Contar las cosas vividas por Facundo Quiroga (ícono de la “riojaneidad” mas pura), y Gregorio de Lamadrid (representante de la “tucumaneidad” del momento), nos impone un relato complejo, lleno de pequeñas y grandes historias, dentro de la historia misma.
Estos dos provincianos casi
vecinos, sin duda eran “sapos de otros pozos” y sus vidas públicas y privadas
se mezclaron entre batallas “a muerte” y encendidas cartas de reclamo por
cuestiones personales, y con cierta y disimulada admiración.
No resulta sencillo analizar
sus conductas, aguerridas y con cierto compromiso por la consolidación de un
país, pero voy a tratar de hacerlo.
El
inicio de las hostilidades
Lamadrid, con el
grado de Coronel al servicio de Juan Manuel de Rosas, había sido enviado al
norte argentino en 1825 a reclutar tropas para la guerra con Brasil. Tan “federal” era que
durante el camino compuso algunas vidalitas federales:
Perros unitarios,
nada han respetado,
a inmundos franceses
ellos se han ligado. ,
Siguiendo su
espíritu “aventurero y aprovechador”, en cuanto juntó la primera tropa depuso
al gobernador tucumano Javier López y ocupó la gobernación de su provincia
natal. Sus Jefes en Buenos Aires, particularmente el General Las Heras,
comenzaron a preocuparse por este tucumano díscolo.
No conforme con
esto, y como si no tuviera nada que hacer, poco después tomó parte en una
pequeña guerra civil local en la vecina provincia de Catamarca, asegurando el triunfo para el contendiente del partido unitario.
Lo que Lamadrid no
sabía es que poco tiempo antes, el conflicto interno catamarqueño había sido pacificado gracias a la
intervención de Facundo Quiroga, quien era garante de un arreglo entre las
partes.
La intervención de
Lamadrid violó ese arreglo, y Quiroga buscó recomponer el equilibrio en la vida
política de Catamarca, interviniendo también en la guerra civil. Tras varias
idas y vueltas de ambos vecinos, Quiroga logró el triunfo para el candidato
federal y, para evitar nuevas intromisiones, invadió Tucumán para derrotar al
ejército de Lamadrid.
Estos
comienzan a entrecruzarse en octubre de 1826.
Lamadrid contaba con 31 años y Quiroga era ya un veterano de 48.
Apenas Quiroga ingresó a la provincia de Tucumán,
Lamadrid le salió al encuentro con sus tropas, en el paraje de El Tala, al sur
de la provincia de Tucumán. El encuentro
pareció comenzar con una rápida victoria del tucumano, pero una veloz
recuperación de Quiroga desorientó a los hombres de Lamadrid.
La táctica de Quiroga (que usó en todas sus
batallas), consistía en simular una carga, retirarse, dejarse perseguir en
aparente derrota y volver con todo impulso mientras la reserva cargaba por
retaguardia.
Aquí
ocurrió una de esas escenas de película en la vida de Lamadrid: se le vino
encima un pelotón de quince montoneros riojanos a los que decidió enfrentar
solo. Terminó con el tabique nasal roto, varias costillas quebradas,
una oreja cortada, una herida punzante en el estómago y un tiro de gracia en la
cabeza. La pérdida de la mitad de una oreja sería una
característica que haría inconfundible la figura del jefe unitario en el
futuro.
Sacando
fuerzas de vaya a saber dónde, el malherido logró arrastrarse muchos metros
hasta un rancho y sobrevivir. Logró esconderse y refugiarse
en Tucumán algunas semanas más tarde, donde reasumió el gobierno y se preparó
para la revancha.
En
ese momento a uno de sus atacantes le entró la duda de si no habían matado nada
menos que a Lamadrid, pero eso era imposible. Quiroga
ordenó que buscasen el cadáver para rendirle “honores a su bravura”, pero ya no estaba.
Sus propias tropas, creyéndolo muerto huyeron. El
Tala fue una derrota tremenda, pero también la partida de nacimiento de la
leyenda de “Lamadrid el inmortal”.
Quiroga, creyendo
muerto a Lamadrid, se marchó a Cuyo, donde aseguró el triunfo del partido federal. Mientras tanto, el
herido gobernador tucumano recibió apoyos desde Buenos Aires, donde el
presidente Rivadavia lo instaba a
derrocar a los gobiernos provinciales opuestos a su mando. Lamadrid alcanzó a
invadir, ya por tercera vez, la provincia de Catamarca, donde volvió a reponer al gobernador unitario.
