Pasaron más de 200 años y todavía los Granaderos a Caballo de San Martín no descansan en paz. Historias, leyendas, apropiaciones de héroes y situaciones vividas forman parte de miles de hojas de papel. (…total, el papel aguanta cualquier cosa).
Que el último vivo era de mi
pueblo, que todos los pasamos al olvido, que solo San Martín los sigue protegiendo
desde que dijo: “De lo que mis Granaderos
son capaces, solo lo sé yo. Quien los iguale habrá; quien los exceda, no”.
Rivadavia, Avellaneda, Roca,
Figueroa Alcorta e Yrigoyen (algunos para bien y otros para mal), tuvieron algo
que ver en esta triste historia de quienes “dejaron el cuero” en los campos de
batalla para que tengamos un país.
Se fueron cientos tras la
epopeya, regresaron unos pocos, y hasta de ellos nos olvidamos.
Los
inicios
Al regresar a Buenos
Aires el entonces Teniente Coronel José de San Martín, el Primer Triunvirato le
encomienda la creación una moderna organización militar de las Provincias
Unidas del Río de la Plata, alzadas contra el poder imperial de España.
El plan de San Martín
fue conformar un cuerpo de caballería idóneo y calificado, compuesto por
voluntarios rigurosamente seleccionados, cumpliendo parámetros de conducta y
personalidad muy elevados. Este sería el Regimiento de Granaderos a Caballo.
San Martín reclamaría
de los Granaderos el acatamiento de una conducta ejemplar frente a la sociedad
y el Ejército, sosteniendo como forma de vida la política de “predicar con el
ejemplo”, desde arriba hacia abajo en la escala de mandos.
La férrea disciplina, el culto al valor y al honor, la exigencia y
rigurosidad en la instrucción física y militar quedarían entonces patentes en
disposiciones, establecidas en aquel entonces como la lista de “Delitos por los cuales deben ser arrojados
los oficiales”, a fin de establecer una norma de conducta para los
oficiales del Regimiento que sentara el ejemplo para el resto de la
tropa.
Empezaron muy pocos, pero como todo lo bueno “crece desde el pie”, solo 7 fueron los iniciadores (1 Capitán, 2
Sargentos, 2 Cabos, 1 Trompeta y 1 Soldado), que se fueron formando bajo las
estrictas órdenes de San Martín. El número de hombres fue creciendo y tuvieron
su bautismo de fuego en el Combate de San Lorenzo.
Nadie tiene dudas sobre
el inmenso valor que tiene para nuestra historia la campaña sanmartiniana para
liberar de la dependencia española a los países de América de Sur.
Algunos pocos, incluidos en el llamado Plan de
Maitland, como el General San Martín,
sabían que la única estrategia
válida para lograrlo era terminar con el poderío de España en Lima, y diseñaron
como táctica el movimiento de pinzas
por tierra, a través del Ejército del Norte, y por mar llegando desde Chile.
Pero la logística para lograr esto
último incluía cruzar la Cordillera de los Andes, con todo lo que esto
significa.
El Ejército de los Andes en setiembre de 1814 tenía alrededor de 4.000 hombres,
y entre sus filas a 801 miembros del Regimiento de Granaderos a Caballo (4
Jefes, 55 Oficiales y 742 hombres de tropa).
Su campaña luego del Cruce de los Andes comienza
a principios de febrero de 1817, con la Batalla de Chacabuco y termina en 1822 cuando, luego de la entrevista con
Bolívar en Guayaquil, decide regresar del Perú.
El regreso y destierro
Vuelto a Mendoza
en enero de 1823, pidió autorización para regresar a Buenos Aires y reencontrarse con su
esposa que estaba gravemente enferma.
Bernardino
Rivadavia, ministro de Gobierno del Gobernador Martín Rodríguez, y
declarado enemigo de San Martín, se lo negó argumentando que no sería seguro
para volver a la ciudad.
