miércoles, 1 de agosto de 2018

Las misiones jesuíticas guaraníes. El mayor proyecto político del Siglo XVII en América del Sur



El nivel de desarrollo alcanzado particularmente por las misiones jesuíticas en lo que se denominaba la Provincia de Paraguarí (parte de las actuales Misiones, Corrientes, Brasil y Paraguay), no fue casual. Se trató de uno de los proyectos políticos más ambiciosos que en el Siglo XVII se llevara a cabo por estos pagos.

Ni los jesuitas fueron elegidos por azar, ni el territorio y los pueblos nativos fueron seleccionados por comodidad. Una maraña de intereses de la realeza de España y del Vaticano pugnaban por triunfar si acertaban en sus decisiones.

Jesuitas estudiosos, disciplinados, laboriosos y con un criterio de docencia pacífica contrastaba con los de otras Órdenes religiosas y sus representantes en América del Sur y que se amañaron con la codicia de los militares y empresarios que solo buscaban riqueza fácil a costa del sudor esclavo.

Guaraníes ordenados, prolijos, amantes y respetuosos de la naturaleza, creyentes de mucha fe de sus deidades, habilidosos y proactivos con el desarrollo de su gente, fueron elegidos para llevar a cabo un modelo de civilización diferente, tanto del europeo como del nativo, generando una fusión que tiene pocos antecedentes.

Un territorio rico como la mata atlántica, y el paso estratégico en lo militar contra las pretensiones del imperio brasileño, completaban el triángulo del suceso.

Agradecimiento: A Jorge Vega (“Chicato”), por haberme permitido entrar en un tema atrapante y por facilitarme muchas fotografías.


Las misiones jesuíticas guaraníes, llamadas también reducciones jesuíticas guaraníes, fueron un conjunto de 30 pueblos fundados a partir del siglo XVII por la orden religiosa católica de la Compañía de Jesús, creada en 1540 por San Ignacio de Loyola, junto a los aborígenes guaraníes y pueblos afines, que tenían como fin su evangelización, aunque su proyecto fuese mucho más ambicioso.
Llegaron a contar con más de 250.000 indígenas que formaban así verdaderos pueblos y contaban con una organización de avanzada, impropia de aquella situación.
El nivel de desarrollo alcanzado particularmente por las misiones jesuíticas en lo que se denominaba la Provincia de Paraguarí (parte de las actuales Misiones, Corrientes, Brasil y Paraguay), no fue casual. Se trató de uno de los proyectos políticos más ambiciosos que en el Siglo XVII se llevara a cabo por estos pagos.

Ni los jesuitas fueron elegidos por azar, ni el territorio y los pueblos nativos fueron seleccionados por comodidad. Una maraña de intereses de la realeza de España y del Vaticano pugnaban por triunfar si acertaban en sus decisiones.

Jesuitas estudiosos, disciplinados, laboriosos y con un criterio de docencia pacífica contrastaba con los de otras Órdenes religiosas y sus representantes en América del Sur que se amañaron con la codicia de los militares y empresarios que solo buscaban riqueza fácil a costa del sudor esclavo.

Guaraníes ordenados, prolijos, amantes y respetuosos de la naturaleza, creyentes de mucha fe de sus deidades, habilidosos y proactivos con el desarrollo de su gente, fueron elegidos para llevar a cabo un modelo de civilización diferente, tanto del europeo como del nativo, generando una fusión que tiene pocos antecedentes.

