Los que cargamos años en
nuestras espaldas y nos gusta la música folklórica, seguramente reconoceremos
en una bella zamba la vida de don Juan Riera, un panadero y carpintero español
que llegó al país para “hacer patria”.
Era aquel que dejaba la
puerta abierta de su panadería durante la noche para que los que menos tienen
entraran a comer un pedazo de pan y calentar sus cuerpos al lado del horno.
Fue también aquel desplazado
y perseguido, acusándolo de “rojo” por la dictadura de Uriburu, solo por ser
solidario y ayudar a los maltratados y desposeídos.
Fue el que inspiró a poetas,
músicos y artistas de todo tipo para reunirse en su panadería, y como no podía
ser de otro modo, le dejaron lo mejor que tenían.
¿Quién
fue Juan Riera?
Don Juan Riera nació en 1894
en una de las Islas Baleares (Ibiza, España). En ese lugar pasó gran parte de
su niñez y adolescencia. A sus 20 años con motivo de los prolegómenos de
la Primera Guerra Mundial, salió de su país sin rumbo fijo.
En 1914 llegó a la Argentina y se instaló en Tucumán donde vivió
solamente un año, ganándose la vida como vendedor callejero de masas y confites
que elaboraba.
Como buen “balear” traía en su ADN la magia de hacer pan.
Juan
carpintero y la Huaytiquina
La segunda presidencia de Hipólito Irigoyen promovía el desarrollo
regional a través de la extensión de los ferrocarriles, y el ramal C 14 del
FFCC Belgrano (Trasandino del Norte), fue la primera parte de lo que luego
sería El Tren de las Nubes que uniría a nuestro país con Chile.
La construcción de la Huaytiquina (“abra del lamento” en idioma aymara),
llamado también Tren de la Puna, buscaba obreros a través de una publicidad que
decía "Huaytiquina, paga".
Juan, atraído por la oportunidad dejó Tucumán y se fue a trabajar de
carpintero en la extensión ferroviaria a Socompa. En esos andares no abandonó
el oficio de panadero, hacía pan, masas y confites para vender entre la gente
del lugar.
Fiel a su militancia anarquista luchó por sindicalizar a los obreros, lo
que le costó su trabajo en el ferrocarril y su regreso, aunque esta vez recaló
en Salta.
En 1921 formó pareja con una salteña (Augusta Caballeroni), con
quien tuvo 9 hijos, algunos de los cuales aún mantiene la famosa panadería
familiar.
Con la ayuda de su mujer retomó el oficio de panadero y confitero. En su
local se relacionó con obreros, artesanos, empleadas domésticas,
vendedores ambulantes, pequeños
comerciantes, empleados estatales, todos y cada uno de ellos le comentaban sus
problemas de trabajo: malos tratos, abusos, falta de pago y falta de trabajo.
Dicen que los anarquistas no creen en nada, sin embargo Juan creía en
muchas cosas. Creía en la amistad, creía en la gente, que ya es mucho creer
para quién dice no creer.
Los
sindicatos panaderos de la Argentina desde 1887 fueron de formación anarquista
o anarco socialistas, enfrentados con los militares, la policía y la iglesia.
Esa es una de las razones que bautizaron sus productos con nombres irónicos que
aún hoy se conservan como es el nombre de panes, facturas o confituras tales
como: cañoncitos, bombas de crema, vigilantes, bolas de fraile, suspiros de
monja, sacramentos, etc.
Sensible a sus dificultades, en 1923, decidió unir a los desclasados en
un gremio y creó la fundación del Sindicato de Oficios Varios. Su militancia sindical y su "peligrosa
ideología" lo marcaron como una amenaza para la paz social.
En 1930, el golpe de estado a Hipólito Irigoyen por parte de José
Félix Uriburu (un salteño de la clase “decente”), ultra conservador, marcó un
etapa de persecuciones a la clase obrera.
Los
anarquistas eran el “cuco” para los gobiernos conservadores de aquellos años.
Ya habían ocurrido la semana trágica o "Semana de Enero" de Buenos
Aires (talleres Vasena), y los fusilamientos de obreros en la Patagonia (sobre
los cuales escribió Osvaldo Bayer), y don Uriburu decidió "limpiar de rojos" su provincia
natal.
Para
ello lo primero que hizo fue interrumpir las obras del ferrocarril hacia el
Pacífico despidiendo a todos quienes lo estaban haciendo, incluyendo al profesional
que dirigía ese formidable proyecto, el ingeniero Ricardo Fontaine Mauri, que también políticamente era
anarcosocialista.