Su apoyo a
los caudillos del interior
y la desobediencia a una orden que había recibido del Gobierno de reprimir a
los federales, le valió que los unitarios quisieran someterlo a juicio.
Al empeorar la
salud de su esposa, decidió viajar a Buenos Aires asumiendo el riesgo. Al llegar,
su esposa ya había fallecido.
Sólo y cansado, cubierto de
polvo y sucio, agotado por los catorce días que demoró el viaje desde Mendoza,
así llegó. Una Buenos Aires calurosa lo recibió en silencio.
Llegó con su caballo hasta
la puerta del Camposanto del Norte. Ese era su destino. Eran las primeras luces
del día 4 de diciembre de 1823. No
tuvo que caminar mucho. Allí cerca, en el centro y un poco a la derecha, estaba
la tumba de su dulce Remedios.
Allí pudo leer el epitafio
de su lápida: "Aquí descansa Remedios de Escalada, esposa y amiga del General San
Martín"
Acusado de haberse
convertido en un conspirador contra el gobierno central, desalentando las
luchas internas entre unitarios y federales, decidió marcharse del país con su hija, quien
había estado al cuidado de su abuela.
El 10 de febrero
de 1824 partió hacia el puerto
de El Havre (Francia). Tenía solo 45 años. Luego de un
breve período en Escocia, se instalaron en Bruselas y poco después en París. Su principal obsesión fue la educación de su hija
Mercedes.
El regreso de su tropa
Terminada la campaña en
Perú y Chile, el 10 de julio de 1825
llegaron los restos del Ejército de Los Andes a Valparaíso bajo las órdenes del
Coronel Félix Bogado. Nada les resultó fácil. Ni en Valparaíso ni en Santiago
los esperaban. Les habían prometido pagarles los sueldos atrasados y no lo
hicieron. Les habían prometido trasladarlos con las comodidades del caso, y
tampoco lo hicieron.
El Coronel Bogado
discutió con políticos chilenos y diplomáticos argentinos. El reclamo era más
que modesto: caballos y carretas para regresar a Buenos Aires. Recién en
Mendoza, un señor llamado Toribio Barrionuevo (destacado caudillo federal),
sacó de sus bolsillos unos pesos para financiar el regreso.
El 13 de enero de 1826 salieron de Mendoza en una
caravana de 23 carretas. Antes de partir, Bogado ordenó un recuento de armas y
pertenencias: 86 sables, 55 lanzas, 84 morriones y 102 monturas.
Pasados
trece años, ya no quedaban realistas en América del Sur y los 78 miembros del
Ejército de Los Andes (algunas versiones indican 120), regresan a Buenos Aires.
Sólo siete de ellos eran Granaderos que habían partido desde Retiro en 1813.
Estuvieron desde el
principio: Coronel Félix Bogado, Sargento Mayor Paulino Rojas, Capitán
Francisco Olmos, Sargento 2º Patricio Gómez, Sargento 2º Dámaso Rosales,
Sargento 2º Francisco Vargas y Sargento (Trompa), Miguel Chepoyá.
- Félix Bogado, paraguayo (guayreño), de las misiones guaraníticas y lanchero, se inició como soldado raso en San Lorenzo y concluyó su carrera militar con el grado de Coronel. Cada ascenso lo logró en el campo de batalla. San Martín lo hizo Teniente Coronel y Bolívar, Coronel. Murió en mayo de 1829 en San Nicolás (provincia de Buenos Aires). Estaba pobre y tuberculoso. Hoy un pueblo y numerosas calles lo recuerdan, pero en su momento nadie se acordó de él.
- Miguel Chepoyá, (uno de los 260 guaraníes que formaron parte del cuerpo), el “trompa”, iniciado en San Lorenzo y acompañando a Belgrano, San Martín, Bolívar y Sucre, se dio el lujo de hacer sonar su trompeta años después en Ituzaingó. Es la última vez que lo hizo. Murió en su ley, peleando contra un enemigo extranjero. Lo llamaron “El clarín de la Gloria”. Hoy la Banda Militar del Regimiento de Exploración 15 con asiento en Campo Los Andes (Mendoza), lleva su nombre.
