El Cabo Savino de Carlos Casalla |
Los fortines en
nuestro territorio aparecieron como respuesta a las invasiones de los nativos
que reclamaban, ante los invasores, lo que era suyo.
Los “conquistadores”
y los pueblos indígenas convivieron más de 400 años y en ese período no siempre
todo fue combate ni invasión. Todo comenzó en 1515 y fue terminando en 1919.
Durante estos cuatro
siglos hubo períodos de sana convivencia y de batallas despiadadas, y la vida
en los fortines fue tan terrible para esos “milicos” pobres como lo fue el
desprecio de las autoridades que deseaban para si el resultado del territorio
“ganado”.
Hombres “levados” y
sin formación, pero con un profundo sentido del deber, junto con una
oficialidad joven que los acompañaban (algunos ingresaban a los 14 años),
fueron “abono” para los desiertos y las selvas y “ganadores” del olvido.
Hubo cuarteleras,
mujeres bravas, sufridas y valientes como La Pasto Verde.
Muchos fortines
desaparecieron por los ataques nativos o por su obsolescencia, pero algunos se
transformaron años más tarde en prósperas ciudades.
Algunas pocos (de los
varios cientos que existieron), tuvieron reconocimiento.
Conozcamos algo más …
Los de acá
Hace más de 12.000 años ya estaban por el sur, y
hace unos 8.000 años por Córdoba, Catamarca y San Luis.
Al parecer hasta esos momentos los pueblos nativos
solo se encargaban de conseguir el sustento para la familia, pero más cerca en
el tiempo descubrieron que podían no solo vivir de la caza y la pesca sino
también asentarse en un territorio sembrando y cuidando animales para su
comida, casa, juegos y vestimenta.
Mientras que a nadie en Europa se le ocurría navegar
hacia el Oeste, en estas tierras estaban escribiendo su propia historia los
Atacamas, Omaguacas, Chiriguanos, Lules y Diaguitas en el Noroeste; los Tobas,
Guaycurúes, Mocovíes y Guaraníes en el Noreste; los Tonocotés, Sanavirones y
Comechingones en el Centro; los Coronda, Caigang y Charrúas en el Litoral; los
Huarpes, Pehuenches y Guenaken en Cuyo; los Pampas y Querandíes en la Región
Pampeana y los Chanecas y Selknam en la Patagonia.
Los de la “madre patria” venían por riquezas no por
evangelización. Secuestraron
a Atahualpa a cambio de toneladas de oro y plata en obras de arte y artículos
rituales que transformaron en lingotes para llevárselos al rey y a la iglesia.
Voy a intentar
recorrer algunos rincones de los últimos 500 años, pero particularmente en algo
más de los 50 años “calientes” en la “frontera aborigen” de nuestra historia,
tratando de demostrar que, como dijo Ramón de Campoamor:
En este mundo traidor
nada es verdad ni mentira
todo es según el color
del cristal
con que se mira
Antecedentes
Está visto que las
intenciones de los invasores europeos, y más tarde los criollos, eran despojar a los nativos con violencia cometiendo injusticias imperdonables. También
está visto que los nacidos en estos suelos, aunque casi siempre en desigualdad
de condiciones, no estaban dispuestos a ceder su cultura, sus espacios y sus
derechos tan fácilmente.
Como en los más de
400 años que duraron las luchas desparejas (de un lado y del otro entre
nativos, españoles y criollos), fueron muchas las situaciones, trataremos de
dividir (convencionalmente), los períodos de enfrentamiento para intentar
entender mejor este segmento de nuestra historia.
El primer período iría entre el momento de
la llegada de los invasores en 1516 hasta mediados de 1700 (algo menos de 200
años), desarrollado sobre la geografía de la búsqueda de oro y plata por los
“caminos reales”, comprometiendo a los pueblos del noroeste del actual
territorio argentino y parte de los caminos hacia el sur del antiguo Imperio
Inca (en el oeste) y los pueblos del litoral y noreste camino a las Misiones
Jesuíticas.
El segundo período iría desde mediados del
1700 hasta inicios de 1900 (algo más de 150 años), desarrollado sobre dos
ámbitos geográficos que hasta ese momento era ambiente “exclusivo” de los
pueblos originarios:
§ El “chaco” del
noreste y litoral, camino a Asunción
§ La pampa y patagonia
donde se pretendía el avance “blanco” sobre inmensas superficies de tierra,
comprometiendo a los pueblos Pampa Querandí, Pehuenches y Guenaken
En 1515 Juan Díaz de Solís emprendió lo que sería su último
viaje en la búsqueda del pasaje transoceánico. En caso de encontrarlo, planeaba
atravesar el Pacífico hasta alcanzar el Extremo Oriente.
Al
llegar a estas costas sudamericanas Díaz de Solís se
adentró en el estuario (de lo que luego sería el Río de La Plata), con una
carabela, e hizo escala en una isla para sepultar al despensero de la
embarcación, fallecido a bordo, llamado Martín García, nombre que le quedó a la
isla.
Viendo indígenas
en la costa oriental,
Díaz de Solís intentó desembarcar con algunos de sus tripulantes con la sola
misión de apoderarse de lo ajeno en nombre de Dios y del Rey. Solís y los suyos
fueron atacados por un grupo de indígenas que los ejecutaron ante la mirada del
resto de los marinos, que observaban impotentes sus muertes desde la borda del
buque, fondeado “a tiro de piedra” de
la costa.
Sebastián Gaboto
salió de España en 1526 con la
intención de hacer el recorrido bioceánico a través del Canal de Magallanes,
pero al llegar a estas tierras se sintió tentado por los mitos y leyendas del
Rey Blanco, con palacio de paredes de plata y tesoros de todo tipo. Al saber de
la vida del joven Francisco del Puerto, aquel sobreviviente de la expedición de
Solís, abandonó su misión inicial y se
internó por el río Paraná hasta la desembocadura del río Carcarañá donde fundo
el Fuerte Sancti Spiritu, primera población española en estas tierras.
Gaboto siguió
subiendo el Paraná y los pobladores del fuerte, fieles a su espíritu
conquistador comenzaron a esclavizar y a maltratar a los nativos. Los caciques
Siripo y Marangoré se rebelaron contra los invasores, y en setiembre de 1529 redujeron el fuerte a ruinas,
incendiándolo y dejando unos pocos sobrevivientes.
