Dos archiconocidos
(Rosas y Roca), se encargaron de “conquistar el desierto”, es decir echar a los
nativos de las tierras que ocupaban.
Ya empezamos mal. Ni
conquista, ni desierto: NEGOCIOS, disfrazados de historias épicas, aunque con
diferencias marcadas.
Hicieron cosas
parecidas… pero diferentes, y pocos se acuerdan de los que “les allanaron el
camino” como el Gobernador de Buenos Aires (Martín Rodríguez), ni los de Santa
Fe que combatían a los originarios del litoral.
Ni la lucha contra
los pueblos nativos empezó con Rosas, ni terminó con Roca.
Los dos lo hicieron
en nombre de la soberanía. Uno para “evitar
acciones del gobierno chileno sobre la Patagonia”, otro para “ampliar la frontera agropecuaria”, pero
ambos para repartir tierras.
Armar un paralelo entre
estas dos acciones no es tarea fácil, ya que las bibliotecas están muy
repartidas y parciales.
Lo
de Rosas, llamada “campaña al desierto”, en realidad fue conquista (ganar,
mediante operación de guerra, un territorio, población o posición), y lo de
Roca, fue avasallamiento (sujetar, rendir o someter a obediencia, haciendo
súbditos o vasallos de algún rey o señor).
¿Cómo
se puede hablar de conquista del desierto cuando buena parte del territorio a
conquistar, particularmente la primera, eran las tierras más fértiles de
nuestro territorio?
Rosas
y Roca hicieron cosas parecidas…pero diferentes, y pocos se acuerdan de los que
“les allanaron el camino”, con autoría intelectual o con acciones concretas.
Estanislao Zeballos
(político rosarino de la generación del ´80), plantea, en La conquista
de quince mil leguas:
“Estamos en la cuestión fronteras como en el día de la partida: con un
inmenso territorio al frente para conquistar y con otro mas pequeño a
retaguardia para defender, por medio de un sistema débil y desacreditado.
No incumbe su responsabilidad a un hombre ni a un gobierno. Es la
herencia recibida de la Madre Patria, que conservamos fielmente, a pesar de
haberla hallado controvertida y de que nuestra corta bien que dolorosa
experiencia la condena.
Avanzar por medio de líneas artificiales y permanentes para ir
conquistando zonas sucesivas: tal es el sistema español de frontera, reducido a
su expresión mas sencilla”.
“El vasto territorio comprendido entre Choele-Choel y Carmen de
Patagones es recorrido frecuentemente por los indios que van de la Pampa unas
veces y de los valles orientales de los Andes las otras; pero una vez realizada
la gloriosa batida en la llanura, acampadas en triunfo nuestras tropas sobre la
margen del río Negro, sin enemigos a retaguardia, aquellos campos se verán
libres de salvajes, y las estancias de argentinos y de ingleses que ya se
acercan a Choele-Choel, prosperarán tranquilas y seguras, sirviendo de base a
nuevos centros de población y de trabajo”
¿Cómo
se puede hablar de “herencia recibida de la Madre Patria”? Los representantes
de la misma tomaron lo que ya tenía dueño, y en vez de intentar compartirlo les
resultó mas fácil eliminarlos.
Roca
le agrega a este libro una carta introductoria dejando claro que Zeballos no
hacía otra cosa que exponer sus propias ideas.
Ni la lucha contra
los pueblos nativos empezó con Rosas, ni terminó con Roca. Los dos lo hicieron
en nombre de la soberanía. Uno para “evitar
acciones del gobierno chileno sobre la Patagonia”, otro para “ampliar la frontera agropecuaria”, pero
ambos para repartir tierras.
Armar un paralelo
entre estas dos acciones no es tarea fácil ya que las bibliotecas están muy
repartidas y parciales.
Los antecedentes
Las
luchas con los nativos, entre españoles primeros y criollos después, duraron
casi 370 años en nuestro territorio. Es fácil imaginarse que en casi 4 siglos
las relaciones tuvieron vaivenes entre convivencia más afectos y pelea más
muertes.
Es
por esto que entender el “problema” indígena es complejo si no acotamos el
tiempo y nos referimos a un momento concreto.
Las
tribus coexistentes en el momento de la llegada de los españoles no eran ni
chilenas ni argentinas, y a pesar de ello las “internas” ya existían.
El
nativo no siempre maloqueó ni el “cristiano” no siempre asesinó, sin embargo el
balance final de la historia dio “un ganador”, y es por eso que el “problema”
debemos estudiarlo teniendo en cuenta la mayor cantidad de antecedentes:
1515: Juan Díaz de Solís emprendió lo que sería su último
viaje en la búsqueda del pasaje transoceánico. Al llegar a estas costas
sudamericanas se adentró en el estuario, de lo que luego sería
llamado Río de La Plata. Viendo indígenas en la costa oriental,
intentó desembarcar con algunos de sus tripulantes con la sola misión de
apoderarse de lo ajeno en nombre de Dios y del Rey.
Solís y los suyos
fueron atacados por un grupo de indígenas que los ejecutaron ante la mirada del
resto de los marinos desde los barcos. Los cadáveres fueron asados y devorados
por los indígenas, que algunos autores identificaron como Charrúas.
1526: Sebastián Gaboto
salió de España con la intención de hacer el recorrido bioceánico a través del
Canal de Magallanes, pero al llegar a estas tierras se sintió tentado por los
mitos y leyendas del Rey Blanco, con palacio de paredes de plata y tesoros de
todo tipo. Abandonó su misión inicial y se internó por el río Paraná donde
fundo el Fuerte Sancti Spiritu, primera población española en estas tierras.
Los pobladores del
fuerte, fieles a su espíritu conquistador comenzaron a esclavizar y a maltratar
a los nativos. Los caciques Siripo y Marangoré se rebelaron contra los
invasores, y en setiembre de 1529
redujeron el fuerte a ruinas, incendiándolo y dejando unos pocos
sobrevivientes.
1536: Pedro
de Mendoza fundó sobre la margen austral del Río de la Plata, un puerto
defendido por dos primitivos fuertes al que llamó Santa María del Buen Ayre. En este sitio
se estableció junto con sus expedicionarios, a quienes les empezó a repartir
tierras que no eran de él y que seguramente sus verdaderos propietarios no
estaban dispuestos a tolerar mucho tiempo.
Apenas instalados, los españoles descubrieron
una gran hueste de indios Pampas Querandíes,
de al menos 3.000 hombres, quienes, a pesar de todo, les dieron obsequios y
alimentos y se mostraron afables con los recién llegados, pero al poco tiempo
comenzaron los problemas.
