sábado, 28 de abril de 2018

Felipe Varela. El señor de Guandacol


Don Felipe, agricultor y ganadero, siente el llamado de su patria en formación y abandona sus actividades para dedicársela. Llega a Coronel designado por Urquiza.


Tiene una postura americanista, anti centralista, anti porteñista y profundamente constitucionalista y federal.

No los quiere a los liberales de Buenos Aires y tampoco quiere que lleven su gente a pelear contra el Paraguay.

También se separa de los “federales” porteños y del litoral y lo abraza al Chacho Peñaloza, su vecino y genuino federal de los llanos riojanos. Se manifiesta, lucha contra todos, pierde contra muchos y como tantos otros muere fuera de su país, a los 49 años, casi olvidado.

Para colmo de males, algunos autores salteños, quizás muy influenciados políticamente le “hicieron” una zamba pintándolo como un forajido al decir Galopa en el horizonte, tras muerte y polvaderal (SIC), porque Felipe Varela, matando llega y se va." Don Felipe no se va a ningún lado. Huye de las persecuciones y se manifiesta promulgando un bando digno de re leerlo de vez en cuando.
El pueblo se expresa: “De Chile llegó Varela, y vino a su Patria hermosa. Aquí ha de morir peleando, por el Chacho Peñaloza."
Aquí vamos.


El contexto de época
Para comprender mejor la situación debemos decir que las hostilidades liberales iniciadas con la caída de la Confederación pueden dividirse en dos fases centrales.

·         La primera fase (entre septiembre de 1861 y noviembre 1863), se inicia con la derrota “sospechosa” en Pavón y culmina con el asesinato de Peñaloza, quien liderara las instancias más destacadas de la resistencia en La Rioja, con fuerte incidencia en San Juan, Catamarca, San Luis y Córdoba.

Entre octubre y noviembre de 1863, sus ejércitos fueron desarticulados y sus hombres más importantes se dispersaron por las provincias, hacia Chile o territorio indígena. Con ello, para el gobierno nacional y los sectores liberales, la ansiada “pacificación” de la república parecía lograda, sin embargo, al poco tiempo, la agitación comenzó a reavivarse.

·         La segunda fase (entre noviembre 1863 y enero 1869), que comprende la “Revolución de los Colorados” y sus antecedentes, y finaliza en lo que consideramos la disolución de la insurgencia federal a partir del exilio definitivo de Felipe Varela.

En esta fase podemos delinear tres etapas en el desarrollo de la insurgencia:
o    de reflujo (desde el asesinato de Peñaloza hasta la revolución del 9 de noviembre de 1866 en Mendoza) 
o    de consolidación (desde allí hasta las batallas de Paso de San Ignacio y Pozo de Vargas, 4 y 10 de abril de 1867 respectivamente) 
o    de disolución (desde tales derrotas hasta la última incursión de Felipe Varela desde Bolivia y su exilio en Chile en 1869).
¿Quién era Juan Felipe?
Hijo del caudillo local, de tendencia federal, Javier Varela y de María Isabel Ruarte (o Rubiano), nació, posiblemente, un 11 de mayo del año 1821 en Huaycama, (Departamento de Valle Viejo, Catamarca). Tuvo un hermano, Juan Manuel, quien fue cirujano.
Pasó los primeros años de su vida con la familia Nieva y Castilla de la cual era también pariente, en el Hospicio de San Antonio de Piedra Blanca. Luego del fallecimiento de su padre en 1840 se radicó en Guandacol, pueblito riojano recostado sobre la precordillera de los Andes en el cual los Varela tenían propiedades
Allí se acogió al tutelaje del comandante Pedro Pascual Castillo, amigo de su padre, con quien visitaría esos lugares en sus frecuentes viajes con arrías de animales para Chile.  Y allí, en Guandacol, poco después, formó su hogar con una hija de su protector, Trinidad Castillo.  
Tuvo varios hijos, entre los que se cuentan Isora, Elvira, Bernarda y Javier.  Con su padre político se dedicó al engorde de hacienda para los mercados chilenos de Huayco y Copiapó.  
Esos continuos viajes y el trato con peones y pequeños ganaderos, le dieron un amplio conocimiento del paisano humilde de la región y de los vericuetos de la cordillera que cruzaría muchas veces y dominaría como pocos.  Con el tiempo propalaba sus convicciones lo que le permitió que su prestigio se fue acrecentando entre la peonada y la gente del campo.
Este catamarqueño de poco de más 20 años, convencido de las ideas federalistas del interior, abandonó su cómoda posición de agricultor y ganadero, y comenzó a combatir contra las ideas del gobierno de Juan Manuel de Rosas al que consideraba oligárquico y centralista.
El joven Varela entendía que la política del Restaurador (puerto único y monopolio de las rentas aduaneras), es la continuidad de la practicada por los unitarios rivadavianos hacia el resto de las provincias.
Alto, enjuto, de mirada penetrante y severa prestancia, Felipe Varela, conservaba el tipo del antiguo hidalgo castellano, tan común entre los estancieros del noroeste argentino, pero este catamarqueño se parecía a Don Quijote en algo más que la apariencia física.
Era capaz de dejar todo por una causa que considerase justa. Todo un pueblo lo seguiría por los llanos.
Para definirlo, podemos decir que Felipe Varela era estanciero en Guandacol y Coronel de la Nación con despachos firmados por Urquiza. Por quedarse con el Chacho Peñaloza (también General de la Nación), se lo había borrado del cuadro de jefes. No le importó y siguió con la causa que entendía nacional, aunque los periódicos mitristas lo llamaran “bandolero”, igual que a Peñaloza.

