martes, 29 de agosto de 2017

María Remedios del Valle. Cambiemos “LA MADRE PATRIA” por “LA MADRE DE LA PATRIA”


Si de olvidados de nuestra historia se trata, esta es una más. Tal vez los contadores de la historia oficial la hicieron a un lado por pueblo, por mujer, por negra y por pobre, aunque todos en el Ejército del Norte la llamaban “La Madre de la Patria”.

Si bien buena parte de esta historia (…como tantas otras), tiene “hojas en blanco”, he tratado de resumir más el espíritu de esta mujer que su actuación cronológica, la cual, según diversos autores no cuenta con muchos documentos.
María Remedios del Valle fue enfermera, camarada, contenedora de soldados heridos y maltratados, “asistente social”, lavandera  y responsable de dar aliento a la tropa.
Tenía 40 años cuando, después de criar a sus hijos, se enroló junto a estos y su esposo en el Ejército del Alto Perú.
Belgrano, que no quería sacrificar mujeres en el frente de batalla, le permitió estar a la vanguardia de varios combates y la nombró Capitana del Ejército.
No le sirvió de mucho ya que mendigó durante muchos años hasta que logró un pequeño reconocimiento.

Esta es su pequeña gran historia.

Si bien buena parte de esta historia (…como tantas otras), tiene “hojas en blanco”, he tratado de resumir más el espíritu de esta mujer que su actuación cronológica, la cual, según diversos autores no cuenta con muchos documentos.
María Remedios del Valle habría nacido en Buenos Aires entre 1766 o 1767, entonces capital del Virreinato del Río de la Plata. Para la “categorización” de la época (sistema colonial de castas), era “parda”, aunque algunos reconocen en ella a una auténtica negra afroargentina, para usar los términos de hoy.

María, de negra liberta a Capitana del Ejército
Durante la Segunda invasión inglesa al Río de la Plata, María Remedios del Valle (que en ese momento tenía 40 años), auxilió al Tercio de Andaluces, uno de los cuerpos milicianos que defendieron con éxito la ciudad. Según el parte del comandante de ese cuerpo:
“Durante la campaña de Barracas, asistió y guardó las mochilas para aligerar su marcha a los Corrales de Miserere”.
Al organizarse la primera expedición auxiliadora al Alto Perú, conformando lo que luego se denominaría Ejército del Norte, el 6 de julio de 1810, María se incorporó a la marcha de la 6.ª Compañía del Regimiento de Artillería de la Patria al mando del Capitán Bernardo Joaquín de Anzoátegui, acompañando a su marido y sus dos hijos (uno propio y otro “del corazón”).
Poco se sabe de la ocasión de muerte de su familia, aunque fue al poco tiempo de su llegada al Alto Perú, pero se especula que su marido fue un cabecilla de la Rebelión de Cochabamba donde al final fue fusilado.
Viuda a los 43 años María Remedios del Valle continuó sirviendo como auxiliar durante el avance sobre el Alto Perú, en la derrota de Huaqui y en la retirada que siguió.
En el retroceso que siguió a esta derrota, María Remedios del Valle Rosas marchó primera con la mencionada división de Anzoátegui y siguió después desde Potosí, a las órdenes del Teniente Coronel Bolaños hasta llegar a Jujuy. Será Anzoátegui, quien, entre muchos otros, y algunos años más tarde, den fe de la participación activa:
“Lo que puedo informar en obsequio de la justicia de la parda María del Valle es que por orden que recibí en Jujuy del señor General Viamonte la conducí en mí División hasta Potosí, abonándole veinte pesos nacionales que por orden del Sargento Mayor Carreras, se lo manda dar en Potosí.
Allí tuve orden del Sr. Representante Castelli, para quedarme en dicha Villa con mi División, con motivo que si sonaba una conjuración; con cuyo motivo entregué el resto de la División al Tte. Cnel Bolaños y en cuya División marchó ella quedando yo con treinta artilleros hasta que estalló la revolución hecha por Lovo.
“Puedo asegurar, en obsequio de la justicia, que mientras estuvo conmigo se portó con toda honradez, cuidando indistintamente a, todos los soldados, cabos y sargentos; remendándolos y lavando su ropa, y aún a los oficiales, y en fin, no habrá uno que haya estado en el Ejército del Perú que no le consten los servicios que ha prestado esta infeliz”.
“Desde el año 1810 hasta 1814, que me hallé en el Ejército del Perú, siempre fueron relevantes los servicios de esta benemérita mujer, así en la asistencia de los heridos y enfermos, como en las guerrillas”.
En vísperas de la batalla de Tucumán  en 1812 se presentó ante el General Manuel Belgrano para solicitarle que le permitiera atender a los heridos en las primeras líneas de combate. Belgrano, reacio por razones de disciplina a la presencia de mujeres entre sus tropas, le negó el permiso, pero al iniciarse la lucha María llegó al frente alentando y asistiendo a los soldados quienes comenzaron a llamarla la “Madre de la Patria”. Tras la decisiva victoria, Belgrano la nombró Capitana de su ejército.
Luego de la derrota de Vilcapugio, el General Belgrano inició la retirada hacia Salta. La suerte le fue adversa y, al ser alcanzado por los realistas en las pampas de Ayohuma, se vio obligado a presentar batalla a las tropas del General Pezuela el 14 de noviembre de 1813.