Muchos años después
un armero del General Belgrano bautizó a uno de sus cañones con el nombre de
Marangoré, en honor a la resistencia de éste frente a los invasores.
En 1536 Pedro de Mendoza (un saqueador de la ciudad de Roma),
fundó sobre la margen austral del Río de la Plata, un puerto
defendido por dos primitivos fuertes al que llamó Santa María del Buen Ayre. En este sitio
se estableció junto con sus expedicionarios, a quienes les empezó a repartir
tierras que no eran de él y que seguramente sus verdaderos propietarios no
estaban dispuestos a tolerar mucho tiempo.
Apenas
instalados, los españoles descubrieron una gran hueste de indios Pampas
Querandíes,
de al menos 3.000 hombres, quienes, a pesar de todo, les dieron obsequios y
alimentos y se mostraron afables con los recién llegados.
Pero
al poco tiempo los graves problemas comenzaron. La ciudad, por impericia de su
fundador, estaba establecida en una zona baja e inundable, pantanosa e
insalubre.
Durante
dos semanas los Querandíes abastecieron a los españoles. El maltrato de algunos
españoles a los indígenas motivó que estos dejaran de frecuentar el campamento
abasteciéndolos con alimentos.
La
falta de comida obligó al adelantado a enviar guarniciones en todas direcciones
a buscarla para paliar la hambruna. Deseoso de terminar con el problema, don
Pedro envió un ejército comandado por su hermano Diego de Mendoza para atacar “a cualquier precio, matando a todos los
indígenas y apropiarse de su pueblo”.
Ambos
bandos se enfrentaron en el "Combate de Corpus Christi", el 15
de junio de 1536, cerca de la Laguna de Rocha y del
emplazamiento del actual partido de Esteban Echeverría de la provincia de Buenos Aires. En el enfrentamiento los
indios vencieron y exterminaron a dos tercios de las tropas españolas.
El
éxito de este combate dio confianza a los Querandíes, que comenzaron a atacar
con más y más frecuencia la ciudad, impidiendo que los españoles saliesen de
sus refugios para conseguir alimentos.
De
esta forma, a la enfermedad y la violencia se sumó la inanición como causa
común de muerte entre los conquistadores.
A
finales de junio los indígenas reunieron un gran ejército, de 23.000 lanzas
entre Querandíes,
Guaraníes, Charrúas
y Chanás. Tras fracasar en asaltar sus defensas se dedicaron a asediarla.
Finalmente,
en diciembre de 1536 los querandíes consiguieron por primera vez vulnerar las
defensas de la ciudad, penetrar en ella e incendiarla, provocando su
destrucción total.
Por otro lado, durante el siglo
XVII, se produjeron en el Tucumán dos grandes sublevaciones indígenas
históricamente conocidos como “Levantamientos Calchaquíes”. El primero de ellos
ocurrió entre los años 1626 y 1637 y
el segundo entre 1657 y 1667.
Estos alzamientos contra el
sistema de opresión colonial que se pretendía imponer a los indios, se llevaron
a cabo en la jurisdicción de Londres, en Catamarca (comprendida entre los Andes
al oeste, el Aconquija al este, la jurisdicción de Salta al norte y la de la
Rioja al sur).
Los Quilmes fueron una de las
más célebres parcialidades de la etnia Diaguita que habitaba el oeste de la
actual provincia de Tucumán. Su
principal población, ubicada a unos 2000 m
s.n.mm, (una pequeña ciudadela ubicada en el cerro Alto del Rey, que aún
hoy pueden visitarse sus ruinas), fue destruida por los españoles en 1667,
tras la derrota final ante el gobernador de Tucumán, Alonso Mercado y Villacorta,
luego del levantamiento del líder Felipe Calchaquí.
Segundo período
A pesar que durante la época de los Virreyes se comienza a planificar el
exterminio de los indios Pampas a través de líneas de fortines, hubo momentos
en que la comunión de las partes era posible, tal es el caso del cacique
Mayupilquián, a quien el Cabildo de Buenos Aires en 1717 le confiere el título de Guarda Mayor para el control de la
frontera.
Con el correr del tiempo los fortines establecidos para la defensa
se hallaban en total abandono por la falta de pago a la tropa y oficialidad.
Los milicianos rurales que tenían a su cargo los fortines y el
patrullaje, cansados de trabajar gratis, comenzaron a desertar. Es así como, en
1750, prácticamente la defensa de la
frontera era inexistente y por ende las interrupciones de los nativos se
presentaban con suma frecuencia y adquirían carácter alarmante.
En 1760 comienza un plan
sistemático, aunque no muy bien ordenado, para el exterminio del “indio” que
comenzaba a comprometer los negocios de los hacendados.
A partir de aquí se empieza a desarrollar la política de “indios amigos”
e “indios enemigos”.
Más de 50 tratados de paz fueron firmados entre 1662 y 1884, año en que
se borran las últimas esperanzas de compartir con los nativos espacios comunes
en igualdad de condiciones.
Para aquella época se estima que en las provincias de Buenos Aires,
Santa Fe, Córdoba, La Pampa, San Luis, Neuquén y Rio Negro, había algo más de
15 cacicazgos de las etnias Tehuelches, Mapuches, Ranqueles y Vorogas (o
Borogas), y más de 40 fortines para la defensa.
Como relata el virrey Vértiz en sus memorias:
"Forman los indios
unos cuerpos errantes, sin población ni más caseríos que unos toldos de cuero
mal construidos; carecen de todos los bienes de fortuna; no hacen sementeras;
no aprecian las comodidades. Se alimentan de yeguas y otros animales distintos,
de los que usamos nosotros. No necesitan de fuego para sus comidas. No llevan
equipajes ni provisiones para sus marchas. Residen en las sierras y otros
parajes incultos. Transitan por caminos pantanosos, estériles o áridos; su
robustez creada en las inclemencias, resiste el punto que nosotros no podemos
principiar"
En 1779 Vértiz decía:
“Yo, el virrey, mandé que a toda diligencia se acopiaren
materiales, albañiles, etc. y se construyesen de nuevo todos los antiguos
fuertes, por no hallarse ninguno en estado de defensa, y se aumentase los
que se comprendían en la nueva planta. Como se practicó en un método
uniforme y sólido. Con buenas estacadas de ñandubay, anchos y profundos
fosos, rastrillo y puente levadizo con baluartes para colocar la
artillería. Con mayor capacidad en sus habitaciones y oficinas; con
terrenos suficiente por toda la circunferencia para para depositar la caballada
entre el foso y la estacada. En cada Fuerte mandé poner una compañía de
dotación, compuesta de un capitán, un teniente, un alférez, un capellán, cuatro
sargentos, ocho cabos, dos baqueanos, un tambor y ochenta y cinco plazas de
blandengues”
Fue el cacique Tehuelche o Puelche llamado Lorenzo (Calfilquí), quien
por 1790 definió claramente su
postura diciendo “Hay lugar suficiente
para indios y cristianos. Armonía es posible y útil, pero si buscan pelea,
tendrán pelea”.
