El nivel de desarrollo alcanzado particularmente por las misiones jesuíticas en lo que se denominaba la Provincia de Paraguarí (parte de las actuales Misiones, Corrientes, Brasil y Paraguay), no fue casual. Se trató de uno de los proyectos políticos más ambiciosos que en el Siglo XVII se llevara a cabo por estos pagos.
Ni
los jesuitas fueron elegidos por azar, ni el territorio y los pueblos nativos
fueron seleccionados por comodidad. Una maraña de intereses de la realeza de
España y del Vaticano pugnaban por triunfar si acertaban en sus decisiones.
Jesuitas
estudiosos, disciplinados, laboriosos y con un criterio de docencia pacífica
contrastaba con los de otras Órdenes religiosas y sus representantes en América
del Sur y que se amañaron con la codicia de los militares y empresarios que
solo buscaban riqueza fácil a costa del sudor esclavo.
Guaraníes
ordenados, prolijos, amantes y respetuosos de la naturaleza, creyentes de mucha
fe de sus deidades, habilidosos y proactivos con el desarrollo de su gente,
fueron elegidos para llevar a cabo un modelo de civilización diferente, tanto
del europeo como del nativo, generando una fusión que tiene pocos antecedentes.
Un
territorio rico como la mata atlántica, y el paso estratégico en lo militar
contra las pretensiones del imperio brasileño, completaban el triángulo del
suceso.
Agradecimiento: A Jorge Vega (“Chicato”), por haberme
permitido entrar en un tema atrapante y por facilitarme muchas fotografías.
Llegaron
a contar con más de 250.000 indígenas que formaban así verdaderos pueblos y
contaban con una organización de avanzada, impropia de aquella situación.
El
nivel de desarrollo alcanzado particularmente por las misiones jesuíticas en lo
que se denominaba la Provincia de Paraguarí (parte de las actuales Misiones,
Corrientes, Brasil y Paraguay), no fue casual. Se trató de uno de los proyectos
políticos más ambiciosos que en el Siglo XVII se llevara a cabo por estos
pagos.
Ni
los jesuitas fueron elegidos por azar, ni el territorio y los pueblos nativos
fueron seleccionados por comodidad. Una maraña de intereses de la realeza de
España y del Vaticano pugnaban por triunfar si acertaban en sus decisiones.
Jesuitas
estudiosos, disciplinados, laboriosos y con un criterio de docencia pacífica
contrastaba con los de otras Órdenes religiosas y sus representantes en América
del Sur que se amañaron con la codicia de los militares y empresarios que solo
buscaban riqueza fácil a costa del sudor esclavo.
Guaraníes
ordenados, prolijos, amantes y respetuosos de la naturaleza, creyentes de mucha
fe de sus deidades, habilidosos y proactivos con el desarrollo de su gente,
fueron elegidos para llevar a cabo un modelo de civilización diferente, tanto
del europeo como del nativo, generando una fusión que tiene pocos antecedentes.
Un
territorio rico como la mata atlántica, y el paso estratégico en lo militar
contra las pretensiones del imperio brasileño, completaban el triángulo del
suceso.
¿Por
qué los Jesuitas?
La creación del sistema de
las misiones debe ser estudiado en el contexto de la
política colonial desarrollada por las potencias europeas para la recién descubierta América, que originalmente era habitada por incontables
pueblos originarios, en varios grados de civilización.
A pesar de algunos contactos
preliminares entre europeos e indígenas habían sido pacíficos, los
colonizadores comenzaron a emprender una conquista belicosa y sanguinaria,
sometiendo a los nativos a través de las armas superiores y técnicas militares
europeas, y despojándoles de cualquier tesoro que fuese encontrado.
En vista de las atrocidades
que iban siendo cometidas, “los reyes y
papas legislaron a favor de los indígenas, pero con poco efecto”, pues el
control sobre las provincias distantes era muy difícil, y los abusos
continuaron a lo largo de toda la historia de la conquista.
Junto a los primeros
colonizadores llegaron religiosos de varias órdenes misioneras,
principalmente franciscanos y dominicos. Su presencia se justificaba porque entre los
objetivos de la conquista americana estaba la cristianización de los pueblos dominados, pero muchos de esos
misioneros fueron complacientes con el uso de la violencia y se beneficiaron de
su explotación, llegando la corrupción a admitir a obispos esclavistas.
Poco después, preocupado con
los rumbos descontrolados que tomaba la conquista española, Carlos I de España, llamó a los jesuitas para que intervinieran en el
proceso, mientras que Juan III de Portugal daba las primeras órdenes para que la
evangelización de los indígenas de sus colonias fuese también entregada a
la Compañía de Jesús.
Esta en pocos años conquistó
gran prestigio por su dinamismo y por la sólida preparación teológica y
cultural de sus miembros, que ascendieron a posiciones de importancia en el
clero y en los consejos de reyes y príncipes.
Según la interpretación de
algunos autores, es como si los jesuitas hubiesen dicho:
“en Europa ya no tenemos nada más que hacer, esta
sociedad ya está corrompida por el lucro, la codicia, la crueldad. Busquemos un
lugar donde podemos hacer el ensayo de una civilización totalmente distinta, en
donde no exista el espíritu de lucro, donde la gente trabaje solidariamente,
donde nadie tenga dinero porque no lo necesita, donde se viva como hermanos”.
Desde cierto punto de vista se
puede decir que era un régimen económico socialista, en el sentido en que nadie
tenía nada propio salvo las cosas domésticas, y todas las necesidades eran
subvenidas por la comunidad.
La Orden se tornó la principal
fuerza de la Iglesia Católica en el proceso de la Contrarreforma, renovó la pedagogía en Europa, y de hecho,
representó la vanguardia religiosa en su tiempo, contando con privilegios
especiales y gran independencia dentro de la estructura jerárquica católica,
pero votando una obediencia total al papa.
Los jesuitas arribaron en Brasil en el 1549, al el Perú llegaron en 1567, en México en 1572 y a la Nueva Francia (en el actual EEUU de América), en 1611, pero el sistema misionero tardó varias décadas en estructurarse y
consolidarse.
