viernes, 15 de septiembre de 2017

Florencio Varela esquina Rivera Indarte. Las “Tablas de Sangre”


Si en alguna ciudad o pueblo de nuestro país existiese una esquina entre las calles Florencio Varela y Rivera Indarte, seguramente se podría haber instalado un café o un bar llamado “Los Traidores”, o “Las Tablas de Sangre”, cartelería esta no muy adecuada para estos negocios, pero muy propicia para la historias de estos dos “próceres”.

Confundiendo, una vez más, Patria con Gobierno, Florencio Varela y Rivera Indarte trabajaron denodadamente para terminar con el gobierno de Rosas, aunque para ello tuviesen que ofrecer un pedazo de su país “a cambio”  de otras mezquindades a potencias extranjeras.


Ninguno de los dos se puede considerar exitoso. Ni a Varela le creyeron los argumentos, los ingleses ni franceses para conformar un nuevo país, ni a Rivera Indarte las denuncias contra Rosas. 

Esta es una de esas pequeñas historias que la historiografía oficial no cuenta.




El contexto de época
El Gobernador Federal de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, asumió la “suma del poder público” en 1835. Comenzó entonces el ocaso del partido unitario, ya que sus principales figuras emigraron a los países vecinos, desde los cuales conspiraban permanentemente.
Aunque las provincias eran autónomas, estaban en inferioridad frente a Buenos Aires, la cual tenía mayores recursos. Gracias a eso, Rosas logró imponer gobernadores que le fueron adictos y reprimió las disidencias políticas.
A los unitarios emigrados se sumaron en el exilio los federales opositores a Rosas y luego los jóvenes de la llamada Generación del 37.
La Confederación tenía convenios (trato de “nación más favorecida”), con Gran Bretaña para algunas cuestiones comerciales, pero no así con Francia.  Rosas se negaba a dárselo sin una concesión de su parte.
Ofendida en su orgullo, Francia buscó excusas por el trato a súbditos franceses en Buenos Aires y, para agredir a la Confederación y presionarla para que diera el mismo trato que a los ingleses, en 1838 produce el bloqueo al puerto de Buenos Aires y ocupa la isla Martín García. Mientras tanto en Montevideo se constituía la “Comisión Argentina”.
Todos ellos tenían en común su oposición a Rosas, y conspiraron en las guerras civiles que intermitentemente marcaron la primera mitad del siglo XIX en la Argentina, entre los que se destacaron civiles intelectuales como José Rivera Indarte, Florencio Varela, José Mármol, Juan Bautista Alberdi, Esteban Echeverría, Salvador María del Carril, Juan Bautista Alberdi o Domingo Faustino Sarmiento (que vivió en un breve periodo en la ciudad).
En el plano militar fueron destacándose entre los sitiados algunos oficiales jóvenes, que jugarían un papel decisivo en años posteriores: Martín Rodríguez, José María Paz, Juan Lavalle, Venancio Flores, Anacleto Medina, César Díaz y Lorenzo Batlle.
En 1839 San Martín le ofrece su ayuda a Rosas por el bloqueo, situación que este agradece pero no acepta. Al año siguiente Rosas es reelegido, y como herramienta de control político territorial arma La Mazorca.
Ese mismo año se firma el tratado Mackau-Arana para terminar con el bloqueo.
¿Quién era quién?

Florencio Varela fue un porteño nacido en 1807, culto y reconocido como poeta y literato. A los 22 años  decide emigrar a Montevideo junto con otros de su clase donde se inclinó al campo político y jurídico. Allí trabajará con mayor ahínco que nunca contra la causa rosista.

Sus composiciones literarias se convirtieron en crónicas que trataban las cuestiones relacionadas con la situación política del Río de la Plata y el poder de Juan Manuel de Rosas. Sus escritos le valieron la contra de las mayorías populares que apoyaban a Rosas.

Dentro del núcleo de los emigrados unitario en Montevideo, Varela fue uno de los hombres de mayor talento. Desde que Lavalle se puso en campaña para derrocar a Rosas, él era el hombre de pensamiento y de acción de la Comisión Argentina, cuyo objetivo principal fue proveer de recursos al ejército unitario.

Su unitarismo a ultranza lo lleva a proyectar en 1838 el desmembramiento del país, constituyendo una nueva nación. La Federación del Uruguay, o el Uruguay Mayor serían los nombres que podrían tener este nuevo estado sudamericano (soñado por las logias masónicas), integrado por los despojos de Argentina y Brasil, y estaría integrado por Río Grande do Sul, La república Oriental, Entre Ríos, Corrientes y tal vez Paraguay y Santa Fe.