La ciudad, por impericia de su fundador,
estaba establecida en una zona baja e inundable, pantanosa e insalubre. Durante
dos semanas los Querandíes abastecieron a los españoles. El maltrato de algunos
españoles a los indígenas motivó que estos dejaran de frecuentar el campamento
abasteciéndolos con alimentos.
La falta de comida obligó al adelantado a
enviar guarniciones en todas direcciones a buscarla para paliar la hambruna.
Deseoso de terminar con el problema, don Pedro envió un ejército comandado por
su hermano Diego de Mendoza para atacar “a
cualquier precio, matando a todos los indígenas y apropiarse de su pueblo”.
Ambos
bandos se enfrentaron en el "Combate de Corpus Christi", el 15
de junio de 1536, cerca de la Laguna de Rocha. En el
enfrentamiento los indios vencieron y exterminaron a dos tercios de las tropas
españolas.
El
éxito de este combate dio confianza a los Querandíes, que comenzaron a atacar
con más y más frecuencia la ciudad, impidiendo que los españoles saliesen de
sus refugios para conseguir alimentos. De esta forma, a la enfermedad y la
violencia se sumó la inanición como causa común de muerte entre los
conquistadores.
A
finales de junio los indígenas reunieron un gran ejército, de 23.000 lanzas
entre Querandíes,
Guaraníes, Charrúas
y Chanás. Tras fracasar en asaltar sus defensas se dedicaron a asediarla.
Finalmente, en diciembre de 1536 los Querandíes consiguieron por primera vez
vulnerar las defensas de la ciudad, penetrar en ella e incendiarla, provocando
su destrucción total.
1626: Durante el siglo
XVII se produjeron en el Tucumán dos grandes sublevaciones indígenas
históricamente conocidos como “Levantamientos Calchaquíes”. El primero de ellos
ocurrió entre los años 1626 y 1637 y
el segundo entre 1657 y 1667.
Los Quilmes fueron una de las
más célebres parcialidades de la etnia Diaguita que habitaba el oeste de la
actual provincia de Tucumán. Su
principal población, fue destruida por los españoles en 1667.
Los Quilmes
sobrevivientes y apresados fueron “arriados” a pie en forma masiva y compulsiva
más de 1.200 km desde Tucumán hasta la reducción de Exaltación de la Santa Cruz, casi a
orillas del Río de la Plata.
“Los sobrevivientes al
traslado fueron utilizados como mano de obra en actividades propias de la
ciudad, así como en la producción agrícola. Con esto se resolvía un grave
problema de la sociedad colonial porteña para desarrollar las actividades
productivas, frente a la escasez de mano de obra indígena”.
1717: A pesar que durante la época de los Virreyes se
comienza a planificar el exterminio de los indios Pampas, hubo momentos en que
la comunión de las partes era posible, tal es el caso del cacique Mayupilquián,
a quien el Cabildo de Buenos Aires le confiere el título de Guarda Mayor para
el control de la frontera.
1760: comienza un plan sistemático, aunque no muy bien
ordenado, para el exterminio del “indio” que comenzaba a comprometer los
negocios de los hacendados. A partir de aquí se empieza a desarrollar la
política de “indios amigos” e “indios enemigos”.
Más de 50 tratados de paz fueron firmados entre
1662 y 1884, año en que se borran las últimas esperanzas de compartir con los
nativos espacios comunes en igualdad de condiciones.
Para aquella época se estima que en las provincias
de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, La Pampa, San Luis, Neuquén y Rio Negro,
había algo más de 15 cacicazgos de las etnias Tehuelches, Mapuches, Ranqueles y
Vorogas (o Borogas).
1790: Fue el cacique Tehuelche o Puelche llamado Lorenzo
(Calfilquí), quien definió claramente su postura diciendo “Hay lugar suficiente para indios y cristianos. Armonía es posible y
útil, pero si buscan pelea, tendrán pelea”. Lamentablemente las tratativas
de paz quedaron en la nada y los enfrentamientos continuaron.
1806: Luego de la Primera Invasión Inglesa, las
comunidades indígenas de la actual Provincia de Buenos Aires, le ofrecieron al
Cabildo su ayuda para derrotar “a los colorados”. Estos ofrecimientos no fueron
aceptados plenamente por los cabildantes, temerosos que miles de indígenas
armados fuesen un riesgo para la tranquilidad de la ciudad. Aceptaron que
custodiasen la costa de la actual provincia de Buenos Aires, sin entrar en los
poblados.
El Batallón de Naturales combatieron a sangre y
lanza a los ingleses, oportunidad en que estos fueron definitivamente
rechazados. Pasado el hecho se condecoraron a los líderes aborígenes,
considerados “fieles hermanos”.
1810: El Coronel Pedro Andrés García (español que quedó
a cargo del Regimiento 4º), fue comisionado a las Salinas Grandes a buscar sal
(insumo básico para el momento), para abastecer a Buenos Aires.
Este yacimiento estaba en pleno enclave de los nativos. Su segunda
intención fue “detectar” a los caciques amigos y a los hostiles.
Luego de dos meses García encontró respuesta de una
parcialidad para compartir las salinas, y fueron a los caciques (Epumer,
Quinteleu, Pallatur y Antenau), a quienes se le escucharon estas frases dichas
al Coronel:
“Yo fui criado donde se
respeta a los mayores y se hacen parlamentos y acuerdos de los que nunca nos
separamos”.
“Ningún cacique va a faltar a
los tratados de paz, pero que a ningún cacique ni sus gentes se estorbe por
entrar a Buenos Aires”
“La laguna es de todos los
hombres, como los pastos del campo a los animales”
“Mi padre me enseñó a respetar
la tierra y a vivir en paz con todos, y nunca hacer la guerra sino en defensa.
Que los que buscan pendencias salen al final descalabrados”
El Coronel García, si bien era desconfiado de los
nativos, dejó asentado en sus notas que era “crítico
de la política equivocada de los españoles de querer sujetar a los indios con
las bayonetas”.
Producida la Revolución de Mayo, a mediados de 1810, la Primera Junta negó
auxilios militares a los indígenas de las Salinas Grandes que
los solicitaban para defenderse de los intentos de Carripilún por tener
derechos exclusivos de explotación de la sal.
En agosto de 1810, a raíz de un castigo a un grupo de indígenas en Carmen de Patagones, se produjo un ataque tehuelche sobre
el Fuerte San José y el Destacamento de
Villarino (fuente de agua dulce), en Chubut,
quedando destruidos, mientras que la escasa guarnición debió huir quedando
algunos cautivos y otros muertos.