Exilio I (1840 ? -1852 ?)
La persecución del Gobernador de Buenos Aires contra Varela le llevó al exilio en Chile, donde se unió al ejército de ese país en la Revolución de 1851, que tuvo como objetivo derrocar el gobierno del Presidente Manuel Montt y derogar la Constitución chilena de 1833.
Esos contactos en Chile, y sus méritos en grados militares fueron fundamentales para él, y estarán presentes en toda la vida y muerte del caudillo catamarqueño.
Regreso I
Luego de la caída de Rosas, en 1852, retornó sumándose al ejército de la Confederación, donde ocupó el cargo de Segundo Jefe de la frontera en Río Cuarto.
En 1861 peleó bajo las órdenes de  Urquiza en la batalla de Pavón, que marcó el vergonzante triunfo de la facción porteña y el inicio de la hegemonía mitrista.
Tras la derrota se unió a las filas del Chacho Peñaloza en su sublevación contra las autoridades nacionales. Como protegido de este, fue nombrado jefe de la policía en La Rioja. 
Peñaloza lo envía en 1863 a agitar políticamente Catamarca y, luego de la derrota del Chacho en Lomas Blancas y Las Playas, y que su cabeza fuera colgada de una pica en la plaza de Olta, Varela se refugió en Entre Ríos, donde fue edecán del Gobernador Justo José de Urquiza.
Al poco tiempo Varela se da cuenta que Urquiza no es lo que él cree, pero sigue confiando en su jefe.
Exilio II (1863-1866)
Perseguido, Varela debe exiliarse nuevamente en Chile hasta mayo de 1865. Desde allí le escribe varias cartas a Urquiza intentando comprometerlo en la lucha contra el mitrismo.
Varela seguía con ansiedad los hechos, esperando una respuesta de Urquiza, sin saber que la historia golpearía su puerta llamándolo a convertirse en la voz y la lanza de los humildes, llegando a ser el último gran caudillo montonero.  
En ellas le cuenta que las tropas porteñas han degollado niños y ahorcado mujeres. Le pide armas y un apoyo financiero que el caudillo entrerriano, solo preocupado por sus avideces de mercado mundial, nunca enviará. Urquiza se desentiende de “esos bandidos que usan mi nombre para cubrir sus tropelías”
Comienza entonces a promover y a expandir los comités de la “Unión Americana” (fundada en Valparaíso en 1862),  una red de corresponsales de los círculos intelectuales de esa época, formado para repudiar los ataques europeos contra Perú, y que había protestado enérgicamente por el apoyo argentino y brasileño a la revolución de Venancio Flores en el Uruguay.También acusaba al Brasil y al gobierno argentino por causar la guerra del Paraguay.
Regreso II
Acérrimo opositor al gobierno de Buenos Aires, Varela percibió la impopularidad de la guerra del Paraguay y decidió intervenir nuevamente.
Provisto de buena inteligencia sobre las decisiones diplomáticas tras la creación de la Triple Alianza y las motivaciones de Mitre, liquidó sus posesiones de Guandacol y compra unos pocos fusiles y dos cañoncitos (“los bocones”, como los llamaba), para equipar un par de batallones de exiliados, así como combatientes chilenos afines a su causa.
Un militar chileno entendió que atacar a la Argentina era una buena idea en ese momento, y, sin permiso superior, puso a disposición de Varela algunos soldados.
Nombró jefe de ese cuerpo al Comandante Estanislao Medina, al frente de unos 150 soldados chilenos con armas automáticas, muy pocas pero muy efectiva.
A mediados de 1866, Varela ya había decidido ingresar a su país, lo que hubiera sido una locura sin apoyo interno. Pero en su ayuda llegó la Revolución de los Colorados.
A fines de noviembre de 1866, Várela se embarca en Valparaíso rumbo a Copiapó. Luego salió con destino a Huasca, donde, con la ayuda de la población, reclutó y armó un contingente a la vista de las autoridades.
En Vallenar, el jefe de policía le proporcionó 200 fusiles. En Navidad estaba en Matancilla (al noreste de La Serena), de paso a San Guillermo (al norte de San Juan).
Acompañado de esa pequeña fuerza, enarbolando una bandera con la leyenda "Viva la Unión Americana", Várela dio a conocer su encendido Manifiesto, mediante el cual expresaba los móviles políticos e ideológicos de todo el movimiento de resistencia.

Además de criticar al gobierno nacional y de reivindicar la Constitución de 1853, el documento condenaba la guerra del Paraguay y exhortaba a avanzar "en la unión con las demás repúblicas americanas".

A pesar de contar inicialmente con apenas ese puñado de seguidores, Várela logró sublevar capas criollas norteñas, y en poco tiempo la rebelión se extendió como reguero de pólvora.
Varela vs. la Guerra de la Triple Alianza
La Guerra contra el Paraguay será el punto central de su política ya que impugna las fronteras artificiales, las políticas portuarias de las burguesías mercantiles pro británicas y llama a la unidad continental.
Bartolomé Mitre, se iba a instaurar en el poder luego de la defección y el retiro de Justo José de Urquiza luego de la Batalla de Pavón. Con él, la oligarquía porteña, estancieros de Buenos Aires y comerciantes del puerto, accedía al poder pleno.

Se sientan las bases del modelo agroexportador, de crecimiento “hacia el exterior”, el trazado de los ferrocarriles en forma de tela araña metálica hacia el puerto de Buenos Aires que, al decir de Scalabrini Ortíz, aprisiona a la mosca de la República, la exportación de materias primas y la importación de mercancías de la metrópoli, la instalación de bancos británicos, la instauración de una política librecambista. Es un proyecto de nación semi-colonial.

El interior provinciano estaba siendo asfixiado por la política mitrista, y como respuesta se iba a levantar gran cantidad de veces, a través de los caudillos que lideraban la lucha contra la política de apertura económica que llevaba a las provincias a la ruina.

Mitre aparece así en la historia y política nacional como fiel representante de la burguesía librecambista, portuaria, europeizante, aliada a las potencias extranjeras, etc. De esta forma, “el gobierno de Mitre constituye una dictadura sobre los pueblos provincianos, así como su política económica constituye la base de la Argentina semi-colonia inglesa, “granja de su Majestad británica”
Dijo Varela:
“…He aquí cuatro palabras que envuelven en un todo la verdad innegable de que la guerra contra el Paraguai (SIC), jamás ha sido guerra nacional, desde que, como se ve no es una mera reparación lo que se busca en ella, sino que, lejos de eso, los destinos de esa desgraciada República, están amenazados de ser juguete de las cavilaciones de Mitre …
Las provincias argentinas, empero, no han participado jamás de estos sentimientos; por el contrario… se llevó la guerra al Paraguai: miles de ciudadanos fueron llevados atados de cada provincia, al teatro de aquella escena de sangre; ese número considerable de hombres honrados perecieron víctimas de las funestas ambiciones del General Mitre…” 
Ante este modelo agroexportador se erigía el Paraguay de Francisco Solano López que había heredado la estructura económica desarrollada por los jesuitas, y por sus particularidades geográficas, desde sus comienzos, se encontró en una situación de aislamiento respecto al resto de los dominios españoles.
Así la mayor parte de la tierra estaba en manos estatales, se desarrollaron las “estancias de la patria”, medidas proteccionistas de las artesanías y la producción local, desde 1828 se dictaba la obligatoriedad de la enseñanza desde los 14 años.

