lunes, 17 de diciembre de 2018

Juan José Castelli. Revolución y socialismo representativo



Su formación académica y su brillante oratoria le valió el mote de “orador de la revolución de mayo”, sin embargo sus roles no fueron solo hablar. Lo que proponía con la boca lo defendía con el pecho.

Su vida fue intensa y con un nivel de participación poco usual. Armaba reuniones pujando por un país en formación libre y soberano, aunque mantenía algunas ideas monárquicas constitucionales como muchos de los de su época.

se lo podría definir como un brillante indigenista con la pluma, la palabra y los hechos,  y un resuelto revolucionario capaz de desplazar virreyes y fusilar a los enemigos de la patria.

hermano de Manuel Belgrano con quien congeniaba, en promover la industria, la educación pública, la agricultura y el libre comercio, y a quien sucedía en el Consulado cuando aquel estaba ausente.

En solo dos años (entre 1810 y 1812), brilló, sufrió y murió de la peor manera ya que, por esas paradojas de la vida, a tan brillante impulsor y  orador de las ideas revolucionarias, se lo llevó un cáncer de lengua, consecuencia de la vieja llaga mal curada provocada por un cigarro.

¿Quién era Castelli?
Juan José Antonio Castelli Villarino era su nombre completo. Nació en Buenos Aires el 19 de julio de 1764, siendo el primer hijo del matrimonio entre el médico italiano Ángel Castelli y Salomón y la criolla Josefa Villarino González, que se emparenta con Manuel Belgrano a través de sus madres.
Juan José  cursó sus primeros estudios con los jesuitas en el Real Colegio de San Carlos, lo cual sentó las bases de sus posteriores estudios religiosos en el Colegio Monserrat en Córdoba, que por mandato de herencia debía seguir hasta ordenarse sacerdote.
Allí fue compañero de estudios de otros hombres que influirían en la vida pública sudamericana, como Saturnino Rodríguez PeñaJuan José PasoManuel Alberti, Pedro y Mariano Medrano y el cuyano Juan Martínez de Rozas, entre otros.
Allí tomó contacto también con las obras de Voltaire y Diderot y, en especial, con el Contrato Social de Rousseau. Al finalizar esta etapa comenzó estudios universitarios de filosofía y teología. Al cumplir 21 años y morir su padre, abandonó la carrera sacerdotal por la cual no sentía una fuerte vocación y se dedicó a estudiar jurisprudencia.
Su madre quiso enviarlo a España con su primo Manuel, pero Castelli prefirió continuar sus estudios  en la Universidad de Chuquisaca (en la actual ciudad de Sucre), en donde conoció los ideales de la Revolución francesa, doctorándose en Derecho en 1788.
De regreso a Buenos Aires, se estableció como abogado, abriendo su estudio en la casa familiar. Representó a la Universidad de Córdoba en distintas causas, y a su tío Domingo Belgrano Peri (padre de Manuel), en causas comerciales vinculadas al monopolio.
Su relación con Saturnino Rodríguez Peña se extendió a su hermano, Nicolás Rodríguez Peña y a su socio Hipólito Vieytes. La casa de los Rodríguez Peña sería, posteriormente, la sede de reuniones frecuentes de los criollos revolucionarios.
Comenzó a interesarse en los problemas económicos, siendo, junto con Vieytes y Belgrano, uno de los primeros argentinos en promover la industria, la educación pública, la agricultura y el libre comercio en contra de los monopolios portuarios.
Luchó firmemente para terminar con la discriminación política, económica y también social peninsular que afectaba a los criollos. También fue uno de los primeros en creer que la independencia del poder español era la única solución.
Para ello consideró el apoyo británico como alternativa (aunque enfrentó junto a otros porteños las invasiones inglesas), y la coronación de Carlota Joaquina (hermana del rey español), en el Río de la Plata, entre otras posibilidades.
En 1794 llegó a Buenos Aires una copia de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, sancionada por la Revolución francesa, que circuló clandestinamente por el Virreinato del Río de la Plata y de la cual se nutrieron los pensadores del momento. 
Al mismo tiempo, también regresó Manuel Belgrano de sus estudios en Europa, con el cargo de Secretario perpetuo del Consulado de Comercio de Buenos Aires, y como los primos compartían ideas similares sobre el monopolio comercial español y los derechos de los criollos, fue más de una vez reemplazado por Castelli.
Se casó ese año, cuando cumplía 30, con María Rosa Lynch y tuvieron cinco hijos.