1816: José de San Martín, como a muchos de su generación
(Belgrano, Castelli, Artigas, Dorrego, Moreno), participaron de una ideología
política en que los nativos formaban parte de una nación que estaba pariendo.
Él fue quien decía “nuestros paisanos los
indios”.
Cuando propone como táctica la “guerra de zapas”
para el Cruce de los Andes, incluye a los Pehuenches del sur de Mendoza, con
quienes tiene varios encuentros o “consultas”, a los fines de sellar alianzas
para la provisión de pertrechos y caballada, y aprovecharse de algunos caciques
infieles para engañar a los realistas en Chile sobre el lugar en que cruzaría
para dar batalla.
Fue en el parlamento de San Martín con el cacique Ñacuñán
llevado a cabo en el Fuerte de San Carlos (Mendoza), cuando a este se le
escuchó decir “Todos los Pehuenches, a
excepción de tres caciques que nosotros sabremos contener, aceptamos tus
propuestas”.
En la segunda reunión en El Plumerillo, San Martín
manifiesta a los caciques (y es escuchado por Manuel Olazabal), “yo también soy indio” y “necesito pasar los Andes pero para ello
necesito licencia de ustedes, que son los dueños del país”. A partir de ese momento los caciques y capitanejos
lo abrazaron al grito de “viva el indio
San Martín” y “moriremos por el indio
San Martín”.
1819:
El delegado directorial
Feliciano Chiclana firmó el Tratado de Paz de Chranantue con
los ranqueles de Carripilún. Éste se comprometió a entregar a los españoles,
ladrones y bandoleros que hubiera en sus tolderías y al año siguiente falleció.
1820: El malón fue una táctica sistemática de guerra en
aquellos períodos que podemos llamar “de fusión” en que “cristianos” (…y no
tanto) y nativos efectuaban alianzas temporales en función de sus intereses.
Algunos de estos eran solo territoriales, pero la mayoría eran económicos.
El 1 de febrero de 1820, luego de la Batalla de Cepeda, en la que los caudillos
federales
con la participación de los ranqueles, vencieron al Directorio ,
comenzó la Anarquía del Año XX.
El país en marcha estaba ocupado con las guerras de la independencia y
más tarde con las guerras civiles de unitarios y federales. Durante el primer
cuarto del 1800 el malón fue la táctica utilizada para arrasar poblaciones y
robar mujeres y ganado, pero casi siempre como respuesta a un convenio no
cumplido.
Muy lentamente y con grandes esfuerzos, la débil frontera fue
extendiéndose hacia el desierto cobrando notoriedad las tres Campañas de
Martín Rodríguez contra los indígenas que el ex gobernador de
la Provincia de Buenos Aires efectuó
entre 1820 y 1824.
Desde
el gobierno de Martín Rodríguez en la provincia de Buenos Aires se hablaba de
exterminio. Él ya decía “primero exterminaremos a los nómades y luego a los
sedentarios”.
1821: Rodríguez logró rechazar en
Chapaleufú un ataque con un saldo de 150 indígenas muertos o heridos, al día
siguiente las tropas retornaron a Buenos Airsin haber logrado su objetivo.
Había partido su primera
campaña desde Buenos Aires un año antes con 1.600 soldados con el objeto
de realizar una represalia contra los ranqueles, que, bajo las órdenes del
General chileno José Miguel Carrera, habían atacado y arrasado
a Salto.
1823: Partió la segunda campaña con
2.500 soldados con la intención de avanzar la frontera de la provincia de
Buenos Aires hacia el sur y el oeste.
1824: Partió la tercera campaña con 2.420 soldados
y 7 piezas de artillería con la idea de establecer la frontera en el río Negro.
Por la inexperiencia de Rodríguez, ninguna de estas tres campañas tuvo
resultados “positivos”.
1825: El cacique ranquel
Pallastrus, descontento por la interrupción de los regalos, amenazó Sampacho e
invadió San Lorenzo, el Morro y Portezuelo en San Luis, logrando que se
reanudara la entrega de regalos. La paz en esa zona, aumentó el conflicto sobre
Buenos Aires. Juan Manuel de Rosas fue encargado para reconocer el territorio
entre el cabo Corrientes y el camino de Buenos Aires a las Salinas Grandes.
En diciembre de ese año por orden del Gobernador Las Heras, Rosas junto
con delegados de Santa Fe y Córdoba firmó el Tratado de la
Laguna del Guanaco (al norte de Santa Rosa – La Pampa), con 39
caciques y 50 representantes indígenas dirigidos por Chañil. Además de la paz,
se pactó la entrega a los indígenas de raciones y vacunas contra la viruela.
Los nativos mantuvieron la paz y el gobierno de Buenos Aires cumplía con
las promesas (yeguas, alcohol, tabaco, yerba y azúcar), sin embargo Rivadavia,
con la excusa de la guerra con Brasil rompió el pacto y provocó la reacción de
los caciques.
La paz tampoco significaba que no hubiese malones ya que los jefes
borogas y ranqueles no estaban en condiciones de controlar a toda su gente.
Claro está que ya no eran los “malones de guerra” ocurridos entre 1821 y 1825
1826: El Coronel (de origen prusiano), Federico
Rauch realizó tres campañas militares durante las cuales la
frontera se estableció desde Melincué,
pasando por Junín, 25 de mayo y Tapalqué,
hasta el cabo Corrientes.
Las mismas se caracterizaron por el comando de un gran número de
soldados y lo sangriento de sus actos. Arbolito, un indio ranquel, vengó a los
suyos con el degüello del Coronel Rauch en el Combate de Las Vizcacheras.
1828: Fuerzas irregulares de San Luis, rompiendo el tratado de paz, atacaron
una toldería ranquel y en diciembre regresaron con 600 hombres en un nuevo
ataque, pero fueron masacrados por los ranqueles en la laguna del Chañar.
Opiniones
Buena parte de la bibliografía indica, al referirse a las campañas:
“se
conquistaron grandes extensiones de territorio que se encontraban en poder
de pueblos originarios mapuche, ranquel y tehuelche.
Se incorporó al control efectivo de la República Argentina una amplia zona de
la región pampeana y de la Patagonia,
que hasta ese momento estaba dominada por los pueblos
indígenas”.
Analicemos esto.
