sábado, 29 de abril de 2017

Manuel Críspulo Bernabé Dorrego. Una corta vida de paradojas


Como un juego del destino, un hombre como Manuel Dorrego tenía que tener tantos  nombres como roles le tocó jugar en la historia de nuestro país.

Hay decenas de biografías y análisis sobre este hijo de portugueses que a lo largo de sus escasos 41 años vivió miles de circunstancias. Su comportamiento le valió decenas de adjetivos calificativos tan diferentes como exaltado, díscolo, indisciplinado, bromista, impulsivo, temperamental   “el loco” o “el más valiente en el campo de batalla”, apasionado político y patriota “hasta los huesos”. Pero todos estos definen a uno solo.
Por pretender ser sintético, apenas enmarcaremos en una lista los rasgos sobresalientes de este personaje nacido en “cuna de oro” y muerto fusilado como si fuese un bandido.

Los comienzos de Manuel
Nació en Buenos Aires un 11 de junio de 1787, hijo de un próspero comerciante portugués. A los 16 años ingresó en el Real Colegio de San Carlos, y luego se trasladó a Chile donde estudió leyes en Santiago en la Real Universidad de San Felipe.
En 1810, mientras ocurrían los sucesos de mayo en Buenos Aires, Manuel agitó la estudiantina en la asamblea de los vecinos de Santiago, y,  representando a los independentistas, participó en la destitución del Gobernador de Chile García Carrasco al grito de “Junta queremos”. 
Esta participación lo entusiasmó con los ideales revolucionarios y abandonó la jurisprudencia para iniciarse en la carrera de las armas, en la que rápidamente alcanzó el grado de Capitán a los 23 años.
Comprometido con sus ideas y envalentonado por su juventud, en 1811 cruzó no menos de cuatro veces la Cordillera de Los Andes acompañando a cientos de soldados chilenos voluntarios para reforzar las tropas patriotas en la Guerra de la Independencia.
Era uno de los muchos voluntarios sin asignación militar precisa.  Su actitud, no puede ser más desinteresada, ya que parte a la guerra sin sueldo, costeándose los gastos de su propio bolsillo.  Es lo que entonces se denominaba un “oficial aventurero”.
La Guerra de la Independencia
Ya en Buenos Aires, en 1811 Cornelio Saavedra lo sumó al Ejército del Norte, con el grado de Mayor, partiendo al Alto Perú. Recibió dos heridas en la Batalla de Sipe-Sipe, donde, a pesar de haber sido derrotados, ganó el ascenso a Teniente Coronel.
Durante la travesía su espíritu rebelde encuentra inaceptable la rígida disciplina que el Segundo Jefe del Ejército, Coronel José Moldes, quiere imponer a toda costa.  A fines de 1811, Pueyrredón dispone que una fuerza, al mando del Coronel Eustoquio Díaz Vélez, se adelante hacia el Alto Perú. Dorrego será la mano derecha del Jefe.
El nuevo comandante del Ejército del Norte, General Manuel Belgrano, lo ascendió al grado de Coronel. Cabe destacar que llevaría ese grado durante 17 años, rechazando toda oferta de ascenso que no estuviera justificada en acciones de guerra. Pese a que Belgrano le reconocía valor y capacidad, tuvo problemas con él por su indisciplina y le impide participar en la Segunda Campaña al Alto Perú en 1812.
Participó como Jefe de la Infantería de reserva en la batalla de Tucumán, el 24 de septiembre de 1812 y en la batalla de Salta, del 20 de febrero de 1813.  Su nuevo jefe en 1814José de San Martín, lo sancionó y lo confinó nuevamente por nuevas actitudes de indisciplina (entre ellas por haber faltado el respeto a Belgrano), lo que le valió un retraso en su ascenso militar y no participar tampoco en la Tercera Campaña al Alto Perú en 1815.
Volvió a incorporarse al Ejército del Norte, para apoyar la retirada del mismo al mando de partidas de guerrillas formadas por gauchos, dando inicio a la Guerra Gaucha.
Su error político
En mayo de 1814 Dorrego volvió a Buenos Aires. Allí se puso a las órdenes del general Carlos María de Alvear, ya reconocido enemigo político de San Martín y al iniciarse abiertamente el conflicto entre federales y unitarios, se encontró a las órdenes del Directorio de las Provincias Unidas del Río de la Plata  a cargo de Alvear, luchando contra el caudillo de la Banda OrientalJosé Gervasio Artigas, a pesar de lo cercano al pensamiento de este.
Si bien derrotó inicialmente al artiguista Fernando Otorgués en la batalla de Marmarajá, el 14 de octubre de 1814, luego fue derrotado por el entonces lugarteniente de Otorgués, Fructuoso Rivera, en la batalla de Guayabos, del 10 de enero de 1815. Esta batalla tuvo como consecuencia inmediata el completo control de la Banda Oriental por los federales.
Su participación en el conflicto que afectaba a las Provincias Unidas del Río de la Plata, lo hizo ir acercándose al ideario del federalismo (aunque al principio un tanto ambiguo), algo inusitado hasta ese momento en Buenos Aires.
