En dos momentos diferentes de nuestra historia, Belgrano y San Martín desobedecieron órdenes del poder central (ambos tenían 41 años).
Muchas fueron las razones y,
tal vez, no hayan sido las mismas, sin embargo ambos hechos contribuyeron a
cambiar (para bien), el futuro rumbo de la patria.
Mas allá de lo que la
historiografía menciona, los dos “Padres de la Patria” (antes de que Mitre
decida que fuese uno solo), tenían claro las metas de largo plazo, y querían lo
mismo para este territorio.
Claro que ambos se formaron en España, claro que ambos combatieron a los españoles, claro que allá aprendieron los nuevos conceptos de gobiernos e invasiones que las potencias de turno enseñaban, pero “el concepto de lo criollo” lo tenían claro.
Algunos hablarán sobre el poder de las logias de turno, otros dirán de sus vocaciones monárquicas, pero no querer “derramar sangre de hermanos” en guerras civiles era una consigna que no podían claudicar.
Claro que ambos se formaron en España, claro que ambos combatieron a los españoles, claro que allá aprendieron los nuevos conceptos de gobiernos e invasiones que las potencias de turno enseñaban, pero “el concepto de lo criollo” lo tenían claro.
Algunos hablarán sobre el poder de las logias de turno, otros dirán de sus vocaciones monárquicas, pero no querer “derramar sangre de hermanos” en guerras civiles era una consigna que no podían claudicar.
En la milicia se aprende la diferencia entre insubordinación y
desobediencia, y quien haya cometido esas faltas sabe de qué estoy hablando. La
primera es negarse explícitamente a cumplir una orden, la segunda es no
cumplirla sin decir nada.
Lo que Belgrano y San Martin hicieron en dos de sus tantos momentos de
gloria fue lo que modernamente se llama desobediencia civil
El término
"civil" hace referencia a los deberes generales que todo ciudadano debe reconocer,
legitimando así el orden legal vigente. En otras palabras, "civil"
indica que el objetivo principal de la desobediencia es traer cambios en el
orden social o político que afectarían la libertad de los ciudadanos.
La desobediencia
civil puede definirse como
"cualquier acto o proceso de
oposición pública a una ley o una política adoptada por un gobierno establecido, cuando el autor tiene conciencia de que sus actos son ilegales o de discutible legalidad, y es llevada a
cabo y mantenida para conseguir unos fines sociales concretos".
Para que un acto
se clasifique como de desobediencia civil, se necesita que la acción se haga
públicamente, y que al mismo tiempo, quien cometa el supuesto delito, esté consciente de sus acciones y motivos.
Bajo estas
definiciones los Padres de la Patria sabían a ciencia cierta que desobedecer al
poder central porteño estaban salvando esta sociedad en formación: libre e
independiente.
Manuel,
el primer desobediente
Está bien
repasar el contexto de la época. La Junta nacida de la Revolución de
Mayo decidió enviar expediciones político–militares a todos los rincones del ex
Virreinato del Río de la Plata, para obtener, por las buenas o por las malas,
el reconocimiento de sus gobernaciones.
Pero el ímpetu de los patriotas (que
pasaron por Córdoba fusilando a los rebeldes en Cabeza de Tigre), recibió un
duro golpe con la derrota de Huaqui (junio de 1811), en la que se pierde el Alto Perú (hoy Bolivia) y el control
de las minas de Potosí, fuente primordial de financiamiento del proceso
revolucionario.
En forma simultánea (marzo de 1811), la
expedición de Belgrano al Paraguay es derrotada en Tacuarí, lo que basta para
que se imponga el espíritu localista de Asunción, y Paraguay se declare
independiente.
Otro frente complicado es el oriental.
En julio de 1811, Francisco Javier de Elío, designado Virrey, pero no
reconocido por la Junta, ordena el bombardeo de la ciudad de Buenos Aires desde
una fuerza naval que bloqueaba el Río de la Plata.
