A lo largo de la historia, y en muchas culturas, ha habido niños involucrados en campañas militares, incluso cuando estas prácticas estaban en contra de los usos culturales.
El uso militar de niños (inclusive hoy),
toma formas distintas: pueden tomar la parte directa en las hostilidades
(niños soldados), o pueden ser utilizados en papeles de auxiliares tales como
espías, mensajeros o patrullaje.
Algunos ejemplos de niños “famosos” en nuestro territorio representan a
otros cientos anónimos que lucharon y, lamentablemente, muchos murieron.
El Tambor de Tacuarí, José Luis Basualdo, el postillón de la posta de
Ojo de Agua, los soldaditos de Acosta Ñú o los pequeños espías de Güemes, son
solo un ejemplo para recordar.
A lo
largo de la historia, y en muchas culturas, ha habido niños involucrados en
campañas militares, incluso cuando estas prácticas estaban en contra de los
usos culturales.
El uso
militar de niños (inclusive hoy), toma
formas distintas: pueden tomar la parte directa en las hostilidades (niños
soldados), o pueden ser utilizados en papeles de auxiliares tales como espías,
mensajeros o patrullaje.
Algunos
ejemplos de niños “famosos” en nuestro territorio representan a otros cientos
anónimos que lucharon y, lamentablemente, muchos murieron.
· Los “tambores”
En
buena parte de nuestros ejércitos de la independencia los niños oficiaron como
“tambores”. Se les daba esta denominación a los responsables de redoblar el
tambor para dar fuerzas al avances de las tropas, de la misma manera que
llamaban “trompas” a los responsables de tocar el clarin o trompa.
El mas conocido de nuestra historia fue uno llamado
Pedro Ríos, quien pasó a la historia como “El tambor de Tacuarí”.
Pedro había nacido en Yaguareté Corá (actualmente conocida como Concepción, en Corrientes), en septiembre de 1798. Era hijo de Antonio Ríos, un viejo maestro rural.
El entonces Coronel Manuel Belgrano fue designado por la Junta Provisional Gubernativa de las Provincias del Río de la Plata al mando de la expedición militar al Paraguay, para someterla a su autoridad.
El 25 de noviembre de 1810
pasaron por el pueblo de Yaguareté Corá donde detuvieron la marcha por unos
días. Allí incorporaron al ejército más soldados, en su mayoría guaraníes.
Luego de rezar en la capilla
del pueblo, junto a la plana mayor, se presentó Pedro Ríos, que había cumplido
12 años, hacía apenas un par de meses atrás, y solicitó insistentemente unirse
al ejército.
Belgrano se negó a
incorporarlo. Ese mismo día el padre de Pedro le pidió una entrevista quien,
luego de mantener una conversación le manifestó:
“No solo doy mi consentimiento, sino también ruego
que lo acepte, porque yo, con mis 65 años de existencia, soy un hombre anciano
y la entrega de mi hijo es la única ofrenda que puedo hacer a la Patria”.
El bautismo de fuego de Pedro
Ríos, se produjo el 19 de enero de 1811, en la batalla de Paraguarí, donde Belgrano sufrió su primera derrota. Por órdenes de él, que evitaba
que el niño estuviese en el frente de batalla, cumplió funciones en la
retaguardia fortificando las carretas del parque de armas y el hospital de
campaña.
Durante la lucha el Mayor
Celestino Vidal quedó temporalmente ciego, y era el niño Pedro quien le servía
de lazarillo.
En la batalla de Tacuarí,
Pedro continuó guiando al Mayor Vidal, pero,
como el encargado del tambor se había sumado al combate, tomó las
funciones de guía con el tambor alentando a la tropa a la vanguardia de la
infantería. Como cualquier niño ignoraba el peligro que corría.
Cumpliendo sus funciones, fue
alcanzado por dos proyectiles de fusil en el pecho, cayendo herido de gravedad
y falleciendo minutos después. El Mayor Vidal dijo:
“Lo recuerdo y me estremezco. Me parece estar
viéndolo impasible avanzar a mi lado. Yo lo he visto caer y abandoné la lucha
para socorrerlo. Murió de dos disparos en el pecho. Estoy seguro de que su
muerte fue mi salvación, porque al detenerme, no caí como cayeron casi todos
los del ala donde estábamos nosotros”.
Su heroísmo fue reconocido por
el propio general Manuel Belgrano, quien en un descanso en tierra cordobesa,
mientras lo trasladaban desde Tucumán a Buenos Aires, muy enfermo, recordó la
fecha del combate de Tacuarí, y al niño que en pocos días había adquirido una
destreza aceptable tocando el tambor.
En 1909, el poeta argentino Rafael Obligado le dedicó el poema titulado El Tambor de Tacuarí, que hasta
la mitad del siglo XX fue recitado por miles de alumnos argentinos:
Es horrible aquel encuentro,
cien luchando contra mil,
¡un pujante remolino
de humo y llamas truena allí!