Lamentablemente las tratativas de paz quedaron en la nada y los
enfrentamientos continuaron.
Luego de la Primera Invasión Inglesa, en 1806, las comunidades indígenas de la actual Provincia de Buenos
Aires, le ofrecieron al Cabildo su ayuda para derrotar “a los colorados”. En varias oportunidades se escuchó decir a los
caciques Pampas, a través de sus lenguaraces,
Felipe, Catemilla, Epugner y otros, frases como estas:
§ “Estamos listos para franquear
gente, caballos y auxilios”
§ “Hicimos paces con ranqueles
para proteger a los cristianos”
§ “Les ofrecemos veinte mil de
nuestros súbditos, todos gente de guerra y cada cual con cinco caballos”
§ “Queremos pelear unidos con
ustedes”
Estos ofrecimientos no fueron aceptados plenamente por los cabildantes,
temerosos que miles de indígenas armados fuesen un riesgo para la tranquilidad
de la ciudad. Aceptaron que custodiasen la costa de la actual provincia de
Buenos Aires, sin entrar en los poblados.
El Batallón de Naturales combatió a sangre y fuego a los ingleses,
oportunidad en que estos fueron definitivamente rechazados. Pasado el hecho se
condecoraron a los líderes aborígenes, considerados “fieles hermanos”.
La “guerra de la sal” empezó
con el Coronel Pedro Andrés García. Fue un español que quedó a cargo, después
de 1810, del Regimiento 4º, y fue
comisionado a las Salinas Grandes a buscar sal (insumo estratégico para el
momento), para abastecer a Buenos Aires. Este yacimiento estaba en pleno
enclave de los nativos. Su segunda intención fue “detectar” a los caciques
amigos y a los hostiles.
Luego de dos meses García encontró respuesta de una parcialidad para
compartir las salinas, y fueron a los caciques (Epumer, Quinteleu, Pallatur y
Antenau), a quienes se le escucharon estas frases dichas al Coronel:
§ “Yo fui criado donde se
respeta a los mayores y se hacen parlamentos y acuerdos de los que nunca nos
separamos”.
§ “Ningún cacique va a faltar a
los tratados de paz, pero que a ningún cacique ni sus gentes se estorbe por
entrar a Buenos Aires”
§ “La laguna es de todos los
hombres, como los pastos del campo a los animales”
§ “Mi padre me enseñó a respetar
la tierra y a vivir en paz con todos, y nunca hacer la guerra sino en defensa.
Que los que buscan pendencias salen al final descalabrados”
El Coronel García, si bien era desconfiado de los nativos, dejó asentado
en sus notas que era “crítico de la
política equivocada de los españoles de querer sujetar a los indios con las
bayonetas”.
El malón como táctica
sistemática de guerra
Hubo períodos que podemos llamar “de fusión” en que “cristianos” (…y no
tanto) y nativos efectuaban alianzas temporales en función de sus intereses.
Algunos de estos eran solo territoriales, pero la mayoría eran económicos.
El país en marcha estaba ocupado con las guerras de la independencia y
más tarde con las guerras civiles de unitarios y federales. Durante el primer
cuarto del 1800 el malón fue la táctica utilizada para arrasar poblaciones,
raptar mujeres y robar ganado.
Estos son algunos ejemplos:
· 1740. El cacique Cangapol junto con tehuelches, huilliches y
pehuenches, realizó ataques en Arrecifes, Lujan y Magdalena. En total, estos
ataques causaron la muerte de cientos de españoles.
· 1820. El ex Director Supremo de Chile José Miguel Carrera, con sus
hombres y 2.000 indígenas de los caciques Pablo, Yanquetruz y Ancafilú, y 500 desertores, bandoleros y prófugos de
la justicia, destruyeron el Fuerte de Salto (Buenos Aires), y su población.
· 1821. Unos 1.500 Mapuches bajo el mando de José Luis Molina atacaron el pueblo de Dolores (Buenos Aires),
destruyéndolo completamente. Se hicieron con 150.000 cabezas de ganado.
· 1823. Una coalición de 5.000 Ranqueles, Pampas y Tehuelches atacaron
simultáneamente el sur de Santa Fe, Luján, Tandil y Chascomús. Juan Manuel de Rosas, al frente
de milicias, logró rescatar de los Tehuelches 120.000 reses.
Las campañas al desierto con el objetivo de extinción y correr la
frontera de los nativos por parte del General Rauch (1826-1827), Juan Manuel de
Rosas (1833 y 1834), y 50 años después, la de Julio Argentino Roca (1878 y
1885), fueron la respuesta a tanta locura desatada por las partes.
La política
de “indios amigos” llegó a su momento de plenitud durante el gobierno de Juan
Manuel de Rosas en 1830, que la
llamaba “negocio pacífico con los
indios”, cuyo objetivo era acercar a las tribus amigas a la línea de
frontera y aislar de alguna manera a las hostiles, que quedarían alejadas.
Las tribus
de Catriel, Coliqueo y Chipitruz entre otros formaron parte de aquel cordón
amistoso. Esta “amistad” se quebraba cada vez que los tratados de paz no se
cumplían por parte del gobierno, al no respetar los pedidos de ropa, hacienda,
armas y fundamentalmente “sus campos”.
Algunos
párrafos de las cartas enviadas por los caciques a Rosas, Urquiza y Mitre y a
los comandantes de frontera decían:
·
“No me canso de aconsejar a los caciques a mi mando que no faltemos en
un ápice a los tratados de paz y alianza con los señores argentinos”. “Amistad
si habrá, pero dominio y autoridad sobre nosotros no, eso no lo consentiremos jamás.