Un territorio rico como la mata atlántica, y el paso estratégico en lo militar contra las pretensiones del imperio brasileño, completaban el triángulo del suceso.
¿Por qué los Jesuitas?
La creación del sistema de las misiones debe ser estudiado en el contexto de la política colonial desarrollada por las potencias europeas para la recién descubierta América, que originalmente era habitada por incontables pueblos originarios, en varios grados de civilización.
A pesar de algunos contactos preliminares entre europeos e indígenas habían sido pacíficos, los colonizadores comenzaron a emprender una conquista belicosa y sanguinaria, sometiendo a los nativos a través de las armas superiores y técnicas militares europeas, y despojándoles de cualquier tesoro que fuese encontrado.
En vista de las atrocidades que iban siendo cometidas, “los reyes y papas legislaron a favor de los indígenas, pero con poco efecto”, pues el control sobre las provincias distantes era muy difícil, y los abusos continuaron a lo largo de toda la historia de la conquista.
Junto a los primeros colonizadores llegaron religiosos de varias órdenes misioneras, principalmente franciscanosdominicos. Su presencia se justificaba porque entre los objetivos de la conquista americana estaba la cristianización de los pueblos dominados, pero muchos de esos misioneros fueron complacientes con el uso de la violencia y se beneficiaron de su explotación, llegando la corrupción a admitir a obispos esclavistas.
Poco después, preocupado con los rumbos descontrolados que tomaba la conquista española, Carlos I de España, llamó a los jesuitas para que intervinieran en el proceso, mientras que Juan III de Portugal daba las primeras órdenes para que la evangelización de los indígenas de sus colonias fuese también entregada a la Compañía de Jesús.
Esta en pocos años conquistó gran prestigio por su dinamismo y por la sólida preparación teológica y cultural de sus miembros, que ascendieron a posiciones de importancia en el clero y en los consejos de reyes y príncipes.
Según la interpretación de algunos autores, es como si los jesuitas hubiesen dicho:
“en Europa ya no tenemos nada más que hacer, esta sociedad ya está corrompida por el lucro, la codicia, la crueldad. Busquemos un lugar donde podemos hacer el ensayo de una civilización totalmente distinta, en donde no exista el espíritu de lucro, donde la gente trabaje solidariamente, donde nadie tenga dinero porque no lo necesita, donde se viva como hermanos”.
Desde cierto punto de vista se puede decir que era un régimen económico socialista, en el sentido en que nadie tenía nada propio salvo las cosas domésticas, y todas las necesidades eran subvenidas por la comunidad.
La Orden se tornó la principal fuerza de la Iglesia Católica en el proceso de la Contrarreforma, renovó la pedagogía en Europa, y de hecho, representó la vanguardia religiosa en su tiempo, contando con privilegios especiales y gran independencia dentro de la estructura jerárquica católica, pero votando una obediencia total al papa.
Los jesuitas arribaron en Brasil en el 1549, al el Perú llegaron en 1567, en México en 1572 y a la Nueva Francia (en el actual EEUU de América), en 1611, pero el sistema misionero tardó varias décadas en estructurarse y consolidarse.
De esa forma, las primeras tentativas de evangelización fueron informales, “itinerantes”, poco coherentes y sin resultados significativos, ya que encontraron numerosos obstáculos: la ausencia de instituciones jurídicas y administrativas de apoyo eficaces; la poca colaboración de otras Órdenes; las prácticas depredadoras de los colonizadores; la objeción de los primeros allegados europeos que ya estaban instalados.
Para estos los indígenas eran tan despreciables como los negros y solo les parecían útiles como trabajadores baratos.
La primera iniciativa de fundación de poblados especiales para los indígenas cristianizados partió de Don Juan III (rey de Portugal apodado “el piadoso), que ordenó que ellos viviesen en grupos en las proximidades de las villas para que pudieran estar en más íntimo contacto con los cristianos y pudiesen ser mejor adoctrinados.
La idea fue elogiada por Manuel da Nóbrega (jefe de la primera misión jesuita en América), pues percibió la ineficiencia de las misiones “itinerantes”, poco antes de que el padre español José de Acosta hiciera la misma observación en el Perú.
Los ideales de Acosta eran las mismas de Nóbrega y aparecieron como una alternativa viable para la creación de una obra misionera basada en el respeto a los indígenas, dándoles más independencia dentro de un Estado que se revelaba cruel e inmoral, preservando las costumbres nativas que no se opusiesen directamente a la fe cristiana y a la justicia, aunque no se abandonaba de todo la idea de la una imposición doctrinal.
Nóbrega y Acosta consideraban la cristianización de las etnias locales en un imperativo para su propio bien (pro su salute), aunque no coincidieran con las formas de la religión indígena. Ellos encontraron un camino para reformarla, y no suprimirla de forma total, identificando puntos de semejanza con el catolicismo, como la creencia en la vida después a muerte y en la existencia de un dios supremo.
Promovieron la erradicación gradual de los símbolos religiosos y culturales nativos, acreditando que a pesar de su idolatría los indígenas podrían conocer la "verdadera fe" a través de la razón. Prueba de ello se encuentra en la arquitectura de las Misiones donde comparten el mismo espacio deidades católicas con las nativas.
Entretanto, en el Brasil comenzaron a aparecer divergencias sobre el modo de conducir el trabajo misionero. Nóbrega comenzó a cambiar su discurso, apostando entonces más en la sujeción pura y simple del indígena, y esa tendencia parece haberse tornado de ahí en adelante en la más predominante, dando al “misionerismo” portugués en general un carácter distinto del español, y relativamente menos fructífero, ya que las misiones de toda la mitad norte del actual Brasil fueron de las que trajeron más problemas para lograr estabilizarse, aun cuando fuesen capaces de hacerlo.
Durante el período en que Portugal y España estuvieron gobernados por un mismo rey (Felipe III de España), se publicó a partir de 1607 una serie de decretos que protegían las misiones, dándoles total autonomía desde que hubiese allí un representante de la Corona. Al mismo tiempo se prohibió el acceso de mestizos y negros, y se dieron salvaguardas para los aborígenes de las misiones a fin de que no pudiesen ser capturados por los encomenderos o cazadores de esclavos.
El resultado de esas nuevas medidas fue que un gran número de indígenas buscó protección dentro de las reducciones, en un período en que crecía aceleradamente la demanda por esclavos y los ataques ilegales a los poblados también se multiplicaban.
Se calcula que solamente en 1630 habían sido muertos o aprisionados cerca de 30.000 nativos en la región de Paraguay.
Las misiones contaron con el impulso dado por el Gobernador Hernandarias (Hernando Arias de Saavedra), conocido protector de los pueblos nativos.
Los ideales de Acosta fueron llevadas adelante en la América española por Antonio Ruiz de Montoya, que trabajó entre los guaraníes del Paraná-Paraguay y, escribió el libro Conquista espiritual (1639), donde propuso la fundación de poblados indígenas distanciados de las zonas de colonización, dando directrices para la organización de la vida sociocultural y para una evangelización más profunda, haciendo hincapié en el hecho de que los indios eran, por fuerza de la Conquista, legítimos súbditos del rey español y merecedores así de respeto y de una protección oficial más efectiva.
En la misma obra relató los progresos positivos de los que fue testigo, aplicando sus ideales entre los indígenas y la rica y armoniosa sociedad que conseguiría establecer en las reducciones que fundara.
En tanto, en el Brasil, el padre Antonio Vieira se esforzaba por liberar a los indígenas de la esclavitud y exigía, con éxito, del nuevo rey portugués (Don Juan IV), la regularización del estatus jurídico y la autonomía administrativa de los asentamientos establecidos por los jesuitas, haciendo al monarca ver que los intereses de la Orden no eran contrarios a los de la Corona, al contrario, les eran de auxilio.
Aunque los jesuitas trabajaron para minimizar su dependencia del Estado y el contacto con los otros colonizadores, ya que su proyecto era más ambicioso y de más largo plazo, fue algo que no pudo llevarse a cabo completamente.
Tampoco se opusieron a la colonización europea de América, pues era algo evidentemente irreversible, además, ellos mismos fueron uno de sus agentes más importantes.
Además de esto, para los jesuitas una evangelización centrada en núcleos urbanos nuevos se revelaba inmediatamente ventajosa, tanto por la mayor facilidad de administrar el poblado desde el inicio de acuerdo con sus ideales, creando un modelo económico autosustentable que facilitase la obra catequética, así como el hecho de que se mantenían más apartados del contacto con los otros colonizadores.
Los jesuitas fueron continuadores del exitoso sistema de planificación demográfico que el virrey del Perú Francisco Álvarez de Toledo había ideado para las reducciones de indios. Así se creó la “República de indios” donde las misiones alcanzaron un alto grado de desarrollo.
Elección del territorio
De ellas, 15 se ubicaron en las actuales provincias de Misiones y Corrientes, en Argentina, 8 en el Paraguay y las 7 restantes en las denominadas Misiones Orientales, situadas al suroeste del Brasil.
Todas ellas se ubicaban en la jurisdicción llamada Provincia Jesuítica de Paraguaria. Esta era una de las provincias de la Compañía de Jesús en Sudamérica antes de su expulsión del territorio del Imperio español, y estaba  situada en Virreinato del Perú, teniendo la sede del padre “provincial” en la ciudad de Córdoba.
Las misiones jesuíticas se ubicaron (no por azar, sino por un profundo estudio previo), entre las etnias guaraníes del Alto Paraná y Paraguay, los tapes de Brasil, y los guaycurúes de la zona chaqueña y sus pueblos afines.
Estos territorios pertenecían al imperio español en la Gobernación del Río de la Plata y del Paraguay (y sus gobernaciones sucesorias a partir de su división en 1617), todas dependientes del inmenso Virreinato del Perú y fundadas con el fin de “evangelizar a los indios”.
Eclesiásticamente formaban parte de los obispados católicos de Buenos Aires y de Asunción e integraban la Provincia Jesuítica del Paraguay.
La primera misión jesuítica guaraní se fundó en 1609, bajo el nombre de San Ignacio Guazú y la última en 1706 Santísima Trinidad del Paraná, ambas en el actual territorio de Paraguay.
El territorio de la actual provincia de Misiones fue el que mayor concentración de reducciones tuvo ya que los jesuitas fundaron las 12 misiones en el área donde se produce el mayor acercamiento entre los ríos Paraná y Uruguay.
También erigieron los miembros de la Compañía de Jesús siete pueblos que se ubicaron al Este del Río Uruguay y que se conocieron con el nombre de Misiones Orientales, en un área que actualmente abarca el centro y el oeste del estado de Río Grande del Sur, en Brasil.

