Como un juego del destino, un hombre como Manuel Dorrego tenía que tener tantos nombres como roles le tocó jugar en la historia de nuestro país.
Hay decenas de biografías y
análisis sobre este hijo de portugueses que a lo largo de sus escasos 41 años
vivió miles de circunstancias. Su comportamiento le valió decenas de adjetivos
calificativos tan diferentes como exaltado, díscolo, indisciplinado, bromista,
impulsivo, temperamental “el loco” o “el más valiente en el campo de batalla”, apasionado político y
patriota “hasta los huesos”. Pero todos
estos definen a uno solo.
Por pretender ser sintético,
apenas enmarcaremos en una lista los rasgos sobresalientes de este personaje
nacido en “cuna de oro” y muerto fusilado como si fuese un bandido.
Los
comienzos de Manuel
Nació en Buenos Aires
un 11 de junio de 1787, hijo de un
próspero comerciante portugués. A los 16 años ingresó en el Real Colegio de San
Carlos, y luego se trasladó a Chile donde estudió leyes en Santiago en la Real
Universidad de San Felipe.
En 1810, mientras ocurrían los sucesos de
mayo en Buenos Aires, Manuel agitó la estudiantina en la asamblea de los
vecinos de Santiago, y, representando a
los independentistas, participó en la destitución del Gobernador de Chile
García Carrasco al grito de “Junta
queremos”.
Esta participación lo entusiasmó con los ideales revolucionarios
y abandonó la jurisprudencia para iniciarse en la carrera de las armas, en la
que rápidamente alcanzó el grado de Capitán a los 23 años.
Comprometido con sus
ideas y envalentonado por su juventud, en 1811
cruzó no menos de cuatro veces la Cordillera de Los Andes acompañando a cientos
de soldados chilenos voluntarios para reforzar las tropas patriotas en la
Guerra de la Independencia.
Era uno de los muchos voluntarios sin asignación militar
precisa. Su actitud, no puede ser más desinteresada, ya que parte a la
guerra sin sueldo, costeándose los gastos de su propio bolsillo. Es lo
que entonces se denominaba un “oficial aventurero”.
La
Guerra de la Independencia
Ya en Buenos Aires, en
1811 Cornelio Saavedra lo sumó al Ejército del Norte, con el grado de Mayor,
partiendo al Alto Perú. Recibió dos heridas en
la Batalla de Sipe-Sipe, donde, a pesar de haber sido derrotados, ganó el
ascenso a Teniente Coronel.
Durante la travesía su
espíritu rebelde encuentra inaceptable la rígida disciplina que el Segundo Jefe
del Ejército, Coronel José Moldes, quiere imponer a toda costa. A fines
de 1811, Pueyrredón dispone que una fuerza, al mando del Coronel Eustoquio Díaz
Vélez, se adelante hacia el Alto Perú. Dorrego será la mano derecha del Jefe.
El nuevo comandante del
Ejército del Norte, General Manuel Belgrano, lo
ascendió al grado de Coronel. Cabe destacar que llevaría ese grado durante 17
años, rechazando toda oferta de ascenso que no estuviera justificada en
acciones de guerra. Pese a que Belgrano le reconocía valor y capacidad, tuvo
problemas con él por su indisciplina y le impide participar en la Segunda
Campaña al Alto Perú en 1812.
Participó como Jefe de
la Infantería de reserva en la batalla de Tucumán, el 24 de septiembre de 1812 y en la batalla de Salta, del
20 de febrero de 1813. Su nuevo jefe en 1814, José de San Martín, lo sancionó y lo confinó nuevamente por nuevas
actitudes de indisciplina (entre ellas por haber faltado el respeto a
Belgrano), lo que le valió un retraso en su ascenso militar y no participar
tampoco en la Tercera Campaña al Alto Perú en
1815.
Volvió a incorporarse al
Ejército del Norte, para apoyar la retirada del mismo al mando de partidas de
guerrillas formadas por gauchos,
dando inicio a la Guerra Gaucha.
