No se sabe con
precisión cuando llegaron las primeras vacas a nuestro actual territorio ni
como fue que este cuadrúpedo, tan venerado sobre la parrilla, se multiplicó en
la riqueza de las pampas.
A pesar de esto
alcanzaron notoriedad no solo en la economía de los pueblos liroraleños y
pampeanos, sino que también fueron protagonistas de “grietas” entre provincias.
El “derecho a
vaquear” entregado a los “accioneros” por los Cabildos provinciales autorizaban
(como en un coto de caza), a matar determinado número de ganado cimarrón, pero
no hacían referencia a donde debían hacerlo y cuales eran los límites
territoriales.
Esto trajo muchos
dolores de cabezas a los futuros caudillos provinciales que reivindicaban sus
espacios en función de donde se había “vaqueado” tradicionalmente.
Muchos años después,
este derecho tuvo valor jurídico, y nuestras provincias se delimitaron por
“culpa” de las vacas.
La llegada
Cuando los
“conquistadores” españoles llegaron a América, no existían en el nuevo
continente animales domésticos de la mayoría de las especies producidas
actualmente.
Los incas habían
domesticado la llama, algo la alpaca y aprovechaban la vicuña, mientras que los
aztecas tenían en estado muy primitivo la domesticación de los pavos. No había
en el continente bovinos, ovinos ni equinos.
La primera
introducción de animales domésticos, entre ellos vacunos, la efectuó Colón en
su segundo viaje en 1493, los cuales
fueron desembarcados en la isla de Santo Domingo y de allí pasaron a las demás
islas de las Antillas y luego a América Central y México.
Desde allí se
difundieron hacia el norte, en lo que es hoy Estados Unidos, y hacia el sur,
por el Pacífico, hacia el Perú, país donde se estableció el segundo puesto
multiplicador de ganado, y desde donde pasan a Chile.
Pedro
de Mendoza habría traído alrededor de 70 yeguarizos en 1536, y la naturaleza favorable hizo el resto. Fue en realidad Domingo Martínez de Irala el que llevó caballos que
quedaron en libertad al abandonar Irala la ciudad, dando lugar a los
cimarrones, o ganado sin dueño.
El Virreinato de la Plata habría recibido vacunos por primera vez en 1549, cuando Juan Núñez de Prado
introduce desde Potosí vacas y ovejas directamente a Tucumán. Por otro lado, en
1551, Francisco de Aguirre introduce
toda su hacienda atravesando la cordillera de los Andes a la altura de La Serena
y con destino a Tucumán y Santiago del Estero.
Los primeros vacunos
que llegan al Paraguay lo hacen a través del sur del Brasil, con la expedición
en 1555. En 1557 el conquistador Pérez de Zurita introduce desde Chile una
tropa de bovinos hasta Santiago del Estero.
Posteriormente, en 1570, Felipe de Cáceres lleva desde el
Alto Perú 4.000 vacunos y otros animales a Asunción del Paraguay.
De estos tres
centros, Perú, Chile y Paraguay, y directamente por el Río de La Plata, se
introduce el ganado bovino en el actual territorio argentino.
Desde el Alto Perú,
el adelantado Juan Torres de Vera y Aragón introduce bovinos en 1587, distribuyéndolos entre distintas
ciudades fundadas. Cuando Juan de Garay, proveniente del Paraguay, funda Buenos
Aires por segunda vez, trae por arreo 500 vacunos.
En los arreos que
efectuaban los conquistadores, no era raro que se perdieran algunos animales, y
otras veces se alzaban desde las mismas chacras. Estos animales, favorecidos
por los buenos pastos y aguadas, se adaptaron a las distintas zonas de nuestro
territorio, dando origen al ganado criollo, que se multiplicó en forma
extraordinaria.
Las vaquerías
Los 60 años de
sucesivas reproducciones en campos fértiles dio lugar a una inmensa cantidad de
ganado cimarrón.
La cacería de vacunos
o vaquerías queda prácticamente fundada legítimamente cuando en 1596 las autoridades de Asunción, por
entonces capital de la Gobernación, declararon que los ganados
"silvestres" de los alrededores de Buenos Aires debían ser
considerados de propiedad de los conquistadores que los "pillasen",
puesto que éstos eran herederos de los expedicionarios que los habían introducido
a sus expensas.
Ya había antecedentes
desde 1594 en Buenos Aires y otros tantos de cacería clandestina no regulada
por los organismos del estado.
En 1609, el Cabildo de Buenos Aires
autorizó a diversos peticionantes (luego llamados accioneros), a sacrificar una
cierta cantidad de bovinos cimarrones.
El derecho a vaquear,
como en un coto de caza, tenía límites en número (de 30 a 150 animales por
accionero), y en fecha (de enero a julio), pero no fijaba límites geográficos.
