Opinan algunos que “cuando se mezcla la leyenda con la historia, es mejor quedarse con la
leyenda”, y tal vez es el caso de la Princesa Juana (o Arocena), considerada
como el alma fundadora de San Luis.
El poeta puntano dijo de ella “porque tú fuiste la semilla nuestra, y nos diste color americano, centurias
antes que la patria fuera”. Y hablaba así porque estamos hablando del siglo
XVI.
La bella Arocena es ofrecida y elegida por un
Capitán español quien la rebautiza Juana, y hasta la propia realeza española le
da como herencia muchas tierras puntanas hasta el actual límite con la
Provincia de Córdoba.
Era hija de un cacique Michilingüe, una parcialidad
comechingona que habitaba los llanos de San Luis.
Este
es uno de los tantos casos donde la gente “necesita” que una leyenda se haga
realidad. Si Juana fue el origen de la “puntaneidad” siendo cabezas de muchas
familias, bienvenida sea.
El contexto de época
Aunque se ha perdido el acta de
fundación de la ciudad de San Luis, y con noticias entrecruzadas de la época (redactadas
en diversos documentos manejados con poca prudencia), se han detectado errores
en el proceso fundacional de la ciudad, transformándose de este modo en un
oasis de leyendas, misterios y cuentos populares.
Más allá del acta desaparecida, se cree que su capital fue
fundada el 25 de agosto de 1594 por
Luis Jufré de Loaysa y Meneses, teniente corregidor de Cuyo.
Algunos autores aseguran que dos años después de
haber sido abandonada, Martín García Oñez de Loyola, capitán general de Chile,
la fundó nuevamente.
Los desconocidos Michilingües (o Michilingues)
La Presencia del hombre en el territorio
puntano se remonta a 8.500 años del presente. Los cazadores primitivos que se
refugiaron entonces en las cuevas de sus serranías están emparentados con sus
similares de Córdoba y la pre cordillera, con quienes forman el horizonte
arqueológico de Ayampitín, y con no muchas diferencias con los que se
dispersaron por las pampas del Sur y la Patagonia.
Un sitio de su asentamiento fue la gruta
de Intihuasi, en la
serranía cercana a la Carolina, lugar donde en 1951 el científico argentino
Alberto Rex González hizo el primer fechado prehistórico para Sudamérica
utilizando el método de datación del radiocarbono 14, que fijó ese primer asentamiento en más de 6.000 años a.c
Hasta mediados del
siglo XVI habitaban el territorio de la actual provincia varias culturas indígenas
que venían de territorios aledaños: Olongastas, Comechingones, Puelches, Pampas
y Huarpes.
Los Michilingues (denominación atribuida al
geógrafo Juan W. Gez), ocuparon el sur de La Rioja y el extremo
norte de San Luis. Fueron vecinos de los Huarpes mendocinos y de los
Comechingones cordobeses.
Es probable que provengan del grupo de naciones del
antiguo quichuismo con quienes compartían costumbres y creencias con ambas etnias
contiguas. Se expresaban en lengua michilingue y también fueron
adoradores del Padre Sol.
Fueron habitantes del territorio llano de la
Provincia de San Luis, y según algunos autores serían una parcialidad de los
Comechingones habitantes de las sierras.
¿Quién era Arocena?
Arocena Koslay (o Coslay, ya que los españoles
de aquella época no conocían la letra k), habría nacido en lo que hoy es la
ciudad de Justo Daract, en los llanos, al sudeste de Villa Mercedes muy cerca
del límite con la Provincia de Córdoba. Fue la hija primogénita del cacique de
la parcialidad comechingona de los michilingües llamado Cabeytú Koslay.
Desde muy pequeña fue formada por su padre y la tribu para ser la futura
conductora. Con un carácter fuerte e indomable, pero de conducta serena, además
de contar con una belleza física e inteligencia inigualable, cautivo la atención
de nativos y conquistadores.
Los estudiosos
aseguran que era una joven de mirada serena, de dulce voz, desenfadada pero
prudente y amante “a más no poder” de la naturaleza.
Arocena a veces
lloraba y sus lágrimas y sus defectos la hacían sensiblemente humana y mujer.
Dentro de la tribu, por su
particular capacidad de entender hasta los pensamientos
más íntimos, muchas veces, dejó
sin palabras a los sabios.
Una mañana salió de
su valle, cruzó la montaña y fue al río a buscar raíces. Sintió un silencio
poco común. Intuyó que algo no estaba bien. A orillas del cauce recibió la
noticia de que hombres blancos merodeaban la región. Mujeres de otras tribus lo
comentaban mientras recogían alimentos para escapar.
Intuyó que se venían
tiempos de cambio, nadie en su tribu, ni ella misma estaban preparados para
este futuro. Y todo cambió. Los europeos sellaron con su llegada un antes y un
después rotundo.