Su error político
En mayo de 1814 Dorrego
volvió a Buenos Aires. Allí se puso a las órdenes del general Carlos María de Alvear, ya reconocido enemigo
político de San Martín y al iniciarse abiertamente el conflicto entre federales y unitarios, se
encontró a las órdenes del Directorio de las Provincias Unidas del Río de la Plata
a cargo de Alvear, luchando contra el caudillo de
la Banda Oriental, José Gervasio Artigas, a pesar de lo cercano al pensamiento de
este.
Si bien derrotó
inicialmente al artiguista Fernando Otorgués en la batalla de Marmarajá, el 14 de octubre de 1814, luego fue derrotado por el entonces lugarteniente
de Otorgués, Fructuoso Rivera, en
la batalla de Guayabos, del 10 de enero de 1815. Esta batalla tuvo como consecuencia inmediata el
completo control de la Banda Oriental por los federales.
Su participación en el
conflicto que afectaba a las Provincias Unidas del Río de la Plata, lo hizo ir
acercándose al ideario del federalismo
(aunque al principio un tanto ambiguo), algo inusitado hasta ese momento en
Buenos Aires.
Dirigió un grupo
opositor al Directorio, en el que figuraban también Domingo French y Feliciano Antonio Chiclana.
Además, apoyaba la posición republicana en
contra de las pretensiones monárquicas de
alguno de los directoriales, que pretendían llamar a un príncipe europeo para
coronarlo rey del Río de la Plata.
Se opuso a la política
del Director Juan Martín de Pueyrredón de
acercarse a Portugal para atacar juntos a los federales de la
Banda Oriental, y se declara partidario de un
gobierno federativo y fomenta la autonomía de Buenos Aires. Finalmente, para no
participar en el enfrentamiento civil, y solicita que su regimiento se una al
ejército que San Martín prepara en Mendoza para la Campaña de los Andes.
No alcanzó a
partir, ya que el 15 de noviembre de 1816, Pueyrredón ordena su arresto y
destierro previo una entrevista con Dorrego, cuyo contenido
no fue revelado por nadie.
El exilio
Embarcado en un buque británico, se
le dio por destino la isla de Santo Domingo (recién al tercer día de navegación se enteró cual
sería su puerto final). Poco antes de llegar a destino, el Capitán y
tripulación del buque decidieron dedicarse a la piratería y
liberar a Dorrego, aunque en Jamaica debió dar muchas explicaciones ante un
jurado que era doblemente prisionero.
Logró llegar a Baltimore, en
los Estados Unidos, donde pronto se le unieron los demás miembros de
su partido, expulsados también por Pueyrredón. Allí conoció el federalismo en
acción. Se entrevistó con varios políticos y quedó convencido de su posición
republicana.
Primera gobernación
Regresó a Buenos Aires
en abril de 1820, tras
enterarse de la caída del Directorio, en medio de la Anarquía del Año XX. Fue rehabilitado en su grado de Coronel y
recibió el mando de un batallón. Nadie quería prescindir de Manuel Dorrego en
un frente de batalla.
Cuando el gobernador de
la Provincia de Buenos Aires Miguel Estanislao Soler fue derrotado
por Estanislao López en la batalla de Cañada de la Cruz, tomó
el control de los ejércitos de la Capital y el 29 de junio fue nombrado Gobernador
interino.
Esta vez salió a campaña
a perseguir a López y sus aliados (José Miguel Carrera y Carlos María de Alvear), a quienes
derrotó en San Nicolás de los Arroyos. Después
invadió la provincia de Santa Fe y derrotó a López en el combate de Pavón. Pocos días después, fue vencido completamente en
la Batalla de Gamonal, el 2 de setiembre de 1820 y marcó uno de los puntos más
álgidos de la llamada Anarquía del Año XX, pero también el final del enfrentamiento entre los federales de Santa Fe y la provincia de Buenos Aires.
