viernes, 26 de mayo de 2017

La Batalla de Pavón. Una vergüenza mas de nuestra historia


Varios hechos de nuestra historia se han teñido de sangre y vergüenza, sin embargo la Batalla de Pavón, por lo que significó para el futuro de país, reúne todo lo indeseable: corrupción, traición, negocios y ambiciones desmedidas, tan solo por nombrar algunas. 
Muertes de compatriotas que “doblaron el lomo” para que otros “doblen los bienes”, retirarse del campo de batalla habiendo ganado por parte de Urquiza y “haciendo como que” había ganado Mitre se haga cargo del triunfo, y a partir de allí, a fuerza de sangre, vaya imponiendo al resto del país el poder del puerto de Buenos Aires, como se venía haciendo hasta ese momento.
Así como la Batalla de Caseros significó la muerte del “centralismo federal”, la Batalla de Pavón significó la muerte del “federalismo del interior”, y ambas tuvieron (paradójicamente), casi los mismos actores. 
Por un “basta de Pavón”, vaya este relato.

¿Cuándo y dónde?
El cuándo y el dónde de este hecho bélico tiene menos importancia que el cómo, el quiénes  y las consecuencias que tuvo en nuestra historia.
La batalla de Pavón se llevó a cabo en el sur de la provincia de Santa Fe el día 17 de septiembre de 1861. Por un lado estaban los porteños que pretendían imponer su hegemonía sobre todo el país y por el otro, los provincianos que querían descentralizar la Nación, dando autonomía estatal a sus pagos.
El resultado vergonzoso de la misma significó el fin de la Confederación Argentina (representada -¿?- por Justo José de Urquiza), y la incorporación de la provincia de Buenos Aires (representada por Bartolomé Mitre), en calidad de miembro dominante de lo que sería el país.
El contexto de la época
La provincia de Buenos Aires (que incluía a la ciudad de Buenos Aires), era la única con salida oceánica, lo cual le daba una enorme ventaja económica, estratégica y geopolítica sobre las otras provincias “hermanas”, a las que Mitre llamaba despectivamente “los trece ranchos”.
Es cierto que federales y unitarios estaban enfrentados entre sí, pero a la hora de defender lo suyo, se unían para enfrentar a su enemigo (a Buenos Aires o a las provincias según cada caso). El país estaba dividido entre la Confederación Argentina y el Estado de Buenos Aires, enfrentados en una guerra civil intermitente.
La segunda batalla de Cepeda (Pergamino, 1859), y el pacto de San José de Flores (1860), habían reunido la provincia de Buenos Aires con el resto del país, al menos de manera nominal. Pero realmente no habían solucionado nada, ya que ambos bandos estaban casi convencidos de que se volverían a enfrentar.
Terminado su período presidencial en 1860, Justo José de Urquiza entregó el mando ante el Congreso Nacional de Paraná al abogado cordobés Santiago Derqui.
Ese mismo año, la Legislatura de la Provincia de Buenos Aires eligió gobernador al Brigadier Bartolomé Mitre, Comandante en Jefe del ejército porteño.
Durante la presidencia de Urquiza las provincias del interior habían estado en paz, con la excepción de San Juan, en la cual un crimen político sirvió de catalizador para la guerra civil que culminó en la Batalla de Cepeda. Las cosas cambiaron al ascender a la presidencia Santiago Derqui.
Varios caudillos locales, generalmente unitarios, se habían mantenido en paz con el gobierno central. Pero con el nuevo presidente, se lanzaron públicamente a la oposición, tal el caso de Manuel Taboada (en Santiago del Estero) o de José María del Campo (en Tucumán).
El gobernador cordobés Mariano Fragueiro manejó muy mal sus relaciones con la oposición, y cuando la situación se hizo más violenta, Derqui intervino el gobierno de Córdoba y se trasladó a esa ciudad.
La situación más grave se dio nuevamente en la provincia de San Juan, donde el gobernador, el Coronel José Antonio Virasoro (un correntino), fue derrocado y asesinado en una rebelión liberal que contó con apoyo de varios políticos porteños. Los liberales nombraron Gobernador al abogado Antonino Aberastain.
