Pocas figuras de nuestra historia han
mostrado tantas facetas en el desarrollo de sus vidas como la de este barbado
personaje.
Al decir de algunos viejos, Mansilla “es como los patos: caminan, nadan y vuelan,
sin embargo siempre hay quien camina mejor, nada mejor y vuela mejor”.
Era un dandy engreído, militar valiente, político voluble, escritor y
curioso indigenista.
Desde su temprano “despertar” hasta su
vejez mostró cien rostros y miles de actitudes de las cuales se vanagloriaba. Le
decían “el loco lindo”, o “hijo e tigre” ya que su papá fue héroe en la jornada
de la Vuelta de Obligado.
Conoció el mundo como pocos en su
época, primero como aventurero y luego como diplomático.
Se debatía en su fuero intimo entre el
rosismo de sus padres y el anti rosismo de algunos de sus tíos, en su respeto y
disentimiento temporal con Sarmiento, Roca y Juárez Celman y su enemistad con
Mitre.
Vivió y murió como pocos…
Hacer un relato ordenado de quien era
considerado “un jugador de toda la cancha”, no es tarea fácil, ya que las
acciones de su larga vida se mezclan todo el tiempo. Tal vez, y solo tal vez,
logre el cometido “partiendo” al personaje en las varias caras que lo componen.
Quizás una de sus últimas fotografías, como la que ilustra la tapa, realizada
con un juego de espejos, sintetice su personalidad.
Quien y
como era Lucio
Lucio Victorio Mansilla nació en una casa del barrio de Montserrat en Buenos Aires, el
23 de
diciembre de 1831. Era el
primogénito del Coronel Federal Lucio Norberto Mansilla, el héroe de la jornada
de La vuelta de Obligado, casada con Agustina Ortiz de Rozas la hermana menor de Juan Manuel de Rosas (una joven de solo 15
años al momento del matrimonio), a quien
se llamaba la belleza de la federación.
Lucio, una vez cursado sus estudios
primarios, ingresa en el colegio de monsieur
Clarmont. Se enamora de la hija del director, lo que le costó la salida de
aquel. Su madre decide que complete su educación en el comercio. Ingresa en la
tienda de su tío, la casa Adolfo Mansilla y Cía. donde ayudaba a llevar los libros de contabilidad.
Sus precoces amoríos le causaron “destierros” y sus padres decidieron enviarlo
“en comisión” a la India y Medio Oriente a contribuir con los negocios de la
familia. Tenía apenas 17 años.
El
pronunciamiento en contra de Rosas por parte de Urquiza en 1851 lo obligó a regresar apresuradamente al país. Tenía apenas 20
años, pero allí renació el romance
con su prima Catalina Ortiz
de Rosas, con quien contrajo enlace en
1853.
La
joven tenía entonces 19 años. El matrimonio tuvo cuatro hijos: dos varones,
Andrés Pío y León Carlos, que murieron siendo muy jóvenes y dos mujeres, María
Luisa y Esperanza, que también murieron antes que él.
Una epidemia de fiebre amarilla en Buenos Aires en 1871 causa la muerte
de su padre y su hijo mayor.
A los 64 años queda viudo
luego de 42 años de matrimonio. Catalina falleció pero él se enteró meses más
tarde, pues se encontraba en misión diplomática en Niza. En 1896 se radicó en París, desde donde
pidió su baja del Ejército a sus 65 años y 40 años en el Ejército.
Hacia fines de 1898 en un
breve viaje de regreso a Argentina, conoce a Mónica Torromé, viuda de Huergo,
hija de una rica familia de San Nicolás, cuyo padre había instalado una firma
comercial en Londres.
Contrae segundas nupcias el
año siguiente.
Mansilla, a sus 68 años, doblaba en edad a su prometida, pero a Mónica el
detalle pareció no importarle y la boda se concretó en febrero de 1899 en Londres, con toda la pompa.
Quien casó a la pareja fue nada menos que Cardenal Vaughan, el arzobispo de
Westminster, la capilla de la familia real.
Se instala definitivamente en París, en 1902, luego de realizar varias misiones diplomáticas en otros
puntos de Europa, funciones a las que renunció en dicho año.
Sus últimos años se dedicó casi exclusivamente a su vocación de
escritor, a pesar que se estaba quedando ciego.
El dandy
A sus 16 años se enamoró de Pepita, una hija de inmigrantes franceses
que era modista y trabajaba en una tienda de gorras, en tanto su madre
regenteaba un hotel de la calle San Martín.