Nombre
Lugar actual
Estado actual
Año
1
Yapeyú
Provincia de Corrientes
Argentina
1627
2
Nuestra Señora de la Asunción de Acaraguá y Mbororé (La Cruz)
Provincia de Corrientes
Argentina
1630
3
Santo Tomé
Provincia de Corrientes
Argentina
1632
4
San Francisco de Borja
Estado de Río Grande del Sur
Brasil
5
San Nicolás
Estado de Río Grande del Sur
Brasil
6
San Luis Gonzaga
Estado de Río Grande del Sur
Brasil
1687
7
San Lorenzo Mártir
Estado de Río Grande del Sur
Brasil
1690
8
San Miguel de las Misiones
Estado de Río Grande del Sur
Brasil
1632
9
San Juan Bautista
Estado de Río Grande del Sur
Brasil
10
Santo Ángel Guardián de las Misiones
Estado de Río Grande del Sur
Brasil
11
Santos Apóstoles San Pedro y San Pablo
Provincia de Misiones
Argentina
12
Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción del Ibitiracuá
Provincia de Misiones
Argentina
13
Santa María la Mayor
Provincia de Misiones
Argentina
1626
14
San Francisco Javier
Provincia de Misiones
Argentina
1629
15
Santos Mártires del Japón
Provincia de Misiones
Argentina
1639
16
San José de Itacuá
Provincia de Misiones
Argentina
1633
17
San Carlos Borromeo
Provincia de Corrientes
Argentina
1631
18
Nuestra Señora de la Candelaria
Provincia de Misiones
Argentina
19
Nuestra Señora de Santa Ana
Provincia de Misiones
Argentina
1633
20
Nuestra Señora de Loreto
Provincia de Misiones
Argentina
1610
21
San Ignacio Miní
Provincia de Misiones
Argentina
1611
22
Corpus Christi
Provincia de Misiones
Argentina
23
Jesús de Tavarangué
Departamento de Itapúa
Paraguay
1685
24
Santísima Trinidad del Paraná
Departamento de Itapúa
Paraguay
1706
25
Nuestra Señora de la Encarnación de Itapúa
Departamento de Itapúa
Paraguay
1615
26
San Cosme y Damián
Departamento de Itapúa
Paraguay
1632
27
Santiago Apóstol
Departamento de Misiones
Paraguay
1669
28
Santa Rosa de Lima
Departamento de Misiones
Paraguay
1698
29
Santa María de Fe
Departamento de Misiones
Paraguay
1647
30
San Ignacio Guazú
Departamento de Misiones
Paraguay
1609

Localización de las misiones jesuíticas guaraníes en los actuales territorios de ArgentinaParaguay y Brasil.

