viernes, 18 de enero de 2019

Lucio Victorio Mansilla. Polifacético hombre de nuestra historia



Pocas figuras de nuestra historia han mostrado tantas facetas en el desarrollo de sus vidas como la de este barbado personaje.
Al decir de algunos viejos, Mansilla “es como los patos: caminan, nadan y vuelan, sin embargo siempre hay quien camina mejor, nada mejor y vuela mejor”.
Era un dandy engreído, militar valiente, político voluble, escritor y curioso indigenista.
Desde su temprano “despertar” hasta su vejez mostró cien rostros y miles de actitudes de las cuales se vanagloriaba. Le decían “el loco lindo”, o “hijo e tigre” ya que su papá fue héroe en la jornada de la Vuelta de Obligado.
Conoció el mundo como pocos en su época, primero como aventurero y luego como diplomático.
Se debatía en su fuero intimo entre el rosismo de sus padres y el anti rosismo de algunos de sus tíos, en su respeto y disentimiento temporal con Sarmiento, Roca y Juárez Celman y su enemistad con Mitre.
Vivió y murió como pocos…

Hacer un relato ordenado de quien era considerado “un jugador de toda la cancha”, no es tarea fácil, ya que las acciones de su larga vida se mezclan todo el tiempo. Tal vez, y solo tal vez, logre el cometido “partiendo” al personaje en las varias caras que lo componen. Quizás una de sus últimas fotografías, como la que ilustra la tapa, realizada con un juego de espejos, sintetice su personalidad.
Quien y como era Lucio
Lucio Victorio Mansilla nació en una casa del barrio de Montserrat en Buenos Aires, el 23 de diciembre de 1831. Era el primogénito del Coronel Federal Lucio Norberto Mansilla, el héroe de la jornada de La vuelta de Obligado, casada con Agustina Ortiz de Rozas la  hermana menor de Juan Manuel de Rosas (una joven de solo 15 años al momento del matrimonio),  a quien se llamaba la belleza de la federación
Lucio, una vez cursado sus estudios primarios, ingresa en el colegio de monsieur Clarmont. Se enamora de la hija del director, lo que le costó la salida de aquel. Su madre decide que complete su educación en el comercio. Ingresa en la tienda de su tío, la casa Adolfo Mansilla y Cía. donde ayudaba a llevar los libros de contabilidad.
Sus precoces amoríos le causaron “destierros” y sus padres decidieron enviarlo “en comisión” a la India y Medio Oriente a contribuir con los negocios de la familia. Tenía apenas 17 años.
El pronunciamiento en contra de Rosas por parte de Urquiza en 1851 lo obligó a regresar apresuradamente al país. Tenía apenas 20 años, pero allí renació el romance con su prima Catalina Ortiz de Rosas, con quien contrajo enlace en 1853.
La joven tenía entonces 19 años. El matrimonio tuvo cuatro hijos: dos varones, Andrés Pío y León Carlos, que murieron siendo muy jóvenes y dos mujeres, María Luisa y Esperanza, que también murieron antes que él.
Una epidemia de fiebre amarilla en Buenos Aires en 1871  causa la muerte de su padre y su hijo mayor.
A los 64 años queda viudo luego de 42 años de matrimonio. Catalina falleció pero él se enteró meses más tarde, pues se encontraba en misión diplomática en Niza. En 1896 se radicó en París, desde donde pidió su baja del Ejército a sus 65 años y 40 años en el Ejército.
Hacia fines de 1898 en un breve viaje de regreso a Argentina, conoce a Mónica Torromé, viuda de Huergo, hija de una rica familia de San Nicolás, cuyo padre había instalado una firma comercial en Londres.
Contrae segundas nupcias el año siguiente. Mansilla, a sus 68 años, doblaba en edad a su prometida, pero a Mónica el detalle pareció no importarle y la boda se concretó en febrero de 1899 en Londres, con toda la pompa. Quien casó a la pareja fue nada menos que Cardenal Vaughan, el arzobispo de Westminster, la capilla de la familia real.
Se instala definitivamente en París, en 1902, luego de realizar varias misiones diplomáticas en otros puntos de Europa, funciones a las que renunció en dicho año. 
Sus últimos años se dedicó casi exclusivamente a su vocación de escritor, a pesar que se estaba quedando ciego.
El dandy
A sus 16 años se enamoró de Pepita, una hija de inmigrantes franceses que era modista y trabajaba en una tienda de gorras, en tanto su madre regenteaba un hotel de la calle San Martín.