Durante los siglos
XVII y XVIII las vaquerías fueron la forma principal de explotación de los
bovinos, y prácticamente, única explotación de nuestros campos, ya que no se
efectuaba agricultura sino en escala muy reducida.
Las vaquerías no eran
otra cosa que arreos y matanza de vacunos, del que solamente se aprovechaban
los cueros y el sebo, dejando el resto a las aves carroñeras y a los perros
cimarrones, los que ya por ese entonces eran verdaderos depredadores de la
ganadería.
Las corambres (conjunto de cueros curtidos o sin curtir),
para las exportaciones marcaban el límite en la cantidad de animales a cazar,
pero al existir contrabando de cueros los números se fueron desdibujando y los
cimarrones fueron desapareciendo de los ricos territorios.
Formando una tropa de hombres a caballo, se dirigían hacia donde sabían
que se encontraban reunidas las grandes manadas de reses y, llegados al lugar,
rodeaban el ganado hasta detenerlo en un punto propicio para lo que vendría y
se formaba allí el rodeo, que cubría una gran extensión de la campaña.
Esta práctica fue
heredada de los españoles que desjarretaban los toros de lidia cuando era
necesario.
Debido a que la
propiedad no tenía límites precisos, el ganado cimarrón deambulaba en procura
de mejores pastos y solo contenido por obstáculos naturales.
De esta situación
surgió el rodeo, por el que los propietarios del ganado hacían el recuento y
separación de sus animales de los del vecino, tarea que muchas veces provocaba
confusiones, disputas y pleitos que preocuparon seriamente a las autoridades.
Principio de solución
fue la marca a fuego en el cuero de los animales. La primera registrada en los
archivos del Cabildo de Buenos Aires fue la de Francisco Salas Vidella, con lo
que se oficializó el procedimiento el 19 de mayo de 1589.
Establecida la
propiedad del ganado con la marca a fuego, comenzó a preocupar el problema de
la posesión de las tierras en que pastaban los rodeos. En diciembre de 1608 el Cabildo de Buenos Aires
procedió al examen de los registros y documentos de la ciudad, tras lo que se
harían los trabajos de medición y amojonamiento de las propiedades.
El veloz y constante
incremento de la ganadería originó abundantes transacciones comerciales por
compra, venta y permuta de campos, mientras el ganado luchaba en las pampas con
sus más viejos y tenaces enemigos: los indios, los perros cimarrones
(exterminados en 1860), las vaquerías y los gauderios (campesinos nómades del
sur de Brasil).
Los cuerpos
municipales daban “acciones” a los vecinos hacendados sobre el cimarrón
disponible, es decir, que por lo general eran aquellos propietarios rurales que
tenían ganados en el momento de la dispersión los que gozaban del acceso al
usufructo del recurso en cuestión.
Dichos vecinos, los
accioneros, fueron representados a partir de 1609 por el ayuntamiento, que corrió con la legitimación de sus
títulos, la autorización de las expediciones de caza o vaquerías y la venta de
cueros en las embarcaciones que se presentaban en el puerto. Los cimarrones se
convirtieron, en suma, en un bien de administración comunal, pero de propiedad
individual.
En 1614 los mercaderes portugueses tomaron
buena parte del manejo de los cabildos, y fueron ellos los que financiaban la
costosa operación de vaquear que ocupaba gran cantidad de hombres y carretas
necesarias por un largo tiempo.
Dependiendo de la época, los aborígenes tomaban libremente de
sus tierras o se los robaban a los españoles en sus malones, utilizando el
caballo para sus movimientos y sus negocios.
Los indios araucanos
provenientes de Chile, luego de someter a las tribus que lo habitaban, formaron
el Imperio de las Salinas Grandes, y con sus malones contra las nacientes
poblaciones que llegaban ya hasta el Río Negro, Mendoza y el sur del antiguo
Tucumán, robaban los ganados que encontraban a su paso.
Los malones, tan denostados como táctica de guerra, se entendían como
una incursión sorpresiva que evitaba el contacto abierto y la batalla plena. El
arreo de ganado y la trata de cautivas se utilizaban generalmente como un modo
de forzar negociaciones o hacer cumplir los pactos.
Si no hubiesen conocido el ganado bovino y equino, quizás
tampoco se hubiesen “apropiado” de las
salinas, y logrados grandes negocios desde el monopolio de la sal, utilizada
años mas tarde para la conservación de la carne.
La desaparición paulatina del ganado cimarrón dio lugar a
regulaciones en la entrega de los derechos de vaquerías que se fueron
suspendiendo por 6, 4 y 2 años en función de la “demanda” de cueros
Entre 1710 y 1740 las agresiones de los aborígenes
chaqueños al campesinado fronterizo era moneda corriente. Hacia el sur, las
actuales provincias de Córdoba, Santa Fe y Buenos Aires luchaban por sus
derechos de “vaquerías”, sin embargo ya entre 1700 y 1730 este iba desapareciendo,
por aquella práctica y la captura indígena.