El modelo paraguayo aparecía como un “modelo alternativo” al planteado por las oligarquías locales de los demás países, como la desarrollada por el mitrismo en la Argentina. Así éste era visto como un “mal ejemplo” para la región. A la vez debemos tener en cuenta que los intereses de la economía paraguaya coincidían con los de nuestras provincias interiores.

En el Paraguay de Solano López, el estado tenía el monopolio sobre las maderas de construcción, la yerba mate, repartos de tierras a los indios, el desarrollo de una próspera industria metalúrgica, la primera línea telegráfica, una marina mercante con 11 barcos, industrias de fundición, el primer ferrocarril de América del Sur, fábricas de armamentos, hornos de fundición, ausencia de empréstitos extranjeros, etc. El Paraguay era, sin lugar a dudas, “el país más desarrollado de América del Sur.”

Es este desarrollo autónomo el que “hará posible resistir durante cinco años una tragedia de proporciones descomunales como fue la Guerra de la Triple Alianza”.
Paraguay debía resistir el ataque conjunto de Argentina, Brasil y Uruguay, con el apoyo de una potencia como Gran Bretaña. Ante esta situación, en los primeros meses del año 1865 se desencadena la guerra.

Mitre ya había explicitado las causas que lo llevaban a tal empresa: “hay que derrocar a esa abominable dictadura de López y abrir al comercio a esa espléndida y rica región”

Al mismo tiempo que estallaba la guerra, el interior provinciano, particularmente por la proclama de Felipe Varela y sus seguidores, se iba a levantar apoyando la lucha heroica del pueblo paraguayo. La derrota de los aliados en Curupaytí va a ser el desencadenante del levantamiento del interior.

El triunfo paraguayo es recibido con júbilo y festejado en las provincias del interior argentino. Una de las voces que se iba a levantar en contra de la guerra, era la de José Hernández:

“en nombre de la democracia habéis atentado contra ella, pretendiendo imponer a otro pueblo nuestros principios, aunque ellos hablasen en nombre de los beneficios de una civilización que se anuncia con la muerte y la destrucción. En nombre de la independencia habéis conspirado contra la independencia de un pueblo”

La guerra terminará luego de cinco años de heroica resistencia del pueblo paraguayo. El Paraguay quedará en ruinas, su población era, al comenzar la guerra, aproximadamente de 1.500.000 personas, al finalizar serán aproximadamente 250.000.

De los asesinados la inmensa mayoría era población masculina de más de 15 años. Solo una guerra de exterminio puede producir tal genocidio. Guido Spano dirá en su poema Nenia:
 Llora, llora urutaú,
 en las ramas del yatay,
 ya no existe el Paraguay,
donde nací como tú.

Al pueblo paraguayo se le debe un resarcimiento. A través de la Unión Americana, Varela comprendió en profundidad el proceso político en que estaba sumergido su país, y se puso a organizar una campaña militar para regresar. Durante muchos meses no pudo hacer nada, ya que no tenía dinero.
El descontento de Cuyo y la Revolución de Los Colorados
Las levas porteñas para embarcar a todo el país en formación en una guerra absurda fueron resistidas en varias provincias, particularmente las del Oeste.
Tras ocupar Mendoza durante casi dos meses, el 5 de enero de 1867, “los colorados”, bajo el mando de Videla, José Manuel Olascoaga, Pedro Viñas y Felipe Saá, con un ejército de 2.800 hombres (un número muy superior a las tropas enemigas), ocupan la ciudad de San Juan luego del combate de la “Tercera Rinconada”.
Pocos días después derrotaron al Coronel Pablo Irrazabal (el asesino de Peñaloza). De allí Videla pasó a la provincia de San Juan, donde derrotó y expulsó al Gobernador, y ocupó su lugar a principios de enero de 1867. Derrotó luego al Coronel Julio Campos, Gobernador unitario de la provincia de La Rioja en la batalla de Rinconada del Pocito.
El mando militar de la revolución quedó en manos del Coronel Felipe Saá, que recuperó la provincia de San Luis. En muy poco tiempo habían tomado el poder en todo Cuyo, y contaban con el apoyo del Gobernador cordobés Mateo Luque.
Mientras tanto, el norte de la provincia y el sur de La Rioja quedaban bajo dominio de Felipe Varela quien ingresando desde Chile pasa a ocupar la Villa de Jáchal luego de derrotar una fuerza de 400 hombres bajo el mando del Coronel José M. Linares en las proximidades de Guandacol.

Allí permanecerá tres meses, con el apoyo de la población de todo el departamento y con gran parte de los sublevados de Linares incorporados a su fuerza.

Anoticiado de esta situación, el vicepresidente Marcos Paz exigió la presencia de Mitre en el país (se hallaba en Tuyutí, Paraguay), argumentando que “desde Mendoza hasta Tucumán, no hay quien detenga el poder que se han formado los revolucionarios.”