Durante el combate, que resultara en derrota, María y dos jóvenes de nombres Lucía (de 25 años), y Blanca (de 20 años), bajo un sol abrazador daban de beber a los soldados heridos de ambos bandos. Estas fueron conocidas como Las Niñas de Ayohuma.

A estas se las representa siempre con sendos jarrones entre las manos, aunque “los pintores oficiales las blanquearon” aunque todas eran morenas.

En una parte de la historiografía, tomada de las memorias del General Araoz de Lamadrid, estas jóvenes aparecen como hijas de María, las que en teoría deberían haber nacido entre 1786 y 1793, años en los cuales María aún vivía en Buenos Aires, pero no hay constancias que hayan viajado al norte con ella. Solo se enrolaron ella, su esposo y sus dos hijos varones.

Debido a su espíritu generoso, es muy probable que estas jóvenes hayan sido protegidas de María y su guía como “enfermeras” en las batallas de la independencia. Tampoco se conoce el paradero de Lucía y Blanca en los años posteriores. Manuel Belgrano las recordó con afecto hasta su último día.

En la Batalla de Ayohuma ella y sus “hijas” fueron capturadas y torturadas. María cayó herida de bala, quedando prisionera de los españoles. Desde el campo de prisioneros ayudó a huir a varios oficiales patriotas.

Como medida ejemplificadora, y por sospechosa en espía, fue sometida a nueve días de azotes públicos que le dejarían cicatrices de por vida, como explicita luego el Coronel Hipólito Videla en un informe fechado en Buenos Aires, en 1827, y que fue agregado al expediente iniciado por María para que le reconozcan una pensión.

Pudo escapar y reintegrarse al ejército argentino donde continuó unida a las fuerzas de Martín Miguel de Güemes y Juan Antonio Álvarez de Arenales, empuñando las armas y ayudando a los heridos en los hospitales de campaña.

Vivió junto a Belgrano el Éxodo Jujeño. Durante la jura de la Bandera en Jujuy, se la vio arrodillada junto al General Güemes y a Juan Antonio Álvarez de Arenales, uno de los hombres más destacados de Belgrano.

Su regreso a Buenos Aires

Alrededor de sus 50 años, después de dejar la piel en cada batalla, María decide regresar a Buenos Aires donde nadie la espera, sin embargo cree justo que le abonen su pensión de Capitana del Ejército.