Junto con su enamorada planearon su fuga a Montevideo en
una barcaza alquilada al efecto, pero por la infidencia de un amigo la maniobra
fue descubierta, la joven fue internada en un convento y el donjuán confinado
en la cárcel desde donde fue devuelto al seno familiar. Inútilmente trató de
convencer a su madre de sus buenas intenciones con la damisela.
Ella exigió sus disculpas y la entrega de la correspondencia y retrato
de su novia, a lo cual se negó, motivo por el cual su mamá decidió mandarlo a
la estancia familiar en el Rincón de López, sobre la desembocadura del Río
Salado, que regenteaba su tío Gervasio Rosas, el hermano antirosista de Juan
Manuel.
Un día se hizo una escapada hasta Chascomús, donde, en la casa de su
otro tío, Prudencio Rosas, conoció y se enamoró de una de sus primas, Catalina,
con la cual luego de varias idas y vueltas, se casaría.
Entre sus principales defectos estaba la soberbia y la vanidad, aunque
algunos historiadores opinan que sus dichos formaban parte de un personaje que
había desarrollado para sí. Entre sus virtudes contaba la sinceridad y el talento.
Era amante de la indumentaria pomposa
y el atuendo personal: las lujosas levitas, los pantalones claros, anillos y
cadenas rutilantes y bajo el puño impecable de su camisa asomaba una áurea
pulsera con dijes. Mansilla, como se ve, gastaba en estrepitosas prendas y era
espontáneo y exuberante como “gascón” (perteneciente a la Gascuña francesa).
Algunas de sus frases predilectas:
·
A
sus 20 años: “Soy el hombre de mi facha y
de mi fecha”
·
A sus 25 años: “Yo me mantenía un tanto apartado, dándome aires: tenía
toda la barba, larga la rizada melena, y usaba un gran chambergo con el ala
levantada… Mi apostura, mi continente, mi esplendor juvenil…”
·
A sus 60 años: Cuando oigo palabras tales como espléndido o esplendidez,
creo siempre que se está hablando de mí.”
Fue descripto, ya
maduro, por personajes de su época como:
“Un verdadero
aventurero y un hombre hermosísimo, quien, a pesar de sus cabellos y barba
blancos, por su aire marcial y su jovialidad podría ser todavía un peligroso
rival para cualquier joven.
Es tan hermoso con su
prestancia militar, con sus ligeros rasgos de “rastacuére” y con la picardía de
sus ojos negros, que hasta su propia satisfacción de su persona física no le
está mal”.
El
aventurero
Vuelto a la ciudad después de
“pagar su atrevimiento juvenil” en el campo, fue enviado a trabajar al saladero
familiar ubicado en las cercanías de San Nicolás, a cargo de su padre. Allí
entretenía sus ratos de ocio en la lectura de libros que extraía de la
biblioteca de su casa paterna.
Un día fue sorprendido por su padre leyendo el Contrato social de
Rousseau,
lo que determinó que este, temiendo que tales lecturas llegaran a oídos de su
tío Juan Manuel (poco afecto a aquellas inclinaciones), decidió mandarlo en “comisión”.
Con solo 18 años, y los bolsillos llenos de dinero para las compras, inició
su viaje con el objetivo de adquirir mercaderías en la India, que jamás se
concretaron. El dinero le sirvió para conocer otros países de Oriente y Europa.
Era el único pasajero de un velero con
12 marineros, un Capitán y un sobrecargo, que tardó cien días en llegar a
Calcuta. Durante el viaje conoció a otro joven, Foster Rodgers (su amigo yanqui), con quien compartiría sus
aventuras.
Luego de tres años de aventuras, donde conoció lugares exóticos para la época
como Calcuta y Egipto,
terminó su viaje en Londres y París. A esta costumbre de recorrer el mundo no la
abandonaría jamás.
A pesar de haber viajado tanto y desde tan
joven, Lucio V. Mansilla nunca perdió de vista la perspectiva argentina. Años más
tarde diría:
“¡Respetables padres de familia! permitidme
daros un consejo: no mandéis vuestros hijos a viajar, sino cuando estén
enfermos, que es también cuando el médico no sabiendo que recetar aconseja
generalmente “cambio de aire”. Mandadlos recién cuando estén preparados para
poder ver los 40 siglos de las pirámides de Egipto, sin ayuda de vecino, sin
anteojo, con sus propios ojos.
La mejor nodriza es la patria. Sólo ella nos
da la estructura y el aliento necesarios para aspirar con anchos pulmones el
aire ambiente. Sólo así podremos llegar algún día a ser hombres representativos
de la tierra; mientras, que, por más que parezca paradójico, los que se
desenvuelven en el extranjero apenas realizan un tipo híbrido. Llegarán a ser
originales, puede ser, populares, jamás”.
