martes, 18 de abril de 2017

Quiroga y Lamadrid. Una vida de desencuentros


Contar las cosas vividas por Facundo Quiroga (ícono de la “riojaneidad” mas pura), y Gregorio de Lamadrid (representante de la “tucumaneidad” del momento), nos impone un relato complejo, lleno de pequeñas y grandes historias, dentro de la historia misma.

Estos dos provincianos casi vecinos, sin duda eran “sapos de otros pozos” y sus vidas públicas y privadas se mezclaron entre batallas “a muerte” y encendidas cartas de reclamo por cuestiones personales, y con cierta y disimulada admiración.


No resulta sencillo analizar sus conductas, aguerridas y con cierto compromiso por la consolidación de un país, pero voy a tratar de hacerlo.











El inicio de las hostilidades
Lamadrid, con el grado de Coronel al servicio de Juan Manuel de Rosas, había sido enviado al norte argentino en 1825 a reclutar tropas para la guerra con Brasil. Tan “federal” era que durante el camino compuso algunas vidalitas federales:
Perros unitarios,
nada han respetado,
a inmundos franceses
ellos se han ligado. ,
Siguiendo su espíritu “aventurero y aprovechador”, en cuanto juntó la primera tropa depuso al gobernador tucumano Javier López y ocupó la gobernación de su provincia natal. Sus Jefes en Buenos Aires, particularmente el General Las Heras, comenzaron a preocuparse por este tucumano díscolo.
No conforme con esto, y como si no tuviera nada que hacer, poco después tomó parte en una pequeña guerra civil local en la vecina provincia de Catamarca, asegurando el triunfo para el contendiente del partido unitario.
Lo que Lamadrid no sabía es que poco tiempo antes, el conflicto interno catamarqueño  había sido pacificado gracias a la intervención de Facundo Quiroga, quien era garante de un arreglo entre las partes.
La intervención de Lamadrid violó ese arreglo, y Quiroga buscó recomponer el equilibrio en la vida política de Catamarca, interviniendo también en la guerra civil. Tras varias idas y vueltas de ambos vecinos, Quiroga logró el triunfo para el candidato federal y, para evitar nuevas intromisiones, invadió Tucumán para derrotar al ejército de Lamadrid.
Estos comienzan a entrecruzarse en octubre de 1826. Lamadrid contaba con 31 años y Quiroga era ya un veterano de 48.

