lunes, 4 de septiembre de 2017

¡ Che González,devolvé la guita !


Bernardino González, más conocido como Rivadavia, inspirador del nombre de una de las calles más largas del mundo (vaya uno a saber porque, pero tiene 37 km), fue un “intendente” de Buenos Aires que hizo muchas obras, pero con el presupuesto que nos correspondía a toda la Nación (… así cualquiera), que obviamente no co participaba. El dinero de préstamos y “encajes bancarios” tenían como garantías el suelo y subsuelo de todas las provincias.

Lo único que realmente le importaba a Don González era su propia figura, y al cabo de tanto insistir lo consiguió.

Centralista como pocos, amaba a “su” Buenos Aires y no le importaban las guerras de la independencia, aunque se perdieran territorios como el Alto Perú en manos realistas, o la Banda Oriental.

No conforme con eso nos endeudó tanto como pudo, total… “pagadios”. Pero se ve que Dios estaba muy ocupado en otras cosas, y el empréstito de la Baring Brother lo terminamos pagando todos nosotros, 120 años después, aunque la Argentina provinciana no vio un solo peso. Por eso “la popular” le gritaría “che González, devolvé la guita”.


Si San Martín, Belgrano, Dorrego y otros tantos lo detestaban, por algo será.

¿Quién era Bernardino?
Bernardino de la Trinidad González de Rivadavia y Rivadavia Rivadeneyra, nació en Buenos Aires el 20 de mayo de 1780. Fueron sus padres Benito Bernardino González de Rivadavia y Marí­a Josefa de Rivadavia y Rivadeneyra.

Ya mostrando su personalidad egocéntrica y discriminante decidió utilizar el segundo apellido de su padre o el primero de su madre, para diferenciarse de una hermanastra que se llamaba Gabriela González de Rivadavia. En realidad hoy deberíamos llamarlo Bernardino González, a secas.

Siguió estudios en la escuela del Rey y en el Colegio de San Carlos, pero no alcanzó a cursar los universitarios. Durante las invasiones inglesas combatió con grado de Capitán. En 1809 apoyó al Virrey Liniers y luego casó son la hija del Virrey del Pino. En 1811 fue designado Secretario de Gobierno y Relaciones Exteriores del Primer Triunvirato, lugar desde el cual comenzó a crear su poder político.

En 1820 asumió como Ministro (casi plenipotenciario), del Gobernador Martin Rodríguez, con un discurso “claro”, que definiría los tiempos que vendrían:
"La provincia de Buenos Aires debe plegarse sobre sí misma, mejorar su administración interior en todos los ramos; con su ejemplo llamar al orden los pueblos hermanos; y con los recursos que cuenta dentro de sus límites, darse aquella importancia con que deberá presentarse cuando llegue la oportunidad deseada de formar una nación".
Entre los recursos con los que contaba "dentro de sus límites" estaba la aduana, de la que se apropió, y cuyas rentas representaban la mayoría de todos los ingresos públicos del futuro país.
Proclamó la libertad de comercio, colocando las tasas aduaneras a un nivel muy bajo, con lo que favoreció el comercio exterior de la provincia de Buenos Aires, pero aisló y ahogó las economías de las otras provincias que despreciaba (“los trece ranchos” según Mitre), que no pudieron competir con los productos importados.
Una de las primeras obras de gobierno, en 1821, fue la sanción de la Ley de Sufragio Universal (…que muy universal no era). Rivadavia era partidario del voto calificado que negaba el derecho de voto en las elecciones a los menores de veinte años,
 “… a los analfabetos, a los deudores fallidos, deudores del tesoro público, dementes, notoriamente vagos, criminales con pena corporal o infamante, pero también a los domésticos y peones estaban bajo la influencia del patrón, y a los criados a sueldo, peones jornaleros y soldadas de línea”.
El proyecto consideraba que “se reputará decente toda persona blanca que se presente vestida de fraque y levita” 
Proclamó una reforma militar, por la que pasó a retiro a los antiguos oficiales que habían luchado en la Guerra de la Independencia y que no tenían destino fijo, principalmente a los que consideró contrarios a su gobierno. Esta reforma puso en su contra a todos los militares alejados y muchos de ellos se unirían luego a las rebeliones en su contra.
Durante lo que se conoció como la “época de Rivadavia” la ciencia y la cultura prosperaron de manera significativa, pero solo en el ámbito de la ciudad de Buenos Aires y en los términos propios de Don González.
Desde su puesto de Ministro fundó la Universidad de Buenos Aires. En 1822, por acción oficial o privada, se habilitaron varias instituciones académicas: La Sociedad Literaria, la Sociedad de Ciencias Físicas y Matemáticas, la Sociedad de Jurisprudencia, la Academia de Medicina y dos academias de música y canto.
También mandó a desmantelar el precario muelle que entonces, temerosamente, entraba al río, y con las piedras hizo embaldosar “su pituca” calle Florida.