La Junta Grande, llamada así después de que se
incorporaran los Diputados del interior, fue responsabilizada de estos hechos,
disuelta y reemplazada por el Primer Triunvirato (septiembre de 1811), de profunda orientación centralista dirigido desde
Buenos Aires. Rivadavia fue designado su Secretario de Guerra iniciándose así
en la vida pública con un inmenso poder.
El 27 de febrero de 1812, Belgrano en solemne ceremonia, dispuso que fuera
por primera vez enarbolada una bandera de su creación.
El Gobierno Nacional le prohibió el 3 de marzo de
1812 utilizarla, por razones de política internacional, ordenándole que la
ocultara disimuladamente y que la reemplazase por la española usada en la
Fortaleza de Buenos Aires.
El Triunvirato, a través de Rivadavia, no quería
“ofender el poder de España” mostrando que en estas colonias alguien tenía
intenciones de liberarse.
Como Belgrano partió hacia el norte, para hacerse cargo
del Ejército, no tomó conocimiento de la orden de desechar la bandera.
Luego, en San Salvador de Jujuy, el 25 de mayo de 1812, celebró
el segundo aniversario de la Revolución de Mayo con un Te Deum en la iglesia
matriz, durante el cual el canónigo Juan Ignacio Gorriti la bendijo. El 29 de mayo Belgrano informó al
gobierno:
“(...) el pueblo se complacía de la señal que
ya nos distingue de las demás naciones (...)”
El Triunvirato amonestó por ello a Belgrano el 27
de junio. Don Manuel se tomó más de 20 días para contestar diciendo:
“La guardaré silenciosamente para enarbolarla cuando se produzca un gran
triunfo de nuestras armas”.
Una semana después,
el 24 de julio, la entregó al Cabildo de Jujuy “en guarda hasta nuevas órdenes”. El triunfo lo obtuvo él mismo el
24 de septiembre de 1812 en la batalla de Tucumán.
La orden del Triunvirato era que el Ejército del
Norte se retirara y se hiciese fuerte en Córdoba para repeler
a los artiguistas, no importándole si el noroeste se perdía a manos de los
españoles, sin embargo Belgrano concibió la idea de detenerse
en Tucumán, donde la población estaba dispuesta a sumarse al ejército.
La tarde del 25 de Mayo, Belgrano, tal como lo había prometido, hace
jurar la bandera en Jujuy, pero la Junta, a través de su Secretario Rivadavia, le reprocha por segunda vez "...la reparación de tamaño desorden.
Todavía el 29 insistía Rivadavia en la Retirada: "Así lo ordena y manda este Gobierno por última vez.....la falta
de cumplimiento de ella le deberá a V.S. los más graves cargos de
responsabilidad".
El ejército de Belgrano ante el avance de los españoles, inicia el
éxodo del pueblo jujeño hacia Tucumán, donde decide resistir apoyado por el
entusiasmo de la gente avisando:
"Sin más armas que unas
lanzas improvisadas, sin uniforme, ni otra montura que la silla y los
guardamontes. No tenían disciplina ni tiempo de aprender al voces de mando,
pero les sobraba entusiasmo..."
Cuando los rumores de que la tropa se retiraba hasta Córdoba, todo Tucumán
se puso en alarma. Tañeron las campanas del Cabildo y el cuerpo, en sesión
pública, dispuso enviar representantes ante Belgrano, para pedirle que diera
batalla a los españoles en Tucumán.
Belgrano no buscaba más que ese pretexto para desobedecer la orden de
retirada. Les dijo que si su fuerza era engrosada con 1.500 hombres de
caballería, y si el vecindario le aportaba 20.000 pesos plata para la tropa (cantidades
que la comisión ofreció duplicar), el ignoraría las intimaciones del
Triunvirato y se haría fuerte allí.
Junto a
militares y civiles tucumanos, llegaron contingentes reducidos de Salta,
Catamarca y Santiago. Así se formaron los cuerpos de caballería de las provincias
del Norte, llamados Decididos.
