Muchas veces, y por razones
fortuitas, pensamos que somos una sociedad evolucionada, sin embargo el repaso
de algunos aspectos de nuestra historia, y la llegada de esta a los días que
nos tocan vivir, indican todo lo contrario, particularmente cuando hablamos de
los niños.
Al parecer nuestra historia
está atravesada por niños de “primera” (los de las clases “decentes”), y de
“segunda” (los de las otras).
La historia del cuidado de
nuestros niños se la puede inscribir desde la Casa de los Niños Expósitos de
Buenos Aires, hasta el Hospital de Niños Dr. Pedro de Elizalde, pasando por las
no menos conocidas Casas Cunas.
El abandono de niños es tan
viejo como nuestra historia, muchas veces por “razones sociales”, y otras por
“razones económicas”, como si se pudieran suprimir como otro insumo.
Hoy las estadísticas nos
muestran que más del 50 % de los niños del país son pobres o indigentes, y
cuando las vemos deberíamos preguntarnos qué tan evolucionados somos, y cuanto
hacemos por ellos aunque los llamemos con vocablos inclusivos niñes, niñ@s, o
niñxs.
Los
niños de antes
El Antiguo
Régimen de Buenos Aires se refería a los niños como:
·
“esa cosita insignificante que moría tan rápido
durante sus primeros años de vida”,
·
“ese eventual desecho ante el cual no había que
poner muchas esperanzas”
La niñez era considerada como un pasaje hacia la adultez, distinto del
modo en que se la concibe actualmente: como una etapa importante del ciclo
vital del hombre en la cual son fundamentales los juegos, la socialización a
través del contacto con otros niños, las demostraciones de afecto y cariño y la
consideración de ciertos cuidados especiales para la salud.
En las sociedades antiguas, por el contrario, los niños compartían espacios
de sociabilidad con los adultos y cualquier agrupación de trabajo, de diversión
o de juego reunía simultáneamente a ambos. La infancia no era más que un pasaje
sin importancia, que no valía la pena grabar en la memoria.
Si un niño moría nadie pensaba que esa “cosita” que desaparecía tan
pronto fuera digna de recordar. Había muchos de estos seres cuya supervivencia
era problemática. El sentimiento, que persistió muy arraigado durante largo
tiempo, era el de que se engendraban muchos niños para conservar solo algunos.
La gente no podía apegarse demasiado a lo que se consideraba como un
eventual desecho.
Nadie pensaba que el niño contenía en germen al hombre del mañana. Esta
indiferencia era una consecuencia directa e inevitable de la demografía de la época,
debido a que morían demasiados, aproximadamente la mitad de los nacidos no
llegaban a cumplir los cinco años y la mayoría expiraban antes del año.
La situación colonial
Las largas estadías de los varones adultos en tránsito en la etapa
colonial, particularmente de Buenos Aires, con pocas ocupaciones en uno de los
puertos naturalmente mejor protegidos del mundo, produjo, como una de las
primeras consecuencias, un enorme aumento de las violaciones a las mujeres
nativas y los consiguientes embarazos no deseados y el abandono de numerosos
recién nacidos.
Después que los niños abandonados sufrieran tremendas atrocidades (eran
comidos por perros y cerdos que andaban sueltos por las calles de la ciudad,
eran atropellados por transeúntes y carruajes en la oscuridad de la noche por
carencia de alumbrado público, morían de frío, de hambre o de sed, o ahogados
en los charcos que abundaban en las calles), un grupo de vecinos, apoyando la
idea del procurador general, Marcos José de Riglos,
peticionaron ante el Virrey Vértiz el 17 de junio de 1779, la apertura de una casa especial, para evitar esas muertes.
Hasta la
fundación de la institución, la solución que daba el Gobierno respecto de esta
situación era únicamente la de matar a los perros y a los cerdos para que no se
comieran a los niños.
Las razones sociales del abandono eran múltiples:
recién nacido “ilegítimo”, hijos incestuosos, productos de violaciones, niñas
solteras, hijos extramatrimoniales, hijos de uniones ilícitas o la falta de
recursos económicos para mantener al recién nacido. Hasta era costumbre cuando
nacían mellizos “descartar” a uno.
