lunes, 21 de agosto de 2017

Sarratea, Alvear & Carrera S.A. Se venden Patrias


La “sociedad” entre Manuel de Sarratea, Carlos María de Alvear y José Miguel Carrera, (aunque ideológicamente tenían diferencias), pretendía conformar un “triunvirato en la sombra” y adueñarse del poder aunque para ello tuviesen que negociar sus ideas y traicionar a quien se pusiese adelante.

Sarratea quería ser a toda costa Gobernador de Buenos Aires (que en ese momento era casi equivalente al actual Presidente de la Nación), Alvear pretendía ser el Comandante Nacional de Armas y con ese poder imponer sus ideas, y Carrera era un chileno que denodadamente luchaba por armar un ejército de este lado de la Cordillera de Los Andes, cruzar a su país, desplazar a San Martín y tomar el gobierno.

Para lograr todo esto no importaba negociar temporalmente con Francisco Ramírez o Estanislao López, pelearse con Soler por la posesión de las armas, o invitar al portugués Lecor para que destruya a Artigas.

En sus monumentos deberían llevar colgado del pedestal un cartel que diga SE VENDEN PATRIAS, ESCUCHO OFERTAS.

Las sociedades entre nuestros “próceres” fueron de todo tipo. Se dice que en la historia de las instituciones es fácil distinguir dos grandes grupos de actores: los que tienen proyectos institucionales y los que tienen proyectos personales.
En nuestra historia algunas sociedades se armaron para ir consolidando el concepto de patria y otras para conseguir beneficios personales, sin embargo en la historiografía oficial nos han mostrado que muchos de los participantes tienen nombre de ciudades, pueblos, plazas o calles en su honor, sin realmente merecerlo. Este es uno de los casos.

La “sociedad” entre Manuel de Sarratea, Carlos María de Alvear y José Miguel Carrera, (aunque ideológicamente tenían diferencias), pretendía conformar un “triunvirato en la sombra” y adueñarse del poder aunque para ello tuviesen que negociar sus ideas y traicionar a quien se pusiese adelante.

Sarratea quería ser Gobernador de Buenos Aires (que en ese momento era casi equivalente al actual Presidente de la Nación), Alvear pretendía ser el Comandante Nacional de Armas y con ese poder imponer sus ideas, y Carrera era un chileno que denodadamente luchaba por armar un ejército de este lado de la Cordillera de Los Andes, cruzar a su país, desplazar a San Martín y tomar el gobierno.

Para lograr todo esto no importaba negociar temporalmente con Francisco Ramírez o Estanislao López, pelearse con Soler por la posesión de las armas, o invitar al portugués Lecor para que destruya a Artigas.