El Presidente envió una intervención federal a la provincia al mando del Gobernador de San Luis, Coronel Juan Saá. El nuevo gobernador (Aberastain), la enfrentó militarmente, pero fue derrotado y asesinado en Pocito, lo que permitió a los porteños acusar a Derqui de haber provocado el crimen.
Para hacer efectiva la unión de la provincia rebelde a la Nación, se efectuó en Buenos Aires la elección de diputados provinciales ante el Congreso Nacional. Pero, tal vez como una forma de provocación, o de desprecio a las leyes nacionales, fueron realizadas de acuerdo con la ley electoral porteña, y no por la ley nacional. Los diputados fueron rechazados en el Congreso, y los senadores se retiraron en solidaridad con aquellos.
Por este y otros motivos, el presidente Santiago Derqui dictó un decreto convocando a nuevas elecciones en Buenos Aires, pero las autoridades de la provincia se negaron a acatar tal disposición, y declararon caduco el Pacto de San José.
Es necesario tener presente que no existía lo que hoy se conoce como República Argentina, sino que más bien había múltiples soberanías, cada provincia del actual territorio argentino se reconocía como Estado autónomo. En este sentido la Confederación Argentina fue la máxima unificación lograda a través de la unión de los Estados provinciales mediante pactos y tratados.
La disputa entre las partes beligerantes no era solo una cuestión de organización político-territorial sino una disputa económica entre diferentes sectores dominantes.
La Confederación Argentina exigía por un lado la libre navegación de los ríos que implicaba que los bienes producidos en el Interior no llegaran con precios inflados los que debían competir con los precios de los bienes llegados de Inglaterra, de menor precio y de mayor calidad, en detrimento de los productos y ganancias del interior.
Por otro lado, la nacionalización de la Aduana de Buenos Aires, tendría que repartir sus ganancias a todo el territorio argentino.
Los principales actores de esta cadena de traiciones y acomodos “tenían lo suyo”.
·         Urquiza era un ser extremadamente vanidoso que se enorgullecía hasta el infinito cuando tanto amigos como enemigos lo alababan. Era exageradamente celoso y de comportamiento salvaje cuando se irritaba frente a una sospecha cualquiera. Mas que un General de la Nación era un rico hacendado entrerriano. 
·         Derqui, al decir de sus contemporáneos “pasaba su vida durmiendo sin que nada ni nadie lo perturbara, leyendo novelas y tomando mate”. Extendía simpatías tanto a federales y liberales, jugando casi siempre “a dos puntas”. 
·         Mitre era un intelectual prestigioso solo “puramente en el centro” (de la ciudad de Buenos Aires), que no traspuso nunca “la calle de las Artes” y no llegaba jamás a la periferia de los corrales de los matanceros, a los quinteros de la orilla ni, mucho menos, a los gauchos de la campaña. 
Comienzan los preparativos
El Congreso consideró la negativa de Buenos Aires como un acto de sedición y Derqui encomendó al ex presidente Urquiza la jefatura de las fuerzas nacionales para volver a la obediencia  a la provincia rebelde. Urquiza comenzó a concentrar y organizar sus fuerzas en Diamante.
El presidente Derqui pretendió organizar un ejército en Córdoba para trasladarlo hasta Santa Fe y entregarlo a Urquiza. Se financió con los fondos secuestrados al General Paz y el dinero recaudado a nivel nacional e internacional para los damnificados del terremoto de Mendoza de marzo de 1861.
Logró reunir un heterogéneo grupo de unidades de infantería cordobesa y de caballería puntana, comandadas por los Coroneles Mayores José María Francia y Juan Saá, respectivamente.
Inicialmente sólo 3.000 entrerrianos respondieron al llamado de Derqui, y Saá aportó 1.500 puntanos, pero muchos de ellos, descontentos con su Gobernador, comenzaron a desertar.
Las fuerzas de Derqui eran alrededor de 8.000 hombres. El descontento popular de los cordobeses contra éste y la influencia de los liberales en los oficiales de dicha provincia se hicieron notar, y al menos 2.000 desertaron. 
