domingo, 30 de diciembre de 2018

Vacas para delimitar provincias



No se sabe con precisión cuando llegaron las primeras vacas a nuestro actual territorio ni como fue que este cuadrúpedo, tan venerado sobre la parrilla, se multiplicó en la riqueza de las pampas.

A pesar de esto alcanzaron notoriedad no solo en la economía de los pueblos liroraleños y pampeanos, sino que también fueron protagonistas de “grietas” entre provincias.

El “derecho a vaquear” entregado a los “accioneros” por los Cabildos provinciales autorizaban (como en un coto de caza), a matar determinado número de ganado cimarrón, pero no hacían referencia a donde debían hacerlo y cuales eran los límites territoriales.

Esto trajo muchos dolores de cabezas a los futuros caudillos provinciales que reivindicaban sus espacios en función de donde se había “vaqueado” tradicionalmente.

Muchos años después, este derecho tuvo valor jurídico, y nuestras provincias se delimitaron por “culpa” de las vacas.

La llegada

Cuando los “conquistadores” españoles llegaron a América, no existían en el nuevo continente animales domésticos de la mayoría de las especies producidas actualmente.

Los incas habían domesticado la llama, algo la alpaca y aprovechaban la vicuña, mientras que los aztecas tenían en estado muy primitivo la domesticación de los pavos. No había en el continente  bovinos, ovinos ni equinos.

La primera introducción de animales domésticos, entre ellos vacunos, la efectuó Colón en su segundo viaje en 1493, los cuales fueron desembarcados en la isla de Santo Domingo y de allí pasaron a las demás islas de las Antillas y luego a América Central y México.

Desde allí se difundieron hacia el norte, en lo que es hoy Estados Unidos, y hacia el sur, por el Pacífico, hacia el Perú, país donde se estableció el segundo puesto multiplicador de ganado, y desde donde pasan a Chile.

Pedro de Mendoza habría traído alrededor de 70 yeguarizos en 1536, y la naturaleza favorable hizo el resto. Fue en realidad Domingo Martínez de Irala el que llevó caballos que quedaron en libertad al abandonar Irala la ciudad, dando lugar a los cimarrones, o ganado sin dueño.

El Virreinato de la Plata habría recibido vacunos por primera vez en 1549, cuando Juan Núñez de Prado introduce desde Potosí vacas y ovejas directamente a Tucumán. Por otro lado, en 1551, Francisco de Aguirre introduce toda su hacienda atravesando la cordillera de los Andes a la altura de La Serena y con destino a Tucumán y Santiago del Estero.

Los primeros vacunos que llegan al Paraguay lo hacen a través del sur del Brasil, con la expedición en 1555. En 1557 el conquistador Pérez de Zurita introduce desde Chile una tropa de bovinos hasta Santiago del Estero.

Posteriormente, en 1570, Felipe de Cáceres lleva desde el Alto Perú 4.000 vacunos y otros animales a Asunción del Paraguay.

De estos tres centros, Perú, Chile y Paraguay, y directamente por el Río de La Plata, se introduce el ganado bovino en el actual territorio argentino.

Desde el Alto Perú, el adelantado Juan Torres de Vera y Aragón introduce bovinos en 1587, distribuyéndolos entre distintas ciudades fundadas. Cuando Juan de Garay, proveniente del Paraguay, funda Buenos Aires por segunda vez, trae por arreo 500 vacunos.

En los arreos que efectuaban los conquistadores, no era raro que se perdieran algunos animales, y otras veces se alzaban desde las mismas chacras. Estos animales, favorecidos por los buenos pastos y aguadas, se adaptaron a las distintas zonas de nuestro territorio, dando origen al ganado criollo, que se multiplicó en forma extraordinaria. 

Las vaquerías

Los 60 años de sucesivas reproducciones en campos fértiles dio lugar a una inmensa cantidad de ganado cimarrón.