·
No
es que los mapuches, ranqueles y tehuelches se encontraban “en poder” de las
tierras, simplemente las habitaban desde hacía muchos años. Aunque no se llamaban mapuches, ranqueles o
tehuelches, hace 12.000 años ya estaban por el sur, y hace unos 8.000 años por
Córdoba, Catamarca y San Luis.
·
Es
cierto que buena parte de la región pampeana y patagónica estaban “dominadas”
por las poblaciones nativas, ya que exactamente estos eran sus “dominios”,
espacios donde nacieron y se criaron.
·
Incorporar
estas regiones al “control efectivo de la República Argentina”, significó
simplemente saqueo de territorio, en nombre de lo que este país había
“heredado” de los españoles. Los españoles no eran dueños de nada para cederlo
a quienes quisieran o fueran sus “herederos”, simplemente tomaron lo que no era
suyo.
·
A
menos que sea cierto esto de “Quien roba a un ladrón, tiene cien años
de perdón”, todo lo demás es una excusa
de pura base semántica.
San Martín, Belgrano y Castelli, a quien nadie puede enrostrarles
ambición por las cosas materiales y la tenencia de tierras, promovían “alianzas con nuestros hermanos los indios
para cruzar por sus territorios”, “respeto por sus conocimientos del
territorio, y alianzas para la lucha contra los españoles”.
Los hechos son actualmente objeto de debate y visiones diferentes. La
posición oficial y “tradicional” argentina sostiene que se trató de una gesta
militar y una guerra legítima respecto de la efectiva soberanía de la República
Argentina sobre territorios heredados del Imperio español, y que respondió a las matanzas y robos
perpetuados por los malones indígenas sobre la frontera.
No existían los malones cuando los españoles llegaron a estas tierras.
Se produjeron 300 años después, en parte por la facilidad de robar vacunos y
yeguarizos frente a la difícil caza de guanacos (una de las escasas fuentes de
proteínas).
Contra esa postura oficial, políticos y periodistas argentinos de la época, denunciaron en aquel momento
lo que consideraron un "crimen de lesa humanidad"
cometido por el Ejército Argentino.
La posición tradicional de las comunidades mapuche, tehuelche y ranquel
sostiene que se trató de una invasión ilegítima de los argentinos sobre
territorios ocupados ancestralmente.
Otra postura argentina cuestiona el accionar del Estado argentino contra
las naciones indígenas, tanto por la violencia con que se desarrolló la
conquista, como por la imposición unilateral, la insuficiencia de derechos y el
objetivo de beneficiar a un grupo de terratenientes.
Una opinión más reciente, compartida por las comunidades indígenas, un
sector argentino, y estudiosos de otras nacionalidades, sostiene que se trató
de un genocidio y
un etnocidio institucional.
Las campañas al desierto con el objetivo de correr la frontera de los
nativos y/o la extinción por parte de Juan Manuel de Rosas (1833 y 1834), y 50
años después, la de Julio Argentino Roca (1878 y 1885), fueron la respuesta a
tanta locura desatada por las partes.
No es esta la circunstancia para detallar estrategias, tácticas y logística
de las acciones de ambos, sin embargo haremos un simple repaso de las mismas.
El Cuadro 1 lo resume. Las consecuencias son lo único importante para entender
estos procesos.
La campaña de Rosas
Rosas, en su último mensaje dirigido a la legislatura provincial,
expresó su plan de realizar una campaña al desierto para ir en contra de los
indios enemigos:
“Hacendados,
vosotros sabéis que la campaña y la frontera se encuentran hoy enteramente
libres de los indios enemigos; que aterrados por los repetidos golpes de muerte
que han sufrido en sus mismas tolderías, se han refugiado al otro lado del río
Negro de Patagones y a las faldas de la Cordillera de los Andes.
Nuestras
divisiones acampan o corren sin recelo desde la laguna grande de Salinas hasta
las márgenes del río Negro. Un
esfuerzo más y quedarán libres para siempre nuestras dilatadas
campañas y habremos establecido la base de nuestra riqueza pública, y acabado
la empresa que ha burlado por más de dos siglos el valor y la constancia de
nuestros mayores.
Vosotros
prestareis con el patriotismo acostumbrado cuanto sea indispensable para expedicionar (sic) sobre los últimos asilos de los
indios enemigos y para perfeccionar la población de nuestras fronteras. La
nueva administración tendrá la gloria de coronar al fin esta grande obra.
La política de “indios amigos” llegó a su momento de plenitud durante el
gobierno de Juan Manuel de Rosas en 1830,
que la llamaba “negocio pacífico con los
indios”, cuyo objetivo era acercar a las tribus amigas a la línea de
frontera y aislar de alguna manera a las hostiles, que quedarían alejadas.
En realidad el gran enemigo a vencer era Chocory, un cacique “chileno”
considerado un bandolero y ex socio de los Pincheira, que se estableció por la
fuerza en la isla Choele-Choel, verdaderos centro de “peaje” entre la pampa y
la cordillera por el “camino de los chilenos”.
Las tribus de Catriel, Coliqueo y Chipitruz entre otros formaron parte
de aquel cordón amistoso. Esta “amistad” se quebraba cada vez que los tratados
de paz no se cumplían por parte del gobierno, que no respetaba los pedidos de
ropa, alimento, alcohol, armas y fundamentalmente “sus campos”.
Las “internas” entre los nativos (que no eran pocas), y los
incumplimientos sistemáticos de los acuerdos, conformaron un ambiente hostil
que se tradujo en ataques de los malones de indios “enemigos”.
A pesar de las buenas relaciones con su aliado ocasional, el General
Manuel Bulnes en Chile, Rosas recelaba de sus actitudes y quería ocupar Neuquén
manteniendo la soberanía en esos pagos.
La campaña
se organizó en tres columnas principales:
- Quiroga, con la División Auxiliares de los Andes, avanzaría por el río Desaguadero y el Atuel en busca de Yanquetruz y luego se uniría a Rosas en el río Colorado. Al retirarse Quiroga queda al mando de José Ruiz Huidobro (comandante de la frontera sur de Córdoba)
- Rosas, desde la Fortaleza Protectora Argentina, avanzaría por la rastrillada de los chilenos a unirse con las fuerzas de Quiroga y atacar a Chocorí en la isla de Choele Choel para luego continuar hacia el País de las Manzanas o Neuquén.
- Aldao iría hacia el sur y Bulnes atacaría a los mapuches del sur de Llanquihue, del lado chileno.