De esa forma, las primeras
tentativas de evangelización fueron informales, “itinerantes”,
poco coherentes y sin resultados significativos, ya que encontraron numerosos obstáculos:
la ausencia de instituciones jurídicas y administrativas de apoyo eficaces; la
poca colaboración de otras Órdenes; las prácticas depredadoras de los
colonizadores; la objeción de los primeros allegados europeos que ya estaban
instalados.
Para estos los indígenas eran
tan despreciables como los negros y solo les parecían útiles como trabajadores
baratos.
La primera iniciativa de
fundación de poblados especiales para los indígenas cristianizados partió de
Don Juan III (rey de Portugal apodado “el piadoso), que ordenó que ellos
viviesen en grupos en las proximidades de las villas para que pudieran estar en
más íntimo contacto con los cristianos y pudiesen ser mejor adoctrinados.
La idea fue elogiada por Manuel
da Nóbrega (jefe de la primera misión jesuita en América), pues percibió la
ineficiencia de las misiones “itinerantes”, poco antes de que el padre
español José
de Acosta hiciera
la misma observación en el Perú.
Los ideales de
Acosta eran las mismas de Nóbrega y aparecieron como una alternativa viable
para la creación de una obra misionera basada en el respeto a los indígenas,
dándoles más independencia dentro de un Estado que se revelaba cruel e inmoral,
preservando las costumbres nativas que no se opusiesen directamente a la fe
cristiana y a la justicia, aunque no se abandonaba de todo la idea de la una
imposición doctrinal.
Nóbrega y Acosta
consideraban la cristianización de las etnias locales en un imperativo para su
propio bien (pro su salute), aunque no coincidieran con las formas de la
religión indígena. Ellos encontraron un camino para reformarla, y no suprimirla
de forma total, identificando puntos de semejanza con el catolicismo, como la
creencia en la vida después a muerte y en la existencia de un dios supremo.
Promovieron la erradicación
gradual de los símbolos religiosos y culturales nativos, acreditando que a
pesar de su idolatría los indígenas podrían conocer la "verdadera fe"
a través de la razón. Prueba de ello se encuentra en la arquitectura de las
Misiones donde comparten el mismo espacio deidades católicas con las nativas.
Entretanto, en
el Brasil comenzaron a aparecer divergencias sobre el modo de conducir el
trabajo misionero. Nóbrega comenzó a cambiar su discurso, apostando entonces
más en la sujeción pura y simple del indígena, y esa tendencia parece haberse
tornado de ahí en adelante en la más predominante, dando al “misionerismo”
portugués en general un carácter distinto del español, y relativamente menos
fructífero, ya que las misiones de toda la mitad norte del actual Brasil fueron
de las que trajeron más problemas para lograr estabilizarse, aun cuando fuesen
capaces de hacerlo.
Durante el período en
que Portugal y España estuvieron gobernados por un mismo rey (Felipe III de España), se publicó a partir de 1607 una serie de decretos que protegían las
misiones, dándoles total autonomía desde que hubiese allí un representante de
la Corona. Al mismo tiempo se prohibió el acceso de mestizos y negros, y se
dieron salvaguardas para los aborígenes de las misiones a fin de que no
pudiesen ser capturados por los encomenderos o cazadores de esclavos.
El resultado de esas nuevas
medidas fue que un gran número de indígenas buscó protección dentro de las reducciones,
en un período en que crecía aceleradamente la demanda por esclavos y los
ataques ilegales a los poblados también se multiplicaban.
Se calcula que solamente en 1630 habían sido muertos o aprisionados
cerca de 30.000 nativos en la región de Paraguay.
Las misiones
contaron con el impulso dado por el Gobernador Hernandarias (Hernando Arias de
Saavedra), conocido protector de los pueblos nativos.
Los ideales de Acosta fueron llevadas
adelante en la América española por Antonio Ruiz de Montoya, que trabajó entre los guaraníes del Paraná-Paraguay y, escribió el libro Conquista espiritual (1639), donde propuso la fundación de poblados indígenas
distanciados de las zonas de colonización, dando directrices para la
organización de la vida sociocultural y para una evangelización más profunda,
haciendo hincapié en el hecho de que los indios eran, por fuerza de la
Conquista, legítimos súbditos del rey español y merecedores así de respeto y de
una protección oficial más efectiva.
En la misma obra relató los
progresos positivos de los que fue testigo, aplicando sus ideales entre los
indígenas y la rica y armoniosa sociedad que conseguiría establecer en las
reducciones que fundara.
En tanto, en el Brasil, el
padre Antonio
Vieira se esforzaba por liberar
a los indígenas de la esclavitud y exigía, con éxito, del nuevo rey portugués (Don Juan IV), la regularización del estatus jurídico y la
autonomía administrativa de los asentamientos establecidos por los jesuitas,
haciendo al monarca ver que los intereses de la Orden no eran contrarios a los
de la Corona, al contrario, les eran de auxilio.
Aunque los jesuitas trabajaron
para minimizar su dependencia del Estado y el contacto con los otros
colonizadores, ya que su proyecto era más ambicioso y de más largo plazo, fue
algo que no pudo llevarse a cabo completamente.
Tampoco se opusieron a la
colonización europea de América, pues era algo evidentemente irreversible,
además, ellos mismos fueron uno de sus agentes más importantes.
Además de esto, para los
jesuitas una evangelización centrada en núcleos urbanos nuevos se revelaba
inmediatamente ventajosa, tanto por la mayor facilidad de administrar el
poblado desde el inicio de acuerdo con sus ideales, creando un modelo económico
autosustentable que facilitase la obra catequética, así como el hecho de que se mantenían más
apartados del contacto con los otros colonizadores.
Los jesuitas fueron continuadores del exitoso sistema de planificación demográfico que
el virrey del Perú Francisco Álvarez de Toledo había ideado
para las reducciones de indios. Así se creó la “República de
indios” donde las misiones alcanzaron un alto grado de desarrollo.
Elección del
territorio
Todas ellas se ubicaban en la jurisdicción llamada Provincia Jesuítica de Paraguaria.