A estas fuerzas, llegadas al sur de la provincia de Santa Fe, se sumó la de Urquiza, de entrerrianos y correntinos, las de la provincia de Santa Fe (alrededor de 2.000 hombres de la guarnición de Rosario), y los emigrados porteños. La gran mayoría de estas fuerzas eran de caballería con unas pequeñas unidades de infantería.
En total, el Ejército Confederal  de Urquiza estaba formado aproximadamente por 17.000 hombres, de los cuales 8.000 fueron aportados por las provincias del centro y 9.000 por Entre Ríos, Corrientes y Santa Fe. De estos 5.000 correspondías a infantería, 11.000 a caballería y 2.000 a artillería (con 42 cañones).
Por su parte, el Gobernador porteño, Bartolomé Mitre, se ponía al frente del ejército de Buenos Aires que comenzó su concentración en Rojas en junio de 1861.
El ejército mitrista adiestró en Pergamino entre 8.000 y 10.000 guardias nacionales. En agosto reunió a los veteranos de la frontera contra los indígenas (previa subvención al cacique Calfucurá para mantener una tregua), y a fin de mes llegaron 1.000 suizos y genoveses que Hilario Ascausbi trajo de Europa.
Listo para la batalla su ejército estaba compuesto por 16.000 hombres (9.000 de infantería, 6.000 de caballería (con la participación de indígenas lanceros contratados) y 1.000 de artillería (con 35 cañones).
Derqui avanzó hasta Rosario, donde dejó el mando en manos de Urquiza, y Mitre avanzó casi directamente hasta el norte de Buenos Aires e invadió Santa Fe.
Urquiza intentó hasta el último momento evitar el conflicto (… y proteger los negocios personales), y se negó sistemáticamente a tomar la iniciativa contra el ejército porteño, tal como se lo aconsejaban sus Coroneles Ricardo López Jordán y Prudencio Arnold, argumentando que “no tengo atribuciones para operar en la Provincia de Buenos Aires”.
Le dijo a López Jordán: “No te permito (desbaratar el campamento porteño), porque estoy tratando de hacer la paz y he de meter el brazo hasta aquí (señalando el hombro), para hacerla”. 
La batalla
Ambas fuerzas chocaron en las orillas del arroyo Pavón (40 km al sur de Rosario). Urquiza dispuso sus tropas en una posición defensiva, formando una línea extendida al este y al oeste de la estancia de Domingo Palacios (actual estancia Los Naranjos). En las alas quedó formada la caballería.
Al llegar a 800 metros de la estancia, Mitre desplegó su infantería, preparándose para el asalto al centro adversario. Sin embargo fue la artillería confederal la que dio inicio al combate, abriendo grandes brechas en las filas de infantes porteños, blancos fáciles debido a sus vistosos y coloridos uniformes.
El irregular combate duró apenas dos horas, durante las cuales el ala izquierda confederal bajo el mando del Coronel Mayor Juan Saá, compuesta en gran parte por las divisiones santafesinas y porteñas de Ricardo López Jordán, derrotó completamente a la caballería del Primer Cuerpo del ejército porteño, comandada por el General (y ex presidente uruguayo),  Venancio Flores, persiguiéndola hasta más allá del Arroyo del Medio (curso de agua que marca el límite entre Buenos Aires y Santa Fe).
La caballería del Segundo Cuerpo porteño, bajo el mando del experimentado General Manuel Hornos, ofreció mayor resistencia, aunque finalmente debió retirarse, dejando en poder de sus adversarios todo el parque y numerosos prisioneros. También el ala derecha, al mando del General Miguel Galarza arrolló a la escasa caballería del ala izquierda de Buenos Aires.
En cambio, el centro del ejército de la Confederación, compuesto por milicianos del interior con escaso entrenamiento militar, fue superado y obligado a retroceder por los aguerridos y bien pertrechados batallones de infantería porteños.
La batalla estaba definida. Bastaba que Urquiza avanzara sobre el lugar donde Paunero y Mitre estaban sitiados para alcanzar la victoria completa.
Al ver la dispersión del centro, Urquiza, de manera sorpresiva para todos sus hombres, abandonó el campo de batalla sin permitir que entraran en combate 4.000 hombres de las divisiones entrerrianas que hasta ese momento había mantenido en reserva. Urquiza se retira al tranco corto, mirando al frente como si no pasara nada, dando la sensación que se trataba de un repliegue voluntario.