Apenas Quiroga ingresó a la provincia de Tucumán, Lamadrid le salió al encuentro con sus tropas, en el paraje de El Tala, al sur de la provincia de Tucumán. El encuentro pareció comenzar con una rápida victoria del tucumano, pero una veloz recuperación de Quiroga desorientó a los hombres de Lamadrid. 
La táctica de Quiroga (que usó en todas sus batallas), consistía en simular una carga, retirarse, dejarse perseguir en aparente derrota y volver con todo impulso mientras la reserva cargaba por retaguardia.
Aquí ocurrió una de esas escenas de película en la vida de Lamadrid: se le vino encima un pelotón de quince montoneros riojanos a los que decidió enfrentar solo. Terminó con  el tabique nasal roto, varias costillas quebradas, una oreja cortada, una herida punzante en el estómago y un tiro de gracia en la cabeza.  La pérdida de la mitad de una oreja sería una característica que haría inconfundible la figura del jefe unitario en el futuro.
Sacando fuerzas de vaya a saber dónde, el malherido logró arrastrarse muchos metros hasta un rancho y sobrevivir. Logró esconderse y refugiarse en Tucumán algunas semanas más tarde, donde reasumió el gobierno y se preparó para la revancha. 
En ese momento a uno de sus atacantes le entró la duda de si no habían matado nada menos que a Lamadrid, pero eso era imposible. Quiroga ordenó que buscasen el cadáver para rendirle “honores a su bravura”, pero ya no estaba. Sus propias tropas, creyéndolo muerto huyeron. El Tala fue una derrota tremenda, pero también la partida de nacimiento de la leyenda de “Lamadrid el inmortal”.
Quiroga, creyendo muerto a Lamadrid, se marchó a Cuyo, donde aseguró el triunfo del partido federal. Mientras tanto, el herido gobernador tucumano recibió apoyos desde Buenos Aires, donde el presidente Rivadavia lo instaba a derrocar a los gobiernos provinciales opuestos a su mando. Lamadrid alcanzó a invadir, ya por tercera vez, la provincia de Catamarca, donde volvió a reponer al gobernador unitario.
En diciembre ya había recuperado no sólo la salud sino el mando de su provincia y las ganas de revancha frente a Quiroga. Desde Bolivia llegaba un cuerpo de “llaneros” venezolanos al mando del Coronel Domingo López Matute. Este grupo de mercenarios, famosos por su ferocidad implacable para la guerra, se ofrecía “al mejor postor” con tal que le dejase en libertad para saquear y hacer toda clase de tropelías. Formaron luego parte de las fuerzas de Lamadrid.
Nueve meses después, en julio de 1827 Facundo Quiroga regresó a enfrentarlo, apoyado por el gobernador de Santiago del Estero, Juan Felipe Ibarra. Avanzó hasta las cercanías de la capital tucumana y lo atacó en el Rincón del Manantial o Rincón de Valladares con la misma táctica de siempre, que Lamadrid nunca aprendió.
Las bajas fueron muy importantes en ambos bandos, y aumentaron cuando, días más tarde, Quiroga hizo fusilar a varios oficiales prisioneros, particularmente de los “llaneros” venezolanos.
La victoria fue de Quiroga, que obligó a Lamadrid a renunciar, dejando el gobierno de la provincia de Tucumán en manos del partido federal.
Lamadrid huyó a la provincia de Salta, donde pidió apoyo al Gobernador Gorriti, pero este se negó a auxiliarlo, y debió exiliarse en Bolivia. Quiroga, por su parte, aseguró el dominio de la provincia de Tucumán por el más prestigioso de los políticos federales de esa provincia, Nicolás Laguna, hijo de Francisca Bazán, (conocida por ceder en 1816 su casa para albergar al histórico Congreso de Tucumán).
El gobierno de Laguna fue ordenado, respetuoso de las leyes y falto de fondos. Debió disolver la legislatura unitaria y reunir otra, medianamente federal. Por muchos meses negó a Lamadrid el pedido de regresar a Tucumán. Cuando finalmente se lo permitió, éste, siguiendo siempre su conducta confusa, le pagó dirigiendo una revolución en su contra.
Aunque logró derrotarla, Laguna renunció el 20 de febrero de 1828. El gobierno volvió a los unitarios, y pronto a Javier López.
En mayo de 1830 el Gobernador López, a través de su delegado en Buenos Aires pidió que se le entregue al “famoso criminal Juan Facundo Quiroga para ser juzgado por un tribunal nacional que se nombraría al efecto”. 

Cuando Quiroga se entera, y sabiendo que Lamadrid estaba detrás de esto, dio rienda suelta a su enojo, recordando que poco tiempo atrás, durante el tiempo que Lamadrid tenía su comandancia militar en La Rioja y San Juan, no solo dio carta blanca a sus subordinados para actuar “con rigor”, sino que había insultado a su esposa, había engrillado a su anciana madre, y se había quedado con unas cuantas onzas de oro que Facundo tenía en su casa particular.

Lamadrid, el simulador
El 30 de junio de 1830 Lamadrid le escribía a don Ignacio Videla (Gobernador de San Luis), dando cuenta de las providencias que acababa de tomar en La Rioja:

“...espero que dé usted orden a los oficiales que mandan sus fuerzas en persecución de esa chusma, que quemen en una hoguera, si es posible, a todo montonero que agarren. A Quiroga se le han pedido doce mil pesos y seis mil a Bustos, con plazo de tres días que vencen mañana.

A mi retiro de la Rioja deben ir los presos conmigo: yo los pondré donde no puedan dañar. El pueblo está empeñado que reclame la persona de Echegaray, la cual hago de oficio. A estas cabezas es preciso acabarlas, si queremos que haya tranquilidad duradera.
Espero pues que usted lo tomará bien asegurado el cargo de un oficial y cuatro hombres de confianza, con orden de que en cualquier caso de peligro de fugarse, habrá llegado su deber dando cuenta de su muerte”
El 19 de septiembre del mismo año Lamadrid le escribe a Juan Pablo Carballo pidiéndole que realice allanamientos en  la casa de la suegra y la madre de Quiroga:
“Acabo de saber por uno de los prisioneros de Quiroga, que en la casa de la suegra o en la de la madre de aquel, es efectivo el gran “tapado” (bolsos ocultos), de onzas que hay en los tirantes, más no está como me dijeron al principio, sino metido en una caladura que tienen los tirantes en el centro, por la parte de arriba y después ensamblados de un modo que no se conoce.
Es preciso que en el momento haga usted en persona el reconocimiento, subiéndose usted mismo, y con un hacha los cale usted en toda su extensión de arriba, para ver si da con la huaca (tesoro escondido), ésa que es considerable. 