Esta era una de las provincias de
la Compañía de Jesús en Sudamérica antes de su expulsión del
territorio del Imperio español, y estaba situada en Virreinato del Perú, teniendo la sede del padre “provincial” en la ciudad
de Córdoba.
Las misiones jesuíticas se ubicaron (no por azar, sino por un
profundo estudio previo), entre las etnias guaraníes
del Alto Paraná y Paraguay, los tapes de Brasil, y los guaycurúes
de la zona chaqueña y sus pueblos afines.
Estos territorios pertenecían al imperio español en la Gobernación del Río de la Plata y del
Paraguay (y sus gobernaciones sucesorias a partir de su
división en 1617),
todas dependientes del inmenso Virreinato del Perú y fundadas con el fin
de “evangelizar a
los indios”.
Eclesiásticamente formaban parte de los obispados católicos
de Buenos Aires y de Asunción e
integraban la Provincia Jesuítica del Paraguay.
La primera misión jesuítica guaraní se fundó en 1609, bajo el nombre de San Ignacio Guazú y la última en 1706 Santísima Trinidad del Paraná,
ambas en el actual territorio de Paraguay.
El territorio de la actual provincia de Misiones fue el que mayor
concentración de reducciones tuvo ya que los jesuitas fundaron las 12 misiones
en el área donde se produce el mayor acercamiento entre los ríos Paraná y
Uruguay.
También erigieron los miembros de la Compañía de Jesús siete pueblos que
se ubicaron al Este del Río Uruguay y
que se conocieron con el nombre de Misiones Orientales, en un área que actualmente
abarca el centro y el oeste del estado de Río Grande del Sur, en Brasil.
Nº
|
Nombre
|
Lugar actual
|
Estado actual
|
Año
|
1
|
Yapeyú
|
Provincia de Corrientes
|
Argentina
|
1627
|
2
|
Nuestra
Señora de la Asunción de Acaraguá y Mbororé (La Cruz)
|
Provincia de Corrientes
|
Argentina
|
1630
|
3
|
Santo Tomé
|
Provincia de Corrientes
|
Argentina
|
1632
|
4
|
San
Francisco de Borja
|
Estado de Río Grande del Sur
|
Brasil
|
|
5
|
San Nicolás
|
Estado de Río Grande del Sur
|
Brasil
|
|
6
|
San Luis Gonzaga
|
Estado de Río Grande del Sur
|
Brasil
|
1687
|
7
|
San Lorenzo Mártir
|
Estado de Río Grande del Sur
|
Brasil
|
1690
|
8
|
San Miguel de las Misiones
|
Estado de Río Grande del Sur
|
Brasil
|
1632
|
9
|
San Juan Bautista
|
Estado de Río Grande del Sur
|
Brasil
|
|
10
|
Santo Ángel
Guardián de las Misiones
|
Estado de Río Grande del Sur
|
Brasil
|
|
11
|
Santos
Apóstoles San Pedro y San Pablo
|
Provincia de Misiones
|
Argentina
|
|
12
|
Nuestra
Señora de la Inmaculada Concepción del Ibitiracuá
|
Provincia de Misiones
|
Argentina
|
|
13
|
Santa María la Mayor
|
Provincia de Misiones
|
Argentina
|
1626
|
14
|
San Francisco Javier
|
Provincia de Misiones
|
Argentina
|
1629
|
15
|
Santos
Mártires del Japón
|
Provincia de Misiones
|
Argentina
|
1639
|
16
|
San José de Itacuá
|
Provincia de Misiones
|
Argentina
|
1633
|
17
|
San Carlos Borromeo
|
Provincia de Corrientes
|
Argentina
|
1631
|
18
|
Nuestra
Señora de la Candelaria
|
Provincia de Misiones
|
Argentina
|
|
19
|
Nuestra Señora de Santa Ana
|
Provincia de Misiones
|
Argentina
|
1633
|
20
|
Nuestra Señora de Loreto
|
Provincia de Misiones
|
Argentina
|
1610
|
21
|
San Ignacio Miní
|
Provincia de Misiones
|
Argentina
|
1611
|
22
|
Corpus Christi
|
Provincia de Misiones
|
Argentina
|
|
23
|
Jesús de Tavarangué
|
Departamento de Itapúa
|
Paraguay
|
1685
|
24
|
Santísima Trinidad del Paraná
|
Departamento de Itapúa
|
Paraguay
|
1706
|
25
|
Nuestra Señora de la Encarnación de Itapúa
|
Departamento de Itapúa
|
Paraguay
|
1615
|
26
|
San Cosme y Damián
|
Departamento de Itapúa
|
Paraguay
|
1632
|
27
|
Santiago Apóstol
|
Departamento de Misiones
|
Paraguay
|
1669
|
28
|
Santa Rosa de Lima
|
Departamento de Misiones
|
Paraguay
|
1698
|
29
|
Santa María de Fe
|
Departamento de Misiones
|
Paraguay
|
1647
|
30
|
San Ignacio Guazú
|
Departamento de Misiones
|
Paraguay
|
1609
|
Localización de las misiones jesuíticas guaraníes en
los actuales territorios de Argentina, Paraguay y Brasil.
Una fusión
conveniente
Ni la elección del territorio fue casual, ni lo fue tampoco la selección
de la sociedad tribal con la que trabajaron. El ambiente debía ser “puro y
rico”, alejado de la contaminación de la conquista tradicional, y es por eso
que las misiones se conformaron lejos de los ambientes urbanos.
La elección de los guaraníes como objeto de la evangelización tampoco
estuvo guiada por la casualidad. Los Jesuitas habían estudiado bien a las
etnias locales, y las eligieron con la certeza que podrían transformar esa sociedad
debido a cosas en común, sin embargo algunos también fueron víctimas mortales
de alguna parcialidad de dichas tribus.
La política del pueblo guaraní fomentaba la unificación de las tekuas o
aldeas en volátiles alianzas que perseguían como fin último no sólo el control
de los recursos naturales provenientes del ecosistema de
la selva tropical, base de sustentación de toda su economía, sino también la
búsqueda de la Tierra Sin Mal, creencia en la que se basaba su religión.