Una fusión conveniente
Ni la elección del territorio fue casual, ni lo fue tampoco la selección de la sociedad tribal con la que trabajaron. El ambiente debía ser “puro y rico”, alejado de la contaminación de la conquista tradicional, y es por eso que las misiones se conformaron lejos de los ambientes urbanos.
La elección de los guaraníes como objeto de la evangelización tampoco estuvo guiada por la casualidad. Los Jesuitas habían estudiado bien a las etnias locales, y las eligieron con la certeza que podrían transformar esa sociedad debido a cosas en común, sin embargo algunos también fueron víctimas mortales de alguna parcialidad de dichas tribus.
La política del pueblo guaraní fomentaba la unificación de las tekuas o aldeas en volátiles alianzas que perseguían como fin último no sólo el control de los recursos naturales provenientes del ecosistema de la selva tropical, base de sustentación de toda su economía, sino también la búsqueda de la Tierra Sin Mal, creencia en la que se basaba su religión.
Tanto la figura de los karaís o profetas pan-guaraníes (no adscritos a una tekua en particular sino a la "nación" en general), como la búsqueda de la tierra sin mal, fueron dos rasgos de la cultura guaraní que los jesuitas supieron aprovechar.
Ellos también eran como los karaí (con los que compitieron durante los primeros años) portadores de una nueva estrategia: el "camino al paraíso" era compatible con el aguyé o camino de la perfección guaraní con destino a la Tierra Sin Mal.
Los padres misioneros aunaron los sistemas de valores y creencias de la cultura guaraní de la época prehispánica con la cosmovisión del catolicismo logrando la unificación de los guaraníes bajo la protección de las leyes de la corona de España de las que los jesuitas eran garantes.
Los guaraníes también supieron aprovechar este hecho frente a la creciente expansión del frente colonial hispano-portugués, en especial a partir de 1640, cuando el reino de Portugal se independizó de los reyes de España.
La mayoría de los líderes políticos guaraníes de muchas tekuas aceptaron levantar iglesias, que eran símbolos de la protección divina y jurídica, aliándose en definitiva con lo que la Compañía de Jesús representaba.
Otros líderes, por el contrario, se mantuvieron en guerra y continuaron el ciclo de enfrentamientos con sus propios connacionales.
Todas las misiones jesuitas fueron fundadas siguiendo el mismo modelo: la iglesia, la residencia de los padres y las casas regulares de los indios que se ubicaban a alrededor de una gran plaza.
El gobierno de cada misión tuvo muchas similitudes con las instituciones que los castellanos trasplantaron al Nuevo Mundo desde la península ibérica, aunque le sumaron características particulares atendiendo a la idiosincrasia de los naturales de la región.
El sistema político imperante mantenía a las reducciones estrictamente subordinadas al monarca español, quien ejercía su autoridad en América por medio de las Reales Audiencias de Lima y Buenos Aires, por ello los jesuitas recurrían permanentemente al rey, solicitando autorizaciones o pedidos varios, favores y hasta privilegios. En algunos casos las solicitudes se dirigían a las audiencias y a los gobernadores.
La organización misionera

