domingo, 13 de octubre de 2019

La vida en los fortines

El Cabo Savino de Carlos Casalla



Los fortines en nuestro territorio aparecieron como respuesta a las invasiones de los nativos que reclamaban, ante los invasores, lo que era suyo.

Los “conquistadores” y los pueblos indígenas convivieron más de 400 años y en ese período no siempre todo fue combate ni invasión. Todo comenzó en 1515 y fue terminando en 1919.

Durante estos cuatro siglos hubo períodos de sana convivencia y de batallas despiadadas, y la vida en los fortines fue tan terrible para esos “milicos” pobres como lo fue el desprecio de las autoridades que deseaban para si el resultado del territorio “ganado”.

Hombres “levados” y sin formación, pero con un profundo sentido del deber, junto con una oficialidad joven que los acompañaban (algunos ingresaban a los 14 años), fueron “abono” para los desiertos y las selvas y “ganadores” del olvido.

Hubo cuarteleras, mujeres bravas, sufridas y valientes como La Pasto Verde.

Muchos fortines desaparecieron por los ataques nativos o por su obsolescencia, pero algunos se transformaron años más tarde en prósperas ciudades.

Algunas pocos (de los varios cientos que existieron), tuvieron reconocimiento.

Conozcamos algo más …


Los de acá

Hace más de 12.000 años ya estaban por el sur, y hace unos 8.000 años por Córdoba, Catamarca y San Luis.

Al parecer hasta esos momentos los pueblos nativos solo se encargaban de conseguir el sustento para la familia, pero más cerca en el tiempo descubrieron que podían no solo vivir de la caza y la pesca sino también asentarse en un territorio sembrando y cuidando animales para su comida, casa, juegos y vestimenta.

Mientras que a nadie en Europa se le ocurría navegar hacia el Oeste, en estas tierras estaban escribiendo su propia historia los Atacamas, Omaguacas, Chiriguanos, Lules y Diaguitas en el Noroeste; los Tobas, Guaycurúes, Mocovíes y Guaraníes en el Noreste; los Tonocotés, Sanavirones y Comechingones en el Centro; los Coronda, Caigang y Charrúas en el Litoral; los Huarpes, Pehuenches y Guenaken en Cuyo; los Pampas y Querandíes en la Región Pampeana y los Chanecas y Selknam en la Patagonia.

Los de la “madre patria” venían por riquezas no por evangelización. Secuestraron a Atahualpa a cambio de toneladas de oro y plata en obras de arte y artículos rituales que transformaron en lingotes para llevárselos al rey y a la iglesia.

Voy a intentar recorrer algunos rincones de los últimos 500 años, pero particularmente en algo más de los 50 años “calientes” en la “frontera aborigen” de nuestra historia, tratando de demostrar que, como dijo Ramón de Campoamor:
En este mundo traidor
nada es verdad ni mentira
todo es según el color
del cristal con que se mira
Antecedentes

Está visto que las intenciones de los invasores europeos, y más tarde los criollos, eran despojar a los nativos con violencia cometiendo injusticias imperdonables. También está visto que los nacidos en estos suelos, aunque casi siempre en desigualdad de condiciones, no estaban dispuestos a ceder su cultura, sus espacios y sus derechos tan fácilmente.

Como en los más de 400 años que duraron las luchas desparejas (de un lado y del otro entre nativos, españoles y criollos), fueron muchas las situaciones, trataremos de dividir (convencionalmente), los períodos de enfrentamiento para intentar entender mejor este segmento de nuestra historia.

El primer período iría entre el momento de la llegada de los invasores en 1516 hasta mediados de 1700 (algo menos de 200 años), desarrollado sobre la geografía de la búsqueda de oro y plata por los “caminos reales”, comprometiendo a los pueblos del noroeste del actual territorio argentino y parte de los caminos hacia el sur del antiguo Imperio Inca (en el oeste) y los pueblos del litoral y noreste camino a las Misiones Jesuíticas.

El segundo período iría desde mediados del 1700 hasta inicios de 1900 (algo más de 150 años), desarrollado sobre dos ámbitos geográficos que hasta ese momento era ambiente “exclusivo” de los pueblos originarios:

§  El “chaco” del noreste y litoral, camino a Asunción

§  La pampa y patagonia donde se pretendía el avance “blanco” sobre inmensas superficies de tierra, comprometiendo a los pueblos Pampa Querandí, Pehuenches y Guenaken
En 1515 Juan Díaz de Solís emprendió lo que sería su último viaje en la búsqueda del pasaje transoceánico. En caso de encontrarlo, planeaba atravesar el Pacífico hasta alcanzar el Extremo Oriente.
Al llegar a estas costas sudamericanas Díaz de Solís se adentró en el estuario (de lo que luego sería el Río de La Plata), con una carabela, e hizo escala en una isla para sepultar al despensero de la embarcación, fallecido a bordo, llamado Martín García, nombre que le quedó a la isla.
Viendo indígenas en la costa oriental, Díaz de Solís intentó desembarcar con algunos de sus tripulantes con la sola misión de apoderarse de lo ajeno en nombre de Dios y del Rey. Solís y los suyos fueron atacados por un grupo de indígenas que los ejecutaron ante la mirada del resto de los marinos, que observaban impotentes sus muertes desde la borda del buque, fondeado “a tiro de piedra” de la costa.
Sebastián Gaboto salió de España en 1526 con la intención de hacer el recorrido bioceánico a través del Canal de Magallanes, pero al llegar a estas tierras se sintió tentado por los mitos y leyendas del Rey Blanco, con palacio de paredes de plata y tesoros de todo tipo. Al saber de la vida del joven Francisco del Puerto, aquel sobreviviente de la expedición de Solís,  abandonó su misión inicial y se internó por el río Paraná hasta la desembocadura del río Carcarañá donde fundo el Fuerte Sancti Spiritu, primera población española en estas tierras.