Junto con su enamorada planearon su fuga a Montevideo en una barcaza alquilada al efecto, pero por la infidencia de un amigo la maniobra fue descubierta, la joven fue internada en un convento y el donjuán confinado en la cárcel desde donde fue devuelto al seno familiar. Inútilmente trató de convencer a su madre de sus buenas intenciones con la damisela.
Ella exigió sus disculpas y la entrega de la correspondencia y retrato de su novia, a lo cual se negó, motivo por el cual su mamá decidió mandarlo a la estancia familiar en el Rincón de López, sobre la desembocadura del Río Salado, que regenteaba su tío Gervasio Rosas, el hermano antirosista de Juan Manuel.
Un día se hizo una escapada hasta Chascomús, donde, en la casa de su otro tío, Prudencio Rosas, conoció y se enamoró de una de sus primas, Catalina, con la cual luego de varias idas y vueltas, se casaría.
Entre sus principales defectos estaba la soberbia y la vanidad, aunque algunos historiadores opinan que sus dichos formaban parte de un personaje que había desarrollado para sí. Entre sus virtudes contaba la sinceridad y el talento.
Era amante de la indumentaria pomposa y el atuendo personal: las lujosas levitas, los pantalones claros, anillos y cadenas rutilantes y bajo el puño impecable de su camisa asomaba una áurea pulsera con dijes. Mansilla, como se ve, gastaba en estrepitosas prendas y era espontáneo y exuberante como “gascón” (perteneciente a la Gascuña francesa).
Algunas de sus frases predilectas:
·         A sus 20 años: “Soy el hombre de mi facha y de mi fecha”

·         A sus 25 años: “Yo me mantenía un tanto apartado, dándome aires: tenía toda la barba, larga la rizada melena, y usaba un gran chambergo con el ala levantada… Mi apostura, mi continente, mi esplendor juvenil…”

·         A sus 60 años: Cuando oigo palabras tales como espléndido o esplendidez, creo siempre que se está hablando de mí.”
Fue descripto, ya maduro, por personajes de su época como:
“Un verdadero aventurero y un hombre hermosísimo, quien, a pesar de sus cabellos y barba blancos, por su aire marcial y su jovialidad podría ser todavía un peligroso rival para cualquier joven.
Es tan hermoso con su prestancia militar, con sus ligeros rasgos de “rastacuére” y con la picardía de sus ojos negros, que hasta su propia satisfacción de su persona física no le está mal”.
El aventurero
Vuelto a la ciudad  después de “pagar su atrevimiento juvenil” en el campo, fue enviado a trabajar al saladero familiar ubicado en las cercanías de San Nicolás, a cargo de su padre. Allí entretenía sus ratos de ocio en la lectura de libros que extraía de la biblioteca de su casa paterna.
Un día fue sorprendido por su padre leyendo el Contrato social de Rousseau, lo que determinó que este, temiendo que tales lecturas llegaran a oídos de su tío Juan Manuel (poco afecto a aquellas inclinaciones),  decidió mandarlo en “comisión”.
Con solo 18 años, y los bolsillos llenos de dinero para las compras, inició su viaje con el objetivo de adquirir mercaderías en la India, que jamás se concretaron. El dinero le sirvió para conocer otros países de Oriente y Europa.
Era el único pasajero de un velero con 12 marineros, un Capitán y un sobrecargo, que tardó cien días en llegar a Calcuta. Durante el viaje conoció a otro joven, Foster Rodgers (su amigo yanqui), con quien compartiría sus aventuras.
Luego de tres años de aventuras,  donde conoció lugares exóticos para la época como Calcuta y Egipto, terminó su viaje en Londres y París. A esta costumbre de recorrer el mundo no la abandonaría jamás.
A pesar de haber viajado tanto y desde tan joven, Lucio V. Mansilla nunca perdió de vista la perspectiva argentina. Años más tarde diría:
“¡Respetables padres de familia! permitidme daros un consejo: no mandéis vuestros hijos a viajar, sino cuando estén enfermos, que es también cuando el médico no sabiendo que recetar aconseja generalmente “cambio de aire”. Mandadlos recién cuando estén preparados para poder ver los 40 siglos de las pirámides de Egipto, sin ayuda de vecino, sin anteojo, con sus propios ojos.
La mejor nodriza es la patria. Sólo ella nos da la estructura y el aliento necesarios para aspirar con anchos pulmones el aire ambiente. Sólo así podremos llegar algún día a ser hombres representativos de la tierra; mientras, que, por más que parezca paradójico, los que se desenvuelven en el extranjero apenas realizan un tipo híbrido. Llegarán a ser originales, puede ser, populares, jamás”.
El militar
Actuó en las milicias y en la Guardia Nacional, como soldado, cabo y subteniente, sirviendo en el Regimiento 3º de Guardias Nacionales, a las órdenes del coronel Mateo Martínez.