Primero seremos víctimas, pero no ser dominados” (1830).
·
“Allí le mando de regalo mi traje y un caballo, pero le pido que me haga
el favor de mandarme 20 camisas, 20 calzoncillos, 20 chalecos, 20 chaquetas y
20 sombreros para mis caciquejos y capitanejos para que no le hagan
traiciones”. “También necesito tres ponchos de paño y uno bien fino para mí, un
par de espuelas de hierro y 20 ponchos ingleses para chiripá, dos barriles de
ginebra de Holanda y cuatro damajuanas llenas de bebidas” (1856).
·
Este pueblo está muy alegre porque han venido muchos indios a tratar
negocios. Nosotros no dejamos de decirles a todos los indios que los cristianos
son buenos y que desean vivir con los indios en paz, como hermanos y buenos
amigos, y por esto es que han venido tantos este año, y como todos se han ido
contentos porque los han recibido bien y los han regalado” (1861).
·
Nos prometió que el gobierno nos daría tierras en que vivir y todos los
recursos necesarios, pero hasta el presente nada se ha cumplido con respecto a
los terrenos y ya vamos para los cuatro años” (1875).
Las
“internas” entre los nativos (que no eran pocas), y los incumplimientos
sistemáticos de los acuerdos, conformaron un ambiente hostil que se tradujo en
ataques de los malones de indios “enemigos”, tales como:
· 1836. El cacique Voroga Railef, procedente de Chile y Neuquén, realizó un malón con
2.000 guerreros sobre Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe. Obtuvo 100.000
cabezas de ganado, pero, cuando iba de vuelta a Chile, el cacique Calfucurá lo
emboscó y derrotó.
· 1855. Calfucurá, Catriel y Cachul arrasaron la localidad bonaerense de Azul al frente de 2.000 guerreros, muriendo
300 personas y llevándose cautivas a 150 familias y 60.000 cabezas de ganado.
· 1857. El jefe Coliqueo invadió Pergamino y se apoderó de 40.000 reses.
· 1859. La Fortaleza Protectora Argentina fue invadida por
Calfucurá con entre 2.000 y 3.000 hombres, en lo que fue el último malón a la
ciudad de Bahía Blanca.
· 1872. Calfucurá, con un ejército de 6.000 combatientes, atacó los pueblos de General Alvear (Buenos Aires), Veinticinco de Mayo (Buenos Aires) y Nueve de Julio (Buenos Aires), matando a 300 criollos
y haciéndose con 200.000 cabezas de ganado.
· 1875. El "Malón Grande", fue una conjunción de
lanzas de Namuncurá, lanzas chilenas, Ranqueles, indios de Pincén y los Pampas
de Catriel que
se sublevaron contra el Gobierno nacional. Un total de 3.500 lanzas asolaron los partidos de Azul, Tandil, Olavarría, Juárez, Tapalqué, Tres Arroyos y Alvear. Solamente en Azul
dejaron 400 muertos. Se llevaron 500 cautivos y un total de 300.000 reses.
Fueron vencidos el 18 de marzo de 1876 en la batalla de Paragüil,
recuperándose numerosos animales.
Al final de
tantas luchas el cacique Foyel Payllakamino sentenció en 1885:
“Nuestras tribus eran
nómades, pero nunca robaron ni molestaron a ninguno de los huincas. Esa era la
vida de nuestros antepasados”.
El último
gran malón en territorio argentino se produjo en 1919 al norte de la actual provincia de Formosa, conocido
como la masacre de Fortín Yunká. Se
les atribuye a los indios Pilagá o a una fracción de los Maka. Las fuerzas del
ejército nacional persiguió a los Pilagá y 120 familias
indígenas (unas 700 personas entre hombres mujeres y niños), que fueron “masacradas por una tropa enfurecida”.
Comandancias,
fuertes y fortines como respuesta
El avance desde el puerto hacia “las pampas y el desierto”, desde la
llegada de los españoles a la actual provincia de Buenos Aires se fue dando en
franjas de orientación noroeste al sudeste.
Estas franjas estaban limitadas por las líneas de fortines, los que en
su mayoría desaparecían a medida que se conseguía avanzar, mientras que otros
fueron la base para futuras ciudades.
En 1876, Adolfo Alsina
propuso crear un sistema defensivo de fosas y terraplenes
con fortificaciones compuesto de fuertes y fortines,
también llamada Zanja Nacional.
Se construyó para demarcar una nueva línea de frontera de
los territorios bajo el control del gobierno
federal en el período inmediato anterior a la Conquista del Desierto.
Las funciones de la misma eran la de evitar los malones de
los aborígenes y entorpecer el paso del ganado robado
por estos.
Los territorios de los pueblos Ranqueles y Pampas habían venido siendo
arrebatados a por inmigrantes mapuches o araucanos que, provenientes de Chile, produjeron su araucanización
a través, primero, del saqueo de poblaciones aborígenes establecidas en
relaciones más o menos pacíficas con los blancos, y, luego, de las poblaciones
blancas o "huincas".
El proyecto de Alsina, cuya función militar era la de retener territorio
y conservar el dominio del estado nacional en ellas, no pretendía sumar nuevas
tierras al dominio nacional argentino, pero sí esperaba que cumpliera con una
función eminentemente defensiva. Años mas tarde Julio Argentino Roca invertiría
ese criterio.
La divisoria física pretendía terminar con esta transferencia de riqueza
pecuaria del Atlántico al Pacífico y con la carga de sus costos
(pérdida de vidas humanas, gastos en defensa, despojo de riquezas consistentes
en bienes de uso, y rapto de mujeres que pasaban a servir económica y
sexualmente como esclavas), que soportaban los pobladores de los pagos
saqueados.
Si bien la Zanja de Alsina no fue eficiente respecto a la entrada o
salida de los indios montados, que la sorteaban desmontando y creando desde
ambos lados derrumbes que proveían de cruce a las cabalgaduras, sí surtió
efecto respecto a la merma de robo de ganado de los campos, toda vez que los
indígenas se vieron obligados a abrir portillos en la zanja, que no se preveían
suficientes para escapar con tropillas de vacunos y que, al huir, muchas veces
no podían volver a utilizar porque debían tomar otro camino.
La obligada tarea les demandaba una pérdida de tiempo suficiente como
para que las tropas los alcanzaran y evitaran el cruce de los arreos. La
motivación del saqueo se redujo así a los otros resultados del mismo.