El General se marchó a Rosario, siguiendo luego hacia San Lorenzo y Las Barrancas. En este punto recibió información de la victoria de su caballería, pero (…por alguna razón), ya no regresó.
La insólita decisión de Urquiza dejó el campo abierto al ejército porteño, que se había retirado hacia San Nicolás de los Arroyos seguro de haber perdido la batalla, cuando un gaucho le grita a Mitre (según José María Rosa),  “No dispare general, que ha ganado”.
Virasoro, oficial de Urquiza, escribe en su parte de batalla “El resultado de esta inmortal jornada, que formará una de las brillantes páginas de nuestra historia, ha sido quedar rendidos en el campo de batalla más de 1.500 cadáveres enemigos, entre ellos muchos jefes y oficiales, 1.200 prisioneros, su convoy y bagajes en nuestro poder”.
Sabida era la inutilidad de Mitre como militar. Nunca ganó una batalla, ni siquiera con los indígenas a pesar de su poderío en armas. En Cepeda, habló de devolver intactas las legiones, pero la paliza fue completa. En Paraguay prometió que todo se resolvería en tres meses, y la guerra duró cinco años.
Al ver la inacción de Urquiza, Mitre reunió sus tropas.
Derqui ingenuamente intentó la resistencia. El grueso del ejército federal está intacto y lo pone a las órdenes de Juan Saá, mientras espera el regreso de Urquiza.
Lo cree enfermo y le escribe deseándole “un pronto restablecimiento para que vuelva cuanto antes a ponerse al frente de las tropas”. Pero Urquiza no vuelve, no quiere volver.
Los oligarcas anuncian la gran victoria, aunque Mitre no puede mover a los suyos de la estancia de Palacios porque no tiene caballada. Sarmiento, desde Buenos Aires, le escribe el 20 de septiembre: “No trate de economizar sangre de gauchos. Este es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre es lo único que tienen de seres humanos”.
Urquiza no será un prófugo, quedará en Entre Ríos y no perderá ni el gobierno de esa provincia ni una sola de sus muchas vacas.
Urquiza tiene trece provincias consigo y un partido que es todo, o casi todo, en la República. Se lo espera con impaciencia, pero Urquiza no vuelve.
Mitre decidió entonces consolidar su posición para marchar luego sobre Santa Fe. El 4 de octubre inició su avance sobre Rosario, ciudad que ocupó una semana después.
Mientras tanto, parte de la caballería federal avanzó hasta Pergamino, ocupando el pueblo. Sólo cuando una reacción de la caballería porteña obligó a los federales a regresar a Santa Fe, Mitre inició el avance hacia esa provincia. Habían pasado varias semanas desde la batalla.
López Jordán, la mano derecha de Urquiza, le escribe a éste el 19 de setiembre, aun sosteniendo su posición ventajosa en el campo de batalla: “Espero sus órdenes, porque si estoy y sigo es porque usted me puso aquí”, pero el General siguió su vergonzoso retiro.
A cuarenta días de la batalla, el 27 de octubre, el inocente Derqui todavía escribe al sensitivo guerrero interesándose por su salud y rogándole que “tome el mando”.
En los meses siguientes, el avance de los porteños y sus aliados fue imparable, y el único ejército federal que podrían haberles opuesto resistencia, el de Urquiza, fue prácticamente desmantelado por orden de éste. 
¿Por qué Urquiza habiendo ganado la batalla se retiró del campo?
No hay que olvidar que Urquiza, representaba a los estancieros entrerrianos, a los que él mismo pertenecía. En su momento fue una alianza con la oligarquía porteña contra Rosas, hasta que el monopolio aduanero y de los ríos de parte de Buenos Aires cambiaron las cosas.

Esto lo movió a romper con los porteños y derrotar a Rosas en Caseros. Así los estancieros entrerrianos se convirtieron en el eje de la organización nacional, acaudillando a todos los sectores interesados en impedir que la oligarquía porteña organice la nación de acuerdo a sus intereses.

