires con Nueva York, viaje que cruzó 12 países durante 3 años, 4 meses y 6 días.


Creo que vale la pena recordarlos…

Había una vez dos caballitos criollos que cruzaron miles de kilómetros para demostrar que su raza era de las más aguantadoras cruzando desiertos, montañas y llanos, con mucho frío o con mucho calor. Esta es su historia.

Un suizo llamado Aimé
Aimé Félix Tschiffely (chfelí), era un suizo nacido Zofingen en 1895. Estudió en Berna, era profesor de gimnasia, jugador de rugby y boxeador. Llegó a la Argentina a los 22 años de edad y fue profesor en el colegio San Jorge de Quilmes en la Provincia de Buenos Aires. 

En cierto momento decidió recorrer las Américas, pero a caballo "Hacía años que tenía en la cabeza la idea de este viaje y por fin resolví hacer la tentativa", escribiría en uno de sus libros. 

El periodismo al conocer sus intenciones escribía que se trataba de un aventura imposible y absurda y que Aimé estaba loco, pero el suizo no se desanimó y comenzó a darle forma a su proyecto.

Recorrería 21.500 km desde Buenos Aires a Nueva York cruzando por Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, Guatemala y México antes de llegar a Estados Unidos.
Aimé sabía que necesitaba los mejores caballos criollos que pudiera conseguir y se contactó con el Dr. Emilio Solanet (un veterinario que trabajó mucho para consolidar a esta raza de caballos), y le contó su proyecto.

¿Cómo eligieron a Gato y Mancha?
Solanet estaba "convencido de que el equino criollo primitivo se había adaptado a las condiciones más severas del medio en las planicies patagónicas. Tomó la iniciativa de buscar en las manadas de los indios sureños yeguas rústicas y del tipo fijado en su mente, teniendo en cuenta las que habían sobrevivido soportando las más adversas condiciones climáticas. Con los machos siguió el mismo criterio: seleccionó los más fuertes y rústicos y del tamaño por él establecido”.

Querían que fuese un caballo compacto y fuerte, con la cabeza convexa, de pecho ancho, articulaciones bien desarrolladas, de pequeña estatura (entre 1,40 m a 1,52 m), que pesara en promedio unos 450 kg con pelaje caracterizado por manos y pies de color negro y cuerpo de colores varios (castaño, bayo, gris, etc.), y de patas robustas. Este trabajo de selección lo realizó en manadas de caballos de los aborígenes Tehuelches que vivían en la Provincia de Chubut, y en 1922 logró que se aprobara el estándar de la raza criolla.

Solanet viajó al Chubut para comprar yeguas y padrillos. "Vino al Senguer (sudoeste de la provincia del Chubut),  porque se le había metido entre ceja y ceja que aquí podría formar su plantel de caballos criollos". El cacique Juan Sacamata (Liempichún), fue encargado de la elección de Gato y Mancha.

Otros animales fueron comprados al cacique Teutrif para arrearlos a su estancia El Cardal en Ayacucho, provincia de Buenos Aires. En 1911 los 84 ejemplares fueron trasladados en un dificultoso arreo de miles de kilómetros. El baqueano y rastreador que se encargó de la selección y el arreo de los mismos fue Don Reynaldo Rodríguez.

Solanet le regaló a Aimé a Mancha (pelaje overo), de 15 años, y Gato (gateado), de 16. "Habían crecido en la Patagonia, donde se habían acostumbrado a las condiciones más hostiles. Domarlos puso a prueba las facultades de varios de los mejores domadores".

Eran animales poco amigables y ariscos. Habían crecido en la Patagonia, donde se habían acostumbrado a las condiciones más hostiles.

Aimé, cuando conoció de cerca a sus baguales, decía: "Desde los primeros días advertí una real diferencia entre sus personalidades. Mancha era un excelente guardián. Estaba siempre alerta, desconfiaba de los extraños y no permitía que hombre alguno, aparte de mí mismo, lo montase... si los extraños se le acercaban, hacía una buena advertencia levantando la pata, echando hacia atrás las orejas y demostrando que estaba listo para morder.

'Gato' era un caballo de carácter muy distinto. Fue domado con mayor rapidez que su compañero. 'Mancha' dominaba completamente a 'Gato', que nunca tomaba represalias”

Comenzó el viaje
Todo estaba dispuesto para iniciar la aventura. Fue un 24 de abril de 1925 cuando Gato, Mancha y Aimé salieron de Buenos Aires con destino a Nueva York, cruzando 12 países. El equipaje era mínimo, y ni siquiera llevaba carpa que las de la época eran muy pesadas. 

La salida resultó dificultosa montado en Mancha quien a los pocos minutos corcoveó y lo tiró al suelo. Los periodistas que estaban cubriendo la partida se retiraron del lugar riéndose, y pensando que sería imposible realizar la prueba. Por supuesto aquello no detuvo para nada al viajero.