La infraestructura de los
fortines
La nueva línea de la frontera estaba a cargo de seis Comandancias con
sus fuertes
respectivos que se ubicaron en lugares estratégicos: Bahía Blanca; Puan;
Carhué; Guaminí; Trenque Lauquen e Italó.
Los fortines (diminutivo de fuerte), era una construcción casi miserable
en infraestructura y en recursos humanos.
Aunque no parece haber existido nunca un modelo único para todos los
fortines, estos solían estar emplazados sobre el terreno más elevado, una
rústica empalizada de troncos dispuestos verticalmente ("palo a
pique").
Tal empalizada era con frecuencia el único "muro" perimetral,
muro de planta rectangular que rodeaba a un recinto de unos 100 a 500 m2.
Según la posición geográfica y la categoría (Fuertes), disponían de
otras mejoras. En el interior del recinto se ubicaban ranchos que
hacían las veces de cuadras y barracas, que generalmente
constituían:
·
La
vivienda de la oficialidad o del comandante
·
La
barraca de las tropas
·
Un
arsenal
·
Una
rudimentaria prisión o celda,
·
Un
depósito de alimentos,
·
Un
establo y corral
·
Un
mangrullo
·
Raramente
existían una capilla, una enfermería e incluso una pulpería.
Las construcciones eran de barro y quincha y los mangrullos y corrales
de madera. El muro perimetral, si el suelo lo permitía, estaba por su parte
circundado de un foso lo más ancho y profundo posible como para detener o
dificultar la acometida de fuerzas a caballo.
“Al aproximarnos vi salir de unos
ranchos que mas parecían cuevas de zorros que viviendas humanas, a cuatro o cinco
milicos desgreñados, vestidos de chiripá todos ellos, con alpargatas unos, con
botas de potro los demás, con el pelo largo, las barbas crecidas, la miseria en
todo el cuerpo y la bravura en sus ojos.”
Dotaciones
Las líneas jerárquicas se ordenaron en Guarniciones, de las que
dependías las Comandancias, de estas los Fuertes y de estos los Fortines.
La conscripción de personal para cubrir la frontera se realizó de manera
forzosa (levas) entre la población rural. Cada fortín estaba cargo de un oficial y de ocho o diez soldados.
Las durísimas condiciones a las que estaban sometidos se narran en
el Martín Fierro, de José Hernández, cuyo protagonista es reclutado
forzosamente para prestar servicio en la frontera.
El Comandante Prado decía, del alférez Requejo, al referirse a los
“civiles” de los poblados y estancias que protegían:
“Estos tipos son así. Puras
dificultades para servir al gobierno y después todo se vuelven cuentas. Si nos
prestan un caballo, la cuenta; si nos dan un vaso de agua, la cuenta por el
servicio, si nos contestan un saludo, la cuenta por la atención.
Y luego: - Coronel, si usted
me presta unos soldadito para que me cuiden la majada; si me facilitase unos
carritos para acarrear ladrillos, si me facilitase el carpintero del cuerpo, el
herrero, al albañil.¡¡ Patriotas!!
Dentro de algunos años, cuando
seamos viejos y hayamos dejado en estas pampas la salud; cuando nos manden a la
basura por inútiles, iremos todos ladrando de pobres, sin pan para los
cachorros, mientras ellos ricos y panzones, cebados con sangre de milicos,
dueños, sin que les cueste un medio, de todas estas tierras que dejaremos
jalonadas con huesos de nuestra propia osamenta”
Los fortines estaban
guarnecidos en algunos casos por tropas regulares, tal es el caso de los
“Blandengues” a partir 1851, cuando este Cuerpo se creó para resguardar las fronteras.
Este cuerpo se fue desgranando por deserciones debido a la falta de pago
durante largos períodos (…hasta 3 años). En otros casos por milicianos “a
ración” (sin sueldo pero con provisión de lo necesario para su manutención).
El número de fuerzas regulares para custodiar la
frontera era escaso, al igual que los recursos destinados al mantenimiento de
los fuertes. Por esa razón, los pobladores de la campaña participaron en el
servicio de las armas y aportaron recursos económicos al sostenimiento de la
defensa contra el indio. Algunos de los fortines y las guardias fronterizas se
diferenciaban de los fuertes por ser los pobladores quienes se constituían en
milicia y sostén de los mismos.
Cuando las leyes comenzaron a
reclutar a los gauchos, para trabajar forzados para algún propietario designado
por el Juez de Paz, o enviarlos al servicio militar en los fortines, por el
cargo de vago y mal entretenido, la mujer partió detrás de sus hombres, ya
fueran marido o hijos, convirtiéndose en fortinera.
La mujer fortinera prefirió la
vida en el cuartel que acompañar a su pareja a trabajar obligado bajo un patrón
de sol a sol, sin descanso alguno, charqui y tasajo como base de su alimento
diario, que acompañaban con mate y tortas fritas, sirviendo ellas como
sirvientas de los patrones y a veces sus hijas apenas adolescentes eran presa
del patrón o de sus hijos.
Al comienzo el poder militar
las aceptó de mala gana, y las destinó a cocinar, lavar y remendar uniformes,
curar enfermos, asistir a los bailes pero también a los velorios y rezar por el
alma de los difuntos, entre otras tareas históricamente rotuladas como
femeninas.
Pero ante las condiciones
desdichadas a las que se sometía a la tropa, cuando las deserciones comenzaron
a diezmar el ejército improvisado, los mismos comandantes fueron dándole otro
valor a “la chusma” que los seguía. Así calificaron al comienzo, a las mujeres
y los niños, que los seguían desde las retaguardias, arriba de prominentes
atados de cacharros y pilchas, recibiendo lo peor de la polvareda.
De a poco se fueron “ganando” el
ser consideradas parte de la tropa.
Se las llamó despectivamente
“chinas”, “milicas”, “cuarteleras”, “fortineras” o “chusma”. Eran mujeres
humildes, en su mayoría indias, negras, pardas y mestizas. Pocas fueron las
blancas, de baja extracción social, analfabetas, no educadas, pero siempre
respetadas.
Aunque en su paso al cuartel
aquellas mujeres perdieron sus nombres originales, todas terminaron llevando
sus apodos, como “La Siete ojos”, “La Mamboretá”, “La pocas pilchas”, “La
Pasto Verde”, y “La Mamá Carmen” entre otras muchas.
