Si en alguna ciudad o pueblo de nuestro país existiese una esquina entre las calles Florencio Varela y Rivera Indarte, seguramente se podría haber instalado un café o un bar llamado “Los Traidores”, o “Las Tablas de Sangre”, cartelería esta no muy adecuada para estos negocios, pero muy propicia para la historias de estos dos “próceres”.
Confundiendo, una vez
más, Patria con Gobierno, Florencio Varela y Rivera Indarte trabajaron
denodadamente para terminar con el gobierno de Rosas, aunque para ello tuviesen
que ofrecer un pedazo de su país “a cambio”
de otras mezquindades a potencias extranjeras.
Ninguno de los dos se
puede considerar exitoso. Ni a Varela le creyeron los argumentos, los ingleses
ni franceses para conformar un nuevo país, ni a Rivera Indarte las denuncias
contra Rosas.
Esta es una de esas
pequeñas historias que la historiografía oficial no cuenta.
El contexto de época
El
Gobernador Federal de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, asumió la “suma del poder público” en 1835. Comenzó entonces el ocaso del partido unitario, ya
que sus principales figuras emigraron a
los países vecinos, desde los cuales conspiraban permanentemente.
Aunque
las provincias eran autónomas, estaban en inferioridad frente a Buenos Aires,
la cual tenía mayores recursos. Gracias a eso, Rosas logró imponer gobernadores
que le fueron adictos y reprimió las disidencias políticas.
A
los unitarios emigrados se sumaron en el exilio los federales opositores a
Rosas y luego los jóvenes de la llamada Generación del 37.
La Confederación tenía
convenios (trato de “nación más favorecida”), con Gran Bretaña para algunas
cuestiones comerciales, pero no así con Francia. Rosas se negaba a dárselo sin una concesión
de su parte.
Ofendida en su orgullo,
Francia buscó excusas por el trato a súbditos franceses en Buenos Aires y, para
agredir a la Confederación y presionarla para que diera el mismo trato que a
los ingleses, en 1838 produce el bloqueo al puerto de Buenos Aires y ocupa la isla
Martín García. Mientras tanto en Montevideo se constituía la “Comisión
Argentina”.
Todos
ellos tenían en común su oposición a Rosas, y conspiraron en las guerras
civiles que intermitentemente marcaron la primera mitad del siglo XIX en
la Argentina, entre los que se destacaron civiles intelectuales como José
Rivera Indarte, Florencio Varela, José Mármol, Juan Bautista Alberdi,
Esteban Echeverría, Salvador María del Carril, Juan Bautista Alberdi o Domingo
Faustino Sarmiento (que vivió en un breve periodo en la ciudad).
En el plano militar fueron
destacándose entre los sitiados algunos oficiales jóvenes, que jugarían un
papel decisivo en años posteriores: Martín
Rodríguez, José María Paz, Juan Lavalle, Venancio
Flores, Anacleto Medina, César Díaz y Lorenzo Batlle.
En 1839 San Martín le ofrece su ayuda a Rosas por el bloqueo,
situación que este agradece pero no acepta. Al año siguiente Rosas es
reelegido, y como herramienta de control político territorial arma La Mazorca.
Ese mismo año se firma el
tratado Mackau-Arana para terminar con el bloqueo.
¿Quién era quién?
Florencio
Varela fue un porteño
nacido en 1807, culto y reconocido
como poeta y literato. A los 22 años
decide emigrar a Montevideo junto con otros de su clase donde se inclinó al campo
político y jurídico.
Allí trabajará con mayor ahínco que nunca contra la causa rosista.
Sus composiciones literarias
se convirtieron en crónicas que trataban las cuestiones relacionadas con la
situación política del Río de
la Plata y el poder de Juan
Manuel de Rosas. Sus escritos le valieron la contra de las mayorías populares que
apoyaban a Rosas.
Dentro del núcleo de los
emigrados unitario en Montevideo, Varela fue uno de los hombres de mayor
talento. Desde que Lavalle se puso en campaña para derrocar a Rosas, él era el
hombre de pensamiento y de acción de la Comisión Argentina, cuyo objetivo principal
fue proveer de recursos al ejército unitario.
Su unitarismo a ultranza lo lleva a proyectar en 1838 el desmembramiento del país, constituyendo una nueva nación.
La Federación del Uruguay, o el Uruguay Mayor serían los nombres que podrían
tener este nuevo estado sudamericano (soñado por las logias masónicas),
integrado por los despojos de Argentina y Brasil, y estaría integrado por Río
Grande do Sul, La república Oriental, Entre Ríos, Corrientes y tal vez Paraguay
y Santa Fe.