Dirigió un grupo opositor al Directorio, en el que figuraban también Domingo French y Feliciano Antonio Chiclana. Además, apoyaba la posición republicana en contra de las pretensiones monárquicas de alguno de los directoriales, que pretendían llamar a un príncipe europeo para coronarlo rey del Río de la Plata.
Se opuso a la política del Director Juan Martín de Pueyrredón de acercarse a Portugal para atacar juntos a los federales de la Banda Oriental, y se declara partidario de un gobierno federativo y fomenta la autonomía de Buenos Aires. Finalmente, para no participar en el enfrentamiento civil, y solicita que su regimiento se una al ejército que San Martín prepara en Mendoza para la Campaña de los Andes.
No alcanzó a partir, ya que el 15 de noviembre de 1816, Pueyrredón ordena su arresto y destierro previo una entrevista con Dorrego, cuyo contenido no fue revelado por nadie.
El exilio
Embarcado en un buque británico, se le dio por destino la isla de Santo Domingo (recién al tercer día de navegación se enteró cual sería su puerto final). Poco antes de llegar a destino, el Capitán y tripulación del buque decidieron dedicarse a la piratería y liberar a Dorrego, aunque en Jamaica debió dar muchas explicaciones ante un jurado que era doblemente prisionero.
Logró llegar a Baltimore, en los Estados Unidos, donde pronto se le unieron los demás miembros de su partido, expulsados también por Pueyrredón. Allí conoció el federalismo en acción. Se entrevistó con varios políticos y quedó convencido de su posición republicana.
Primera gobernación
Regresó a Buenos Aires en abril de 1820, tras enterarse de la caída del Directorio, en medio de la Anarquía del Año XX. Fue rehabilitado en su grado de Coronel y recibió el mando de un batallón. Nadie quería prescindir de Manuel Dorrego en un frente de batalla.
Cuando el gobernador de la Provincia de Buenos Aires Miguel Estanislao Soler fue derrotado por Estanislao López en la batalla de Cañada de la Cruz, tomó el control de los ejércitos de la Capital y el 29 de junio fue nombrado Gobernador interino. 
Esta vez salió a campaña a perseguir a López y sus aliados (José Miguel Carrera y Carlos María de Alvear), a quienes derrotó en San Nicolás de los Arroyos. Después invadió la provincia de Santa Fe y derrotó a López en el combate de Pavón. Pocos días después, fue vencido completamente en la Batalla de Gamonal, el 2 de setiembre de 1820 y marcó uno de los puntos más álgidos de la llamada Anarquía del Año XX, pero también el final del enfrentamiento entre los federales de Santa Fe y la provincia de Buenos Aires.
Mientras estaba en campaña, la Sala de Representantes decidió nombrarlo Gobernador titular. Sus amigos presentaron su candidatura, pero el 20 de septiembre la Legislatura nombró en su lugar al General Martín Rodríguez. Desde el frente se retiró a su quinta en San Isidro.
En el mes de octubre, tras la revolución de su antiguo aliado Manuel Pagola (en la que no participó), fue deportado a Mendoza, pero poco tiempo después apareció en Montevideo. La inactividad o el ostracismo no eran buenos para el espíritu de Dorrego.
Debido a la "Ley del Olvido" que sancionó la legislatura provincial en noviembre de 1821, Dorrego (junto con otros exiliados amigos y enemigos como Alvear, Manuel de Sarratea y Soler), pudo regresar a Buenos Aires.
Ayudó a aplastar la "Revolución de los Apostólicos" en defensa de los bienes de la Iglesia católica en Argentina expropiados por Rivadavia y su anti catolicismo, dirigida por Gregorio García de Tagle, a quien logró capturar, pero a quien facilitó su huida.
En octubre de 1823 se incorporó a la legislatura provincial y se puso al frente de la oposición federal al gobierno de Martín Rodríguez y su ministro Bernardino Rivadavia. A diferencia de los unitarios porteños, encarnaba los intereses de la población de gauchos del campo y de la gente pobre de los barrios de la ciudad. En menor medida, también de los hacendados bonaerenses. Su hermano Luis era socio de Juan Manuel de Rosas.
Se embarcó en un mal negocio de minería que lo obligó a hacer un viaje al Alto Perú. Allí fue partícipe de las entrevistas entre el Libertador Simón Bolívar, el General Carlos María de Alvear y el Doctor José Miguel Díaz Vélez, en representación de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Se entusiasmó con los planes de Bolívar para crear una Federación Americana.
Diputado por Santiago del Estero
En su viaje de regreso se puso en contacto con el caudillo santiagueño Juan Felipe Ibarra, quien lo puso en contacto con los federales del interior y lo hizo elegir Diputado por la Provincia de Santiago del Estero al Congreso Nacional en 1824.