¿Quién era quién?
Manuel de Sarratea nació en 1774 en la ciudad de Buenos Aires. Fue educado en Madrid y regresó al país con el fin de intervenir en una misión diplomática. Desde muy joven se manifestó propenso a la “cosa fácil” y con escaso compromiso. Al regreso de Europa, a los 36 años, participó, luego de la Revolución de Mayo, como embajador ante Lord Strangford en Río de Janeiro, donde tuvo poco éxito.
Lord Strangford era embajador inglés (a cargo de la protección de los negocios de las islas), ante Portugal y Brasil. A principios de 1811, recibió a Sarratea, por pedido del cual medió entre la Junta Grande y el virrey Francisco Javier de Elío, gobernador realista de Montevideo, logrando una tregua. Pero las posiciones intransigentes de la Junta y de la corte de Río de Janeiro llevaron a una invasión portuguesa de la Banda Oriental.
La paz era fundamental para los intereses comerciales ingleses en ambas márgenes del Rio de la Plata y Strangford y Sarratea quedaron muy mal parado ante sus propios gobiernos.
Al ser disuelta lo que se llamó la Junta Grande (es decir la Primera Junta más los enviados de las provincias), vio la manera de ingresar a la política en lo que hoy se le llama “la mesa chica”, y formó parte del gobierno participando, en 1811, como miembro del Primer Triunvirato (junto con Chiclana y Paso, luego reemplazando a este por Pueyrredón), imbuido de un profundo sentido centralista. 
A mediados de 1812, Strangford recibió nuevamente a Sarratea, que viajaba otra vez a Londres a lograr una pacificación, incluyendo el reconocimiento de Fernando VII como rey a cambio de la autonomía rioplatense.
Este “dúo” fue siempre un fracaso para las partes, pero como buenos diplomáticos siempre estaban en el tapete de los acontecimientos.
Para “entrenarse” en el oficio de “vende patria” realizó un tratado con el virrey Francisco Javier de Elío (con sede en Montevideo), por el que se le cedía “alegremente” la Banda Oriental a éste.
En 1812, después del cambio de autoridades en Montevideo, el tratado se rompió y se reinició la guerra contra los realistas de esa ciudad. La mayor parte de los orientales habían abandonado el territorio, siguiendo a su caudillo, José Artigas.
Volvió a Buenos Aires y lo enviaron como representante diplomático a Londres y Madrid en 1814, con el fin de obtener el apoyo inglés para establecer una monarquía constitucional con un príncipe legítimo. La misión terminó en el fracaso.
Sarratea, con escasa experiencia militar, se hizo cargo del ejército en la Banda Oriental, considerando que su principal misión era quitarle las tropas a Artigas, quien representaba todo lo contrario al centralismo porteño.
En lugar de conciliarse con Artigas, como se le había ordenado, se enfrentó a él, pero sus tropas se sublevaron y lo expulsaron, siendo reemplazado por José Rondeau, a quien Sarratea, poco tiempo antes, había designado comandante de la vanguardia. 
Como no consiguió ganarle a Artigas en el campo de batalla lo intentó por la vía del soborno, y al no tener éxito tampoco por este camino, no encontró mejor solución que declararlo oficialmente traidor a Artigas, y de esa manera “sacarse de encima” al defensor más profundo del federalismo, pero esta medida fue rechazada por el resto del Triunvirato.
Destituido el Primer y Segundo Triunvirato permaneció inactivo durante más de dos años, agazapado hasta encontrar una nueva grieta que lo coloque en escena.
El primer Director Supremo, Gervasio Posadas (otro centralista a ultranza), lo envió en misión diplomática a Madrid y Londres. Al llegar a España, mientras que en estos pagos se gestaban los movimientos independentistas, ofreció al rey la sumisión de las Provincias Unidas del Río de la Plata a la corona española bajo una cierta autonomía.
Tan increíble fue la propuesta que los propios españoles lo trataron como representante de un grupo de rebeldes, y tuvo que huir hacia Inglaterra.
Regresó al Río de la Plata a mediados de 1816 y fue ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores del nuevo Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón. Renunció por “motivos de salud”, y enseguida se contactó con la oposición porteña a la causa federal, pero terminó siendo desterrado a Montevideo.