Tanto la figura de los karaís o profetas pan-guaraníes (no adscritos a una tekua en
particular sino a la "nación" en general), como la búsqueda de la
tierra sin mal, fueron dos rasgos de la cultura guaraní que los jesuitas
supieron aprovechar.
Ellos también eran como los karaí (con los que
compitieron durante los primeros años) portadores de una nueva estrategia: el
"camino al paraíso" era compatible con el aguyé o
camino de la perfección guaraní con destino a la Tierra Sin Mal.
Los padres misioneros aunaron los sistemas de valores y creencias de la
cultura guaraní de la época prehispánica con
la cosmovisión del catolicismo logrando
la unificación de los guaraníes bajo la protección de las leyes de la corona de España de las que los jesuitas
eran garantes.
Los guaraníes también supieron aprovechar este hecho frente a la
creciente expansión del frente colonial hispano-portugués,
en especial a partir de 1640, cuando el reino de
Portugal se independizó de los reyes de España.
La mayoría de los líderes políticos guaraníes de muchas tekuas aceptaron
levantar iglesias, que eran símbolos de la protección
divina y jurídica, aliándose en definitiva con lo que la Compañía de Jesús
representaba.
Otros líderes, por el contrario, se mantuvieron en guerra y continuaron
el ciclo de enfrentamientos con sus propios connacionales.
Todas las misiones jesuitas fueron fundadas siguiendo el mismo modelo:
la iglesia, la residencia de los padres y las casas regulares de los indios que
se ubicaban a alrededor de una gran plaza.
El gobierno de cada misión tuvo muchas similitudes con las instituciones
que los castellanos trasplantaron
al Nuevo Mundo desde
la península ibérica, aunque le sumaron
características particulares atendiendo a la idiosincrasia de los naturales de
la región.
El sistema político imperante mantenía a las reducciones estrictamente
subordinadas al monarca español, quien ejercía su autoridad en América por
medio de las Reales Audiencias de Lima y Buenos Aires,
por ello los jesuitas recurrían permanentemente al rey, solicitando
autorizaciones o pedidos varios, favores y hasta privilegios. En algunos casos
las solicitudes se dirigían a las audiencias y a los gobernadores.
La organización
misionera
·
Política
Como gobierno local, en cada reducción funcionaba un cabildo precedido
por el corregidor,
que era además la autoridad principal del pueblo, conocido entre los guaraníes
como parokaitara (el que dispone lo que se debe hacer), es decir el
que distribuía justicia, penaba las faltas de convivencia y disponía de la
administración.
Su elección era confirmada por el gobernador (o padre rector), y
generalmente el elegido era uno de los caciques del
pueblo, que generalmente ocupaba el cargo a perpetuidad. De esta forma los
jesuitas fueron continuadores de las instituciones indígenas ya que el jefe de
la tribu era la máxima autoridad comunal.
Otras autoridades eran los alcaldes de
primer voto y segundo voto, también llamados ivírayucu (el primero
entre los que llevan vara). Ellos velaban por las buenas costumbres, castigaban
a los holgazanes y vagabundos y vigilaban a los que no cumplían sus deberes.
Esta autoridad se ejercía dentro del pueblo, junto con cuatro alcaldes
de barrio, fuera de él había entre seis y ocho comisarios para
los cuarteles. Una veedora vigilaba a las mujeres, cuatro celadores a los niños
y cuatro inspectoras a las niñas.
Además del corregidor y los alcaldes, el cabildo estaba integrado por un
teniente de corregidor, un alguacil, cuatro regidores,
un alguacil mayor, un alférez real, un escribano
y un mayordomo,
del cual dependían los contadores, los fiscales y los almaceneros.
Los integrantes del cabildo eran electos cada 1 de enero por los que
dejaban el cargo en una asamblea general y puestos a consideración de los
sacerdotes y luego a confirmación del gobernador. Los regidores se encargaban
de inspeccionar el aseo y la limpieza en los lugares públicos y privados,
controlando también la concurrencia de los niños a la escuela y el catecismo.
El alguacil era quien se debía encargar de ejecutar las órdenes del
cabildo y de la justicia. La legislación misionera excluyó la pena de
muerte, otro de los grandes avances que la organización jesuita
incorporó en sus comunidades.
·
Eclesiástica
La institución del "patronazgo real" fue el régimen
vigente que ejercieron los virreyes y los gobernadores en nombre de su majestad católica, el rey de España,
para quien uno de los fines de la conquista de América fue la
evangelización de los indios.
Estos funcionarios tenían facultades para conferir beneficios
eclesiásticos y designar sacerdotes. El mecanismo utilizado para la designación
establecía que el obispo debía presentar una terna de nombres entre los
cuales el gobernador elegía.
Los curas tenían a su cargo el gobierno de las reducciones
siendo los verdaderos administradores de los bienes de los pobladores y
contando con facultades de intervención directa no sólo en la actividad
espiritual sino también temporal, económica, cultural, social y hasta militar.
En el orden estrictamente espiritual, los misioneros se preocuparon especialmente
de la difusión de la fe católica y de la enseñanza del catecismo. Los jóvenes
que habían superado la edad escolar y se encontraban trabajando en cualquier
actividad, por las tardes, al escuchar el sonido de la campana, debían
dirigirse a la iglesia.
El acto religioso más importante era la misa, al que los fieles
concurrían acompañados de toda la familia, particularmente los días
preceptuados.
Las iglesias fueron el corazón de los pueblos. Eran construcciones
imponentes frente a la plaza que poseían un alto campanario con
el que se llamaba a la misa y excepcionalmente a reunión general. Todas las
calles del trazado urbano terminaban en ella.
La Provincia Jesuítica del Paraguay tenía
un padre provincial residente en la ciudad de Córdoba llamado “el provincial”, designado por
el general de la Compañía de Jesús,
con sede en Roma.
Al general o prepósito de la orden, los sacerdotes jesuitas le debían total
obediencia, después del papa.
El “provincial” redactaba anualmente las "Cartas Anuas de la
Provincia" que remitía a Roma con los principales sucesos ocurridos ese
año. El “provincial” tenía bajo su dependencia directa a los procuradores de
Buenos Aires, Santa Fe y Asunción,
además de un secretario y de los consultores.