- José Paulino Rojas era cordobés. Ingresó en 1814 al Regimiento de Granaderos a Caballo. También estuvo en todas las batallas y en todas fue respetado por su coraje. Participó en la campaña contra los federales de José Artigas. Fue ascendido al grado de Coronel. Enfrentó la Revolución de los Restauradores. Fue pasado a retiro, y dado de baja por Rosas. Poco después fue arrestado y acusado de tramar una conspiración contra el Gobernador. Ninguna de sus virtudes alcanzaron para salvarle la vida. Fue sometido a consejo de guerra, condenado a muerte y fusilado en Buenos Aires en mayo de 1835.
De los otros, es decir
Francisco Vargas, Dámaso Rosales, Francisco Olmos y Patricio Gómez no se tiene
información, sin embargo varias localidades de nuestra “provincianía” reclaman
para sí que el “último Granadero” de San Martín era de allí.
Este es
el caso de Eufrasio
Videla, el “último Granadero” del General San Martín que vivía en Mendoza. Era un anciano que vivió alrededor
de 100 años, alto, flaco, nudoso y erguido. El Gobierno de la Provincia le
pasaba una pequeña pensión y “lo demás” se lo otorgaba la caridad de las
personas.
Vivió con humildad pero partió con honor. Falleció en Mendoza en 1916 (luego de
una nota periodística que se le hiciera), en un estado de pobreza y abandono
que otorga vergüenza a su propia estirpe.
Otro caso fue el de Manuel
Antonio Barrios el “último Granadero” de la Independencia murió en la
pobreza y era de Esquina (Corrientes).
Con más de cien años pasó los últimos días de su existencia en un
miserable rancho de una pobrísima familia en el campo de Doña Marcelina Denis
de Soto, ubicado en el Departamento de Esquina.
El veterano de nuestras guerras épicas carecía de todo, absolutamente de
todo. Dormía en un cuero redondo y tenía por único abrigo restos, de lo que
fuera un poncho. Si la caridad le daba el pan de cada día, comía.
El regreso de estos héroes es una de las
postales más conmovedoras de la historia argentina. En silencio,
invencibles, cruzados de cicatrices, cargados de glorias llegan en una triste
caravana de 23 carretas que ingresaron a una ciudad indiferente. El
balance de sus peleas ganadas y perdidas es elocuente: ciento diez batallas “en
las costillas”.
Fueron
78 sobrevivientes que seguían luciendo el uniforme del regimiento creado por
San Martín, y a pesar de la apatía seguramente seguirían escuchando la voz de
su jefe que decía:
“Compañeros juremos no dejar las armas de la mano
hasta ver al país enteramente libre o morir con ellas como hombres de coraje.”
“JOSE DE SAN MARTIN “
Esos hombres de mirada hosca, mal entrazados, eran,
nada más y nada menos, los soldados de San Martín que regresaban a su ciudad
luego de catorce años de ausencia.
La caravana llegó hasta la Plaza Mayor, los hombres
ataron los fletes en los palenques y se protegieron de los rayos del sol bajo
la sombra de la Recova. Nadie salió a recibirlos. No hubo ni ceremonias
oficiales ni privadas. Nadie los esperaba y nadie parecía tener muchas ganas de
hablar con ellos. Ellos tampoco se quejaron o levantaron la voz. Estaban
acostumbrados a las ingratitudes.
Repuestos del viaje, el “trompa” Miguel Chepoyá
hace sonar su trompeta frente a la Pirámide de Mayo. Después, en rigurosa
formación, marchan hacia el Parque de Retiro donde dejan sus arreos. Sólo
algunos curiosos los acompañan. Ni formación especial ni comitivas oficiales.