Luego de la batalla de Cepeda en 1820 en la que se enfrentaron los ejércitos unitarios de Rondeau y los federales de López y Ramírez, y en la que triunfaron estos, Sarratea se unió a ellos en una supuesta incongruencia mas de su conducta, ya que estos caudillos en ese momento eran lugartenientes de Artigas.
Allí se conoció con el chileno José Miguel Carrera. Sarratea quería tomar poder y se puso, como siempre, del lado de los ganadores. 
Los caudillos litoraleños, conociendo las ambiciones de Sarratea, y tratando de sacar ventajas de Buenos Aires, lo enviaron como representante y con el aval para que el Cabildo de Buenos Aires lo nombrara Gobernador (aunque fuese provisorio), cosa que ocurrió. Ramírez engaña a Soler (quien pretendía la gobernación), con una reunión, mientras Sarratea es elegido para la Junta de Representantes y luego Gobernador, aunque solo había logrado el 5 % de los votos.
Ya en el cargo,  y devolviendo favores, firmó el Tratado del Pilar en el cual Buenos Aires reconocía como iguales al resto de las Provincia Unidas. Un compromiso secreto entre los dos gobernadores federales y Sarratea preveía la entrega, a los dos primeros, de auxilios y armas. Los dos gobernadores fueron invitados por el gobierno de Buenos Aires, ciudad donde estuvieron en calidad de huéspedes.
López y Ramírez, fortalecidos por su victoria frente a Buenos Aires, se encontraron forzados por Sarratea a desconocer la autoridad de Artigas ya que éste había sido derrotado en la Batalla de Tacuarembó por los lusobrasileños.
Consideraban más correcto estratégicamente reorganizar sus provincias y abandonar de momento la guerra contra los lusobrasileños que les imponía la estrecha alianza con Artigas, quien por esto rechazó el tratado y los acusó de traición.
Cuando los militares bonaerenses se enteraron de que se estaban entregando armas a los caudillos, se levantaron contra Sarratea y lo depusieron el 6 de marzo, nombrando en su lugar al General Juan Ramón Balcarce, pero éste se sostuvo en el poder menos de una semana, ya que el General Ramírez amenazó con atacar la ciudad si no se cumplía con toda la entrega acordada. Quien también recibiría armas “en secreto” era Carrera para formar su Ejército Restaurador.
Asumió su gobierno nuevamente el 11 de marzo, y le cedió también a Ramírez algunas unidades militares, al mando del coronel Lucio Norberto Mansilla. No logró contener el permanente estado de anarquía en que se debatía la provincia ni volver a la obediencia a los militares, por lo que renunció en mayo.
Se unió al ejército de Ramírez en su campaña contra Artigas, y la derrota de éste fue tal vez su mayor “éxito” personal. También participó en los preparativos de la guerra del caudillo entrerriano contra Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba, que terminó en un desastre. Por un tiempo estuvo alejado de la política, tal vez tomado fuerzas para ponerse bajo el ala de los nuevos poderes de turno y encarar alguna otra traición.
En 1825, el Gobernador de Buenos Aires Juan Gregorio de Las Heras nombró a Sarratea como Encargado de Negocios de las Provincias Unidas del Río de la Plata cerca de Su Majestad Británica, a pesar de sus fracasos anteriores. Más tarde Rivadavia lo envió en 1826 a desempeñar distintas misiones diplomáticas a Inglaterra. En Londres apoyó la política inglesa de apoyar la separación de la Banda Oriental de las demás provincias argentinas, cosa que se logró a mediados de 1828.
Paradójicamente (…o no tanto), los federales lo protegían o se lo querían sacar de encima. El gobernador Manuel Dorrego lo mantuvo en su puesto, y Juan Manuel de Rosas lo nombró su embajador en Río de Janeiro y Francia.
Traicionó a los federales, traicionó a los unitarios, traicionó al poder de España y al de Inglaterra, pero no lo hizo simultáneamente. Hubiese sido demasiado trabajo para este “diplomático” de carrera. Falleció “sin pena ni gloria” el 21 de septiembre de  1849 en Limoges, Francia.
Sarratea, es recordado en Uruguay por sus diferencias e intrigas contra José Artigas, a quien incluso se afirma que intentó mandar asesinar a través de Santiago Vázquez.