En su
mayoría los obreros (aproximadamente un 70 %), eran cultores de los ideales
anarquistas. Quedaron miles de trabajadores deambulando en medio de la
Cordillera de los Andes, sin el sustento de sus sacrificios, con el destino del
hambre y la miseria.
No hubo
un solo desmán provocado por quienes fueron tan inhumanamente tratados y
perseguidos. Así eran estos anarquistas, pacíficos y amantes del respeto del
hombre por el hombre.
¿Eran
los anarquistas tira bombas o terroristas? Solamente eran hombres laboriosos,
con su famoso axioma: "El Trabajo da
la honra, y en la honra morirás".
Esos
mismos obreros tenían en sus manos para abrir camino de la gigantesca obra, en
medio de esa inmensa mole de rocas, topadoras, maquinarias pesadas y galpones
llenos de dinamita. ¿No podían emplearlas para hacer desmanes? Si fuesen tan
terroristas, ¿no podrían haber hecho volar esos famosos y maravillosos
viaductos?
Juan debió asilarse en Bolivia, donde nacieron algunos de sus hijos.
Pasado el tiempo y el peligro, volvió a Salta y a su oficio: panadero, para la
elaboración del “pan cacho” que lleva su firma hasta el día de hoy.
El escritor Juan Ahuerma, relata una anécdota:
"Don Juan,
incansable trabajador, aprovecha que llega setiembre y las fiestas del Milagro
y decide instalar en la plaza 9 de Julio una mesa para vender bizcochuelo, al
igual que tantos otros. Pero, ¡oh coincidencia!, las autoridades municipales
sacan en el mismo momento una ordenanza prohibiendo toda venta callejera, a no
ser las inocentes e infaltables cédulas (de comunión).
Nada es derrota para
don Riera. La necesidad, que agudiza el ingenio, le hace improvisar una salida
excepcional: sin perder tiempo hace un cartel con la siguiente leyenda:
"IGLESIA NUESTRA SEÑORA DE LA LIBERTAD", se coloca en un brazo la
banda papal y en el otro los colores anarquistas y vende cédulas como cualquier
creyente. Los premios: una porción de bizcochuelo".
Don Juan “cerraba” su panadería a la noche pero dejaba la
puerta abierta a la gente más vulnerable que pasara, pudiera comer de su pan.
Las panaderías de la época habitualmente tenían, en las proximidades del horno
a leña, canastos o carros para mantener el pan tibio, pero no en esta.
En lugar de canastos, Juan dejaba un catre de tientos a
la orilla de la pared del horno para que la persona que quisiera descansar, lo
hiciera. La mayoría tomaba el pan que necesitaba y se iba. Sabían que podían
encontrarlo siempre.
Este hecho fue el que inspiró al poeta Manuel Castilla,
su amigo, a escribir sobre don Juan Riera.
Su relación con
Manuel Castilla
El inmenso poeta Manuel Castilla, creador de innumerables
temas para la música folklórica era un cliente asiduo de la panadería. Todas
las mañanas Manuel compraba su pan caliente en una rutina difícil de sustituir.
En esa época trabajaba como columnista en el diario El
Intransigente, pero los alcahuetes del gobierno hicieron todo para que abandone
su puesto. Desocupado y sin recursos Castilla debió sacrificar el pan caliente
de todos los días.
Don Juan, al notar que Castilla ya no pasaba todas las
mañanas, comenzó a averiguar que ocurría. Cuando se enteró de la verdad decidió
ir a su casa y llevarle el pan.
Castilla le manifestó que no podía aceptarlo ya que no lo
podía pagar, a lo que don Juan le dijo:
“Antes, cuando
usted podía, venía y me compraba, pero ahora es mi obligación llevárselo todos
los días”.
No dijo nada más y se marchó. Manuel se quedó en el
umbral, conmovido y emocionado por su grandeza. El poeta tomó mate, comió el
pan lentamente para saborearlo bien, y pensó en cuantos Juan Riera se iban a
precisar para cambiar las cosas…
Y así, casi sin querer, sin darse cuenta, Manuel Castilla
fue soltando sus coplas para rendir homenaje a su amigo panadero:
Qué lindo que yo me acuerde
de don Juan Riera cantando,
que así le gustaba al hombre
lo nombren de vez en cuando.
Panadero don Juan Riera
con el lucero amasaba
y daba esa flor del trigo
como quien entrega el alma.
A veces hacía jugando
un pan de palomas blancas
y harina su corazón
al cielo se le volaba.