La bastardía y la ilegitimidad, en general, constituyeron en las
sociedades cristianas minusvalías que acompañaban al individuo toda su vida y
en las élites influía de modo determinante en la herencia, sin embargo, no solo
la mortalidad infantil constituía un hecho relevante sino que la mortalidad en
el resto de la sociedad también constituía un factor estructural.
Desde este punto de vista lo que afectaba fuertemente a los niños
sobrevivientes era la mortalidad de sus progenitores, con mucha frecuencia los
niños quedaban no solo abandonados sino también huérfanos. El abandono de los
niños como consecuencia de la muerte de sus progenitores era considerado una “causa
natural”.
Sumado a esto existía una alta frecuencia de uniones sexuales relativamente
inestables, que constituía un hecho central si se consideraba que cuando los
padres se separaban resultaba muy difícil para una mujer sola mantener al niño.
El abandono por la muerte de alguno de los progenitores no era la única
causa, ya que el alejamiento de uno de ellos muchas veces se producía en vida.
Ambos factores, además de las dificultades económicas para mantener con vida a
los niños, los sumían en una alta vulnerabilidad.
Vértiz se había desempeñado anteriormente como Juez
de Menores y conocía la problemática, por lo que dispone se abra una Casa de
Niños Expósitos siguiendo el modelo de Madrid, México y Santiago de Chile.
El nombre de la casa se debe a sus funciones. En ella se albergaba a los
“expósitos” (del latín ex-posĭtus, puesto afuera, expuestos),
palabra que se aplicaba a los niños recién nacidos abandonados, generalmente en
las puertas de las iglesias o en la calle
La primera niña admitida en la institución el 9 de junio de 1780 era negra y fue bautizada
Feliciana Manuela, pero murió al poco tiempo. Entre ese año y el año 1800, ingresaron 1.806 niños, pero la proporción de las defunciones era
muy alta (56 %).
Para sostener el presupuesto de la casa se creó la Real Imprenta de Niños Expósitos
a partir de la imprenta que los Jesuitas habían hecho en la Misión de
Loreto y que estaba abandonada en los sótanos del Colegio Montserrat de Córdoba
desde la expulsión de la Compañía en 1767.
A
pesar de esto los ingresos eran
insuficientes y se reforzaban con
funciones a beneficio dadas en el Teatro de La Ranchería, la venta de Bulas para poder
comer carne en Cuaresma y donaciones de parte de organizaciones
religiosas como la Hermandad de la Santa Caridad, a cargo de la casa a partir
de 1784.
La casa se mudó al edificio ubicado entre las actuales calles Moreno y Balcarce,
junto al Hospital de Mujeres.
El frente del edificio contaba con un armazón giratorio de madera
llamado torno que, colocado en un hueco en la pared, servía para
recibir los niños manteniendo el anonimato para “alejar
de miradas inoportunas”, según se decía.
Alguien depositaba al bebé en el torno, hacía sonar una campanilla que
se encontraba adosada a la pared y un empleado, desde dentro del edificio,
hacía girar el aparato y recibía al niño sin saber quién lo había abandonado. En
la parte superior tenía grabado “Mi padre
y mi madre me arrojaron de si, la caridad divina me recoge aquí”.
El torno funcionó hasta 1891, hasta que es retirado por el gran sanitarista Emilio Coni, que lo consideró “aparato
indigno de una sociedad culta”, luego de funcionar durante 112 años.
En 59 años (hasta 1838), la Casa
de los Niños Expósitos atendió 6.682 chicos.
A fines del
siglo XVIII y en la primera mitad del XIX, en Buenos Aires llegaron a ser
abandonados dos niños por semana. Si se asigna a la población existente
en 1778 (24.205 habitantes) una tasa de natalidad del 40 por mil, se obtiene
una incidencia de abandono del 5% sobre el total de nacidos vivos y del 2%
sobre el total de la población.
Es de suponer que los
índices habrán sido más altos en los sectores de negros y mulatos (7.268) e
indios y mestizos (1.218) que agrupaban el 35% de los habitantes
Los niños se “categorizaban” en lactantes
o niños de pecho (a cargo de “amas
de leche”), hasta los 2 años y criados
(a cargo de “amas de cría”), a partir de los 4 años y hasta los 9 años, los que
se daban en guarda a familias que lo solicitaban.
Los lactantes, según su edad y estado de nutrición se subdividían en “a
leche completa”, “a media leche” y “despecho”.