El
diario Eco de Mendoza dice en su edición de diciembre de 1825, reproducida
luego en La Gaceta de Buenos Aires:
“Tenemos el honor de
haber recibido los restos del Ejército de los Andes conducidos desde el Perú
por el Coronel de Granaderos a Caballo D. Félix Bogado – cerca de nueve años
han pasado desde que estos valientes marcharon a libertar a Chile. En este
largo período se pueden contar los días de Gloria que han dado a la patria por
las veces que se han batido con nuestros enemigos.
Nuestra
gratitud será siempre demostrada a estos viejos soldados de la libertad con las
más tiernas efusiones de nuestros corazones.
Eternamente
llenaremos de bendiciones a los héroes de Chacabuco y Maipo; sí, a esos que han
conducido en triunfo el pabellón argentino hasta Quito y que han sabido
derramar su sangre por la libertad de la patria de Junín y Ayacucho. Nosotros
al verles, siempre diremos con admiración: He ahí; esos sellaron con su sangre
y sus espadas la libertad de su patria y sus nombres irán de padres a hijos, de
generación en generación.”
Nada más. El único orgullo que se permiten estos
hombres es ser soldados de San Martín y pertenecer al regimiento que para el
Libertador era, como se decía entonces, “la niña de sus ojos”.
“No fueron recibidos
como héroes, ni mucho menos. Y ya entonces los Granaderos conocieron a partir
de allí un nuevo enemigo: la apatía, el olvido”.
Bernardino
Rivadavia, haciendo gala de su mala relación con San Martín, propinó el golpe
más duro: decidió disolver el Regimiento, tal vez pensando que una fuerza de
elite, que poco sabía de derrotas podría volverse eventualmente incontrolable.
A su último jefe, el Coronel Bogado, lo
destinan al Regimiento N° 4 de Caballería. Cuarenta de esos Granaderos serán
destinados como Escolta del General en Jefe del Ejército Republicano (Carlos de
Alvear), preparándose para entrar en combate contra el Imperio del Brasil. El
resto será destinado como Escolta Presidencial de Rivadavia y los sobrantes
como veteranos para los nuevos Regimientos creados.
Veinticuatro años después de este regreso, en
1850, San Martín muere en Europa, y
30 años más tarde, cuando muchas (pero no todas), de las heridas políticas
cicatrizaban, se decidió repatriar sus restos.
Homenajes, verdades y leyendas
Para cubrir los gastos de repatriación del General San Martín, una Comisión
creada a tal fin obtuvo $ 1.400.000 (unos $f 56.000), más de la mitad por
colecta popular.
Las gestiones y preparativos consumieron los siguiente dos años, hasta que
a fines de 1879 todo estuvo
preparado para la repatriación de los restos del
General San Martin, embarcando
el féretro y parte del monumento a bordo del vapor
ARA Villarino en su viaje inaugural.
El ARA Villarino fue un buque de vapor que sirvió como transporte artillado en
la Armada Argentina. Fue el primer buque de guerra de nuestra armada. Se trasladó a Buenos Aires, previas escalas, con mandos y 50 tripulantes
argentinos desde Europa, donde fue construido.
Dada la situación que se vivía
en la ciudad de Buenos Aires, donde el gobierno de la provincia de Buenos Aires, encabezado por Carlos Tejedor y el de la nación por Nicolás
Avellaneda se hallaban en preparativos
de guerra, el Villarino debió
permanecer una semana en Montevideo mientras se completaban los preparativos en la
Capital.
Una vez en el puerto el 28 de mayo de 1880,
Domingo Faustino Sarmiento fue el encargado de pronunciar unas palabras, luego
de una salva de 21 cañonazos.
“Después de un largo
ostracismo vuelven hoy éstos gloriosos despojos a reposar en nuestro seno y
serán depositados en el altar de la Patria, santificado por el más ilustre de
sus mártires.”
Finalizado esto, los restos fueron
trasladados hasta la Plaza San Martin donde el Presidente Nicolás Avellaneda
dirigió sus palabras a la memoria del Libertador.