En 1801 fue uno de los fundadores de la Sociedad Patriótica, Literaria y Económica y se convirtió en colaborador de los primeros periódicos, como el Telégrafo Mercantil, Rural, Político, Económico e Historiógrafo del Río de la Plata, que fue el primer periódico porteño en difundir sus ideas progresistas.
En dicha publicación se mencionó por primera vez el concepto de patria y se habló de los habitantes como “argentinos”. Además de Castelli, Cabello y Belgrano, quien fuera el secretario de la publicación, trabajaron Manuel José de LavardénMiguel de Azcuénaga y el fray Cayetano Rodríguez.
A pesar del cierre del Telégrafo Mercantil por falta de apoyo económico, los criollos aún deseaban expresarse a través de un periódico, por lo que Vieytes fundó el Semanario de Agricultura, Industria y Comercio. Castelli, al igual que los otros miembros del grupo que se reunía en la casa de Rodríguez Peña, colaboró con el proyecto.
En dicho periódico se proponían ideas para la mejora técnica de la agricultura, la quita de las restricciones al comercio, el desarrollo de manufacturas, entre otras.
Castelli y su primo Belgrano, tal vez con una gran cuota de ingenuidad política, creían que si se acercaban a otra potencia como Inglaterra se podrían liberar a esta parte de América del yugo español, sin embargo no contaban que en la cabeza de los ingleses solo estaba invadir y apropiarse del comercio.
Intentos fallidos
Cuando se produce la Primera Invasión Inglesa en 1806 los criollos que habían realizado contactos con la corona británica, se dan cuenta que aquello implicaba que los ocupantes sólo aspiraban a anexar la ciudad al Reino Unido, lo cual hubiera significado cambiar una metrópoli por otra.
A pesar de ello, intentaron un último golpe de mano. Tras la reconquista de Buenos Aires lograda por Santiago de Liniers, Saturnino Rodríguez Peña ayudó a Beresford (el comandante inglés a cargo de la invasión), a fugarse, con el propósito de que este convenza al jefe de la nueva invasión de aplicar los proyectos de Burke (un doble espía inglés), y el venezolano Miranda.
La segunda invasión inglesa de 1807 sepultó las últimas esperanzas de los patriotas criollos en la estrategia de acercamiento a la corona inglesa en reemplazo de la española que impulsaba Miranda. Castelli, al igual que Belgrano, Martín Rodríguez, Domingo French y Antonio Beruti, combatió contra quienes poco antes consideraban sus posibles aliados.
Tras la exitosa defensa de la ciudad por los criollos, crecieron las disputas entre el francés Santiago de Liniers, nombrado como virrey interino, y el Cabildo de Buenos Aires, liderado por el español Martín de Álzaga.
Tanto Álzaga como Liniers representaban a facciones con intereses opuestos a la separación de la metrópoli: Álzaga y el Cabildo, a los comerciantes ligados con Cádiz, y Liniers a los funcionarios del poder monárquico. Aun así, ambos procuraban utilizar la creciente influencia criolla en su favor.
Álzaga se abstuvo de denunciar a Castelli y Rodríguez Peña como cómplices de la fuga de Beresford, y Liniers se apoyaba en las milicias criollas para contrarrestar la oposición de Álzaga y el Cabildo.
A fines de ese año tuvo lugar un acontecimiento que revolucionó la política española. Luego de invadir PortugalNapoleón Bonaparte ocupó también España. El rey Carlos IV de España abdicó en favor de su hijo Fernando VII, pero Napoleón los mantuvo cautivos y obligó a ambos a nombrar como rey de España a su hermano José Bonaparte.
Esta situación alentó a la infanta Carlota Joaquina de Borbón, la hermana del rey cautivo, a reclamar la regencia de las colonias americanas.
En este contexto, Juan José Castelli y Martín de Álzaga, cometiendo otro acto de ingenuidad política, conversaban la posibilidad de expulsar a Santiago de Liniers y constituir una Junta de gobierno propia, similar a las de la metrópoli.
Dicho proyecto no era compartido por la mayoría de los criollos ni por el jefe del Regimiento de Patricios, Cornelio Saavedra. Manuel Belgrano propuso como alternativa apoyar al “carlotismo, siguiendo los planes de la infanta Carlota, a lo cual adhirieron Castelli y varios de los criollos.
Belgrano, de ideas monárquicas constitucionales, sostenía que el proyecto “carlotista” sería la forma más práctica de lograr la emancipación de España en las circunstancias vividas.
El 20 de septiembre de 1808 Castelli redactó un documento dirigido a Carlota, con las firmas de Antonio Luis Beruti, Vieytes, Miguel Mariano de Villegas, Belgrano y Nicolás Rodríguez Peña.