Estando en su largo viaje por el mundo, y enterado del levantamiento de Urquiza contra su tío Juan Manuel, y preocupado por la suerte de su familia, regresó al país luego de tres años de ausencia. En 1852 ingresó al Ejército, militando entre los partidarios de la Confederación.
Luego del derrocamiento de Rosas, como consecuencia de la batalla de Caseros en 1852, emprendió otro viaje a Europa, en compañía de su padre y de su hermano Lucio Norberto, compartiendo parte del trayecto hasta Brasil con Sarmiento, con quien establece una especie de “amistad” por conveniencia. Luego de su regreso participó en la batalla de Cepeda (entre Mitre y Urquiza), en 1859.
El 17 de septiembre de 1861, intervino en la batalla de Pavón lo que le valió la designación como Capitán de Línea y un destino militar: el pueblo de Rojas en la provincia de Buenos Aires. Allí escribió  Reglamento para el ejercicio y maniobras del Ejército Argentino.
En 1865, cuando estalló la Guerra del Paraguay, Mansilla participaría como militar y como periodista. Con diversos seudónimos (Falstaff, Tourlourou, Orión), para evitar represalias, firmó sus crónicas desde el frente para el diario La Tribuna, criticando la conducción de la guerra. Siendo un militar de carácter rebelde, sus ascensos se demoraron.
Sus notas despertaron la indignación del Ministro de Guerra, el General Gelly y Obes, quien intentó cambiarlo de destino y enviarlo a San Juan a sofocar una rebelión, pero antes de que el batallón de Mansilla llegara, los rebeldes habían sido vencidos.
Mansilla regresó entonces al frente paraguayo a tiempo como para participar de la batalla de Humaytá y a los combates de Estero Bellaco, Tuyutí, Boquerón y Sauce, sufriendo una herida en las lomas de Curupaytí.
En 1868, a sus 37 años, alcanzó los grados de Mayor y Teniente Coronel y se desempeñó como Secretario militar del General Emilio Mitre. Más adelante ascendió a Coronel, gracias a su apoyo a la campaña a la presidencia de Domingo Faustino Sarmiento.
En virtud de ello, pretendió que el sanjuanino lo nombrara Ministro de Guerra de su gabinete, pero este, sospechando de las ambiciones de Mansilla, no accedió. Le restituyó el cargo (perdido por indisciplina), y lo destinó al servicio de la frontera sur de Córdoba bajo las órdenes del General Arredondo. Eso lo decepcionó y se separó de Sarmiento.
Su relación con los ranqueles
Al nombrarle Comandante, de las fronteras del sur de Córdoba, ya ascendido a Coronel,  se dedicó a explorar meticulosamente la zona entre los ríos Cuarto y Quinto, logrando como resultado dibujar un detallado mapa topográfico. Más tarde decidió conocer de cerca a los nativos, sus usos y costumbres y organizó una incursión a los pagos de los ranqueles.
La comitiva se componía de dos sacerdotes franciscanos de la "Propaganda Fide" (una congregación evangelizadora), fray Marcos Donatti y fray Moisés Álvarez. Fray Donatti dedicó su vida a la civilización de los indígenas y rescate de los cautivos mereciendo que se le llamara “El Apóstol de la Pampa y Redentor de Cautivos”. Los ranqueles lo consideraron su embajador y padre espiritual.
Formaron también parte de la escolta cuatro oficiales subalternos y seis caballerizos, transportando en mulas cargueras los ornamentos religiosos, las provisiones y los regalos para los caciques. Con ellos tomó el rumbo de las rastrilladas que surcaban la pampa en dirección hacia la "Laguna del Cuero" (sudoeste de Córdoba, en el límite con La Pampa).
La travesía de Mansilla se inició teniendo como objetivo afianzar un tratado de paz que anteriormente había suscripto con los emisarios indios y que había sido corregido por Sarmiento, por entonces Presidente de la Nación.
Partió el 30 de marzo de 1870 desde el fuerte Sarmiento (cercanías de Río Cuarto) hacia los asentamientos ranqueles.
Los Ranqueles (ranküll-che o “pueblo de las cañas”), fueron una etnia consolidada con el aporte de los tehuelches septentrionales (querandíes), pehuenches “araucanizados” y huilliches.
Eran los dueños de las tierras en el norte y centro de la actual provincia de La Pampa y sur de Córdoba, con tres asentamientos:
·         El Cuero o Carrilobo: Linaje de Carripilón como Ramón “platero” Cabral)

·         Poitagüé o Poitahué: Linaje de Yanquetrúz como Pichún Gualá, Manuel Baigorria (Baigorrita) y Luis (Lucho) Baigorria.