En 1841 Varela viajó a Brasil, por recomendación médica, debido a una afección pulmonar. Estando en Río de Janeiro, y ya teniendo como aliados a los ministros del gobierno uruguayo, toma contacto e intima con el Almirante John Brett Purvis (oficial de la Royal Navy del siglo XIX que sirvió en el Atlántico Sur durante el Bloqueo anglo-francés del Río de la Plata), y el nuevo Canciller del Imperio de Brasil, João Vieira Cansanção, vizconde de Sinimbu.

Varela regresó a Montevideo el 16 de febrero de 1842. El ejército de la Confederación Argentina y los partidarios del presidente oriental depuesto, Manuel Oribe habían sitiado a esta ciudad. Varela junto a los exiliados unitarios y los inmigrantes ingleses y franceses se atrincheraron en la capital uruguaya. 

Purvis y Vieira designaron a Varela para ir en misión a Inglaterra y luego a Francia a pedir la intervención de estas potencias contra Rosas, y en 1843 viaja a Europa a instancias del gobierno Colorado de Montevideo en carácter extraoficial, pero con la misión especial de que el Gobierno británico tomara parte en los negocios del Plata mediante la invasión por medio de una flota.

Los objetivos de la “Misión Varela” fueron:
  • Apurar la intervención armada inglesa o anglo-francesa contra Buenos Aires
  • Separar a Entre Ríos y Corrientes de la Confederación
  • Establecer la libre navegación del Río de la Plata y sus afluentes
  • Garantizar la paz bajo la intervención permanente de Inglaterra
Poco antes de partir busca apoyo, e insiste, ante el General Paz (que dirige la defensa de Montevideo), con argumentos a favor de su proyecto separatista.

Paz se niega a complicarse en semejante traición. Son canallescas, y al mismo tiempo ingenuas, las instrucciones que se le dan a Varela. A pesar de que en Montevideo la crisis económica y social arrecia, y que muchos franceses han emigrado a Buenos Aires, Varela deberá demostrar allí la prosperidad del Estado Oriental y “el atraso y ruina de Buenos Aires”, a fin de obtener la intervención armada de Inglaterra y de Francia.

En su misión deberá tentar la codicia de ingleses y franceses explicándoles las riquezas de las regiones del Plata.

Para reforzar los argumentos era necesario documentar contra Rosas, y para eso nada mejor que encargarle a José Rivera Indarte (ya en su etapa anti rosista), la tarea, que se tradujo en las Tablas de Sangre, que llegan a sus manos cuando ya estaba en Europa.

Sus gestiones en Inglaterra fueron un fracaso. No consiguió el resultado que esperaba ya que sus interlocutores no concebían que un porteño les dijera que es lo que deberían hacer, cuando y como.

Y mientras Rosas por vía diplomática trata que el Paraguay se reincorpore a la Confederación, Varela y Rivera Indarte, desde el diario El Nacional, propone al Brasil que se encargue del protectorado del Paraguay y, (“ya que estamos”, que “no desprecie el de Corrientes”.

José Rivera Indarte fue un cordobés nacido en 1814, voluptuoso y talentoso periodista, de quien Vicente Fidel López (al que no se lo puede tildar de rosista, ni mucho menos), en su autobiografía, describe como compañero de los años escolares:

“Solía aparecer Rivera Indarte vendiendo un periódico manuscrito lleno de calumnias e insultos a profesores y estudiantes; tendría entonces 16 o 18 años. Cuando los injuriados lo pillaban, lo molían a palos y moquetes; y cuando huía, lo corríamos a tropel. Hubo una vez que no pudiendo escapar se metió en la playa con el agua a las rodillas, mientras que de lo seco lo lapidábamos.