Las cuarteleras que seguían a
la tropa de soldados, que fueron incorporadas por el gobierno argentino
(durante la Campaña del Desierto) como parte de ese ejército, eran sometidas a
los mismos deberes aunque no les asistían los derechos, que sí tenían los
soldados, como la paga, los ascensos y el premio de leguas de tierra en
compensación a los servicios prestados.
Las mujeres ya no sólo hacían
lo que se esperaba que hagan, sino que también sabían calzarse el uniforme,
tomar el cuchillo o el fusil, subir mangrullos y hasta disparar cañones cuando
las circunstancias lo pedían.
Existen relatos de un
comandante que entre sus órdenes incluía “abajo
las polleras”, lo que activaba a estas mujeres para calzarse pantalones y
el uniforme, ocupando un lugar más en la tropa, aunque más no fuera para
simular mayor número de soldados y así meterle miedo al “enemigo”.
En aquella época las mujeres eran consideradas como
“fuerza efectiva” de los cuerpos.
“Eran todas
la alegría del campamento y el señuelo que contenía en gran parte las
deserciones. Sin esas mujeres la existencia hubiera sido imposible. Acaso las
pobres impedían el desbande de los cuerpos”.
Caballos y perros
Era un dicho
corriente que la caballada de los fortines tenía prioridad sobre quienes la
montaban. Los caballos estaban mejor cuidados que los hombres, y se daban casos
en que debían estar tapados con buenas mantas mientras que la tropa tiritaba de
frío, sin otra cosa encima que una chaquetilla y un chiripá sucio y roto.
El gaucho,
como el aborigen pampeano, era “hombre de a caballo”. Era por idiosincrasia un
guerrero de caballería, su natural instinto y la aptitud de jinete adquirida en
sus faenas rurales hacían de él un “soldado” que el ejército debía aprovechar.
El miliciano
“arrancado de su rancho”, como el soldado de línea era de ese pueblo que había
hecho del caballo su complemento para todo aquello que fuera transporte,
trabajo y hasta distracción. Sin él se encontraba
perdido.
Durante la “conquista del desierto” (cómo se llamaba
entonces a los territorios dominados por tribus autóctonas), el “toro” Villegas,
Jefe del Regimiento 3 de Caballería, había comprendido que no habría victoria
posible sobre los nativos si no se contaban con buenos caballos.
“Tordo plateado o argenteado.
Pelo blanсо у reluciente sembrado de pocos pelos negros lo que forma en el
caballo un color brillante y lucido como la plata bruñida. Este pelo pasa por bueno y
por mejor aun cuando el animal tiene mosqueados el cuello y la parte superior
de la cabeza”.
Así debían
ser los famosos Blancos de Villegas.
Pero falta
un personaje importantísimo: el perro de los fortines. El perro fue compañero,
guardián y “proveedor” en los momentos de soledad, vigilia y hambre que el
soldado debía aguantar durante su permanencia en esos
fortines. Durante la noche, su fino olfato y oído eran una eficaz
ayuda para detectar a los invasores.
Remigio Lupo
(periodista de campaña), recuerda que en su paso por la línea de fortines
tendida por Alsina encontró en un mísero fortín a dos soldados:
“…Por qué tienen ustedes aquí esta cantidad
de perros? –les pregunté al ver una jauría de perros flacos que por allí
andaban- Ellos nos conservan la vida, señor. Hay veces
que nos faltan las raciones, y entonces comemos los animales que estos nos
ayudan a cazar. Desgraciadamente esta escena de dolor la he visto
repetida en muchos de los demás fortines…”
Las
fotografías de los fortines muestran gran cantidad de perros, no solo en el
fortín sino también en los entreveros. Uno de ellos encontró, entre el bosque
de caldenes de Malal, al cacique Pincén, que se había ocultado ante el ataque
de las tropas de Villegas.
El día a día
La
literatura y el testimonio de los fortines describen la vida difícil en esos
momentos:
"En medio de aquel desamparo y silencio
respetuoso, era demandado al soldado una paciencia sin límites, admirable
energía y excesiva abnegación, porque la vida en el fortín era penosa e
intolerable, atrocísima, horrible".
Coronel Eduardo Ramayon
Y
dijo José Hernández en su obra Martín Fierro:
Ansí en mi moro, escarciando,
enderecé a la frontera.
¡Aparcero si usté viera
lo que se llama cantón!...
Ni envidia tengo al ratón
en aquella ratonera.
De los pobres que allí había
a ninguno lo largaron,
los más viejos rezongaron,
pero a uno que se quejó
en seguida lo estaquiaron,
y la cosa se acabó.
La
“ratonera” de Martín Fierro es una definición despiadada pero gráfica de lo que
fue la vida en los fortines. Las condiciones eran crueles para todos, empezando
por los propios soldados, so pena de fuertes represalias.
Si no
había comida, no había para nadie. Se debía salir entonces en busca de
avestruces, cuises, mulitas, a hervir trozos de cuero si era preciso, y
acompañado de lo que le llamaban “Té del Congo”.
El Comandante Prado relata: “Hacía ocho meses
que se encontraba destacado y durante ese tiempo no había recibido una libra de
carne ni una onza de galleta”.
Cargos y funciones
La cantidad y cargo jerárquico de las tropas dependía del tamaño y de la
infraestructura disponible en las Comandancias, Fuertes o Fortines. Algunas
hasta tenían sacerdotes y médicos y se alojaban matrimonios, mientras que otras
apenas disponían de unos pocos guardias mal pagos.
La disciplina en los fortines era muy dura.
“Aquí hay que se guapo,
resuelto y subordinado. Aquí no hay reclamos ni disculpas. El superior manda y,
tuerto o derecho, es preciso obedecerlo. El de arriba tiene siempre la razón.
En la vida que llevamos se come cuando se puede y se come lo que le dan. Se
duerme como la grulla en una pata y con un solo ojo como el zorro”.
Una buena parte de la tropa se aquerenciaba en el fortín y disfrutaba de
aquella vida dura pero llena de “aventuras”, otros (…los mas), desertaban y
eran perseguidos y castigados hasta con la muerte.
La tropa salía a realizar “descubiertas” (recorrido diario a lo largo de
la línea a los fines de detectar eventuales invasiones marcadas por la
polvareda o por señales de humo), que luego se comunicaban a través del telégrafo.