Mientras estaba en
campaña, la Sala de Representantes decidió nombrarlo Gobernador
titular. Sus amigos presentaron su candidatura, pero el 20 de septiembre la Legislatura
nombró en su lugar al General Martín Rodríguez. Desde el frente se retiró a su quinta
en San Isidro.
En el mes de octubre,
tras la revolución de su antiguo aliado Manuel Pagola (en
la que no participó), fue deportado a Mendoza, pero poco tiempo después
apareció en Montevideo. La inactividad o el
ostracismo no eran buenos para el espíritu de Dorrego.
Debido a la "Ley
del Olvido" que sancionó la legislatura provincial en noviembre de 1821, Dorrego (junto con otros
exiliados amigos y enemigos como Alvear, Manuel de Sarratea y Soler), pudo regresar a Buenos Aires.
Ayudó a aplastar la
"Revolución de los Apostólicos" en defensa de los bienes de la Iglesia católica en Argentina expropiados
por Rivadavia y su anti catolicismo,
dirigida por Gregorio García de Tagle, a quien logró
capturar, pero a quien facilitó su huida.
En octubre de 1823 se incorporó a la legislatura provincial y se puso
al frente de la oposición federal al gobierno de Martín Rodríguez y su
ministro Bernardino Rivadavia. A diferencia de los unitarios porteños,
encarnaba los intereses de la población de gauchos del
campo y de la gente pobre de los barrios de la ciudad. En menor medida, también
de los hacendados bonaerenses. Su hermano Luis era socio de Juan Manuel de
Rosas.
Se embarcó en un mal
negocio de minería que lo obligó a hacer un viaje al Alto Perú. Allí fue
partícipe de las entrevistas entre el Libertador Simón Bolívar, el General Carlos María de Alvear y el Doctor José Miguel Díaz Vélez, en representación de
las Provincias Unidas del Río de la Plata. Se
entusiasmó con los planes de Bolívar para crear una Federación Americana.
Diputado por Santiago del Estero
En su viaje de regreso
se puso en contacto con el caudillo santiagueño Juan Felipe Ibarra, quien lo puso en contacto con los federales
del interior y lo hizo elegir Diputado por la Provincia de Santiago del Estero al Congreso Nacional en 1824.
Allí, como siempre, se
mostró contrario a la política centralista del presidente Rivadavia, quien
había nacionalizado la aduana y el puerto, como así también federalizado la
ciudad de Buenos Aires. Desde el periódico "El Tribuno" atacó las
medidas centralizadoras de Rivadavia, ganando prestigio en las provincias, en
donde se lo consideraba un dirigente federalista de Buenos Aires. Influyó con
su prédica en la crisis que culminó con la renuncia de Rivadavia a la
Presidencia de la Nación.
El Partido Unitario (que
representaba la clase media ilustrada de la ciudad), lo consideraba un enemigo
porque lideraba parte del llamado bajo fondo con los intereses de los
estancieros bonaerenses. Por su parte, los ganaderos, es decir las clases media
y alta del campo se apoyaron en Dorrego y abandonaron al presidente.
Cuando se le objetó que
el federalismo era imposible dada la pobreza de las provincias, respondió que
estas podían ser económica y administrativamente viables si se agruparan en
grupos más grandes.
Defendió el derecho a
voto de los "criados a sueldo,
peones jornaleros y soldados de línea", argumentando:
"¿Es posible esto
en un país republicano? ¿Es posible que los asalariados sean buenos para lo que
es penoso y odioso en la sociedad, pero que no puedan tomar parte en las
elecciones?... Yo no concibo cómo pueda tener parte en la sociedad, ni como
pueda considerarse miembro de ella a un hombre que, ni en la organización del
gobierno ni en las leyes, tiene una intervención..."