·         Política
Como gobierno local, en cada reducción funcionaba un cabildo precedido por el corregidor, que era además la autoridad principal del pueblo, conocido entre los guaraníes como parokaitara (el que dispone lo que se debe hacer), es decir el que distribuía justicia, penaba las faltas de convivencia y disponía de la administración.
Su elección era confirmada por el gobernador (o padre rector), y generalmente el elegido era uno de los caciques del pueblo, que generalmente ocupaba el cargo a perpetuidad. De esta forma los jesuitas fueron continuadores de las instituciones indígenas ya que el jefe de la tribu era la máxima autoridad comunal.
Otras autoridades eran los alcaldes de primer voto y segundo voto, también llamados ivírayucu (el primero entre los que llevan vara). Ellos velaban por las buenas costumbres, castigaban a los holgazanes y vagabundos y vigilaban a los que no cumplían sus deberes.
Esta autoridad se ejercía dentro del pueblo, junto con cuatro alcaldes de barrio, fuera de él había entre seis y ocho comisarios para los cuarteles. Una veedora vigilaba a las mujeres, cuatro celadores a los niños y cuatro inspectoras a las niñas.
Además del corregidor y los alcaldes, el cabildo estaba integrado por un teniente de corregidor, un alguacil, cuatro regidores, un alguacil mayor, un alférez real, un escribano y un mayordomo, del cual dependían los contadores, los fiscales y los almaceneros.
Los integrantes del cabildo eran electos cada 1 de enero por los que dejaban el cargo en una asamblea general y puestos a consideración de los sacerdotes y luego a confirmación del gobernador. Los regidores se encargaban de inspeccionar el aseo y la limpieza en los lugares públicos y privados, controlando también la concurrencia de los niños a la escuela y el catecismo.
El alguacil era quien se debía encargar de ejecutar las órdenes del cabildo y de la justicia. La legislación misionera excluyó la pena de muerte, otro de los grandes avances que la organización jesuita incorporó en sus comunidades.
·         Eclesiástica
La institución del  "patronazgo real" fue el régimen vigente que ejercieron los virreyes y los gobernadores en nombre de su majestad católica, el rey de España, para quien uno de los fines de la conquista de América fue la evangelización de los indios.
Estos funcionarios tenían facultades para conferir beneficios eclesiásticos y designar sacerdotes. El mecanismo utilizado para la designación establecía que el obispo debía presentar una terna de nombres entre los cuales el gobernador elegía.
Los curas tenían a su cargo el gobierno de las reducciones siendo los verdaderos administradores de los bienes de los pobladores y contando con facultades de intervención directa no sólo en la actividad espiritual sino también temporal, económica, cultural, social y hasta militar.
En el orden estrictamente espiritual, los misioneros se preocuparon especialmente de la difusión de la fe católica y de la enseñanza del catecismo. Los jóvenes que habían superado la edad escolar y se encontraban trabajando en cualquier actividad, por las tardes, al escuchar el sonido de la campana, debían dirigirse a la iglesia.
El acto religioso más importante era la misa, al que los fieles concurrían acompañados de toda la familia, particularmente los días preceptuados.
Las iglesias fueron el corazón de los pueblos. Eran construcciones imponentes frente a la plaza que poseían un alto campanario con el que se llamaba a la misa y excepcionalmente a reunión general. Todas las calles del trazado urbano terminaban en ella.
La Provincia Jesuítica del Paraguay tenía un padre provincial residente en la ciudad de Córdoba llamado “el provincial”, designado por el general de la Compañía de Jesús, con sede en Roma. Al general o prepósito de la orden, los sacerdotes jesuitas le debían total obediencia, después del papa.
El “provincial” redactaba anualmente las "Cartas Anuas de la Provincia" que remitía a Roma con los principales sucesos ocurridos ese año. El “provincial” tenía bajo su dependencia directa a los procuradores de Buenos Aires, Santa Fe y Asunción, además de un secretario y de los consultores.
Cada grupo de misiones tenía un padre superior subordinado al “provincial”, las misiones del Paraná y del Uruguay tuvieron cada una un superior hasta principios del siglo XVIII.
Desde entonces las 30 reducciones quedaron bajo un sólo superior residente en Nuestra Señora de la Candelaria, estableciéndose un padre vice-superior para las reducciones del Paraná y otro para las del Uruguay, que además regían su propia reducción, contando cada uno con un consultor ordinario y otro extraordinario además de un admonitor.
En cada reducción había dos sacerdotes (en las más pobladas había tres), uno a cargo de lo espiritual y religioso (el cura del pueblo) y otro (el compañero) que estaba a cargo de las cosas temporales como el trabajo y la instrucción.
·         Arquitectónica
En una reducción, los edificios principales, como la iglesia, el cementerio comunal y la escuela, que servía al mismo tiempo para albergar a los jesuitas, conformaban una unidad a manera de monasterio.
Estas edificaciones construidas en piedra local y madera de lapacho, quebracho y urunday se encontraban en un lado de una gran plaza cuadrada, rodeada de casas por los otros tres lados. Junto a la iglesia también edificios administrativos y talleres. En el centro de la misma, una gran cruz y una estatua del santo patrono de la misión.
Las calles y casas estaban ordenadas según precisas líneas geométricas, de acuerdo a las recomendaciones españolas relativas a la construcción de nuevos asentamientos. La posición central de su lugar de residencia permitía a los padres tener una vigilancia constante sobre la vida de la reducción. También disponían una casa comunal con agua corriente y servicios sanitarios, denominada coty guazú para alojar a las viudas, huérfanos y mujeres solteras.
Hasta finales del siglo XVII, esta organización también permitió mantener las estructuras de parentesco de las tribus guaraníes, garantizando así la cohesión y la supervivencia de la comunidad, debido a que la disposición de las viviendas no inhibía los contactos entre los diferentes linajes y por tanto, la sostenibilidad de la familia extensiva, forma original de la sociedad guaraní.
Posteriormente, los jesuitas trataron de imponer la familia restringida. En 1699, una disposición tomada por el “provincial” prohibió los “actos inconvenientes que se producían en las viviendas por los indios por vivir en grupos familiares bajo el mismo techo”. Cada familia debía vivir separada.
·         Económica
Por costumbres ancestrales los guaraníes cultivaban diversos vegetales como la mandioca (mandi'ó), mandioca dulce (poropí), la batata (jetý), la calabaza (andaí), el zapallo (kurapepê), el maíz (avatí), el poroto (kumandá), el maní (mandubí), y el algodón (mandiyú).
Sin embargo, los padres jesuitas implementaron un sistema económico agrícola que fue rápidamente asimilado por los aborígenes. Esta importante agricultura fue complementada con la ganadería que suministró a los aborígenes carne, leche y cuero.
Se logró que cada reducción formara una unidad económica independiente.
Como no se tenía moneda de metal se funcionaba sobre la base de una economía de trueque y como tenían multitud de posesiones comunales, se favorecía un intenso tráfico comercial entre las reducciones promoviendo una integración económica, social y política con sede central en Candelaria.
El régimen de propiedad era mixto, aceptando la propiedad individual privada y la propiedad colectiva. La propiedad individual privada o avamba´e, permitía que cada jefe de familia dispusiera de una chacra con la extensión necesaria para sembrar en ella todo el cultivo indispensable para el sustento anual familiar.
La propiedad colectiva o “tierra de Dios” (tupambaé, de tupa, ‘dios’, y mbae, ‘dueño’) se utilizaba para el cultivo extensivo de algodón, trigo y legumbres. Generalmente existían dos campos en los que se trabajaba comunitariamente.
Cada reducción se especializaba en unos oficios, trabajando el hierro y la plata, carpintería, cocina-panadería, chapado en oro, vajillastelas, elaboración de sombreros o instrumentos musicales. Desde allí se promoverían excelentes esculturas, pinturas y música barrocas guaraníes.
·         Laboral
Las misiones jesuíticas guaraníes aventajaron en casi trescientos años al derecho del trabajo contemporáneo. Cada padre de familia, junto con esta, debía trabajar en una chacra comunitaria.
Fijaron la jornada laboral en seis horas diarias lo que permitía que los indios contaran con tiempo suficiente como para su realización de otras actividades (platería, carpintería, escultura, relojería, imprenta, metalurgia y alfarería), entre las que se destacaron las tallas de las obras religiosas.