Mal momento esos años de 1820 para regresar, donde las rencillas internas por el poder y la anarquía dejaban poco espacio para atender los reclamos de esta mujer negra, vieja y pobre.
María vivía en un rancho en la zona de quintas, en las afueras de la ciudad, y frecuentaba los atrios de las iglesias de San FranciscoSanto Domingo y San Ignacio, así como la Plaza de la Victoria (actual Plaza de Mayo) ofreciendo pasteles y tortas fritas, o mendigando, lo que junto a las sobras que recibía de los conventos le permitía sobrevivir.
Como dice Ibarguren “Su figura era familiar a los vecinos: encorvada y magra, diríase la imagen mísera de la senectud con su tez terrosa y arrugada, su boca hundida sin dientes y sus ojos empañados. Con voz débil ofrecía en venta a los transeúntes pasteles, tortas fritas o fruta, que llevaba en una batea; a veces imploraba por el amor de Dios una limosna”.
Al ser considerada por la sociedad del momento como una “viejita demente” que se hacía llamar «la Capitana» y que solía mostrar las cicatrices de los brazos y relatar que las había recibido en la Guerra de la Independencia, consiguió solo el desprecio que se les da a los mendigos y pordioseros.
No conforme con su suerte, el 23 de octubre de 1826 inició una gestión solicitando que se le abonasen 6.000 pesos “para acabar su vida cansada”, en compensación de sus servicios a la patria y por la pérdida de su esposo y sus hijos.
El expediente, firmado en su nombre por un tal Manuel Rico y al que agrega una certificación de servicios firmada por el Coronel Hipólito Videla, se inicia con la siguiente exposición:
“Doña María Remedios del Valle, Capitana del Ejército, a V. S. debidamente expone:
Que desde el primer grito de la Revolución tiene el honor de haber sostenido la justa causa de la Independencia, de una de aquellas maneras que suelen servir de admiración a la Historia de los Pueblos.
Si Señor Inspector, aunque aparezca envanecida presuntuosamente la que representa, ella no exagera a la Patria sus servicios, sino a que se refiere con su acostumbrado natural carácter lo que ha padecido por contribuir al logro de la independencia de su patrio suelo que felizmente disfruta.
Si los primeros opresores del suelo americano aún miran con un terror respetuoso los nombres de Caupolicán y Galvarino, los disputadores de nuestros derechos por someternos al estrecho círculo de esclavitud en que nos sumergieron sus padres, quizá recordarán el nombre de la Capitana patriota María de los Remedios para admirar su firmeza de alma, su amor patrio y su obstinación en la salvación y libertad americana.
Aquellos al hacerlo aún se irritarán de mi constancia y me aplicarían nuevos suplicios, pero no inventarían el del olvido para hacerme expirar de hambre como lo ha hecho conmigo el Pueblo por quien tanto he padecido.
Y ¿con quién lo hace?; con quien por alimentar a los jefes, oficiales y tropa que se hallaban prisioneros por los realistas, por conservarlos, aliviarlos y aún proporcionarles la fuga a muchos, fue sentenciada por los caudillos enemigos PezuelaRamírez y Tacón, a ser azotada públicamente por nueve días; con quien, por conducir correspondencia e influir a tomar las armas contra los opresores americanos, y batídose con ellos, ha estado siete veces en capilla; con quien por su arrojo, denuedo y resolución con las armas en la mano, y sin ellas, ha recibido seis heridas de bala, todas graves; con quien ha perdido en campaña, disputando la salvación de su Patria, su hijo propio, otro adoptivo y su esposo!!!.
Con quien mientras fue útil logró verse enrolada en el Estado Mayor del Ejército Auxiliar del Perú como Capitana, con sueldo, según se daba a los demás asistentes y demás consideraciones debida a su empleo. Ya no es útil y ha quedado abandonada sin subsistencia, sin salud, sin amparo y mendigando. La que representa ha hecho toda la campaña del Alto Perú; ella tiene un derecho a la gratitud argentina, y es ahora que lo reclama por su infelicidad.”
María Remedios del Valle
A principios de 1827 el Ministro de Guerra de la Nación, General Francisco Fernández de la Cruz, rechazó el pedido recomendando dirigirse a la Legislatura Provincial ya que no estaba “en las facultades del Gobierno el conceder gracia alguna que importe erogación al Erario”.
A mediados de ese año, y mientras María, con 60 años, mendigaba en la plaza de la Recova, el general Juan José Viamonte entonces diputado en la Junta de Representantes de la Provincia de Buenos Aires la reconoció. Tras preguntarle el nombre, exclamó: “¡Usted es la Capitana, la que nos acompañó al Alto Perú, es una heroína!”.  En ese momento María le contó entonces cuántas veces había golpeado a la puerta de su casa en busca de ayuda, pero que su personal de servicio siempre la había espantado como pordiosera.
Viamonte tomó debida nota y presentó ante la Junta un proyecto para otorgarle una pensión que reconociera los servicios prestados a la patria. La Comisión de Peticiones de la Junta de Representantes dijo haber “examinado la solicitud de doña María Remedios del Valle por los importantes servicios rendidos a la Patria, pues no tiene absolutamente de que subsistir”, y recomendó adoptar la decisión de que “desde esta fecha la suplicante gozará del sueldo de Capitán de Infantería.
La presidencia de la Junta decidió que tenían temas más importantes que atender (la guerra con Brasil), por lo que el expediente quedó en comisión.