Allí, como siempre, se mostró contrario a la política centralista del presidente Rivadavia, quien había nacionalizado la aduana y el puerto, como así también federalizado la ciudad de Buenos Aires. Desde el periódico "El Tribuno" atacó las medidas centralizadoras de Rivadavia, ganando prestigio en las provincias, en donde se lo consideraba un dirigente federalista de Buenos Aires. Influyó con su prédica en la crisis que culminó con la renuncia de Rivadavia a la Presidencia de la Nación.
El Partido Unitario (que representaba la clase media ilustrada de la ciudad), lo consideraba un enemigo porque lideraba parte del llamado bajo fondo con los intereses de los estancieros bonaerenses. Por su parte, los ganaderos, es decir las clases media y alta del campo se apoyaron en Dorrego y abandonaron al presidente. 
Cuando se le objetó que el federalismo era imposible dada la pobreza de las provincias, respondió que estas podían ser económica y administrativamente viables si se agruparan en grupos más grandes.
Defendió el derecho a voto de los "criados a sueldo, peones jornaleros y soldados de línea", argumentando:
"¿Es posible esto en un país republicano? ¿Es posible que los asalariados sean buenos para lo que es penoso y odioso en la sociedad, pero que no puedan tomar parte en las elecciones?... Yo no concibo cómo pueda tener parte en la sociedad, ni como pueda considerarse miembro de ella a un hombre que, ni en la organización del gobierno ni en las leyes, tiene una intervención..."
Segunda Gobernación
El Congreso eligió Presidente provisional de las Provincias Unidas del Rio de La Plata a Vicente López y Planes en 1827, encargándole llamar a elecciones para una nueva Sala de Representantes porteña. Acto seguido se declaró disuelto. Como en las elecciones no participó ninguna lista unitaria, el Partido Federal obtuvo todas las bancas y nombró Gobernador a Dorrego quien asumió el cargo de gobernador en agosto.
En ese momento, que parecía ser el de su absoluto encumbramiento, se le ofreció el grado de General. Dorrego declinó tal honor, explicando que sólo lo aceptaría cuando se considerara digno de tal grado, es decir, cuando lo ganara en el campo de batalla.
Su gobierno inició tímidos pasos para dar al país una organización federal. La mayor parte de los gobernadores confiaban en su gestión, y todos ellos delegaron en Dorrego el manejo de las relaciones exteriores y la guerra, algo que algunas provincias habían delegado anteriormente en el gobernador Las Heras, y más tarde volverían hacer con Rosas.
Durante su gestión de gobierno controló la tremenda inflación heredada, prohibió la salida de metálico y negoció un empréstito para sanear las cuentas públicas. Prohibió la emisión de moneda y dio respaldo gubernamental al circulante.
Decretó la libre exportación de carnes, y con el apoyo de Rosas, que logra un status de paz con los indios, hace serios esfuerzos por extender la frontera sur. A favor de las clases populares, fijó precios máximos sobre el pan y la carne para bajar la presión del costo de la vida.
Suspendió el odiado régimen del reclutamiento forzoso y prohibió el monopolio de los renglones de primera necesidad.
La presión de Inglaterra, ejercida directamente por el enviado Lord John Ponsonby (representante de los intereses británicos en Buenos Aires), e indirectamente a través del Banco de la Provincia de Buenos Aires, controlado por capitalistas ingleses y sus socios locales, trabaron su accionar.
Por otro lado, las acciones directas de naves militares del  Reino Unido y del Brasil sobre naves argentinas forzaron a Dorrego a aceptar una paz desventajosa. Ponsonby llegó hasta el punto de amenazar con una intervención militar si no se firmaba la paz con Brasil.
Dorrego se vio obligado a firmar una nueva convención de paz con el Brasil, ratificada el 29 de septiembre de 1828, por la que aceptaba la independencia de la provincia en disputa como Estado Oriental del Uruguay. A principios de octubre las tropas argentinas establecidas en Río Grande partían de regreso hacia Buenos Aires, sintiéndose traicionadas por el tratado que Dorrego se había visto obligado a firmar.
Por su carácter, Dorrego era propenso a ganarse enemigos. La lucha periodística en que se vio enredado desde el comienzo de su gobierno con el partido unitario derrotado llevó los ánimos a un enfrentamiento apenas latente.
A mediados de 1828, la mayor parte de la clase terrateniente, afectada por la prolongación de la guerra, retiró su apoyo político y económico a Dorrego, boicoteando su política integradora y popular. Le negó los recursos a través de la Legislatura, forzándolo a transigir e iniciar conversaciones de paz con el imperio.