En
diciembre ya había recuperado no sólo la salud sino el mando de su provincia y
las ganas de revancha frente a Quiroga. Desde Bolivia llegaba un cuerpo de
“llaneros” venezolanos al mando del Coronel Domingo López Matute. Este grupo de
mercenarios, famosos por su ferocidad implacable para la guerra, se ofrecía “al
mejor postor” con tal que le dejase en libertad para saquear y hacer toda clase
de tropelías. Formaron luego parte de las fuerzas de Lamadrid.
Nueve meses
después, en julio de 1827 Facundo
Quiroga regresó a enfrentarlo, apoyado por el gobernador de Santiago del
Estero, Juan Felipe Ibarra. Avanzó hasta las cercanías de la capital tucumana y lo atacó en el Rincón del Manantial o Rincón de Valladares
con la misma táctica de siempre, que Lamadrid nunca aprendió.
Las bajas fueron
muy importantes en ambos bandos, y aumentaron cuando, días más tarde, Quiroga
hizo fusilar a varios oficiales prisioneros, particularmente de los “llaneros”
venezolanos.
La victoria fue de
Quiroga, que obligó a Lamadrid a renunciar, dejando el gobierno de la provincia
de Tucumán en manos del partido federal.
Lamadrid huyó a la provincia de Salta, donde pidió apoyo al Gobernador Gorriti, pero este se negó a auxiliarlo, y debió exiliarse en Bolivia. Quiroga, por su parte, aseguró el dominio de la provincia de Tucumán por el más prestigioso
de los políticos federales de esa provincia, Nicolás Laguna, hijo de Francisca Bazán, (conocida por ceder en 1816 su casa para albergar al
histórico Congreso de Tucumán).
El gobierno de
Laguna fue ordenado, respetuoso de las leyes y falto de fondos. Debió disolver
la legislatura unitaria y reunir otra, medianamente federal. Por muchos
meses negó a Lamadrid el pedido de regresar a Tucumán. Cuando finalmente se lo
permitió, éste, siguiendo siempre su conducta confusa, le pagó dirigiendo una
revolución en su contra.
Aunque logró
derrotarla, Laguna renunció el 20 de febrero de 1828. El gobierno volvió a los unitarios, y pronto a Javier López.
En
mayo de 1830 el Gobernador López, a
través de su delegado en Buenos Aires pidió que se le entregue al “famoso criminal Juan Facundo
Quiroga para ser juzgado por un tribunal nacional que se nombraría al efecto”.
Cuando Quiroga
se entera, y sabiendo que Lamadrid estaba detrás de esto, dio rienda suelta a
su enojo, recordando que poco tiempo atrás, durante el tiempo que Lamadrid tenía su comandancia militar en La Rioja
y San Juan, no solo dio carta blanca a sus subordinados para actuar “con
rigor”, sino que había insultado a su esposa, había engrillado a su anciana
madre, y se había quedado con unas cuantas onzas de oro que Facundo tenía en su
casa particular.
Lamadrid, el
simulador
El
30 de junio de 1830 Lamadrid le escribía a don Ignacio Videla (Gobernador de
San Luis), dando cuenta de las providencias que acababa de tomar en La Rioja:
“...espero
que dé usted orden a los oficiales que mandan sus fuerzas en persecución de esa
chusma, que quemen en una hoguera, si es posible, a todo montonero que agarren.
A Quiroga se le han pedido doce mil pesos y seis mil a Bustos, con plazo de
tres días que vencen mañana.
A
mi retiro de la Rioja deben ir los presos conmigo: yo los pondré donde no
puedan dañar. El pueblo está empeñado que reclame la persona de Echegaray, la
cual hago de oficio. A estas cabezas es preciso acabarlas, si queremos que haya
tranquilidad duradera.
Espero
pues que usted lo tomará bien asegurado el cargo de un oficial y cuatro hombres
de confianza, con orden de que en cualquier caso de peligro de fugarse, habrá
llegado su deber dando cuenta de su muerte”
El
19 de septiembre del mismo año Lamadrid le escribe a Juan Pablo Carballo
pidiéndole que realice allanamientos en
la casa de la suegra y la madre de Quiroga:
“Acabo
de saber por uno de los prisioneros de Quiroga, que en la casa de la suegra o
en la de la madre de aquel, es efectivo el gran “tapado” (bolsos ocultos), de
onzas que hay en los tirantes, más no está como me dijeron al principio, sino
metido en una caladura que tienen los tirantes en el centro, por la parte de
arriba y después ensamblados de un modo que no se conoce.