La cacería de vacunos o vaquerías queda prácticamente fundada legítimamente cuando en 1596 las autoridades de Asunción, por entonces capital de la Gobernación, declararon que los ganados "silvestres" de los alrededores de Buenos Aires debían ser considerados de propiedad de los conquistadores que los "pillasen", puesto que éstos eran herederos de los expedicionarios que los habían introducido a sus expensas.

Ya había antecedentes desde 1594 en Buenos Aires y otros tantos de cacería clandestina no regulada por los organismos del estado.

En 1609, el Cabildo de Buenos Aires autorizó a diversos peticionantes (luego llamados accioneros), a sacrificar una cierta cantidad de bovinos cimarrones.
El derecho a vaquear, como en un coto de caza, tenía límites en número (de 30 a 150 animales por accionero), y en fecha (de enero a julio), pero no fijaba límites geográficos.

Durante los siglos XVII y XVIII las vaquerías fueron la forma principal de explotación de los bovinos, y prácticamente, única explotación de nuestros campos, ya que no se efectuaba agricultura sino en escala muy reducida.

Las vaquerías no eran otra cosa que arreos y matanza de vacunos, del que solamente se aprovechaban los cueros y el sebo, dejando el resto a las aves carroñeras y a los perros cimarrones, los que ya por ese entonces eran verdaderos depredadores de la ganadería.

Las corambres (conjunto de cueros curtidos o sin curtir), para las exportaciones marcaban el límite en la cantidad de animales a cazar, pero al existir contrabando de cueros los números se fueron desdibujando y los cimarrones fueron desapareciendo de los ricos territorios.
Formando una tropa de hombres a caballo, se dirigían hacia donde sabían que se encontraban reunidas las grandes manadas de reses y, llegados al lugar, rodeaban el ganado hasta detenerlo en un punto propicio para lo que vendría y se formaba allí el rodeo, que cubría una gran extensión de la campaña.
En esa época aparece el antecesor de nuestro gaucho, el que concurre a las vaquerías a caballo y armado con una especie de lanza, que en la punta tenía una media luna cortante, con la que desjarretaba (cortar el tendón llamado jarrete detrás de la rodilla de las patas traseras) a los vacunos para voltearlos.
Daban un golpe tan diestramente, que la pata se encogía al instante, y después de haber cojeado algunos pasos, la bestia caía, sin poder levantarse más. De esta forma, solo 18 o 20 hombres postraban en una hora 700 u 800 reses y a veces más.
Esta práctica fue heredada de los españoles que desjarretaban los toros de lidia cuando era necesario.

Debido a que la propiedad no tenía límites precisos, el ganado cimarrón deambulaba en procura de mejores pastos y solo contenido por obstáculos naturales.

De esta situación surgió el rodeo, por el que los propietarios del ganado hacían el recuento y separación de sus animales de los del vecino, tarea que muchas veces provocaba confusiones, disputas y pleitos que preocuparon seriamente a las autoridades.

Principio de solución fue la marca a fuego en el cuero de los animales. La primera registrada en los archivos del Cabildo de Buenos Aires fue la de Francisco Salas Vidella, con lo que se oficializó el procedimiento el 19 de mayo de 1589.

Establecida la propiedad del ganado con la marca a fuego, comenzó a preocupar el problema de la posesión de las tierras en que pastaban los rodeos. En diciembre de 1608 el Cabildo de Buenos Aires procedió al examen de los registros y documentos de la ciudad, tras lo que se harían los trabajos de medición y amojonamiento de las propiedades.

El veloz y constante incremento de la ganadería originó abundantes transacciones comerciales por compra, venta y permuta de campos, mientras el ganado luchaba en las pampas con sus más viejos y tenaces enemigos: los indios, los perros cimarrones (exterminados en 1860), las vaquerías y los gauderios (campesinos nómades del sur de Brasil).