Un dato que nos acerca aún más a la mentalidad de estos tiempos es que,
del mismo modo que ocurría con los adultos, no se tenía un registro de las
edades de los niños.
En la época se hablaba de “muchachos
de cinco o seis años” y también de “jóvenes
como de nueve o diez años”. Estos ejemplos muestran la falta de información
precisa respecto de la identidad de los menores y el hecho de que eran jóvenes
o muchachos en transición hacia la adultez y no niños. Luego de los siete años
aproximadamente se los podía considerar “adultos en miniatura”.
Las amas de cría que aceptaban alimentarlos pertenecían a las capas más
pobres de la sociedad que descuidaban la crianza de sus propios hijos por unos
pocos pesos.
De acuerdo con el contrato establecido entre las amas y la institución, las
mujeres debían dejar de amamantar a sus propios hijos pero esto no se cumplía.
Las amas dividían su leche en dos o más para alimentar también al resto de sus
hijos, lo que contribuía a la desnutrición de los infantes.
Además de esta situación, hay que considerar las enfermedades y
epidemias que, si bien golpeaban a todos los niños por igual, aumentaban el
riesgo de muerte en la subpoblación de la institución
Los que no podían ser asignados a una familia en calidad de criados,
continuaban en la Casa de Expósitos. Muchos de ellos, una vez emancipados,
continuaban trabajando en diferentes áreas de la institución como empleados de
la misma.
Los niños eran
bautizados, tenían un nombre y un número en vez de un apellido. Al no tener
apellido, muchos fueron bautizados con dos nombres o con el apellido
“Expósito”.
Cambios de política y de
nombres
A partir de la Revolución de Mayo, el gobierno patrio
disminuyó las atribuciones de la Hermandad de la Caridad y el establecimiento
es visitado asiduamente por inspectores del Estado.
En 1817 se nombra como
Director al Dr. Saturnino Segurola (sanitarista y sacerdote argentino,
que impulsó la vacuna antivariólica), que
formó un cuerpo médico y una botica para la atención de la salud de los
internos. Es así que en ese mismo año ingresaron al servicio de la Casa el
Dr. Juan de Dios Madera (médico
de la policía del Cabildo y de las guerras de la
independencia), y el boticario Diego Gallardo. En 1818 el
Dr. Cosme Argerich reemplazó a Madera.
En 1821, Bernardino Rivadavia, que era ministro
de Martín Rodríguez, llevó adelante una reforma
centrada en la disolución de las órdenes religiosas pasando a manos de la
provincia los bienes de la Iglesia católica. Con ello se disolvió la Hermandad
de la Santa Caridad cubriéndose su ausencia y la de todas las sociedades de
bien público de orden religioso con la Sociedad de Beneficencia, organizada por
algunas mujeres de la oligarquía porteña.
La Sociedad de Beneficencia dispuso que la dirección de la Casa quedara
a cargo de Narciso Martínez y que su médico
fuese Pedro Rojas. Con el cambio de autoridades,
cambió también el manejo de toda la institución. El gobierno pasó a pagar
mensualmente a 250 amas, para que cuidaran en sus hogares a los niños a leche
completa, media leche y despecho, según su estado de salud y edad, luego de un
examen médico mensual a las amas y los niños.
Cuando el bloqueo anglo-francés del Río de la
Plata estragó el erario, el gobernador Juan Manuel de Rosas suspendió las
partidas presupuestarias para las instituciones públicas. Ante esta situación,
Segurola presentó su renuncia al cargo de director.
La segunda etapa cronológica comienza en 1852, en que es reabierta, y llega hasta hoy.
En ese año, por decreto de gobierno de Rosas, se vuelve a establecer la
Sociedad de Beneficencia, que preside María Sánchez de Mendeville (más conocida
como Mariquita Sánchez de Thompson), y la Casa de Niños Expósitos, gracias
a una generosa donación de la directora de la Sociedad y del General Justo José de Urquiza, vuelve a funcionar.
El director más destacado de esta nueva era de la casa fue el Dr. Manuel
Blancas, que desde 1855
entrega sus mejores esfuerzos a la institución.