La llegada de los españoles
Era un día de intenso
calor cuando los españoles llegaron a las tierras de Arocena. Desmontaron en
medio de un silencio solemne…
Ellos tenían las armas
y sus posturas y manifestaciones fueron intuidas por los indígenas como
sentencias de esclavitud. Todo parecía que serían prisioneros.
El cacique Cabeytú ofreció
entonces agua y alimentos para pactar una convivencia en paz, que los invasores
parecían entender.
Fue Arocena, la
responsable de dar el primer paso. Ofreciendo un canasto con piquillín y
algarroba, se paró frente a ellos y miró al invasor a los ojos.
Ella percibió lo que
iba a ocurrir y aconsejó a su padre no resistir al invasor, tratarlo con
respeto, brindándose a sí misma como ofrenda de paz.
Los españoles que tomaron posesión de las tierras michilingues tomaron a
la princesa Koslay y aceptaron casarla con el oficial español Juan Gómez Isleño,
interpretando que se merecía un premio de la conquista “ganada”.
Antes eras Arocena y ahora te llaman Juana
La boda no se hizo esperar. En 1594 se casaron según las ofrendas de la
religión católica (totalmente ajena a los Michilingues),
después de ser bautizada con el nombre de Juana.
El Rey de España mandó expedir una real
cédula por la cual consideraba a la desconocida de Juana con el honroso título
de Señora de Primera Clase. Los
indígenas Michilingües, a través de doña Juana pasaron a ser propietarios de
tierras que se extendían desde Río V hasta el límite con Córdoba.
Juana se dedicó a la enseñanza y de ella descienden miles de puntanos
de las primeras familias Sosa y Díaz Barroso entre otras. Uno de los más destacados que lleva su sangre fue el mismo Juan Pascual Pringles.
Este ejemplo siguieron varios de sus compañeros, contrayendo enlace
matrimonial con las mujeres indígenas. Juana Koslay, la del apelativo lagunero,
las comprendía a todas. La llamaron Doña, tuvo tierras y mereció el canto de
los poetas.
Si quieres conocer lo que busca el viento chorrillero
Se enamoró el indio aquel de la más bella mujer
pero el destino los separó sin contemplar su razón.
Se casó para salvar a su pueblo
pero ella presentía la traición del invasor
que partió en dos nuestra raza tan milenaria y de sol
junto con el amor de ese indio crucificando su honor.
Juana Koslay, ese fue el nombre
que te eligieron los que vinieron de allá.
Tu indio llora, llora la pena por su amor.
Y él se fue a los montes para no ver a su amada
en los brazos de aquel capitán
Hoy su alma es el viento que baja desde los cerros
llamando a Juana Koslay
Hugo A.
Guzmán
Las otras
doncellas debieron partir con sus esposos a tierras lejanas. Aquellas sonrisas
felices de antes fiel reflejo del goce de la libertad, se convirtieron en caras
serias y miradas de tristeza infinita.
Dicen que
Arocena tardó en partir, aún vivía en
su tierra pero añoraba sus paseos por el valle con
el viento en la cara. Entonces recordó las
palabras de los ancianos para alimentar su
esperanza agotada por los sucesos acaecidos que hacían
encoger su corazón: “el agua se purifica
fluyendo y el hombre se purifica avanzando”.
Cuenta la layenda que
la noche anterior a la partida con su marido Arocena se encontraba a orillas
del río y el espíritu del pueblo le habló:
”Un poco de mí no
ha muerto, vivirá eternamente en la esperanza que reside dentro tuyo. Arocena,
eres la única de nosotros que aún posee alma, espíritu y sentir y mientras
vivan en tu interior nunca van a dejar morir la existencia de éste pueblo
porque eres la vida misma”.
Entonces la madre
naturaleza, quien había presenciado este momento, sentenció:
“Arocena, desde hoy tu espíritu pertenece al viento, al
agua, a la tierra y a las plantas de este lugar. Toda tu existencia pintará con
los colores más hermosos y brillantes cada rincón de este espacio vital. Y tu
voz, tus sueños, tu mirada, tu magia, tu sonrisa, tus angustias, tu danza, tus
silencios, tus palabras quedarán grabados para dar vida a esta región”.
Palabras de la historia
Históricamente
está documentado que el matrimonio de Juana Coslay con Juan Gómez Isleño se
realizó, pero no en la fecha de la fundación (1594), sino alrededor de 1633.
Los únicos dos
documentos que mencionan a Juana Coslay (así está escrito el testamento), uno
es de 1700 y el otro de 1720. La leyenda surge en 1880 con el periódico El
Oasis y luego es tomada por el historiador y geógrafo Juan W. Gez.
Si Juana Coslay
hubiese estado, como dice la leyenda, en 1594 (año de la fundación), hubiese
procreado a sus hijos a los 60 o más años de edad y eso es una prueba incontrastable.
Una localidad puntana
lleva el nombre de Juana Koslay.