Rivadavia lo increpa insistentemente para que se retire a Córdoba pero
Belgrano escribe:
“Algo es preciso aventurar y
ésta es la ocasión de hacerlo; voy a presentar batalla fuera del pueblo y en
caso desagraciado me encerraré en la plaza hasta concluir con honor.....".
Finalmente hace frente y derrota a los realistas en la Batalla de
Tucumán. Estos deberán retirarse con grandes pérdidas de hombres y equipos
militares. Belgrano desobedeció por primera vez a su Gobierno
(no lo hizo, ni siquiera, cuando le rechazaron la Bandera que había enarbolado
en las barrancas del río Paraná).
El Ejército del Norte derrotó a las tropas
realistas del brigadier Juan Pío Tristán, que lo doblaban en número, deteniendo
el avance realista sobre el noroeste argentino.
La Batalla de Tucumán (producto de la
desobediencia de Belgrano al poder central), fue llamada "la más criolla de cuantas batallas se han dado en territorio
argentino".
Belgrano salvó a la Patria en esa
batalla. La salvó no solamente porque el ejército español fue derrotado, sino
porque al llegar la noticia a Buenos Aires el pueblo se lanzó a la calle
clamando contra el Triunvirato.
Los granaderos montados de San Martín,
los artilleros de Pinto y los arribeños de Ocampo hicieron saber al gobierno
que había cesado, y se convocaría una asamblea para votar la figura con que
deben aparecer las Provincias Unidas en el gran teatro de las naciones. Ese fue
el propósito de la revolución del 8 de octubre de 1812 y de la asamblea
convocada para enero del año siguiente.
En enero de 1813
Belgrano volvió a confeccionar otra bandera, lo cual fue aceptado por la Asamblea del Año XIII al iniciar sus deliberaciones el 31 de enero de
1813, siempre y cuando fuera únicamente usada como bandera del Ejército del
Norte, y no del estado.
El día 13 de febrero de 1813, después de cruzar el río Pasaje (desde entonces
llamado también Juramento), el Ejército del Norte prestó juramento
de obediencia a la soberanía de la Asamblea del Año XIII y fue Eustoquio Díaz Vélez, como Mayor General, quien,
además de conducir la bandera celeste y blanca reconocida por la Asamblea, tomó
juramento de fidelidad a la misma al General Belgrano, quien después hizo lo
propio con Díaz Vélez y el resto del ejército.
Junto con la Batalla de Salta, que tuvo lugar el 20 de febrero de 1813, el triunfo de Tucumán permitió a
los rioplatenses confirmar los límites de la región.
Belgrano se dio el gusto. Entre elegir la carrera de las leyes
(para lo cual se había formado), la de los negocios (siguiendo a su padre), o
la de las armas (para lo cual siempre dijo que no estaba preparado), tomó la
mejor opción, la revolucionaria.
Fue el desobediente de los gobiernos centrales y juzgó lo que
era mejor para la patria y para la gente, aun a costa de su prestigio o
incluso, su libertad.
San Martín, el otro
desobediente
Repasemos el
contexto de la época. Designado San Martín comandante
del ejército, al cabo de poco tiempo, su fastidio era constatable ante la
inoperancia del gobierno porteño, tanto que le escribe a Rodríguez Peña.
"...La patria no hará camino por este lado que no
sea una guerra defensiva y nada más; para eso bastan los valientes gauchos de
Salta con dos escuadrones de buenos veteranos...”
Ese “patriotismo” mezquino de patria chica a San Martín le resultaba tan insustancial como inconducente, y a renglón seguido deja constancia escrita de su gran proyecto liberador (su utopía):
Ese “patriotismo” mezquino de patria chica a San Martín le resultaba tan insustancial como inconducente, y a renglón seguido deja constancia escrita de su gran proyecto liberador (su utopía):
“Ya le he dicho a
usted mi secreto: un ejército pequeño y bien disciplinado en Mendoza para pasar
a Chile y acabar allí con los godos apoyando un gobierno de amigos sólidos para
concluir también con la anarquía que allí reina. Aliando las fuerzas pasaremos por el mar a
tomar Lima; ese es el camino y no éste”.