En 1841 Varela viajó a Brasil, por recomendación médica,
debido a una afección pulmonar. Estando en Río de Janeiro, y ya teniendo como aliados a los ministros del gobierno uruguayo, toma
contacto e intima con el Almirante John Brett Purvis (oficial de la Royal Navy del siglo XIX que sirvió en el Atlántico Sur durante el Bloqueo anglo-francés del Río de la Plata), y
el nuevo Canciller del Imperio de Brasil, João Vieira Cansanção, vizconde de
Sinimbu.
Varela
regresó a Montevideo el 16 de febrero de 1842. El ejército de la Confederación Argentina y los partidarios del presidente
oriental depuesto, Manuel Oribe habían sitiado a esta ciudad.
Varela junto a los exiliados unitarios y los inmigrantes ingleses y franceses
se atrincheraron en la capital uruguaya.
Purvis y Vieira designaron a Varela para
ir en misión a Inglaterra y luego a Francia a pedir la intervención de estas
potencias contra Rosas, y en 1843 viaja a Europa a instancias
del gobierno Colorado de Montevideo en
carácter extraoficial, pero con la misión especial de que el Gobierno británico
tomara parte en los negocios del Plata mediante la invasión por medio de una
flota.
Los objetivos de la “Misión Varela”
fueron:
- Apurar la intervención armada inglesa o anglo-francesa contra Buenos Aires
- Separar a Entre Ríos y Corrientes de la Confederación
- Establecer la libre navegación del Río de la Plata y sus afluentes
- Garantizar la paz bajo la intervención permanente de Inglaterra
Paz se niega a complicarse en semejante
traición. Son canallescas, y al mismo tiempo ingenuas, las instrucciones que se
le dan a Varela. A pesar de que en Montevideo la crisis económica y social
arrecia, y que muchos franceses han emigrado a Buenos Aires, Varela deberá
demostrar allí la prosperidad del Estado Oriental y “el atraso y ruina de Buenos Aires”, a fin de obtener la intervención
armada de Inglaterra y de Francia.
En su misión deberá tentar la codicia de
ingleses y franceses explicándoles las riquezas de las regiones del Plata.
Para reforzar los argumentos era
necesario documentar contra Rosas, y para eso nada mejor que encargarle a José
Rivera Indarte (ya en su etapa anti rosista), la tarea, que se tradujo en las
Tablas de Sangre, que llegan a sus manos cuando ya estaba en Europa.
Sus gestiones en Inglaterra fueron un fracaso. No consiguió el resultado que
esperaba ya que sus interlocutores no concebían que un porteño les dijera que
es lo que deberían hacer, cuando y como.
Y mientras Rosas por vía diplomática
trata que el Paraguay se reincorpore a la Confederación, Varela y Rivera
Indarte, desde el diario El Nacional, propone al Brasil que se encargue del
protectorado del Paraguay y, (“ya que estamos”, que “no desprecie el de Corrientes”.
José Rivera Indarte fue un cordobés
nacido en 1814, voluptuoso y
talentoso periodista, de quien Vicente Fidel
López (al que no se lo puede tildar de rosista, ni mucho menos), en su
autobiografía, describe como compañero de los años escolares:
“Solía aparecer Rivera
Indarte vendiendo un periódico manuscrito lleno de calumnias e insultos a
profesores y estudiantes; tendría entonces 16 o 18 años. Cuando los injuriados
lo pillaban, lo molían a palos y moquetes; y cuando huía, lo corríamos a tropel.
Hubo una vez que no pudiendo escapar se metió en la playa con el agua a las
rodillas, mientras que de lo seco lo lapidábamos.
Yo era de los más chicos,
figuraba en el montón; los jefes eran los grandes, Rufino Varela, Eguía y
muchos más. Este Rivera Indarte – un canalla, cobarde – ratero, bajo, husmeante
y humilde en apariencia como un ratón cuya cueva nadie sabía, tenía mucho
talento y un alma de los más vil que pueda imaginarse.”
Estudió en Buenos Aires, y desde muy joven mostró afición por la poesía.
Durante un tiempo residió en Montevideo, donde publicó un periódico llamado El Investigador. Fue expulsado
por el presidente Fructuoso Rivera, a pedido del ministro (y futuro presidente), Manuel Oribe, y regresó a Buenos Aires.