Por la amistad en el vino
sin voz, querendón cantaba,
y a su canción como al pan
la iban salando sus lágrimas.
Cómo le iban a robar
ni queriendo a don Juan Riera
si a los pobres les dejaba
de noche la puerta abierta.
Manuel cerró el cuaderno y mascó hojas de coca. Esa noche lo vio a Gustavo “Cuchi” Leguizamón y le dio las coplas para que hiciera la música. El talento de uno y la inspiración de otro dejaron para el mundo la hermosa Zamba de Juan Panadero, que guardó para siempre la memoria de los días y las noches del entrañable Juan Riera.
Castilla
consiguió trabajo, y cuando cobró el primer sueldo fue a saldar su deuda. "Usted no me debe nada" le
respondió Don Juan Riera, "Lo hice
por un amigo, como lo hubiese hecho usted".
Alguna
vez Manuel J. Castilla expresó, recordando largas conversaciones con don Juan
Riera:
"Usted hacía pan y ese pan le daba primero a los hambrientos y
después lo vendía para vivir. ¿Se
acuerda cuando mi mezquindad le advirtió? “Don
Juan, es de noche; cierre la puerta de la calle, pueden robarle` Y usted me
dijo `la dejo abierta por si alguien necesita cobijarse”?
Si
quieren deleitarse con el piano del Cuchi Leguizamón y su relato, busquen en https://www.youtube.com/watch?v=46HBHltzhjU y
escuchen esta historia.
La versión cantada pueden escucharla por la salteñísima
Negra Chagra https://www.youtube.com/watch?v=HSIydEkwt2s
Juan y el folklore
Su panadería fue el lugar de encuentro de la Salta de los
años cincuenta. Ese caballero había convertido a la panadería en una improvisada
peña para la poesía y el canto, un pequeño centro cultural para los
folkloristas salteños y un refugio para los pobres y mendigos.
Fueron
parte de los frecuentes encuentros en la panadería nombres como el de Eduardo
Falú, César Perdiguero, Jaime Dávalos, Ernesto Cabeza, Julio Espinoza, José
Ríos, la familia Saluzzi y los ya mencionados Manuel Castila y Gustavo
Leguizamón y tantos otros como los integrantes del Dúo Salteño.
Manuel Castilla
y Jaime Dávalos ya le habían dedicado un poema en 1951, escrito en la cuadra de la panadería en un papel de bolsa de
azúcar firmado en una reunión luego del asado. Otras firmas en ese papel al pie
del poema, además de las de los autores se encuentran apellidos memorables de
la música folklórica.
A Don Juan Riera panadero y flor de amigo
Romance de Don Juan Riera
que en la Navidad nevada
de la harina, en pan realiza
su bondad enamorada.
Romance de Don Juan Riera
doblado en sus manos blancas
divide la flor del trigo
como quien reparte el alma
Venga el pan hasta la mesa
donde el corazón rebalsa,
risa en las copas de vino,
sal en la sal de las lágrimas.
Lleve el olor de la harina
en el horno madurada,
y sobre el aire dormida
nieve la paz en sus canas.
Panadero, panadero,
puro en la sal y en el agua,
por la sazón de sus panes
se nos queman las palabras.
Más curiosa es la lista de visitantes ilustres que por allí pasaron como León Felipe, el famoso poeta español, El “Che” Guevara en su viaje a México o el Mariscal Tito, refugiado en la Argentina, obrero del Tren de la Puna y deportado por el gobierno de Uriburu.
Don Juan Riera se casó formalmente en 1960. Falleció en Salta en 1974 a los 80 años. Doña Augusta Caballeroni de Riera lo sobrevivió y falleció en 1983 a los 77 años.
Seguramente
nunca tendrá un monumento a la solidaridad, pero los que lo conocieron lo
llevarán mucho mas allá del homenaje.
Como
dijo un poeta “solo se muere cuando nadie
te recuerda”, pero muchos lo recordaremos cuando escuchemos su zamba.
Bibliografía
PORTAL INFORMATIVO DE SALTA. Dn. Juan Panadero Riera. http://www.portaldesalta.gov.ar/riera.htm
PROFESIONAL.
FM 89.9 (2020). Juan Riera, el panadero que a los pobres les dejaba de noche la
puerta abierta. Salta. http://www.fm899.com.ar/noticias/salta-1/
ACEBAL,
R.L. Deme un pan cacho, medio kilo de saborizados con cebolla y orégano y un
ejemplar de "juan panadero antes...y después". Identidad cultural. http://www.identidad-cultural.com.ar/leernota.php?cn=3323
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