Sin embargo, Carlota rechazó ese proyecto, que aspiraba a establecer una monarquía constitucional con ella a la cabeza, porque prefería una monarquía de tipo tradicional reservándose toda la cuota de poder.
Castelli se amparaba en la doctrina que sostenía que las tierras americanas eran una posesión personal del Rey de España pero no una colonia española. Dicho criterio ya existía de antaño, pero en el nuevo contexto Castelli argumentaba que ningún otro poder de España que no fuera el del rey legítimo, tenía autoridad sobre América.
Bajo estas premisas, Castelli sostuvo exitosamente que ofrecer la regencia a la hermana del rey cautivo, mientras no se negara la legitimidad de Fernando VII, no constituía un acto de traición sino un proyecto político legítimo que debía ser resuelto por los pueblos americanos sin intervención de los españoles.
En 1809 Álzaga reunió algunos batallones e intentó una revuelta para destituir a Liniers. Unos pocos criollos depositaron sus esperanzas independentistas en la misma, pero la mayoría se opuso, fieles a Liniers, ganaron la plaza y obligaron a las tropas complotadas a retirarse. Castelli en ese momento apoyó a Liniers y acusó a Álzaga de independentismo.
La aparente contradicción radica en que Álzaga no buscaba lo mismo que los criollos, el solo buscaba destituir al virrey que se oponía a sus intereses comerciales, pero manteniendo la supremacía social de los españoles peninsulares por sobre los criollos sin cambios.
Álzaga fue derrotado y el poder de los criollos aumentó. Álzaga fue desterrado a Carmen de Patagones, y las milicias españolas que intentaron la asonada fueron disueltas.
En julio arribó al Río de la Plata el nuevo Virrey, Baltasar Hidalgo de Cisneros, y los independentistas no se ponían de acuerdo sobre el curso a seguir.
La situación era compleja y la lentitud de las comunicaciones con la metrópoli en esa época no permitía arrimarse a la salida deseada.
Castelli hablaba de retomar la idea de Álzaga de crear una junta de gobierno pero no dirigida por españoles y Belgrano insistía con el plan “carlotista”, mientras que Rodríguez Peña proponía un golpe militar, con o sin Liniers a la cabeza.
Tantas propuestas no prosperaban y fue Saavedra, quien sostenía la necesidad de postergar las acciones, el que se impuso.
Los actos revolucionarios de mayo
Cuando llegó la noticia de la caída de la Junta de Sevilla en poder de los franceses, el grupo de Castelli y Belgrano dirigieron el proceso que desencadenó en la Revolución de Mayo en 1810.
Castelli y Cornelio Saavedra eran los líderes más notorios de esos días y en primer lugar descartaron el plan de Martín Rodríguez de expulsar al virrey Cisneros por la fuerza.
En principio Cornelio Saavedra le había negado a Cisneros el apoyo del Regimiento de Patricios, bajo la premisa de que al desaparecer la Junta de Sevilla que lo había nombrado como virrey, ya no poseía legitimidad para ejercer dicho cargo.
Luego de varias discusiones, se decidió demandar la realización de un cabildo abierto.
Castelli y Belgrano fueron los responsables de las negociaciones, sin embargo, aún hacía falta la autorización del propio Cisneros, para lo cual acudieron Castelli y Rodríguez a la sala del Fuerte de Buenos Aires.
Cisneros se exaltó por la presencia de Castelli y Rodríguez, que acudían sin cita y armados, pero estos reaccionaron con dureza y exigieron una contestación inmediata al pedido de cabildo abierto. Tras una breve conversación Cisneros accedió a que se realizara.
Cuando los criollos se estaban retirando, Cisneros consultó por su seguridad personal, a lo cual Castelli respondió: “Señor, la persona de Vuestra Excelencia y su familia están entre americanos, y esto debe tranquilizarlo”.
El cabildo abierto se celebró el 22 de mayo. En él se discutió si el virrey debía seguir o no en su cargo y en caso negativo quién lo debería reemplazar. El primero en opinar fue el obispo Benito Lué y Riega, quien sostuvo el principio de indivisibilidad que ya había propuesto Cisneros en su autorización a celebrar el cabildo abierto.
Castelli insistía con la idea de que, a falta de una autoridad legítima, la soberanía regresaba al pueblo y este debía gobernarse a sí mismo. Más adelante se impuso la idea de destituir al virrey, pero como Buenos Aires no tenía autoridad para decidir unilateralmente la nueva forma de gobierno, se elegiría a un gobierno provisorio, en tanto se solicitaban diputados a las demás ciudades para tomar la decisión definitiva.