Los terratenientes y saladeristas bonaerenses, integraban también la capa de la burguesía mercantil porteña ligada a los intereses británicos por la importación y la exportación, por eso dejaron de apoyar al Gobernador.
La oportunidad que esperaban los unitarios llegó en el momento del regreso del ejército que había combatido contra el Brasil. Como ya se dijo, los oficiales estaban abiertamente descontentos con el tratado de paz firmado por Dorrego, por el que la Banda Oriental se convertía en un estado independiente de la Argentina. Dorrego estaba indefenso y se sabía que a la luz del día se tramaba una conspiración para derrocarlo.
La plana mayor de los Generales, sus ex compañeros de exilio, Alvear y Soler, junto con Martín Rodríguez, Juan Lavalle y José María Paz estaban decididos a defenestrar a Dorrego.
Cuando le dijeron que el General Lavalle (antiguo subalterno de armas en el ejército y a quien él había recomendado en su ascenso), Dorrego no lo creyó.
El 1 de diciembre de 1828 Lavalle se puso al frente de una revolución y lo derrocó. Dorrego abandonó la capital, para hacerse fuerte en el interior de la provincia. Encargó a los generales Balcarce y Guido que resistieran dentro del Fuerte de Buenos Aires, sede del gobierno, pero éstos entregaron la fortaleza.
Mientras Dorrego se retiraba al sur de la provincia, los unitarios celebraron una elección, en la que sólo participaron ellos, que nombró Gobernador a Lavalle. La elección se hizo de viva voz en el atrio de una iglesia, custodiada por el regimiento de Lavalle. La legislatura fue disuelta y los unitarios anunciaron en la prensa que los sirvientes “volverán a la cocina”.
Dorrego le pidió a Juan Manuel de Rosas, comandante de campaña, que lo apoyase. Rosas le aconsejó que fuese a Santa Fe y le solicitase respaldo a Estanislao López, pero Dorrego decidió enfrentar a Lavalle dirigiéndose a Navarro.
Imprudentemente esperó allí a Lavalle y sus hombres, pero fue fácilmente vencido en la batalla de Navarro. Huyó hacia el norte, buscando la protección de Ángel Pacheco, pero fue arrestado por Bernardino Escribano y Mariano Acha, (dos oficiales a los que suponía leales), y entregado a Lavalle.
El primer jefe popular urbano de la historia argentina ponía en riesgo el poder de la oligarquía librecambista porteña, cuyo líder era Bernardino Rivadavia, quien no solo abogaba por sus ideas políticas, sino también por su situación económica, ya que era socio propietario de la Minning Association a quien Dorrego y Quiroga se oponían a la explotación minera en San Juan y La Rioja. Por esta razón, su asesinato fue el resultado de una decisión política.
El final
Juan Lavalle, fiel a su impericia política, se negó a conversar con Manuel Dorrego e inmediatamente ordenó que se lo fusilara por traición, tal como se lo había instigado en la reunión del 30 de noviembre a la que fueron, entre otros,  Salvador María del Carril, Martín Rodríguez, Ignacio Álvarez Thomas y Valentín Alsina.
Dorrego, enterado de la resolución e indignado, contestó:
“Dígale que el Gobernador y Capitán General de la provincia de Buenos Aires, el encargado de los negocios generales de la república, que quedo enterado de la orden del señor General. A un desertor al frente del enemigo, a un enemigo, a un bandido, se le da más término y no se lo condena sin permitirle su defensa ¿Dónde estamos? ¿Quién ha dado esa facultad a un General sublevado? Hágase de mí lo que se quiera, pero cuidado con las consecuencias.
Dorrego fue abandonado por sus partidarios federales y condenado por los unitarios. Los únicos dos dirigentes unitarios que pidieron por su vida fueron el ministro José Miguel Díaz Vélez y el Gobernador delegado Guillermo Brown.
El Coronel Gregorio Aráoz de Lamadrid permaneció a su lado hasta momentos antes de su fusilamiento. Su condición de unitario no le permitió pedir clemencia por su amigo y compadre, ni tampoco para verlo morir. Le entregó su propia chaqueta militar para su ejecución, y posteriormente entregaría a su viuda Ángela la que Dorrego había usado hasta la víspera, con dos emotivas cartas y algunos recuerdos para ella y sus hijas (de 6 y 12 años).
En la carta que escribió a su esposa en que le expresaba:
“Mi querida Angelita: En este momento me intiman que dentro de una hora debo morir. Ignoro por qué, mas la Providencia divina, en la cual confío en este momento crítico, así lo ha querido. Perdono a todos mis enemigos y suplico a mis amigos que no den paso alguno en desagravio de lo recibido por mí. Mi vida: educa a esas amables criaturas. Sé feliz, ya que no lo has podido ser en compañía del desgraciado Manuel Dorrego.