En el
Reglamento de ese año se establece que los médicos de la Casa de Expósitos
deben “curar a los enfermos, registrando sus malestares, cuidar a los
internos sanos, vacunar y visitar a los expósitos externos, vigilar el estado
de salud de las amas y atender el botiquín, exigiéndoles que coloquen
en aislamiento a los que padezcan coqueluche, sarampión, garrotillo y sífilis”. Indudablemente
Casa Cuna era ya entonces un Centro Médico Integral para los expósitos y sus
amas.
Los
registros de ingreso de los niños puestos en el torno que se conservan,
muestran que muchos son dejados con alguna señal que los pueda identificar
(pañuelos, mantillas o medallas, cortadas a la mitad, mensajes escritos en
papeles, etc.) con la esperanza de poder rescatarlos cuando la situación de las
madres que los abandonaba mejorase.
El
Gobernador Valentín Alsina, cuestionó parte del reglamento de la Sociedad, que
permitía a la familia abandonante rescatar a los niños, pues entendía que la
tutela de los Expósitos reside en el Gobierno y que esos niños podían
ser adoptados sin esperar a sus padres biológicos, que por ser anónimos podrían
haberse muerto o alejado de Buenos Aires sin que nadie lo supiera.
En 1859 se dispone que
las Hermanas del Huerto colaboren
con la Sociedad en el control de las amas y en la administración de la Casa, en
la que permanecieron más de 120 años.
En 1873, Juan Argerich sucede
en su cargo a Manuel Blancas y resuelve el traslado de la Casa de Niños
Expósitos a un predio ubicado en la actual avenida Montes de Oca, sobre un edificio que, a
partir de entonces, se denominó Casa Cuna
y es el actual Hospital General de Niños Dr. Pedro de Elizalde.
La Casa de los Niños Expósitos constituyó una organización de
beneficencia, puesto que se trataba de un grupo de individuos que recibe ayuda
sistemática de una institución creada para tales fines, sea religiosa o estatal.
El concepto de organización de beneficencia difiere del concepto de
política social, ya que este último remite al momento en que las organizaciones
de beneficencia se incorporan al aparato burocrático del Estado. En este caso,
las instituciones se siguen rigiendo por valores cristianos pero es el Estado
quien dirige la obra.
En
1890, llegó a la Casa su más
renombrado Expósito, bautizado con los nombres de Benito Martín y adoptado 6
años después por la familia Chinchella, carboneros de los barcos de la Boca,
gracias a los cuales tuvo "un papá y una mamá para mí sólo".
Cuando
comenzó su carrera de pintor modificó su nombre a Benito Quinquela Martín,
quien usó buena parte de su fortuna para construir y donar el Lactario, el
Hospital Odontológico Infantil de la Boca, el Jardín de Infantes, la Escuela de
la Vuelta de Rocha y la de Artes Gráficas de La Boca, el Teatro de la Ribera,
en agradecimiento a los años pasados en Casa Cuna.
Otros
expósitos llegaron a destacarse como universitarios, incluso como médicos de
Casa Cuna, pero ninguno tuvo su fama.
En 1903 ingresa el recién graduado Pedro
de Elizalde quien normalizó la recepción de leche, organizó la Escuela de
madres, vigiló la salud de las “dadoras de leche” y organizó el servicio
Médico-Social. Los registros antropométricos de 223
niños expósitos evaluados en esa época, superaban los promedios de las tablas
entonces en vigencia.
De Elizalde creó la Escuela de Enfermeras profesionalizando la
enfermería del Hospital y consiguió que su título fuera reconocido por la
Facultad de Medicina.
En 1905, en reconocimiento a
su capacidad asistencial, la Casa pasa a llamarse oficialmente Hospital de
Niños Expósitos, nombre que cambia en 1920 por el de Casa Cuna. Gracias a donaciones importantes se logra
reedificarla casi por completo, se construyeron distintos pabellones (para
sarampionosos, para diftéricos etc.), se adquirieron terrenos adyacentes y en 1913 la Sociedad le da la esquina de las
actuales Caseros y Tacuarí. La Casa
contaba entonces con 450 camas para expósitos.
Una
evaluación de los abandonos ocurridos entre 1912 y 1914, mostró que el 72% de los niños eran dejados por
personas que aclaraban su identidad y las motivaciones del abandono.
En
el 37% de los casos, las madres se manifestaban “sin leche”; el 7%
estaban judicialmente recluidas; el 9% los niños eran huérfanos de ambos
padres; el 15% huérfanos sólo de madre y en el 9% tenían enfermedades que
dificultaban su crianza.