Para el gobierno nacional la situación era de una gravedad tal que consideraba que “la actualidad política, el Gobierno y la existencia de las instituciones” se veían amenazadas.
La proclama de Jachal
Convocando a las montoneras residuales de otros caudillos muertos en todo el país más combatientes chilenos, Varela marchó sobre territorio argentino portando bandera con la consigna de ¡Federación o Muerte!
En San José de Jáchal (San Juan), lanzó en 1866 su proclama revolucionaria, que, según algunos documentos, habría sido impresa en Chile:
“¡ARGENTINOS! El hermoso y brillante pabellón que San Martín, Alvear y Urquiza llevaron altivamente en cien combates, haciéndolo tremolar con toda gloria en las tres más grandes epopeyas que nuestra patria atravesó incólume, ha sido vilmente enlodado por el General Mitre, gobernador de Buenos Aires.
La más bella y perfecta Carta Constitucional democrática republicana federal, que los valientes entrerrianos dieron a costa de su sangre preciosa, venciendo en Caseros al centralismo odioso de los espurios hijos de la culta Buenos Aires, ha sido violada y mutilada desde el año sesenta y uno hasta hoy, por Mitre y su círculo de esbirros.
El Pabellón de Mayo que radiante de gloria flameó victorioso desde los Andes hasta Ayacucho, y que en la desgraciada jornada de Pavón cayó fatalmente en las ineptas y febrinas manos del caudillo Mitre -orgullosa autonomía política del partido rebelde- ha sido cobardemente arrastrado por los fangales de Estero Bellaco, Tuyuti, Curuzú y Curupaití.
Nuestra Nación, tan feliz en antecedentes, tan grande en poder, tan rica en porvenir, tan engalanada en glorias, ha sido humillada como una esclava, quedando empeñada en más de cien millones de fuertes, y comprometido su alto nombre a la vez que sus grandes destinos por el bárbaro capricho de aquel mismo porteño, que después de la derrota de Cepeda, lacrimando juró respetarla.
COMPATRIOTAS: desde que aquel, usurpó el gobierno de la Nación, el monopolio de los tesoros públicos y la absorción de las rentas provinciales vinieron a ser el patrimonio de los porteños, condenando al provinciano a cederles hasta el pan que reservara para sus hijos. Ser porteño, es ser ciudadano exclusivista; y ser provinciano, es ser mendigo sin patria, sin libertad, sin derechos. Esta es la política del Gobierno Mitre.
Tal es el odio que aquellos fratricidas tienen a los provincianos, que muchos de nuestros pueblos han sido desolados, saqueados y guillotinados por los aleves puñales de los degolladores de oficio, Sarmiento, Sandez, Paunero, Campos, Irrazábal y otros varios oficiales dignos de Mitre.
Empero, basta de víctimas inmoladas al capricho de mandones sin ley, sin corazón y sin conciencia. Cincuenta mil víctimas hermanas, sacrificadas sin causa justificable, dan testimonio flagrante de la triste o insoportable situación que atravesamos, y que es tiempo ya de contener.
¡VALIENTES ENTRERRIANOS! Vuestros hermanos de causa en las demás provincias, os saludan en marcha al campo de la gloria, donde os esperan. Vuestro ilustre jefe y compañero de armas el magnánimo Capitán General Urquiza, os acompañará y bajo sus órdenes venceremos todos una vez más a los enemigos de la causa nacional.
A él y a vosotros obliga concluir la grande obra que principiasteis en Caseros, de cuya memorable jornada surgió nuestra redención política, consignada en las páginas de nuestra hermosa Constitución que en aquel campo de honor escribisteis con vuestra sangre.
¡ARGENTINOS TODOS! ¡Llegó el día de mejor porvenir para la Patria! A vosotros cumple ahora el noble esfuerzo de levantar del suelo ensangrentado el Pabellón de Belgrano, para enarbolarlo gloriosamente sobre las cabezas de nuestros liberticidas enemigos!
COMPATRIOTAS: ¡A LAS ARMAS! ¡Es el grito que se arranca del corazón de todos los buenos argentinos! ¡ABAJO los infractores de la ley! Abajo los traidores a la Patria! Abajo los mercaderes de Cruces en la Uruguayana, a precio de oro, de lágrimas y de sangre Argentina y Oriental! ¡ATRÁS los usurpadores de las rentas y derechos de las provincias en beneficio de un pueblo vano, déspota e indolente!
¡SOLDADOS FEDERALES! nuestro programa es la práctica estricta de la Constitución jurada, el orden común, la paz y la amistad con el Paraguay, y la unión con las demás Repúblicas Americanas. ¡¡Ay de aquel que infrinja este programa!! ¡COMPATRIOTAS NACIONALISTAS! el campo de la lid nos mostrará al enemigo; allá os invita a recoger los laureles del triunfo o la muerte, vuestro jefe y amigo. 
Juan Felipe Varela
San José de Jáchal – San Juan
10 de Diciembre de 1866
En toda esa zona oeste, y en la mayor parte país (a excepción de Buenos Aires), predominaba un claro sentimiento federal.
Los dos pequeños cuerpos con los que había partido de Chile, se habían transformado en varios miles de hombres, llegando a reunir casi 5.000 montoneros, la fuerza más importante que había puesto en armas el partido federal desde la batalla de Pavón.
Ante la tibia acogida que les dispensa Urquiza, con quien contaban inicialmente para encabezar el alzamiento, planificaron las acciones desde su cuartel de Jáchal. Varela estaría encargado de alzar las provincias occidentales, mientras los Saá y Videla avanzarían hacia el litoral, donde esperaban sumar algún dirigente federal.
Esta situación incomodaba mucho a Mitre quien estaba personalmente al mando de los ejércitos aliados en el Paraguay. Regresó a Rosario para organizar los ejércitos con que hacerles frente a los insubordinados de Varela, al frente de los cuales colocó a José Miguel Arredondo, Wenceslao Paunero  (“sus coroneles uruguayos” vueltos del Paraguay) y Antonino Taboada, hermano del gobernador de Santiago del Estero.
En marzo, el ejército al mando de Paunero recibió en Rosario el moderno equipo retirado del frente paraguayo, y comenzó el avance hacia Córdoba.
Alertado de la marcha del ejército federal, al mando del general Juan Saá, recién llegado desde Chile, Paunero destacó a Arredondo a interceptarlo. En abril, las fuerzas de los montoneros y sus aliados ranqueles (que habían aportado 500 lanzas a los insurrectos), fueron derrotadas en la batalla de San Ignacio, a orillas del río Quinto.
Los federales estuvieron a punto de vencer, pero la decisiva acción de la infantería de Luis María Campos dio vuelta la batalla y los federales fueron destrozados.
El error de Pozo de Vargas
Todos sus dirigentes huyeron a Chile. Pero Varela estaba aún muy lejos como para enterarse de lo que ocurría. Avanzó hacia la ciudad de Catamarca, pero estaba ya por llegar cuando se enteró de que Taboada había ocupado La Rioja. Cometió entonces un error muy grave, contramarchando hacia La Rioja para hacerle frente.
Varela, emulando las posturas “chachistas” frente a la guerra interna, le envía un mensaje a Taboada para sugerirle combatir fuera de la ciudad, con la intención de reducir los daños civiles.
Varela avanzó hacia La Rioja, pero no tuvo en cuenta el aprovisionamiento de agua en ese desierto, y Taboada aprovechó ese error. Ocupó estratégicamente el llamado Pozo de Vargas, la única fuente de agua entre Catamarca y La Rioja, y allí esperó a Varela.
Al llegar, éste decidió que no podía seguir sin dar agua a sus hombres, y decidió atacar en lo que luego se llamaría la Batalla de Pozo de Vargas (que inspirara varios poemas de la famosa Zamba e Vargas).
Los combates se prolongaron durante casi ocho horas, pero la ubicación estratégica de los hombres de Taboada y la superioridad de su artillería impidieron a los federales llegar a su objetivo. Con menos de 180 hombres, Varela debió retirarse, dejando el campo al muy maltrecho ejército nacional. Pocos días más tarde llegó a Jáchal. 
Un intento de re organización
A pesar de la derrota en Pozo de Vargas, Varela continúa movilizado por las provincias del norte andino y junto a otros líderes intermedios que componían la jefatura del frente norte (Sebastián Elizondo, Santos Guayama, Aurelio Zalazar, Estanislao Medina y Severo Chumbita), se constituyen en la única amenaza seria para los gobiernos provinciales restituidos.