Gaboto siguió subiendo el Paraná y los pobladores del fuerte, fieles a su espíritu conquistador comenzaron a esclavizar y a maltratar a los nativos. Los caciques Siripo y Marangoré se rebelaron contra los invasores, y en setiembre de 1529 redujeron el fuerte a ruinas, incendiándolo y dejando unos pocos sobrevivientes.
Muchos años después un armero del General Belgrano bautizó a uno de sus cañones con el nombre de Marangoré, en honor a la resistencia de éste frente a los invasores.
En 1536 Pedro de Mendoza (un saqueador de la ciudad de Roma), fundó sobre la margen austral del Río de la Plata, un puerto defendido por dos primitivos fuertes al que llamó Santa María del Buen Ayre. En este sitio se estableció junto con sus expedicionarios, a quienes les empezó a repartir tierras que no eran de él y que seguramente sus verdaderos propietarios no estaban dispuestos a tolerar mucho tiempo.
Apenas instalados, los españoles descubrieron una gran hueste de indios Pampas Querandíes, de al menos 3.000 hombres, quienes, a pesar de todo, les dieron obsequios y alimentos y se mostraron afables con los recién llegados.
Pero al poco tiempo los graves problemas comenzaron. La ciudad, por impericia de su fundador, estaba establecida en una zona baja e inundable, pantanosa e insalubre.
Durante dos semanas los Querandíes abastecieron a los españoles. El maltrato de algunos españoles a los indígenas motivó que estos dejaran de frecuentar el campamento abasteciéndolos con alimentos.
La falta de comida obligó al adelantado a enviar guarniciones en todas direcciones a buscarla para paliar la hambruna. Deseoso de terminar con el problema, don Pedro envió un ejército comandado por su hermano Diego de Mendoza para atacar “a cualquier precio, matando a todos los indígenas y apropiarse de su pueblo”.
Ambos bandos se enfrentaron en el "Combate de Corpus Christi", el 15 de junio de 1536, cerca de la Laguna de Rocha y del emplazamiento del actual partido de Esteban Echeverría de la provincia de Buenos Aires. En el enfrentamiento los indios vencieron y exterminaron a dos tercios de las tropas españolas.
El éxito de este combate dio confianza a los Querandíes, que comenzaron a atacar con más y más frecuencia la ciudad, impidiendo que los españoles saliesen de sus refugios para conseguir alimentos.
De esta forma, a la enfermedad y la violencia se sumó la inanición como causa común de muerte entre los conquistadores.
A finales de junio los indígenas reunieron un gran ejército, de 23.000 lanzas entre Querandíes, Guaraníes, Charrúas y Chanás. Tras fracasar en asaltar sus defensas se dedicaron a asediarla.
Finalmente, en diciembre de 1536 los querandíes consiguieron por primera vez vulnerar las defensas de la ciudad, penetrar en ella e incendiarla, provocando su destrucción total.
Por otro lado, durante el siglo XVII, se produjeron en el Tucumán dos grandes sublevaciones indígenas históricamente conocidos como “Levantamientos Calchaquíes”. El primero de ellos ocurrió entre los años 1626 y 1637 y el segundo entre 1657 y 1667.
Estos alzamientos contra el sistema de opresión colonial que se pretendía imponer a los indios, se llevaron a cabo en la jurisdicción de Londres, en Catamarca (comprendida entre los Andes al oeste, el Aconquija al este, la jurisdicción de Salta al norte y la de la Rioja al sur).
Los Quilmes fueron una de las más célebres parcialidades de la etnia Diaguita que habitaba el oeste de la actual provincia de Tucumán. Su principal población, ubicada a unos 2000 m s.n.mm, (una pequeña ciudadela ubicada en el cerro Alto del Rey, que aún hoy pueden visitarse sus ruinas), fue destruida por los españoles en 1667, tras la derrota final ante el gobernador de Tucumán, Alonso Mercado y Villacorta, luego del levantamiento del líder Felipe Calchaquí.
Segundo período

A pesar que durante la época de los Virreyes se comienza a planificar el exterminio de los indios Pampas a través de líneas de fortines, hubo momentos en que la comunión de las partes era posible, tal es el caso del cacique Mayupilquián, a quien el Cabildo de Buenos Aires en 1717 le confiere el título de Guarda Mayor para el control de la frontera.
Con el correr del tiempo los fortines establecidos para la defensa se hallaban en total abandono por la falta de pago a la tropa y oficialidad.

Los milicianos rurales que tenían a su cargo los fortines y el patrullaje, cansados de trabajar gratis, comenzaron a desertar. Es así como, en 1750, prácticamente la defensa de la frontera era inexistente y por ende las interrupciones de los nativos se presentaban con suma frecuencia y adquirían carácter alarmante.

En 1760 comienza un plan sistemático, aunque no muy bien ordenado, para el exterminio del “indio” que comenzaba a comprometer los negocios de los hacendados.
A partir de aquí se empieza a desarrollar la política de “indios amigos” e “indios enemigos”.

Más de 50 tratados de paz fueron firmados entre 1662 y 1884, año en que se borran las últimas esperanzas de compartir con los nativos espacios comunes en igualdad de condiciones.

Para aquella época se estima que en las provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, La Pampa, San Luis, Neuquén y Rio Negro, había algo más de 15 cacicazgos de las etnias Tehuelches, Mapuches, Ranqueles y Vorogas (o Borogas), y más de 40 fortines para la defensa.
Como relata el virrey Vértiz en sus memorias:

"Forman los indios unos cuerpos errantes, sin población ni más caseríos que unos toldos de cuero mal construidos; carecen de todos los bienes de fortuna; no hacen sementeras; no aprecian las comodidades. Se alimentan de yeguas y otros animales distintos, de los que usamos nosotros. No necesitan de fuego para sus comidas. No llevan equipajes ni provisiones para sus marchas. Residen en las sierras y otros parajes incultos. Transitan por caminos pantanosos, estériles o áridos; su robustez creada en las inclemencias, resiste el punto que nosotros no podemos principiar"

En 1779 Vértiz decía:

“Yo, el virrey, mandé  que a toda diligencia se acopiaren materiales, albañiles, etc. y se construyesen de nuevo todos los antiguos fuertes, por no hallarse ninguno  en estado de defensa, y se aumentase los que se  comprendían en la nueva planta. Como se practicó en un método uniforme y sólido. Con buenas estacadas de ñandubay,  anchos y profundos fosos, rastrillo y puente levadizo con baluartes  para colocar la artillería.  Con mayor capacidad en sus habitaciones y oficinas; con terrenos suficiente por toda la circunferencia para para depositar la caballada entre el foso y la estacada. En cada Fuerte mandé poner una compañía de dotación, compuesta de un capitán, un teniente, un alférez, un capellán, cuatro sargentos, ocho cabos, dos baqueanos, un tambor y ochenta y cinco plazas de blandengues”

Fue el cacique Tehuelche o Puelche llamado Lorenzo (Calfilquí), quien por 1790 definió claramente su postura diciendo “Hay lugar suficiente para indios y cristianos. Armonía es posible y útil, pero si buscan pelea, tendrán pelea”.
Lamentablemente las tratativas de paz quedaron en la nada y los enfrentamientos continuaron.
Luego de la Primera Invasión Inglesa, en 1806, las comunidades indígenas de la actual Provincia de Buenos Aires, le ofrecieron al Cabildo su ayuda para derrotar “a los colorados”. En varias oportunidades se escuchó decir a los caciques Pampas, a través de sus lenguaraces,  Felipe, Catemilla, Epugner y otros, frases como estas:

§  Estamos listos para franquear gente, caballos y auxilios”

§  “Hicimos paces con ranqueles para proteger a los cristianos”

§  “Les ofrecemos veinte mil de nuestros súbditos, todos gente de guerra y cada cual con cinco caballos”

§  “Queremos pelear unidos con ustedes”

Estos ofrecimientos no fueron aceptados plenamente por los cabildantes, temerosos que miles de indígenas armados fuesen un riesgo para la tranquilidad de la ciudad. Aceptaron que custodiasen la costa de la actual provincia de Buenos Aires, sin entrar en los poblados.

El Batallón de Naturales combatió a sangre y fuego a los ingleses, oportunidad en que estos fueron definitivamente rechazados. Pasado el hecho se condecoraron a los líderes aborígenes, considerados “fieles hermanos”.

La “guerra de la sal” empezó con el Coronel Pedro Andrés García. Fue un español que quedó a cargo, después de 1810, del Regimiento 4º, y fue comisionado a las Salinas Grandes a buscar sal (insumo estratégico para el momento), para abastecer a Buenos Aires. Este yacimiento estaba en pleno enclave de los nativos. Su segunda intención fue “detectar” a los caciques amigos y a los hostiles.
Luego de dos meses García encontró respuesta de una parcialidad para compartir las salinas, y fueron a los caciques (Epumer, Quinteleu, Pallatur y Antenau), a quienes se le escucharon estas frases dichas al Coronel:

§  “Yo fui criado donde se respeta a los mayores y se hacen parlamentos y acuerdos de los que nunca nos separamos”.

§  “Ningún cacique va a faltar a los tratados de paz, pero que a ningún cacique ni sus gentes se estorbe por entrar a Buenos Aires”

§  “La laguna es de todos los hombres, como los pastos del campo a los animales”

§  “Mi padre me enseñó a respetar la tierra y a vivir en paz con todos, y nunca hacer la guerra sino en defensa. Que los que buscan pendencias salen al final descalabrados”

El Coronel García, si bien era desconfiado de los nativos, dejó asentado en sus notas que era “crítico de la política equivocada de los españoles de querer sujetar a los indios con las bayonetas”.

El malón como táctica sistemática de guerra

Hubo períodos que podemos llamar “de fusión” en que “cristianos” (…y no tanto) y nativos efectuaban alianzas temporales en función de sus intereses. Algunos de estos eran solo territoriales, pero la mayoría eran económicos.
El país en marcha estaba ocupado con las guerras de la independencia y más tarde con las guerras civiles de unitarios y federales. Durante el primer cuarto del 1800 el malón fue la táctica utilizada para arrasar poblaciones, raptar mujeres y robar ganado.
Estos son algunos ejemplos:
· 1740. El cacique Cangapol junto con tehuelches, huilliches y pehuenches, realizó ataques en Arrecifes, Lujan y Magdalena. En total, estos ataques causaron la muerte de cientos de españoles.

·     1820. El ex Director Supremo de Chile José Miguel Carrera, con sus hombres y 2.000 indígenas de los caciques Pablo, Yanquetruz y Ancafilú, y 500 desertores, bandoleros y prófugos de la justicia, destruyeron el Fuerte de Salto (Buenos Aires), y su población.
· 1821. Unos 1.500 Mapuches bajo el mando de José Luis Molina atacaron el pueblo de Dolores (Buenos Aires), destruyéndolo completamente. Se hicieron con 150.000 cabezas de ganado.
·  1823. Una coalición de 5.000 Ranqueles, Pampas y Tehuelches atacaron simultáneamente el sur de Santa Fe, Luján, Tandil y Chascomús. Juan Manuel de Rosas, al frente de milicias, logró rescatar de los Tehuelches 120.000 reses.
Las campañas al desierto con el objetivo de extinción y correr la frontera de los nativos por parte del General Rauch (1826-1827), Juan Manuel de Rosas (1833 y 1834), y 50 años después, la de Julio Argentino Roca (1878 y 1885), fueron la respuesta a tanta locura desatada por las partes.

La política de “indios amigos” llegó a su momento de plenitud durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas en 1830, que la llamaba “negocio pacífico con los indios”, cuyo objetivo era acercar a las tribus amigas a la línea de frontera y aislar de alguna manera a las hostiles, que quedarían alejadas.

Las tribus de Catriel, Coliqueo y Chipitruz entre otros formaron parte de aquel cordón amistoso. Esta “amistad” se quebraba cada vez que los tratados de paz no se cumplían por parte del gobierno, al no respetar los pedidos de ropa, hacienda, armas y fundamentalmente “sus campos”.