Recorrieron 21.500 kilómetros en 504 etapas con un promedio de 43 kilómetros por día, durante tres años, cuatro meses y seis días. Cruzaron varias veces la cordillera de los Andes sobrepasando los 5.900 metros de altura en el paso El Cóndor, entre Potosí y Chaliapata (Bolivia), y soportaron temperaturas de 18 ºC grados bajo cero y más de 50 ºC a la sombra.

En varias partes del camino las dificultades eran tan inmensas que existió la posibilidad del abandono de la aventura. Dice Aimé:

“Al llegar a los desiertos del Perú sentí que me abandonaban mis fuerzas. Repuesto de un desmayo prolongado observé a mis dos bravos compañeros y tuve la sensación que mi raid había terminado. Apenas tenía fuerza para levantarme, y el Gato y el Mancha, con la cabeza baja, resoplaban ansiando aire, asfixiados en un ambiente de infierno. Decidí abandonar una lucha tan despareja con la naturaleza, renunciar al raid y desaparecer, irme a cualquier parte aceptando la razón y los pronósticos de mi fracaso

“Recordé a Emilio Solanet que me regaló los caballos y que me dijo: “Si usted no afloja, mis criollos llegan”. Y con todo ese bagaje auspicioso de cariño y con la fuerza que desde Buenos Aires me enviaban mis amigos, sentí como si una voz me dijera: “Seguí, gringo, levantate, gringo”. Y seguí, seguí enfermo, como hipnotizado, veía Nueva York, y mis nobles caballos me siguieron.”

Se codearon con miles de pobladores en el camino, gente buena y de las otras, indígenas de las más variadas costumbres y hasta bandoleros. “En Huarmey (ciudad portuaria del centro-noroeste del Perú), nadie pudo más, y Mancha y Gato se revolcaron, tomaron agua y después se volcaron al pasto con apetitos de leones.

De Huarmey a Casma (la Ciudad del Eterno Sol, en la costa peruana), 30 leguas de calores colosales (52 ºC a la sombra), sin agua, ni forraje, solo arena y arena. Los cascos de los caballos se hundían permanentemente de 15 a 20 centímetros en la arena candente".

En México tuvieron un inconveniente. En un corral una mula pateó a Gato y lo lastimó y tuvo que quedarse y seguir el viaje solo con Mancha.

En sus relatos Aimé decía “Mis dos caballos me querían tanto que nunca debí atarlos y hasta cuando dormía en alguna choza solitaria sencillamente los dejaba sueltos, seguro de que nunca se alejarían más que algunos metros. Al amanecer me saludaban con un cordial relincho". 

Si mis dos caballos tuvieran la facultad de hablar y de comprender la palabra, le contaría mis problemas y mis secretos a Gato. Pero si quisiera salir y dar muestras de estilo, seguramente montaría a Mancha. Su personalidad era más fuerte”.
Cuando los caminos eran elevados ponía delante a Mancha y se agarraba de su cola, ya que este era más obediente que Gato.
Al llegar a México comenzó a recibir homenajes en cada pueblo, lo que en cierta forma impacientaba a Aimé, que al no poder avanzar en su viaje, tuvo que por momentos tener que viajar de noche para evitar los retrasos.
El 3 de junio de 1928 escribía: “Por lo demás mandar a la gente de paseo, como vulgarmente se dice, tiene sus graves inconvenientes. A este respecto bastaría con referir uno solo de varios casos que me han sucedido. Íbamos marchando. Ya algunas partidas de señoras que habían venido en automóviles, para pedir fotografías, autógrafos, pelos de macha y gato, y otras cosas por el estilo.
Me habían agotado la paciencia cuando de improvisto apareció toda una caravana de automóviles ocupados por señoras y niñas. Pararon pero enojado como ya estaba, sin darles tiempo para explicar el objeto que las traía. Les pedí que se fueran al infierno. Y seguí mi marcha. Horas después me enteré que eran la esposa del gobernador de Texas sus hijas y esposas de altos funcionarios de Estado que habían venido expresamente para invitarme.” 

La llegada
Aimé montando a Mancha pasearon por la Quinta Avenida de Nueva York el 20 de setiembre de 1928. Las crónicas de la época escribía: "llevando en los cascos de su caballo criollo el polvo de naciones atravesadas de punta a punta, en un trayecto más largo y rudo que el de ningún conquistador y, sobre su pecho, un moño blanco y celeste bien ganados como una condecoración, los colores argentinos".
Llegaron al edificio municipal neoyorquino. Allí los recibió el alcalde Walker, que le entregó una medalla de oro de la ciudad. Estaba presente el embajador argentino, Dr. Manuel Malbrán. Faltaban el gran honor y el asombro causado por el recibimiento por parte del presidente de Estados Unidos, Calvin Coolidge, en la Casa Blanca, nada menos.
Hubo de agregar el elogio del general W. Crosby, inspector de la caballería de aquel país cuando dijo: "No había en todo el ejército norteamericano un caballo capaz de repetir aquella hazaña”.