Carlos María de Alvear nació en Santo Ángel Guardián de las Misiones (hoy territorio brasileño), en 1789.
Siendo aún un niño había revistado como cadete en el Regimiento de Dragones de Buenos Aires, en que figuró como portaestandarte. A fines de 1807 se incorporó a la Brigada de Carabineros Reales (un cuerpo de elite) con el grado de alférez (equivalente al de teniente en los cuerpos de línea).
Trasladado a España participó en la campaña contra la invasión napoleónica. Llegó a Cádiz a fines de 1809 y a los pocos meses fundó la Sociedad de los Caballeros Racionales, o Logia Nº 3 (filial de otra con sede en Londres), a la que luego se incorporaría José de San Martín.
El estallido de la Revolución de Mayo de 1810 en Buenos Aires precipitó a que Carlos María de Alvear a fines de ese año pidiera licencia del ejército español.
Regresó a Buenos Aires en marzo de 1812 en la fragata inglesa George Canning, en el mismo barco en que viajaba José de San Martín, con quien se distanciaría ideológicamente poco tiempo después.
Fue Capitán y Sargento Mayor del flamante escuadrón de Granaderos a Caballo. Por sus contactos políticos, fue quien presentó a San Martín en la sociedad porteña y también su testigo de casamiento.
En un primer momento trabajó, junto a San Martín, Zapiola, Martín Rodríguez y otros, en la organización de la Logia Lautaro, un grupo secreto que intentaba corregir la dirección política del gobierno para obtener la Independencia de la América Hispana de la corona de los reyes de España y dictar una constitución basada en el liberalismo que establecería un estado republicano.
Para lograr tal fin encabezó con San Martín la revolución del 8 de octubre de 1812, que reemplazó al Primer Triunvirato por el Segundo y que convocó a la Asamblea del año 1813.  Organizó las elecciones de los representantes porteños y de las provincias y fue el primer Presidente de dicha Asamblea.
Ambicionando el poder político y basándose en el centralismo que había existido en el antiguo Virreinato, logró que la Asamblea General creara un Directorio a cargo de un Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, para el cual hizo elegir a su tío Gervasio Antonio de Posadas (primo de su madre).
A mediados de 1813 renunció a su banca pero siguió participando en política a través de la Logia que ya estaba dividida entre los partidarios de San Martín y los de Alvear. Este, con mayores influencias políticas, alejó a San Martín del poder poniéndolo al mando del Ejército del Norte.
La Asamblea de 1813 era dominada políticamente por Alvear, un hombre cercano a los intereses británicos, que va a continuar con la ficción de obediencia al rey cautivo. Alvear está muy atento a lo que dice Gran Bretaña, habla de plantear una disculpa por los intentos independentistas y una reconciliación con España.
Su tío, el Director Supremo Posadas, nombró a Alvear Comandante del Ejército que sitiaba a los realistas en Montevideo, reemplazando a Rondeau, pero no asumió el mando de este ejército sino después de la victoria naval de Brown frente a Montevideo, por lo que su actuación militar fue muy breve, pero aparentemente exitosa.
La victoria no dio todos los resultados positivos que se esperaban de ella por las crecientes disidencias del gobierno central con José Gervasio Artigas, el líder de los revolucionarios orientales. Este reclamó que la ciudad de Montevideo les fuera entregada a los orientales.
Alvear llamó a Artigas a negociar su entrega, pero Artigas, desconfiando de sus intenciones, envió en su lugar a Fernando Otorgués, que acampó con su división a cierta distancia de la ciudad. Al día siguiente de la toma de la plaza, Alvear avanzó al frente de una división, iniciando tratativas con Otorgués mientras reunía otras fuerzas. Acusó a Otorgués de haber intentado sublevar a las tropas realistas en su contra y atacó en Las Piedras el campamento de Otorgués, cuyas tropas fueron completamente dispersadas.
El nuevo Director tenía sólo 25 años y su breve gobierno fue calificado por muchos como una verdadera dictadura. Entre los que le objetaban se hallaba San Martín. 
Alvear gobernó rodeado de su propia facción, sostenido sólo por la logia secreta a la que pertenecía y los oficiales adeptos del ejército. Organizó una red de espionaje y arrestó sin juicio a sus opositores e implantó una severa censura de prensa.
La Asamblea del año 1813, presidida por Alvear, temía que la incorporación de los artiguistas produjera una virtual alianza entre el caudillo oriental y San Martín para apurar una declaración de independencia, en contra de los intereses del grupo alvearista.
Los representantes de Artigas traían instrucciones muy precisas, que no eran del agrado de la clase dirigente porteña:
·         Inmediata declaración de Independencia
·         Constitución republicana
·         Gobierno central con respeto a las autonomías provinciales
·         Establecimiento de la Capital fuera de Buenos Aires.