Los cuerpos municipales daban “acciones” a los vecinos hacendados sobre el cimarrón disponible, es decir, que por lo general eran aquellos propietarios rurales que tenían ganados en el momento de la dispersión los que gozaban del acceso al usufructo del recurso en cuestión.

Dichos vecinos, los accioneros, fueron representados a partir de 1609 por el ayuntamiento, que corrió con la legitimación de sus títulos, la autorización de las expediciones de caza o vaquerías y la venta de cueros en las embarcaciones que se presentaban en el puerto. Los cimarrones se convirtieron, en suma, en un bien de administración comunal, pero de propiedad individual.

En 1614 los mercaderes portugueses tomaron buena parte del manejo de los cabildos, y fueron ellos los que financiaban la costosa operación de vaquear que ocupaba gran cantidad de hombres y carretas necesarias por un largo tiempo.

Dependiendo de la época, los aborígenes tomaban libremente de sus tierras o se los robaban a los españoles en sus malones, utilizando el caballo para sus movimientos y sus negocios.

Los indios araucanos provenientes de Chile, luego de someter a las tribus que lo habitaban, formaron el Imperio de las Salinas Grandes, y con sus malones contra las nacientes poblaciones que llegaban ya hasta el Río Negro, Mendoza y el sur del antiguo Tucumán, robaban los ganados que encontraban a su paso.

Los malones, tan denostados como táctica de guerra, se entendían como una incursión sorpresiva que evitaba el contacto abierto y la batalla plena. El arreo de ganado y la trata de cautivas se utilizaban generalmente como un modo de forzar negociaciones o hacer cumplir los pactos.

Si no hubiesen conocido el ganado bovino y equino, quizás tampoco se hubiesen “apropiado” de  las salinas, y logrados grandes negocios desde el monopolio de la sal, utilizada años mas tarde para la conservación de la carne.

La desaparición paulatina del ganado cimarrón dio lugar a regulaciones en la entrega de los derechos de vaquerías que se fueron suspendiendo por 6, 4 y 2 años en función de la “demanda” de cueros

Entre 1710 y 1740 las agresiones de los aborígenes chaqueños al campesinado fronterizo era moneda corriente. Hacia el sur, las actuales provincias de Córdoba, Santa Fe y Buenos Aires luchaban por sus derechos de “vaquerías”, sin embargo ya entre 1700 y 1730 este iba desapareciendo, por aquella práctica y la captura indígena.

La extinción del ganado cimarrón cambió los hábitos de los aborígenes fronterizos que “ya no lo arriaban desde las pampas, lo cuatrereaban de las estancias cercanas”.

Una cuestión de límites

Los límites de nuestra provincias en formación fueron motivo de grandes controversias y acciones judiciales (…lo son hasta nuestros días), particularmente lo fueron en aquellos ambientes agro ganaderos ricos, como fueron (y son), Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba.

Las vaquerías “autorizadas” por los Cabildos provinciales generaron serios conflictos por superposición de las jurisdicciones, porque no limitaban el territorio sino la cantidad de animales a “vaquear”. Fueron en definitiva los “cotos de caza” de las vacas las que sirvieron como argumento para fijar límites provinciales.

Numerosos conflictos interprovinciales, incluyendo los límites entre Santa Fe y Santiago del Estero, fueron resueltos en los años siguientes a las vaquerías, citando los derechos a estas como antecedente jurídico válido.

Dijo Aristóbulo del Valle en 1881 en un informe a la Suprema Corte de Justicia respecto a los límites entre Santa Fe, Córdoba y Buenos Aires, en relación a hechos de 1676:

En la relación de este expediente necesito referirme un asunto que primera vista parecer extraño esta cuestión, pero en seguida se ve como se liga con la interesante discusión sobre límites de que nos ocupamos”.