El carácter de la amenaza radicaba en la misma persistencia de su actividad, que aunque disgregada y desarticulada, podía catalizar los descontentos aún vigentes y aglomerar nuevamente la insurgencia que permanecía latente.

Varela permanece en Jáchal reuniendo soldados dispersos de La Rioja, Catamarca, San Luis, Córdoba y Mendoza (casi todos ex montoneros de El Chacho Peñaloza). Junta ganado, armas y dinero, para salir en marcha forzada hacia Guandacol, presionado por las fuerzas nacionales que recuperaron los principales centros urbanos.

La agitación persistía, fundamentalmente debido a la acción de pequeñas montoneras85 compuestas por “derrotados de Varela” que se intentan reunir en la zona de las lagunas en el sur de San Juan y norte de Mendoza (los pagos de Santos Guayama), y partidas de gauchos que circulaban por la zona cordillerana al oeste de Jáchal y la región limítrofe con La Rioja hacia el este.
En Jáchal se enteró de la derrota de Saá y reunió a sus hombres con los dispersos de éste y decidió, sin convencerse del poderío de los enemigos, adoptar una táctica de guerrilla.
Abandonó Jáchal ante el avance de Paunero, y se perdió en el monte. Desde allí hostigaría a las fuerzas regulares de sus adversarios, contando con su mejor conocimiento del terreno.
Esa clase de acciones se prolongaría durante meses, obligando al gobierno central a mantener en constante alerta a sus tropas en la región, bautizadas como Ejército Interior. Ya sin esperanzas de triunfos militares huyó hacia la Puna.
Rumbo al noroeste
Cuando sus enemigos creían que ya estaba asilado en Bolivia, reapareció sin aviso en los Valles Calchaquíes salteños obteniendo una victoria en Amaicha, el 29 de agosto, contra las tropas salteñas mandadas por el Coronel Pedro José Frías.  Este triunfo coloca a Varela como dueño de los valles, a la vez que origina un revuelo en la ciudad.
Logró avanzar hacia el centro de esa provincia, perseguido por el coronel Octaviano Navarro, un viejo aliado del Chacho, al que (pocas semanas antes), Varela todavía confiaba en hacer que se uniera a la revolución.
La fama de “bandido salteador” difundida por los liberales hizo que los habitantes de la ciudad de Salta levantaron barricadas en las principales calles de la ciudad y se prepararon a resistir, azuzados por el mito de la crueldad de Varela
Una vez mas Varela los invitó a pelear fuera de la ciudad, para que ésta no sufriera los efectos de una lucha callejera, pero los salteños rechazaron la intimación y tras una lucha heroica por ambas partes, que duró dos horas y media, los federales ocuparon la ciudad, perdiendo en la batalla más de la mitad de sus hombres. 
La “historia oficial” dice que Varela saqueó a fondo la ciudad de Salta, y que hubo centenares de asesinatos y violaciones que jamás se pudieron comprobar ya que era prácticamente imposible debido a que la ocupación de la ciudad duró apenas una hora según los registros y testimonios de la época.
El saqueo si existió, porque habían ocupado Salta en busca de armas. Los testimonios que quedaron de lo ocurrido dijeron que hubo casos de amenazas y violencias, y robos de dinero y caballos, pero nada más que eso. No se pudo probar ni un solo asesinato.
Poetas y cantores de nuestro país, influenciados por la “historia oficial”, fueron capaces de darle vida a la famosa zamba La Felipe Varela, que, como se puede deducir, poco tenía de veraz.
El folklore le debe una disculpa al hoy General Varela. Una disculpa que pasa por aceptar que la historia, como las buenas canciones, tiene sus razones.
LA FELIPE VARELA (Zamba)

                    José Ríos y Juan José Botelli

Felipe Varela viene
por los cerros de Tacuil
el valle lo espera y tiene
un corazón y un fusil

Se acercan los montoneros
que a Salta quieren tomar
no saben que, en los senderos
valientes sólo han de hallar

Galopa en el horizonte,
tras muerte y polvaderal;
porque Felipe Varela
matando llega y se va.

Mañana del diez de Octubre,
de sangre por culpa de él
entre ayes al cielo sube
todo el valor por vencer

Ya se va la montonera,
rumbo a Jujuy esta vez
la echarán a la frontera
de allá no podrá volver.