Los pueblos de las misiones se autoabastecían y complementaban, exportando los excedentes incluso hasta Potosí, y cuyos beneficios la Orden destinaba a inversiones en otras misiones o en educación.
·         Educativa
Los reyes de España, como parte del proceso de evangelización, ordenaron que "hubiese escuelas de doctrina y de leer y escribir en todos los lugares de indios". Este decreto real, al que se le prestó por lo general en América un acatamiento sólo nominal, fue cumplido con rigor por los misioneros jesuitas, dedicándole la atención necesaria que permitió fundaciones de escuelas y centros de formación de distintos niveles que fueron verdaderos centros de educación y de transmisión de los valores del catolicismo.
En todas las reducciones funcionaron escuelas de primera enseñanza, donde los varones de 6 a 12 años aprendían a leer, escribir y hacer operaciones matemáticas elementales.
Las niñas de la misma edad tenían escuelas separadas donde aprendían a leer, escribir, hilar y cocinar por lo que la formación de las mujeres menores fue un punto importante en la organización educativa de estos pueblos guaraníes.
El castellano se enseñaba para lograr la unidad lingüística en todas las posiciones españolas. Los jesuitas hablaban correctamente el guaraní, utilizando la lengua como el mejor medio para llegar a los naturales. Los hijos de los caciques incluso llegaron a aprender algo de latín.
En las misiones los jesuitas publicaron libros en guaraní sobre gramáticacatecismo, manuales de oraciones y hasta un diccionario. Las reducciones contaron con la primera imprenta fundada por los padres Juan Bautista Neuman y José Serrano, quienes armaron una prensa, fundieron los tipos necesarios y publicaron los primeros libros. Las impresiones se hicieron en Nuestra Señora de LoretoSan Javier y Santa María la Mayor.
El primer libro publicado fue el Martirologio Romano en el año 1700. Más adelante el Flos Sactorum del padre Pedro de Ribadeneyra en edición guaraní, y De la diferencia entre lo temporal y lo eterno del padre Juan Eusebio Nieremberg. Fue muy rica y variada la producción bibliográfica, conservándose todavía la mayoría.
·         Militar
Después de la destructora invasión de los bandeirantes en 1630, Felipe III autorizó la organización militar y el uso de armas de fuego, y de esa manera las misiones guaraníes constituyeron un importante freno a las aspiraciones expansionistas de los portugueses.
Desde los primeros tiempos de la conquista de América, la corona española otorgó a los indios o naturales americanos, el mismo estatus jurídico de hombres libres, equiparándolos a los vasallos peninsulares. Esta era la condición que tenían los guaraníes en el Virreinato del Perú.
Tras varias incursiones bastante exitosas en 1641 una gran tropa de bandeirantes paulistas fue vencida en la batalla de Mbororé. Estos volvieron a intentar atacar en 1652 y 1676 pero en ambas ocasiones el gobernador de Paraguay consiguió detenerlos gracias a la participación de las milicias jesuitas.
Los permanentes ataques de los bandeirantes forzaron a una mayor militarización de las misiones.
Las reducciones empezaron a fortificarse y a formar milicias armadas con armas de fuego y entrenadas en tácticas de guerra modernas combinadas a sus tácticas selváticas clásicas gracias al entrenamiento con veteranos de las guerras europeas.
De esta manera se constituyeron milicias permanentes a las que, a cambio de participar en campañas convocadas por los gobernadores de Asunción y Buenos Aires, se liberaba de la mita (sistema de reciprocidad entre el Estado y la fuerza de trabajo para la construcción de obras públicas).
Aparte de esto, los guaraníes cooperaron frecuentemente en los asedios a la Colonia del Sacramento.
Los milicianos guaraníes participaron también de las numerosas campañas de castigo contra otros indios como los guaycurúes, payaguás y mbyás, feroces tribus del Gran Chaco que lanzaban frecuentemente ataques contra las haciendas y pueblos del Paraguay.
La demostración del poder militar de las misiones impresionó e intimidó a los vecinos de Asunción y Corrientes, que desde entonces desconfiaron de los misioneros sobremanera. Pocas décadas después se produjo la guerra guaranítica que terminó siendo usada como el principal argumento para expulsar a los jesuitas, a los que no se consideraba leales al rey. 
Música, danza y salud
La música y el canto ocuparon un lugar destacado en el proceso de aprendizaje utilizado por los jesuitas. Cada pueblo contaba con un coro y orquesta. Desde la misma escuela se promovió la participación de los niños y los jóvenes, mientras que los adultos se organizaron, en la mayoría de los casos, desde la iglesia.
En los mismos escritos de los sacerdotes participantes de las misiones, que datan desde los primeros contactos evangelizadores, dieron cuenta de una “inclinación natural por los sonidos europeos” por parte de los nativos.
A razón de esto es que la música fue concebida como una “potente arma de conversión, capaz de seducir las almas salvajes” para que adoptasen el modo de vida cristiano, transformando aquellos “feroces leones” en “mansos corderos”.
Es así que los aborígenes de las misiones fueron eximios cantantes y destacados músicos que reprodujeron textos musicales tanto de contenido religioso como profano. Las interpretaciones que los guaraníes alcanzaron con instrumentos como el arpa y el violín constituyen clásicos de la música rioplatense.
Los guaraníes, además, le dedicaron tiempo y esfuerzo a la danza. Los bailarines ensayaban desde los seis años, incorporando incluso melodramas los días domingos y feriados. En las festividades las principales diversiones justamente consistían en representaciones, música, canto y baile.
A pesar de las particularidades propias de su espacio y su tiempo las misiones generaron nuevos modos de expresión cultural guaraní tanto en la música vocal como instrumental y en el baile que son apreciados hasta el presente.
En lo que a medicina se refiere, los jesuitas ejercieron funciones médico-asistenciales con una clara vocación por el estudio de la medicina y farmacología indígenas. 
Entre 1685 y 1688 llegaron a Buenos Aires un numeroso grupo de sacerdotes jesuitas, médicos y enfermeros, que actuaron en el siglo XVIII en esta parte de América.
En esta época actuó el hermano Pedro de Montenegro que vivió mucho tiempo entre los guaraníes, y realizó un importante estudio acerca de las plantas con presunta acción terapéutica. Montenegro había nacido en 1663 en Galicia. Vino a América a fines del siglo XVII.
Su obra principal fue publicada en Buenos Aires en 1945 por la Biblioteca Nacional. Y contiene: la forma detallada de recoger las plantas por parte de los indígenas; las descripciones sobre la utilización de las mismas por parte de los guaraníes con fines terapéuticos; la lista de nombres de hierbas y árboles usados, así como las enfermedades susceptibles de ser curadas por las plantas. 
La guerra Guaranítica 
Esta fue el conflicto armado que enfrentó, entre 1754 y 1756, a los indígenas guaraníes de las misiones jesuíticas y las fuerzas españolas y portuguesas, como consecuencia del Tratado de Madrid (o Tratado de Permuta), firmado en 1750.
Cerca de 500.000 kilómetros cuadrados de territorios, dentro del cual estaban los siete prósperos pueblos (San Luis Gonzaga, San Nicolás, San Francisco de BorjaSan Miguel, San Lorenzo, San Juan Bautista y Santo Ángel), además de estancias pertenecientes a las reducciones (ConcepciónApóstolesSanto ToméYapeyú y La Cruz), que se hallaban al occidente del río Uruguay, debían ser entregados a Portugal.
En el término de un año, 29.191 guaraníes debían salir de la región con todos sus bienes y trasladarse al occidente del río Uruguay o quedarse y aceptar la soberanía portuguesa.
Por el Tratado de Madrid, las misiones jesuíticas de la cuenca del alto Uruguay eran permutadas por la posesión de la Colonia del Sacramento, plaza portuguesa en la orilla izquierda del Río de la Plata, que desde su fundación en 1680 había pasado repetidamente de manos españolas a portuguesas.
El fundamento de este canje para la corona española significaba asegurarse el dominio de la entrada de la cuenca del Río de la Plata, puesto en entredicho por la existencia de Colonia, la cual, si bien los españoles habían podido tomar militarmente durante los diversos conflictos en que se vieron enfrentados a los lusitanos en la primera mitad del siglo XVIII, sistemáticamente volvían a entregarla a Lisboa en las mesas de negociación que ponían fin a las guerras.
Sin embargo, la cesión de las misiones jesuíticas a los portugueses era un precio oneroso para los obsesionados dirigentes políticos españoles. Desde su establecimiento, en 1609, los jesuitas habían podido crear una barrera real a la penetración portuguesa en el Río de la Plata y el Paraguay, conformando, de hecho, las únicas poblaciones permanentes en una frontera irresoluta y tradicionalmente despoblada, hecho que había facilitado el avance lusitano sobre ella.