Algunos párrafos de las cartas enviadas por los caciques a Rosas, Urquiza y Mitre y a los comandantes de frontera decían:

·         “No me canso de aconsejar a los caciques a mi mando que no faltemos en un ápice a los tratados de paz y alianza con los señores argentinos”. “Amistad si habrá, pero dominio y autoridad sobre nosotros no, eso no lo consentiremos jamás. Primero seremos víctimas, pero no ser dominados” (1830).

·         “Allí le mando de regalo mi traje y un caballo, pero le pido que me haga el favor de mandarme 20 camisas, 20 calzoncillos, 20 chalecos, 20 chaquetas y 20 sombreros para mis caciquejos y capitanejos para que no le hagan traiciones”. “También necesito tres ponchos de paño y uno bien fino para mí, un par de espuelas de hierro y 20 ponchos ingleses para chiripá, dos barriles de ginebra de Holanda y cuatro damajuanas llenas de bebidas” (1856).

·         Este pueblo está muy alegre porque han venido muchos indios a tratar negocios. Nosotros no dejamos de decirles a todos los indios que los cristianos son buenos y que desean vivir con los indios en paz, como hermanos y buenos amigos, y por esto es que han venido tantos este año, y como todos se han ido contentos porque los han recibido bien y los han regalado” (1861).

·         Nos prometió que el gobierno nos daría tierras en que vivir y todos los recursos necesarios, pero hasta el presente nada se ha cumplido con respecto a los terrenos y ya vamos para los cuatro años” (1875).
Las “internas” entre los nativos (que no eran pocas), y los incumplimientos sistemáticos de los acuerdos, conformaron un ambiente hostil que se tradujo en ataques de los malones de indios “enemigos”, tales como:

· 1836. El cacique Voroga Railef, procedente de Chile y Neuquén, realizó un malón con 2.000 guerreros sobre Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe. Obtuvo 100.000 cabezas de ganado, pero, cuando iba de vuelta a Chile, el cacique Calfucurá lo emboscó y derrotó.

· 1855. Calfucurá, Catriel y Cachul arrasaron la localidad bonaerense de Azul al frente de 2.000 guerreros, muriendo 300 personas y llevándose cautivas a 150 familias y 60.000 cabezas de ganado.

· 1857. El jefe Coliqueo invadió Pergamino y se apoderó de 40.000 reses.

· 1859. La Fortaleza Protectora Argentina fue invadida por Calfucurá con entre 2.000 y 3.000 hombres, en lo que fue el último malón a la ciudad de Bahía Blanca.

· 1872. Calfucurá, con un ejército de 6.000 combatientes, atacó los pueblos de General Alvear (Buenos Aires), Veinticinco de Mayo (Buenos Aires) y Nueve de Julio (Buenos Aires), matando a 300 criollos y haciéndose con 200.000 cabezas de ganado.

· 1875. El "Malón Grande", fue una conjunción de lanzas de Namuncurá, lanzas chilenas, Ranqueles, indios de Pincén y los Pampas de Catriel que se sublevaron contra el Gobierno nacional. Un total de 3.500 lanzas  asolaron los partidos de Azul, Tandil, Olavarría, Juárez, Tapalqué, Tres Arroyos y Alvear. Solamente en Azul dejaron 400 muertos. Se llevaron 500 cautivos y un total de 300.000 reses. Fueron vencidos el 18 de marzo de 1876 en la batalla de Paragüil, recuperándose numerosos animales.

Al final de tantas luchas el cacique Foyel Payllakamino sentenció en 1885

“Nuestras tribus eran nómades, pero nunca robaron ni molestaron a ninguno de los huincas. Esa era la vida de nuestros antepasados”.