Diálogos
de campaña
Los dichos de Darwin
La campaña también incorporó científicos, entre ellos Charles Darwin,
que reunieron información sobre la zona recorrida. En el cuartel Rosas recibió,
el 13 de agosto, la visita de Darwin, quien en su diario de viaje describió con
horror parte de la campaña:
“Los
indios formaban un grupo de unas 110 personas (hombres, mujeres y niños); casi
todos fueron hechos prisioneros o muertos, pues los soldados no dan cuartel a
ningún hombre. Los indios sienten actualmente un terror tan grande, que ya no
se resisten en masa; cada cual se apresura a huir por separado, abandonando a
mujeres e hijos. (...)
Sin
disputa, esas escenas son horribles, ¡pero cuánto más horrible aún es el hecho
cierto de que se da muerte a sangre fría a todas las indias que parecen tener
más de veinte años! Y cuando yo, en nombre de la humanidad protesté, se me
replicó: "Sin embargo ¿qué otra cosa podemos hacer? ¡Tienen tantos hijos
esas salvajes!"
· Las
cartas de Rosas
Carta
de Juan Manuel de Rosas al Coronel Pedro Ramos
“(...) Pero estos pricioneros no se descuide con ellos. Si alguno es de
una importancia tal qe. meresca el qe. yo hable con el mandemelo, pero sino, lo
qe. debe u. hacer es luego qe. ya enteramte. no los necesite para tomarles
declaraciones, puede hacer al marchar un dia quedar atras una guardia vien
instruida al Gefe encargado qe. me parece puede para esto ser bueno Valle,
quien luego qe. ya no haya nadie en el campo, los puede ladear al monte, y alli
fusilarlos.
Digo esto asi porqe. después de prisioneros y rendidos da lastima matar
hombres, y los Indios qe. van con V. qe. lo vean aunqe. quizas les gustaria
esto porqe. asi son sus costumbres, pero no es lo mejor. Mas como no hay donde
tenerlos seguro vale mas q. mueran y no exponerse a que se vaian y causen algun
mal. Si después echasen menos los Yndios a los dhos prisioneros, y le
preguntasen los Cavezas q. se han echo los prisioneros puede u. decirles qe.
habiendose querido escapar y teniendo orden la Guardia de qe. si los pillara
por escaparse los fusilase había cumplido dha. orden.
El 25 de marzo de 1834 formó a la división en el Napostá (próximo a la
actual ciudad de Bahía Blanca), y les dirigió la siguiente proclama:
¡Soldados
de la patria! Hace doce meses que perdisteis de vista vuestros hogares para
internaros en las vastas pampas del sur. Habéis operado sin cesar todo el
invierno y terminado los trabajos de la campaña en doce meses como os lo
anuncié.
Vuestras
lanzas han destruido los indios del desierto, castigando los crímenes y
vengando los agravios de dos siglos.
Las
bellas regiones que se extienden hasta la cordillera de los Andes y las costas
que se desenvuelven hasta el afamado Magallanes, quedan abiertas para nuestros
hijos. Habéis excedido las esperanzas de la patria.
Entre
tanto, ella ha estado envuelta en desgracia por la furia de la anarquía. ¡Cuál
sería hoy vuestro dolor si al divisar en el horizonte los árboles queridos que
marcan el asilo doméstico, alcanzarais á ver la funesta humareda de la guerra
fratricida!
Pero
la divina Providencia nos ha librado de tamaños desastres. Su mano protectora
sacó del seno mismo de la discordia un gobierno fraternal, á quien habéis
rendido el solemne homenaje de vuestra obediencia y reconocimiento.
¡Compañeros!
Jurad aquí delante del Eterno que grabaremos siempre en nuestros pechos la
lección que se ha dignado darnos tantas veces, de que sólo la sumisión perfecta
á las leyes, la subordinación respetuosa á las autoridades que por ellas nos
gobiernan, pueden asegurar la paz, libertad y justicia para nuestra tierra.
¡Compatriotas!
que os gloriáis con el título de Restauradores de las Leyes, aceptad el honroso
empeño de ser sus firmes columnas y defensores constantes.
Las divisiones del centro y derecha fracasaron en sus objetivos, sin
embargo la de la izquierda logra empujar a Chocory hacia la cordillera (“al
país de las manzanas”).
Concluida la Campaña de Rosas al desierto, éste firmó tratados de paz
con caciques
hasta entonces secundarios, que se convirtieron en útiles aliados. Al año
siguiente se sumó el más importante de ellos, Calfucurá.
Hasta la caída de Rosas en 1852, no hubo malones en la Provincia de
Buenos Aires, Calfucurá daba aviso de los posibles ataques de los pequeños
grupos indígenas que no respondían a su mando y eran fácilmente
contrarrestados. Sirvió también para distribuir el alcohol y
las mercaderías que les enviaba Rosas, junto con vacunas para la viruela.
Se aseguró una precaria tranquilidad para los campos y pueblos ya
formados, y se logró un relativo avance en el sudoeste de la provincia.
La campaña también sirvió para realizar levantamientos topográficos,
mensurando áreas, balizando el Río Colorado y creando una línea de fuertes. El
sistema de 21 postas establecido
por Rosas desde San Miguel del Monte hasta Médano Redondo quedó atendido por
100 hombres y 600 caballos.
La Gaceta
Mercantil de Buenos Aires publicó el 24 de diciembre de 1833 que la
campaña de Rosas resultó en 3.200 indios muertos, 1.200 individuos de ambos
sexos prisioneros y se rescataron en total unos mil “cristianos” cautivos.
El éxito obtenido por el Restaurador
en la campaña aumentó aún más su prestigio político entre los propietarios de
las estancias bonaerenses, que incrementaron su patrimonio al incorporar nuevas
tierras y se sintieron más seguros con la amenaza indígena bajo control.
Los
expedicionarios también recibieron tierras como premio. La legislatura de
Buenos Aires, a pedido del gobernador Víamonte, otorgó a Rosas, en
consideración a sus servicios en la campaña al desierto, la Isla Choele Choel.
Rosas teniendo en cuenta la posición
estratégica de la misma renunció a este premio y la Junta admitió la devolución
por Ley de 1834. En permuta le otorgó 60 leguas (140.000 hectáreas), en campos
de la provincia donde no perjudicara a terceros.
Rosas repartió casi el 50 % de esas tierras entre
personas que lo asistieron en la campaña.
El gobierno consideró a los premios como un
estímulo poderoso para futuras campañas que completarían la obra de la
expansión de la frontera. Sendos decretos reglamentarios dieron cuenta de la
distribución de las 50 leguas (116.500 ha), entre los Coroneles que asistieron
en la campaña.