·         Leubucó o Leuvucó: Linaje de Painé Güer (“los zorros”) como Mariano Rosas y Epumer Rosas
Leuvucó (o Leubucó, como la escribe Mansilla), es una localidad de la actual provincia de La Pampa, cerca del límite con San Luis, 25 kilómetros al norte de la ciudad de Victorica. El viaje de Río Cuarto a Leuvucó comprende unos 400 kilómetros.
Regresó a Villa Mercedes y llegó al fuerte Sarmiento el 17 de abril. Como resultado de esta experiencia, escribió una serie de cartas, primero publicadas en el diario porteño La Tribuna y poco después editadas en formato de libro, relato que constituye su obra literaria más conocida, Una excursión a los indios ranqueles.
A la vuelta de su expedición, que duró algo menos de 20 días, en Villa Mercedes, Mansilla se encontró suspendido de su cargo por cuanto, procediendo sin consultar a su jefe, había ordenado el fusilamiento de un desertor reincidente, previo consejo de guerra sumarísimo.
El presidente Sarmiento cerró el sumario poniéndolo en disponibilidad, con un apercibimiento en su foja de servicios.

Mansilla, como sabemos, además de militar fue escritor y periodista. Contaba los detalles de su expedición y su encuentro con los capitanejos ranqueles. Definió con lucidez los caracteres y comportamientos de los ranqueles y de los cautivos y describió las costumbres que imperaban en las tolderías por aquella época.
Cuenta Lucio V. Mansilla que los ponchos tenían otro valor adicional al de simple abrigo. El Cacique Mariano Rosas, sacándose el poncho que tenía puesto, le dijo, regalándoselo:
“Tome hermano. Úselo en mi nombre, es hecho por mi mujer principal”. El Coronel Mansilla aceptó y a su vez le obsequió su capa de lluvia que era de tela engomada.
Entonces el lonco agregó:
“Si alguna vez no hay paces, mis indios no lo van a matar viendo el poncho”. Queda claro que el poncho tejido por la mujer principal tenía un valor que sobrepasaba lo utilitario, material o artístico. Era algo así como un símbolo que creaba vínculos.
Dijo de Baigorrita: "Baigorrita, es muy aficionado a las mujeres, jugador y también pobre, tiene reputación de valiente, de manso y un gran prestigio militar entre los indios.
Tiene costumbres sencillas, vive modestamente y no es lujoso ni en los arreos de su caballo”.
Dijo de “Platero” Cabral: “es un hombre perfectamente aseado, viste como un paisano rico, inteligente, despierto y activo en la República. Es un cacique respetado y seguido por su gente. Era bravo en la pelea, diestro en todos los ejercicios ecuestres, entendido en todo género de tareas rurales”. 
De esta excursión, que su propio protagonista calificó como, "calaverada militar", dijo, fiel a su estilo: "prefiero la barbarie a la corrupción, como prefiero todo lo que es primitivo a lo que está ya empedernido y no es susceptible de variación. Tales son las ideas que han debido campear en mi primer tomo, hasta donde su carácter social y pintoresco lo haya permitido".
Años después, su amigo, el entonces Presidente Nicolás Avellaneda lo repuso en su cargo militar como jefe de Estado Mayor en Córdoba y luego jefe de fronteras e intendente militar.
Por sus raíces federales, no está preso de la supuestamente inconciliable dicotomía civilización europea / barbarie. Sus lecturas no le impiden percibir que "Yo he aprendido más de mi tierra yendo a los indios ranqueles, que en diez años de despestañarme...".
Precediendo en unos pocos años al "Martín Fierro" de José Hernández, se hará eco de la voz del criollaje sometido a las injusticias del juez, del patrón, del comisario: "Oyendo a los paisanos referir sus aventuras he sabido cómo se administra la justicia, cómo se gobierna, qué piensan nuestros criollos de nuestros mandatarios y de nuestras leyes".
"La civilización consiste, si yo me hago una idea exacta de ella, en varias cosas. En usar cuellos de papel, que son los más económicos, botas de charol y guantes de cabritilla. En que haya muchos médicos y muchos enfermos, muchos abogados y muchos pleitos, muchos soldados y muchas guerras, muchos ricos y muchos pobres”.
“En que se impriman muchos periódicos y se publiquen muchas mentiras. En que se edifiquen muchas casas con muchas piezas y muy pocas comodidades. En que funcione un gobierno compuesto de muchas personas como presidente, ministros, congresales, y en que se gobierne lo menos posible".