La locura de Alvear llega al punto de la traición, y ejercitando su oficio de “vende patria”, le escribió al embajador inglés en Río de Janeiro, Lord Strangford:

"Estas provincias desean pertenecer a la Gran Bretaña, recibir sus leyes, obedecer a su gobierno y vivir bajo su influjo poderoso. Ellas se abandonan sin condición alguna a la generosidad y buena fe del pueblo inglés. Yo estoy resuelto a sostener tan justa solicitud para librarlas de los males que las afligen. Es necesario que se aprovechen los buenos momentos, que vengan tropas que impongan a los genios díscolos y un jefe plenamente autorizado que empiece a dar al país las formas que fueren del beneplácito del Rey".

"Inglaterra no puede abandonar a su suerte a los habitantes del Río de la Plata en el acto mismo que se arrojan en sus brazos generosos..."

"Yo deseo que V.E. se digne escuchar mi enviado, Dn. Manuel García, acordar con él lo que V.E. juzgue conducente y manifestarme sus sentimientos, en la inteligencia que estoy dispuesto á dar todas las pruebas de sinceridad de esta comunicación, y tomar de consuno las medidas que sean necesarias para realizar el proyecto, si en el concepto de V.E., puede encontrar acogida feliz en el ánimo del Rey y la Nación.

Dios Guíe á V.E. Ms As. Bs. Ays. E° 25 de 1815. Carlos de Alvear. "

El “bueno” de Manuel José García fue a negociar, pero Belgrano, que ya estaban en Río de Janeiro de regreso de Europa, y buscaban una salida pacífica a la complicada situación de las Provincias Unidas, frenó su misión. Belgrano se alarma y se pregunta “¿Cómo es que se iba a entregar el país a Inglaterra?”. La novedad se conoce en Buenos Aires y destituyen a Alvear. 
En 1815 Alvear propuso utilizar su ejército para una expedición a Chile y avanzar en la guerra contra los realistas. Su estrategia era la de atacar a los ejércitos reales indirectamente, llegando hasta la ciudad capital de Lima no a través del Alto Perú, pero el Cabildo de Buenos Aires (dirigido por Antonio José de Escalada, suegro de San Martín, quien era entonces su Regidor y Alcalde de primer voto), se negó.
En todo el territorio estallaron manifestaciones de oposición y rebeldía. La Banda Oriental, Entre Ríos, Santa Fe, Corrientes, Córdoba y las provincias de Cuyo manifestaron su disconformidad con Alvear, al que le endilgaban representar al centralismo porteño. Ante el creciente descontento, Alvear se propuso intimidar al espíritu público mediante un drástico bando por el cual se condena a muerte a quienes critiquen a su gobierno.
El Director Alvear carecía de influencia en el interior. Dado que el peor enemigo para la causa del centralismo porteño era Artigas, que dominaba la campaña de la Banda Oriental y estaba extendiendo su influencia a las provincias del litoral, ordenó evacuar Montevideo.
Envió al almirante Brown a proponerle a Artigas, a cambio de la retirada de éste de las provincias del litoral, la independencia de toda la Banda Oriental, como si fuera este pequeño designio el que llevaba el Jefe de los Orientales. El ofrecimiento fue altivamente rechazado.
Para la mayoría, la actitud de Alvear era una traición a la patria. Así lo entendió Artigas al que se adhirieron las provincias litoraleñas. En todos lados hubo protestas y hasta San Martín, indignado, había decidido renunciar a su cargo de gobernador de Cuyo, pero un Cabildo Abierto y una “pueblada” lo repuso antes de que llegara el reemplazante (el entonces Coronel Perdriel), que rápidamente mandó Alvear. 
Simultáneamente envió un ejército para tomar Santa Fe y, cruzando Entre Ríos, intentar atacar la Provincia Oriental, bajo el mando de Francisco Javier de Viana. Pero el coronel Ignacio Álvarez Thomas, jefe de la vanguardia del ejército, se puso en contacto con enviados de Artigas y declaró su rebelión contra Alvear, negándose a usar sus propias fuerzas en una guerra civil. El 3 de abril de 1815, en la posta de Fontezuelas, cerca de la actual ciudad de Pergamino (provincia de Buenos Aires), Álvarez Thomas se pronunció contra el Director Alvear.
La ciudad de Buenos Aires, hasta entonces un bastión del unitarismo, se plegó al movimiento para deponerlo del Directorio, que encabezaba indirectamente San Martín. A la sublevación militar de Ignacio Álvarez Thomas se sumó el Cabildo de Buenos Aires y el general Miguel Estanislao Soler.
Alvear debió renunciar a su cargo sólo tres meses después de haberlo asumido y refugiarse en una fragata de guerra inglesa. Se dirigió a Brasil. Sus partidarios, incluido su tío Posadas, fueron arrestados. Junto con su Directorio cayó también la Asamblea del Año XIII.
En la huida, luego de su destitución, y fiel a su espíritu de “vende patria”, Alvear viaja a Río de Janeiro con papeles secretos sobre los ejércitos lusobrasileños: la posición de las tropas, el número de soldados, los nombres de los espías y la ubicación de las armas. Esto fue considerado un acto de traición de los más grandes que se conozcan.
Alvear permaneció como embajador de la Confederación Argentina en Estados Unidos hasta después de la caída de Rosas. Su vencedor, Justo José de Urquiza, lo confirmó en su cargo. El 3 de noviembre de 1852, falleció en Nueva York.