Sin embargo, hubo diferencias sobre quién debía ejercer ese gobierno provisorio: algunos sostenían que debía hacerlo el Cabildo, y otros que debía elegirse una junta de gobierno. Para unificar criterios, Castelli se plegó a la propuesta de Saavedra de formar una junta, pero no contaba con la picardía española y una vez mas cayó en una ingenuidad.
Aunque se aprobó el cese de Cisneros como virrey, se conformó una Junta con Cisneros como presidente, quien de dicha forma conservaría el poder.
El grueso de los criollos rechazó el proyecto. No aceptaban que Cisneros permaneciera en el poder aunque fuera bajo otro título y desconfiaban de las intenciones de Saavedra.
Esa misma noche las reuniones eran agitadas en búsqueda de una rápida solución. La organización estableció dos frentes.
Por un lado la intelectualidad de los dirigentes criollos (entre los que se encontraban Domingo French, Feliciano Antonio ChiclanaEustoquio Díaz Vélez), reunidos en la casa de Rodríguez Peña para redactar una lista de integrantes para una junta de gobierno que se presentó el 25 de mayo, mientras que el otro frente de personalidades de “armas tomar” como French, Beruti, Donado y Aparicio ocuparon con gente armada la plaza y sus accesos.
La lista de consenso agrupaba a representantes de las distintas extracciones de la política local. Se informó finalmente a Cisneros que había dejado de mandar y que en su lugar asumía la Primera Junta presidida por Cornelio Saavedra, Mariano Moreno y Juan José Paso como Secretarios y Manuel Alberti, Miguel de Azcuénaga, Manuel Belgrano, Juan José Castelli, Juan Larrea y Domingo Mathéu, como Vocales. 
Castelli encabezó junto a Mariano Moreno las posturas más radicales de la Primera Junta, dispuestos a  tomar las medidas más extremas en favor de la revolución, sin embargo los “saavedristas” mas moderados, pero apoyados por el ejército y parte del clero (el Deán Funes en particular), iniciarían una lucha interna que terminaría con los “morenistas”.
Una de las primeras medidas de Castelli en la Junta fue la expulsión de Cisneros y los oidores de la Real Audiencia de Buenos Aires, que fueron embarcados rumbo a España con el pretexto de que sus vidas correrían peligro.
Los fusilamientos de Cabeza de Tigre
Al conocer las noticias del cambio de gobierno en Buenos Aires y la formación de la Primera Junta, el ex Virrey Santiago de Liniers preparó una contrarrevolución en la ciudad de Córdoba. 
Algún tiempo atrás Liniers, haciendo gala de su prosa, había dicho:
“Conceder demasiado a un pueblo es lo mismo que en la vida privada condescender a las voluntades desarregladas de un niño, que no teniendo mas que pedir, se enfurece porque no se le da la luna cuyo reflejo descubre en una tina de agua”
La Primera Junta envió al General Francisco Ortiz de Ocampo, acompañado por Vieytes como comisionado político de la Juna en el ejército, quien rápidamente desbarató a las milicias reunidas por Liniers y capturó a todos los cabecillas. 
Las órdenes iniciales eran remitirlos a Buenos Aires, pero tras su captura los miembros de la Junta decidieron condenarlos a muerte por traición a la revolución.
Dicha decisión se tomó en una resolución firmada por todos los integrantes de la Junta, excepto Manuel Alberti, que firmó sin avalar hechos de sangre debido a que, como sacerdote, no podía dar conformidad a la pena capital.
La medida no fue aceptada en Córdoba, y Francisco Ortiz de Ocampo y Feliciano Chiclana decidieron proseguir con las órdenes originales de remitir los prisioneros a la ciudad.
Moreno lleno de furia dijo: “pillaron nuestros hombres a los malvados, pero respetaron sus galones y cagándose en las estrechísimas órdenes de la Junta nos los remiten presos a esta ciudad…veo vacilante nuestra fortuna por este solo hecho”
La Junta ratificó la orden y Castelli fue comisionado en reemplazo de Vieytes para cumplir la ejecución que el General Ortiz de Ocampo no había obedecido.
Mariano Moreno le dijo: “Vaya usted, Castelli, y espero que no incurrirá en la misma debilidad que nuestro general; si todavía no cumpliese la determinación, irá Larrea, y por último iré yo mismo si fuese necesario”.
Ortiz de Ocampo fue apartado de su cargo y a Chiclana lo enviaron de Gobernador a Salta. Entre sus colaboradores para la misión a Córdoba, Castelli eligió a Nicolás Rodríguez Peña como secretario, a su amigo Diego Paroissien como médico de campaña (luego médico de San Martín en la campaña de Los Andes), y a Domingo French como jefe de escolta.