El
militar
Actuó en las milicias y en la Guardia
Nacional, como soldado, cabo y subteniente, sirviendo en el Regimiento 3º de
Guardias Nacionales, a las órdenes del coronel Mateo Martínez.
Estando en su largo viaje por
el mundo, y enterado del levantamiento de Urquiza contra su tío Juan Manuel, y
preocupado por la suerte de su familia, regresó al país luego de tres años de
ausencia. En 1852 ingresó al Ejército,
militando entre los partidarios de la Confederación.
Luego del derrocamiento de
Rosas, como consecuencia de la batalla de Caseros en 1852, emprendió otro
viaje a Europa, en compañía de su padre y de su hermano Lucio Norberto,
compartiendo parte del trayecto hasta Brasil con Sarmiento, con quien establece una especie
de “amistad” por conveniencia. Luego de su regreso participó en la batalla de
Cepeda (entre Mitre y Urquiza), en 1859.
El
17 de septiembre de 1861, intervino
en la batalla de Pavón lo que le valió la designación como Capitán de Línea y
un destino militar: el pueblo de Rojas en la provincia de Buenos Aires. Allí
escribió Reglamento
para el ejercicio y maniobras del Ejército Argentino.
En 1865, cuando estalló la Guerra del Paraguay, Mansilla participaría
como militar y como periodista. Con diversos seudónimos (Falstaff, Tourlourou,
Orión), para evitar represalias, firmó sus crónicas desde el frente para el
diario La Tribuna,
criticando la conducción de la guerra. Siendo un militar de carácter rebelde,
sus ascensos se demoraron.
Sus notas despertaron la indignación
del Ministro de Guerra, el General Gelly y Obes, quien intentó cambiarlo de
destino y enviarlo a San Juan a sofocar una rebelión, pero antes de que el
batallón de Mansilla llegara, los rebeldes habían sido vencidos.
Mansilla regresó entonces al frente
paraguayo a tiempo como para participar de la batalla de Humaytá y a los combates de Estero Bellaco, Tuyutí, Boquerón y Sauce,
sufriendo una herida en las lomas de Curupaytí.
En 1868, a sus 37 años,
alcanzó los grados de Mayor y Teniente Coronel y se desempeñó como Secretario militar
del General Emilio Mitre. Más adelante ascendió a
Coronel, gracias a su apoyo a la campaña a la presidencia de Domingo Faustino Sarmiento.
En virtud de ello, pretendió que el sanjuanino lo nombrara Ministro de
Guerra de su gabinete, pero este, sospechando de las ambiciones de Mansilla, no
accedió. Le restituyó el cargo (perdido por indisciplina), y lo destinó al
servicio de la frontera sur de Córdoba bajo las órdenes del General Arredondo. Eso lo decepcionó y se separó
de Sarmiento.
Su relación con los ranqueles
Al nombrarle Comandante, de las fronteras del sur de Córdoba, ya
ascendido a Coronel, se dedicó a
explorar meticulosamente la zona entre los ríos Cuarto y Quinto, logrando como
resultado dibujar un detallado mapa topográfico. Más tarde decidió conocer de
cerca a los nativos, sus usos y costumbres y organizó una incursión a los pagos
de los ranqueles.
La comitiva se componía de dos sacerdotes franciscanos de
la "Propaganda Fide"
(una congregación evangelizadora), fray Marcos Donatti y fray Moisés Álvarez. Fray
Donatti dedicó su vida a la civilización de los indígenas y
rescate de los cautivos mereciendo que se le llamara “El Apóstol de la Pampa y Redentor de Cautivos”. Los ranqueles lo
consideraron su embajador y padre espiritual.
Formaron también parte de la escolta cuatro oficiales subalternos y seis
caballerizos, transportando en mulas cargueras los ornamentos religiosos, las
provisiones y los regalos para los caciques. Con ellos tomó el rumbo de las
rastrilladas que surcaban la pampa en dirección hacia la "Laguna del
Cuero" (sudoeste de Córdoba, en el límite con La Pampa).
La travesía de Mansilla se inició teniendo como objetivo afianzar un
tratado de paz que anteriormente había suscripto con los emisarios indios y que
había sido corregido por Sarmiento, por entonces Presidente de la Nación.
Partió el 30 de marzo de 1870 desde
el fuerte Sarmiento (cercanías
de Río Cuarto) hacia los asentamientos ranqueles.
Los Ranqueles (ranküll-che o “pueblo de las cañas”), fueron una etnia
consolidada con el aporte de los tehuelches septentrionales (querandíes),
pehuenches “araucanizados” y huilliches.