Yo era de los más chicos, figuraba en el montón; los jefes eran los grandes, Rufino Varela, Eguía y muchos más. Este Rivera Indarte – un canalla, cobarde – ratero, bajo, husmeante y humilde en apariencia como un ratón cuya cueva nadie sabía, tenía mucho talento y un alma de los más vil que pueda imaginarse.” 
Estudió en Buenos Aires, y desde muy joven mostró afición por la poesía. Durante un tiempo residió en Montevideo, donde publicó un periódico llamado El Investigador. Fue expulsado por el presidente Fructuoso Rivera, a pedido del ministro (y futuro presidente), Manuel Oribe, y regresó a Buenos Aires.
Transformado “convenientemente” en fanático rosista, escribió el “Himno a Rosas”:                   
¡Oh, gran Rosas,
tu pueblo quisiera
mil laureles poner a tus pies….!
La Oda era un pasquín pegado en esquinas de la ciudad. El cartel era una amenaza velada a los opositores, y la figura fue tomada como símbolo por los fanáticos rosistas de la Sociedad Popular Restauradora, que comenzaron a usar orgullosos el nombre de La Mazorca, organización parapolicial creada por Encarnación Ezcurra, esposa de Rosas.
 Diferentes  versiones del nombre “mazorca” (espiga de maíz)
1.     Representaba a Juan Manuel de Rosas con su cabello rubio y su color de tez.
2.     Era el apocamiento transformado de “mas horca”, en alusión al frecuente método de muerte de enemigos
3.     Era una metodología de tortura de colocar una mazorca en el ano de los enemigos

Rivera Indarte, en su período rosista escribió:
“Aquesta marlo que miras
de rubia chala vestida
en las entrañas se ha hundido
en la unitaria facción”

En 1837, se unió a los jóvenes literatos de la Asociación de Mayo. Procesado por defraudación, falsificación de documentos públicos y estafa, incluyendo hurtos en la Biblioteca y el robo de la corona de la Virgen de la Merced en Buenos Aires, emigró a Montevideo.

Según las versiones de los unitarios, cruzó el río, como tantos otros, asqueado por las tropelías del rosismo.

El no perdonaba que Rosas no hubiese hecho nada por salvarlo. El Restaurador, que conocía sus antecedentes, sabía que desde El Nacional de Montevideo descargaría todo su resentimiento contra él, causándole inconmensurable mal en el extranjero. Sabe que es un hombre con talento periodístico pero le faltan escrúpulos a la hora de calumniar.

Huyó a Europa en 1839 y regresó a fines de ese año a Montevideo, donde se dedicó a atacar en la prensa al gobierno de Rosas por medio de poesías y alegatos.

Acompañó a Florencio Varela a convencer al General Juan Lavalle de unirse a los franceses en la guerra contra su propio país, y en 1843, “subsidiado” por capitales franceses, escribió “Rosas y sus Opositores – “Es acción santa matar a Rosas” – “Tablas de Sangre.

Las Tablas de Sangre

La necesidad de argumentar fuertemente contra Rosas en Francia, y de esa manera forzar a esa potencia a intervenir en el Río de la Plata contra El Restaurador, hizo que un francés le encargara a José Rivera Indarte (alias “canalla, cobarde, ratero, bajo, husmeante” al decir de sus compañeros), la publicación de un libro que incluyera una lista, lo más larga posible, de las víctimas de Rosas.

La Casa Lafone & Co. (más concretamente Samuel Lafone), ofreció pagarle al ambicioso de Rivera Indarte un penique por cada muerto documentado y publicado. En el Atlas de Londres del 1º de marzo de 1845, en artículo reproducido por Emile Girardin en La Presse de París, se confirma tal hecho. El resultado fue su obra “maestra”, conocida como Tablas de Sangre.

Lafone era materialmente dueño de Montevideo. En 1843 había comprado las rentas de la Aduana hasta 1848, lo que le significaría una gran ganancia en el caso que el puerto de Buenos Aires fuese bloqueado por potencias extranjeras decididas a imponer “orden y civilización”.

Cabe señalar también que Lafone & Co. era propietaria de Punta del Este y de la isla Gorriti, habiéndosele concedido en exclusividad la caza de lobos marinos en la isla de Lobos por 13 años. 

Florencio Varela, para llegar a completar la lista que necesitaba, recurrió a todos los muertos conocidos, tanto los asesinados por la Mazorca, como por orden directa de Rosas, pero, como el número recaudado no conformaba un buen negocio, incluyó personas fallecidas de muerte natural, individuos que habían muerto mucho antes de la llegada de Rosas al poder, y hombres que muchos años más tarde aún vivían.