Las librerías existentes en Buenos Aires en 1825 vendían toda clase de obras literarias y científicas editadas en Europa. La ciudad de Buenos Aires (…y solo la ciudad de Buenos Aires), comenzó a modernizarse. Construyó edificios públicos, ensanchó avenidas, ordenó construir ochavas, mejoró la iluminación de las calles y creó el Cementerio de la Recoleta. Mientras todo esto ocurría en el “ideario rivadaviano” se perdieron las provincias del Alto Perú y la Banda Oriental.
Su atención estuvo centrada en las clases altas y medias altas. Para proveer de mano de obra al comercio y a la ganadería impulsó fuertemente la obligación a los que no eran propietarios de que demostraran que tenían empleo por medio de la papeleta de conchabo”. Aquellos que no la tuvieran eran arrestados y enviados como soldados a los fuertes ubicados en la nueva línea de frontera que se encargaban de la vigilancia y protección de los malones.
Rivadavia solicitó el cargo de Ministro Plenipotenciario de las Provincias Unidas en Francia e Inglaterra, y viajó a Londres para ser designado presidente del directorio de la compañía minera River Plate Mining Association y de la colonizadora Rio Plata Agricultural Association, empresas con las cuales “estafaron a medio mundo”.
Fue partidario de una organización nacional fuertemente centralista. La vigencia del Congreso General de 1824, destinado a redactar una constitución, junto con el inicio de la Guerra del Brasil, motivó la creación inmediata del cargo de Presidente de la Nación Argentina y fue el primero en ocuparlo.
Como no podía ser de otra manera, eligió como parte de su gabinete ministerial a  Julián Segundo de Agüero (maestro mayor de los vende patrias), Carlos María de Alvear (otro vende ejércitos y el mayor enemigo ideológico y político de San Martín),  Francisco Fernández de la Cruz (el militar desplazado por Juan Bautista Bustos en el Motín de Arequito), y Salvador María del Carril (uno de los autores intelectuales del fusilamiento de Dorrego).
Llegó a ser al mismo tiempo Presidente de las Provincias Unidas y director de las empresas, con capital mixto inglés-porteño, o sea que al contratar deudas representaba a las dos partes. 
La sanción de la Constitución Argentina de 1826, de fuerte contenido unitario, fue rechazada por las provincias. Dorrego, se opuso al proyecto rivadaviano de 1826, considerándolo nulo porque se desconocía en él la voluntad general de las provincias. Todo esto motivó su renuncia a la Presidencia, que apenas duró 17 meses.
Don González Rivadavia se quedó un tiempo en su finca de Buenos Aires y en 1829  partió hacia España, retornando a la Argentina en 1834, pero el Gobernador de Buenos Aires, Juan José Viamonte, no le permitió desembarcar, motivo por el cual se estableció primero en Mercedes (Soriano, Uruguay) y luego en Colonia (Uruguay).
Pasó luego al Brasil y volvió definitivamente a España a finales de 1842, falleciendo en la ciudad de Cádiz en 1845. Nadie sabe de qué vivió sus últimos tiempos (18 años después de su renuncia), pero nos podemos imaginar.
Vamos por los préstamos
Si hubo una época en lo que luego sería la Argentina, donde la perversa “ingeniería financiera” se desarrolló con las tramas más complejas y leoninas, fue esta, entre 1820 y 1827.
La Junta de Representantes de la Provincia de Buenos Aires sancionó en 1822 una ley que facultaba al gobierno a "negociar, dentro o fuera del país, un empréstito de tres o cuatro millones de pesos valor real".
Los fondos del empréstito debían ser utilizados para la construcción del puerto de Buenos Aires, el establecimiento de pueblos en la nueva frontera, y la fundación de tres ciudades sobre la costa entre Buenos Aires y el pueblo de Carmen de Patagones. Además debía dotarse de agua corriente a la ciudad de Buenos Aires, trazando un canal desde la cordillera de Los Andes en Mendoza. Nada de esto ocurrió.
La Junta de Representantes había autorizado la colocación del préstamo a un tipo mínimo de cambio del 70 %. Rivadavia aceptó constituir un consorcio que representara al Gobierno de Buenos Aires para la colocación del empréstito al tipo exacto de 70 %. Este consorcio estaba encabezado por los señores Braulio Costa, Félix Castro, Miguel RiglosJuan Pablo Sáenz Valiente y los hermanos Parish Robertson, quienes, en virtud del poder conferido, celebraron el acuerdo en Londres con la firma Baring Brothers & Co.
Como la colocación en el mercado sería fácil, la Baring propuso al consorcio colocarlos al 85 %, pagando 70 % a Buenos Aires y repartiéndose el 15 % de diferencia con los “muchachos” del consorcio. Acordado el negocio, el 1 de julio de 1824 se contrató con la Banca Baring el empréstito por 1.000.000 de libras esterlinas con un interés de 6 % anual pagado semestralmente. La amortización del capital era del 1 % anual y la comisión para Baring fue pactada al 1 %.
El 15 % de diferencia de colocación representó 150.000 libras, de ellas el consorcio en su conjunto se llevó 120.000 libras en carácter de “comisión” (¿?), y los 30.000 restantes fueron para Baring.
El Bono general dispuso que:
·         El Estado de Buenos Aires "empeñaba todos sus efectos, bienes, rentas y tierras, hipotecándolas al pago exacto y fiel de la dicha suma de 1.000.000 de libras esterlinas y su interés".
·         Baring retendría 200.000 títulos al tipo de 70 %, acreditando a Buenos Aires las 140.000 libras correspondientes, y disponiendo para sí al excedente de su venta.
·         Por cuenta del consorcio, Baring vendería en bolsa los 800.000 títulos restantes al tipo de 85 %, cobrando un 1% de comisión por ello, y acreditando a Buenos Aires el 70 %. Si lograse colocarlas a más del 80 %, la comisión subiría a 1,5 %.
·         En toda suma a entregarse en lo futuro por Buenos Aires, en concepto de intereses y amortizaciones, Baring cargaría un 1% de comisión a cuenta del gobierno.
Como diría socarronamente un amigo ¿“no tendrán miedo de clavarse los ingleses”?
Este préstamo fue impuesto como parte de la estrategia geopolítica de dominación de Gran Bretaña, para condicionarnos económicamente e impedir el crecimiento como Nación independiente. Respondió más a las necesidades inglesas de asegurarse la subordinación colonial que a necesidades locales. 