Ya no ríe el pequeñuelo,
suelta un terno varonil!
¡Echa su alma sobre el parche
y en redobles lo hace hervir!
Que es muñeca la muñeca
del Tambor de Tacuarí.
En 1912, el Consejo Nacional
de Educación dispuso que en todas las escuelas argentinas se recordase
anualmente al Tambor de Tacuarí para destacar su valor y abnegación.
· Los postillones
Los
Postillones es el nombre que se daba a los mozos que corrían de Posta a Posta,
arreando los caballos cansados hasta su lugar de origen, solo o acompañado de
pasajeros a su regreso.
Al llegar a la Posta
siguiente traía de regreso los caballos utilizados para permitir que continuara
el ciclo de funcionamiento del itinerario. La importancia de estos queda
manifestada en los múltiples relatos de viajeros donde se muestra la actividad
de estos jóvenes que debían tener como mínimo 18 años, aunque esto raras veces
se cumplía.
Don Ramón J. Cárcano expresa estos conceptos referentes al Postillón:
“Ordinariamente era un niño que
sin reparar en el tiempo, cruzaba sin descanso, ni recelo las distancias
desiertas. Era un fiel compañero de viaje, auxilio y apoyo en todo momento. Era
la hermana de caridad del caminante.
Regresaba de una jornada, y con
frecuencia sucedía que apenas mudaba de caballos, tenía que emprender de nuevo
el regreso. Marchaba a caballo toda la vida, sin pesares, ni cansancio, alegre
y feliz, cantando los aires del lugar”
Miles de Postillones pasaron a la historia “sin pena ni gloria”, sin embargo hay tristes recuerdo de solo uno,
José Luis Basualdo, un niño de 12 años que acompañaba la comitiva de Juan
Facundo Quiroga desde la Posta de Ojo de Agua cuando este fue asesinado en
Barranca Yaco (Córdoba). El niño postillón fue fusilado también sin
miramientos. Dice Ferreira Soaje:
“Entre los
que van a ser sacrificados va un niño postillón, José Luis Basualdo, se ha
incorporado al servicio del convoy en la parada de Ojo de Agua. Apenas ha
cumplido doce años.
Aterrorizado
por lo que ve y no alcanza a entender, llora sin consuelo llamando a su mamita.
El miliciano Benito Guzmán, vecino de Totoral Chico, conoce al niño y a su
familia. Se empeña ante Santos Pérez en querer salvarle la vida.
Es una pobre
criatura inocente (...) El sargento Marcelo Figueroa lleva a la tierna víctima
al sitio del holocausto. Su martirio sería la atroz ofrenda de la barbarie a la
Patria en formación”.
· Los soldaditos de Acosta Ñú
La Guerra de la
Triple Alianza se desarrolló entre 1864 y 1870. A finales de 1865 muchas
escuelas paraguayas cerraron para que maestros y alumnos de cursos mayores
fueran al frente de batalla por orden del Mariscal López. En mayo de 1867, para paliar las
graves bajas sufridas, el gobierno de Asunción manda el reclutamiento
obligatorio de todos los varones entre 12 y 15 años.
Con su ejército
casi destruido, el Mariscal decreta que todo mayor de 12 años
es adulto e inicia las
levas de ancianos y jóvenes de 14 y 15 hasta tener un nuevo ejército de 12.000
soldados.
La Batalla de Campo Grande (llamada Batalla de los Niños o Batalla de Acosta Ñu), fue un enfrentamiento donde en agosto de
1869, 20.000 hombres de la alianza lucharon
contra apenas 500 soldados veteranos y 3.500 niños paraguayos de entre 6 y 15
años.
La batalla duraría
ocho horas, con los paraguayos ofreciendo resistencia. Al final 3.300
paraguayos fueron muertos.
Las fuerzas
aliadas tuvieron menos de 50 muertos y menos de 500 heridos. Los niños (la inmensa mayoría entre 6
y 8 años), en medio de la batalla, despavoridos, se agarraban a las piernas de
los soldados brasileños, llorando que no los matasen, pero eran degollados en
el acto.
Escondidas en la selva próxima, las madres
observaban el desarrollo de la lucha. No pocas agarraron lanzas y llegaron a
comandar un grupo de niños en la resistencia.
Al caer la tarde, las madres de los niños
paraguayos salían de la selva para rescatar los cadáveres de sus hijos y
socorrer los pocos sobrevivientes. El Conde D’Eu (Gastón de Orleans), a cargo
de las tropas brasileñas, mandó incendiar la maleza, quemados a niños y madres.
También mandó hacer cerco del hospital de
Piribebuy, manteniendo en su interior los enfermos (en su mayoría jóvenes y
niños), y lo incendió.