El regreso
El regreso se realizó en barco. Gato ya había sido trasladado a Nueva York. Llegaron a Buenos Aires el 20 de diciembre de 1928. Los caballos fueron llevados a la estancia "El Cardal", al cuidado especial del criollo Juan Dindart.
Aimé e fue a vivir a Inglaterra y varios años después del viaje fue a visitar a sus amigos y compañeros de ruta a la estancia El Cardal. Se bajó en la entrada de la estancia, lanzó un silbido y al momento se le acercaron al trote Gato y Mancha. Iban al encuentro de su apreciado compañero. Aquellos heroicos caballos criollos no lo habían olvidado.

La muerte de Gato, Mancha y Aimé
Mancha murió en la Navidad del año 1947. Tenía 40 años. Gato murió en febrero de 1944 a los 36 años de edad. Sus huesos fueron enterrados en la estancia El Cardal y sus cueros embalsamados están en una vitrina especial del Museo de Transportes del Complejo Museográfico Provincial "Enrique Udaondo" de la Ciudad de Luján.
Aimé Tschiffely, en tanto, siguió viajando, por la PatagoniaEspaña e Inglaterra, pero siempre volvió a la Argentina. Falleció en Londres en 1954 a los 58 años como consecuencia de complicaciones luego de una cirugía menor.
Sus restos fueron llevados a Buenos Aires y sepultados en el Cementerio de La Recoleta, pero en 1998, sus restos fueron trasladados a la estancia El Cardal, cerca de Ayacucho y enterrado al lado de sus fieles caballos criollos para cumplir con su última voluntad..
Hoy se los recuerda allí con un monumento. El acto, realizado por iniciativa de la Asociación de Criadores de Caballos Criollos y de la familia Solanet, respondió a una carta escrita por Violeta Hume, viuda del jinete, y descubierta recientemente en el archivo de la estancia "El Cardal”, en 1998.
Los pormenores de "una de las travesías más famosas del siglo" fueron narrados por Aimé Tschiffely en un libro de su autoría, "De la Cruz del Sur a la Estrella Polar".
En conmemoración de la fecha en que Mancha y Gato entraron en la ciudad de Nueva York, el Honorable Senado de la Nación Argentina y la Cámara de Diputados, han designado el día 20 septiembre de cada año como el «Día Nacional del Caballo». 
           CABALLITO CRIOLLO
   Poema de Belisario Roldán (1873-1922) 

¡Caballito criollo del galope corto, 
del aliento largo y el instinto fiel, 
caballito criollo que fue como un asta 
para la bandera que anduvo sobre él! 

¡Caballito criollo que de puro heroico 
se alejó una tarde de bajo su ombú, 
y en alas de extraños afanes de gloria 
se trepó a los Andes y se fue al Perú! 

¡Se alzará algún día, caballito criollo, 
sobre una eminencia un overo en pie; 
y estará tallada su figura en bronce, 
caballito criollo que pasó y se fue! 


ROMANCE DE GATO Y MANCHA
Cacho Rodríguez


Pido a los santos del cielo
y a las musas de la tierra,
su ayuda en este momento
en que pulso el instrumento
para sacar del olvido
el recuerdo enternecido
de una hazaña portentosa.

Auxilien mi inspiración,
porque intento en la ocasión
rendir sincero homenaje
a un hombre, por su coraje,
y a sus fieles compañeros:
dos caballos, “GATO” y “MANCHA”.

El hombre era un gringo loco
que se le puso en el coco
allá por los años veinte,
la idea muy peregrina
de unir a nuestra Argentina
con los Estados Unidos
en un galope tendido.

Tanto anduvo con su idea
que encontró por fin apoyo
pues se topó con un criollo,
don EMILIO SOLANET
que lo tomó muy en serio
y le dio pa’ que eligiera
dos fletes de su tropilla.

Los bichos no eran de silla
sino recién agarraos
y pa’ ponerles recao
lo hicieron dudar al gringo
que con paciencia de indio
tanto y tanto los sobó,
que al final los enriendó
y demostrando su cancha,
los bautizó “GATO” y “MANCHA”
y pa’l Norte los rumbió.
Y un 25 de abril de mil nueve veinticinco
en Buenos Aires tomó
la Rural como partida.

Iba a jugarse la vida
pa’ demostrar, por orgullo,
por amor a los caballos,
el valor, la fortaleza
y el alma del flete criollo.
Dejemos a los amigos
caminando rumbo al Norte.