Si todo salía bien hasta eran capaces de atrapar prisionero a algún
“indio bombero” que era aquel explorador del campo enemigo que hacía de espía.
Una figura fundamental de la comunicación tanto en el fortín como
durante las luchas era el “trompa”. Era un soldado, un
músico en medio de la pampa, designado para ejecutar los toques de mando.
Ellos se
encargaban de hacer conocer las órdenes del jefe a través de diferentes
melodías: una para montar, otra para desmontar, para ordenar el ataque o la
retirada.
Con el clarín,
algo más pequeño y de sonidos más agudos que la trompeta, el trompa marcaba el
toque de diana, toque de rancho, toque para carnear, ensillar, silencio o
bandera, ordenando la actividad de toda la tropa.
“Las clarinadas eran aprendidas hasta por los
perros fortineros, que tal como vigilantes, prestaban atención al “corneta” y
su semblante (y el movimiento de su cola), cambiaba según si el toque era para
carnear o era un toque de reunión o retreta”.
La vida en
los fortines fue desangrada, siempre esperando, oteando el horizonte. Al alba,
el trompa tocaba a diana, y los fortineros junto con la salida del sol,
empezaban a trabajar en los “pisaderos”, cortando adobe para ladrillos, con el
arado, haciendo chacra, sembrando alfalfa, cumpliendo con los rondines,
esperando el toque para el almuerzo y volver a trabajar con las clarinadas.
A la noche,
sin descanso, había que patrullar atendiendo siempre las órdenes del clarín.
Los sábados
por la tarde se suspendían las tareas para dedicarse al aseo, lavando la ropa
en la laguna más cercana (...si esta existía), y a planchar la ropa con una
botella calentada al sol.
¿Qué fue de los fortines?
Como se dijo, durante esa lucha que diezmó los pueblos aborígenes (y
extranjeros que se mimetizaron con éstos), se construían líneas de fortines
para avanzar sobre territorios aún no controlados por los españoles o
posteriormente por los criollos.
En determinados momentos, dichas líneas retrocedían por los ataques de
los aborígenes, por la deserción de la tropa y los pueblos abandonados y cuando
se lograba reducir la peligrosidad de algún cacique, diezmando sus fuerzas, se
avanzaba hacia la pampa o el desierto, adelantando la línea de Fortines y con
ellos, levantándose nuevos pueblos con lo que se afianzaba la posesión activa y
prepotente de esas tierras.
Cuando desapareció el servicio de fronteras, muchas de las buenas y
cosas malas de los fortines desaparecieron. El ejército se modernizó, pero solo
en sus formas, cambiando de uniforme tantas veces como Ministros de Guerra existieron.
Se sucedieron sillas húngaras en vez de recados para montar y capotes en
vez de ponchos para abrigarse.
Ciudades que fueron fortines
Dijo el Comandante Prado:
“Hoy,
en aquellos lugares donde tanto hemos sufrido se levantan ciudades prósperas y
ricas. El trigo crece en la pampa exuberante de vicio, abonada con la sangre de
tantos pobres milicos y, en cambio, los hijos de estos no tendrán, acaso, un
rincón donde refugiarse, ni un pedazo de pan con que alimentarse allí mismo, en
ese antiguo desierto que sus mayores conquistaron y que otros más felices, o
mas vivos, supieron aprovechar.
Muchos
de los fortines originaron ciudades, tales son los casos más conocidos en algunas
provincias:
Buenos Aires
·
Azul Fuerte
del Arroyo Azul
·
Bahía Blanca Fuerte
Argentino o Fortaleza protectora
·
Carmen de Areco Fortín
San Claudio de Areco
·
Chascomús Fuerte San Juan Bautista de Chascomús
·
Colón Fortín
Mercedes
·
Coronel
Suarez Fuerte
General San Martín
·
General
Alvear Fortín
Esperanza
·
Junín
Fuerte
Federación
·
Leandro
N. Alem Fortin Acha
·
Lobos Fortín
San pedro de Lobos
·
Maipú Guardia “Kakel Huincul”
·
San
Miguel del Monte Guardia
del Monte
·
Mercedes Fuerte San
José de Lujan
·
Navarro Guardia de
San Lorenzo
·
Nueve
de Julio Comandancia Clalafquén
·
Olavarría
Fortín
Olavarría
·
Pedro
Luro Fortín
Mercedes o Fortín Colorado
·
Pringles Fuerte
General Belgrano
·
Ranchos Fuerte Nuestra Sra. del Pilar de los Ranchos
·
Rojas Guardia
San Francisco de Rojas
·
Salto Fuerte
de Salto o de Arrecifes
·
Saldungaray Fortín Pavón
·
San Antonio de Areco Fortín de Areco
·
Santa Regina Fuerte y Comandancia Coronel Gainza
·
Tandil Fuerte Independencia
·
Villa Sanz Fortín “Quenehuin”
·
Veinticienco de Mayo Fuerte 25 de Mayo – Fortin
Mulitas
Santa Fe
·
Melincué Fuerte de
Melincué
·
Sunchales Fuerte
Sunchales
·
Tostado Fortín El Tostado
Córdoba
·
La Carlota Fortín Punta del Sauce
·
Sampacho Fortín San Fernando de
Sampacho
·
Río Cuarto Fuerte
Santa Catalina
·
Zapallar Fuerte
Loreto
·
Morteros Fuerte
Morteros
San Luis
·
Villa Mercedes Fortín
Sarmiento
·
Pedernera Fuerte
San Lorenzo del Chañar
Mendoza
·
San Carlos Fortín
San Carlos
·
Villa 25 de Mayo Fuerte San Rafael del Diamante
Neuquén
·
Junín de los Andes Fuerte
Junín de los Andes
·
San Martín de los Andes Fuerte Maipú
·
Chos Malal Fuerte
IV División
Homenajes
La
“Huella de fortines” forma parte de las tradiciones y costumbres típicas de la
localidad de Carlos Casares, y nació como una manera de homenajear a todos los
hombres que, en defensa de sus derechos e ideales, lucharon o murieron en esta
tierra.
Aquí
se encontraba una parte de la tercera avanzada de Fortines denominada
"Frontera Oeste de Buenos Aires", con cabecera en el Fuerte Paz.