José Miguel Carrera nació en Santiago de Chile en 1785 en el seno de una familia aristocrática hispana. Sirvió a las armas del rey de España en contra del ejército de Napoleón y volvió a Chile en julio de 1811. Después de sucesivos golpes de Estado, el 15 de noviembre de dicho año se hizo nombrar presidente de la Junta Provisional de Gobierno de Chile. Tras disolver el Congreso Nacional, asumió plenos poderes en diciembre de ese año.
Su gobierno, abiertamente separatista con respecto al aparato estatal de España, tuvo que enfrentar la invasión que el virrey Abascal mandó a realizar desde Talcahuano, desencadenando así la Guerra por la Independencia de Chile.
Tras una serie de fracasos, coronados en el Desastre de Rancagua en 1814, Carrera se vio obligado a retirarse de Chile junto con el resto de militares y ciudadanos que partieron temporalmente a Mendoza.
Allí trató de reorganizar la lucha y la liberación de Chile, país al cual no volvería más, pese a sus intentos por hacerlo y recuperar el poder, que lo llevaron a conseguir apoyo de mapuches, corsarios, oficiales napoleónicos y norteamericanos retirados de sus respectivos ejércitos, e incluso del propio presidente de los Estados Unidos, James Madison.
Cuando José Miguel y sus hermanos llegan a Mendoza en octubre, la disputa entre los partidarios y los opuestos al gobierno carrerino recrudecieron. O'Higgins contaba con el apoyo en San Martín ya que no tenía confianza en los Carrera por una serie de actitudes por parte de los hermanos que fueron consideradas como una tentativa de desconocer su autoridad.
Al mismo tiempo, los hermanos habían sufrido mucho desprestigio a consecuencia del desastre de Rancagua y muchos entre los refugiados en Mendoza los acusaban, erróneamente, de haberse robado el tesoro nacional y de traición. Finalmente tanto José Miguel como Juan José fueron enviados a Buenos Aires.
A su llegada a Buenos Aires, Carrera se encuentra con Carlos María Alvear, amigo suyo desde los tiempos de Cádiz y ya declarado enemigo acérrimo de San Martín. Los dos Generales, miembros de la misma logia, se encontraron y estrecharon nuevamente su amistad.
Poco después, cuando Alvear asume como Director Supremo de las Provincias Unidas, Carrera creía haber obtenido un apoyo decisivo para lograr sus propósitos, es decir ser reconocido como gobierno legítimo de Chile y obtener recursos para montar una expedición a Coquimbo, desde donde planeaba continuar la guerra por la independencia.
El Cabildo de Buenos Aires, compuesto por un sector opuesto a Alvear, quien fue considerado un dictador, lo desplazó en 1815, terminando con la esperanza de Carrera de obtener sus objetivos en Argentina.
Sin más recursos en la Argentina, Carrera decidió apelar a sus conocidos en Estados Unidos, y hacia allá se embarcó (estudiando el idioma ingles en los tres meses que duró el viaje). Muchos norteamericanos fueron deslumbrados por Carrera y lo ayudaron, tanto en términos económicos, como prestándose a servir a su lado.
Al cabo de un año, José Miguel logró reunir cuatro barcos, armamento y soldados para la liberación de Chile. Regresó a Buenos Aires en febrero de 1817, en el momento en que el Ejército de los Andes se preparaba para iniciar el cruce de la cordillera.
Carrera se negó a poner su flotilla al mando de San Martín, aduciendo que hacer tal cosa equivalía a decidir por adelantado el futuro gobierno de Chile. Carrera dijo “Entonces San Martín no va a liberar el país sino a conquistarlo, no va a dejar a los pueblos que elijan a su mandatario sino a imponerlo”. 
El Director Supremo, Juan Martín de Pueyrredón, le impidió el paso a él y su flota, la que después de un intento de Carrera de zarpar sin permiso fue requisada y este encarcelado.
Carrera  escapó a Montevideo donde recibió la protección del General portugués  Carlos Federico Lecor, quien, aprovechando que San Martín y la mayor parte del ejército Argentino se encontraba preparándose para liberar Chile, o en el noroeste previniendo una invasión desde el Alto Perú, había invadido hacía poco la Provincia Oriental al mando de un ejército monarquista.
Al poco tiempo llegó a esa ciudad su antiguo amigo, el ex director supremo Alvear, quien aparentemente se había ahora declarado fiel sirviente de la corona y promovía el federalismo.
Carrera se dedicó a organizar sus planes. El plan era volver a Chile con el propósito de apresar a O’Higgins y San Martín, forzándolos a renunciar, y tomar el poder. Contaban para esto con el apoyo de sus partidarios en Chile, sector que creían era considerable y que estaba a su espera.
Esos planes estaban avanzados en junio de 1817, los conspirados incluso se habían repartido los puestos del futuro gobierno, aunque muchos no estaban enterados.
Manuel Rodríguez sería “dictador en lo político”, aunque en realidad era un aliado y “espía” de San Martín. El General Miguel Brayer estaría a cargo del ejército. José Miguel sería enviado de nuevo a EEUU a organizar una nueva flota. Luis, a la cabeza de una de las columnas armadas de sus partidarios que se organizarían en Santiago, capturaría a O’Higgins mientras Juan José, al mando de la otra, se reservaba la captura y juicio militar de San Martín.
A principio de ese mes los conjurados empezaron a viajar, por separado y en grupos pequeños a Santiago. A fines del mismo, los siguió Luis, disfrazado de mozo de un oficial de apellido Cárdenas, y, finalmente, el 8 de agosto, Juan José, como amigo y compañero de viaje de un “impresor”.
Racional o no, el plan comenzó a desbaratarse rápidamente, aun antes de que todos los implicados pudieran cruzar la cordillera. Por algún motivo, Luis Carrera asaltó un postillón para robarle las cartas y fue apresado en Mendoza. Su compañero de viaje confesó de inmediato, lo que llevó al arresto de Juan José en San Luis, el 20 de agosto de 1817.
