viernes, 28 de julio de 2017

Dos cuarentones desobedientes


En dos momentos diferentes de nuestra historia, Belgrano y San Martín desobedecieron órdenes del poder central (ambos tenían 41 años).

Muchas fueron las razones y, tal vez, no hayan sido las mismas, sin embargo ambos hechos contribuyeron a cambiar (para bien), el futuro rumbo de la patria.

Mas allá de lo que la historiografía menciona, los dos “Padres de la Patria” (antes de que Mitre decida que fuese uno solo), tenían claro las metas de largo plazo, y querían lo mismo para este territorio.

Claro que ambos se formaron en España, claro que ambos combatieron a los españoles, claro que allá aprendieron los nuevos conceptos de gobiernos e invasiones que las potencias de turno enseñaban, pero “el concepto de lo criollo” lo tenían claro.

Algunos hablarán sobre el poder de las logias de turno, otros dirán de sus vocaciones monárquicas, pero no querer “derramar sangre de hermanos” en guerras civiles era una consigna que no podían claudicar.

En la milicia se aprende la diferencia entre insubordinación y desobediencia, y quien haya cometido esas faltas sabe de qué estoy hablando. La primera es negarse explícitamente a cumplir una orden, la segunda es no cumplirla sin decir nada.
Lo que Belgrano y San Martin hicieron en dos de sus tantos momentos de gloria fue lo que modernamente se llama desobediencia civil
El término "civil" hace referencia a los deberes generales que todo ciudadano debe reconocer, legitimando así el orden legal vigente. En otras palabras, "civil" indica que el objetivo principal de la desobediencia es traer cambios en el orden social o político que afectarían la libertad de los ciudadanos.
La desobediencia civil puede definirse como "cualquier acto o proceso de oposición pública a una ley o una política adoptada por un gobierno establecido, cuando el autor tiene conciencia de que sus actos son ilegales o de discutible legalidad, y es llevada a cabo y mantenida para conseguir unos fines sociales concretos".
Para que un acto se clasifique como de desobediencia civil, se necesita que la acción se haga públicamente, y que al mismo tiempo, quien cometa el supuesto delito, esté consciente de sus acciones y motivos.
Bajo estas definiciones los Padres de la Patria sabían a ciencia cierta que desobedecer al poder central porteño estaban salvando esta sociedad en formación: libre e independiente. 
Manuel, el primer desobediente
Está bien repasar el contexto de la época. La Junta nacida de la Revolución de Mayo decidió enviar expediciones político–militares a todos los rincones del ex Virreinato del Río de la Plata, para obtener, por las buenas o por las malas, el reconocimiento de sus gobernaciones.
Pero el ímpetu de los patriotas (que pasaron por Córdoba fusilando a los rebeldes en Cabeza de Tigre), recibió un duro golpe con la derrota de Huaqui (junio de 1811), en la que se pierde el Alto Perú (hoy Bolivia) y el control de las minas de Potosí, fuente primordial de financiamiento del proceso revolucionario.
En forma simultánea (marzo de 1811), la expedición de Belgrano al Paraguay es derrotada en Tacuarí, lo que basta para que se imponga el espíritu localista de Asunción, y Paraguay se declare independiente.
Otro frente complicado es el oriental. En julio de 1811, Francisco Javier de Elío, designado Virrey, pero no reconocido por la Junta, ordena el bombardeo de la ciudad de Buenos Aires desde una fuerza naval que bloqueaba el Río de la Plata.
La Junta Grande, llamada así después de que se incorporaran los Diputados del interior, fue responsabilizada de estos hechos, disuelta y reemplazada por el Primer Triunvirato (septiembre de 1811), de profunda orientación centralista dirigido desde Buenos Aires. Rivadavia fue designado su Secretario de Guerra iniciándose así en la vida pública con un inmenso poder.
El 27 de febrero de 1812, Belgrano en solemne ceremonia, dispuso que fuera por primera vez enarbolada una bandera de su creación.
El Gobierno Nacional le prohibió el 3 de marzo de 1812 utilizarla, por razones de política internacional, ordenándole que la ocultara disimuladamente y que la reemplazase por la española usada en la Fortaleza de Buenos Aires.
El Triunvirato, a través de Rivadavia, no quería “ofender el poder de España” mostrando que en estas colonias alguien tenía intenciones de liberarse.
Como Belgrano partió hacia el norte, para hacerse cargo del Ejército, no tomó conocimiento de la orden de desechar la bandera.
Luego, en San Salvador de Jujuy, el 25 de mayo de 1812, celebró el segundo aniversario de la Revolución de Mayo con un Te Deum en la iglesia matriz, durante el cual el canónigo Juan Ignacio Gorriti la bendijo. El 29 de mayo Belgrano informó al gobierno:
“(...) el pueblo se complacía de la señal que ya nos distingue de las demás naciones (...)”
El Triunvirato amonestó por ello a Belgrano el 27 de junio. Don Manuel se tomó más de 20 días para contestar diciendo:
“La guardaré silenciosamente para enarbolarla cuando se produzca un gran triunfo de nuestras armas”.
Una semana después,  el 24 de julio, la entregó al Cabildo de Jujuy “en guarda hasta nuevas órdenes”. El triunfo lo obtuvo él mismo el 24 de septiembre de 1812 en la batalla de Tucumán.
La orden del Triunvirato era que el Ejército del Norte se retirara y se hiciese fuerte en Córdoba para repeler a los artiguistas, no importándole si el noroeste se perdía a manos de los españoles, sin embargo Belgrano concibió la idea de detenerse en Tucumán, donde la población estaba dispuesta a sumarse al ejército.
La tarde del 25 de Mayo, Belgrano, tal como lo había prometido, hace jurar la bandera en Jujuy, pero la Junta, a través de su Secretario Rivadavia,  le reprocha por segunda vez "...la reparación de tamaño desorden.
Todavía el 29 insistía Rivadavia en la Retirada: "Así lo ordena y manda este Gobierno por última vez.....la falta de cumplimiento de ella le deberá a V.S. los más graves cargos de responsabilidad".