Eran los dueños de las tierras en el norte y centro de la actual
provincia de La Pampa y sur de Córdoba, con tres asentamientos:
·
El Cuero o Carrilobo: Linaje de Carripilón como Ramón “platero” Cabral)
·
Poitagüé o Poitahué: Linaje de Yanquetrúz como Pichún Gualá, Manuel Baigorria (Baigorrita)
y Luis (Lucho) Baigorria.
·
Leubucó o Leuvucó: Linaje de Painé Güer (“los zorros”) como Mariano Rosas y Epumer Rosas
Leuvucó
(o Leubucó, como la escribe Mansilla), es una localidad de la actual provincia
de La Pampa, cerca del límite con San Luis, 25 kilómetros
al norte de la ciudad de Victorica. El viaje de Río Cuarto a Leuvucó
comprende unos 400 kilómetros.
A la vuelta de su expedición, que duró algo menos de 20 días, en Villa
Mercedes, Mansilla se encontró suspendido de su cargo por cuanto,
procediendo sin consultar a su jefe, había ordenado el fusilamiento de un
desertor reincidente, previo consejo de guerra sumarísimo.
El presidente Sarmiento cerró el sumario poniéndolo en disponibilidad,
con un apercibimiento en su foja de servicios.
Mansilla, como sabemos, además de militar fue escritor y periodista.
Contaba los detalles de su expedición y su encuentro con los capitanejos
ranqueles. Definió con lucidez los caracteres y comportamientos de los
ranqueles y de los cautivos y describió las costumbres que imperaban en las
tolderías por aquella época.
Cuenta
Lucio V. Mansilla que los ponchos tenían otro valor adicional al de simple
abrigo. El Cacique Mariano Rosas, sacándose el poncho que tenía puesto, le
dijo, regalándoselo:
“Tome hermano. Úselo en mi nombre, es hecho
por mi mujer principal”. El Coronel Mansilla aceptó y a su vez le
obsequió su capa de lluvia que era de tela engomada.
Entonces
el lonco agregó:
“Si alguna vez no hay paces, mis indios no lo
van a matar viendo el poncho”. Queda claro que el poncho tejido
por la mujer principal tenía un valor que sobrepasaba lo utilitario, material o
artístico. Era algo así como un símbolo que creaba vínculos.
Dijo de Baigorrita: "Baigorrita,
es muy aficionado a las mujeres, jugador y también pobre, tiene reputación de
valiente, de manso y un gran prestigio militar entre los indios.
Tiene costumbres sencillas, vive
modestamente y no es lujoso ni en los arreos de su caballo”.
Dijo de “Platero” Cabral: “es un
hombre perfectamente aseado, viste como un paisano rico, inteligente, despierto
y activo en la República. Es un cacique respetado y seguido por su gente. Era
bravo en la pelea, diestro en todos los ejercicios ecuestres, entendido en todo
género de tareas rurales”.
De esta excursión, que
su propio protagonista calificó como, "calaverada
militar", dijo, fiel a su estilo: "prefiero
la barbarie a la corrupción, como prefiero todo lo que es primitivo a lo que
está ya empedernido y no es susceptible de variación. Tales son las ideas que
han debido campear en mi primer tomo, hasta donde su carácter social y
pintoresco lo haya permitido".
Años después, su amigo, el entonces Presidente Nicolás Avellaneda lo repuso en su cargo
militar como jefe de Estado Mayor en Córdoba y luego jefe de fronteras e
intendente militar.
Por
sus raíces federales, no está preso de la supuestamente inconciliable dicotomía
civilización europea / barbarie. Sus lecturas no le impiden percibir que "Yo
he aprendido más de mi tierra yendo a los indios ranqueles, que en diez años
de despestañarme...".
Precediendo
en unos pocos años al "Martín Fierro" de José Hernández, se hará eco
de la voz del criollaje sometido a las injusticias del juez, del patrón, del
comisario: "Oyendo a los paisanos referir sus aventuras he sabido cómo se
administra la justicia, cómo se gobierna, qué piensan nuestros criollos de
nuestros mandatarios y de nuestras leyes".
"La civilización consiste, si yo me hago
una idea exacta de ella, en varias cosas. En usar cuellos de papel, que son los
más económicos, botas de charol y guantes de cabritilla. En que haya muchos
médicos y muchos enfermos, muchos abogados y muchos pleitos, muchos soldados y
muchas guerras, muchos ricos y muchos pobres”.
“En que se impriman muchos periódicos y se
publiquen muchas mentiras. En que se edifiquen muchas casas con muchas piezas y
muy pocas comodidades. En que funcione un gobierno compuesto de muchas personas
como presidente, ministros, congresales, y en que se gobierne lo menos posible".