Desde allí, fue llevado hasta la Catedral
Metropolitana, siendo colocado el féretro en un catafalco comenzando en ese
momento los homenajes, desfiles militares de comisiones incluso del extranjero,
y el saludo del pueblo.
Un pueblo que dejo flores sobre ese féretro
que tenía encima a la Bandera del Ejército de los Andes y a la Bandera del
Regimiento Río de la Plata. Un pueblo que desde el día 28 hasta casi el
mediodía del día 29 presentó sus respetos al Libertador.
Algunos autores
afirman que los últimos siete Granaderos de su Ejército que aun vivían
decidieron vestirse con sus viejos uniformes y, por iniciativa propia, fueron a
caballo a recibir a su jefe.
Escoltaron el
féretro hasta la Catedral y allí montaron guardia en la entrada del mausoleo
durante toda la noche, sin que nadie se los pidiera, sin que casi nadie
supiera. Lo hicieron para honrar a su líder, sabiendo que la historia lo
pondría entre los más grandes de América. Al amanecer se despidieron y se perdieron en la historia.
La actual custodia del mausoleo del General San
Martín se fundamenta en memoria de aquellos últimos 7 Granaderos que en 1880
fueron los primeros en realizar, por motu
propio, esa custodia.
Hay quienes
afirman que esto pertenece a una simpática leyenda, ya que es poco probable que
los siete hayan alcanzado más de 80 años de edad, hayan sobrevivido a la Guerra
con Brasil y no haya registro de sus nombres.
De vuelta al ruedo
Pasaron muchos
años y el 29 de mayo de 1903 el
Presidente Julio Argentino Roca firmó el decreto que determinó la recreación
del Regimiento de Granaderos a Caballo sobre la base del Regimiento de
Movilización creado por orden del General Pablo Ricchieri.
En 1907
por decreto del presidente Figueroa Alcorta, es designado el Regimiento como
Escolta Presidencial en reemplazo del Regimiento de Caballería N° 8 “Cazadores
General Necochea”.
Desde entonces
cada mañana puede verse a un grupo de 7 Granaderos marchar desde la Casa de
Gobierno a la Catedral.
Son siete que izan la Bandera: 4 en cada
extremo del mástil; 2 para colocar la bandera; 1 suboficial Trompa de la
Fanfarria Militar “Alto Perú” para el toque de “Bandera” y para impartir las
órdenes.
Serán siete (6 Granaderos y un Suboficial)
los que luego irán a Catedral, donde dos quedarán apostados y los otros cinco
volverán a Casa de Gobierno. Dos de ellos quedan montando
guardia a la entrada del mausoleo del General San Martin.
Cada dos horas
regresan los otros cinco y se efectúa el cambio de guardia, hasta el final del
día en que los 7 regresan a la Casa Rosada.
Así cada día hábil, bajo el sol o la lluvia, los 7
Granaderos custodian los restos de su jefe. ¿Por qué 7?
Algunos opinan que es en honor a los 7 Granaderos
que custodiaron el féretro luego de la repatriación, otros dicen que se trata
de los 7 Granaderos que regresaron con Bogado.
En 1918, el
Presidente Hipólito Yrigoyen, le impuso su actual nombre “REGIMIENTO DE
GRANADEROS A CABALLO GENERAL SAN MARTÍN”.
Hoy el Regimiento de Granaderos a Caballo
está integrado por 7 escuadrones con aproximadamente 1.000 efectivos y 400
caballos. Forma parte de la Guarnición Militar Buenos Aires pero tiene
Destacamentos en Yapeyú (custodiando la casa paterna de San Martín), San
Lorenzo (custodiando el Convento), y Los Talas (donde se crían y doman los
caballos del Regimiento).
El juego de los números
Siete
fueron los que se iniciaron en la formación del Regimiento de Granaderos a
Caballo, 7 fueron los que volvieron, 7 fueron los que homenajearon a su jefe al
repatriar sus restos, 7 son la escolta de los restos y 7 son los escuadrones
actuales.
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