Reservado: Si da usted con ello es preciso que no diga el número de onzas que son, y si lo dice al darme el parte, que sea después de haberme separado unas trescientas o más onzas. Después de tanto fregarse por la patria, no es regular ser zonzo cuando se encuentra ocasión de tocar una parte sin perjuicio de tercero, y cuando yo soy el descubridor y cuanto tengo es para servir a todo el mundo...” 

Es notable ver como este “patriota” se creía en el derecho de no ser zonzo y robar “por la patria” y “sin perjuicio de tercero”. Tampoco no tenía problemas en dejarlo confesado por escrito demostrando una vez mas su torpeza.

La persecución de Lamadrid no para allí. Es la mismísima esposa de Quiroga quien se queja al General Paz de los malos tratos que recibe. Este le responde, el 10 de enero de 1831, que ha de intervenir en su defensa. Y es el mismo General Paz quien ha de referirse al asunto de los “tapados” poniendo al descubierto la impudicia del jefe unitario.

Lamadrid ha descubierto más de noventa mil pesos fuertes en los “tapados” de 
Quiroga, pero ha entregado nada más que treinta y dos mil.

Quiroga apresa un tiempo mas tarde a Carballo y encuentra esta carta. Muchos años después una de sus hijas se le entrega a Adolfo Saldías (uno de los “padres” del revisionismo histórico).

El fin de las hostilidades
Lamadrid pretendió controlar también Catamarca, pero ésta cayó en manos de Quiroga, y la provincia de Salta le mandó muy poca ayuda. El gobernador de Tucumán (el mismo Javier López a quien él había derrocado seis años antes), licenció a sus tropas, y en esas condiciones se presentó a dar batalla a Quiroga en La Ciudadela (una fortifiación que algunos años antes había hecho construir San Martín), un año después, en noviembre de 1831.
Quiroga sabía que en las filas unitarias estaban varios experimentados veteranos de sus batallas perdidas en San Roque, La Tablada y Oncativo: Pedernera, Barcala, Arengreen, Videla, Castillo, Balmaceda y otros. Las fuerzas era similares en número: 3.000 de cada parte.
Lamadrid no tiene demasiado ascendiente en su tropa, mientras que en las tropas federales se encuentra encarnado el espíritu de Quiroga, que arrastra a su gente a pelear. Quiroga se ubica convenientemente. Para neutralizar la artillería unitaria lanza a Vargas sobre la infantería de Barcala. Luego ordena a Ibarra y Reinafe que lo sigan con sus divisiones, y se larga en persona sobre el enemigo, y al cabo de dos horas queda en triunfo completo, pero con un alto precio por las bajas.

Cuando se encuentra dueño del campo, recibe a una comisión de vecinos que va a pedirle clemencia. Facundo les muestra a los jefes que tanto lo combatieron y a los prisioneros cuya vida respetaba, no obstante lo cual hace fusilar a varios enemigos en represalia por el asesinato del general Villafañe y por el trato dado a su madre anteriormente.
Lamadrid una vez finalizada la lucha, desaparece del campo de batalla, sin que pueda averiguarse su paradero.
En la posta de Ticucho (al norte de Tucumán), Lamadrid se enfurece al ver que las esposas de José Frías y Javier López, al huir al exilio, no han traído a su esposa Luisa y los chicos en la carreta. Luego se supo que Lamadrid partió solo para su exilio en Bolivia.
Con este acto terminó la guerra civil iniciada en 1828.
El intercambio de correspondencia
Quiroga no se olvida del allanamiento  a su casa y el robo de su dinero, y una semana después de la batalla manda a buscar a la esposa de Lamadrid (que aún se encuentra en Tucumán), para preguntarle el paradero de los 93.000 pesos fuertes tomados de su casa en La Rioja.