Todos los años, en el mes de
abril, se transitan 100 kilómetros a caballo o en carruajes, en una travesía
donde se van visitando distintos lugares históricos e ilustrando con relatos,
diferentes sucesos de enfrentamientos entre indios y “milicos”.
En la actualidad, ya no son
muchas las personas que realizan esta travesía, aunque hay que destacar que los
"verdaderos huelleros" siempre están presente y mantienen viva esta
costumbre casarense.
En la “Huella de fortines” se
atesoran cuerpos de indios y “milicos” que, en múltiples enfrentamientos,
demostraron su coraje y su bravura. Las causas y consecuencias de estos
enfrentamientos han sido interpretadas abundantemente por los historiadores y
son ajenas al espíritu de este acto de reconocimiento.
“Huella de Fortines” es la
reivindicación de los olvidados. Es un homenaje al hombre que nos precedió en
el tiempo; es beber del paisaje, amargas historias de enfrentamiento y
destrucción del hombre por el hombre mismo.
Los poetas del folklore tampoco
se quedaron atrás, homenajeando a las mujeres cuarteleras (como La Pasto
Verde), y los sacrificios de vivir entre los toldos y el fortín.
Una danza tradicional argentina
se llama La fortinera, creada en 1959 por Emilio Juan
Sánchez, Raúl Carlos Barras y Hugo Bono.
La Cuartelera de Eduardo Falú o la Zamba de la toldería
de Buenaventura Luna, Oscar Valles y Fernando Portal pintan una imagen de
aquellos tiempos.
Zamba de la toldería
Buenaventura Luna, Oscar Valles y Fernando Portal
Tristeza que se levanta
d'el fondo 'e las tradiciones
del toldo traigo esta zamba
con un retumbo 'e malones.
Con una nostalgia fuerte
de ranchería incendiada,
de lanzas, de boleadoras
y de mujeres robadas.
Estribillo
d'el fondo 'e las tradiciones
del toldo traigo esta zamba
con un retumbo 'e malones.
Con una nostalgia fuerte
de ranchería incendiada,
de lanzas, de boleadoras
y de mujeres robadas.
Estribillo
Yo di mi sangre a la tierra
como el gaucho en los fortines,
por eso mi zamba tiene
sonoridad de clarines.
Estruendo de los malones,
ardor de la correría,
tostada de amores indios
cobriza es la tierra mía.
Avanzada de distancias
de largo tiempo sufrido,
mi zamba viene avanzando
del toldo donde ha nacido.
como el gaucho en los fortines,
por eso mi zamba tiene
sonoridad de clarines.
Estruendo de los malones,
ardor de la correría,
tostada de amores indios
cobriza es la tierra mía.
Avanzada de distancias
de largo tiempo sufrido,
mi zamba viene avanzando
del toldo donde ha nacido.
La cuartelera (Zamba)
Eduardo Falú
Vengo a decirte adiós
a la madrugada me iré,
lágrimas de mis ojos
en los caminos derramaré.
Cuando suene el clarín
con el regimiento me voy,
no le temo a la muerte
sino a la ausencia y al mal de amor.
Cuando reces por mí
quiero que pidas a Dios
que si la muerte ronda
me lleve al cielo donde estés vos.
A la guerra me voy
tan sólo con armas de amor,
pólvora de tus ojos
y fuego fiel de mi corazón.
Nunca te olvidaré
niña, no te apartes de mi,
si vuelvo prisionero
es el cariño que dejo aquí.
a la madrugada me iré,
lágrimas de mis ojos
en los caminos derramaré.
Cuando suene el clarín
con el regimiento me voy,
no le temo a la muerte
sino a la ausencia y al mal de amor.
Cuando reces por mí
quiero que pidas a Dios
que si la muerte ronda
me lleve al cielo donde estés vos.
A la guerra me voy
tan sólo con armas de amor,
pólvora de tus ojos
y fuego fiel de mi corazón.
Nunca te olvidaré
niña, no te apartes de mi,
si vuelvo prisionero
es el cariño que dejo aquí.
Cuando reces por mí
quiero que pidas a Dios
que si la muerte ronda
me lleve al cielo donde estés vos.
quiero que pidas a Dios
que si la muerte ronda
me lleve al cielo donde estés vos.
Bibliografía
BUENOS AIRES. Vida en la campaña. Fuertes y fortines. http://servicios.abc.gov.ar/docentes/efemerides/25demayo/htmls/campana.html
CUTULI, G.2015. Argentina. Línea de
viejos fortines. Tiempo de malones.https://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/turismo/9-3156-2015-08-23.html
EL ARCON DE LA HISTORIA. Fuertes,
fortines, guardias y comandancias (1736/1870). https://elarcondelahistoria.com/fuertes-fortines-guardias-y-comandancias-1736-1870/
EL CORDILLERANO. 2018. Los
fortines que se hicieron ciudades. Cultura. https://www.elcordillerano.com.ar/noticias/2018.
HISTORIAS Y
BIOGRAFÍAS. Linea de Fortines Para Defensa de los Aborígenes. https://historiaybiografias.com/fortines/
PRADO,
M. 2007. La guerra al malón. 2da.Edición. Edit. Claridad. Buenos Aires, 144 p.
REALI, C. Fortines
y la conquista del desierto en el sur santafesino. En: 1er. CONGRESO DE HISTORIA DE LOS PUEBLOS DE LA PCIA.
DE SANTA FE.
WIKIPEDIA.
Fortin. https://es.wikipedia.org/wiki/fortin.
Otros títulos afines de esta colección
BURBA,
J.L. 2016. Los “buenos” y “malos” de nuestra historia. Ni los “indios” eran tan
malos, ni los españoles y criollos eran tan buenos. Revisión monográfica 16, 15
p. http://100historiasargentinas.blogspot.com/
BURBA,
J.L. 2016.Tres parajes indivisibles: Camino de los Chilenos, Salinas Grandes y
Zanja de Alsina. Revisión monográfica 32, 11 p. http://100historiasargentinas.blogspot.com/
BURBA,
J.L. 2017. Papeleta de Conchabo y leva. Herramientas de la guerra. Revisión monográfica
60, 10 p. http://100historiasargentinas.blogspot.com/
BURBA,
J.L. 2019. Una interpretación libre de la “conquista” del “desierto”. Revisión
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BURBA, J.L. 2019. Lucio
Victorio Mansilla. Polifacético hombre de nuestra historia. Revisión
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