Apenas encontró a los reos a la altura de Cabeza de Tigre (muy ceca de la localidad de Cruz Alta, límite entre las actuales Santa FeCórdoba), ordenó y presidió el fusilamiento de los subversivos (el Gobernador cordobés Juan Gutiérrez de la Concha, el ex Virrey Santiago de Liniers, el ex Gobernador Santiago Alejo de Allende, el asesor Victorino Rodríguez y el contador Moreno). Domingo French fue el encargado de ejecutar la sentencia.
Representante de la Junta en el Ejército Expedicionario al Alto Perú
Tras fusilar a Liniers y a los otros contra revolucionarios cordobeses, Castelli regresó brevemente a Buenos Aires y se reunió secretamente con Moreno. Este lo felicitó por su proceder y lo nombró representante de la Junta, con plenos poderes para dirigir las operaciones en las provincias del Alto Perú (hoy Bolivia).
También le dio una serie de instrucciones “reservadas”. Entre ellas poner las administraciones en manos patriotas, ganarse el favor de los indios, y “arcabucear” al Gobernador de Chuquisaca (Vicente Nieto), al Gobernador de Potosí (Francisco de Paula Sanz), al General José Manuel de Goyeneche y al obispo de La Paz (Remigio La Santa y Ortega).
Se le encargó asimismo rescatar y sumar al Ejército Auxiliar a los soldados patricios y arribeños, quienes bajo el mando del oficial español Vicente Nieto, habían partido en 1809 de Buenos Aires y reprimido la Revolución patriota de Chuquisaca y la Paz.
Desconfiando de dichos soldados, Nieto los había desarmado y enviado como prisioneros a Potosí, bajo el control de Francisco de Paula Sanz. Más de un tercio de dichos soldados habían muerto al mes de trabajar en la mina.
Castelli partió al frente de aquel ejército de la patria con lo poco que había, con el pobrerío que lo seguía y con una revolución por hacer. Asumió el mando político de la Primera expedición auxiliadora al Alto Perú, y reemplazó a Ortiz de Ocampo por el Coronel Antonio González Balcarce.
No fue bien recibido en Córdoba, en donde los fusilados eran personajes populares, pero sí en San Miguel de Tucumán. En Salta, pese a ser bien aceptado, tuvo dificultades para obtener tropas, mulas, víveres, dinero o artillería.
Estando en Salta recibió noticias de que Cochabamba había adherido al movimiento patriótico, aunque enfrentando fuerzas realistas provenientes de La Paz. Tenía también en su poder una carta de Nieto interceptada para Gutiérrez de la Concha, ya fusilado, donde relataba que un ejército realista dirigido por Goyeneche avanzaba sobre Jujuy.
Balcarce, ya en la Villa Imperial de Potosí, fue derrotado por las fuerzas de Nieto en Batalla de Cotagaita, lo que motivó a Castelli a enviar doscientos hombres y dos cañones a marchas forzadas para reforzarlos.
Con dicha guarnición Balcarce logró la victoria en la batalla de Suipacha, el 7 de noviembre de 1810, primer triunfo de las fuerzas revolucionarias argentinas, que les permitió controlar todo el Alto Perú sin oposición. Hasta ese momento todo ese territorio se podía considerar parte de la patria en nacimiento.
En Potosí, uno de los sitios más prósperos del Alto Perú, un cabildo abierto reclamó a José Manuel Goyeneche que se retirase del territorio, a lo cual debió acceder ya que no contaba con las fuerzas suficientes para imponerse. El obispo de La Paz, Remigio La Santa y Ortega, huyó junto a él.
Castelli fue recibido en Potosí, en donde exigió a la Junta un juramento de obediencia al nuevo gobierno patrio y la entrega de Francisco de Paula Sanz y del Mayor General José de Córdoba.
Para capturar a Vicente Nieto decidió que la operación fuese llevada a cabo exclusivamente por los patricios sobrevivientes de las minas del Potosí, que habían sido incorporados con honores al ejército patriota.
Nieto y Francisco de Paula Sanz,  que  pretendía huir con 300.000 pesos en pasta de oro y plata pertenecientes a los caudales públicos, fueron capturados al igual que Córdoba, y el día 15, en la Plaza Mayor de la villa, cumpliendo las órdenes de Moreno, fueron ejecutados
Por su parte, Goyeneche y el obispo paceño también fueron condenados legalmente, pero la sentencia no llegó a ejecutarse ya que se encontraban a salvo en tierras realistas. 
Bernardo Monteagudo, preso en la Real Cárcel de la Corte de Chuquisaca por su participación en la fracasada revolución de 1809, se enteró del acercamiento del ejército y logró fugarse para poder unirse a sus filas. Castelli, que ya conocía los antecedentes de Monteagudo, no dudó en nombrarlo su secretario. 