El último gran malón en territorio argentino se produjo en 1919 al norte de la actual provincia de Formosa, conocido como  la masacre de Fortín Yunká. Se les atribuye a los indios Pilagá o a una fracción de los Maka. Las fuerzas del ejército nacional persiguió a los Pilagá y 120 familias indígenas (unas 700 personas entre hombres mujeres y niños), que fueron “masacradas por una tropa enfurecida”.
Comandancias, fuertes y fortines como respuesta
El avance desde el puerto hacia “las pampas y el desierto”, desde la llegada de los españoles a la actual provincia de Buenos Aires se fue dando en franjas de orientación noroeste al sudeste.
Estas franjas estaban limitadas por las líneas de fortines, los que en su mayoría desaparecían a medida que se conseguía avanzar, mientras que otros fueron la base para futuras ciudades.
En 1876, Adolfo Alsina propuso crear un sistema defensivo de fosas y terraplenes con fortificaciones compuesto de fuertes y fortines, también llamada Zanja Nacional.
Se construyó para demarcar una nueva línea de frontera de los territorios bajo el control del gobierno federal en el período inmediato anterior a la Conquista del Desierto.
Las funciones de la misma eran la de evitar los malones de los aborígenes y entorpecer el paso del ganado robado por estos.
Los territorios de los pueblos Ranqueles y Pampas habían venido siendo arrebatados a por inmigrantes mapuches o araucanos que, provenientes de Chile, produjeron su araucanización a través, primero, del saqueo de poblaciones aborígenes establecidas en relaciones más o menos pacíficas con los blancos, y, luego, de las poblaciones blancas o "huincas".
El proyecto de Alsina, cuya función militar era la de retener territorio y conservar el dominio del estado nacional en ellas, no pretendía sumar nuevas tierras al dominio nacional argentino, pero sí esperaba que cumpliera con una función eminentemente defensiva. Años mas tarde Julio Argentino Roca invertiría ese criterio.
La divisoria física pretendía terminar con esta transferencia de riqueza pecuaria del Atlántico al Pacífico y con la carga de sus costos (pérdida de vidas humanas, gastos en defensa, despojo de riquezas consistentes en bienes de uso, y rapto de mujeres que pasaban a servir económica y sexualmente como esclavas), que soportaban los pobladores de los pagos saqueados.
Si bien la Zanja de Alsina no fue eficiente respecto a la entrada o salida de los indios montados, que la sorteaban desmontando y creando desde ambos lados derrumbes que proveían de cruce a las cabalgaduras, sí surtió efecto respecto a la merma de robo de ganado de los campos, toda vez que los indígenas se vieron obligados a abrir portillos en la zanja, que no se preveían suficientes para escapar con tropillas de vacunos y que, al huir, muchas veces no podían volver a utilizar porque debían tomar otro camino.
La obligada tarea les demandaba una pérdida de tiempo suficiente como para que las tropas los alcanzaran y evitaran el cruce de los arreos. La motivación del saqueo se redujo así a los otros resultados del mismo.
La infraestructura de los fortines
La nueva línea de la frontera estaba a cargo de seis Comandancias con sus fuertes respectivos que se ubicaron en lugares estratégicos: Bahía Blanca; Puan; Carhué; Guaminí; Trenque Lauquen e Italó. 
En el período más álgido de la lucha con los nativos fue entre el año 1750 y 1876. Se levantaron sobre esa línea 109 fortines, separados entre sí aproximadamente 10 km.
Los fortines (diminutivo de fuerte), era una construcción casi miserable en infraestructura y en recursos humanos.
Aunque no parece haber existido nunca un modelo único para todos los fortines, estos solían estar emplazados sobre el terreno más elevado, una rústica empalizada de troncos dispuestos verticalmente ("palo a pique").
Tal empalizada era con frecuencia el único "muro" perimetral, muro de planta rectangular que rodeaba a un recinto de unos 100 a 500 m2. 
Según la posición geográfica y la categoría (Fuertes), disponían de otras mejoras. En el interior del recinto se ubicaban ranchos que hacían las veces de cuadras y barracas, que generalmente constituían:
·         La vivienda de la oficialidad o del comandante
·         La barraca de las tropas
·         Un arsenal
·         Una rudimentaria prisión o celda,
·         Un depósito de alimentos,
·         Un establo y corral
·         Un mangrullo
·         Raramente existían una capilla, una enfermería e incluso una pulpería.
Las construcciones eran de barro y quincha y los mangrullos y corrales de madera. El muro perimetral, si el suelo lo permitía, estaba por su parte circundado de un foso lo más ancho y profundo posible como para detener o dificultar la acometida de fuerzas a caballo.
Al aproximarnos vi salir de unos ranchos que mas parecían cuevas de zorros que viviendas humanas, a cuatro o cinco milicos desgreñados, vestidos de chiripá todos ellos, con alpargatas unos, con botas de potro los demás, con el pelo largo, las barbas crecidas, la miseria en todo el cuerpo y la bravura en sus ojos.”
“No había dos soldados vestidos de igual manera. Este llevaba de chiripá, la manta. Aquel carecía de chaquetilla. Unos calzaban botas viejas y torcidas y otros estaban con alpargatas. Los de este grupo tenían envueltos los pies  con pedazos de cuero de carnero y aquellos otros descalzos”
Dotaciones
Las líneas jerárquicas se ordenaron en Guarniciones, de las que dependías las Comandancias, de estas los Fuertes y de estos los Fortines.
La conscripción de personal para cubrir la frontera se realizó de manera forzosa (levas) entre la población rural. Cada fortín estaba cargo de un oficial y de ocho o diez soldados.
Las durísimas condiciones a las que estaban sometidos se narran en el Martín Fierro, de José Hernández, cuyo protagonista es reclutado forzosamente para prestar servicio en la frontera.
El Comandante Prado decía, del alférez Requejo, al referirse a los “civiles” de los poblados y estancias que protegían:
“Estos tipos son así. Puras dificultades para servir al gobierno y después todo se vuelven cuentas. Si nos prestan un caballo, la cuenta; si nos dan un vaso de agua, la cuenta por el servicio, si nos contestan un saludo, la cuenta por la atención.
Y luego: - Coronel, si usted me presta unos soldadito para que me cuiden la majada; si me facilitase unos carritos para acarrear ladrillos, si me facilitase el carpintero del cuerpo, el herrero, al albañil.¡¡ Patriotas!!
Dentro de algunos años, cuando seamos viejos y hayamos dejado en estas pampas la salud; cuando nos manden a la basura por inútiles, iremos todos ladrando de pobres, sin pan para los cachorros, mientras ellos ricos y panzones, cebados con sangre de milicos, dueños, sin que les cueste un medio, de todas estas tierras que dejaremos jalonadas con huesos de nuestra propia osamenta”
Los fortines estaban guarnecidos en algunos casos por tropas regulares, tal es el caso de los “Blandengues” a partir 1851, cuando este Cuerpo se creó para resguardar las fronteras. Este cuerpo se fue desgranando por deserciones debido a la falta de pago durante largos períodos (…hasta 3 años). En otros casos por milicianos “a ración” (sin sueldo pero con provisión de lo necesario para su manutención).
El número de fuerzas regulares para custodiar la frontera era escaso, al igual que los recursos destinados al mantenimiento de los fuertes. Por esa razón, los pobladores de la campaña participaron en el servicio de las armas y aportaron recursos económicos al sostenimiento de la defensa contra el indio. Algunos de los fortines y las guardias fronterizas se diferenciaban de los fuertes por ser los pobladores quienes se constituían en milicia y sostén de los mismos.
Cuando las leyes comenzaron a reclutar a los gauchos, para trabajar forzados para algún propietario designado por el Juez de Paz, o enviarlos al servicio militar en los fortines, por el cargo de vago y mal entretenido, la mujer partió detrás de sus hombres, ya fueran marido o hijos, convirtiéndose en fortinera.
La mujer fortinera prefirió la vida en el cuartel que acompañar a su pareja a trabajar obligado bajo un patrón de sol a sol, sin descanso alguno, charqui y tasajo como base de su alimento diario, que acompañaban con mate y tortas fritas, sirviendo ellas como sirvientas de los patrones y a veces sus hijas apenas adolescentes eran presa del patrón o de sus hijos.
Al comienzo el poder militar las aceptó de mala gana, y las destinó a cocinar, lavar y remendar uniformes, curar enfermos, asistir a los bailes pero también a los velorios y rezar por el alma de los difuntos, entre otras tareas históricamente rotuladas como femeninas.
Pero ante las condiciones desdichadas a las que se sometía a la tropa, cuando las deserciones comenzaron a diezmar el ejército improvisado, los mismos comandantes fueron dándole otro valor a “la chusma” que los seguía. Así calificaron al comienzo, a las mujeres y los niños, que los seguían desde las retaguardias, arriba de prominentes atados de cacharros y pilchas, recibiendo lo peor de la polvareda.
De a poco se fueron “ganando” el ser consideradas parte de la tropa.
Se las llamó despectivamente “chinas”, “milicas”, “cuarteleras”, “fortineras” o “chusma”. Eran mujeres humildes, en su mayoría indias, negras, pardas y mestizas. Pocas fueron las blancas, de baja extracción social, analfabetas, no educadas, pero siempre respetadas.
Aunque en su paso al cuartel aquellas mujeres perdieron sus nombres originales, todas terminaron llevando sus apodos, como “La Siete ojos”, “La Mamboretá”, “La pocas pilchas”, “La Pasto Verde”, y “La Mamá Carmen” entre otras muchas.
Las cuarteleras que seguían a la tropa de soldados, que fueron incorporadas por el gobierno argentino (durante la Campaña del Desierto) como parte de ese ejército, eran sometidas a los mismos deberes aunque no les asistían los derechos, que sí tenían los soldados, como la paga, los ascensos y el premio de leguas de tierra en compensación a los servicios prestados.
Las mujeres ya no sólo hacían lo que se esperaba que hagan, sino que también sabían calzarse el uniforme, tomar el cuchillo o el fusil, subir mangrullos y hasta disparar cañones cuando las circunstancias lo pedían.
Existen relatos de un comandante que entre sus órdenes incluía “abajo las polleras”, lo que activaba a estas mujeres para calzarse pantalones y el uniforme, ocupando un lugar más en la tropa, aunque más no fuera para simular mayor número de soldados y así meterle miedo al “enemigo”.
En aquella época las mujeres eran consideradas como “fuerza efectiva” de los cuerpos.
Eran todas la alegría del campamento y el señuelo que contenía en gran parte las deserciones. Sin esas mujeres la existencia hubiera sido imposible. Acaso las pobres impedían el desbande de los cuerpos”.
Caballos y perros
Era un dicho corriente que la caballada de los fortines tenía prioridad sobre quienes la montaban. Los caballos estaban mejor cuidados que los hombres, y se daban casos en que debían estar tapados con buenas mantas mientras que la tropa tiritaba de frío, sin otra cosa encima que una chaquetilla y un chiripá sucio y roto.