Legó la mayor parte de sus bienes materiales al Estado. Escribió también a Estanislao López, a quien pidió que perdonara a sus perseguidores, para que su muerte no fuera causa de derramamiento de sangre. No obstante, su ejecución inició una larga guerra civil.
Sumaria y extrajudicialmente, Dorrego fue fusilado por orden de Lavalle en un corral a espadas de la iglesia del pueblo de Navarro, el 13 de diciembre de 1828. Faltaban 11 días para Navidad. A la orden de "¡fuego!", un pelotón de fusilamiento lo acribilló de ocho tiros en el pecho. Tenía 41 años.
En medio de ese torbellino de sangre y de pasiones, arriba el 6 de febrero de 1829 el buque “Countess of Chichester” que, inesperadamente, trae a José de San Martín. El 15 de enero al hacer escala en Río de Janeiro supo la revolución unitaria. Al llegar a Montevideo en los primeros días del mes siguiente, se entera del fusilamiento de Dorrego.
Paz, gobernador interino, informa a Lavalle de la presencia del “Rey José”:
“calcule Ud. las consecuencias de una aparición tan repentina”.
Ante ese recibimiento, San Martín no quiere desembarcar. El estado de cosas entristece al guerrero que resuelve su regreso definitivo a Europa.
San Martín no tuvo dudas de quiénes fueron los instigadores del golpe y le escribe a O’Higgins de abril de 1829:
"Los autores del movimiento del primero (de diciembre) son Rivadavia y sus satélites, y a usted le consta los inmensos males que estos hombres han hecho, no sólo a este país, sino al resto de la América con su infernal conducta”.
 San Martín expresó su opinión a Iriarte:
"Sería yo un loco si me mezclase con esos calaveras: entre ellos hay algunos, y Lavalle es uno de ellos, a quienes no he fusilado de lástima cuando estaban a mis órdenes en Chile y el Perú. Los he conocido de tenientes y subtenientes, son unos muchachos sin juicio, hombres desalmados."
La primera reacción del interior contra el movimiento militar la hizo Bustos, desde Córdoba (no obstante su rivalidad política con Dorrego). Facundo Quiroga indignado le escribe a Lavalle:
 “No pierda V.E. los instantes que le son preciosos al abrigo de la distancia, para escudarse del grito de las provincias”.
Salvador María del Carril, uno de los que había empujado a Lavalle al crimen, le escribía unos días después:
“...fragüe el acta de un Consejo de Guerra para disimular el fusilamiento de Dorrego porque si es necesario envolver la impostura con los pasaportes de la verdad, se embrolla; y si es necesario mentir a la posteridad, se miente y se engaña a los vivos y a los muertos”.
Es bien sabido que el verdugo fue Juan Lavalle, quien habría cumplido con la orden de la junta secreta a cambio de ocupar la gobernación de la provincia. Este asumió solo toda la responsabilidad:
“Participo al Gobierno Delegado que el Coronel don Manuel Dorrego acaba de ser fusilado por mi orden, al frente de los regimientos que componen esta división. La Historia, señor ministro, juzgará imparcialmente si el señor Dorrego ha debido o no morir, y si al sacrificarlo a la tranquilidad de un pueblo enlutado por él, puedo haber estado poseído de otro sentimiento que el del bien público.
Quiera el pueblo de Buenos Aires persuadirse que la muerte del coronel Dorrego es el mayor sacrificio que puedo hacer en su obsequio. Saludo al señor ministro con toda consideración”
Al cumplirse el primer aniversario de su fusilamiento, el gobernador Rosas estableció una comisión oficial, que se dirigió a Navarro y exhumó los restos de Dorrego.
“...encontraron el cadáver entero, a excepción de la cabeza que estaba separada del cuerpo en parte, y dividida en varios pedazos, con un golpe de fusil al parecer, en el costado izquierdo del pecho...”
Respecto de la importancia de este hecho para la historia argentina, años después diría Sarmiento:
“...la muerte de Dorrego fue uno de esos hechos fatales, predestinados, que forman el nudo del drama histórico, y que, eliminados, lo dejan incompleto, frío, absurdo.”
José Manuel Estrada sostuvo que:
“Fue un apóstol y no de los que se alzan en medio de la prosperidad y de las garantías, sino apóstol de las tremendas crisis. Pisó la verde campiña convertida en cadalso, enseñando a sus conciudadanos la clemencia y la fraternidad, y dejando a sus sacrificadores el perdón, en un día de verano ardiente como su alma, y sobre el cual la noche comenzaba a echar su velo de tinieblas, como iba a arrojar sobre él la muerte su velo de misterio. Se dejó matar con la dulzura de un niño, él que había tenido dentro del pecho todos los volcanes de la pasión. Supo vivir como los héroes y morir como los mártires”.
 La tradición popular recoge este hecho terrible de este modo:
“Cielito y cielo nublado
por la muerte de Dorrego
Enlútense las provincias
Lloren cantando este cielo”