La revolución indigenista

Castelli abandonó Potosí el 25 de diciembre de 1810 para marchar hacia Chuquisaca, donde instaló su gobierno. Hacía 22 años había partido de allí con su título de abogado.

La ciudad universitaria estaba muy cambiada. Él seguía siendo el mismo. Ahora era el delegado de la Junta al que el Cabildo tenía preparados grandes agasajos y le había dispensado un lujoso hospedaje, pero prefirió alojarse por su cuenta en un humilde hostal que conocía de sus años de estudiante.

Se le ofreció un Te Deum en la catedral. Castelli había acordado que estaría sentado en el centro de la iglesia acompañado por su lugarteniente Balcarce, pero la silla para este no apareció. Mandó averiguar qué había ocurrido y pudo saber que un miembro de la Audiencia había ordenado no rendirle el homenaje debido al representante de la Junta y su jefe militar.

La ira de Castelli no se hizo esperar. Ordenó que la Audiencia en pleno le presentase sus excusas a Balcarce y lo nombrara presidente honorario de la corporación “para que aquellos que no quisieron verlo en la catedral tengan que verlo ahora presidiendo la Audiencia”.
Castelli presidió el cambio de régimen en todo el Alto Perú. Proyectó la reorganización de la Casa de Moneda de Potosí, planeó la reforma de la Universidad de Charcas y proclamó el fin de la servidumbre indígena en el Alto Perú, anulando el tutelaje y otorgándoles calidad de vecinos y derechos políticos iguales a los de los criollos.
También prohibió que se establecieran nuevos conventos o parroquias, para evitar la práctica frecuente de que, bajo la excusa de difundir la doctrina cristiana, los indios fueran sometidos a servidumbre por las órdenes religiosas, encontrando siempre eco en el pensamiento anticlerical de Monteagudo.
El decreto fue publicado en españolguaraníquechua y aimara. También se abrieron varias escuelas bilingües.
Había mucho por hacer. Una de sus primeras ocupaciones fue la puesta en marcha de una legislación de avanzada que le devolvía las libertades y las propiedades usurpadas a los habitantes originarios.
Su acción de gobierno tuvo como eje conductor:
·   La emancipación de los pueblos
·   El libre avecinamiento
·   La libertad de comercio
·   El reparto de las tierras expropiadas a los enemigos de la revolución      entre los trabajadores de los obrajes
·   La anulación total del tributo indígena
·   La suspensión de las prestaciones personales
·  La equiparación legítima de los indígenas con los criollos y los declaró  aptos para ocupar todos los cargos del Estado
·  La traducción al quechua y al aimara los principales decretos de la         Junta
·  La apertura de escuelas bilingües: quechua-español, aimara-español
·  La remoción de todos los funcionarios españoles de sus puestos,            fusilando a algunos, deportando a otros y encarcelando al resto
Las medidas eran claramente revolucionarias y no tardarían en desatar la furia de los ricos, ya sean criollos o españoles, beneficiarios del sistema de explotación del indígena.

Festejó el primer aniversario de la patria el 25 de mayo de 1811 en Tiahuanaco con los caciques indios, donde rindió homenaje a los antiguos incas, incitando a los pobladores a revelarse en contra de los españoles. Les anunció la expropiación de las tierras que estaban en manos de los enemigos de la revolución y su devolución a las comunidades, sus legítimos dueños:

“Los esfuerzos del gobierno se han dirigido a buscar la felicidad de todas las clases, entre las que se encuentra la de los naturales de este distrito, por tantos años mirados con abandono, oprimidos y defraudados en sus derechos y hasta excluidos de la mísera condición de hombres”.
 “…que los indios son y deben ser reputados con igual opción que los demás habitantes nacionales a todos los cargos, empleos, destino y honores y distinciones por la igualdad de derechos de ciudadanos, sin otra diferencia que la que presta el mérito y la aptitud […] reformar los abusos introducidos en prejuicio de los indios, aunque sean con el título de culto divino, promoviendo su beneficio en todos los ramos y con particularidad sobre repartimientos de tierras, estableciendo escuelas en sus pueblos y excepción de carga o imposición indebidas…
A su vez promovió mecanismos de democratización interna, otorgándoles derechos políticos como la libre elección de los caciques por parte de sus comunidades, eliminando los privilegios de propiedad o de sangre que gozaban sus jefes comunales.
… Y estando enterado por suficientes informes que tengo tomados de la mala versación de los caciques por no ser electos con el conocimiento general y espontáneo de sus respectivas comunidades y demás indios […] mando que en lo sucesivo todos los caciques sin exclusión de los propietarios o de sangre no sean admitidos sin el previo consentimiento de las comunidades, parcialidades o aíllos que deberán proceder a elegirlos con conocimiento de sus jueces territoriales por votación conforme a las reglas generales que rigen en estos casos…
Y concluyó: “Yo por lo menos no reconozco en el Virrey ni en sus secuaces representación alguna para negociar la suerte de unos pueblos cuyo destino no depende sino de su libre consentimiento, y por esto me creo obligado a conjurar a esas provincias para que en uso de sus naturales derechos expongan su voluntad y decidan libremente el partido que toman en este asunto que tanto interesa a todo americano”.