Segunda Gobernación
El Congreso eligió Presidente
provisional de las Provincias Unidas del Rio de La Plata a Vicente López y Planes en 1827, encargándole
llamar a elecciones para una nueva Sala de Representantes porteña. Acto seguido
se declaró disuelto. Como en las elecciones no participó ninguna lista
unitaria, el Partido Federal obtuvo todas las
bancas y nombró Gobernador a Dorrego quien asumió el cargo de gobernador en
agosto.
En ese momento, que
parecía ser el de su absoluto encumbramiento, se le ofreció el grado de General. Dorrego
declinó tal honor, explicando que sólo lo aceptaría cuando se considerara digno
de tal grado, es decir, cuando lo ganara en el campo de batalla.
Su gobierno inició
tímidos pasos para dar al país una organización federal. La mayor parte de los
gobernadores confiaban en su gestión, y todos ellos delegaron en Dorrego el
manejo de las relaciones exteriores y la guerra, algo que algunas provincias
habían delegado anteriormente en el gobernador Las Heras, y más tarde volverían
hacer con Rosas.
Durante su
gestión de gobierno controló la tremenda inflación heredada, prohibió la salida
de metálico y negoció un empréstito para sanear las cuentas públicas. Prohibió
la emisión de moneda y dio respaldo gubernamental al circulante.
Decretó la
libre exportación de carnes, y con el apoyo de Rosas, que logra un status de
paz con los indios, hace serios esfuerzos por extender la frontera sur. A favor
de las clases populares, fijó precios máximos sobre el pan y la carne para
bajar la presión del costo de la vida.
Suspendió el
odiado régimen del reclutamiento forzoso y prohibió el monopolio de los
renglones de primera necesidad.
La presión de Inglaterra,
ejercida directamente por el enviado Lord John Ponsonby (representante
de los intereses británicos en
Buenos Aires), e indirectamente a través del Banco de la Provincia de Buenos Aires,
controlado por capitalistas ingleses y sus socios locales, trabaron su
accionar.
Por otro lado, las
acciones directas de naves militares del
Reino Unido y del Brasil sobre naves argentinas forzaron
a Dorrego a aceptar una paz desventajosa. Ponsonby llegó hasta el punto de
amenazar con una intervención militar si no se firmaba la paz con Brasil.
Dorrego se vio obligado
a firmar una nueva convención de paz con
el Brasil, ratificada el 29 de septiembre de 1828, por la que aceptaba la independencia de la
provincia en disputa como Estado Oriental del Uruguay. A
principios de octubre las tropas argentinas establecidas en Río Grande partían
de regreso hacia Buenos Aires, sintiéndose traicionadas por el tratado que
Dorrego se había visto obligado a firmar.
Por su carácter, Dorrego
era propenso a ganarse enemigos. La lucha periodística en que se vio enredado
desde el comienzo de su gobierno con el partido unitario derrotado llevó los
ánimos a un enfrentamiento apenas latente.
A mediados
de 1828, la mayor parte de la clase terrateniente, afectada por la prolongación
de la guerra, retiró su apoyo político y económico a Dorrego, boicoteando su política
integradora y popular. Le negó los recursos a través de la Legislatura,
forzándolo a transigir e iniciar conversaciones de paz con el imperio.
Los
terratenientes y saladeristas bonaerenses, integraban también la capa de la
burguesía mercantil porteña ligada a los intereses británicos por la
importación y la exportación, por eso dejaron de apoyar al Gobernador.
La oportunidad que
esperaban los unitarios llegó en el momento del regreso del ejército que había combatido
contra el Brasil. Como ya se dijo, los oficiales estaban abiertamente
descontentos con el tratado de paz firmado por Dorrego, por el que la Banda
Oriental se convertía en un estado independiente de la Argentina. Dorrego
estaba indefenso y se sabía que a la luz del día se tramaba una conspiración
para derrocarlo.
La plana mayor de los Generales,
sus ex compañeros de exilio, Alvear y Soler, junto con Martín Rodríguez, Juan Lavalle y José María Paz estaban decididos a defenestrar a Dorrego.