La ley fijó la ubicación de estos premios en
las inmediaciones del arroyo Sauce Grande, entre Bahía Blanca y Tres Arroyos.
Quedaba claro, geográficamente, que el
“desierto” a repartir no era tal.
La campaña de Roca
Hacia la década de 1870 el conflicto
entre argentinos e indígenas se hizo más agudo, debido al lento avance de la
línea de frontera por parte del Estado y la instalación de nuevos fortines, así
como por los ataques masivos o malones que los indígenas cometían contra los
fortines, estancias y poblados argentinos.
Ese año hubo 13 grandes malones que les permitió arriar 200.000 cabezas
de ganado a Chile. Pasaban los años y el malonaje crecía: 29 malones en 1871 y
35 en 1872. En 1873 muere Calfucurá con casi 100 años y la violencia en la
frontera aminora.
Por otra parte, la organización en Argentina de una economía
agroexportadora para proveer de alimentos a Inglaterra y
en especial la invención del frigorífico, impulsó a los estancieros
organizados en la Sociedad Rural Argentina, creada en
1866, a promover la ocupación efectiva de las tierras consideradas como “el
desierto”.
En contraste con su antecesor Alsina, Roca creía que la única solución
contra la amenaza de los indígenas era subyugarlos, expulsarlos, o asimilarlos,
porque la política de contención en las fronteras a través de la Zanja de
Alsina y la política de “indios amigos y enemigos” no había dado resultados
satisfactorios.
En 1875 Roca le manifiesta al
Presidente Avellaneda su propuesta militar, utilizando por primera vez la
palabra "extinción":
A mi juicio, el mejor sistema para concluir con los indios, ya sea
extinguiéndolos o arrojándolos al otro lado del río Negro, es el de la guerra
ofensiva que fue seguida por Rosas que casi concluyó con ellos...
Después de que Adolfo Alsina muriera en 1877,
el General Julio Argentino Roca fue nombrado
nuevo ministro de Guerra por Avellaneda. Roca Opinaba:
¡Qué
disparate la zanja de Alsina! Y Avellaneda lo deja hacer. Es lo que se le
ocurre a un pueblo débil y en la infancia: atajar con murallas a sus enemigos.
Así pensaron los chinos, y no se libraron de ser conquistados por un puñado de
tártaros, insignificante, comparado con la población china... Si no se ocupa la
Pampa, previa destrucción de los nidos de indios, es inútil toda precaución y
plan para impedir las invasiones.
Estas palabras fueron casi una bravuconada de Roca. Ya casi no había
indios en la pampa y Roca lo sabía antes de armar la campaña y reconocía que
sus antecesores (por orden de Alsina), habían “hecho el trabajo”. Solo quedaban
algunos grupos aislados con sus familias, escasos y poco organizados guerreros
que no significaba peligro, mas aún si se cumplía con los arreglos y pactos.
Algunas justificaciones de la Conquista del Desierto han recurrido a
argumentos relacionados con las circunstancias de la época. Por ejemplo,
sostiene el historiador Roberto Ferrero:
La
conquista del desierto era una necesidad histórica. Las tentativas de una
acción civilizadora pacífica, en la que habían sacrificado sus vidas jesuitas y
franciscanos en los siglos anteriores, habían fracasado porque no tenían en
cuenta que los indios no sometidos aún estaban en otro estadio de la
organización social. Se encontraban en una etapa pre agraria,.... al nivel de
cazadores-recolectores (incluyendo el robo de ganado como una novísima forma de
caza) ....
Contra
esa naturaleza social de las tribus se estrellaron todos los esfuerzos por
inculcarles formas más elevadas, que sólo podían ser producto de una larga
evolución que la nación no podía esperar sin el peligro cierto de empobrecerse
económicamente, perder la Patagonia a manos de Chile o ver surgir asomados a su
frontera nuevos Estados bárbaros sometidos a la tutela imperialista.
Para darle un tinte épico y grandioso la expedición de Roca contó,
además de los efectivos del Ejército Argentino con funcionarios, sacerdotes,
periodistas,
médicos,
naturalistas
y fotógrafos.
Entre ellos figuraron: Monseñor Mariano Espinosa, Remigio Lupo (corresponsal
del diario La Prensa), los doctores Adolfo
Doering y Pablo Lorenz, los
naturalistas, Niederlein y Schultz, que estudiaron la flora, la fauna y la geología del
territorio y el fotógrafo y retratista Antonio Pozzo.
Roca reconocía que a “su” periodista le costaba inventar hechos de la
“hazaña” para hacer interesante las crónicas.
“Había” que hacer la expedición si o si, mostrar a la sociedad que se
trataba de una guerra, y garantizar con títulos de propiedad al menos 15.000
leguas cuadradas (1 legua cuadrada = 2.331 ha) o sea unos 35 millones de
hectáreas, que, en algunos años llegaron a mas de 40 millones de hectáreas.
Una ley autorizó la toma de un préstamo de 1.600.000 pesos fuertes, con
la contraprestación de pagarlo con las tierras “ganadas a los indios” a los
suscriptores del préstamo a razón de 400 pesos fuertes por legua cuadrada, con
un límite entre 4 y 12 leguas cuadradas por persona.
La
primera división, al mando de Roca (que
llegó a Azul en tren), partir de Carhué en
abril de 1879 con 1.900
soldados y 105 indígenas aliados, entrando el 25 de Mayo en la isla de
Choele-Choel. En todo su recorrido no encontró un solo indio llegando luego a
la confluencia del Limay con el Neuquén sin haber combatido. En junio, Roca
regresó a Buenos Aires en barco desde Choele-Choel,
quedando al mando el Coronel Conrado
Villegas.
La
segunda división, al mando del Coronel
Nicolás Levalle, partió de Carhué con 325 soldados y 125 indígenas aliados
pertenecientes al cacique Tripailao. Solo encontró 2 o 3 familias
indígenas aisladas, hambrientas y a pie. Avanzó hacia Traru-Lauquen en la
actual provincia de La Pampa, y enfrentó a Namuncurá.
La
tercera división, al mando de Eduardo
Racedo, partió de Villa Mercedes hacia Poitahué con 1.350 hombres, entre los que
se contaban guerreros ranqueles de las tribus aliadas comandadas por los
caciques Cuyapán y Simón.
La
cuarta división, al mando de Napoleón Uriburu, partió desde San Rafael en abril rumbo a la
confluencia de los ríos Limay y Neuquén. Esta división solo combatió con 14
lanceros, tomó 12 prisioneros y 72 mujeres y niños, dando muerte al cacique
Baigorrita.