“Tenemos grandes empíricos de la política,
que todos los días nos prueban que
el dolor puede ser no sólo un anestésico, sino un remedio; que las tiranías y la guerra civil son necesarias,
porque su consecuencia inevitable, fatal, es la libertad. Esto te lo demuestran
en cuatro palabras y con espantosa claridad, al extremo que nuestra juventud
tiene ya sus axiomas políticos de los que no apea, creyendo en ellos a pie
juntillas (...)".
"Lo digo ingenuamente, prefiero el aire libre del desierto,
su cielo, su sublime y poética soledad a estas calles encajonadas, a este
hormiguero de gente atareada, a estos horizontes circunscriptos que no me
permiten ver el firmamento cubierto de estrellas, sin levantar la cabeza, ni
gozar del espectáculo imponente de la tempestad cuando serpentean los
relámpagos luminosos y ruge el trueno".
Mansilla
va más allá de la mera recolección de curiosidades. Las costumbres nativas le
sirven para contraponerlas a las de la civilización, y no siempre la civilización sale ganando en la comparación.
“Los toldos ranqueles tienen secciones, al
estilo de habitaciones. Hasta los esposos duermen en camas separadas, y no hay
ni asomo de promiscuidad. Los lechos son cómodos, y en los toldos además hay
asientos, cubiertos y hasta vajilla.
"El espectáculo que presenta el toldo de
un indio, es más consolador que el que presenta el rancho de un gaucho. Y no obstante, el gaucho es un hombre
civilizado. ¿O son bárbaros? ¿Cuáles son los verdaderos caracteres de la
barbarie?"
En una
oportunidad vio que mataban a un vacuno con un tiro en la cabeza en vez del
degüello que se acostumbraba. Cuando preguntó por la razón de esta actitud, le
respondieron: "Para que no brame,
hermano. ¿No ve que da lástima matarla así?".
Concluye
Mansilla: "Que la civilización
haga sus comentarios y se conteste a sí misma, si bárbaros que tienen el
sentimiento de la bondad para con los animales son susceptibles o no de una
generosa redención. Ah, esta
civilización nuestra puede jactarse de todo, hasta de ser cruel y exterminadora
consigo misma.
Hay, sin embargo, un título modesto que no puede reivindicar
todavía: es haber cumplido con los indígenas los deberes del más fuerte. Ni
siquiera clementes hemos sido. Es el peor de los males".
Más
adelante, elabora estas observaciones en conceptos como:
* "La suerte
de las instituciones libres, el porvenir de la democracia y de la libertad
serán siempre inseguros mientras las masas populares permanezcan en la
ignorancia y el atraso".
* "Siguiendo
la ruta que llevamos, elevaremos los andamios del templo; pero al levantar la
bóveda, el edificio se desplomará con estrépito y aplastará con sus escombros a
todos".
* "Los artífices desaparecerán y el
desaliento de los que contemplaban su obra conducirá a la anarquía. Por eso el primer deber de los hombres de
Estado es conocer su país".
* "Quejarnos de que los indios nos
asuelen, es lo mismo que quejarnos de que los gauchos sean ignorantes,
viciosos, atrasados. ¿A quién la culpa, sino a nosotros mismos? ¿Les hemos
enseñado algo nosotros, que revele la disposición generosa, humanitaria,
cristiana, de los gobernantes que rigen los destinos sociales?"
* "Meditaba sobre esas existencias
argentinas, sobre esos tipos rudos, medio primitivos, que tanto abundan en
nuestro país, que se sacrifican o mueren por una opinión prestada. Porque nos sobran instituciones y leyes y nos falta
la eterna justicia, la justicia que, cual genio tutelar, lo mismo debe velar el
hogar de los desvalidos que la mansión suntuosa del rico potentado".
Otras
observaciones que hace Mansilla y que iluminan rincones de la cultura del
"pueblo de las cañas".
* Los parlamentos tribales parecen los
Congresos de hoy: se respeta la elocuencia de los buenos oradores, pero los
debates los gana una la mayoría que siempre se conoce de antemano.
* Si algún ranquel no tenía para comer, pedía
ayuda a un vecino más rico, que nunca la negaba. Se daba por sobreentendido que
el favorecido, cuando pudiera, devolvería el préstamo o a él o a su familia. No
se conocía caso alguno de indio que se hubiera negado a cancelar una deuda.
* Las viudas eran más codiciadas que las
solteras; a menudo incluso eran ricas.
Las
costumbres sexuales de las solteras eran tan liberales que llamaron la atención
de alguien tan poco mojigato como Mansilla. Esta liberalidad se acababa con el
casamiento: las casadas eran poco más que esclavas del esposo.