Cuando le dijeron que el
General Lavalle (antiguo subalterno de armas en el ejército y a quien él había
recomendado en su ascenso), Dorrego no lo creyó.
El 1 de diciembre de
1828 Lavalle se puso al frente de una revolución y lo derrocó. Dorrego abandonó
la capital, para hacerse fuerte en el interior de la provincia. Encargó a los
generales Balcarce y Guido que
resistieran dentro del Fuerte de Buenos Aires, sede del gobierno,
pero éstos entregaron la fortaleza.
Mientras Dorrego se
retiraba al sur de la provincia, los unitarios celebraron una elección, en la
que sólo participaron ellos, que nombró Gobernador a Lavalle. La elección se
hizo de viva voz en el atrio de una iglesia, custodiada por el regimiento de
Lavalle. La legislatura fue disuelta y los unitarios anunciaron en la prensa
que los sirvientes “volverán a la cocina”.
Dorrego le pidió a Juan Manuel de Rosas, comandante de campaña, que lo apoyase.
Rosas le aconsejó que fuese a Santa Fe y le solicitase respaldo a Estanislao
López, pero Dorrego decidió enfrentar a Lavalle dirigiéndose a Navarro.
Imprudentemente esperó
allí a Lavalle y sus hombres, pero fue fácilmente vencido en la batalla de Navarro. Huyó hacia el norte, buscando la protección
de Ángel Pacheco, pero fue arrestado por Bernardino Escribano y Mariano Acha, (dos
oficiales a los que suponía leales), y entregado a Lavalle.
El primer
jefe popular urbano de la historia argentina ponía en riesgo el poder de la
oligarquía librecambista porteña, cuyo líder era Bernardino Rivadavia, quien no
solo abogaba por sus ideas políticas, sino también por su situación económica,
ya que era socio propietario de la Minning
Association a quien Dorrego y Quiroga se oponían a la explotación minera en
San Juan y La Rioja. Por esta razón, su asesinato fue el
resultado de una decisión política.
El final
Juan Lavalle, fiel a su
impericia política, se negó a conversar con Manuel Dorrego e inmediatamente
ordenó que se lo fusilara por traición, tal como se lo había instigado en la
reunión del 30 de noviembre a la que fueron, entre otros, Salvador María del Carril,
Martín Rodríguez, Ignacio Álvarez Thomas y Valentín Alsina.
Dorrego, enterado de la
resolución e indignado, contestó:
“Dígale que el
Gobernador y Capitán General de la provincia de Buenos Aires, el encargado de los
negocios generales de la república, que quedo enterado de la orden del señor General.
A un desertor al frente del enemigo, a un enemigo, a un bandido, se le da más
término y no se lo condena sin permitirle su defensa ¿Dónde estamos? ¿Quién ha
dado esa facultad a un General sublevado? Hágase de mí lo que se quiera, pero
cuidado con las consecuencias.
Dorrego fue abandonado
por sus partidarios federales y condenado por los unitarios. Los únicos dos
dirigentes unitarios que pidieron por su vida fueron el ministro José Miguel Díaz Vélez y el Gobernador
delegado Guillermo Brown.
El Coronel Gregorio Aráoz de Lamadrid permaneció
a su lado hasta momentos antes de su fusilamiento. Su condición de unitario no
le permitió pedir clemencia por su amigo y compadre, ni tampoco para verlo
morir. Le entregó su propia chaqueta militar para su ejecución, y posteriormente
entregaría a su viuda Ángela la que Dorrego había usado hasta la víspera, con
dos emotivas cartas y algunos recuerdos para ella y sus hijas (de 6 y 12 años).