La
quinta división, al mando del Teniente
Coronel Hilario Lagos, partió de Trenque
Lauquen.
De acuerdo con la Memoria del Departamento de Guerra y Marina de 1879,
se tomaron prisioneros cinco caciques principales y uno fue muerto
(Baigorrita), 1.271 varones de lanza fueron tomados prisioneros, 1.313 hombres
de lanza resultaron muertos, 10.513 "de chusma" (mujeres, niños y
ancianos), fueron tomados prisioneros, y 1.049 fueron reducidos.
El Informe Oficial de la Comisión Científica que acompañó al Ejército
Argentino dice que 14.000 indígenas resultaron muertos o tomados prisioneros.
Los prisioneros fueron tanto combatientes como no combatientes.
Poco después Roca precisó ante el Congreso de la Nación que se habían
tomado como prisioneros a 10.539 mujeres y niños y 2.320 guerreros. Se estima que la campaña argentina fue causa directa de la muerte de más de mil indígenas (hombres, mujeres y
niños), sin embargo Roca admitió que su campaña fue para él “una alegre cabalgata, sin batallas ni
hechos sobrecogedores”.
Varios autores coinciden en que se exageraron los números para hacer
parecer a la campaña como una verdadera conquista de 500.000 km “que le regalamos a la patria en su día”,
en referencia a que habían llegado a Choele Choel el 25 de Mayo.
Una parte de los sobrevivientes fueron desplazados a las zonas más
periféricas y estériles de la Patagonia. Investigadores han identificado que
muchos de esos prisioneros fueron utilizados como mano de obra sometida en
las cosechas de
uva y caña de azúcar en Cuyo y el noroeste argentino.
Unas 3.000 personas fueron enviadas a Buenos Aires, donde los separaron
por sexo, a fin de evitar que procrearan hijos.
Para concentrar a los prisioneros se levantó un área cercada con alambre
en Valcheta o
Comarca del Río Chiquito, lugar que hasta poco antes había sido asiento de una
comunidad gennakenk (puelche).
También "hubo campos de concentración en Chichinales,
Rincón del Medio y Malargüe”
Un inmigrante galés fue testigo de aquel encierro y testimonió las
condiciones del siguiente modo:
“En
esa reducción creo que se encontraba la mayoría de los indios de la Patagonia.
(…) Estaban cercados por alambre tejido de gran altura, en ese patio los indios
deambulaban, trataban de reconocernos, ellos sabían que éramos galeses del
Valle del Chubut. Algunos aferrados del alambre con sus grandes manos huesudas
y resecas por el viento, intentaban hacerse entender hablando un poco de
castellano y un poco de galés: poco bara chiñor, poco bara chiñor” (un poco de
pan señor).
Los prisioneros fueron trasladados a pie por más de mil kilómetros y
luego por barco hasta Buenos Aires, donde se estima llegaron unos 3.000.
Algunos sobrevivientes han relatado la crueldad del trato, incluyendo el
asesinato, la mutilación e incluso la castración de las personas que no podían
continuar por el cansancio.
Al llegar a Buenos Aires, algunos hombres, mujeres y niños prisioneros,
fueron obligados a desfilar encadenados por las calles de Buenos Aires. Durante
el acto un grupo de militantes anarquistas aplaudieron a los vencidos al grito
de "bárbaros son los que les
pusieron cadenas”.
Con posterioridad los prisioneros fueron trasladados a la isla Martín García, desde donde luego de
permanecer allí un tiempo fueron llevados nuevamente a Buenos Aires y recluidos
en el Hotel de Inmigrantes. El gobierno roquista dispuso entonces que los
niños y las mujeres fueran entregados para trabajar forzadamente como
sirvientes de familias ricas. El diario El Nacional dio cuenta
publicitando las entregas:
“ENTREGA DE INDIOS. Los miércoles y los viernes se efectuará la entrega
de indios y chinas a las familias de esta ciudad, por medio de la Sociedad de
Beneficencia”.
El mismo diario describe
aquellas escenas del siguiente modo:
“La desesperación, el llanto no cesa. Se les quita a las madres sus
hijos para en su presencia regalarlos, a pesar de los gritos, los alaridos y
las súplicas que hincadas y con los brazos al cielo dirigen las mujeres indias.
En aquel marco humano unos se tapan la cara, otros miran resignadamente al
suelo, la madre aprieta contra su seno al hijo de sus entrañas, el padre se
cruza por delante para defender a su familia”.
La mayoría de los hombres murieron en la isla Martín García, donde aún
hoy se preserva parte del llamado Barrio Chino, al que fueron
confinados los prisioneros.
Algunos investigadores mencionan que hallaron unos 500 documentos que "nos permitían analizar la
sistematicidad e intencionalidad genocida", descubriendo que a los
prisioneros se les suprimía la identidad imponiéndoles nuevos nombres y se los
clasificaba en tres categorías:
"inútiles, depósito y presos".
La documentación examinada también establece que muchos prisioneros,
referidos habitualmente como "indios y chusma", fueron entregados
como esclavos a familias de la élite porteña: "de la lectura de las cartas de solicitud de indios se desprende
que para algunos miembros de las clases dominantes, ser favorecidos con unos
cuantos indígenas no era una meta difícil de conseguir”
Un estudio sobre el "Confinamiento
de pampas y ranqueles en los ingenios de Tucumán" concluye que:
“El
gobierno nacional no deseaba adoptar el sistema de reservas indígenas aplicado
por Estados Unidos para afincar a los derrotados. Más aún, procuraba por todos
los medios borrar cualquier vestigio de tribu como entidad, temiendo las
sublevaciones en masa o los pedidos y reclamos orgánicamente expresados.
Se
creyó más conveniente y menos oneroso diseminarlos por pequeños grupos de
establecimientos rurales de varias provincias del interior y aún en la ciudad
de Buenos Aires donde, divorciados por completo de la autoridad de sus caciques
y "sometidos al trabajo y al ejemplo de otras costumbres, modificarían las
propias, abandonando el lenguaje nativo como instrumento inútil".