Es
preciso que en el momento haga usted en persona el reconocimiento, subiéndose
usted mismo, y con un hacha los cale usted en toda su extensión de arriba, para
ver si da con la huaca (tesoro escondido), ésa que es considerable.
Reservado: Si da usted con ello es
preciso que no diga el número de onzas que son, y si lo dice al darme el parte,
que sea después de haberme separado unas trescientas o más onzas. Después de
tanto fregarse por la patria, no es regular ser zonzo cuando se encuentra
ocasión de tocar una parte sin perjuicio de tercero, y cuando yo soy el
descubridor y cuanto tengo es para servir a todo el mundo...”
Es
notable ver como este “patriota” se creía en el derecho de no ser zonzo y robar
“por la patria” y “sin perjuicio de tercero”. Tampoco no tenía problemas en
dejarlo confesado por escrito demostrando una vez mas su torpeza.
La persecución de Lamadrid no para allí. Es la mismísima
esposa de Quiroga quien se queja al General Paz de los malos tratos que recibe.
Este le responde, el 10 de enero de 1831, que ha de intervenir en su defensa. Y es el mismo General Paz quien ha de referirse al asunto de
los “tapados” poniendo al descubierto la impudicia del jefe unitario.
Lamadrid ha descubierto más de noventa mil pesos fuertes en
los “tapados” de
Quiroga, pero ha entregado nada más que treinta y dos mil.
Quiroga apresa un tiempo mas tarde a Carballo y encuentra
esta carta. Muchos años después una de sus hijas se le entrega a Adolfo Saldías
(uno de los “padres” del revisionismo histórico).
El fin de las hostilidades
Lamadrid
pretendió controlar también Catamarca, pero ésta cayó en manos de Quiroga, y la
provincia de Salta le mandó muy poca ayuda. El gobernador de Tucumán (el mismo
Javier López a quien él había derrocado seis años antes), licenció a sus
tropas, y en esas condiciones se presentó a dar batalla a Quiroga en La Ciudadela (una fortifiación que
algunos años antes había hecho construir San Martín), un año después, en noviembre de 1831.
Quiroga sabía
que en las filas unitarias estaban varios experimentados veteranos de sus
batallas perdidas en San Roque, La Tablada y Oncativo: Pedernera, Barcala,
Arengreen, Videla, Castillo, Balmaceda y otros. Las fuerzas era similares en
número: 3.000 de cada parte.
Lamadrid no tiene demasiado ascendiente en su tropa, mientras
que en las tropas federales se encuentra encarnado el espíritu de Quiroga, que
arrastra a su gente a pelear. Quiroga se ubica convenientemente. Para
neutralizar la artillería unitaria lanza a Vargas sobre la infantería de
Barcala. Luego ordena a Ibarra y Reinafe que lo sigan con sus divisiones, y se
larga en persona sobre el enemigo, y al cabo de dos horas queda en triunfo
completo, pero con un alto precio por las bajas.
Cuando se encuentra dueño del campo, recibe a una comisión de
vecinos que va a pedirle clemencia. Facundo les muestra a los jefes que tanto
lo combatieron y a los prisioneros cuya vida respetaba, no obstante lo cual
hace fusilar a varios enemigos en represalia por el asesinato del general
Villafañe y por el trato dado a su madre anteriormente.
Lamadrid una vez finalizada la lucha, desaparece del campo de batalla,
sin que pueda averiguarse su paradero.
En
la posta de Ticucho (al norte de Tucumán), Lamadrid se enfurece al ver que las
esposas de José Frías y Javier López, al huir al exilio, no
han traído a su esposa Luisa y los chicos en la carreta. Luego se supo que Lamadrid partió solo
para su exilio en Bolivia.
Con este acto terminó la guerra civil iniciada en 1828.
El intercambio de correspondencia
Quiroga no se olvida del allanamiento a su casa y el robo de su dinero, y una
semana después de la batalla manda a buscar a la esposa de Lamadrid (que aún se
encuentra en Tucumán), para preguntarle el paradero de los 93.000 pesos fuertes
tomados de su casa en La Rioja.