En 1828, Viamonte fue elegido Vicepresidente de la renovada legislatura y decidió insistir con su propuesta.
El expediente estuvo estancado hasta el año siguiente, en que el General Viamonte (que fue uno de los cuatro Generales que informan el expediente existente en la Contaduría General (Díaz Vélez, Pueyrredón, Rodríguez y Viamonte, y coroneles Hipólito Videla, Manuel Ramírez y Bernardo de Anzoátegui),  consiguió que se llevara a consideración de la Legislatura en la sesión del 18 de julio de ese año, en la que habiendo objetado algunos diputados la solicitud, el general Viamonte la defendió en los términos siguientes:
“Yo no hubiera tomado la palabra porque me cuesta mucho trabajo hablar, si no hubiese visto que se echan de menos documentos y datos. Yo conocí a esta mujer en el Alto Perú y la reconozco ahora aquí, cuando vive pidiendo limosna.
Esta mujer es realmente una benemérita. Ella ha seguido al Ejército de la Patria desde el año 1810. Es conocida desde el primer General hasta el último oficial en todo el Ejército. Es bien digna de ser atendida: presenta su cuerpo lleno de heridas de balas y lleno, además, de cicatrices de azotes recibidos de los españoles. No se la debe dejar pedir limosna [...] Después de haber dicho esto, creo que no habrá necesidad de más documentos”.
El Diputado Francisco Silveyra dijo: “Yo no conozco a esta infeliz mujer que está en un estado de mendiguez, y esto es una vergüenza para nosotros. Ella es una heroína, y si no fuera por su condición, se habría hecho célebre en todo el mundo. Sirvió a la Nación pero también a la provincia de Buenos Aires, empuñando el fusil, y atendiendo y asistiendo a los soldados enfermos”.
Para empeorar la historia el Diputado porteño Manuel Hermenegildo Aguirre objetó entonces que aunque María Remedios Del Valle hubiera rendido efectivamente esos servicios a la Nación, la Junta representaba a la provincia de Buenos Aires, no a la Nación, por lo que no correspondía acceder a lo solicitado.
Finalmente, en defensa del proyecto tomó entonces la palabra Tomás de Anchorena quien afirmó:
“Efectivamente, esta es una mujer singular. Yo me hallaba de Secretario del General Belgrano cuando esta mujer estaba en el ejército, y no había acción en la que ella pudiera tomar parte que no la tomase, y en unos términos que podía ponerse en competencia con el soldado más valiente; era la admiración del general, de los oficiales y de todos cuantos acompañaban al ejército.
Ella en medio de ese valor tenía una virtud a toda prueba y presentaré un hecho que la manifiesta: el general Belgrano, creo que ha sido el general más riguroso, no permitió que siguiese ninguna mujer al ejército; y esta María Remedios del Valle era la única que tenía facultad para seguirlo. [...] Ella era el paño de lágrimas, sin el menor interés de jefes y oficiales.
Yo los he oído a todos a voz pública, hacer elogios de esta mujer por esa oficiosidad y caridad con que cuidaba a los hombres en la desgracia y miseria en que quedaban después de una acción de guerra: sin piernas unos, y otros sin brazos, sin tener auxilios ni recursos para remediar sus dolencias. De esta clase era esta mujer.
Si no me engaño el general Belgrano le dio el título de Capitán del Ejército. No tengo presente si fue en el Tucumán o en Salta, que después de esa sangrienta acción en que entre muertos y heridos quedaron 700 hombres sobre el campo, oí al mismo Belgrano ponderar la oficiosidad y el esmero de esta mujer en asistir a todos los heridos que ella podía socorrer. [...]
Una mujer tan singular como ésta entre nosotros debe ser el objeto de la admiración de cada ciudadano, y a donde quiera que vaya debía ser recibida en brazos y auxiliada con preferencia a una general; porque véase cuánto se realza el mérito de esta mujer en su misma clase respecto a otra superior, porque precisamente esta misma calidad es la que más la recomienda.
Luego de un arduo debate se decidió otorgarle el sueldo correspondiente al grado de Capitán de Infantería. A pedido del Diputado Ceferino Lagos se votó crear una comisión que “componga una biografía de esta mujer y se mande a imprimir y publicar en los periódicos, que se haga un monumento y que la comisión presente el diseño de él y el presupuesto”.
De mas está decir que no hubo biografía ni monumento.
Esta “generosidad” de los diputados se manifestó en el otorgamiento de una pensión de 30 pesos mensuales, sin pagarle retroactivos. Para tener una idea de la miseria humana y política  para con una heroína revolucionaria, vale la pena recordar que un litro de aceite costaba $ 3, la carne $ 4 pesos por kg y la yerba $ 1,40 por kg.
El ejército al que ella había pertenecido la ascendió a Sargento Mayor de Caballería, y en 1830 fue incluida en la Plana Mayor del Cuerpo de Inválidos con el sueldo íntegro de su clase.
En 1835, a los 67 años fue destinada por decreto de Juan Manuel de Rosas, quien en ese momento era Gobernador de Buenos Aires), a la plana mayor activa con su jerarquía de Sargento Mayor, aumentándole su pensión a 180 pesos. Tal vez, en agradecimiento, a partir de ese momento se hizo llamar María Remedios del Valle Rosas.
La Parda María, la Tía María, la Madre de la Patria, La Sargento Mayor María Remedios del Valle murió en Buenos Aires a los 80 años, el 8 de noviembre de 1847.