Está muy cerca de la
ciudad Capital, camino a las sierras, y como dice la leyenda donde se disfruta
las maravillosas sensaciones que ofrecen los colores y aromas que encierra el
paisaje que amara la princesa.
Epílogo:
Este es uno de los
tantos casos donde la gente “necesita” que una leyenda se haga realidad. Si
Juana fue el origen de la “puntaneidad” siendo cabezas de muchas familias,
bienvenida sea.
Alguien unió a la
necesidad de reemplazar las actas perdidas de las fundación, con el relato
popular sobre Juana, y lograr una combinación creíble, aunque no haya nacido
entre las sierras, ni siquiera fuese de una tribu nativa y aunque no haya
ajustes en las fechas.
Digo a Juana
Koslay
Capitanes
vinieron del poniente
por
horizontes de nevada piedra
más allá del
Arauco hasta las rucas
donde los
Huarpes aguzaban flechas,
o machacaban
maíz en la conanas,
o pintaban
sus ánforas de greda;
capitanes de
yelmo y armadura
sobre
caballos con la crin espesa,
que
asentaban sus cascos españoles
en este
suelo por la vez primera;
masculinos y
duros, con la espada
sobre los
muslos, y en la faz severa
cicatrices
de herida o de malaria
y la fatiga
de un millar de leguas.
´
Recorrieron
llanuras donde el jume
les prestaba
su luz en las hogueras,
y arenales
de luna, y salitrales
donde la
Vida se tomaba yerma,
y vadearon
un Río en cuyas aguas
era la sed
una amargura nueva.
Y una tarde
los duros Capitanes,
consumidos
de páramo y espera,
hacia el
Este del sol y la calandria
vieron de
pronto levantarse sierras.
"Aquí
será" - dijo una voz de mando -
porque el
aire es azul, el agua buena,
y la montaña
nos ofrece amparo
si el indio
quiere provocarnos guerra".
Y al sentir
esa voz descabalgaron,
y tres veces
ondearon las banderas.
El Capitán
entonces con la espada
trazó en el
aire una ciudad aérea,
dibujando la
plaza y el ejido,
acá el
cabildo, más allá la iglesia,
el fortín al
llegar a las colinas,
allá los
ranchos de la soldadesca.
Y al mirar
una fuga de venados,
con ese
nombre bautizó a las Sierras
y a la
ausente Ciudad que dibujaba
con el acero
de su espada nueva.
Y después
silenciosos Michilingues
con su Jefe,
Koslay, a la cabeza,
les trajeron
la paz en el saludo
y las cosas
y frutos de la tierra;
Y entretanto
Koslay permanecía
rodeado por
arqueros y doncellas,
la hija
suya, una hija que tenía
suave los
ojos y la cara fresca
y nocturnos
cabellos que apretaba
una vincha
de plumas como seda,
miraba
sonriente y en los ojos
nido le
hacia a la mirada tierna
de un
soldado español en cuyo pecho
amor ardía
en olorosa hoguera;
Gómez Isleño
se llamaba, aquí
digo su
nombre para que la tierra
no lo olvide
jamás porque el soldado
se desposó
con la muchacha aquella
y fundó la
progenie cuya sangre
da a nuestra
gente claridad morena.
Juana
Koslay, Juana Koslay, ¡Oh, Madre!
Virgen dulce
de Cuyo, Flor de América,
reverente me
inclino y te saludo
porque tú
fuiste la semilla nuestra
y nos diste
color americano
centurias
antes que la patria fuera.
Juana
Koslay, Juana Koslay, ¡Oh, Madre!
nada guarda
tu nombre, ni siquiera
plaza civil,
o silenciosa calle,
o troquel de
medalla o de moneda,
o fuente
comunal o flor de bronce
en San Luis
del Venado y de las Sierras.
Pero yo, tu
hijo, tu memoria canto,
y hago del
verso corazón de piedra
Juana Koslay, Juana
Koslay, ¡Oh, Madre!
para que
nunca en los puntanos muera.
Antonio Esteban Agüero
("Un hombre dice a su
pequeño país")
Bibliografía
AGENCIA
DE NOTICIAS SAN LUIS. 2015. ¿Juana Koslay? Historia de San Luis. http://agenciasanluis.com/notas/2015/12/25/juana-coslay/
AGÜERO, A.E. Digo Juana Koslay http://biblioteca.unsl.edu.ar/website/bibls/escritores/locales/
ESCUELA PÚBLICA DIGITAL. http://contenidosdigitales.ulp.edu.ar/
mitosyleyendasdesanluis
PACI, G. 2015. La leyenda de Juana Koslay. https:// sites.google.com/site/
WIKIPEDIA. Juana Koslay (princesa). https://es.wikipedia.org/wiki/Juana_Koslay_(princesa)
ZAMUDIO, T. Pueblos de San
Luis. Derecho de los pueblos indígenas. http://indigenas.bioetica.org/base/base-d1.htm
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