Al saber que Navarro se acercaba, Varela evacuó Salta hacia el norte, dirigiéndose a San Salvador de Jujuy.
Los soldados de Varela hacen noche en Castañares dispuestos a tomar a Jujuy a sangre y fuego, si era necesario, con el objetivo de encontrar lo que le les faltaba: la pólvora, para regresar inmediatamente sobre las fuerzas enemigas, del General Navarro, y luego sobre las de Taboada.  
El gobernador Belaúnde, que contaba con fuerzas suficientes para repeler el ataque, abandonó la ciudad de Jujuy pretextando falta de municiones.  Los soldados, entonces, solo efectuaron algunos disparos y huyeron rápidamente ante la presencia de las tropas federales.
Así el 13 de octubre de 1867, la columna de Varela ingresa a la ciudad en perfecta formación sin disparar un solo tiro.  
Al no encontrar pólvora ni los elementos de guerra que necesitaba, nuevamente se pone en marcha y la columna se dirige esta vez a La Tablada, con las fuerzas de Navarro pisándole los talones sin atreverse a atacarlo.
Curiosamente, Navarro, un ex compañero, lo persiguió de cerca pero nunca lo alcanzó, ya que ninguno de los dos quería verse obligado a la lucha.
Exilio III (1867 – 1868)
Comienza noviembre en el altiplano.  Una andrajosa columna que sólo conserva orgullosamente el par de cañoncitos llevados a tiro cruza la frontera boliviana.  La cruzada federal ha terminado.  
Varela mira por última vez a sus hombres antes de licenciarlos.  Estos heroicos gauchos han soportado incontables calamidades, han seguido a este hombre con una fidelidad admirable. Con un abrazo despide a sus oficiales.  La guerra ha terminado.  Ahora es un exiliado, pero la esperanza no termina.
La columna llega a Tarija.  El caudillo detiene por última vez lo que queda de su tropa, desmonta pesadamente y se dirige a Santos Guayama.  No hay palabras, un abrazo vigoroso despide a estos hombres, cientos de leguas han recorrido juntos combatiendo al “tirano de Buenos Aires”.  
Fue asilado temporariamente en Potosí por muy poco tiempo por el presidente Mariano Melgarejo, que, presionado por el gobierno de Brasil, le negó el exilio.
En el Manifiesto de Potosí del 1 de Enero de 1868 (Anexo 1), Felipe Varela va a desnudar la política mitrista en la Guerra del Paraguay, a poner de relevancia que la guerra fue calculada, premeditada por Mitre, va a dar cuenta también de que la Unidad de los pueblos de Nuestro Continente, tiene ya varios años de desarrollo, así sostiene que:

no era, pues, una idea enteramente nueva en la sociedad Sudamericana, la de la alianza de sus poderes democráticos (…) los pueblos generosos de la América, como se ha dicho, acogieron llenos de entusiasmo la iniciación de esta gran idea, porque ella es el escudo de la garantía de su orden social, de sus derechos adquiridos con su sangre”

Felipe Varela dará cuenta también que las provincias argentinas no deseaban participar de la guerra, así dice:

“las provincias argentinas, empero, no han participado jamás de estos sentimientos, por el contrario, esos pueblos han contemplado gimiendo la deserción de su presidente, impuesto por las bayonetas, sobre la sangre argentina, de los principios de la unión Americana.”
Demuestra asimismo que Buenos Aires se impuso luego de la Revolución de Mayo sobre las demás provincias: “Buenos Aires es la metrópoli de la República Argentina, como España lo fue de la América”
Con la noticia del fusilamiento de su amigo, el caudillo riojano Aurelio Zalazar, Felipe Varela, indignado, se lanzó nuevamente a la guerra contra el orden mitrista durante la Navidad de 1868.
Fue definitivamente derrotado el 12 de enero de 1869 en Pastos Grandes. Con la derrota de Varela se cerró el último capítulo de la lucha contra el sistema económico liberal (y contra el orden mitrista, la cara política de dicho sistema), en el Interior.
Felipe Varela pasa posteriormente a Antofagasta. Fallece el 4 de junio de 1870 en Antoco, En diciembre de 1868 tomó nuevamente el camino de Salta con unos 200 hombres, incitado por el fusilamiento de su amigo, el caudillo riojano Aurelio Zalazar.
En enero de 1869, un pequeño contingente nacional lo derrotó en Pastos Grandes, en la Puna salteña a mas de 4.000 m s.n.m., dispersando definitivamente su tropa, dando por terminada su carrera militar a los 48 años.

Exilio IV (1869), y triste final
Enfermo de tuberculosis y carente de apoyo, Varela, vía Antofagasta, se refugió una vez mas en Chile.
El gobierno trasandino, poco amigo de dar albergue a un insurrecto reincidente, lo mantuvo brevemente en observación antes de permitirle asentarse en Copiapó.
En mayo de 1869, Varela había escrito a su esposa “…que Javierito (su hijo), se ocupe de algo, que no ande de balde, que se ocupe de sembrar trigo, todo lo que pueda; al año irá (a Catamarca) a un colegio para que se forme hombre; mis circunstancias no me han permitido hasta hoy (…)”. 
El gobierno de Sarmiento, a través de Félix Frías, diplomático en Chile, lo observa y trata de limitar los movimientos de Varela, de quien sospecha ingresará nuevamente a su país para continuar la lucha.
En mayo de 1870, Frías le avisa al canciller: “El principal de estos malvados, Varela, está gravemente enfermo, y de él nada hay ya que temer”. 
Les decía Varela:
“He dado cuenta de mis actos políticos, de los motivos que me impulsaron a empuñar la espada contra el tirano de mi patria, y de las razones que me dispusieron a abandonar el campo, entrando a asilarme en Bolivia.
Ahora pido a la la jenerosidad (SIC) de los pueblos americanos, la severidad de su fallo sobre todos mis procedimientos. Con conciencia tranquila lo aguardo, porque jamás he obrado de mala fe, no pesa en mi conciencia una sola razón, ni liviana, porque pueda yo arrepentirme.
Muy lejos de eso, siempre que la muerte quiera ayudarme, siempre que el cielo quiera protejerme (SIC), combatiré hasta derramar mi última gota de sangre por mi bandera y los principios que ella ha simbolizado, no arredrándome en manera alguna las detracciones de mis enemigos, porque el mundo republicano me hará siempre justicia”.
En Antoco, próximo 20 km de Copiapó, el 4 de junio de 1870 la enfermedad acabó con su vida a los 49 años. Cuatro días después de la muerte el cuerpo del montonero era sepultado en el cementerio de Tierra Amarilla, aldea ubicada al sudeste de Copiapó en plena Puna de Atacama.
Ese paraje, de menos de mil habitantes, que vivía magramente de la explotación minera, contempló en medio de melancólico silencio, cómo los últimos montoneros del noroeste argentino, hermanos del sufrimiento y de raza, despedían a su última morada, fuera de la patria a la que tanto amara, y por la que tanto luchara con sus hombres, al último gran caudillo argentino del interior provinciano. 
La modesta sepultura fue costeada por los humildes moradores del lugar, y este último homenaje del pueblo simbolizaba el fin de la Patria Grande y de la Unión Americana.
El gobierno catamarqueño repatrió sus restos, pese a la oposición del Ejecutivo nacional encabezado por Domingo Faustino Sarmiento.
Reconocimientos
Por todos estos motivos debemos rescatar los aspectos más importantes de su legado que nos siguen siendo útiles en las luchas políticas del presente: defender las tradiciones más auténticas de nuestro federalismo, luchar contra el centralismo porteño y levantar como estandarte la unión latinoamericana.
A pesar de que su actuación pública mas notoria se desarrolló apenas en dos años (1867-1868), encontró su lugar entre los caudillos memorables.
Juan Domingo Perón, en oportunidad del acto de devolución de los trofeos de la Guerra del Paraguay en 1954, y recordando los preceptos de Varela dijo:
“Vengo personalmente a cumplir con el sagrado mandato encomendado por el pueblo argentino de hacer entrega de las reliquias que, esperamos, sellen para siempre una inquebrantable hermandad entre nuestros pueblos y nuestros países.”