“Tenemos grandes empíricos de la política, que todos los días nos prueban que el dolor puede ser no sólo un anestésico, sino un remedio; que las tiranías y la guerra civil son necesarias, porque su consecuencia inevitable, fatal, es la libertad. Esto te lo demuestran en cuatro palabras y con espantosa claridad, al extremo que nuestra juventud tiene ya sus axiomas políticos de los que no apea, creyendo en ellos a pie juntillas (...)".
"Lo digo ingenuamente, prefiero el aire libre del desierto, su cielo, su sublime y poética soledad a estas calles encajonadas, a este hormiguero de gente atareada, a estos horizontes circunscriptos que no me permiten ver el firmamento cubierto de estrellas, sin levantar la cabeza, ni gozar del espectáculo imponente de la tempestad cuando serpentean los relámpagos luminosos y ruge el trueno".
Mansilla va más allá de la mera recolección de curiosidades. Las costumbres nativas le sirven para contraponerlas a las de la civilización, y no siempre la civilización sale ganando en la comparación.
“Los toldos ranqueles tienen secciones, al estilo de habitaciones. Hasta los esposos duermen en camas separadas, y no hay ni asomo de promiscuidad. Los lechos son cómodos, y en los toldos además hay asientos, cubiertos y hasta vajilla.
"El espectáculo que presenta el toldo de un indio, es más consolador que el que presenta el rancho de un gaucho. Y no obstante, el gaucho es un hombre civilizado. ¿O son bárbaros? ¿Cuáles son los verdaderos caracteres de la barbarie?" 

En una oportunidad vio que mataban a un vacuno con un tiro en la cabeza en vez del degüello que se acostumbraba. Cuando preguntó por la razón de esta actitud, le respondieron: "Para que no brame, hermano. ¿No ve que da lástima matarla así?".
Concluye Mansilla: "Que la civilización haga sus comentarios y se conteste a sí misma, si bárbaros que tienen el sentimiento de la bondad para con los animales son susceptibles o no de una generosa redención. Ah, esta civilización nuestra puede jactarse de todo, hasta de ser cruel y exterminadora consigo misma. 
Hay, sin embargo, un título modesto que no puede reivindicar todavía: es haber cumplido con los indígenas los deberes del más fuerte. Ni siquiera clementes hemos sido. Es el peor de los males".
Más adelante, elabora estas observaciones en conceptos como:
* "La suerte de las instituciones libres, el porvenir de la democracia y de la libertad serán siempre inseguros mientras las masas populares permanezcan en la ignorancia y el atraso".
* "Siguiendo la ruta que llevamos, elevaremos los andamios del templo; pero al levantar la bóveda, el edificio se desplomará con estrépito y aplastará con sus escombros a todos".
"Los artífices desaparecerán y el desaliento de los que contemplaban su obra conducirá a la anarquía. Por eso el primer deber de los hombres de Estado es conocer su país".
* "Quejarnos de que los indios nos asuelen, es lo mismo que quejarnos de que los gauchos sean ignorantes, viciosos, atrasados. ¿A quién la culpa, sino a nosotros mismos? ¿Les hemos enseñado algo nosotros, que revele la disposición generosa, humanitaria, cristiana, de los gobernantes que rigen los destinos sociales?"
* "Meditaba sobre esas existencias argentinas, sobre esos tipos rudos, medio primitivos, que tanto abundan en nuestro país, que se sacrifican o mueren por una opinión prestada. Porque nos sobran instituciones y leyes y nos falta la eterna justicia, la justicia que, cual genio tutelar, lo mismo debe velar el hogar de los desvalidos que la mansión suntuosa del rico potentado".
Otras observaciones que hace Mansilla y que iluminan rincones de la cultura del "pueblo de las cañas".
* Los parlamentos tribales parecen los Congresos de hoy: se respeta la elocuencia de los buenos oradores, pero los debates los gana una la mayoría que siempre se conoce de antemano.
* Si algún ranquel no tenía para comer, pedía ayuda a un vecino más rico, que nunca la negaba. Se daba por sobreentendido que el favorecido, cuando pudiera, devolvería el préstamo o a él o a su familia. No se conocía caso alguno de indio que se hubiera negado a cancelar una deuda.
* Las viudas eran más codiciadas que las solteras; a menudo incluso eran ricas.
Las costumbres sexuales de las solteras eran tan liberales que llamaron la atención de alguien tan poco mojigato como Mansilla. Esta liberalidad se acababa con el casamiento: las casadas eran poco más que esclavas del esposo.
* "Mientras no hubo cristianos entre los indios, no hubo ejemplo de que se violaran las tumbas sagradas".