* "Mientras no hubo cristianos entre los
indios, no hubo ejemplo de que se violaran las tumbas sagradas".
Por si
no hubiera quedado claro, creo que estas líneas resumen lo que pensaba Mansilla
del problema de la relación de la joven República con los nativos:
"Tanto que declamamos sobre nuestra
sabiduría, tanto que leemos y estudiamos ¿y para qué? Para despreciar a un pobre indio, llamándole bárbaro,
salvaje; para pedir su exterminio,
porque su sangre, su raza, sus instintos, sus aptitudes no son susceptibles de
asimilarse con nuestra civilización empírica, que se dice humanitaria, recta y
justiciera y se ensangrienta por cuestión de amor propio, de avaricia, de engrandecimiento,
de orgullo, que para todo nos presenta en nombre del derecho el filo de una
espada (...) que en definitiva, lo
que más respeta es la fuerza.
¡Ah! Mientras tanto, el bárbaro, el salvaje,
el indio ése que rechazamos y despreciamos, como si todos nos derivásemos de un
tronco común, como si la planta hombre no fuese única en su especie, el día
menos pensado nos prueba que somos
muy altaneros, que vivimos en la ignorancia, de una vanidad descomunal,
irritante..."
Mansilla
era partidario de la incorporación pacífica de los indígenas a la vida
“civilizada”, y por ello chocaría con el ministro Gainza, quien finalmente lo
destituyó. El pacto que firmó no sería ratificado nunca.
El
político
Fue Diputado “alquilón” por Santiago del Estero (ya que no había
nacido en esa provincia), y luego secretario de la Convención Constituyente de 1860 llevada a cabo como consecuencia
del tratado de San José de Flores, luego del triunfo de Urquiza en la batalla de Cepeda (1859), por el cual
Buenos Aires se unía a la Confederación con la condición de revisar la
Constitución de 1853 que se había realizado sin su participación.
Durante
gran parte del año 1871, Buenos
Aires vivió asolada por la epidemia de fiebre amarilla. Murieron más de 14.000
personas sobre un total de la población de la ciudad de 180.000 habitantes. Mansilla,
que en la epidemia perdió a su padre y a su hijo mayor, se integró a la
comisión de ayuda a los damnificados, presidida por Sarmiento.
Al
concluir el mandato presidencial del sanjuanino, en 1874, Mansilla trabajó intensamente a favor de la candidatura de su
amigo, el tucumano Nicolás Avellaneda, que se impondrá, como todos sus
predecesores, gracias al fraude electoral.
Mitre,
su principal oponente, denunciará el hecho e intentará dar un golpe cívico
militar y Mansilla se hizo cargo del Estado Mayor del Ejército de Reserva,
uniéndose a las fuerzas leales a Avellaneda que derrotaron a los mitristas.
En
1876, fue electo Diputado por el
oficialismo. Permaneció en su banca durante un año, pero su espíritu inquieto
lo llevó a solicitarle a su amigo Avellaneda la gobernación del Chaco. ¿Por qué
el Chaco? Mansilla tenía informaciones sobre importantes yacimientos de oro en
el Paraguay. Formó junto a un grupo de amigos una empresa, e intentó manejar
sus negocios auríferos desde la gobernación más cercana.
El
proyecto fue todo un fracaso y Mansilla. Decepcionado, vendió sus acciones,
renunció a la gobernación y se marchó nuevamente a Europa, donde permaneció
hasta 1880 cuando regresó para
apoyar la candidatura presidencial de Julio A. Roca.
A poco de llegar se
enfrentó a duelo de pistolas con un contrincante político, Pantaleón Gómez, por
una discusión originada en la actuación de ambos en la Gobernación del entonces
Territorio Nacional del Chaco.
Pantaleón Gómez al
momento de su muerte se desempeñaba como director del diario El Nacional (en
Buenos Aires) y sus columnas atacaban con ingenio y dureza al general Lucio Victorio Mansilla. A
los duelos escritos le sucedió el duelo en el campo del honor.
Los hombres se
encontraron en la quinta del escribano Tulio Méndez el sábado 7 de febrero de 1880.
Los padrinos de Mansilla fueron los coroneles Uriburu y Godoy, y los de
Gómez, los coroneles Meyer y Lagos. El día era caluroso y el cielo estaba
despejado.
Los hombres se
saludaron y caminaron diez pasos en dirección contraria, se dieron vuelta
y apuntaron. Gómez dijo: «Yo no mato a un hombre de talento», y disparó tres
veces al suelo.
Mansilla dijo: «Al tercer botón de la camisa», y le
disparó al corazón. Gómez cayó. Mansilla corrió a su lado, lo abrazó y con los
ojos llenos de lágrimas le besó la frente.