 Monumento a los caudillos sobre Ruta Nacional 38. La Rioja. Argentina. Foto Roberto Guzmán. 
  
¿Por qué el Quijote de los Andes?
Así lo llamó Rosas, tal vez haciendo referencia a un exceso de romanticismo político que don Juan Manuel despreciaba, tal vez solo por su similitud física al hidalgo Don Quijote de La Mancha.
Si por hidalgo entendemos “de ánimo generoso y noble”, tal vez tenía razón.

Don Quijote
    
Felipe Varela

En agosto de 2007, la legislatura de Catamarca solicitó al gobierno nacional el ascenso post-mortem del Coronel Felipe Varela al grado de General de la Nación, situación que se concretó en junio de 2012.

Bibliografía
ESCOBAR, F. Movilización política en las provincias argentinas del oeste andino y sierras centrales. Resistencia e insurgencia del federalismo proscrito. 1863-1869. Anuario del Centro de Estudios Históricos “Prof. Carlos S. A. Segreti”. Córdoba (Argentina), año 9, n° 9, 2009, pp. 199-217. ISSN 1666-6836.
LACOSTE, P. Las guerras hispanoamericana y de la Triple Alianza, la Revolución de los Colorados y su impacto en las relaciones entre Argentina y Chile. HISTORIA. Vol. 29, 1995-1996: 125-158. Instituto de Historia. Pontificia Universidad Católica de Chile.
JAZZ. 2013. Los exilios de Felipe Varela. 4 junio, 2013. http://loquesomos.org/los-exilios-de-felipe-varela/
O’ DONNELL, M. 2008. Caudillos federales. El grito del interior. Grupo Editorial Norma. Primera Edición. Buenos Aires, 352 p.
REVISIONISTAS. Últimos días de Felipe Varela.  www.revisionistas.com.ar
REVISIONISTAS. Felipe Varela.  www.revisionistas.com.ar

ROSA, J.M. Varela se apodera de Salta. http://www.portaldesalta.gov.ar/varela.htm

ROSA, J.M. 1973. Historia Argentina. Tomo VII. La Oligarquía (1862-1878). Editorial Oriente S.A. Buenos Aires, 381 p.





Anexo 1
Manifiesto de Potosí
¡Viva la Unión Americana! Manifiesto a los pueblos americanos sobre los acontecimientos políticos de la República Argentina en los años 1866 y 1867
El desarrollo de los sucesos políticos de la República Argentina, en los años de 1866 y 67, ha sido objeto de la atención de los demás pueblos americanos, como que ellos envolvían una alta significación para los grandes destinos de la América Unida. (…)

Hay un gran principio social innegable que dice: LA UNIÓN ES LA FUERZA… (…) El Gobierno de Buenos Aires, sin embargo, por miras que se pondrán luego de relieve, negó solapadamente la justicia de esta grande idea, negándose también a tomar parte en la Unión que se consolidaba por medio de un Congreso Americano en Lima, so pretexto de ser inconveniente a los intereses argentinos, comprometidos en una alianza con la corona brasilera. (…)

Ese primer paso de la política de Mitre dio su fruto deseado: la anexión, que no tardará mucho, del Uruguay al Imperio, pues desde entonces le pertenece, y la guerra con el Paraguay, que envuelve por parte de Mitre aspiraciones más crecidas pero aún más criminales.

En efecto, la guerra con el Paraguay era un acontecimiento ya calculado, premeditado por el general Mitre. Cuando los ejércitos imperiales atraídos por él, sin causa alguna justificable, sin pretexto alguno razonable, fueron a dominar la débil República del Uruguay, aliándose con el poder rebelde de Flores en guerra civil abierta con el poder de aquella República, comprendió el gobierno del Paraguay que la independencia uruguaya peligraba de un modo serio, que el derecho del más fuerte era la causa de su muerte, y que por consiguiente las garantías de su propia libertad quedaban a merced del capricho de una potencia más poderosa.

Pesaron estas razones en la conciencia del General Presidente López de la República paraguaya, y buscando una garantía sólida a la conservación de sus propias instituciones, desenvainó su espada para defender al Uruguay de la dominación brasilera a que Mitre lo había entregado.

Fue entonces que aquel gobierno se dirigió al argentino solicitando el paso inocente de sus ejércitos por Misiones, para llevar la guerra que formalmente había declarado el Brasil.

Este paso del presidente López era una gota de rocío derramada sobre el corazón ambicioso de Mitre, porque le enseñaba en perspectiva el camino más corto para hallar una máscara de legalidad con qué disfrazarse, y poder llevar pomposamente una guerra nacional al Paraguay, guerra premeditada, guerra estudiada, guerra ambiciosa de dominio, contraria a los santos principios de la Unión Americana, cuya base fundamental es la conservación incólume de la soberanía de cada República.

El general Mitre, invocando los principios de la más estricta neutralidad, negaba de todo punto al Presidente del Paraguay su solicitud, mientras con la otra mano firmaba el permiso para que el Brasil hiciera su cuartel general en la Provincia Argentina de Corrientes, para llevar el ataque desde allí a las huestes paraguayas.

Esta política injustificable fue conocida ante el parlamento de Londres, por una correspondencia leída en él del ministro inglés en Buenos Aires, a quien Mitre había confiado los secretos de sus grandes crímenes políticos.

Textualmente dice el ministro inglés citado: "Tanto el Presidente Mitre como el Ministro Elizalde, me han declarado varias veces, que aunque por ahora no pensaban en anexar el Paraguay a la República Argentina, no querían contraer sobre esto compromiso alguno con el Brasil, pues cualesquiera que sean al presente sus vistas, las circunstancias podrían cambiarlas en otro sentido".