El primer negociador del empréstito Baring fue Manuel José García (…cuando no ¡!), quien utilizó toda su influencia (…que no era poca), para que se perdiera el Alto Perú a manos de los realistas. Fue agente de Rivadavia, cuando se pactó la entrega de la Banda Oriental al Emperador de Brasil, llevando a cabo una política antinacional que favoreció los intereses británicos.
Como no se había especificado como llegaba el dinero a Argentina, el consorcio informa a la Casa Baring que la mejor manera era enviando letras giradas contra casas comerciales de prestigio que dieran garantías en Buenos Aires.
No por casualidad, una de esas casas comerciales era la de Robertson y Costas, dos miembros del consorcio. Al final, del millón de libras que totalizaba el mismo, sólo llegaron a Buenos Aires unas 570.000, en su mayoría en forma de letras de cambio y una parte minoritaria en metálico.
Cuando el gobierno reclama el envío del dinero, Baring remite 2.000 en monedas de oro, 62.000 en letras de cambio (papeles sin valor práctico), y propone por “prudencia de mandar dinero a tanta distancia”, dejar depositado en su banco los 500.000 restantes, pagando 3 % de interés anual, es decir un negocio redondo: pedir dinero, al 6 % y prestarlo al 3 % “al mismo prestamista”.
Como era lógico suponer, faltó dinero para pagar esa deuda.
La garantía del préstamo fueron las tierras de las provincias de Buenos Aires y cuando Rivadavia fue Presidente puso como garantía a la totalidad de las tierras públicas de la Nación.
“Todas las tierras y demás bienes inmuebles” de las provincias pasaban a ser nacionales, y cuando se refiere a “demás bienes inmuebles” se refiere al subsuelo que sería administrado solo por la Presidencia.
Rivadavia le escribe a su “socio” John Hullet en la Rio Plata Mining Association “las minas son ya de propiedad nacional y están exclusivamente bajo la administración del Presidente de la República”, vendiéndole (…o mejor dicho vendiéndose), el Cerro Famatina en La Rioja, aunque en realidad este era solo era una parte, ya que las cesiones eran “para explotar todas las minas de oro y plata de las Provincias Unidas”.
Los folletos publicitarios que circulaban en Londres para lograr inversionistas decían:
“Podemos afirmar, sin hipérbole, que las minas del Famatina contienen las riquezas más grandes del Universo. Voy a probarlo con una simple aserción de la que dan fe miles de testigos: en sus campos [de Chilecito], el oro brota con las lluvias como en otros la semilla… las pepitas de oro, grandes y pequeñas aparecen a la vista cuando la lluvia lava el polvo que cubre la superficie.
Después de una lluvia algo fuerte una señora encontró a pocas yardas de su puerta una mole de oro que pesaba veinte onzas [casi 600 gramos]. Otra, al quitar unas matas de yuyos de su jardín, descubrió en las raíces una pepita de tres a cuatro onzas.
Cuando se barren los pisos de las casa o se limpian los establos, siempre se encuentra oro confundido entre el polvo. Estos casos ocurren tan frecuentemente que exigiría mucho detallarlos”.
Los consorcistas (todos unitarios), otorgaban concesiones sobre territorios controlados por caudillos federales, sin acuerdo de éstos. Allí había recursos mineros, como Catamarca o La Rioja, pero que eran políticamente inaccesibles, además de los enormes costos implicados por las enormes distancias.
Un ingeniero inglés galopó seis mil kilómetros y terminó denunciando que todo era un bluff.
Los mismos ingleses, admitieron el carácter fraudulento de esta negociación. Ferdinand White, espía inglés, enviado por la Baring al Río de la Plata, condenó los aspectos delictuosos de este acuerdo. Fue una operación usurera, un acto de saqueo y sumisión y el primer acto de corrupción ligado a la deuda externa.
Rivadavia, no solo fue socio de los mineros ingleses, también lo fue de la Rio Plata Agricultural Association y miembro de la Sociedad Rural Argentina, empresas con las cuales estafaron a cientos de colonos ingleses que, llenos de promesas, vinieron a estas tierras.
Cuando sucumbió la aventura unitaria y Manuel Dorrego reasumió el gobierno de la Provincia de Buenos Aires, se encontró con  reclamos de compañías inglesas valores que eran una fortuna para la época.
Dorrego, al hacer su primer discurso a la Legislatura en septiembre de 1827 dice que la herencia dejada por Rivadavia se trata de un “negocio misterioso”.
La guerra con Brasil había sido ganada militarmente y perdida en la mesa de negociaciones, entre otras cosas por la asfixia económica provocada por el bloqueo brasileño al impedir importaciones y cesar por tanto la recaudación aduanera.
En consecuencia, en 1828 se liquidó la escuadra naval y se dieron en pago dos fragatas que se estaban construyendo en Inglaterra. De este modo, cuando se produjo la usurpación de las Malvinas por los ingleses, cinco años más tarde, no hubo fuerza naval para contrarrestarla.
Obviamente, esto estuvo planificado por los acreedores, y su cómplice, Don Gonzalez Rivadavia. 
Según Scalabrini Ortiz, de la suma recibida, sólo llegaron al Río de la Plata en oro el 4 % de lo pactado, o sean 20.678 libras.
El empréstito solo se pagaría por completo, en teoría, ochenta años más tarde, en 1904, sin embargo Julio Nudler afirma que se terminó de pagar en 1947, unos 120 años después. Según Jorge Gaggero, Juan Domingo Perón canceló en ese momento toda la deuda externa.
El contexto territorial
En el conflicto de la Confederación con el Imperio, Argentina había vencido a Brasil en Ituzaingo en 1827, y faltaba el empujón final. El ingenuo y poco práctico de Alvear quería llegar hasta Río de Janeiro, pero los ingleses tenían otros planes a largo plazo: la “Federación del Uruguay”.
Este era un proyecto británico para formar un Estado reuniendo a la Banda Oriental (Uruguay), Río Grande (Brasil), Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes (Argentina) y parte de Paraguay, debilitando al Imperio de Brasil y a la Confederación Argentina teniendo un rio navegable interno.
Rivadavia, más interesado en el negocio con los ingleses y en someter al interior, hizo regresar el ejército y firmar un tratado vergonzoso a través de García.
Las provincias del interior querían terminar una guerra ya ganada, pero Rivadavia estaba más interesado en sus negocios mineros con los ingleses, que en su patria, y prefiere que regrese el ejército para imponer “la organización a palos” en el interior, aun a costa de ceder la Banda Oriental