En la carta que escribió
a su esposa en que le expresaba:
“Mi querida Angelita: En
este momento me intiman que dentro de una hora debo morir. Ignoro por qué, mas
la Providencia divina, en la cual confío en este momento crítico, así lo ha
querido. Perdono a todos mis enemigos y suplico a mis amigos que no den paso
alguno en desagravio de lo recibido por mí. Mi vida: educa a esas amables
criaturas. Sé feliz, ya que no lo has podido ser en compañía del desgraciado
Manuel Dorrego.
Legó la mayor parte de
sus bienes materiales al Estado. Escribió también a Estanislao López, a quien
pidió que perdonara a sus perseguidores, para que su muerte no fuera causa de
derramamiento de sangre. No obstante, su ejecución inició una larga guerra
civil.
Sumaria y
extrajudicialmente, Dorrego fue fusilado por orden de Lavalle en un corral a
espadas de la iglesia del pueblo de Navarro, el 13 de diciembre de 1828. Faltaban 11 días para Navidad. A la orden de
"¡fuego!", un pelotón de fusilamiento lo acribilló de ocho tiros en
el pecho. Tenía 41 años.
En medio
de ese torbellino de sangre y de pasiones, arriba el 6 de febrero de 1829 el
buque “Countess of Chichester” que,
inesperadamente, trae a José de San Martín. El 15 de enero al hacer escala en
Río de Janeiro supo la revolución unitaria. Al llegar a Montevideo en los
primeros días del mes siguiente, se entera del fusilamiento de Dorrego.
Paz,
gobernador interino, informa a Lavalle de la presencia del “Rey José”:
“calcule Ud. las consecuencias de una aparición
tan repentina”.
Ante ese
recibimiento, San Martín no quiere desembarcar. El estado de cosas entristece
al guerrero que resuelve su regreso definitivo a Europa.
San Martín no tuvo dudas de quiénes
fueron los instigadores del golpe y le escribe a O’Higgins de abril de 1829:
"Los autores del movimiento del
primero (de diciembre) son Rivadavia y sus satélites, y a usted le consta los
inmensos males que estos hombres han hecho, no sólo a este país, sino al resto
de la América con su infernal conducta”.
San Martín expresó su opinión a
Iriarte:
"Sería yo un loco si me mezclase
con esos calaveras: entre ellos hay algunos, y Lavalle es uno de ellos, a
quienes no he fusilado de lástima cuando estaban a mis órdenes en Chile y el
Perú. Los he conocido de tenientes y subtenientes, son unos muchachos sin
juicio, hombres desalmados."
La
primera reacción del interior contra el movimiento militar la hizo Bustos,
desde Córdoba (no obstante su rivalidad política con Dorrego). Facundo Quiroga
indignado le escribe a Lavalle:
“No pierda
V.E. los instantes que le son preciosos al abrigo de la distancia, para
escudarse del grito de las provincias”.
Salvador María del
Carril, uno de los que había empujado a Lavalle al crimen, le escribía unos
días después:
“...fragüe el acta de un
Consejo de Guerra para disimular el fusilamiento de Dorrego porque si es
necesario envolver la impostura con los pasaportes de la verdad, se embrolla; y
si es necesario mentir a la posteridad, se miente y se engaña a los vivos y a
los muertos”.
Es bien sabido que el verdugo fue Juan
Lavalle, quien habría cumplido con la orden de la junta secreta a cambio de
ocupar la gobernación de la provincia. Este asumió solo toda la
responsabilidad:
“Participo al Gobierno Delegado que el Coronel don
Manuel Dorrego acaba de ser fusilado por mi orden, al frente de los regimientos
que componen esta división. La Historia, señor ministro, juzgará imparcialmente
si el señor Dorrego ha debido o no morir, y si al sacrificarlo a la
tranquilidad de un pueblo enlutado por él, puedo haber estado poseído de otro
sentimiento que el del bien público.