Su ayudante principal, el coronel Ruiz Huidobro, lleva a su presencia a la esposa del jefe vencido, quien pone en manos de Quiroga una carta del General Lamadrid, en la que este, después de aclarar que sus luchas no han tenido por objetivo sino “el bien de la patria”, le manifiesta que ha resuelto retirarse del territorio de la República, a continuación de lo cual agrega:

“General, no habiendo en mi vida otro interés que servir a mi patria (omitía el interés por las onzas de oro de Quiroga), hice por ella cuanto juzgué conveniente a su salvación y a mi honor, hasta la una de la tarde del día 4 en que la cobardía de mi caballería y el arrojo de usted destruyeron la brillante infantería que estaba a mis órdenes. (en la mayoría de los partes de guerra Lamadrid le atribuía la culpa a los otros, y no a su propia impericia).

Desde ese momento en que usted quedó dueño del campo y de la suerte de la República, como de mi familia, envainé mi espada para no sacarla más en esta desastrosa guerra civil, pues todo esfuerzo en adelante sería más que temerario, criminal.

En esta firme resolución me retiro del territorio de la República, íntimamente persuadido que la que la generosidad de un guerrero valiente como usted sabrá dispensar todas las consideraciones que se merece la familia de un soldado que nada ha reservado (salvo las onzas “de terceros”), en servicio de su patria y que le ha dado algunas glorias.

He sabido que mi señora fue conducida al Cabildo y separada de mis hijos, pero no puedo persuadirme de que su magnanimidad lo consienta, no habiéndose extendido la guerra jamás por nuestra parte a las familias.
Recuerde usted, general, que a mi entrada e San Juan yo no tomé providencia alguna contra su señora. Ruego a usted, general, no quiera marchitar las glorias de que está usted cubierto conservando en prisión a una señora digna de compasión, y que servirá usted concederle el pasaporte para que marche a mi alcance...”

Es notable que, derrotado, hablara en esos términos, quien antes maltrató a la madre y esposa de Quiroga, le robo unas onzas de oro, y ordenaba “que quemen en una hoguera, si es posible, a todo montonero que agarren”

A la vista de aquella carta, Facundo se enfurece cuando Lamadrid intenta darle lecciones de moral. Cuando logra calmarse ordena que hagan pasar a la esposa de Lamadrid. No puede negar haberla mandado detener, puesto que la señora está aún bajo arresto, pero procura disimular su abuso dando algunas explicaciones.

Cuando la interroga la mujer niega estar al corriente de las cuestiones del marido y enojado grita:
- ¡Comandante Huidobro! ¡Un salvoconducto para la señora!
Después se dirige a la prisionera:
- ¿Necesita algo? ¿Mi carruaje? ¿Mi escolta? ¿Alguna otra cosa?

La señora de Lamadrid agradece los ofrecimientos, sin aceptarlos, y sale altivamente. Facundo vuelve a encolerizarse (… no le cuesta mucho), porque la altivez de los demás, en última instancia, lo ofende. Llama a un amanuense y le dicta una carta para Lamadrid.

Cuando aquél ha terminado, lee la carta, hace un gesto de fastidio, la estruja y empieza a escribir otra, de su puño y letra. Un borrador que, 130 años después, aparece entre los papeles de su archivo: 

"Tucumán, noviembre 21 de 1831. 
Señor general D. Gregorío A. de Lamadrid.
Señor de mi atención. 

Hace algún tiempo que me hallaba decidido a no contestar a usted ninguna comunicación, pero hoy me veo precisado a hacerlo, por la que me ha dirigido solicitando el pasaporte para su señora".

"General, usted dice que ha respetado las familias, sin recordar acaso de la pesada cadena que hizo arrastrar a mi anciana madre, y de que mi familia, por mucha gracia, fue desterrada a la República de Chile, como el único medio de evitar el que fuese a La Rioja, donde usted la reclamaba para mortificarla; mas yo me desentiendo de eso y no he trepidado un momento en acceder a su solicitud; y esto no por la protesta que usted hace, sino porque no parece justo afligir al inocente.

Es verdad que habiendo tenido aviso que su señora se hallaba en este pueblo, ordené fuese puesta en seguridad, y tan luego como mis obligaciones me permitieron averiguarle si sabía dónde había dejado usted el dinero que me extrajo; habiéndome contestado que nada sabía, fue puesta en libertad, sin que haya sufrido más tiempo que seis días."