Cada grupo de misiones tenía un padre superior subordinado al “provincial”,
las misiones del Paraná y del Uruguay tuvieron cada una un superior hasta
principios del siglo XVIII.
Desde entonces las 30 reducciones quedaron bajo un sólo superior
residente en Nuestra Señora de la Candelaria, estableciéndose un padre
vice-superior para las reducciones del Paraná y otro para las del Uruguay, que
además regían su propia reducción, contando cada uno con un consultor ordinario
y otro extraordinario además de un admonitor.
En cada reducción había dos sacerdotes (en las más pobladas había tres),
uno a cargo de lo espiritual y religioso (el cura del pueblo) y otro (el
compañero) que estaba a cargo de las cosas temporales como el trabajo y la
instrucción.
·
Arquitectónica
En una reducción, los edificios principales, como la iglesia, el cementerio comunal
y la escuela,
que servía al mismo tiempo para albergar a los jesuitas, conformaban una unidad
a manera de monasterio.
Estas edificaciones construidas en piedra local y madera de lapacho,
quebracho
y urunday
se encontraban en un lado de una gran plaza cuadrada,
rodeada de casas por los otros tres lados. Junto a la iglesia también edificios
administrativos y talleres. En el centro de la misma, una gran cruz y una estatua
del santo patrono de
la misión.
Las calles y casas estaban ordenadas según precisas líneas geométricas,
de acuerdo a las recomendaciones españolas relativas a la construcción de
nuevos asentamientos. La posición central de su lugar de residencia permitía a
los padres tener una vigilancia constante sobre la vida de la reducción.
También disponían una casa comunal con agua
corriente y servicios sanitarios, denominada coty guazú para
alojar a las viudas, huérfanos y mujeres solteras.
Hasta finales del siglo XVII, esta organización también permitió
mantener las estructuras de parentesco de las tribus guaraníes, garantizando
así la cohesión y la supervivencia de la comunidad, debido a que la disposición
de las viviendas no inhibía los contactos entre los diferentes linajes y por
tanto, la sostenibilidad de la familia extensiva, forma original de la sociedad
guaraní.
Posteriormente, los jesuitas trataron de imponer la familia restringida.
En 1699,
una disposición tomada por el “provincial” prohibió los “actos inconvenientes que se producían en las viviendas por los indios
por vivir en grupos familiares bajo el mismo techo”. Cada familia debía
vivir separada.
·
Económica
Por costumbres ancestrales los guaraníes cultivaban diversos vegetales
como la mandioca (mandi'ó), mandioca dulce (poropí), la batata
(jetý), la calabaza (andaí), el zapallo (kurapepê), el maíz (avatí), el poroto
(kumandá), el maní (mandubí), y el algodón (mandiyú).
Sin embargo, los padres jesuitas implementaron un sistema
económico agrícola que fue rápidamente asimilado por
los aborígenes. Esta importante agricultura fue complementada con la ganadería que
suministró a los aborígenes carne, leche y cuero.
Se logró que cada reducción formara una unidad económica independiente.
Como no se tenía moneda de metal se funcionaba
sobre la base de una economía de trueque y
como tenían multitud de posesiones comunales, se favorecía un intenso
tráfico comercial entre
las reducciones promoviendo una integración económica, social y política con
sede central en Candelaria.
El régimen de propiedad era mixto, aceptando la propiedad individual
privada y la propiedad colectiva. La propiedad individual privada o avamba´e,
permitía que cada jefe de familia dispusiera de una chacra con la extensión
necesaria para sembrar en ella todo el cultivo indispensable para el sustento
anual familiar.
La propiedad colectiva o “tierra de Dios” (tupambaé, de tupa,
‘dios’, y mbae, ‘dueño’) se utilizaba para el cultivo extensivo de
algodón, trigo y legumbres.
Generalmente existían dos campos en los que se trabajaba comunitariamente.
Cada reducción se especializaba en unos oficios, trabajando el hierro y
la plata,
carpintería,
cocina-panadería, chapado en oro, vajillas, telas, elaboración de sombreros
o instrumentos musicales. Desde allí se
promoverían excelentes esculturas, pinturas y música barrocas guaraníes.
·
Laboral
Las misiones jesuíticas guaraníes aventajaron en casi trescientos años
al derecho del trabajo contemporáneo. Cada padre de familia, junto con esta,
debía trabajar en una chacra comunitaria.
Fijaron la jornada laboral en seis horas diarias lo
que permitía que los indios contaran con tiempo suficiente como para su
realización de otras actividades (platería, carpintería, escultura, relojería,
imprenta, metalurgia y alfarería), entre las que se destacaron las tallas de
las obras religiosas.
Los pueblos de las misiones se autoabastecían y complementaban,
exportando los excedentes incluso hasta Potosí, y cuyos beneficios la Orden
destinaba a inversiones en otras misiones o en educación.
·
Educativa
Los reyes de España, como parte del proceso de evangelización, ordenaron
que "hubiese escuelas de doctrina y
de leer y escribir en todos los lugares de indios". Este decreto real,
al que se le prestó por lo general en América un acatamiento sólo nominal, fue
cumplido con rigor por los misioneros jesuitas, dedicándole la atención
necesaria que permitió fundaciones de escuelas y centros de formación de
distintos niveles que fueron verdaderos centros de educación y de transmisión
de los valores del catolicismo.
En todas las reducciones funcionaron escuelas de primera enseñanza,
donde los varones de 6 a 12 años aprendían a leer, escribir y hacer operaciones
matemáticas elementales.
Las niñas de la misma edad tenían escuelas separadas donde aprendían a
leer, escribir, hilar y cocinar por lo que la formación de las mujeres menores
fue un punto importante en la organización educativa de estos pueblos
guaraníes.
El castellano se enseñaba para lograr la
unidad lingüística en todas las posiciones españolas. Los jesuitas hablaban
correctamente el guaraní,
utilizando la lengua como el mejor medio para llegar a los naturales. Los hijos
de los caciques incluso llegaron a aprender algo de latín.