Quiera el pueblo de Buenos Aires persuadirse que la muerte del coronel Dorrego es el mayor sacrificio que puedo hacer en su obsequio. Saludo al señor ministro con toda consideración”
Quiera el pueblo de Buenos Aires persuadirse que la muerte del coronel Dorrego es el mayor sacrificio que puedo hacer en su obsequio. Saludo al señor ministro con toda consideración”
Al cumplirse el primer
aniversario de su fusilamiento, el gobernador Rosas estableció una comisión
oficial, que se dirigió a Navarro y exhumó los restos de Dorrego.
“...encontraron el cadáver entero, a excepción de
la cabeza que estaba separada del cuerpo en parte, y dividida en varios
pedazos, con un golpe de fusil al parecer, en el costado izquierdo del pecho...”
Respecto de la
importancia de este hecho para la historia argentina, años después diría Sarmiento:
“...la muerte de Dorrego
fue uno de esos hechos fatales, predestinados, que forman el nudo del drama
histórico, y que, eliminados, lo dejan incompleto, frío, absurdo.”
José Manuel Estrada sostuvo
que:
“Fue un apóstol y no de los que se alzan en medio
de la prosperidad y de las garantías, sino apóstol de las tremendas crisis.
Pisó la verde campiña convertida en cadalso, enseñando a sus conciudadanos la
clemencia y la fraternidad, y dejando a sus sacrificadores el perdón, en un día
de verano ardiente como su alma, y sobre el cual la noche comenzaba a echar su
velo de tinieblas, como iba a arrojar sobre él la muerte su velo de misterio.
Se dejó matar con la dulzura de un niño, él que había tenido dentro del pecho
todos los volcanes de la pasión. Supo vivir como los héroes y morir como los
mártires”.
La tradición popular recoge este hecho terrible de este modo:
“Cielito y cielo nublado
por la muerte de Dorrego
Enlútense las provincias
Lloren cantando este cielo”
Los restos mortales de Dorrego
descansan en el Cementerio de la Recoleta de
la Ciudad de Buenos Aires. En julio de 2015 a
iniciativa del Poder ejecutivo nacional, el Congreso de la Nación Argentina ascendió post
mortem al grado de General.
Cabe
recordar, como ya se dijo, que Dorrego no aceptó promoción en el escalafón
militar, sino ganada a través de algún hecho militar en batalla.
El
bromista
Bromista, impulsivo y
temperamental, fue arrestado varias veces por su comportamiento.
En una oportunidad fue sancionado por alentar a que dos soldados se batieran a
duelo siendo el su “padrino”.
Su conducta lo llevó a
no participar ni en la Segunda ni en la Tercera campaña al Alto Perú,
privándose el ejército de un valiente oficial. Belgrano mismo comentó que no
habría perdido en Vilcapugio y Ayohúma si hubiera contado con Dorrego.
Se rió de la aflautada
voz de mando de Belgrano (cuando este pasaba la jefatura a San Martín), y el propio
San Martín lo mandó castigado a Santiago del Estero, no sin antes reprenderlo
seriamente.
Estando en Santiago del
Estero se burló de Belgrano cuando este pasaba enfermo desde Tucumán hacia Córdoba.
Semblanza
Dorrego fue un joven díscolo
pero con una enorme valentía a la hora de tomar las armas. Si hubiese terminado
su carrera de leyes, tal vez su ideario político no tendría tantos altibajos.
Federal, pero de Buenos
Aires, respondía mejor a las causas cercanas al puerto, sin embargo se destacó
en la defensa del “ese concepto de patria” en las luchas de la independencia.
Por un error de interpretación
política lo combatió a Artigas por militar al lado de Alvear, pero después
apoyó la causa de los “33 orientales”.
Su muerte, una especie de
primer golpe de estado en la Argentina, abrió aún más las heridas internas.