Los restos mortales de Dorrego descansan en el Cementerio de la Recoleta de la Ciudad de Buenos Aires. En julio de 2015 a iniciativa del Poder ejecutivo nacional, el Congreso de la Nación Argentina ascendió post mortem al grado de General.
Cabe recordar, como ya se dijo, que Dorrego no aceptó promoción en el escalafón militar, sino ganada a través de algún hecho militar en batalla.

El bromista
Bromista, impulsivo y temperamental, fue arrestado varias veces por su comportamiento.
En una oportunidad fue sancionado por alentar a que dos soldados se batieran a duelo siendo el su “padrino”.
Su conducta lo llevó a no participar ni en la Segunda ni en la Tercera campaña al Alto Perú, privándose el ejército de un valiente oficial. Belgrano mismo comentó que no habría perdido en Vilcapugio y Ayohúma si hubiera contado con Dorrego.
Se rió de la aflautada voz de mando de Belgrano (cuando este pasaba la jefatura a San Martín), y el propio San Martín lo mandó castigado a Santiago del Estero, no sin antes reprenderlo seriamente.
Estando en Santiago del Estero se burló de Belgrano cuando este pasaba enfermo desde Tucumán  hacia Córdoba.

Semblanza
Dorrego fue un joven díscolo pero con una enorme valentía a la hora de tomar las armas. Si hubiese terminado su carrera de leyes, tal vez su ideario político no tendría tantos altibajos.