El hospital en llamas quedó
cercado por las tropas brasileña que, cumpliendo las órdenes, empujaban a punta
de bayoneta adentro de las llamas los enfermos que milagrosamente intentaban
salir de la fogata.
No se conoce en la historia de América del Sur
ningún crimen de guerra más terrible que ese.
La resistencia en Acosta Ñú y el sacrificio de esos niños muestran
como la guerra se tornó implacable, como así también la conciencia máxima de la
defensa de la nacionalidad, la lucha extrema por la independencia nacional,
llegando al “suicidio” de un pueblo que no quiso rendirse para no perder la
libertad.
Esa libertad en el Paraguay de la época no era una palabra abstracta
sino que correspondía a un concepto práctico: el derecho a la tierra, a la
alimentación, y a la independencia del país.
· Los pequeños espias de Güemes
Güemes había conversado con San Martín sobre las ideas
de atacar Perú desde Chile, pero para ello era necesario realizar el Cruce de los
Andes y como necesidad básica, San Martín precisaba tener las
espaldas cubiertas, con fuerzas activas en la frontera norte de Salta, para
mantener ocupados los ejércitos realistas muy lejos de Lima.
La persona más indicada para dirigir esas operaciones
era Güemes, y San Martín lo nombró General
en Jefe del Ejército de Observación.
Toda la población participaba en la lucha: los hombres
actuaban como guerreros, mientras que las mujeres y los niños lo hacían como
espías o mensajeros.
Los realistas en sus avances por las quebradas veían
niños jugando “a las escondidas” en los que no reparaban, cuando en realidad
estos contaban a sus madres cuanta tropa avanzaba y que armamento llevaban.
Otros “pretendían enrolarse como soldados”.
Una copla popular refleja un diálogo entre Güemes y
unos niños:
-"Con
su permiso, Señor".
- "Pasá muchacho"...
-"Vengo de Tacuara Alta, soy Juan Peralta
y he galopiao diez leguas pa' pedirle que me deje
peliar en las patriadas.
- "Pasá muchacho"...
-"Vengo de Tacuara Alta, soy Juan Peralta
y he galopiao diez leguas pa' pedirle que me deje
peliar en las patriadas.
Tengo
un ruano ligero como el viento
y una daga filosa en mi tacuara".
-"¿Un encargo, decís?"
-"Mesmo. E' un encargo de mi Mama.
y una daga filosa en mi tacuara".
-"¿Un encargo, decís?"
-"Mesmo. E' un encargo de mi Mama.
Ej
una deuda ¿sabe?...
Ej una deuda que me ha dejao mi Tata cuando cayó guapeando en una carga;
pa' que su hijo mayor se la pagase
con la sangre caliente de esos maulas".
Ej una deuda que me ha dejao mi Tata cuando cayó guapeando en una carga;
pa' que su hijo mayor se la pagase
con la sangre caliente de esos maulas".
-"¿Y...cuántos
años tenís?
-"¿Yo?... yo voy pa' trece...
y mi hermano por once, por hay le anda".
-"¿y qué dirá tu mama si los matan?
-"... ¿Qué se yo?
¡Mi mama va a decir que supimos morir como... Peralta!".
-"¿Yo?... yo voy pa' trece...
y mi hermano por once, por hay le anda".
-"¿y qué dirá tu mama si los matan?
-"... ¿Qué se yo?
¡Mi mama va a decir que supimos morir como... Peralta!".
Las emboscadas se repetían en las avanzadas de las
fuerzas de ataque, pero más aún en la retaguardia y en las vías de
aprovisionamiento.
Cuando los realistas se acercaban a un pueblo o a una hacienda, los habitantes, particularmente los más chicos de la
familia, huían con todos los víveres y el ganado, junto a todo lo pudiese ser
útil al enemigo.
Esta clase de lucha arruinó la economía salteña, pero
las clases populares preferían este descalabro económico a las crueldades de
los realistas.
· El Día del Niño
Por Resolución 836 (IX), de la Asamblea General de las
Naciones Unidas, se celebra el Día del Niño el 20 de noviembre, en
conmemoración a la aprobación de la Declaración de los Derechos del Niño en 1959 y de la
Convención sobre los Derechos del Niño en
1989.
En Paraguay se conmemora el Día del Niño el 16 de agosto, recordando
la Batalla de los Niños o Acosta Ñú. Hay un movimiento para que la OEA
reconozca ese día como el Día del Niño en América.
En Argentina y Perú el día oficial es el 3° domingo de
agosto.
Como tantas otras festividades, en nuestro país se
celebra el Día del Niño como un “regalo” para los proveedores de juguetes y
entretenimientos, sin embargo también podríamos festejarlos haciéndoles conocer
sus derechos y algunas de estas
historias de “otros” niños.
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