Una multitud
acompañó a Gómez al cementerio. Hablaron más de diez oradores. El último
discurso fue el de Domingo Faustino Sarmiento.
Miembro de la masonería, como casi todas las figuras importantes de su
generación, fue separado de la misma tras matar a Pantaleón Gómez.
A fines de 1882 regresa a Buenos Aires y fue nuevamente Diputado por el roquismo, pero crítico con el partido. Al año siguiente
rompe con Roca, lo que le vale un arresto por desacato, pero es dejado pronto
en libertad. Recibió de Roca menos de lo que esperaba. Este lo envío e Europa
para estudiar las posibilidades inmigratorias de algunos países, y representar
el país en algún congreso.
Regresó
en 1885 y fue electo Diputado
nacional por el Partido Autonomista. Comenzó su mandato como un tibio opositor
a Roca y fue girando luego hacia el juarismo.
En
1890, fue vicepresidente primero de
la Cámara de Diputados sin abandonar su carrera militar donde llegó al grado de
General de División.
El triunfo de la Unión Cívica Radical en 1894 significó el fin de sus ilusiones
políticas y la terminación de su carrera en este sentido.
Uriburu le ofreció un alto cargo en el
Consejo Supremo de Guerra y Marina, pero no lo aceptó y entonces resolvió
mandarlo de nuevo a Europa, con el fin de estudiar la organización militar de
varios países.
En 1897
está de regreso en Buenos Aires, trae los informes que le encargaron y dos
meses después vuelve a embarcarse. Llega a Atenas, para estudiar la
conflagración greco turca que acababa de estallar.
Vuelve
a pensar en un ministerio cuando se hace inminente la segunda presidencia de
Roca, pero tampoco se cumple su sueño.
Estando
en Buenos Aires, luego de fallecida su esposa, rematan la casa. Se aloja con su
madre y regresa una vez mas a Europa. En las diferentes etapas de su larga
carrera totaliza algo así como 24 años en el exterior.
En
1900, fue nombrado ministro
plenipotenciario ante las cortes de Alemania, Austria-Hungría y Rusia. La tarea
diplomática no lo alejó del periodismo, colaborando con frecuencia con El Diario de Buenos Aires.
El
escritor
A sus 24 años, en 1855,
inicia su carrera de escritor, publicando De Adén a Suez, donde narra las peripecias de su primer viaje a tierras totalmente
extrañas, culminando el viaje en Londres y París. Allí escribió para la Revista de Buenos Aires sus Recuerdos de Egipto.
La
vida pública de Mansilla comienza con un episodio bastante particular. El 22 de
junio de 1856, en el Teatro
Argentino, ante todos los espectadores retó a duelo al escritor y Senador José
Mármol, quien había ofendido a sus padres en la obra Amalia.
El
autor prefirió valerse de sus influencias y hacerlo encarcelar, y condenarlo a
pagar una fianza de cien mil pesos, extraditándolo con destino a Paraná, por
entonces Capital de la Confederación
Argentina, de la cual el Estado de Buenos Aires se había
separado, lo que significó alejarse de su familia.
Se dedicó al periodismo político, siendo Secretario de Salvador María del Carril, sanjuanino
rivadaviano, vicepresidente de Urquiza.
Allí comenzó su carrera periodística
en El Nacional Argentino del
que llegaría a ser director y propietario. Cumplido los tres años de destierro,
regresó a Buenos Aires y al periodismo político con el periódico La Paz.
En 1864
escribe Una venganza africana, además de diversas traducciones y algunos intentos de
teatro como Una Tía, y Atar Gull.
En 1870 publica su obra de mayor difusión: Una excursión a los indios ranqueles
compilando las cartas que enviara a su amigo Santiago Arcos sobre
sus experiencias en la frontera.
Estas cartas serían publicadas en el periódico La Tribuna y posteriormente reunidas
para integrar su obra mayor, traducida al inglés, francés, alemán e italiano, y
premiada en el Congreso Geográfico Internacional de París de 1875.
En El excursionista del planeta,
reúne una selección de su obra y se dan a conocer por primera vez en formato
libro las Cartas de Amambay, Ecos de Europa y Diario de un expatriado, que fueran publicadas en forma de columnas
periodísticas en su momento.
En otra etapa de su vida introdujo una forma nueva de literatura, que se
caracterizó por el relato coloquial, publicando en el diario Sud América relatos breves, anécdotas,
conversaciones o diálogos que guardaba en su memoria, en su mayoría
autobiográficos conocidos como las "Causeries
(charlas) de los jueves".