A pesar del acogimiento recibido, Castelli era consciente de que la mayor parte de la aristocracia lo apoyaba debido al temor que les provocaba el Ejército Auxiliar, más que por un auténtico apoyo a la causa de Mayo.
Las órdenes recibidas de la Junta fueron ocupar con criollos todos los cargos de importancia y quebrar la alianza entre la élite criolla y la española.
Entre otras, se le ordenaba que “no quede un solo europeo, militar o paisano, que haya tomado las armas contra la capital”.
En noviembre de 1810 envió a la Junta un plan: cruzar el río Desaguadero (frontera entre el Virreinato del Río de la Plata y el Virreinato del Perú), y tomar el control de las intendencias peruanas de PunoCuzco y Arequipa.
Castelli sostenía que era urgente sublevarlas contra Lima, la capital del virreinato peruano, ya que su economía dependía en gran medida de dichos distritos y si perdía su poder sobre ellos, el principal baluarte realista se vería amenazado.
El plan fue rechazado por el influyente (hasta ese momento), Mariano Moreno por considerárselo demasiado temerario y se le requirió a Castelli atenerse a las órdenes originales: no cruzar el Desaguadero. Castelli obedeció lo ordenado.
En diciembre envió a 53 españoles al destierro en Salta, acusados de boicotear la revolución y sometió la decisión a aprobación de la Junta.
El vocal de origen español Domingo Matheu, que tenía tratos comerciales con algunos de los españoles desterrados, gestionó la anulación del acto, aduciendo que Castelli habría actuado influido por calumnias y acusaciones infundadas y manifestando:
“Siento que por cuatro borrachones se tratase de descomponer una obra tan grande como la que tenemos para coronar”
En Buenos Aires, sin embargo, las cosas habían cambiado y mucho. Saavedra y el Deán Funes con la maniobra de la incorporación de los diputados a la Junta habían logrado dos objetivos largamente acariciados: dejar en absoluta minoría al “morenismo” y provocar la renuncia de Mariano Moreno.
A pesar de todo Castelli no dejaba de proyectar, de soñar una utopía compartida, y escribió por aquellos días oscuros: 
“Nuestro destino es ser libres o no existir, y mi invariable resolución sacrificar la vida por nuestra independencia. Toda la América del Sur no formará en adelante sino una numerosa familia que por medio de la fraternidad pueda igualar a las respetadas naciones del mundo antiguo”. 
El apoyo a Castelli comenzaba a disminuir en la población realista y criolla adinerada, principalmente por el buen trato dado a los indios y la actitud hostil que el secretario de Castelli, Bernardo Monteagudo, tenía hacia la Iglesia por su postura contraria a la independencia, actitud que Castelli también hizo manifiesta en el Alto Perú.
Por su parte, en Buenos Aires, Moreno ya había sido alejado de la Primera Junta que, con la incorporación de los diputados del interior, se transformó en la denominada Junta Grande.
Sin que Castelli estuviera en Buenos Aires para mediar entre ellos, las disputas entre “morenistas” y “saavedristas” habían recrudecido. La Junta le reclamaba a Castelli que moderara sus acciones, pero este siguió adelante con las posturas que compartía con Moreno.
Varios oficiales “saavedristas” planearon secuestrar a Castelli y también a Balcarce, remitirlos a Buenos Aires para juzgarlos y otorgar el mando del Ejército del Norte a Juan José Viamonte, pero el propio Viamonte no se prestó a dicho plan cuando le fue informado por los complotados y no llegó a ejecutarse.
Castelli les escribió a Vieytes, Rodríguez Peña, Juan Larrea y Miguel de Azcuénaga solicitándoles que viajasen al Alto Perú y que, luego de derrotar al General Goyeneche, marcharían sobre Buenos Aires. La carta enviada por el servicio de postas fue interceptada por el jefe de correos de Córdoba, José de Paz, que la envió a Saavedra.
Huaqui (o Guaqui), y el principio del fin
Mientras tanto, la junta “saavedrista” enviaba a su representante órdenes absurdas sin precedentes en la historia militar, que tenían como único objetivo la desmovilización y la derrota de un ejército considerado peligroso para los intereses de Buenos Aires, como la siguiente: “se le prohíbe empeñar combate alguno al ejército auxiliador del Perú sin tener la seguridad del éxito”.

Castelli obedeció mientras Manuel de Goyeneche no atacase y procuró convertir la situación en un acuerdo formal, lo cual implicaría el reconocimiento de la Junta como un interlocutor legítimo.
Goyeneche aceptó firmar un armisticio por 40 días, hasta que Lima se expidiera y utilizó ese tiempo para reforzarse. El 19 de junio, con dicha tregua aún en vigencia, una avanzada realista atacó y derrotó a las posiciones patriotas en Juraicoragua (también llamada batalla del Desaguadero). Castelli declaró roto el armisticio.