Su ayudante principal, el coronel Ruiz Huidobro, lleva a su
presencia a la esposa del jefe vencido, quien pone en manos de Quiroga una
carta del General Lamadrid, en la que este, después de aclarar que sus luchas
no han tenido por objetivo sino “el bien de la patria”, le manifiesta que ha
resuelto retirarse del territorio de la República, a continuación de lo cual
agrega:
“General, no habiendo en mi vida otro interés que servir a
mi patria (omitía el interés por las onzas de oro de
Quiroga), hice por ella cuanto
juzgué conveniente a su salvación y a mi honor, hasta la una de la tarde del
día 4 en que la cobardía de mi caballería y el arrojo de usted destruyeron la
brillante infantería que estaba a mis órdenes. (en la mayoría de los partes de guerra Lamadrid le atribuía la culpa a
los otros, y no a su propia impericia).
Desde
ese momento en que usted quedó dueño del campo y de la suerte de la República,
como de mi familia, envainé mi espada para no sacarla más en esta desastrosa
guerra civil, pues todo esfuerzo en adelante sería más que temerario, criminal.
En
esta firme resolución me retiro del territorio de la República, íntimamente
persuadido que la que la generosidad de un guerrero valiente como usted sabrá
dispensar todas las consideraciones que se merece la familia de un soldado que
nada ha reservado (salvo las onzas “de terceros”), en servicio de su patria y que le
ha dado algunas glorias.
He
sabido que mi señora fue conducida al Cabildo y separada de mis hijos, pero no
puedo persuadirme de que su magnanimidad lo consienta, no habiéndose extendido
la guerra jamás por nuestra parte a las familias.
Recuerde
usted, general, que a mi entrada e San Juan yo no tomé providencia alguna
contra su señora. Ruego a usted, general, no quiera marchitar las glorias de
que está usted cubierto conservando en prisión a una señora digna de compasión,
y que servirá usted concederle el pasaporte para que marche a mi alcance...”
Es
notable que, derrotado, hablara en esos términos, quien antes maltrató a la
madre y esposa de Quiroga, le robo unas onzas de oro, y ordenaba “que quemen en una hoguera, si es
posible, a todo montonero que agarren”
A la vista de aquella carta, Facundo se enfurece cuando
Lamadrid intenta darle lecciones de moral. Cuando logra calmarse ordena que
hagan pasar a la esposa de Lamadrid. No puede negar haberla mandado detener,
puesto que la señora está aún bajo arresto, pero procura disimular su abuso
dando algunas explicaciones.
Cuando la interroga la mujer niega estar al corriente de las
cuestiones del marido y enojado grita:
- ¡Comandante Huidobro! ¡Un salvoconducto para la señora!
Después se dirige a la prisionera:
- ¿Necesita algo? ¿Mi carruaje? ¿Mi escolta? ¿Alguna otra
cosa?
La señora de Lamadrid agradece los ofrecimientos, sin
aceptarlos, y sale altivamente. Facundo vuelve a encolerizarse (… no le cuesta
mucho), porque la altivez de los demás, en última instancia, lo ofende. Llama a
un amanuense y le dicta una carta para Lamadrid.
Cuando aquél ha terminado, lee la carta, hace un gesto de
fastidio, la estruja y empieza a escribir otra, de su puño y letra. Un borrador
que, 130 años después, aparece entre los papeles de su archivo:
"Tucumán, noviembre 21 de 1831.
Señor general D. Gregorío A. de Lamadrid.
Señor de mi atención.
Hace algún tiempo que me hallaba decidido a no contestar a
usted ninguna comunicación, pero hoy me veo precisado a hacerlo, por la que me
ha dirigido solicitando el pasaporte para su señora".
"General, usted dice que ha respetado las familias, sin
recordar acaso de la pesada cadena que hizo arrastrar a mi anciana madre, y de
que mi familia, por mucha gracia, fue desterrada a la República de Chile, como
el único medio de evitar el que fuese a La Rioja, donde usted la reclamaba para
mortificarla; mas yo me desentiendo de eso y no he trepidado un momento en
acceder a su solicitud; y esto no por la protesta que usted hace, sino porque
no parece justo afligir al inocente.
Es verdad que habiendo tenido aviso que su señora se hallaba
en este pueblo, ordené fuese puesta en seguridad, y tan luego como mis
obligaciones me permitieron averiguarle si sabía dónde había dejado usted el
dinero que me extrajo; habiéndome contestado que nada sabía, fue puesta en
libertad, sin que haya sufrido más tiempo que seis días."