Federal, pero de Buenos Aires, respondía mejor a las causas cercanas al puerto, sin embargo se destacó en la defensa del “ese concepto de patria” en las luchas de la independencia.

Por un error de interpretación política lo combatió a Artigas por militar al lado de Alvear, pero después apoyó la causa de los “33 orientales”.

Su muerte, una especie de primer golpe de estado en la Argentina, abrió aún más las heridas internas.



Como lo recuerda el folclore
El payador uruguayo José Curbelo lo recuerda así:

Argentino, Americano
En la idea y en los hechos
Impulsivo y corajudo
En los embates guerreros
Recibió sendas heridas
En Sansana y Nazareno
Y le pidió a sus soldados
Para seguir combatiendo
Lo alzaran sobre el caballo
Así fue Manuel Dorrego

Temperamental en todo
Bromista en los campamentos
Pudo hasta indisciplinarse
Pero puesto en el gobierno
Supo muy bien dónde iba
En defensa de su pueblo
Ni emperador del Brasil
Ni centralismo porteño
Entreveraron las huellas
Que marcó Manuel Dorrego

Cada vez que algún retazo
Perteneciente a este suelo
De las Provincias Unidas
Anduvo corriendo un riesgo
Se alzó con su voz valiente
Reclamando ese derecho
Y por la soberanía
Él supo jugarse entero
Así cruzó por la vida
Luchando Manuel Dorrego

Por una América Unida
Compartía el alto sueño
Que tuvo Simón Bolívar
Desencontrado en el tiempo
Por intereses extraños
Ajenos al sentimiento
De los hombres que lucharon
Y que hasta su sangre dieron
A veces incomprendidos
Como fue Manuel Dorrego 

Allá por el veintiséis
Diputado en el Congreso
Defendía el derecho cívico
De los empleados a sueldo
Excluidos de votar
Con el absurdo pretexto
Que el depender de un patrón
Ataría su pensamiento
En defensa del humilde
Se alzó el verbo de Dorrego

Del veintisiete al veintiocho
En su gestión de gobierno
Propulsó el federalismo
Que siempre fuera su credo
Y cayó buscando luz
Entre las sombras envuelto
No pudo montar de vuelta
Como lo hizo en Nazareno
Y en un trece de diciembre
Se apagó Manuel Dorrego

Se ordenó el fusilamiento
Con un pañuelo amarillo
Sus ojos enceguecieron
Cuando el padre Juan José
Lo acompañaba en silencio
Sonaron ocho disparos
Y quedó escrito en un pliego
Besos para esposa e hija
Que Dios proteja mi suelo
Ahorren sangre de venganza
Firmao' Manuel Dorrego


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