El ejército de Belgrano ante el avance de los españoles, inicia el éxodo del pueblo jujeño hacia Tucumán, donde decide resistir apoyado por el entusiasmo de la gente avisando:
"Sin más armas que unas lanzas improvisadas, sin uniforme, ni otra montura que la silla y los guardamontes. No tenían disciplina ni tiempo de aprender al voces de mando, pero les sobraba entusiasmo..."

Cuando los rumores de que la tropa se retiraba hasta Córdoba, todo Tucumán se puso en alarma. Tañeron las campanas del Cabildo y el cuerpo, en sesión pública, dispuso enviar representantes ante Belgrano, para pedirle que diera batalla a los españoles en Tucumán.

Belgrano no buscaba más que ese pretexto para desobedecer la orden de retirada. Les dijo que si su fuerza era engrosada con 1.500 hombres de caballería, y si el vecindario le aportaba 20.000 pesos plata para la tropa (cantidades que la comisión ofreció duplicar), el ignoraría las intimaciones del Triunvirato y se haría fuerte allí.

Junto a militares y civiles tucumanos, llegaron contingentes reducidos de Salta, Catamarca y Santiago. Así se formaron los cuerpos de caballería de las provincias del Norte, llamados Decididos.
Rivadavia lo increpa insistentemente para que se retire a Córdoba pero Belgrano escribe:

“Algo es preciso aventurar y ésta es la ocasión de hacerlo; voy a presentar batalla fuera del pueblo y en caso desagraciado me encerraré en la plaza hasta concluir con honor.....".

Finalmente hace frente y derrota a los realistas en la Batalla de Tucumán. Estos deberán retirarse con grandes pérdidas de hombres y equipos militares. Belgrano desobedeció por primera vez a su Gobierno (no lo hizo, ni siquiera, cuando le rechazaron la Bandera que había enarbolado en las barrancas del río Paraná).