Transformado “convenientemente”
en fanático rosista, escribió el “Himno a Rosas”:
¡Oh, gran Rosas,
tu pueblo quisiera
mil
laureles poner a tus pies….!
La Oda era un pasquín pegado en esquinas de la ciudad. El cartel era una
amenaza velada a los opositores, y la figura fue tomada como símbolo por los
fanáticos rosistas de la Sociedad Popular Restauradora, que comenzaron a usar orgullosos el nombre de La Mazorca, organización
parapolicial creada por Encarnación Ezcurra, esposa de Rosas.
Diferentes
versiones del nombre “mazorca” (espiga de maíz)
1. Representaba a Juan Manuel de Rosas con su cabello
rubio y su color de tez.
2. Era el apocamiento transformado de “mas horca”, en
alusión al frecuente método de muerte de enemigos
3. Era una metodología de tortura de colocar una
mazorca en el ano de los enemigos
Rivera Indarte, en su período rosista escribió:
“Aquesta marlo que miras
de rubia chala vestida
en las entrañas se ha hundido
en la unitaria facción”
En 1837, se unió a los jóvenes literatos de la Asociación de Mayo. Procesado por defraudación,
falsificación de documentos públicos y estafa, incluyendo hurtos en la
Biblioteca y el robo de la corona de la Virgen de la Merced en Buenos Aires,
emigró a Montevideo.
Según las versiones de los
unitarios, cruzó el río, como tantos otros, asqueado por las tropelías del
rosismo.
El no perdonaba que Rosas no
hubiese hecho nada por salvarlo. El Restaurador, que conocía sus antecedentes,
sabía que desde El Nacional de Montevideo descargaría todo su resentimiento
contra él, causándole inconmensurable mal en el extranjero. Sabe que es un hombre con talento periodístico pero le
faltan escrúpulos a la hora de calumniar.
Huyó a Europa en 1839 y regresó a fines de ese año a Montevideo, donde
se dedicó a atacar en la prensa al gobierno de Rosas por medio de poesías y
alegatos.
Acompañó a Florencio Varela a convencer al General Juan Lavalle de unirse a los franceses en la guerra contra su
propio país, y en 1843, “subsidiado” por capitales franceses, escribió “Rosas y
sus Opositores – “Es acción santa matar a Rosas” – “Tablas de Sangre.
Las Tablas de Sangre
La necesidad de
argumentar fuertemente contra Rosas en Francia, y de esa manera forzar a esa
potencia a intervenir en el Río de la Plata contra El Restaurador, hizo que un francés le encargara a José Rivera Indarte (alias
“canalla, cobarde, ratero, bajo,
husmeante” al decir de sus compañeros), la publicación de un libro que incluyera una lista, lo más larga
posible, de las víctimas de Rosas.
La
Casa Lafone & Co. (más concretamente Samuel Lafone), ofreció pagarle al ambicioso de Rivera Indarte un
penique por cada muerto documentado y publicado. En el Atlas de Londres
del 1º de marzo de 1845, en artículo reproducido por Emile Girardin en La
Presse de París, se confirma tal hecho. El resultado fue su obra “maestra”, conocida como Tablas
de Sangre.
Lafone
era materialmente dueño de Montevideo. En 1843 había comprado las rentas de la
Aduana hasta 1848, lo que le significaría una gran ganancia en el caso que el
puerto de Buenos Aires fuese bloqueado por potencias extranjeras decididas a
imponer “orden y civilización”.
Cabe
señalar también que Lafone & Co. era propietaria de Punta del Este y de la
isla Gorriti, habiéndosele concedido en exclusividad la caza de lobos marinos
en la isla de Lobos por 13 años.
Florencio Varela, para llegar a completar la lista que necesitaba, recurrió a todos los
muertos conocidos, tanto los asesinados por la Mazorca, como por orden directa de
Rosas, pero, como el número recaudado no conformaba un buen negocio, incluyó
personas fallecidas de muerte natural, individuos que habían muerto mucho antes
de la llegada de Rosas al poder, y hombres que muchos años más tarde aún
vivían.
Agregó también nombres imaginarios, muertos
identificados como NN de los que nadie supo cómo habían muerto, y también a Facundo Quiroga y sus acompañantes (amparándose en que su asesino,
Santos Pérez, había acusado a Rosas el día de su ejecución). También lo acusó
de la muerte de Alejandro Heredia, Benito
Villafañe y de otros personajes públicos, de cuya muerte no cabe duda que Rosas no
tuvo responsabilidad alguna.