El gaucho, como el aborigen pampeano, era “hombre de a caballo”. Era por idiosincrasia un guerrero de caballería, su natural instinto y la aptitud de jinete adquirida en sus faenas rurales hacían de él un “soldado” que el ejército debía aprovechar.

El miliciano “arrancado de su rancho”, como el soldado de línea era de ese pueblo que había hecho del caballo su complemento para todo aquello que fuera transporte, trabajo y hasta distracción.  Sin él se encontraba perdido.   

Durante la “conquista del desierto” (cómo se llamaba entonces a los territorios dominados por tribus autóctonas), el “toro” Villegas, Jefe del Regimiento 3 de Caballería, había comprendido que no habría victoria posible sobre los nativos si no se contaban con buenos caballos.

“Tordo plateado o argenteado. Pelo blanсо у reluciente sembrado de pocos pelos negros lo que forma en el caballo un color brillante y lucido como la plata bruñida. Este pelo pasa por bueno y por mejor aun cuando el animal tiene mosqueados el cuello y la parte superior de la cabeza”.

Así debían ser los famosos Blancos de Villegas.

Pero falta un personaje importantísimo: el perro de los fortines. El perro fue compañero, guardián y “proveedor” en los momentos de soledad, vigilia y hambre que el soldado debía aguantar durante su permanencia en esos fortines.  Durante la noche, su fino olfato y oído eran una eficaz ayuda para detectar a los invasores.

Remigio Lupo (periodista de campaña), recuerda que en su paso por la línea de fortines tendida por Alsina encontró en un mísero fortín a dos soldados:

 “…Por qué tienen ustedes aquí esta cantidad de perros? –les pregunté al ver una jauría de perros flacos que por allí andaban-  Ellos nos conservan la vida, señor.  Hay veces que nos faltan las raciones, y entonces comemos los animales que estos nos ayudan a cazar.  Desgraciadamente esta escena de dolor la he visto repetida en muchos de los demás fortines…”

Las fotografías de los fortines muestran gran cantidad de perros, no solo en el fortín sino también en los entreveros. Uno de ellos encontró, entre el bosque de caldenes de Malal, al cacique Pincén, que se había ocultado ante el ataque de las tropas de Villegas. 
El día a día
La literatura y el testimonio de los fortines describen la vida difícil en esos momentos:

"En medio de aquel desamparo y silencio respetuoso, era demandado al soldado una paciencia sin límites, admirable energía y excesiva abnegación, porque la vida en el fortín era penosa e intolerable, atrocísima, horrible".
 Coronel Eduardo Ramayon

Y dijo José Hernández en su obra Martín Fierro:

Ansí en mi moro, escarciando,
enderecé a la frontera.
¡Aparcero si usté viera
lo que se llama cantón!...
Ni envidia tengo al ratón
en aquella ratonera.

De los pobres que allí había
a ninguno lo largaron,
los más viejos rezongaron,
pero a uno que se quejó
en seguida lo estaquiaron,
y la cosa se acabó.