El Ejército del Norte derrotó a las tropas realistas del brigadier Juan Pío Tristán, que lo doblaban en número, deteniendo el avance realista sobre el noroeste argentino.
La Batalla de Tucumán (producto de la desobediencia de Belgrano al poder central), fue llamada "la más criolla de cuantas batallas se han dado en territorio argentino".
Belgrano salvó a la Patria en esa batalla. La salvó no solamente porque el ejército español fue derrotado, sino porque al llegar la noticia a Buenos Aires el pueblo se lanzó a la calle clamando contra el Triunvirato.
Los granaderos montados de San Martín, los artilleros de Pinto y los arribeños de Ocampo hicieron saber al gobierno que había cesado, y se convocaría una asamblea para votar la figura con que deben aparecer las Provincias Unidas en el gran teatro de las naciones. Ese fue el propósito de la revolución del 8 de octubre de 1812 y de la asamblea convocada para enero del año siguiente.
En enero de 1813 Belgrano volvió a confeccionar otra bandera, lo cual fue aceptado por la Asamblea del Año XIII al iniciar sus deliberaciones el 31 de enero de 1813, siempre y cuando fuera únicamente usada como bandera del Ejército del Norte, y no del estado.
El día 13 de febrero de 1813, después de cruzar el río Pasaje (desde entonces llamado también Juramento), el Ejército del Norte prestó juramento de obediencia a la soberanía de la Asamblea del Año XIII y fue Eustoquio Díaz Vélez, como Mayor General, quien, además de conducir la bandera celeste y blanca reconocida por la Asamblea, tomó juramento de fidelidad a la misma al General Belgrano, quien después hizo lo propio con Díaz Vélez y el resto del ejército.
Junto con la Batalla de Salta, que tuvo lugar el 20 de febrero de 1813, el triunfo de Tucumán permitió a los rioplatenses confirmar los límites de la región.
Belgrano se dio el gusto. Entre elegir la carrera de las leyes (para lo cual se había formado), la de los negocios (siguiendo a su padre), o la de las armas (para lo cual siempre dijo que no estaba preparado), tomó la mejor opción, la revolucionaria.

Fue el desobediente de los gobiernos centrales y juzgó lo que era mejor para la patria y para la gente, aun a costa de su prestigio o incluso, su libertad. 

San Martín, el otro desobediente
Repasemos el contexto de la época. Designado San Martín comandante del ejército, al cabo de poco tiempo, su fastidio era constatable ante la inoperancia del gobierno porteño, tanto que le escribe a Rodríguez Peña.
"...La patria no hará camino por este lado que no sea una guerra defensiva y nada más; para eso bastan los valientes gauchos de Salta con dos escuadrones de buenos veteranos...” 

Ese “patriotismo” mezquino de patria chica a 
San Martín le resultaba tan insustancial como inconducente, y a renglón seguido deja constancia escrita de su gran proyecto liberador (su utopía): 
“Ya le he dicho a usted mi secreto: un ejército pequeño y bien disciplinado en Mendoza para pasar a Chile y acabar allí con los godos apoyando un gobierno de amigos sólidos para concluir también con la anarquía que allí reina. Aliando las fuerzas pasaremos por el mar a tomar Lima; ese es el camino y no éste”.
La concepción de Patria Grande se manifestaba en su dimensión plena. 
San Martín inicia en 1817 la gigantesca empresa cruzando los Andes rumbo a Chile para ejecutar la primera fase, logrando pequeños triunfos hasta que en Chacabuco queda sellada la suerte de los españoles, y dos meses más tarde consolida su victoria en Maipú, pero cuando regresa a Mendoza para preparar la segunda fase, el gobierno centralista manifiesta toda su hostilidad hacia este hombre cuyas simpatías por Artigas lo convierten en poco confiable.
A fines de 1818 llega la noticia que una expedición española con 20.000 hombres desembarcaría en Montevideo y luego de allí a Buenos Aires. La noticia era falsa. El Director Supremo Pueyrredón, ordena que tanto el Ejército del Norte como el de Los Andes se preparen para combatirla.

San Martín cruza la cordillera acompañado de una comisión del gobierno de Chile para interceder entre el Directorio y Artigas, y argumentar ante Pueyrredón que no tenía sentido batallar internamente cuando el “peligro común” (los españoles), serán prioridad para la independencia de las naciones.

Si bien en los primeros momentos estas ideas fueron descartadas, en abril se intenta un tratado que “selle para siempre la concordia entre pueblos hermanos”. En realidad todo esto era una pantalla para “hacer tiempo” mientras que llegara el Príncipe de Luca con el ejército francés invitado por Pueyrredón.