Como
lo recuerda el folclore
El payador uruguayo José Curbelo lo recuerda así:
Argentino, Americano
En la idea y en los hechos
Impulsivo y corajudo
En los embates guerreros
Recibió sendas heridas
En Sansana y Nazareno
Y le pidió a sus soldados
Para seguir combatiendo
Lo alzaran sobre el caballo
Así fue Manuel Dorrego
En la idea y en los hechos
Impulsivo y corajudo
En los embates guerreros
Recibió sendas heridas
En Sansana y Nazareno
Y le pidió a sus soldados
Para seguir combatiendo
Lo alzaran sobre el caballo
Así fue Manuel Dorrego
Temperamental en todo
Bromista en los campamentos
Pudo hasta indisciplinarse
Pero puesto en el gobierno
Supo muy bien dónde iba
En defensa de su pueblo
Ni emperador del Brasil
Ni centralismo porteño
Entreveraron las huellas
Que marcó Manuel Dorrego
Cada vez que algún retazo
Perteneciente a este suelo
De las Provincias Unidas
Anduvo corriendo un riesgo
Se alzó con su voz valiente
Reclamando ese derecho
Y por la soberanía
Él supo jugarse entero
Así cruzó por la vida
Luchando Manuel Dorrego
Bromista en los campamentos
Pudo hasta indisciplinarse
Pero puesto en el gobierno
Supo muy bien dónde iba
En defensa de su pueblo
Ni emperador del Brasil
Ni centralismo porteño
Entreveraron las huellas
Que marcó Manuel Dorrego
Cada vez que algún retazo
Perteneciente a este suelo
De las Provincias Unidas
Anduvo corriendo un riesgo
Se alzó con su voz valiente
Reclamando ese derecho
Y por la soberanía
Él supo jugarse entero
Así cruzó por la vida
Luchando Manuel Dorrego
Por una América Unida
Compartía el alto sueño
Que tuvo Simón Bolívar
Desencontrado en el tiempo
Por intereses extraños
Ajenos al sentimiento
De los hombres que lucharon
Y que hasta su sangre dieron
A veces incomprendidos
Como fue Manuel Dorrego
Compartía el alto sueño
Que tuvo Simón Bolívar
Desencontrado en el tiempo
Por intereses extraños
Ajenos al sentimiento
De los hombres que lucharon
Y que hasta su sangre dieron
A veces incomprendidos
Como fue Manuel Dorrego
Allá por el veintiséis
Diputado en el Congreso
Defendía el derecho cívico
De los empleados a sueldo
Excluidos de votar
Con el absurdo pretexto
Que el depender de un patrón
Ataría su pensamiento
En defensa del humilde
Se alzó el verbo de Dorrego
Diputado en el Congreso
Defendía el derecho cívico
De los empleados a sueldo
Excluidos de votar
Con el absurdo pretexto
Que el depender de un patrón
Ataría su pensamiento
En defensa del humilde
Se alzó el verbo de Dorrego
Del veintisiete al veintiocho
En su gestión de gobierno
Propulsó el federalismo
Que siempre fuera su credo
Y cayó buscando luz
Entre las sombras envuelto
No pudo montar de vuelta
Como lo hizo en Nazareno
Y en un trece de diciembre
Se apagó Manuel Dorrego
En su gestión de gobierno
Propulsó el federalismo
Que siempre fuera su credo
Y cayó buscando luz
Entre las sombras envuelto
No pudo montar de vuelta
Como lo hizo en Nazareno
Y en un trece de diciembre
Se apagó Manuel Dorrego
Se ordenó el fusilamiento
Con un pañuelo amarillo
Sus ojos enceguecieron
Cuando el padre Juan José
Lo acompañaba en silencio
Sonaron ocho disparos
Y quedó escrito en un pliego
Besos para esposa e hija
Que Dios proteja mi suelo
Ahorren sangre de venganza
Firmao' Manuel Dorrego
Con un pañuelo amarillo
Sus ojos enceguecieron
Cuando el padre Juan José
Lo acompañaba en silencio
Sonaron ocho disparos
Y quedó escrito en un pliego
Besos para esposa e hija
Que Dios proteja mi suelo
Ahorren sangre de venganza
Firmao' Manuel Dorrego
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