Por si no hubiera quedado claro, creo que estas líneas resumen lo que pensaba Mansilla del problema de la relación de la joven República con los nativos:
"Tanto que declamamos sobre nuestra sabiduría, tanto que leemos y estudiamos ¿y para qué? Para despreciar a un pobre indio, llamándole bárbaro, salvaje; para pedir su exterminio, porque su sangre, su raza, sus instintos, sus aptitudes no son susceptibles de asimilarse con nuestra civilización empírica, que se dice humanitaria, recta y justiciera y se ensangrienta por cuestión de amor propio, de avaricia, de engrandecimiento, de orgullo, que para todo nos presenta en nombre del derecho el filo de una espada (...) que en definitiva, lo que más respeta es la fuerza.
¡Ah! Mientras tanto, el bárbaro, el salvaje, el indio ése que rechazamos y despreciamos, como si todos nos derivásemos de un tronco común, como si la planta hombre no fuese única en su especie, el día menos pensado nos prueba que somos muy altaneros, que vivimos en la ignorancia, de una vanidad descomunal, irritante..."
Mansilla era partidario de la incorporación pacífica de los indígenas a la vida “civilizada”, y por ello chocaría con el ministro Gainza, quien finalmente lo destituyó. El pacto que firmó no sería ratificado nunca.
El político
Fue Diputado “alquilón” por Santiago del Estero (ya que no había nacido en esa provincia), y luego secretario de la Convención Constituyente de 1860 llevada a cabo como consecuencia del tratado de San José de Flores, luego del triunfo de Urquiza en la batalla de Cepeda (1859), por el cual Buenos Aires se unía a la Confederación con la condición de revisar la Constitución de 1853 que se había realizado sin su participación.
Durante gran parte del año 1871, Buenos Aires vivió asolada por la epidemia de fiebre amarilla. Murieron más de 14.000 personas sobre un total de la población de la ciudad de 180.000 habitantes. Mansilla, que en la epidemia perdió a su padre y a su hijo mayor, se integró a la comisión de ayuda a los damnificados, presidida por Sarmiento.
Al concluir el mandato presidencial del sanjuanino, en 1874, Mansilla trabajó intensamente a favor de la candidatura de su amigo, el tucumano Nicolás Avellaneda, que se impondrá, como todos sus predecesores, gracias al fraude electoral.
Mitre, su principal oponente, denunciará el hecho e intentará dar un golpe cívico militar y Mansilla se hizo cargo del Estado Mayor del Ejército de Reserva, uniéndose a las fuerzas leales a Avellaneda que derrotaron a los mitristas.
En 1876, fue electo Diputado por el oficialismo. Permaneció en su banca durante un año, pero su espíritu inquieto lo llevó a solicitarle a su amigo Avellaneda la gobernación del Chaco. ¿Por qué el Chaco? Mansilla tenía informaciones sobre importantes yacimientos de oro en el Paraguay. Formó junto a un grupo de amigos una empresa, e intentó manejar sus negocios auríferos desde la gobernación más cercana.
El proyecto fue todo un fracaso y Mansilla. Decepcionado, vendió sus acciones, renunció a la gobernación y se marchó nuevamente a Europa, donde permaneció hasta 1880 cuando regresó para apoyar la candidatura presidencial de Julio A. Roca.
A poco de llegar se enfrentó a duelo de pistolas con un contrincante político, Pantaleón Gómez, por una discusión originada en la actuación de ambos en la Gobernación del entonces Territorio Nacional del Chaco.

Pantaleón Gómez al momento de su muerte se desempeñaba como director del diario El Nacional (en Buenos Aires) y sus columnas atacaban con ingenio y dureza al general Lucio Victorio Mansilla. A los duelos escritos le sucedió el duelo en el campo del honor.
Los hombres se encontraron en la quinta del escribano Tulio Méndez el sábado 7 de febrero de 1880. Los padrinos de Mansilla fueron los coroneles Uriburu y Godoy, y los de Gómez, los coroneles Meyer y Lagos. El día era caluroso y el cielo estaba despejado.
Los hombres se saludaron y caminaron diez pasos en dirección contraria, se dieron vuelta y apuntaron. Gómez dijo: «Yo no mato a un hombre de talento», y disparó tres veces al suelo.
Mansilla dijo: «Al tercer botón de la camisa», y le disparó al corazón. Gómez cayó. Mansilla corrió a su lado, lo abrazó y con los ojos llenos de lágrimas le besó la frente.
Una multitud acompañó a Gómez al cementerio. Hablaron más de diez oradores. El último discurso fue el de Domingo Faustino Sarmiento. Miembro de la masonería, como casi todas las figuras importantes de su generación, fue separado de la misma tras matar a Pantaleón Gómez.