La idea de los porteños era que San Martín. Belgrano y Viamonte “controlen” a los santafesinos y entrerrianos, y Lecor (“invitado” por ellos), desde Brasil acabe con Artigas.
El 13 de marzo de 1819, San Martín le escribe a Artigas:
"No puedo ni debo analizar las causas de esta guerra entre hermanos; lo más sensible es que siendo todos de iguales opiniones en sus principios, es decir, a la emancipación e independencia absoluta de España...debemos cortar toda diferencia. Mi sable jamás se sacará de la vaina por opiniones políticas, como éstas no sean en contra de los españoles y su dependencia”.
Disconformes con la Constitución de ese año, que a sus juicios vulneraba las autonomías provinciales, varios caudillos se oponían con firmeza al recientemente nombrado Director Supremo del Estado, el General José Rondeau, y proclamaban el enfrentamiento militar con Buenos Aires.
Prosiguiendo con la movilización dispuesta por Pueyrredón, su antecesor en el cargo, Rondeau ordenó que los Ejércitos del Norte, instalado en Tucumán al mando de Belgrano, y de los Andes, instalado en Cuyo al mando de San Martín, retornaran a la Capital para hacer frente a la situación de rebeldía generada por los caudillos. Un porteño centralista como él no podría pedir otra cosa.
Primero Rondeau intenta engañarlos, diciéndole que debe combatir a tropas españolas que estarían por atacar a Buenos Aires, mientras se plantea ante el Congreso que en realidad dicho ataque no sucederá (quedando en evidencia que lo que realmente se pretendía era enfrentar a los artiguistas). Finalmente las intenciones se desenmascaran y sin eufemismos se le ordena bajar para combatir a las tropas del caudillo federal.
San Martín desconfía de Rondeau (motivos le sobraban), y reitera su renuncia argumentando que si el gobierno central de Buenos Aires no apoya la expedición a Perú, lo haría ofreciendo sus servicios al gobierno de Chile.
El plan de los porteños,… ¡cuando no!, era producto de una visión estrecha que apuntaba a defender sus privilegios internos. Es entonces cuando aparece en la expresión plena del hombre de claras ideas políticas.
Cuando Rondeau se da cuenta que San Martín no volvería a Buenos Aires, y temiendo que Artigas ordene la invasión a Buenos Aires, le propone a este un tratado de paz.
Artigas le responde “Cuatro renglones hubieran bastado para firmar la paz deseada. Empiece usted por el rompimiento con los portugueses y este paso afianzará la seguridad de los otros”.
En ese estado de cosas el Ejército del Norte está en muy malas condiciones para movilizarse, y Belgrano, contrariando una vez más las órdenes del poder central, se niega a expropiar a su paso bienes y alimentos para el Ejército porque el gobierno de Buenos Aires no envía ayuda. No acudirá al terrorismo como lo hace el ejército porteño y dice:
“Siempre se divierten los que están lejos de las balas y no ven la sangre de sus hermanos, ni oyen los ayes de los infelices heridos. Estos también son los mismos los que, a propósito, critican las determinaciones de los jefes. Por fortuna dan conmigo que me río de todo y que hago lo que me dicta la razón, la justicia y la prudencia. No busco glorias sino la unión de los americanos y la prosperidad de la patria”.

“Digan lo que quieran los hombres (de Buenos Aires), sentados en sofás o sillas muy bonitas que disfrutan de comodidades mientras los pobres diablos andamos en trabajos. A merced de los ‘humos de la mesa’ cortan, tasan y destruyen a los enemigos, con la misma facilidad con que empinan una copa”.