Agregó también nombres imaginarios, muertos identificados como NN de los que nadie supo cómo habían muerto, y también a Facundo Quiroga y sus acompañantes (amparándose en que su asesino, Santos Pérez, había acusado a Rosas el día de su ejecución). También lo acusó de la muerte de Alejandro Heredia, Benito Villafañe y de otros personajes públicos, de cuya muerte no cabe duda que Rosas no tuvo responsabilidad alguna.
De esta manera, José Rivera logró completar una lista de 480 muertos, por lo que cobró dos libras, es decir, 480 peniques. Con la esperanza de cobrar algo más, lo acusó también de ser el responsable de la muerte de 22.560 muertos durante las guerras civiles argentinas desde 1829 en adelante.
Las estimaciones actuales de bajas producidas en todos los bandos beligerantes de esa época no alcanzan a la mitad de esa cifra. Además de la falsedad de suponer que todos los muertos eran responsabilidad únicamente de una persona.
Esta lista fue utilizada durante décadas para acusar a Rosas de crímenes enormes. Esta lista, sin ningún rigor periodístico y artificialmente inflada, sería durante casi un siglo una de los principales sustentos en la condena histórica de Rosas. 
Algunos economistas calculan:
Los 480 cadáveres habrían le habrían reportado a Rivera Indarte 2 suculentas libras esterlinas. A valores actuales serían U$S 17,50 por muerto.

De esta manera las primeras aproximaciones de las “Tablas de Sangre” le dejaron U$S 8.400, pero la lista, agregando los 22.560 caídos y “posibles” caídos en todas las batallas y combates habidos, la suma percibida ascendería a los nada despreciables  U$S 394.800.
Historiadores de la época afirman:
“Desde junio de 1862 hasta igual mes de 1868 (en que Mitre entrega el gobierno a Sarmiento), han ocurrido en las provincias 117 revoluciones, habiendo muerto en 91 combates, 4.728 ciudadanos”. “Para igualar a Mitre, El Restaurador debería haber matado en 20 años 15.760 en vez de 480”.
Las Tablas de Sangre fueron publicadas en folletín por The Times de Londres para estremecer de horror a los flemáticos ingleses victorianos, y por Le Constitutionelle de París para quitar el aliento a los burgueses de Luis Felipe.
Robert Peel (dos veces Primer Ministro Inglés), que aprobó el gasto de la Casa Lafone, lloró al leerlas en la tribuna de los Comunes pidiendo se aprobase la intervención, y Louis Adolphe Thiers (varias veces Primer Ministro bajo el reinado de Luis Felipe de Francia), se estremecía por "el salvajismo de esos descendientes de españoles" al citar Las Tablas acoplando a Francia a la intervención británica.
Como corolario de esa nómina de asesinatos, a dicha publicación Rivera Indarte le agregó un ensayo: Es acción santa matar a Rosas, con lo que terminó desvirtuando la supuesta condena del crimen como herramienta política. También acusaba a Rosas de muchas otras inmoralidades:
  • defraudación fiscal,
  • malversación de fondos,
  • acusar a su madre de adulterio,
  • insultar a su madre en el lecho de muerte,
  • abandonar a su esposa en sus últimos días,
  • tener amantes de las familias más respetables,
  • incesto con su hija Manuelita (“la virgen cándida es hoy marimacho sanguinario, que lleva en la frente la mancha asquerosa de la perdición”,
  • “las cabezas de las víctimas son puestas en el mercado público adornadas con cintas celestes”,
  • degüellos que se hacían “con sierras de carpintero desafiladas”.

Como curiosidad, Rivera Indarte ignoraba el que fue tal vez el acto más fácilmente imputable de la vida de Rosas (desde el punto de vista moral de su época), que fue mantener en su casa una criada pobre, Eugenia Castro, a la que había hecho su amante y con la que había tenido varios hijos, a quienes mantuvo (aunque con visibles dificultades), aun después de exiliarse.

A pesar de las presentaciones “formales” de las Tablas de Sangre ante los gobiernos europeos, estos consideraron que el informe fue tan “torpe y absurdo” que de nada le sirvió a Varela, que fue poco menos que “expulsado” de Londres por el Canciller, que prefería mandar la flota por sus intereses comerciales y no por consejo de semejantes personajes. 
Algunos historiadores piensan que Florencio Varela no tiene perdón, ni siquiera puede defenderse con el “criterio de la época”. En ese momento hombres de fuerte corte unitario como los Generales Martiniano Chilavert y José María Paz se indignaron patrióticamente contra su proyecto.

Epílogo
Aunque ya sea un “lugar común”, y lo veamos reflejados en muchos hechos de nuestra historia reciente, NO SE DEBE CONFUNDIR PATRIA CON GOBIERNO.





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