Por otra parte, los jesuitas habían conseguido con la persuasión lo que los conquistadores rara vez pudieron con la espada: la pacificación del indio en aquella zona de América, y su conversión en trabajador disciplinado y convertido al cristianismo.
Este valor agregado que los indígenas misioneros tenían (su integración social y la productividad de que eran capaces), los convirtió en objeto de la codicia de los bandeirantes, expediciones de cacería de indios que partiendo de ciudades como San Pablo, en Brasil, buscaban de proveer de esclavos más baratos que los negros africanos a los hacendados portugueses para sus explotaciones agrícolas.
Durante todo el transcurso del siglo XVII y la primera mitad del siglo siguiente, las bandeiras y los indígenas misioneros, dirigidos por los jesuitas, se enfrentaron en sangrientos choques, generalmente favorables a estos últimos, como por ejemplo la batalla de Mbororé (sobre un afluente del curso superior del río Uruguay), en 1641.
De cualquier manera, la corona española prefirió entregar estos dominios a cambio de Colonia, y el Tratado de Madrid así lo sancionó. Para las comunidades indígenas, dirigidas por los religiosos, las perspectivas aparecían como funestas, lo que desencadenó la resistencia a la entrega del territorio.
La guerra guaranítica significó el fin de la resistencia que ofrecieron los pueblos de las misiones del alto río Uruguay a la penetración portuguesa.
A pesar de la campaña victoriosa que entre 1762 y 1763 dirigiera en el Río de la Plata contra los portugueses y británicos el comandante español Pedro de Ceballos, la diplomacia volvió a dar Colonia del Sacramento a los portugueses y las misiones (arruinadas y vacías), a España (Tratado de París, 1763).
A pesar de que en una posterior campaña Ceballos destruiría Colonia (1777), y volvería a hacer retroceder a los portugueses en el actual territorio de Río Grande do Sul, las misiones al este del río Uruguay jamás se recuperaron del desastre aunque fueron reconstruidas.
En cuanto a los jesuitas, acusados de ser los instigadores de la resistencia, pero sobre todo, vistos con malos ojos por los círculos de poder de Lisboa y Madrid, influidos por el despotismo ilustrado, y que los caracterizaron como un estado dentro del estado, incompatible con el absolutismo, poco tiempo les quedaba para maniobrar.
Las críticas contra las misiones jesuíticas en aquella ápoca fueron despiadadas por lo que ellas representaban: “un imperio dentro de otro imperio”.
La persecución de los jesuitas se explicaba por el inmenso poder internacional alcanzado, que prevalecía sobre el principio nacional.
Fueron sus enemigos: los monarquistas absolutistas; los ingleses que pretendían la hegemonía comercial; los alumbrados que anteponían la ciencia a todo lo religioso; el clero mendicante franciscano, dominico y mercedario; los jansenistas que sostenían la supremacía de la gracia divina sobre las obras humanas; los antiguos pobladores europeos que veían frustrados sus negocios, y la masonería.
El comienzo del fin
A partir de inicios del siglo XVIII, las reformas borbónicas puestas en marcha por esta nueva dinastía (a fin de evitar el lento proceso de decadencia en que se encaminó la monarquía hispánica), alcanzaron también al aspecto religioso en donde la corona aplicó el regalismo (influencia y poder civil sobre ciertos asuntos de la Iglesia).
El rey español Carlos III, imitando las políticas seguidas en el Reino de Portugal (1759) y en el Reino de Francia (1762), a través de la Pragmática Sanción de 1767, ordenó la expulsión de los jesuitas de todos los dominios de la corona de España, incluyendo los de América y los demás ultramarinos, cifra que alcanzó a más de 6.000 religiosos.
El ataque de la monarquía a esta orden religiosa también alcanzó sus bienes temporales (que eran abundantes debido a la capacidad de producción y a su organización), alcanzando también la incautación del patrimonio de la Compañía de Jesús.
Gobernaba Buenos Aires Francisco de Paula Bucarelli cuando llegó la orden de expulsión, y este obró con sigilo para evitar que los jesuitas ocultaran sus bienes, temiendo que se repitiera otra guerra guaranítica.
Las monarquías borbónicas hicieron todos los “esfuerzos y generaron todas las presiones”, para hacer desaparecer del mapa a los Jesuitas, (abiertos opositores a su absolutismo fundamentado en las doctrinas regalistas), en oposición a las doctrinas populistas del padre Suárez predicadas por éstos.
Carlos III presionó al Papa Clemente XIII para suprimir para siempre la Compañía de Jesús mediante su disolución, a lo que el Papa se resistió hasta su fallecimiento, acaecido en 1769. Ante esta situación y con el ánimo de influir en la elección de un nuevo Papa en el correspondiente cónclave, Carlos III envió como embajador a Roma a su ministro Moñino con la misión de manipular a los cardenales para que optasen por un candidato que colaborase con su causa.
El nuevo Papa, Clemente XIV, acosado tanto en su persona como en su entorno por los intereses del monarca, cedió a éstos firmando el 21 de julio de 1773 el breve "Dominus ac Redemptor" por el que se suprimía la Compañía de Jesús.
Sin embargo, esta supresión no llegó a ser universal porque tanto la ortodoxa emperatriz Catalina II de Rusia como el protestante rey Federico II de Prusia, que no reconocían a la autoridad papal, pero que sí tenían en gran estima la labor educativa que los Jesuitas desarrollaban en sus territorios, impidieron que los obispos católicos de sus territorios publicasen el documento supresor. Sin su promulgación la disposición no tenía efectos, ya que para que así fuese hubiera debido ser notificada a los interesados.
En 1776 Federico II de Prusia cedió a las presiones borbónicas, mientras que Catalina II hizo caso omiso a las reclamaciones de Carlos III, por lo que los Jesuitas subsistieron en la Rusia Blanca, región de población católica del Imperio ruso, logrando así que la Compañía de Jesús no se extinguiese en su totalidad.
A consecuencia de la firme decisión de la emperatriz rusa de no ejecutar el breve papal de supresión, los Jesuitas continuaron su misión enseñando y trabajando pastoralmente entre la población local.
El Papa Pío VII, que sucedió a Pío VI en 1799, reconoció oficialmente a los Jesuitas que sobrevivían en el Imperio ruso mediante el breve "Catholicae fidei" del 7 de marzo de 1801 y, posteriormente, estableció el mismo reconocimiento al Reino de las Dos Sicilias con el breve "Per alias" del 30 de julio de 1804.
A partir de 1800, secretamente y con autorización del Papa, algunos ex jesuitas agregados a los de Rusia se fueron extendiendo en comunidades por Italia, Francia, Suiza, Bélgica y Holanda, así como por otros países donde tampoco se había publicado el breve de extinción, como Inglaterra y Estados Unidos.
Pero aún hubo que esperar más de 40 años (hasta agosto de 1814), para que Pío VII promulgase la bula "Sollicitudo omnium ecclesiarum", que derogaba lo decidido por Clemente XIV al suprimir la Compañía, que nunca se extinguió en su totalidad.
Las reducciones guaraníes no se disolvieron de inmediato, sino que se reemplazaron a los jesuitas con nuevos directores seculares que no tenían los ideales de los primeros.
Tampoco fueron exitosos las direcciones de los franciscanos, dominicos y mercedarios que tomaron a su cargo los pueblos misioneros, constituyéndose la Gobernación de las Misiones Guaraníes, pero la situación empeoró hasta la desaparición de las misiones.
En los años inmediatamente posteriores a la expulsión la emigración de indios se multiplicó.
Grupos de guaraníes ya habían empezado a buscar refugio en Corrientes, Santa Fe, Entre Ríos, la Banda Oriental y Buenos Aires de los ataques de españoles y criollos y las malocas de los paulistas.
La creación del virreinato del Río de la Plata en 1776 (que fue el último creado por la corona española como una escisión del virreinato del Perú), en su intento de reorganizar la administración de sus colonias en América, no logró detener la decadencia de estos pueblos.
En 1801, cuando los lusitanos ocuparon definitivamente las Misiones Orientales un importante contingente de sus habitantes se refugió en el actual territorio uruguayo, especialmente su campiña. Otros volvieron a sus selvas mientras algunos se sirvieron del entrenamiento como artesanos que habían aprendido en las reducciones para vivir en las ciudades. Hubo una rápida disminución de la población.
El regreso
Tras la expulsión que sufrieron en 1767 de los territorios de la corona española en América, su regreso a Argentina se registra el 9 de agosto de 1836, 20 años después de la declaración de la independencia del país.