A fines de 1882 regresa a Buenos Aires y fue nuevamente Diputado por el roquismo, pero crítico con el partido. Al año siguiente rompe con Roca, lo que le vale un arresto por desacato, pero es dejado pronto en libertad. Recibió de Roca menos de lo que esperaba. Este lo envío e Europa para estudiar las posibilidades inmigratorias de algunos países, y representar el país en algún congreso.
Regresó en 1885 y fue electo Diputado nacional por el Partido Autonomista. Comenzó su mandato como un tibio opositor a Roca y fue girando luego hacia el juarismo.
En 1890, fue vicepresidente primero de la Cámara de Diputados sin abandonar su carrera militar donde llegó al grado de General de División.
El triunfo de la Unión Cívica Radical en 1894 significó el fin de sus ilusiones políticas y la terminación de su carrera en este sentido.
Uriburu le ofreció un alto cargo en el Consejo Supremo de Guerra y Marina, pero no lo aceptó y entonces resolvió mandarlo de nuevo a Europa, con el fin de estudiar la organización militar de varios países.
En 1897 está de regreso en Buenos Aires, trae los informes que le encargaron y dos meses después vuelve a embarcarse. Llega a Atenas, para estudiar la conflagración greco turca que acababa de estallar.
Vuelve a pensar en un ministerio cuando se hace inminente la segunda presidencia de Roca, pero tampoco se cumple su sueño.
Estando en Buenos Aires, luego de fallecida su esposa, rematan la casa. Se aloja con su madre y regresa una vez mas a Europa. En las diferentes etapas de su larga carrera totaliza algo así como 24 años en el exterior.
En 1900, fue nombrado ministro plenipotenciario ante las cortes de Alemania, Austria-Hungría y Rusia. La tarea diplomática no lo alejó del periodismo, colaborando con frecuencia con El Diario de Buenos Aires. 
El escritor
A sus 24 años, en 1855, inicia su carrera de escritor, publicando De Adén a Suez, donde narra las peripecias de su primer viaje a tierras totalmente extrañas, culminando el viaje en Londres y París. Allí escribió para la Revista de Buenos Aires sus Recuerdos de Egipto.
La vida pública de Mansilla comienza con un episodio bastante particular. El 22 de junio de 1856, en el Teatro Argentino, ante todos los espectadores retó a duelo al escritor y Senador José Mármol, quien había ofendido a sus padres en la obra Amalia.
El autor prefirió valerse de sus influencias y hacerlo encarcelar, y condenarlo a pagar una fianza de cien mil pesos, extraditándolo con destino a Paraná, por entonces Capital de la Confederación Argentina, de la cual el Estado de Buenos Aires se había separado, lo que significó alejarse de su familia.
Se dedicó al periodismo político, siendo Secretario de Salvador María del Carril, sanjuanino rivadaviano, vicepresidente de Urquiza.
Allí comenzó su carrera periodística en El Nacional Argentino del que llegaría a ser director y propietario. Cumplido los tres años de destierro, regresó a Buenos Aires y al periodismo político con el periódico La Paz.
En 1864 escribe Una venganza africana, además de diversas traducciones y algunos intentos de teatro como Una Tía, y Atar Gull.
En 1870 publica su obra de mayor difusión: Una excursión a los indios ranqueles  compilando las cartas que enviara a su amigo Santiago Arcos sobre sus experiencias en la frontera.
Estas cartas serían publicadas en el periódico La Tribuna y posteriormente reunidas para integrar su obra mayor, traducida al inglés, francés, alemán e italiano, y premiada en el Congreso Geográfico Internacional de París de 1875.
En El excursionista del planeta, reúne una selección de su obra y se dan a conocer por primera vez en formato libro las Cartas de Amambay, Ecos de Europa y Diario de un expatriado, que fueran publicadas en forma de columnas periodísticas en su momento.
En otra etapa de su vida introdujo una forma nueva de literatura, que se caracterizó por el relato coloquial, publicando en el diario Sud América relatos breves, anécdotas, conversaciones o diálogos que guardaba en su memoria, en su mayoría autobiográficos conocidos como las "Causeries (charlas) de los jueves".
Entre esos recuerdos se encuentra el titulado "Los siete platos de arroz con leche", donde, cuenta que en 1852, recién llegado, visitó a su tío Juan Manuel en Palermo para conversar de la situación de la Confederación. Este estaba preparando su extenso discurso a la legislatura y se lo leyó a él sin inmutarse como si nada sucediera. Mientras esto ocurría, como marcando el tiempo, irrumpía Manuelita Rosas con un plato de arroz con leche.
Esas publicaciones fueron recogidas en 5 volúmenes editados entre 1889/90 que para una mejor comprensión tituló Entre nos: Causeries de los jueves.