El ejército de Goyeneche cruzó el río Desaguadero el 20 de junio de 1811. El Ejército Auxiliar aguardaba cerca de Huaqui, entre la pampa de Azapanal y el lago Titicaca.
El flanco izquierdo patriota, comandado por Eustoquio Díaz Vélez, afrontó el grueso de las fuerzas realistas, mientras que el centro fue arrollado por los soldados de Pío Tristán.
Viamonte no envió refuerzos. Muchos soldados patriotas reclutados en el Alto Perú se rindieron o huyeron y otros de los reclutados en La Paz cambiaron de bando en plena batalla.
Aunque las bajas del Ejército Auxiliar no fueron sustanciales, este se dejó ganar por el terror y se desbandó. Los habitantes del Alto Perú abandonaron a los revolucionarios y abrieron las puertas de sus ciudades a los realistas, de modo que el ejército tuvo que abandonar rápidamente las provincias altoperuanas, y con esta acción la revolución perdía el Alto Perú y quedaba expuesta a la invasión de Goyeneche.
Si la persecución no fue un desastre y los invasores no atacaron rápidamente las provincias del Río de la Plata, fue por la heroica resistencia de Cochabamba.
Castelli llegó hasta la Posta de Quirbe el 26 de agosto de 1811, y allí recibió órdenes de bajar hacia Buenos Aires para su enjuiciamiento por la pérdida de la batalla, sin embargo, cuando se enteró de tales órdenes, ya habían sido reemplazadas por otras: Castelli debía quedar confinado en Catamarca, mientras el propio Saavedra se haría cargo del ejército.
Pero poco después de abandonar Buenos Aires, Saavedra fue depuesto en su cargo y confinado a San Juan mientras el Primer Triunvirato asumía el gobierno, reemplazando a la Junta Grande.
El Primer Triunvirato fue establecido a fin de volver a las tendencias centralistas de la Primera Junta. Sus miembros fueron en un comienzo de la gestión por Feliciano Antonio ChiclanaManuel de Sarratea y Juan José Paso.
Castelli fue nuevamente requerido en Buenos Aires.
Una vez en Buenos Aires, quedó en una situación de soledad política. El Triunvirato y el periódico la Gaceta de Buenos Aires lo acusaban de la derrota en Huaqui y buscaron realizar un castigo ejemplificador, mientras que el antiguo partido de la independencia se encontraba dividido entre quienes se habían unido a las corrientes del Triunvirato y quienes ya no gozaban de poder efectivo.
El juicio a Castelli tardó en iniciarse, por lo que en enero de 1812 reclamó que se realizara con rapidez. “Yo no huyo del juicio; antes bien sabe V.E. que lo reclamé, bien cierto de que no tengo crimen”.  
Dos semanas después recusó al juez Echeverría, antiguo abogado de Liniers. Habían pasado muchas cosas en esos cortos 2 años desde su partida.
El 14 de febrero comenzaron las declaraciones de los testigos. Ni uno sólo de ellos testimonió contra Castelli y muchos elogiaron su patriotismo, a pesar de las capciosas preguntas de los fiscales que apuntaban a cuestiones tan “patrióticas” como saber si Castelli le había faltado el respeto al rey español Fernando VII y a la religión católica, o si Castelli había tenido encuentro con mujeres.
Por ese entonces supo que padecía un cáncer de lengua, que le dificultaba progresivamente el habla.
El proceso no dejaba en claro si era un juicio político o un juicio militar, ni cuál era la acusación exacta. Las preguntas formuladas no analizaban sólo su responsabilidad en la derrota de Huaqui, sino también otros temas de índole personal
Bernardo de Monteagudo fue el principal defensor de Castelli. Nicolás Rodríguez Peña también lo defendió en un alegato memorable.
“Castelli no era feroz ni cruel. Castelli obraba así porque así estábamos comprometidos a obrar todos. Cualquier otro, debiéndole a la patria lo que nos habíamos comprometido a darle, habría obrado como él... Repróchennos ustedes que no han pasado por las mismas necesidades...”
"Que fuimos crueles. ¡Vaya con el cargo! Mientras tanto, ahí tienen ustedes una patria que no está ya en el compromiso de serlo. La salvamos como creímos que había que salvarla... nosotros no vimos ni creímos que con otros medios fuéramos capaces de hacer lo que hicimos”.
“Arrójennos la culpa a la cara y gocen los resultados... nosotros seremos los verdugos, sean ustedes los hombres libres.
Afectado por ese cáncer de lengua, Castelli falleció el 12 de octubre de 1812, con solo 48 años, con el juicio aún abierto. Momentos antes de su deceso pidió papel y lápiz, y escribió
“Si ves al futuro, dile que no venga”.

En alguna oportunidad dijo:
“La muerte será la mayor recompensa de mis fatigas, cuando haya visto ya expirar a todos los enemigos de mi patria, porque entonces nada tendrá que desear mi corazón, y mi esperanza quedará en una eterna apatía, al ver asegurada para siempre la libertad del Pueblo Americano”.
Tuvo un pequeño y modesto entierro en la iglesia de San Ignacio, en la ciudad de Buenos Aires, sin honras oficiales.
Tras su muerte, su viuda, María Rosa Lynch debió vender su chacra para pagar deudas y pasó años reclamando los sueldos impagos a su difunto esposo. Dicha suma ascendía a 3.378 pesos, que se terminaron de pagar 13 años después. Como tantas otras, la causa abierta en su contra jamás fue sentenciada.

Bibliografía

FRADKIN, R. y GARAVAGLIA, J.C. (2009). Las Argentina Colonial. Siglo XXI Editores. Buenos Aires. 280 p.

PIGNA, F. (2011). Los mitos de la historia argentina 1. Booket. Buenos Aires, 432 p.

ROSA, J.M. (1972). Historia Argentina. Tomo II. La Revolución. Editorial Oriente S.A. Buenos Aires, 403 p.

WIKIPEDIA (2018) Juan José Castelli. https://es.wikipedia.org/wiki/







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