El resto de los conjurados fue capturado en Chile, alrededor del 8 de febrero de 1818. Junto a ellos fueron arrestados numerosos carrerinos.
Desgraciadamente para ellos, en Mendoza fueron adicionalmente acusados de querer escapar con la ayuda de prisioneros realistas, a quienes intentaron armar y organizar para derrocar las autoridades provinciales e invadir Chile, cargos que Luis Carrera reconoció implícitamente lo cual lo ubicó en el estrado de traidor. La trama era tan alocada que el propio hermano, Luis, dijo:
 “Mis hermanos se pierden. No son hombres para estas empresas. No tienen ni discreción ni recursos, ni es ésta tampoco la época”.
Dado que la ambición de poder político, militar y económico de los Carrera se tornaba fuera de control, las autoridades justificándose en los tiempos difíciles que se vivían, decidieron tomar medidas drásticas. Como consecuencia de todo esto Lu8is y Juan José Carrera fueron encontrados (en lo que en el mejor de los casos puede ser llamado un juicio sumario), culpables de los delitos de "lesa patria" y "actos contra la plaza" y condenados a muerte en abril de 1818 por el gobernador de Mendoza, Toribio Luzuriaga.
Se sabe que Miguel Carrera contaba con el apoyo de EEUU para establecer gobiernos “conformes” al de ese país. Se sabe también que, después de 1819, se dedicó a luchar para establecer a Alvear como presidente de una Argentina federal.
Parece entonces posible especular que el plan era lograr, a través de Artigas, el apoyo de la Liga Federal a fin de establecer a Alvear como presidente de una federación en las provincias unidas, lograr el reconocimiento de EEUU para esa entidad y, con el apoyo de esos gobiernos, y el de sus partidarios entre los militares y civiles en Chile mismo, invadir a ese país a fin de integrarlo a una Federación del Sur.
Podría ser que en esos planes Carrera se reservaba, a menos para empezar, el papel de cerebro estratégico, a cargo de una campaña política y relaciones con gobiernos y fuerzas exteriores.
Es posible también ver como tales planes servían al interés del general Lecor. Cualquier división o lucha entre las fuerzas patrióticas fortalecían su posición militar y podían redundar en ventaja para los intereses expansionistas lusobrasileños.
La alianza con Artigas o la Liga Federal no se concretó en los términos que posiblemente Alvear y Carrera esperaban y desprovisto, como consecuencia de las acciones de sus hermanos, de apoyo organizado en Chile, el plan se veía gravemente amenazado, sin embargo, tanto Carrera como Alvear, más algunos de sus seguidores, decidieron, a fines de 1819 y aparentemente bajo instrucciones de Artigas, abandonar Montevideo y  sumarse al ataque contra Buenos Aires de los caudillos de Santa Fe y Entre Ríos, Estanislao López y Francisco Ramírez.
Estos planificaron el ataque contra los unitarios, triunfando en la batalla de la Cañada de Cepeda, el 1 de febrero de 1820. 
El nuevo Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Sarratea,  logró llegar a un entendimiento con los líderes federales,  en el cual Carrera participó y sus intereses (ser provisto de armamento), fueron considerados para organizar su nuevo "Ejército Restaurador".
El problema para Carrera fue que si bien se logró establecer un gobierno federal en Argentina, no fue su amigo Alvear quien estaba a cargo. Así pues, aunque Carrera obtuvo fuerzas militares para su proyecto, éstas no eran lo suficiente como para lograr sus objetivos finales.
Aún peor, las nuevas autoridades federales en las provincias no estaban dispuestas a dejarlo cruzar sus territorios hacia Chile. Y el gobierno de Buenos Aires carecía de la autoridad -y posiblemente del deseo- para obligarlas a concederle ese paso.
Carrera, a cargo de un grupo armado relativamente pequeño (cerca de 500 hombres), y bloqueado cerca de Buenos Aires, decidió internarse en las pampas con la esperanza de poder cruzar la cordillera hacia Chile. Fue ganando adeptos entre los indígenas, quienes, según la leyenda, llegaron a nombrarle "Pichi-Rey" (pequeño rey).
Luego, en lugar de tratar de cruzar la cordillera como eran sus planes originalmente, se dedicó a fomentar a las tribus indígenas para que hicieran una guerra contra las poblaciones civiles en la provincia de Buenos Aires, lo que naturalmente tuvo un efecto negativo sobre la imagen de Carrera tanto entre las autoridades como en la población civil.
Incentivó el ataque del cacique Yanquetruz a la localidad de Salto, en Buenos Aires, quien con su gente destruyó el 3 de diciembre de 1820 buena parte de la población. 
En febrero de 1821 abandona las tolderías de los ranqueles y se dirige a Chile solicitando libre paso a los gobernadores de Córdoba y de San Luis, quienes se niegan y lo enfrentan militarmente.
Con ayuda de los ranqueles reclutados venció al Gobernador cordobés Juan Bautista Bustos en Chajá y al de San Luis, Coronel Luis Videla, en Ensenada de las Pulgas, ocupando la ciudad de San Luis.
Intentó luego unirse a las fuerzas del gobernador de Entre Ríos, Francisco Ramírez, pero al no querer acompañarlo este a Chile, retornó a San Luis después de vencer a fuerzas mendocinas en Río Cuarto. El 30 de agosto Carrera fue derrotado en Punta del Médano por las fuerzas del Coronel José Albino Gutiérrez.
Intentó replegarse a Jocolí, al norte de Mendoza, con sus tropas, pero fue traicionado por algunos de sus seguidores y oficiales, quienes luego de insurreccionar a los soldados, lo tomaron prisionero y lo entregaron al Coronel Gutiérrez.
Su vida política y militar desde 1815 en adelante fue decayendo progresivamente. Dado que la ambición de poder político, militar y económico de los Carrera se tornaba fuera de control, las autoridades justificándose en los tiempos difíciles que se vivían, decidieron tomar medidas drásticas.
Fue fusilado cerca del mediodía del 4 de septiembre de 1821, en la plaza de Mendoza (hoy Plaza Del Castillo), por orden de Tomás Godoy Cruz.