El primer libro publicado fue el Martirologio Romano en
el año 1700.
Más adelante el Flos Sactorum del padre Pedro de Ribadeneyra en edición guaraní,
y De la diferencia entre lo temporal y lo eterno del
padre Juan Eusebio Nieremberg. Fue muy rica y
variada la producción bibliográfica, conservándose todavía la mayoría.
·
Militar
Después de la destructora invasión de los bandeirantes en 1630, Felipe III autorizó la organización militar y
el uso de armas de fuego, y de esa manera las misiones guaraníes constituyeron
un importante freno a las aspiraciones expansionistas de los portugueses.
Desde los primeros tiempos de la conquista de América, la corona
española otorgó a los indios o naturales americanos, el mismo estatus jurídico
de hombres libres, equiparándolos a los vasallos peninsulares. Esta era la
condición que tenían los guaraníes en el Virreinato del Perú.
Tras varias incursiones bastante exitosas en 1641 una gran tropa
de bandeirantes
paulistas
fue vencida en la batalla de Mbororé. Estos volvieron a intentar
atacar en 1652
y 1676
pero en ambas ocasiones el gobernador de Paraguay consiguió
detenerlos gracias a la participación de las milicias jesuitas.
Los permanentes ataques de los bandeirantes
forzaron a una mayor militarización de las misiones.
Las reducciones empezaron a fortificarse y a formar milicias armadas con
armas de fuego y entrenadas en tácticas de guerra modernas combinadas a sus
tácticas selváticas clásicas gracias al entrenamiento con veteranos de las
guerras europeas.
De esta manera se constituyeron milicias permanentes a las que, a cambio
de participar en campañas convocadas por los gobernadores de Asunción y Buenos Aires, se liberaba
de la mita
(sistema de reciprocidad entre el
Estado y la fuerza de trabajo para la construcción de obras públicas).
Aparte de esto, los guaraníes cooperaron frecuentemente en los asedios a la Colonia del Sacramento.
Los milicianos guaraníes participaron también de las numerosas campañas
de castigo contra otros indios como los guaycurúes,
payaguás y mbyás, feroces tribus del Gran Chaco
que lanzaban frecuentemente ataques contra las haciendas y
pueblos del Paraguay.
La demostración del poder militar de las misiones impresionó e intimidó
a los vecinos de Asunción y Corrientes, que desde entonces desconfiaron de los misioneros sobremanera. Pocas décadas después se produjo la guerra guaranítica que terminó siendo
usada como el principal argumento para expulsar a los jesuitas, a los que no se
consideraba leales al rey.
Música, danza y salud
La música y el canto ocuparon un
lugar destacado en el proceso de aprendizaje utilizado por los jesuitas. Cada
pueblo contaba con un coro y orquesta.
Desde la misma escuela se promovió la participación de los niños y los jóvenes,
mientras que los adultos se organizaron, en la mayoría de los casos, desde la
iglesia.
En los mismos escritos de los sacerdotes participantes de las misiones,
que datan desde los primeros contactos evangelizadores, dieron cuenta de una “inclinación natural por los sonidos europeos”
por parte de los nativos.
A razón de esto es que la música fue concebida como una “potente arma de conversión, capaz de
seducir las almas salvajes” para que adoptasen el modo de vida cristiano,
transformando aquellos “feroces leones”
en “mansos corderos”.
Es así que los aborígenes de las misiones fueron eximios cantantes y
destacados músicos que reprodujeron textos musicales tanto de contenido
religioso como profano. Las interpretaciones que los guaraníes alcanzaron con
instrumentos como el arpa y el violín constituyen
clásicos de la música rioplatense.
Los guaraníes, además, le dedicaron tiempo y esfuerzo a la danza. Los bailarines ensayaban
desde los seis años, incorporando incluso melodramas los días domingos y
feriados. En las festividades las principales diversiones justamente consistían
en representaciones, música, canto y baile.
A pesar de las particularidades propias de su espacio y su tiempo las
misiones generaron nuevos modos de expresión cultural guaraní tanto en la
música vocal como instrumental y en el baile que son apreciados hasta el
presente.
En lo
que a medicina se refiere, los jesuitas ejercieron funciones
médico-asistenciales con una clara vocación por el estudio de la medicina y
farmacología indígenas.
Entre
1685 y 1688 llegaron a Buenos Aires un
numeroso grupo de sacerdotes jesuitas, médicos y enfermeros, que actuaron en el
siglo XVIII en esta parte de América.
En esta
época actuó el hermano Pedro de Montenegro que vivió mucho tiempo entre los
guaraníes, y realizó un importante estudio acerca de las plantas con presunta
acción terapéutica. Montenegro había nacido en 1663 en Galicia. Vino a América
a fines del siglo XVII.
Su obra
principal fue publicada en Buenos Aires en
1945 por la Biblioteca Nacional. Y contiene: la forma detallada de recoger las
plantas por parte de los indígenas; las descripciones sobre la utilización de
las mismas por parte de los guaraníes con fines terapéuticos; la lista de
nombres de hierbas y árboles usados, así como las enfermedades susceptibles de
ser curadas por las plantas.
La guerra Guaranítica
Esta fue el
conflicto armado que enfrentó, entre 1754 y 1756, a los indígenas guaraníes de las misiones jesuíticas y las fuerzas españolas y portuguesas, como consecuencia del Tratado de Madrid (o Tratado de Permuta), firmado en 1750.
Cerca de 500.000
kilómetros cuadrados de territorios, dentro del cual estaban los siete
prósperos pueblos (San Luis Gonzaga, San Nicolás, San Francisco de Borja, San Miguel, San Lorenzo, San Juan Bautista y Santo
Ángel), además de estancias pertenecientes a las reducciones (Concepción, Apóstoles, Santo Tomé, Yapeyú y La Cruz), que se hallaban al occidente del río Uruguay,
debían ser entregados a Portugal.
En el término de
un año, 29.191 guaraníes debían salir de la región con todos sus bienes y
trasladarse al occidente del río Uruguay o quedarse y aceptar la soberanía
portuguesa.