Cuadro 1 - Algunas
características de las acciones militares contra la población nativa
Variable
|
Juan Manuel de Rosas
|
Julio Argentino Roca
|
Gobierno Nacional
|
Juan
R. Balcarce, Gobernador de Buenos Aires
|
Nicolás
Avellaneda, Presidente de la Nación
|
Fecha de inicio
|
1833
|
1878
|
Fecha de finalización
|
1834
|
1879
(1885)
|
Estrategia
|
Acercar
tribus amigas a la línea de frontera, aislar las tribus hostiles y ampliar la
frontera.
|
Ingresar a
territorio mapuche-tehuelche-ranquel, destruir los asentamientos, apresar
masivamente a la población indígena y conquistar tierras para ampliar las estancias.
|
Táctica
|
Movimientos
de “pinza”, envolventes y lineales
|
Movimientos
lineales directos y envolventes
|
Logística
|
Tres
columnas: Oeste con Aldao; Centro con Ruiz Huidobro y Este con Rosas
|
Cinco
columnas: Roca (Villegas); Levalle; Racedo; Uriburu y Lagos y años más tarde,
3 brigadas: Ortega; Vintteer y Bernal.
|
“Justificación histórica”
|
Evitar
acciones del gobierno chileno (Manuel Bulnes), sobre la Patagonia y sur de
Cuyo y combatir a Chocory.
|
Desplazar
a los nativos, incorporar tierras incultas y ampliar la frontera agropecuaria
|
Alcance geográfico
|
Sur de
los actuales territorios de San Luis y Mendoza; Oeste y Sur de Buenos Aires y
Norte de Rio Negro y Neuquén
|
Actuales
territorios de La Pampa, Norte de Rio Negro; Centro y Sur de Neuquén y Sur de
Mendoza.
|
Nativos muertos
|
3.200
– 7.000 – 10.000 según versiones
|
1.300
|
Nativos prisioneros
|
1.200
a 1.400 guerreros según versiones
|
10.500
mujeres y niños
2.300 guerreros
|
Destino de prisioneros
|
Empleados
rurales y domésticos
|
Campos de concentración en Valcheta,
Chichinales,
Rincón del Medio y Malargüe, y finalmente Isla Martín García.
|
Ejemplo
de dos visiones
El
agosto de 1880 el Diputado Nacional Aristóbulo del Valle (quien luego
sería uno de los fundadores de la Unión Cívica Radical), cuestionó la
violación masiva de derechos
humanos en la Conquista del Desierto en la Cámara de Diputados diciendo:
“Hemos
tomado familias de los indios salvajes, las hemos traído a este centro de
civilización, donde todos los derechos parece que debieran encontrar garantías,
y no hemos respetado en estas familias ninguno de los derechos que pertenecen,
no ya al hombre civilizado, sino al ser humano: al hombre lo hemos esclavizado,
a la mujer la hemos prostituído; al niño lo hemos arrancado del seno de la
madre, al anciano lo hemos llevado a servir como esclavo a cualquier parte; en
una palabra, hemos desconocido y hemos violado todas las leyes que gobiernan
las acciones morales del hombre”.
El
General Eduardo Pico,
en su informe anual como Gobernador del Territorio de La Pampa, de 1896, para
justificar la decisión de no establecer reservas indígenas, manifiesta:
“...conceder
tierras con tal fin (se
refiere a reservas indígenas), sería
retrogradar a la época en que el cacicazgo sustraía a la población indígena al
contacto con la gente civilizada... Las tribus no pueden, no deben existir,
dentro del orden nacional.
El Informe Oficial de la Comisión Científica que acompañó al Ejército Argentino es
considerablemente específico respecto de los resultados de la guerra:
“Es evidente que en una gran parte de las llanuras recién abiertas al
trabajo humano, la naturaleza no lo ha hecho todo, y que el arte y la ciencia
deben intervenir en su cultivo, como han tenido parte en su conquista. Pero se
debe considerar, por una parte, que los esfuerzos que habría que hacer para
transformar estos campos en valiosos elementos de riqueza y de progreso, no
están fuera de proporción con las aspiraciones de una raza joven y
emprendedora.
Por otra parte, que la superioridad intelectual, la actividad y la
ilustración, que ensanchan los horizontes del porvenir y hacen brotar nuevas
fuentes de producción para la humanidad, son los mejores títulos para el dominio
de las tierras nuevas. Precisamente al amparo de estos principios, se han
quitado éstas a la raza estéril
que las ocupaba.
Las palabras con las que concluyó el informe demuestran el temor y el
desprecio que en aquel período mostraba el Estado argentino y su población
hacia las etnias indígenas que le oponían resistencia.
Se
habían cumplido los objetivos militares, había llegado el momento de la repartija
del patrimonio “conseguido”.
La ley
de remate público del 3 de diciembre de 1882 otorgó 5.473.033 de hectáreas a
los especuladores. Otra ley, la 1552 llamada con el irónico nombre de “derechos
posesorios”, adjudicó 820.305 hectáreas a 150 propietarios.
La ley
de “premios militares” del 5 de septiembre de 1885, entregó a 541 oficiales superiores del Ejército Argentino
4.679.510 hectáreas en las actuales provincias de La Pampa, Río Negro, Neuquén,
Chubut y Tierra del Fuego.
Establecía una recompensa en tierras: 15.000
hectáreas para Roca; 15.000 hectáreas para los herederos de Alsina y entre 100
y 200 hectáreas para los soldados participantes, muchos de los cuales
terminaron vendiéndolas a sus “vecinos” por tratarse de unidades antieconómicas
para su explotación.
La
llamada “conquista del desierto” sirvió para que entre 1876 y 1903, es decir,
en 27 años, el Estado regalase o vendiese por unos pocos pesos 41.787.023
hectáreas a 1.843 terratenientes vinculados estrechamente por lazos económicos
y/o familiares a los diferentes gobiernos que se sucedieron en aquel período.
Los que
pusieron el cuerpo, los soldados, no obtuvieron nada en el reparto. Como se
lamentaba el Comandante Prado, participante en la acción:
“¡Pobres y buenos milicos! Habían
conquistado veinte mil leguas de territorio, y más tarde, cuando esa inmensa
riqueza hubo pasado a manos del especulador que la adquirió sin mayor esfuerzo
ni trabajo, muchos de ellos no hallaron –siquiera en el estercolero del
hospital– rincón mezquino en que exhalar el último aliento de una vida de
heroísmo, de abnegación y de verdadero patriotismo”.
Los
verdaderos dueños de aquellas tierras, de las que fueron despojados, recibieron
a modo de “compensación” en total, 24 leguas de tierra en zonas estériles y
aisladas.
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Campaña de Martín Rodríguez contra los indígenas. https://es.wikipedia.org/wiki/
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Campaña de Rosas al Desierto. https://es.wikipedia.org/wiki/
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Campañas
previas a la Conquista del Desierto. https://es.wikipedia.org/wiki/
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