He aquí cuatro palabras que envuelven en un todo la verdad innegable de que la guerra contra el Paraguay jamás ha sido guerra nacional, desde que, como se ve, no es una mera reparación lo que se busca en ella, sino que, lejos de eso, los destinos de esa desgraciada República están amenazados de ser juguete de las cavilosidades de Mitre.

Esta verdad se confirma con estas otras palabras del mismo Ministro inglés citado: "El Ministro Elizalde me ha dicho que espera vivir lo bastante para ver a Bolivia, el Paraguay y la República Argentina, unidos formando una poderosa República en el continente". (...)

Las provincias argentinas, empero, no han participado jamás de estos sentimientos, por el contrario, esos pueblos han contemplado gimiendo la deserción de un presidente impuesto por las bayonetas, sobre la sangre argentina, de los grandes principios de la Unión Americana, en los que han mirado siempre la salvaguardia de sus derechos y de su libertad, arrebatada en nombre de la justicia y la ley. En el párrafo sexto (de la proclama) hago presente a los argentinos, el monopolio y la absorción de las rentas nacionales por Buenos Aires.

En efecto: la Nación Argentina goza de una renta de diez millones de duros, que producen las provincias con el sudor de su frente. Y sin embargo, desde la época en que el gobierno libre se organizó en el país, Buenos Aires, a título de Capital es la provincia única que ha gozado del enorme producto del país entero, mientras en los demás pueblos, pobres y arruinados, se hacía imposible el buen quicio de las administraciones provinciales, por falta de recursos y por la pequeñez de sus entradas municipales para subvenir los gastos indispensables de su gobierno local.

A la vez, que los pueblos gemían en esta miseria sin poder dar un paso por la vía del progreso, a causa de su propia escasez la orgullosa Buenos Aires botaba ingentes sumas en embellecer sus paseos públicos, en construir teatros, en erigir estatuas y en elementos de puro lujo.

De modo que las provincias eran desgraciados países sirvientes, pueblos tributarios de Buenos Aires, que perdían la nacionalidad de sus derechos, cuando se trataba del tesoro Nacional.

En esta verdad está el origen de la guerra de cincuenta años en que las provincias han estado en lucha abierta con Buenos Aires, dando por resultado esta contienda, la preponderancia despótica del porteño sobre el provinciano, hasta el punto de tratarlo como a un ser de escala inferior y de más limitados derechos.

Buenos Aires es la metrópoli de la República Argentina, como España lo fue de la América. Ser partidario de Buenos Aires, es ser ciudadano amante a su patria, pero ser amigo de la libertad, de las provincias y de que entren en el goce de sus derechos ¡oh! ¡eso es ser traidor a la patria, y es por consiguiente un delito que pone a los ciudadanos fuera de la ley!

He ahí, pues, los tiempos del coloniaje existente en miniatura, en la República, y la guerra de 1810 reproducida en 1866 y 67, entre el pueblo de Buenos Aires (España) y las provincias del Plata (colonias americanas).

Sin embargo, esa guerra eterna dio a fines de 1859 por resultado la victoria de los pueblos argentinos sobre el poder dominante de la Capital.

Sus diez millones de renta estaban, por consiguiente recobrados, pero como no era posible despojar a Buenos Aires de un solo golpe de tan ingente cantidad, arreglada a la cual había creado sus necesidades, pues eso hubiera sido sepultarla en una ruina completa, tuvieron todavía la generosidad los provincianos, de celebrar un pacto, por el cual concedían a Buenos Aires el goce por cinco años más de las entradas locales para llenar su pomposo presupuesto.
Fue entonces que los porteños invocaron la hidalguía del que hoy llaman bárbaro, del presidente actual del Paraguay Mariscal Don Francisco Solano López, para que con su respetabilidad y talento interviniese en el pacto que celebraban las provincias argentinas con Buenos Aires vencida.

El Mariscal López accedió generoso, garantiendo el cumplimiento del tratado por ambas partes con su propio poder. En noviembre de 1865 debían expirar estos tratados, y entrar las provincias en el goce de lo que verdaderamente les pertenece, las entradas nacionales de diez millones que ellas producen.

Cuando el sesenta y cuatro aun no llegaba, cuando Mitre aun no asaltaba la presidencia de la Nación, por un órgano público de Buenos Aires decía el futuro caudillo, sobre el pacto con el Paraguay: "Esos tratados serán despedazados y sus fragmentos arrojados al viento".

Por fin el General Mitre revolucionó a la provincia de Buenos Aires contra las demás provincias argentinas, cuyos dos poderes se batieron en Pavón. La suerte estuvo del lado de aquel porteño malvado que se sentó Presidente sobre un trono de sangre, de cadáveres y de lágrimas argentinas.

Entre tanto los tratados garantidos por el Paraguay vivían, y llegado el término podía esta nación exigir su cumplimiento. He aquí otra de las causas fundamentales de la guerra llevada por Mitre a la República del Paraguay, desarmando así a las provincias del poder aliado que garantía su felicidad, contra la infamia de un usurpador.

Después de este golpe maestro, el General Mitre desfiguró la carta democrática dada por las provincias vencedoras en Caseros, y la desfiguró a su antojo, después de haber jurado con lágrimas en los ojos respetarla, explotando así la generosidad de los pueblos, que entonces pudieron plantar la bandera de la humillación y del dominio en la misma plaza de Buenos Aires.

Esa reforma dio por fruto el regalo eterno de las rentas nacionales a la ciudad bonaerense, el despojo para siempre de la propiedad de los pobres provincianos, y aun algo más, el empeño de las desgraciadas provincias en más de cien millones, para sostener una guerra contra sus intereses, contra su aliado, contra el poder combatido por tener el crimen de haber garantido la paz argentina y la felicidad de todos los pueblos, en noviembre de 1859.

Es por estas incontestables razones que los argentinos de corazón, y sobre todo los que no somos hijos de la Capital, hemos estado siempre del lado del Paraguay en la guerra que, por debilitarnos, por desarmarnos, por arruinarnos, le ha llevado a Mitre a fuerza de intrigas y de infamias contra la voluntad de toda la Nación entera, a excepción de la egoísta Buenos Aires.

Es por esto mismo que es uno de nuestros propósitos manifestado en la invitación citada, la paz y la amistad con el Paraguay. 
FELIPE VARELA
Potosí, enero de 1868.



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