El
82% de los familiares que ponían a los niños en la Casa, eran extranjeros, la
mitad de ellos italianos.
En
ese tiempo tenía la Casa 416 camas para Expósitos, 114 para amas de leche y 30
para el personal y las religiosas. El plantel estaba constituido por: 14
médicos, 8 practicantes, 10 enfermeras, 18 Hermanas de Caridad, 100 amas de
leche internas y 800 amas externas.
Cinco
médicos inspectores realizaban unas 12.000 visitas anuales a los hogares
sustitutos, para controlar el crecimiento, desarrollo e integración familiar y
social de los Expósitos.
Entre 1935 y 1946 es director
del hospital el propio Dr. de Elizalde quien enriquece la actividad científica
del mismo con la aparición de la Revista Infancia y la instalación de la
Cátedra de Pediatría. En esa época se inventa en “Casa Cuna” el sistema
de identificación de recién nacidos actualmente en vigencia.
En 1961, en la presidencia de
Frondizi, se le impone el actual
nombre de Hospital “Dr. Pedro de Elizalde”. En 1963, el Hospital pasa al ámbito municipal y en 1967, se incorpora el Plan de
Residencias Hospitalarias.
En diferentes ocasiones, por imperio de las tribulaciones económicas y
las erráticas políticas sanitarias estuvo a punto de ser desactivado, sin
embargo el hospital persistió, consolidándose como una institución médica de
reconocido prestigio asistencial, manteniendo su abnegada y silenciosa tarea al
servicio de los pacientes más carenciados.
El Hospital General de Niños Dr. Pedro de Elizalde es el Hospital
Pediátrico más antiguo del continente americano.
¿Y por casa cómo andamos?
Hoy la situación no ha cambiado demasiado. Se encuentran bebés en los
contenedores de basura, en los descampados o en sitios apartados. Alrededor del
46 % de nuestros casi 14.000.000 menores de 0 a 17 años son pobres y el 10 %
indigentes.
Un informe actual reza:
“Que esa cantidad de menores viva en situación
pobreza refleja que éste es un fenómeno estructural que está lejos de
resolverse en el tiempo si no se toman las medidas necesarias, y puede
prolongarse a través del proceso conocido como trampa de la pobreza".
"Si sus condiciones de vida no mejoran
sustancialmente en los próximos años, los niños y adolescentes que hoy
viven en familias con ingresos que no superan el umbral de la pobreza tendrán
menos posibilidades y oportunidades en el futuro para desarrollar su vida como
adultos, insertarse sin dificultades
en el mercado laboral y formar su propia familia en un entorno saludable".
Algunos teóricos utilizan el eufemismo de “menores en estrategia de supervivencia” a los niños de la calle, y
los definen como
“niños y jóvenes en riesgo social que
carecen de condiciones materiales, familiares y comunitarias mínimas necesarias
para su desarrollo”.
Es muy difícil
conocer a ciencia cierta cuantos niños están hoy en condiciones de “calle”,
concepto puramente urbano y muy dinámico, y al parecer es también difícil el
abordaje de las soluciones, al menos desde el punto de vista práctico.
El Artículo 39 de la
Ley 26.061 indica que las medidas excepcionales se deben aplicar cuando "las niñas, niños y adolescentes estuvieran
temporal o permanentemente privados de su medio familiar o cuyo superior
interés exija que no permanezcan en ese medio", aunque desde hace
muchos años las autoridades reconocen su fracaso en la solución de este
problema.
Los chicos
abandonados generalmente provienen de hogares sin contención, mal trato
familiar, hijos de drogadictos, judicializados o pobreza extrema. La tendencia de las actuales casas cunas son
la dividir a la población interna en varios hogares pequeños.
A los centros de día y noche habilitados
para tales fines, los chicos, dependiendo de su edad llegan voluntariamente o
son llevados por las autoridades. Allí se los alimenta, pueden bañarse,
descansar y acceder a servicios de salud y vestimenta, sin embargo no son muy
exitosos desde el punto de vista cuantitativo, ya que muchos de ellos son
explotados por adultos que les impiden el acceso a dicha ayuda.
Decenas de ONG intentan paliar el problema con ayuda concreta y puntual,
sin embargo, al ser el problema estructural, no lo pueden resolver.
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