Por el Tratado de
Madrid, las misiones jesuíticas de la cuenca del alto Uruguay eran permutadas por la posesión de la Colonia del Sacramento, plaza portuguesa en la orilla izquierda del Río de la Plata, que desde su fundación en 1680 había pasado repetidamente de manos españolas a portuguesas.
El fundamento de
este canje para la corona española significaba asegurarse el dominio de la
entrada de la cuenca del Río de la Plata, puesto en entredicho por la existencia de Colonia, la cual,
si bien los españoles habían podido tomar militarmente durante los diversos
conflictos en que se vieron enfrentados a los lusitanos en la primera mitad
del siglo
XVIII, sistemáticamente volvían a entregarla a Lisboa en las mesas de negociación que ponían fin a las guerras.
Sin embargo, la
cesión de las misiones jesuíticas a los portugueses era un precio oneroso para
los obsesionados dirigentes políticos españoles. Desde su establecimiento,
en 1609, los jesuitas habían podido crear una barrera real a la penetración portuguesa
en el Río de la Plata y el Paraguay, conformando, de hecho, las únicas poblaciones permanentes en una
frontera irresoluta y tradicionalmente despoblada, hecho que había facilitado
el avance lusitano sobre ella.
Por otra parte,
los jesuitas habían conseguido con la persuasión lo que los conquistadores rara
vez pudieron con la espada: la pacificación del indio en aquella zona de América, y su conversión en trabajador disciplinado y convertido al
cristianismo.
Este valor
agregado que los indígenas misioneros tenían (su integración social y
la productividad de que eran capaces), los convirtió en objeto de la codicia de
los bandeirantes, expediciones de cacería de indios que partiendo de
ciudades como San Pablo, en Brasil, buscaban de proveer de esclavos más baratos que los negros africanos a
los hacendados portugueses para sus explotaciones agrícolas.
Durante todo el
transcurso del siglo XVII y la primera mitad del siglo siguiente, las bandeiras y los indígenas misioneros, dirigidos por los jesuitas, se enfrentaron en sangrientos choques, generalmente favorables a estos
últimos, como por ejemplo la batalla de Mbororé (sobre un afluente del curso superior del río Uruguay), en 1641.
De cualquier manera,
la corona española prefirió entregar estos dominios a cambio de Colonia, y
el Tratado de Madrid así lo sancionó. Para las comunidades indígenas, dirigidas por los
religiosos, las perspectivas aparecían como funestas, lo que desencadenó la
resistencia a la entrega del territorio.
La guerra
guaranítica significó el fin de la resistencia que ofrecieron los pueblos de
las misiones del alto río
Uruguay a la penetración portuguesa.
A pesar de la
campaña victoriosa que entre 1762 y 1763 dirigiera en el Río de la Plata contra los portugueses y británicos el comandante español Pedro de Ceballos, la diplomacia volvió a dar Colonia del Sacramento a los portugueses y las misiones (arruinadas y vacías), a España (Tratado de París, 1763).
A pesar de que en
una posterior campaña Ceballos destruiría Colonia (1777),
y volvería a hacer retroceder a los portugueses en el actual territorio
de Río Grande do Sul, las misiones al este del río Uruguay jamás se recuperaron del desastre
aunque fueron reconstruidas.
En cuanto a los
jesuitas, acusados de ser los instigadores de la resistencia, pero sobre todo,
vistos con malos ojos por los círculos de poder de Lisboa y Madrid, influidos por el despotismo ilustrado, y que los caracterizaron como un estado dentro del estado,
incompatible con el absolutismo, poco tiempo les quedaba para maniobrar.
Las críticas
contra las misiones jesuíticas en aquella ápoca fueron despiadadas por lo que
ellas representaban: “un imperio dentro
de otro imperio”.
La persecución de
los jesuitas se explicaba por el inmenso poder internacional alcanzado, que
prevalecía sobre el principio nacional.
Fueron sus
enemigos: los monarquistas absolutistas; los ingleses que pretendían la
hegemonía comercial; los alumbrados
que anteponían la ciencia a todo lo religioso; el clero mendicante franciscano,
dominico y mercedario; los jansenistas
que sostenían la supremacía de la gracia divina sobre las obras humanas; los
antiguos pobladores europeos que veían frustrados sus negocios, y la masonería.
El comienzo del fin
A partir de inicios del siglo XVIII, las reformas borbónicas puestas en marcha por
esta nueva dinastía (a fin de evitar el lento proceso de decadencia
en que se encaminó la monarquía hispánica), alcanzaron también al
aspecto religioso en donde la corona aplicó el regalismo
(influencia y poder
civil sobre ciertos asuntos de la Iglesia).
El rey español Carlos III, imitando las políticas
seguidas en el Reino de Portugal (1759) y en el Reino de Francia (1762), a través de
la Pragmática Sanción de 1767, ordenó la
expulsión de los jesuitas de todos los dominios de la corona de España,
incluyendo los de América y los demás ultramarinos,
cifra que alcanzó a más de 6.000 religiosos.
El ataque de la monarquía a esta orden religiosa también alcanzó sus
bienes temporales (que eran abundantes debido a la capacidad de producción y a
su organización), alcanzando también la incautación del patrimonio de la
Compañía de Jesús.
Gobernaba Buenos Aires Francisco de Paula Bucarelli cuando llegó la
orden de expulsión, y este obró con sigilo para evitar que los jesuitas
ocultaran sus bienes, temiendo que se repitiera otra guerra guaranítica.
Las monarquías borbónicas
hicieron todos los “esfuerzos y generaron todas las presiones”, para hacer
desaparecer del mapa a los Jesuitas, (abiertos opositores a su absolutismo
fundamentado en las doctrinas regalistas), en oposición a las doctrinas
populistas del padre Suárez predicadas por éstos.
Carlos III
presionó al Papa Clemente XIII para suprimir para siempre la Compañía de Jesús
mediante su disolución, a lo que el Papa se resistió hasta su fallecimiento,
acaecido en 1769. Ante esta situación y con el ánimo de influir en la elección
de un nuevo Papa en el correspondiente cónclave, Carlos III envió como
embajador a Roma a su ministro Moñino con la misión de manipular a los
cardenales para que optasen por un candidato que colaborase con su causa.