La “ratonera” de Martín Fierro es una definición despiadada pero gráfica de lo que fue la vida en los fortines. Las condiciones eran crueles para todos, empezando por los propios soldados, so pena de fuertes represalias.
Si no había comida, no había para nadie. Se debía salir entonces en busca de avestruces, cuises, mulitas, a hervir trozos de cuero si era preciso, y acompañado de lo que le llamaban “Té del Congo”.
El Comandante Prado relata: “Hacía ocho meses que se encontraba destacado y durante ese tiempo no había recibido una libra de carne ni una onza de galleta”.
Cargos y funciones
La cantidad y cargo jerárquico de las tropas dependía del tamaño y de la infraestructura disponible en las Comandancias, Fuertes o Fortines. Algunas hasta tenían sacerdotes y médicos y se alojaban matrimonios, mientras que otras apenas disponían de unos pocos guardias mal pagos.
La disciplina en los fortines era muy dura.
“Aquí hay que se guapo, resuelto y subordinado. Aquí no hay reclamos ni disculpas. El superior manda y, tuerto o derecho, es preciso obedecerlo. El de arriba tiene siempre la razón. En la vida que llevamos se come cuando se puede y se come lo que le dan. Se duerme como la grulla en una pata y con un solo ojo como el zorro”.
Una buena parte de la tropa se aquerenciaba en el fortín y disfrutaba de aquella vida dura pero llena de “aventuras”, otros (…los mas), desertaban y eran perseguidos y castigados hasta con la muerte.
La tropa salía a realizar “descubiertas” (recorrido diario a lo largo de la línea a los fines de detectar eventuales invasiones marcadas por la polvareda o por señales de humo), que luego se comunicaban a través del telégrafo.
Si todo salía bien hasta eran capaces de atrapar prisionero a algún “indio bombero” que era aquel explorador del campo enemigo que hacía de espía.
Una figura fundamental de la comunicación tanto en el fortín como durante las luchas era el “trompa”. Era un soldado, un músico en medio de la pampa, designado para ejecutar los toques de mando.
Ellos se encargaban de hacer conocer las órdenes del jefe a través de diferentes melodías: una para montar, otra para desmontar, para ordenar el ataque o la retirada.
Con el clarín, algo más pequeño y de sonidos más agudos que la trompeta, el trompa marcaba el toque de diana, toque de rancho, toque para carnear, ensillar, silencio o bandera, ordenando la actividad de toda la tropa.
“Las clarinadas eran aprendidas hasta por  los perros fortineros, que tal como vigilantes, prestaban atención al “corneta” y su semblante (y el movimiento de su cola), cambiaba según si el toque era para carnear o era un toque de reunión o retreta”.
La vida en los fortines fue desangrada, siempre esperando, oteando el horizonte. Al alba, el trompa tocaba a diana, y los fortineros junto con la salida del sol, empezaban a trabajar en los “pisaderos”, cortando adobe para ladrillos, con el arado, haciendo chacra, sembrando alfalfa, cumpliendo con los rondines, esperando el toque para el almuerzo y volver a trabajar con las clarinadas.
A la noche, sin descanso, había que patrullar atendiendo siempre las órdenes del clarín.
Los sábados por la tarde se suspendían las tareas para dedicarse al aseo, lavando la ropa en la laguna más cercana (...si esta existía), y a planchar la ropa con una botella calentada al sol.
¿Qué fue de los fortines?
Como se dijo, durante esa lucha que diezmó los pueblos aborígenes (y extranjeros que se mimetizaron con éstos), se construían líneas de fortines para avanzar sobre territorios aún no controlados por los españoles o posteriormente por los criollos.
En determinados momentos, dichas líneas retrocedían por los ataques de los aborígenes, por la deserción de la tropa y los pueblos abandonados y cuando se lograba reducir la peligrosidad de algún cacique, diezmando sus fuerzas, se avanzaba hacia la pampa o el desierto, adelantando la línea de Fortines y con ellos, levantándose nuevos pueblos con lo que se afianzaba la posesión activa y prepotente de esas tierras.
Cuando desapareció el servicio de fronteras, muchas de las buenas y cosas malas de los fortines desaparecieron. El ejército se modernizó, pero solo en sus formas, cambiando de uniforme tantas veces como Ministros de Guerra existieron.
Se sucedieron sillas húngaras en vez de recados para montar y capotes en vez de ponchos para abrigarse. 
Ciudades que fueron fortines

Dijo el Comandante Prado:

“Hoy, en aquellos lugares donde tanto hemos sufrido se levantan ciudades prósperas y ricas. El trigo crece en la pampa exuberante de vicio, abonada con la sangre de tantos pobres milicos y, en cambio, los hijos de estos no tendrán, acaso, un rincón donde refugiarse, ni un pedazo de pan con que alimentarse allí mismo, en ese antiguo desierto que sus mayores conquistaron y que otros más felices, o mas vivos, supieron aprovechar.
Muchos de los fortines originaron ciudades, tales son los casos más conocidos en algunas provincias:

Buenos Aires
·         Azul                                         Fuerte del Arroyo Azul
·         Bahía Blanca                              Fuerte Argentino o Fortaleza protectora
·         Carmen de Areco                        Fortín San Claudio de Areco
·         Chascomús                                Fuerte San Juan Bautista de Chascomús
·         Colón                                        Fortín Mercedes 
·         Coronel Suarez                          Fuerte General San Martín
·         General Alvear                           Fortín Esperanza
·         Junín                                        Fuerte Federación
·         Leandro N. Alem                        Fortin Acha
·         Lobos                                        Fortín San pedro de Lobos
·         Maipú                                        Guardia “Kakel Huincul”
·         San Miguel del Monte                  Guardia del Monte
·         Mercedes                                  Fuerte San José de Lujan
·         Navarro                                    Guardia de San Lorenzo
·         Nueve de Julio                            Comandancia Clalafquén
·         Olavarría                                   Fortín Olavarría
·         Pedro Luro                                Fortín Mercedes o Fortín Colorado
·         Pringles                                     Fuerte General Belgrano
·         Ranchos                                    Fuerte Nuestra Sra. del Pilar de los Ranchos
·         Rojas                                       Guardia San Francisco de Rojas
·         Salto                                        Fuerte de Salto o de Arrecifes
·         Saldungaray                              Fortín Pavón 
·         San Antonio de Areco                 Fortín de Areco
·         Santa Regina                             Fuerte y Comandancia Coronel Gainza
·         Tandil                                       Fuerte Independencia
·         Villa Sanz                                  Fortín “Quenehuin” 
·         Veinticienco de Mayo                  Fuerte 25 de Mayo – Fortin Mulitas