Los federales piden al gobierno y que les dejen a ellos el peso de la guerra pero Rivadavia prefería perder la guerra y la Banda Oriental, antes que dejarle el gobierno a los federales, e instruye a García para que vaya a Río de Janeiro a terminar la guerra “a cualquier precio”.
Fue un arreglo tan vergonzoso que, ante la indignación popular, Rivadavia, sacándose “el lazo de encima” intentó usar a García de chivo expiatorio, y le tiró “todo el fardo”:
“no solo ha traspasado sus instrucciones sino contravenido a la letra y espíritu de ellas” que “destruye el honor nacional y ataca la intendencia y todos los intereses de la República” e intenta desconocer el arreglo. 
¿Que opinaban los de su época?
Cuando San Martín se enteró de que había terminado la guerra con Brasil y que las condiciones internas del Río de la Plata eran complejas (la caída de Rivadavia y el Congreso), quiso conocer personalmente el estado en que se hallaba su país natal.

En Falmouth se embarcó rumbo al Plata (por precaución lo hizo con el apellido materno), y cuando llegó a Río de Janeiro tuvo conocimiento de la revolución unitaria del 1° de diciembre de 1828 y el asesinato del gobernador Manuel Dorrego. Quizá más dolorido que asombrado, al llegar a Buenos Aires permaneció en balizas, pidió su pasaporte y fue a residir en Montevideo.