Manuel comienza a bajar a Santa Fe, pero sabe que no va a llegar. Está muy enfermo y se afinca en Pilar, cerca de Río Segundo (Córdoba), rechazando la ayuda sanitaria que le ofrece el Gobernador para no abandonar la tropa.
Belgrano continuamente se quejaba a las autoridades nacionales de la inutilidad de esa guerra y advertía al gobierno que la población de las provincias estaba descontentas del centralismo:
"Hay mucha equivocación en los conceptos: no existe tal facilidad de concluir esta guerra; si los autores de ella no quieren concluirla, no se acabará jamás... El ejército que mando no puede acabarla, es un imposible. Su único fin debe ser por un avenimiento... o veremos transformarse el país en puros salvajes..."
Se hallaba en Córdoba con sus fuerzas y decide regresar, gravemente enfermo, a Tucumán dejando en su lugar al General Francisco de la Cruz. Este procura cumplir la disposición del Gobierno central, pero una parte de sus tropas se le sublevan antes de llegar a destino.
San Martín, en cambio, deseoso de llegar cuanto antes a concluir su plan libertador, desobedece la orden y vuelve a Chile para continuar con la organización de la expedición al Perú. Sólo deja algunas fuerzas en Cuyo, al mando del coronel Alvarado, para que se pusieran al servicio del Directorio, si éste así lo requería.
Este episodio, que cobró por entonces significativa relevancia, es recordado por el General José María Paz en sus Memorias, donde dice:
La guerra civil repugna generalmente al buen soldado y mucho más, desde que tiene al frente un enemigo exterior y cuya principal misión es combatirlo. Este es el caso en que se hallaba el ejército, pues que habíamos vuelto espaldas a los españoles para venirnos a ocupar de nuestras querellas domésticas. Y a la verdad, es sólo con el mayor dolor que un militar, que por motivos nobles y patrióticos ha alcanzado esa carrera, se ve en la necesidad de empapar su espada en sangre de hermanos.
Ya en Perú, liberada Lima del poder español, San Martin no cesaba en su intento de liberación continental.
Antonio Gutiérrez de la Fuente, un joven militar peruano, el 22 de mayo de 1822 se embarcó en El Callo con rumbo a Valparaíso y desde allí a Buenos Aires. San Martin le había encomendado pedir apoyo financiero para terminar la guerra de liberación continental. Dos veces habló con Bernardino Rivadavia. El 14 de agosto de 1822 se volvió con las manos vacías.
Guayaquil sería en desenlace de la falta de apoyo del Gobierno porteño. Bolívar se encargaría de proseguir la lucha de liberación. 
Desilusionado y enfermo, regresa San Martin a Mendoza para dirigirse a Buenos Aires en agosto de 1823, sabiendo de que su esposa estaba gravemente enferma.
Estanislao López, caudillo santafesino a quien San Martín se negó a combatir, le remitió una esquela en la que comentaba que los porteños no se habían olvidado de la desobediencia y “se la tenían jurada”:
"Se de manera positiva, por mis agentes en Buenos Aires, que a la llegada de usted a aquella capital, será mandado a juzgar por el gobierno en un consejo de guerra de oficiales generales, por haber desobedecido sus órdenes de 1819 haciendo la gloriosa campaña de Chile, no invadir a Santa Fe y la expedición libertadora del Perú...siento el honor de asegurar a usted que a su solo aviso estaré con mi provincia en masa a esperarlo a usted
San Martín que le escribe tiempo después a su amigo Tomás Guido: 
"Ignora usted por ventura que en el año 23 cuando yo, por ceder a las instancias de mi mujer de venir a Buenos Aires, se apostaron partidas en el camino para prenderme como a un facineroso”. 
En setiembre de 1824, Rivadavia desnudó su sentimiento hacia San Martín en una carta dirigida al “bueno” de Manuel García:
"Es de mi deber decir a usted para su gobierno que es un gran bien para ese país que dicho General esté lejos de él". 
San Martin ya había partido hacia Francia. Desobediencia debida, San Martín, nunca desenfundo su sable por las luchas entre hermanos, y luchó por la liberación americana de toda potencia extranjera como estaba plasmada en el acta de 1816.
Dijo el General Paz en sus memorias:
“Dígalo si no el general San Martín, que se propuso no hacerlo y lo ha cumplido. Aún hizo más, en la época que nos ocupa; pues, conociendo que no podía evitar la desmoralización que trae la guerra civil, procuró sustraer su ejército al contagio, desobe­deciendo las órdenes del gobierno, que le ordenaba que marchase a la Capital para cooperar con el Ejército del Norte y el de Buenos Aires para atender el frente interno.
Si San Martín hubiese obrado obedeciendo la orden, como lo hizo Belgrano, (NA: en realidad no lo hizo pues prefirió volver a Tucumán), seguramente habría perdido su ejército y no hubiera podido realizar la gloriosa campaña a Lima”
Juan Domingo Perón, en el discurso pronunciado el 7 de julio de 1953 en la cena de camaradería de las Fuerzas Armadas, se refirió a este hecho como “genial desobediencia”.
Epílogo
Belgrano y San Martín, que recién se conocieron cuando en el cambio de comandancia del Ejército del Norte, apenas pasaban los 30 años.
Estos cuarentones coetáneos (San Martín era solo ocho años menor que Belgrano), tenían las cosas claras. Sabían de antemano que el poder centralizado de los porteños solo trataría de distraerlos, ya que no estaban interesados ni en la defensa de las provincias del norte ni en batallar contra los españoles en Lima para armar la Patria Grande.
Sabían también, por convicción patriótica, que no debían combatir contra de Artigas ni contra los caudillos del litoral.
A pesar que las relaciones personales de Belgrano con Artigas y de San Martín con los santafesinos y entrerrianos, no siempre fueron cordiales, sabían que los “formadores” de la Liga de los Pueblos Libres, tenían razón de enfrentarse contra el poder de los porteños. Sabían que esa guerra civil era inútil, y ellos trataron de evitarla.

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