"Usted sabe muy bien que tengo sobrada razón para no dar
crédito a su palabra, pues tengo muy presentes las protestas que me hizo en el
año veintisiete para que le allanase el camino y poder regresar al seno de su
familia; lo hizo y no me pesa, aun cuando usted se haya portado del modo más
perverso; que usted me hiciese la guerra y procurase mi exterminio, nada tenía
de extraño, puesto que estábamos divididos en opinión, pero que usted me
insultase fingiendo comunicaciones, son acciones propias de un alma baja."
"General, si mi familia no hubiese sido desterrada, y si
mi madre anciana no hubiese sido atormentada con una cadena, ya ustedes a esta
fecha hubieran realizado el fin que se han propuesto, y que hoy miran muy
distante; digo esto, porque yo pensaba no tomar parte en la guerra, después que
fui batido; pero me ha podido decidir en abrazarla con más ardor la injusticia
hecha a mi familia."
"No creo que su señora, por sí sola, sea capaz de
proporcionarse la seguridad necesaria en su tránsito, y es por eso que yo se la
proporcionaré hasta alguna distancia considerable, y si no lo hago hasta el
punto en que usted se halla, es porque temo que los individuos que le dé para
su compañía, corran la suerte de Melián, conductor de los pliegos que dirigí al
señor General Alvarado."
“General, hay algo más.
Hallándose una noche en Buenos Aires varios generales reunidos, y entre ellos
Juan Manuel de Rosas, en casa de don Braulio Costa, en la cual yo paraba, uno
de ellos dijo que Vd. no había prestado jamás un servicio a la patria, y no
pudiendo mi alma sufrir tal injusticia, les dije:
-
¿Cuál de Vds. fue el terror y espanto (en Bolivia) de los
enemigos de nuestra independencia? ¿No fue el mismo que dicen Vds. no haber
prestado un servicio a la patria? Dígase que ahora anda errante, que ha
abrazado mala causa y que obra como el mayor de los malvados, pero no se le
niegue que prestó servicios muy importantes en la guerra de nuestra
independencia, ¡como ninguno de Vds. lo ha hecho! ¡Todos callaron y ninguno
halló que contestarme”.
"Adiós, general, hasta aquí a unos días, en que nos
veremos, aunque sea desde alguna distancia”. Juan Facundo Quiroga".
El gesto que tuvo Quiroga fue siempre
tenido en cuenta por el general Lamadrid quien, al enterarse que Quiroga había
permitido el viaje de su familia protegida le contestó:
"...Usted general podrá ser mi enemigo cuanto quiera,
pero el paso que ha dado de mandarme a mi familia, la cual espero con ansias,
no podré olvidarlo jamás".
En
tierra altoperuana (hoy Bolivia), cerca de Mojos, Luisa Díaz Vélez recién se
encontrará con su esposo, a quien perderá de vista muchas veces más por sus
exilios y compromisos políticos.
Epílogo
Estos personajes
de nuestra historia no pueden ser sacados del contexto de la época.
Lamadrid, valeroso
soldado en las guerras de la Independencia, un unitario “de ida y vuelta”, tuvo
su etapa federal (al punto que 3 de sus 13 hijos fueron apadrinados por Rosas,
su esposa y Dorrego), pero terminó combatiendo a Rosas desde su exilio en Montevideo.
Su vida militar estuvo llena de “gloria” personal
(aunque solo triunfó en combates menores o como oficial subalterno), e
infortunio familiar. Muere a los 61 años, en 1857.
Quiroga,
un federal “del interior”, pasa por su etapa de “aporteñamiento”, situación que
lo separa del pensamiento político de su fiel Chacho Peñaloza.
Pasó por Buenos Aires donde desempeñó un
papel relevante. Era partidario de una rápida organización nacional, pero otros
caudillos (especialmente Rosas), no estaban de acuerdo, ya que sostenían que
aún debía esperarse a que maduren las condiciones. Muere asesinado a los 46 años, en 1835, en una situación
confusa donde, al decir de algunos, Rosas fue el inspirador.
Tienen
en común haber sido soldados temerarios,
valerosos, e inquietos. Ganadores y perdedores en duras batallas, vivieron gran
parte de su vida destacándose como jefes tenaces y feroces muy reconocidos por
sus tropas.
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