De esta manera, José Rivera logró completar una lista de 480 muertos, por
lo que cobró dos libras, es decir, 480 peniques. Con la esperanza de cobrar
algo más, lo acusó también de ser el responsable de la muerte de 22.560 muertos
durante las guerras civiles argentinas desde 1829 en adelante.
Las estimaciones actuales de bajas producidas en todos los bandos
beligerantes de esa época no alcanzan a la mitad de esa cifra. Además de la
falsedad de suponer que todos los muertos eran responsabilidad únicamente de
una persona.
Esta lista fue utilizada durante décadas para acusar a Rosas de crímenes
enormes. Esta lista, sin ningún rigor periodístico y artificialmente inflada,
sería durante casi un siglo una de los principales sustentos en la condena
histórica de Rosas.
Algunos economistas calculan:
Los 480 cadáveres habrían le habrían reportado a Rivera
Indarte 2 suculentas libras esterlinas. A valores actuales serían U$S 17,50 por
muerto.
De
esta manera las primeras aproximaciones de las “Tablas de Sangre” le dejaron
U$S 8.400, pero la lista, agregando los 22.560 caídos y “posibles” caídos en
todas las batallas y combates habidos, la suma percibida ascendería a los nada
despreciables U$S 394.800.
Historiadores de la época
afirman:
“Desde
junio de 1862 hasta igual mes de 1868 (en que Mitre entrega el gobierno a
Sarmiento), han ocurrido en las provincias 117 revoluciones, habiendo muerto en
91 combates, 4.728 ciudadanos”. “Para igualar a Mitre, El Restaurador debería haber matado en 20 años 15.760
en vez de 480”.
Las Tablas de Sangre fueron
publicadas en folletín por The Times
de Londres para estremecer de horror a los flemáticos ingleses victorianos, y
por Le Constitutionelle de París para
quitar el aliento a los burgueses de Luis Felipe.
Robert Peel (dos veces
Primer Ministro Inglés), que aprobó el gasto de la Casa Lafone, lloró al
leerlas en la tribuna de los Comunes pidiendo se aprobase la intervención, y Louis Adolphe Thiers (varias veces Primer Ministro bajo el reinado de Luis Felipe
de Francia),
se estremecía por "el salvajismo de esos
descendientes de españoles" al
citar Las Tablas acoplando a Francia a la intervención británica.
Como corolario de esa nómina de asesinatos, a dicha publicación Rivera
Indarte le agregó un ensayo: Es
acción santa matar a Rosas, con lo que terminó desvirtuando la supuesta
condena del crimen como herramienta política. También acusaba a Rosas de muchas
otras inmoralidades:
- defraudación fiscal,
- malversación de fondos,
- acusar a su madre de adulterio,
- insultar a su madre en el lecho de muerte,
- abandonar a su esposa en sus últimos días,
- tener amantes de las familias más respetables,
- incesto con su hija Manuelita (“la virgen cándida es hoy marimacho sanguinario, que lleva en la frente la mancha asquerosa de la perdición”,
- “las cabezas de las víctimas son puestas en el mercado público adornadas con cintas celestes”,
- degüellos que se hacían “con sierras de carpintero desafiladas”.
Como curiosidad, Rivera Indarte ignoraba el que fue tal vez el acto más
fácilmente imputable de la vida de Rosas (desde el punto de vista moral de su
época), que fue mantener en su casa una criada pobre, Eugenia Castro, a la que
había hecho su amante y con la que había tenido varios hijos, a quienes mantuvo
(aunque con visibles dificultades), aun después de exiliarse.
A
pesar de las presentaciones “formales” de las Tablas de Sangre ante los
gobiernos europeos, estos consideraron que el informe fue tan “torpe y absurdo”
que de nada le sirvió a Varela, que fue poco menos que “expulsado” de Londres
por el Canciller, que prefería mandar la flota por sus intereses comerciales y
no por consejo de semejantes personajes.
Algunos
historiadores piensan que Florencio Varela no tiene perdón, ni siquiera puede
defenderse con el “criterio de la época”. En ese momento hombres de fuerte
corte unitario como los Generales
Martiniano Chilavert y
José María Paz se indignaron patrióticamente contra su proyecto.
Epílogo
Aunque ya sea un “lugar común”, y lo veamos
reflejados en muchos hechos de nuestra historia reciente, NO SE DEBE CONFUNDIR
PATRIA CON GOBIERNO.
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