Entre esos recuerdos se
encuentra el titulado "Los siete
platos de arroz con leche", donde, cuenta que en 1852, recién
llegado, visitó a su tío Juan Manuel en Palermo para conversar de la situación
de la Confederación. Este estaba preparando su extenso discurso a la
legislatura y se lo leyó a él sin inmutarse como si nada sucediera. Mientras
esto ocurría, como marcando el tiempo, irrumpía Manuelita Rosas con un plato de
arroz con leche.
Esas publicaciones fueron recogidas en 5 volúmenes editados entre 1889/90 que para una mejor comprensión
tituló Entre nos: Causeries de los jueves.
Posteriormente la editorial Hachette reeditó las mismas en un tomo de su
colección El Pasado Argentino que fue
prologado por el escritor Juan Carlos Ghiano y vio la luz en 1963.
Otra de sus obras Retratos y
recuerdos refleja la descripción de 17 personajes históricos de su época
que conoció personalmente la mayoría de ellos durante su exilio en Paraná,
escrito en 1894 después de varias
decepciones políticas, prologada por el General Roca.
En Europa, en 1896, escribe Estudios
morales o sea el diario de mi vida.
En 1898 publicó una biografía sobre su tío Juan Manuel
de Rosas con el carácter de ensayo histórico-psicológico intentando reflejar
una crítica de la época de su tío, situación que provocó algunas críticas
desfavorables por su inexperiencia en ese tipo de ensayos.
“Mi tío apareció: era un hombre alto, rubio,
blanco, semi pálido, combinación de sangre y de bilis, un cuasi adiposo
napoleónico, de gran talla; de frente perpendicular, amplia, rasa como una
plancha de mármol fría, lo mismo que sus concepciones, de cejas no muy
guarnecidas, poco arqueadas, de movilidad difícil, de mirada fuerte, templada
por el azul de una pupila casi perdida por lo tenue del matiz, dentro de unas
órbitas escondidas en concavidades insondables.
De nariz grande, afilada y correcta, tirando más al
griego que al romano; de labios delgados casi cerrados, como dando la medida de
su reserva, de la firmeza de sus resoluciones; sin pelo de barba, perfectamente
afeitado, de modo que el juego de sus músculos era perceptible. Seria cruel, no
parecía disimulada aquella cara, tal como a mi se me presentó, tal como ahora
la veo, a través de mis reminiscencias infantiles.
Agregad a esto una apostura fácil, recto el busto,
abiertas las espaldas, sin esfuerzo estudiado, una cierta corpulencia del que
toma su embonpoint, o sea su
estructura definitiva, un traje que consistía en un chaquetón de paño azul, en
un chaleco colorado, en unos pantalones azules también; añadid unos cuellos
altos, puntiagudos, nítidos, y unas manos perfectas como forma, y todo limpio
hasta la pulcritud, y todavía sentid y ved, entre una sonrisa que no llega a
ser tierna, siendo afectuosa, un timbre de voz simpático hasta la seducción, y
tendréis la vera efigie del hombre que más poder ha tenido en América...”
En 1903, ya instalado definitivamente en París, publicó En vísperas, un ensayo sociológico
sobre la Argentina. En su
última obra, Memorias, de 1904, solo llegó a reflejar su infancia
y juventud, y recordaba con nostalgia esa época en que, la semi-colonial Buenos
Aires, quería dejar de ser "gran aldea", describiendo en forma
detallada sus características, sobre todo del barrio de San Telmo, dónde vivió.
A
partir de 1906, frecuentaba la
Sorbona y seguía siendo un lector atento e incansable.
En 1907
publicó Un país sin ciudadanos, mientras
enviaba colaboraciones para la prensa de Buenos Aires (El Diario de Láinez).
El fin
de una larga vida
Enfermo, quedó lo postrado en 1911. Murió ciego poco antes de cumplir
los 82 años en su departamento de la Rue Víctor Hugo, el 8 de octubre de 1913.
Los diarios de Buenos Aires le dedicaron
extensas necrológicas y Le
Figaró de París le dedicó una de sus páginas.
Bibliografía
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DE
MARCO, M.A. (2013). A un siglo de la muerte de Lucio V. Mansilla. Revista de
la Bolsa de Comercio de Rosario. /www.bcr.com.ar/ Historia.pdf
DIAS DE HISTORIA.
2018. Lucio V. Mansilla. El dandi nacional. https://diasdehistoria.com.ar/content/lucio-v-mansilla-el-dandi-nacional/
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LANUZA,
J.L. (1965). Genio y figura de Lucio V. Mansilla,
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WIKIPEDIA. Lucio V.
Mansilla. https://es.wikipedia.org/wiki/Lucio_V._Mansilla
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