San Martín es mal recibido, y Paz (gobernador interino), le escribe a Lavalle (que está en campaña):”Calcule Ud. las consecuencias de una aparición tan repentina”

El desesperado General Juan Lavalle (desacreditado al igual que los “revolucionarios decembristas”), envió agentes ante San Martín para ofrecerle el gobierno (para “salvar la revolución con su prestigio”), pero este rechazó con energía el ofrecimiento, y recordó a su antiguo oficial Manuel Dorrego.

San Martín en carta a O´Higgins, le explica los motivos:

“El objeto de Lavalle era el que yo me encargase del mando del ejército y provincia de Buenos Aires y transase con las demás provincias a fin de garantizar a los autores del movimiento del 1 de diciembre. Pero Usted reconocerá que en el estado de exaltación a que han llegado las pasiones, era absolutamente imposible reunir los partidos en cuestión, sin que quede otro arbitrio que el exterminio de uno de ellos.

Los autores del movimiento del 1 de diciembre son Rivadavia y sus satélites y a Ud. le consta los inmensos males que estos hombres le han hecho no solo a este país sino al resto de América con su infernal conducta; si mi alma fuese tan despreciable como las suyas yo aprovecharía esta ocasión para vengarme de las persecuciones que mi honor ha sufrido de estos hombres, pero es necesario enseñarles la diferencia que hay entre un hombre de bien y un malvado” 
José de San Martín

Una gota de sangre americana ahorrada valía más que cualquier solución política, y el sable de San Martín no habría de mezclarse en luchas intestinas.

¿Qué pensaban algunos de sus coetáneos sobre Rivadavia?

San Martín dijo: “El de infernal conducta”

O’Higgins dijo: “el hombre más criminal que ha producido el pueblo argentino”.

Mitre dijo: “El hombre de Estado más grande del mundo”

Honores, a pesar de todo
A pesar de todo esto, Rivadavia figurará como un “ciudadano ilustre” y su nombre figurará en calles, pueblos, ciudades y sillones. 
Luego de su renuncia a la Presidencia en 1827, se retiró a su finca en el campo y luego en 1829, alejado definitivamente de la política, partió hacia España.
Intentó regresar en 1834 pero no le permitieron desembarcar (es bastante irónico que su único defensor en ese momento fuera Quiroga). Luego de una breve estadía en Uruguay y una más prolongada en Río de Janeiro, se trasladó a Cádiz, España, donde murió en 1845.
A pesar que pidió expresamente que sus restos no fueran enterrados en Buenos Aires, (y mucho menos en Montevideo), estos fueron repatriados a Argentina en el año 1857 durante la presidencia de Urquiza y enterrados en el cementerio de la Recoleta con gran ceremonia, donde recibió los honores de Capitán General y los endulzados discursos de bienvenida de Mitre, Mármol y Sarmiento.
En 1932 se trasladaron sus cenizas a un mausoleo construido en su honor en la plaza Once de Septiembre (antes llamada Miserere), en Buenos Aires. 

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