Homenajes
Como siempre, muy tarde, María ha sido recientemente homenajeada aunque aún no tenga su estatua. Llevan su nombre:

·         Una calle y un pasaje de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires
·         Una calle de la ciudad de Mar del Plata
·         La Escuela Nº 14-DE 19 en Villa Soldati
·         La Escuela EGB Nº 6 en la ciudad de Azul
·         La Casa de la Mujer en San Isidro
·         La Escuela Municipal de Enfermería en Tigre

Desde el año 2013, el 8 de noviembre ha sido establecido como el “Día de los/las afroargentinos/as y de la Cultura Afro”.
En 2010 las Diputadas Cecilia Merchán y Victoria Donda presentaron un proyecto de ley para construir un monumento en honor a María Remedios Del Valle en el Bicentenario de Argentina. En 2014 la Legisladora María Rachid propone algo similar para la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Como dijo Pigna
·         “Mientras se concreta esta excelente iniciativa, no estaría mal que a las aulas de nuestras escuelas haga su ingreso la “Madre de la Patria”.

·         “Una madre olvidada, ignorada, gracias a la burocracia política, una mujer que reunía en ella el ser madre y soldado, heroína y negra, benemérita y pobre, todo a la vez”.

·         “En 1827 fue nombrada como la Madre de la Patria, pero en 1880 Argentina quiso tener una historia blanca y la borró”

Rafael Arancibia le escribió a “la parda”:

María Remedios del Valle,
recuerden,
es la Madre de la Patria,
“morrunga” negra porteña
curtida a látigo y pala.

Hoy que tilingos la sueñan
de ojos claros y piel blanca,
ah, ella les mojó la oreja
con el grito de "abran cancha",
que esta milica morena
sin su merecida estatua
es más patriota que muchos
hechos bronce en las plazas.

En la noche de Ayohuma
la suerte ya estaba echada
y en manos del enemigo
por ser negra torturada
no se te cayó una mota
ni tampoco una palabra.


Bibliografía sugerida

·  GUZMAN, F. 2016. María Remedios del Valle. “La Capitana”, “Madre de la Patria” y “Niña de Ayohuma”. Historiografía, memoria y representaciones en torno a esta figura singular  », Nuevo Mundo Mundos Nuevos 
[En ligne], Débats, mis en ligne le 16 décembre 2016, consulté le 08 mars 2017. URL : http://nuevomundo.revues.org/69871

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