Detengamos el relato,
hagamos que nos importe,
y pensemos, en un rato,
como serían los lugares
y caminos que emprendían.

Imaginemos entonces
nuestros montes santiagueños
que todavía tenían
lo mejor de sus productos
cobijando en sus reductos
no sólo buena madera,
también eran sementera
de alimentos y manjares
que compensaba al que osare
desafiar a su peligros;

Dando comida y abrigo,
alivios del caminante,
y que sigan adelante
en busca de su destino
abriéndoles el camino
pa’ que cumplan con su hazaña.
Y el santiagueño acompaña
el andar de los amigos.

Todos quieren ser testigos,
participar de algún modo
un trecho aunque más no sea,
entrar en esa pelea
del hombre contra el ambiente
y demostrar que la gente
de este suelo centenario
comprende el abecedario
de la solidaridad,
que brinda hospitalidad
para todos los que llegan.

Y en esta oportunidad
no pudo haber sido menos,
recibiendo a los viajeros
con todo lo que tuvieron,
y cuando los despidieron
se iban un poco con ellos
aunque sea en pensamiento,
para tener alimento
a sus ganas de camino
porque parece el destino
de todos los santiagueños,
hacer realidad sus sueños
siempre lejos de sus pagos,
pero dejando en Santiago
toda su alma y sus cariños.

Y siguieron rumbo al Norte,
continuando con su marcha
noche a noche, día a día,
en una dura porfía,
sin importarles la escarcha,
el viento, calor o lluvia,
por las sierras de Bolivia
el Ecuador o Perú,
en donde casi se quedan.

Pero pasaron la prueba
de aquel desierto infernal
terror de todo animal
y al que creo sin igual
en un lugar de la Tierra
y sus problemas detallo
llamado matacaballos
por su gran temperatura,
más de 50 a la sombra
en caso de que la hubiera,
y era una linda carrera
160 kilómetros.

Si de día era imposible,
en una noche cruzaron
y entonces pronto llegaron
a tierras de Cartagena
en donde a muy duras penas
consiguieron un barquito
que los cruzó despacito
para el lao de Panamá.

De donde siguieron viaje:
Costa Rica, Nicaragua,
El Salvador, Guatemala,
lugares donde pasaron
hasta que por fin llegaron
a la América del Norte
y a Méjico arribaron
en medio de algarabías.

Mariachis los recibían
y fueron muchos jinetes
que apilándose en sus fletes
acompañaron su andar
hasta verlos penetrar
en las tierras de los gringos.

Y así, anduvieron los pingos,
tres años y cuatro meses
y de yapa cuatro días,
y fue con gran alegría
que a la Capital llegaron
y en Washington desmontaron
el 29 de Agosto
del novecientos veintiocho
y el gringo quedó tan chocho
que pronto pasó al olvido
lo que había recorrido.

Veinticinco mil kilómetros,
toda clase de caminos,
pero fijando el destino
confiando en sus compañeros
sin bajarse del apero
hasta cumplir con la hazaña.

Y después de recibir
homenajes merecidos,
volvieron a Buenos Aires
en donde se separaron
rumbos distintos tomaron,
el gringo volvió a sus pagos,
GATO y MANCHA a los halagos
del merecido descanso
en esa vieja querencia
aquella Estancia EL CARDAL
donde irían a pasar
todavía muchos años.

Visitados por extraños
asombrados por la hazaña,
pero también por el gringo
que extrañaba a los dos pingos
y cada tanto venía
para compartir con ellos
su renombre de escritor,
que alcanzó por el rigor
con el que narró aquel viaje
demostración del coraje
del hombre y del animal,
una hazaña sin igual
todavía no empardada
como la rima buscada
para nombrar, a esta altura,
a aquel gringo de mi cuento;

Que merece un monumento
y es el que le dejo aquí:
Se llamaba TSCHIFFELY (chfelí)
AIME FELIX era el nombre,
y nacido en SUIZA el hombre,
argentino de adopción
y con un gran corazón
que ser gaucho merecía.

Y así terminó sus días
en la vieja GRAN BRETAÑA,
mientras lejos de su hazaña
y en la Estancia de EL CARDAL
entremedio e’ sus iguales
estaban los animales
esperando su destino
que era tarde cuando vino,
porque demoró un buen rato,
pero al final MANCHA y GATO
también llegaron un día,
como llega mi relato.

Recordando en la ocasión
que hoy están en un rincón
del Museo de Luján
expuestos a los que van
a conocer nuestra historia
y rescato su memoria
pensando de que al final
es motivo sin igual
para que el buen argentino
recupere aunque sea parte
del orgullo nacional.

Y de paso con el cuento,
los entretuve un buen rato
y aquí se acaba el relato
en que la historia narré
de un gringo,
de MANCHA y GATO












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