Resumen de las complejas relaciones societarias
El objetivo de los centralistas porteños (con Alvear a la cabeza), en sociedad con el General Lecor, era aislar a Artigas de las provincias federadas. En febrero de 1818, una columna lusobrasileña se internó en el Uruguay desde el norte de ese país, y el 4 de marzo una fuerza naval atacó desde Montevideo a través del Río Uruguay. Esa expedición culminó con la toma de Colonia del Sacramento.
Artigas se vio obligado a abandonar la costa oriental del río y posteriormente cometió lo que puede ser considerado el error estratégico crucial de su carrera. Convencido, debido a las maniobras de Lecor, que los unitarios planeaban atacarlo, instruyó a sus aliados de atacar Buenos Aires, a fines de 1819, con el fin de obligar a los unitarios de participar en la guerra contra los portugueses.
El resultado neto de estas hostilidades fue que, aunque los unitarios fueron derrotados, Artigas se encontró desprovisto de fuerzas para enfrentar a los lusobrasileños.
A fines de 1819 Alvear se alió al General chileno José Miguel Carrera (enemigo jurado de San Martín y Bernardo O'Higgins), y otros opositores a los grupos que gobernaban en Buenos Aires y Santiago. Alvear y Carrera (unitarios y centralistas absolutos), se unieron a las fuerzas federales dirigidas por Estanislao López y Francisco Ramírez, a pesar de que ambos eran seguidores de Artigas.
La distracción de fuerzas (y las traiciones de Otorgués y Rivera), llevó a la derrota de Artigas en la batalla de Tacuarembó, en enero de 1820, por ello se vio forzado a cruzar al territorio de Entre Ríos, controlado por Francisco Ramírez. Estos derrotaron al Director Supremo, José Rondeau, en la batalla de Cepeda, librada en 1820, que significó la caída del Directorio y la disolución del Congreso, cesando todas las autoridades nacionales.
Un poco después, en febrero, los federales argentinos lograron un acuerdo con Buenos Aires (el Tratado del Pilar negociado con Sarratea), que fue denunciado por Artigas como traición, a consecuencia de lo cual estallaron hostilidades entre los mismos federales.
La idea de Carrera y Alvear era unirse para ocupar cada uno el mando supremo en sus respectivos países, pero Manuel de Sarratea, que también era “protegido” por los federales, se les adelantó y se hizo nombrar gobernador de la provincia Buenos Aires, sin embargo, a pesar de la derrota sufrida en Cepeda, el partido "directorial" no estaba totalmente desarticulado.
A principios de marzo,  Balcarce lideró una revuelta que derrocó a Sarratea, quien se refugió en el campamento federal. En medio de la confusión y el desorden, algunos partidarios de Alvear lo convencieron de desembarcar en Buenos Aires para sacar partido de la situación, pero su intervención debilitó al gobierno de Balcarce (apenas duró una semana), sin beneficiarlo a él. Sarratea, sostenido nuevamente por Ramírez y Carrera, volvió a ocupar el sillón de gobernador.
Para deshacerse de la amenaza que presentaba Soler al frente del ejército, Sarratea llamó a Alvear para liderar un complot contra Soler, quien finalmente fue puesto en prisión.
Esta asonada de Alvear tampoco tuvo éxito (…una vez mas), esta vez por la falta de apoyo del Cabildo porteño, dominado por los mismos personajes que habían contribuido a su derrocamiento cinco años atrás.
Ante esta resistencia, Sarratea decidió no sólo abandonar a su socio temporal Alvear a su propia suerte, sino exigirle que se marchara inmediatamente de la capital, además de liberar a Soler (su enemigo), de prisión.
Alvear desistió de sus planes y, al frente de un grupo de oficiales y soldados adictos, marchó hacia las afueras de la ciudad en donde se reunió con Carrera y sus tropas. Con su cabeza bajo precio, Alvear se refugió en el campamento de Ramírez, perseguido por su pariente, el General Domingo French, quien exigió a Ramírez la entrega del “traidor Don Carlos de Alvear”, pero el caudillo entrerriano se negó a entregarlo, aduciendo que estaba bajo su protección.
Sarratea no pudo mantenerse en el poder por mucho tiempo. Como temía, a las pocas semanas lo derrocó Soler (a quien había liberado de prisión poco tiempo atrás), que se instaló como Gobernador de Buenos Aires.
Después de que Ramírez se retiró hacia Entre Ríos a fines de abril, a combatir inexplicablemente contra Artigas, López decidió reemplazarlo por Alvear y marchó con sus fuerzas a San Antonio de Areco, en donde se le unió Carrera con su “Ejército Restaurador” y Alvear al mando de un grupo de cincuenta oficiales leales a su causa conocidos como “los proscriptos”.
Soler organizó rápidamente la defensa de Buenos Aires, acantonando en las cercanías de Morón unos 1.250 hombres, al que se enfrentaban las llamadas fuerzas federales de López. Milicianos santafecinos, soldados chilenos de Carrera y la brigada de Alvear, se enfrentaron en la batalla de Cañada de la Cruz, que terminó en una amplia victoria para López y sus aliados.
López y Carrera hicieron que el cabildo de Luján eligiese a Alvear como gobernador, sin embargo el Cabildo de Buenos Aires desconoció su elección y cuatro días más tarde eligió a Manuel Dorrego como gobernador.
En otra contradicción más de nuestra historia, el futuro paladín del federalismo decidió vengar el revés sufrido por el ejército porteño y lanzó una ofensiva contra las fuerzas federales.
López se había retirado detrás del Arroyo del Medio, dejando a las fuerzas de Carrera y Alvear aisladas en la villa de San Nicolás de los Arroyos, donde, luego de un encarnizado combate, fueron completamente derrotadas.
Dorrego informó al Cabildo de Buenos Aires de su victoria, destacando que “ha sido igualmente fruto de nuestra empresa la prisión del cuadro de oficiales que formaban la escolta de Alvear, que han sido los más obstinados en rendirse”.
Intentar reproducir estos “juegos de guerra” para interpretarlos resulta muy complejo en esta trama de alianzas y traiciones.
La “sociedad” en que los tres miembros pretendías ser todopoderosos, terminó con Sarratea muerto sin pena ni gloria en el final de frío invierno francés, Alvear “descubriendo” desde Estados Unidos de Norte América que el “necolonialismo” podría ser peligroso, y Carrera con una bala en el pecho.







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