"Usted sabe muy bien que tengo sobrada razón para no dar crédito a su palabra, pues tengo muy presentes las protestas que me hizo en el año veintisiete para que le allanase el camino y poder regresar al seno de su familia; lo hizo y no me pesa, aun cuando usted se haya portado del modo más perverso; que usted me hiciese la guerra y procurase mi exterminio, nada tenía de extraño, puesto que estábamos divididos en opinión, pero que usted me insultase fingiendo comunicaciones, son acciones propias de un alma baja."

"General, si mi familia no hubiese sido desterrada, y si mi madre anciana no hubiese sido atormentada con una cadena, ya ustedes a esta fecha hubieran realizado el fin que se han propuesto, y que hoy miran muy distante; digo esto, porque yo pensaba no tomar parte en la guerra, después que fui batido; pero me ha podido decidir en abrazarla con más ardor la injusticia hecha a mi familia."

"No creo que su señora, por sí sola, sea capaz de proporcionarse la seguridad necesaria en su tránsito, y es por eso que yo se la proporcionaré hasta alguna distancia considerable, y si no lo hago hasta el punto en que usted se halla, es porque temo que los individuos que le dé para su compañía, corran la suerte de Melián, conductor de los pliegos que dirigí al señor General Alvarado."

“General, hay algo más. Hallándose una noche en Buenos Aires varios generales reunidos, y entre ellos Juan Manuel de Rosas, en casa de don Braulio Costa, en la cual yo paraba, uno de ellos dijo que Vd. no había prestado jamás un servicio a la patria, y no pudiendo mi alma sufrir tal injusticia, les dije:

-      ¿Cuál de Vds. fue el terror y espanto (en Bolivia) de los enemigos de nuestra independencia? ¿No fue el mismo que dicen Vds. no haber prestado un servicio a la patria? Dígase que ahora anda errante, que ha abrazado mala causa y que obra como el mayor de los malvados, pero no se le niegue que prestó servicios muy importantes en la guerra de nuestra independencia, ¡como ninguno de Vds. lo ha hecho! ¡Todos callaron y ninguno halló que contestarme”.

"Adiós, general, hasta aquí a unos días, en que nos veremos, aunque sea desde alguna distancia”. Juan Facundo Quiroga".
El gesto que tuvo Quiroga fue siempre tenido en cuenta por el general Lamadrid quien, al enterarse que Quiroga había permitido el viaje de su familia protegida le contestó:
"...Usted general podrá ser mi enemigo cuanto quiera, pero el paso que ha dado de mandarme a mi familia, la cual espero con ansias, no podré olvidarlo jamás".
En tierra altoperuana (hoy Bolivia), cerca de Mojos, Luisa Díaz Vélez recién se encontrará con su esposo, a quien perderá de vista muchas veces más por sus exilios y compromisos políticos.

Epílogo
Estos personajes de nuestra historia no pueden ser sacados del contexto de la época.

Lamadrid, valeroso soldado en las guerras de la Independencia, un unitario “de ida y vuelta”, tuvo su etapa federal (al punto que 3 de sus 13 hijos fueron apadrinados por Rosas, su esposa y Dorrego), pero terminó combatiendo a Rosas desde su exilio en Montevideo. Su vida militar estuvo llena de “gloria” personal (aunque solo triunfó en combates menores o como oficial subalterno), e infortunio familiar. Muere a los 61 años, en 1857.

Quiroga, un federal “del interior”, pasa por su etapa de “aporteñamiento”, situación que lo separa del pensamiento político de su fiel Chacho Peñaloza. 

Pasó por Buenos Aires donde desempeñó un papel relevante. Era partidario de una rápida organización nacional, pero otros caudillos (especialmente Rosas), no estaban de acuerdo, ya que sostenían que aún debía esperarse a que maduren las condiciones. Muere asesinado a los 46 años, en 1835, en una situación confusa donde, al decir de algunos, Rosas fue el inspirador.
Tienen en común haber sido soldados temerarios, valerosos, e inquietos. Ganadores y perdedores en duras batallas, vivieron gran parte de su vida destacándose como jefes tenaces y feroces muy reconocidos por sus tropas.


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