“La vuelta de los jesuitas a la cuenca del Plata, luego de la expulsión de 1767, ha de ubicarse en el período histórico de la Restauración, que quedó signado por extenuantes y a menudo inútiles polémicas”.

La orden se radicó en zonas de los alrededores de Buenos Aires como San Isidro y San Fernando, y también por los campos de Zárate, Luján, Areco y Baradero. En 1843 recibieron el decreto por el cual se les ordenaba la secularización y como alternativa, la expulsión de Buenos Aires, sin embargo continuaron trabajando en Córdoba hasta 1847, donde quedó el noviciado de la Misión y para establecerse luego en La Rioja y en Catamarca.

La persecución siguió y “la expulsión de los jesuitas se generalizó en 1848, pero de todas maneras, algunos continuaron su misión en San Juan, Mendoza y Salta (oeste y noroeste)”. Entre los méritos que se les atribuyen figura “la preocupación por aprender y valorar la lengua indígena y el esfuerzo por mejorar la vida de los nuevos creyentes en las reducciones”.

La impronta educativa de los jesuitas en Argentina los llevó a convertir las Estancias en centros de formación y en la creación, en 1613, de la primera Universidad en la ciudad de Córdoba.

Reconocimientos
Algunas de las misiones jesuíticas guaraníes han sido declaradas lugar Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Cada una de ellas se caracteriza por un plan específico y un diferente estado de conservación.
La primera declaración data de 1983 y fue para las ruinas de São Miguel das Missões, ubicadas en el sur de Brasil. En 1984 fue extendida para incluir las misiones argentinas de San Ignacio MiníSanta AnaSanta María la Mayor y Nuestra Señora de Loreto, convirtiéndose en un único sitio transfronterizo.
En 1993 el número se amplió con la declaración que alcanza a dos misiones situadas en Paraguay: la Misión jesuítica de Jesús de Tavarangué y la Misión jesuítica de Santísima Trinidad del Paraná. Hasta el año 2013 siete son los impresionantes restos que el organismo cultural ha protegido.

Bibliografía
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WIKIPEDIA. Misiones jesuíticas guaraníes.  Provincia jesuítica del Paraguay . Misiones jesuíticas en América. https://es.wikipedia.org/  .



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