La extinción del ganado cimarrón cambió los hábitos de los
aborígenes fronterizos que “ya no lo
arriaban desde las pampas, lo cuatrereaban de las estancias cercanas”.
Una cuestión de
límites
Los límites de nuestra provincias en formación fueron motivo
de grandes controversias y acciones judiciales (…lo son hasta nuestros días),
particularmente lo fueron en aquellos ambientes agro ganaderos ricos, como
fueron (y son), Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba.
Las
vaquerías “autorizadas” por los Cabildos provinciales generaron serios
conflictos por superposición de las jurisdicciones, porque no limitaban el
territorio sino la cantidad de animales a “vaquear”. Fueron en definitiva los
“cotos de caza” de las vacas las que sirvieron como argumento para fijar
límites provinciales.
Numerosos
conflictos interprovinciales, incluyendo los límites entre Santa Fe y Santiago
del Estero, fueron resueltos en los años siguientes a las vaquerías, citando
los derechos a estas como antecedente jurídico válido.
Dijo Aristóbulo del
Valle en 1881 en un informe a la Suprema Corte de Justicia respecto a los
límites entre Santa Fe, Córdoba y Buenos Aires, en relación a hechos de 1676:
“En la relación de este expediente necesito referirme un
asunto que primera vista parecer extraño esta cuestión, pero en seguida se ve
como se liga con la interesante discusión sobre límites de que nos ocupamos”.
“Las vacas y
caballos introducidos por los conquistadores en esta parte de América,
multiplicaronse de manera tan sorprendente, que desde entonces debió preverse
cual sería en el futuro la industria y principal riqueza del Rio de la Plata.
Los alrededores de Buenos Aires, Santa Fe y San Juan de Vera (Corrientes),
comenzaron poblarse con innumerables ganados y con ellos fueron extendiéndose
sus estancias y poblaciones rurales, mas bien dicho sus rancherías, como se las
llamaba entonces atinadamente”.
“Por desgracia, la
mayor parte de los esclavos que cuidaban las haciendas en Buenos Aires, fueron
víctimas de desconocida y olvidada epidemia en el ano de 1651, y los ganados
que se encontraron sin guardadores, huyeron de las estancias y se alzaron,
alejándose hacia el desierto, donde continuaron sus procreos”.
“La propiedad de
las haciendas, aunque confundida, no se perdió. Formose una lista de las
personas que habían sido dueños de ganados, y quedó legalmente establecido que
las vacas alzadas y sus crías continuaban perteneciéndoles, y se les reconoció
el derecho exclusivo de practicar “vaquerías”, esto es, de matar vacas para
beneficiar la grasa, el sebo y la piel. Llamáronse estos propietarios
accioneros y correspondió al Cabildo de Buenos Aires otorgar el permiso
necesario para vaquear, determinando el número de animales que cada accionero
podía beneficiar”.
“Las haciendas
alzadas, esparciéndose en las campañas despobladas, se acercaron los
territorios del Tucumán, y los vecinos de Córdoba comenzaron vaquear
ilícitamente, unas veces con permiso de su Gobernador y otras sin él”.
“La ciudad de
Buenos Aires reclamó, y se hizo justicia en varias ocasiones por su propia
mano, aprehendió y juzgó vecinos de Córdoba y por último, ocurrió a la Corte de
España y gano varias cédulas reales, en que se reconocía su derecho y el de sus
accioneros, con la declaración de que la ciudad de Córdoba no había tenido
nunca otro ganado que las mulas que trajeron del Perú sus pobladores, y que en
consecuencia, no podía pretender derecho alguno las vacas alzadas.
Hoy la Provincia de Buenos Aires limita con la Provincia de Santa Fe por el único
límite natural está dado por la vaguada del curso de agua llamado Arroyo del Medio. Poco
antes de llegar a las nacientes del mencionado Arroyo del Medio el límite pasa
a ser geodésico, determinado por una diagonal que corre desde los 33°41′45″S 60°59′50″O hasta
34°23′S 61°41′O y
luego el límite corre por el paralelo 34º 23' S.
Con
la Provincia de Córdoba los
límites están dados por el paralelo 34º 23' S hasta 34°23′S 63°23′O,
luego por el meridiano 63º 23' O.
El
límite con la Provincia de La Pampa es en su
totalidad el meridiano 63º 23' O (en 1884 llamado
"meridiano 5º de Buenos Aires", tomando como meridiano 0 al del
observatorio de la ciudad de La Plata).
Antes de los
geógrafos y agrimensores, ya las vacas servían para marcar territorio.
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https://www.elterritorio.com.ar/
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