El nuevo Papa, Clemente XIV, acosado tanto en su persona como en su
entorno por los intereses del monarca, cedió a éstos firmando el 21 de julio de
1773 el breve "Dominus ac
Redemptor" por el que se suprimía la Compañía de Jesús.
Sin embargo, esta
supresión no llegó a ser universal porque tanto la ortodoxa emperatriz Catalina
II de Rusia como el protestante rey Federico II de Prusia, que no reconocían a
la autoridad papal, pero que sí tenían en gran estima la labor educativa que
los Jesuitas desarrollaban en sus territorios, impidieron que los obispos
católicos de sus territorios publicasen el documento supresor. Sin su
promulgación la disposición no tenía efectos, ya que para que así fuese hubiera
debido ser notificada a los interesados.
En 1776 Federico
II de Prusia cedió a las presiones borbónicas, mientras que Catalina II hizo
caso omiso a las reclamaciones de Carlos III, por lo que los Jesuitas
subsistieron en la Rusia Blanca, región de población católica del Imperio ruso,
logrando así que la Compañía de Jesús no se extinguiese en su totalidad.
A consecuencia de
la firme decisión de la emperatriz rusa de no ejecutar el breve papal de
supresión, los Jesuitas continuaron su misión enseñando y trabajando
pastoralmente entre la población local.
El Papa Pío VII,
que sucedió a Pío VI en 1799, reconoció oficialmente a los Jesuitas que
sobrevivían en el Imperio ruso mediante el breve "Catholicae fidei" del 7 de marzo de 1801 y,
posteriormente, estableció el mismo reconocimiento al Reino de las Dos Sicilias
con el breve "Per alias"
del 30 de julio de 1804.
A partir de 1800,
secretamente y con autorización del Papa, algunos ex jesuitas agregados a los
de Rusia se fueron extendiendo en comunidades por Italia, Francia, Suiza,
Bélgica y Holanda, así como por otros países donde tampoco se había publicado
el breve de extinción, como Inglaterra y Estados Unidos.
Pero aún hubo que
esperar más de 40 años (hasta agosto de 1814), para que Pío VII promulgase la
bula "Sollicitudo omnium ecclesiarum",
que derogaba lo decidido por Clemente XIV al suprimir la Compañía, que nunca se
extinguió en su totalidad.
Las reducciones guaraníes no se disolvieron de inmediato, sino que se
reemplazaron a los jesuitas con nuevos directores seculares que no tenían los
ideales de los primeros.
Tampoco fueron exitosos las direcciones de los franciscanos,
dominicos
y mercedarios
que tomaron a su cargo los pueblos misioneros, constituyéndose la Gobernación de las Misiones Guaraníes,
pero la situación empeoró hasta la desaparición de las misiones.
En los años inmediatamente posteriores a la expulsión la emigración de
indios se multiplicó.
Grupos de guaraníes ya habían empezado a buscar refugio en Corrientes,
Santa Fe, Entre Ríos, la Banda Oriental y Buenos Aires de los ataques de
españoles y criollos y las malocas de los paulistas.
La creación del virreinato del Río de la Plata en 1776 (que fue el último
creado por la corona española como una escisión del virreinato del Perú), en su
intento de reorganizar la administración de sus colonias en América, no logró
detener la decadencia de estos pueblos.
En 1801, cuando los lusitanos ocuparon definitivamente las Misiones
Orientales un importante contingente de sus habitantes se refugió en el actual
territorio uruguayo, especialmente su campiña. Otros volvieron a sus selvas mientras algunos se sirvieron del
entrenamiento como artesanos que habían aprendido en las reducciones para vivir en las ciudades. Hubo una rápida disminución de la población.
El regreso
Tras la expulsión que sufrieron en
1767 de los territorios de la corona española en América, su regreso a
Argentina se registra el 9 de agosto de 1836, 20 años después de la declaración
de la independencia del país.
“La vuelta de los jesuitas a la cuenca del Plata, luego de la expulsión de
1767, ha de ubicarse en el período histórico de la Restauración, que quedó
signado por extenuantes y a menudo inútiles polémicas”.
La orden se radicó en zonas de los
alrededores de Buenos Aires como San Isidro y San Fernando, y también por los
campos de Zárate, Luján, Areco y Baradero. En 1843 recibieron el decreto por el
cual se les ordenaba la secularización y como alternativa, la expulsión de
Buenos Aires, sin embargo continuaron trabajando en Córdoba hasta 1847, donde
quedó el noviciado de la Misión y para establecerse luego en La Rioja y en
Catamarca.
La persecución siguió y “la expulsión de los jesuitas se generalizó
en 1848, pero de todas maneras, algunos continuaron su misión en San Juan,
Mendoza y Salta (oeste y noroeste)”. Entre los méritos que se les atribuyen
figura “la preocupación por aprender y
valorar la lengua indígena y el esfuerzo por mejorar la vida de los nuevos
creyentes en las reducciones”.
La impronta educativa de los
jesuitas en Argentina los llevó a convertir las Estancias en centros de
formación y en la creación, en 1613, de la primera Universidad en la ciudad de
Córdoba.
Reconocimientos
Algunas de las misiones jesuíticas guaraníes han sido declaradas
lugar Patrimonio de la Humanidad por
la UNESCO.
Cada una de ellas se caracteriza por un plan específico y un diferente estado
de conservación.
La primera declaración data de 1983 y fue para las
ruinas de São Miguel das Missões, ubicadas en el sur
de Brasil. En 1984 fue extendida para incluir las misiones argentinas de San Ignacio Miní, Santa Ana, Santa María la Mayor y
Nuestra Señora de Loreto, convirtiéndose en un único sitio transfronterizo.
En 1993 el
número se amplió con la declaración que alcanza a dos misiones situadas en
Paraguay: la Misión jesuítica de Jesús de
Tavarangué y la Misión
jesuítica de Santísima Trinidad del Paraná. Hasta el año 2013 siete son los
impresionantes restos que el organismo cultural ha protegido.
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WIKIPEDIA. Misiones
jesuíticas guaraníes. Provincia
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