La concepción de Patria Grande se manifestaba
en su dimensión plena.
San Martín inicia en 1817 la gigantesca empresa cruzando los Andes rumbo a Chile para
ejecutar la primera fase, logrando pequeños triunfos hasta que en Chacabuco
queda sellada la suerte de los españoles, y dos meses más tarde consolida su
victoria en Maipú, pero cuando regresa a Mendoza para preparar la segunda fase,
el gobierno centralista manifiesta toda su hostilidad hacia este hombre cuyas
simpatías por Artigas lo convierten en poco confiable.
A fines de 1818 llega la noticia que una
expedición española con 20.000 hombres desembarcaría en Montevideo y luego de
allí a Buenos Aires. La noticia era falsa. El Director Supremo Pueyrredón,
ordena que tanto el Ejército del Norte como el de Los Andes se preparen para
combatirla.
San Martín cruza la
cordillera acompañado de una comisión del gobierno de Chile para interceder
entre el Directorio y Artigas, y argumentar ante Pueyrredón que no tenía
sentido batallar internamente cuando el “peligro común” (los españoles), serán
prioridad para la independencia de las naciones.
Si bien en los
primeros momentos estas ideas fueron descartadas, en abril se intenta un
tratado que “selle para siempre la
concordia entre pueblos hermanos”. En realidad todo esto era una pantalla
para “hacer tiempo” mientras que llegara el Príncipe de Luca con el ejército
francés invitado por Pueyrredón.
La idea de los
porteños era que San Martín. Belgrano y Viamonte “controlen” a los santafesinos
y entrerrianos, y Lecor (“invitado” por ellos), desde Brasil acabe con Artigas.
El 13 de marzo de 1819, San Martín le escribe a Artigas:
"No puedo ni debo analizar las causas
de esta guerra entre hermanos; lo más sensible es que siendo todos de iguales
opiniones en sus principios, es decir, a la emancipación e independencia
absoluta de España...debemos cortar toda diferencia. Mi sable jamás se sacará
de la vaina por opiniones políticas, como éstas no sean en contra de los
españoles y su dependencia”.
Disconformes con
la Constitución de ese año, que a sus juicios vulneraba las autonomías
provinciales, varios caudillos se oponían con firmeza al recientemente nombrado
Director Supremo del Estado, el General José Rondeau, y proclamaban el
enfrentamiento militar con Buenos Aires.
Prosiguiendo con
la movilización dispuesta por Pueyrredón, su antecesor en el cargo, Rondeau
ordenó que los Ejércitos del Norte, instalado en Tucumán al mando de Belgrano,
y de los Andes, instalado en Cuyo al mando de San Martín, retornaran a la
Capital para hacer frente a la situación de rebeldía generada por los
caudillos. Un porteño centralista como él no podría pedir otra cosa.
Primero Rondeau intenta engañarlos,
diciéndole que debe combatir a tropas españolas que estarían por atacar a
Buenos Aires, mientras se plantea ante el Congreso que en realidad dicho ataque
no sucederá (quedando en evidencia que lo que realmente se pretendía era
enfrentar a los artiguistas). Finalmente las intenciones se desenmascaran y sin
eufemismos se le ordena bajar para combatir a las tropas del caudillo federal.
San Martín
desconfía de Rondeau (motivos le sobraban), y reitera su renuncia argumentando
que si el gobierno central de Buenos Aires no apoya la expedición a Perú, lo
haría ofreciendo sus servicios al gobierno de Chile.