“Las vacas y caballos introducidos por los conquistadores en esta parte de América, multiplicaronse de manera tan sorprendente, que desde entonces debió preverse cual sería en el futuro la industria y principal riqueza del Rio de la Plata. Los alrededores de Buenos Aires, Santa Fe y San Juan de Vera (Corrientes), comenzaron poblarse con innumerables ganados y con ellos fueron extendiéndose sus estancias y poblaciones rurales, mas bien dicho sus rancherías, como se las llamaba entonces atinadamente”.

“Por desgracia, la mayor parte de los esclavos que cuidaban las haciendas en Buenos Aires, fueron víctimas de desconocida y olvidada epidemia en el ano de 1651, y los ganados que se encontraron sin guardadores, huyeron de las estancias y se alzaron, alejándose hacia el desierto, donde continuaron sus procreos”.

“La propiedad de las haciendas, aunque confundida, no se perdió. Formose una lista de las personas que habían sido dueños de ganados, y quedó legalmente establecido que las vacas alzadas y sus crías continuaban perteneciéndoles, y se les reconoció el derecho exclusivo de practicar “vaquerías”, esto es, de matar vacas para beneficiar la grasa, el sebo y la piel. Llamáronse estos propietarios accioneros y correspondió al Cabildo de Buenos Aires otorgar el permiso necesario para vaquear, determinando el número de animales que cada accionero podía beneficiar”.

“Las haciendas alzadas, esparciéndose en las campañas despobladas, se acercaron los territorios del Tucumán, y los vecinos de Córdoba comenzaron vaquear ilícitamente, unas veces con permiso de su Gobernador y otras sin él”.

“La ciudad de Buenos Aires reclamó, y se hizo justicia en varias ocasiones por su propia mano, aprehendió y juzgó vecinos de Córdoba y por último, ocurrió a la Corte de España y gano varias cédulas reales, en que se reconocía su derecho y el de sus accioneros, con la declaración de que la ciudad de Córdoba no había tenido nunca otro ganado que las mulas que trajeron del Perú sus pobladores, y que en consecuencia, no podía pretender derecho alguno las vacas alzadas.  

Hoy la Provincia de Buenos Aires limita con la Provincia de Santa Fe por el único límite natural está dado por la vaguada del curso de agua llamado Arroyo del Medio. Poco antes de llegar a las nacientes del mencionado Arroyo del Medio el límite pasa a ser geodésico, determinado por una diagonal que corre desde  los 33°41′45″S 60°59′50″O hasta 34°23′S 61°41′O y luego el límite corre por el paralelo 34º 23' S.
Con la Provincia de Córdoba los límites están dados por el paralelo 34º 23' S hasta  34°23′S 63°23′O, luego por el meridiano 63º 23' O.
El límite con la Provincia de La Pampa es en su totalidad el meridiano 63º 23' O (en 1884 llamado "meridiano 5º de Buenos Aires", tomando como meridiano 0 al del observatorio de la ciudad de La Plata).
Antes de los geógrafos y agrimensores, ya las vacas servían para marcar territorio. 


Bibliografía

BAVERA, G.A. (2007). Origen y evolución de la producción bovina en la República Argentina. Cursos de Producción Bovina de Carne. www.produccion-animal.com.ar
CONTENIDOS CEIBAL. La pradera y las vaquerías. http://contenidos.ceibal.edu.uy/fichas_educativas/
DEL VALLE, A. (1881). Cuestión de límites inter provinciales entre Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe. Escrito presentado ante la Suprema Corte de Justicia Nacional. Buenos Aires. Tipografía M. Biedma, 123 p.
PELOZZATO REILLY, M.L. (2017).Las vaquerías entre Santa Fe y Santiago del Estero durante el Siglo XVII (1618-1677). La Banda Diario. 25 de Mayo 2017.
POENITZ, A. (2018). Vaquerías y estancias en el Litoral Rioplatense.
                       https://www.elterritorio.com.ar/

ROSA, J.M. (1972). Historia Argentina. Tomo I. Los tiempos españoles (1492-1805).    Ed. Oriente. Buenos Aires, 437 p.
        






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