Santa Fe
·         Melincué                                    Fuerte de Melincué
·         Sunchales                                  Fuerte Sunchales
·         Tostado                                     Fortín El Tostado

Córdoba
·         La Carlota                                 Fortín Punta del Sauce
·         Sampacho                                 Fortín San Fernando de Sampacho
·         Río Cuarto                                 Fuerte Santa Catalina 
·         Zapallar                                    Fuerte Loreto
·         Morteros                                   Fuerte Morteros

San Luis
·         Villa Mercedes                           Fortín Sarmiento
·         Pedernera                                 Fuerte San Lorenzo del Chañar

Mendoza
·         San Carlos                                 Fortín San Carlos
·         Villa 25 de Mayo                         Fuerte San Rafael del Diamante

Neuquén
·         Junín de los Andes                      Fuerte Junín de los Andes
·         San Martín de los Andes              Fuerte Maipú
·         Chos Malal                                 Fuerte IV División

Homenajes

La “Huella de fortines” forma parte de las tradiciones y costumbres típicas de la localidad de Carlos Casares, y nació como una manera de homenajear a todos los hombres que, en defensa de sus derechos e ideales, lucharon o murieron en esta tierra.

Aquí se encontraba una parte de la tercera avanzada de Fortines denominada "Frontera Oeste de Buenos Aires", con cabecera en el Fuerte Paz.
Todos los años, en el mes de abril, se transitan 100 kilómetros a caballo o en carruajes, en una travesía donde se van visitando distintos lugares históricos e ilustrando con relatos, diferentes sucesos de enfrentamientos entre indios y “milicos”.

En la actualidad, ya no son muchas las personas que realizan esta travesía, aunque hay que destacar que los "verdaderos huelleros" siempre están presente y mantienen viva esta costumbre casarense.

En la “Huella de fortines” se atesoran cuerpos de indios y “milicos” que, en múltiples enfrentamientos, demostraron su coraje y su bravura. Las causas y consecuencias de estos enfrentamientos han sido interpretadas abundantemente por los historiadores y son ajenas al espíritu de este acto de reconocimiento.

“Huella de Fortines” es la reivindicación de los olvidados. Es un homenaje al hombre que nos precedió en el tiempo; es beber del paisaje, amargas historias de enfrentamiento y destrucción del hombre por el hombre mismo.
Los poetas del folklore tampoco se quedaron atrás, homenajeando a las mujeres cuarteleras (como La Pasto Verde), y los sacrificios de vivir entre los toldos y el fortín.

Una danza tradicional argentina se llama La fortinera, creada en 1959 por Emilio Juan Sánchez, Raúl Carlos Barras y Hugo Bono.

La Cuartelera de Eduardo Falú o la Zamba de la toldería de Buenaventura Luna, Oscar Valles y Fernando Portal pintan una imagen de aquellos tiempos.

Zamba de la toldería

Buenaventura Luna, Oscar Valles y Fernando Portal

Tristeza que se levanta
d'el fondo 'e las tradiciones
del toldo traigo esta zamba
con un retumbo 'e malones.

Con una nostalgia fuerte
de ranchería incendiada,
de lanzas, de boleadoras
y de mujeres robadas.

           Estribillo
Yo di mi sangre a la tierra
como el gaucho en los fortines,
por eso mi zamba tiene
sonoridad de clarines.

Estruendo de los malones,
ardor de la correría,
tostada de amores indios
cobriza es la tierra mía.

Avanzada de distancias
de largo tiempo sufrido,
mi zamba viene avanzando
del toldo donde ha nacido.
 

La cuartelera (Zamba)

Eduardo Falú
Vengo a decirte adiós
a la madrugada me iré,
lágrimas de mis ojos
en los caminos derramaré.

Cuando suene el clarín
con el regimiento me voy,
no le temo a la muerte
sino a la ausencia y al mal de amor.

Cuando reces por mí
quiero que pidas a Dios
que si la muerte ronda
me lleve al cielo donde estés vos.

A la guerra me voy
tan sólo con armas de amor,
pólvora de tus ojos
y fuego fiel de mi corazón.

Nunca te olvidaré
niña, no te apartes de mi,
si vuelvo prisionero
es el cariño que dejo aquí.
Cuando reces por mí
quiero que pidas a Dios
que si la muerte ronda
me lleve al cielo donde estés vos.
Bibliografía

BUENOS AIRES. Vida en la campaña. Fuertes y fortines. http://servicios.abc.gov.ar/docentes/efemerides/25demayo/htmls/campana.html

 

CUTULI, G.2015. Argentina. Línea de viejos fortines. Tiempo de malones.https://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/turismo/9-3156-2015-08-23.html

 

EL ARCON DE LA HISTORIA. Fuertes, fortines, guardias y comandancias (1736/1870). https://elarcondelahistoria.com/fuertes-fortines-guardias-y-comandancias-1736-1870/

 

EL CORDILLERANO. 2018. Los fortines que se hicieron ciudades. Cultura. https://www.elcordillerano.com.ar/noticias/2018.

 

HISTORIAS Y BIOGRAFÍAS. Linea de Fortines Para Defensa de los Aborígenes. https://historiaybiografias.com/fortines/

 

PRADO, M. 2007. La guerra al malón. 2da.Edición. Edit. Claridad. Buenos Aires, 144 p.

 

REALI, C. Fortines y la conquista del desierto en el sur santafesino. En: 1er. CONGRESO DE HISTORIA DE LOS PUEBLOS DE LA PCIA. DE SANTA FE.

 

WIKIPEDIA. Fortin. https://es.wikipedia.org/wiki/fortin.

 


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