El plan de los porteños,… ¡cuando no!, era
producto de una visión estrecha que apuntaba a defender sus privilegios
internos. Es entonces cuando aparece en la expresión plena del hombre de claras
ideas políticas.
Cuando Rondeau se da cuenta que San Martín no
volvería a Buenos Aires, y temiendo que Artigas ordene la invasión a Buenos
Aires, le propone a este un tratado de paz.
Artigas le responde “Cuatro renglones hubieran bastado para firmar la paz deseada. Empiece
usted por el rompimiento con los portugueses y este paso afianzará la seguridad
de los otros”.
En ese estado de cosas el Ejército del Norte está en
muy malas condiciones para movilizarse, y Belgrano, contrariando una vez más
las órdenes del poder central, se niega a expropiar a su paso bienes y
alimentos para el Ejército porque el gobierno de Buenos Aires no envía ayuda.
No acudirá al terrorismo como lo hace el ejército porteño y dice:
“Siempre
se divierten los que están lejos de las balas y no ven la sangre de sus
hermanos, ni oyen los ayes de los infelices heridos. Estos también son los
mismos los que, a propósito, critican las determinaciones de los jefes. Por
fortuna dan conmigo que me río de todo y que hago lo que me dicta la razón, la
justicia y la prudencia. No busco glorias sino la unión de los americanos y la
prosperidad de la patria”.
“Digan
lo que quieran los hombres (de Buenos Aires), sentados en sofás o sillas muy bonitas que disfrutan de comodidades
mientras los pobres diablos andamos en trabajos. A merced de los ‘humos de la
mesa’ cortan, tasan y destruyen a los enemigos, con la misma facilidad con que
empinan una copa”.
Manuel comienza a bajar a Santa Fe, pero sabe que no
va a llegar. Está muy enfermo y se afinca en Pilar, cerca de Río Segundo
(Córdoba), rechazando la ayuda sanitaria que le ofrece el Gobernador para no
abandonar la tropa.
Belgrano continuamente
se quejaba a las autoridades nacionales de la inutilidad de esa guerra y
advertía al gobierno que la población de las provincias estaba descontentas del
centralismo:
"Hay mucha equivocación en los conceptos: no existe tal facilidad
de concluir esta guerra; si los autores de ella no quieren concluirla, no se
acabará jamás... El ejército que mando no puede acabarla, es un imposible. Su
único fin debe ser por un avenimiento... o veremos transformarse el país en
puros salvajes..."
Se hallaba en
Córdoba con sus fuerzas y decide regresar, gravemente enfermo, a Tucumán dejando
en su lugar al General Francisco de la Cruz. Este procura cumplir la
disposición del Gobierno central, pero una parte de sus tropas se le sublevan
antes de llegar a destino.
San Martín, en
cambio, deseoso de llegar cuanto antes a concluir su plan libertador,
desobedece la orden y vuelve a Chile para continuar con la organización de la
expedición al Perú. Sólo deja algunas fuerzas en Cuyo, al mando del coronel
Alvarado, para que se pusieran al servicio del Directorio, si éste así lo
requería.
Este episodio, que
cobró por entonces significativa relevancia, es recordado por el General José
María Paz en sus Memorias, donde dice:
“La guerra civil repugna generalmente al buen soldado y mucho más, desde que tiene al frente
un enemigo exterior y cuya principal misión es combatirlo. Este es el caso en que se hallaba el ejército, pues que
habíamos vuelto espaldas a los españoles para venirnos a ocupar de nuestras
querellas domésticas. Y a la verdad, es sólo con el mayor dolor que un militar,
que por motivos nobles y patrióticos ha alcanzado esa carrera, se ve en la
necesidad de empapar su espada en sangre de hermanos.
Ya en Perú, liberada Lima del poder español,
San Martin no cesaba en su intento de liberación continental.