Posteriormente la editorial Hachette reeditó las mismas en un tomo de su colección El Pasado Argentino que fue prologado por el escritor Juan Carlos Ghiano y vio la luz en 1963.
Otra de sus obras Retratos y recuerdos refleja la descripción de 17 personajes históricos de su época que conoció personalmente la mayoría de ellos durante su exilio en Paraná, escrito en 1894 después de varias decepciones políticas, prologada por el General Roca.
En Europa, en 1896,  escribe Estudios morales o sea el diario de mi vida.
En 1898  publicó una biografía sobre su tío Juan Manuel de Rosas con el carácter de ensayo histórico-psicológico intentando reflejar una crítica de la época de su tío, situación que provocó algunas críticas desfavorables por su inexperiencia en ese tipo de ensayos.
“Mi tío apareció: era un hombre alto, rubio, blanco, semi pálido, combinación de sangre y de bilis, un cuasi adiposo napoleónico, de gran talla; de frente perpendicular, amplia, rasa como una plancha de mármol fría, lo mismo que sus concepciones, de cejas no muy guarnecidas, poco arqueadas, de movilidad difícil, de mirada fuerte, templada por el azul de una pupila casi perdida por lo tenue del matiz, dentro de unas órbitas escondidas en concavidades insondables.
De nariz grande, afilada y correcta, tirando más al griego que al romano; de labios delgados casi cerrados, como dando la medida de su reserva, de la firmeza de sus resoluciones; sin pelo de barba, perfectamente afeitado, de modo que el juego de sus músculos era perceptible. Seria cruel, no parecía disimulada aquella cara, tal como a mi se me presentó, tal como ahora la veo, a través de mis reminiscencias infantiles.
Agregad a esto una apostura fácil, recto el busto, abiertas las espaldas, sin esfuerzo estudiado, una cierta corpulencia del que toma su embonpoint, o sea su estructura definitiva, un traje que consistía en un chaquetón de paño azul, en un chaleco colorado, en unos pantalones azules también; añadid unos cuellos altos, puntiagudos, nítidos, y unas manos perfectas como forma, y todo limpio hasta la pulcritud, y todavía sentid y ved, entre una sonrisa que no llega a ser tierna, siendo afectuosa, un timbre de voz simpático hasta la seducción, y tendréis la vera efigie del hombre que más poder ha tenido en América...”

En 1903, ya instalado definitivamente en París, publicó En vísperas, un ensayo sociológico sobre la Argentina. En su última obra, Memorias, de 1904, solo llegó a reflejar su infancia y juventud, y recordaba con nostalgia esa época en que, la semi-colonial Buenos Aires, quería dejar de ser "gran aldea", describiendo en forma detallada sus características, sobre todo del barrio de San Telmo, dónde vivió.
A partir de 1906, frecuentaba la Sorbona y seguía siendo un lector atento e incansable.
En 1907 publicó Un país sin ciudadanos, mientras enviaba colaboraciones para la prensa de Buenos Aires (El Diario de Láinez).

El fin de una larga vida
Enfermo, quedó lo postrado en 1911. Murió ciego poco antes de cumplir los 82 años en su departamento de la Rue Víctor Hugo, el 8 de octubre de 1913.
Los diarios de Buenos Aires le dedicaron extensas necrológicas y Le Figaró de París le dedicó una de sus páginas.

Bibliografía
BIOGRAFÍAS Y VIDAS. Lucio V. Mansilla. https://www.biografiasyvidas.com/biografia/m/mansilla.htm
DE MARCO, M.A. (2013). A un siglo de la muerte de Lucio V. Mansilla. Revista de la Bolsa de Comercio de Rosario. /www.bcr.com.ar/ Historia.pdf
DIAS DE HISTORIA. 2018. Lucio V. Mansilla. El dandi nacional. https://diasdehistoria.com.ar/content/lucio-v-mansilla-el-dandi-nacional/
ECRIVAINSARGENTINS. Lucio V. Mansilla. http://ecrivainsargentins.viabloga.com/news
LANUZA, J.L. (1965). Genio y figura de Lucio V. Mansilla, Buenos Aires, EUDEBA.
PIGNA, F. Lucio V. Mansilla. El Historiador. https://www.elhistoriador.com.ar/lucio-v-mansilla/
REVISIONISTAS. Los viajes de Lucio V. Mansilla. http://www.revisionistas.com.ar/
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TODO ARGENTINA. Lucio V. Mansilla. http://www.todo-argentina.net/Literatura_argentina/Biografias_de_literatura/Lucio_V_Mansilla/lucio_v_mansilla.htm
WIKIPEDIA. Lucio V. Mansilla. https://es.wikipedia.org/wiki/Lucio_V._Mansilla


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