Antonio Gutiérrez de la Fuente, un joven
militar peruano, el 22 de mayo de 1822
se embarcó en El Callo con rumbo a Valparaíso y desde allí a Buenos Aires. San
Martin le había encomendado pedir apoyo financiero para terminar la guerra de
liberación continental. Dos veces habló con Bernardino Rivadavia. El 14 de
agosto de 1822 se volvió con las manos vacías.
Guayaquil sería en desenlace de la falta de
apoyo del Gobierno porteño. Bolívar se encargaría de proseguir la lucha de
liberación.
Desilusionado y
enfermo, regresa San Martin a Mendoza para dirigirse a Buenos Aires en agosto
de 1823, sabiendo de que su esposa
estaba gravemente enferma.
Estanislao López, caudillo santafesino a
quien San Martín se negó a combatir, le remitió una esquela en la que comentaba
que los porteños no se habían olvidado de la desobediencia y “se la tenían
jurada”:
"Se de manera positiva, por mis
agentes en Buenos Aires, que a la llegada de usted a aquella capital, será
mandado a juzgar por el gobierno en un consejo de guerra de oficiales
generales, por haber desobedecido sus órdenes de 1819 haciendo la gloriosa
campaña de Chile, no invadir a Santa Fe y la expedición libertadora del
Perú...siento el honor de asegurar a usted que a su solo aviso estaré con mi
provincia en masa a esperarlo a usted
San Martín que le escribe tiempo después a
su amigo Tomás Guido:
"Ignora usted por ventura que en el
año 23 cuando yo, por ceder a las instancias de mi mujer de venir a Buenos
Aires, se apostaron partidas en el camino para prenderme como a un facineroso”.
En setiembre de 1824, Rivadavia desnudó su sentimiento hacia San Martín en una
carta dirigida al “bueno” de Manuel García:
"Es de mi deber decir a usted para su
gobierno que es un gran bien para ese país que dicho General esté lejos de
él".
San
Martin ya había partido hacia Francia. Desobediencia debida, San Martín, nunca
desenfundo su sable por las luchas entre hermanos, y luchó por la liberación
americana de toda potencia extranjera como estaba plasmada en el acta de 1816.
Dijo
el General Paz en sus memorias:
“Dígalo si no el general San Martín, que se propuso no hacerlo y lo ha
cumplido. Aún hizo más, en la época que nos ocupa; pues, conociendo que no
podía evitar la desmoralización que trae la guerra civil, procuró sustraer su
ejército al contagio, desobedeciendo las órdenes del gobierno, que le ordenaba
que marchase a la Capital para cooperar con el Ejército del Norte y el de
Buenos Aires para atender el frente interno.
Si San Martín hubiese obrado obedeciendo la orden, como lo hizo
Belgrano, (NA: en realidad no lo hizo pues prefirió volver a
Tucumán), seguramente habría perdido su
ejército y no hubiera podido realizar la gloriosa campaña a Lima”
Juan Domingo Perón, en el discurso
pronunciado el 7 de julio de 1953 en la cena de camaradería de las Fuerzas
Armadas, se refirió a este hecho como “genial
desobediencia”.
Epílogo
Belgrano y San
Martín, que recién se conocieron cuando en el cambio de comandancia del
Ejército del Norte, apenas pasaban los 30 años.
Estos cuarentones coetáneos
(San Martín era solo ocho años menor que Belgrano), tenían las cosas claras. Sabían
de antemano que el poder centralizado de los porteños solo trataría de
distraerlos, ya que no estaban interesados ni en la defensa de las provincias
del norte ni en batallar contra los españoles en Lima para armar la Patria
Grande.
Sabían también,
por convicción patriótica, que no debían combatir contra de Artigas ni contra
los caudillos del litoral.
A pesar que las
relaciones personales de Belgrano con Artigas y de San Martín con los
santafesinos y entrerrianos, no siempre fueron cordiales, sabían que los “formadores”
de la Liga de los Pueblos Libres, tenían razón de enfrentarse contra el poder
de los porteños. Sabían que esa guerra civil era inútil, y ellos trataron de
evitarla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.