Urquiza y los suyos decidieron que les era más barato llegar a un acuerdo con los oligarcas porteños, sean comerciantes o terratenientes, que llevar una lucha a muerte, siempre y cuando no se metan con los asuntos de Entre Ríos.

“Su claudicación ante Buenos Aires estaba en el orden natural de las cosas, y así lo observo Alberdi, que dio una descripción acabada del aspecto personal de esta política sin determinar su base clasista: ¿para que ha dado Urquiza tres batallas? Caseros para ganar la presidencia, Cepeda para ganar una fortuna, Pavón para asegurarla”. 
Se han intentado varias explicaciones para esta extraña retirada, ninguna es satisfactoria.
Los urquicistas más conspicuos difundieron que se trató de una indisposición de Urquiza, aunque seguramente ni ellos la creían.  Versiones que trascendieron indicaban que temía la traición de Derqui, que no quería derramar más sangre, y que sus hombres no le respondían. Poco de esto fue cierto.
Otra posible causa de la retirada de Urquiza, hace referencia a un pacto subyacente promulgado por la masonería argentina, involucrando a Urquiza, Mitre, Derqui y Sarmiento, a quienes se encomendó, bajo juramento, poner todo lo que estuviera a su alcance para apaciguar la guerra civil.
Una tercera hipótesis, y tal vez la que tenga mayor asidero (conociendo el pensamiento de los actores involucrados), avalada por quien fuese el Secretario Privado de Urquiza (Juan Coronado), indica que un misterioso norteamericano de apellido Yateman fue y vino entre uno y otro campamento la noche antes de la batalla concertando un arreglo, cartas mediante.
Dice Coronado que Urquiza estaba cansado y prefirió arreglarse con Mitre (sin la participación de Derqui), dejando a salvo su persona, su fortuna y su gobierno en Entre Ríos.
Urquiza no sería molestado por el poder de Mitre, y él sería,  de allí en mas, el principal (…sino el único), proveedor de caballadas y hacienda para el ejército.
Las consecuencias de los pactos espurios
Las batallas de Cepeda, de Caseros y de Pavón fueron posiblemente los tres enfrentamientos armados más trascendentales de la historia argentina, tanto por las consecuencias institucionales que acarrearon, como por la realineación de casi todos los actores políticos después de cada una de ellas.
Al ver que el país era invadido por las fuerzas mitristas, el Presidente Derqui renunció y se refugió en Montevideo. Pocas semanas más tarde, el Vicepresidente Pedernera declaraba caduco el gobierno nacional.
A partir de ese momento Mitre proyectó su influencia sobre todo el país. Todos los gobernadores federales (con la notable y sospechosa excepción de Urquiza), fueron derrocados en las semanas finales del año y en las primeras de 1862.
Algunos lo fueron por los unitarios locales, contando con la cercanía de las fuerzas porteñas, y otros lo fueron directamente por el ejército porteño que invadió esas provincias a través de los tristemente famosos uruguayos “Coroneles de Mitre”.
Debemos recordar que la formación militar de Mitre la adquirió en la Escuela Militar de Montevideo donde conoció la ferocidad de algunos “compañeros” a quienes luego invitó para eliminar al caudillaje del interior.
Las divisiones mitristas a las órdenes de Sandes, Iseas, Irrazabal, Flores, Paunero y Arredondo entran implacables en el interior a cumplir el consejo de Sarmiento. Hombre encontrado con la divisa federal es degollado. Si no lo llevan es mandado a la frontera a pelear con los indígenas. No importa que tenga hijos y mujer. Es gaucho, y debe ser eliminado del mapa político. Todo el país debe “civilizarse”.
Así avanza la ola criminal, estableciendo “El reinado de la libertad“, como dice La Nación, el diario de Mitre.
Sarmiento dice “Los gauchos son bípedos implumes de tan infame condición, que nada se gana con tratarlos mejor”.
Mitre dice “Pavón no es solo una “victoria militar, es sobre todo el triunfo de la civilización sobre los elementos de la barbarie”.
Urquiza, para sus adentros, decide aceptar que la organización nacional se haga bajo las condiciones impuestas por Buenos Aires, pero él, a cambio, obtiene que le reconozcan su liderazgo en Entre Ríos.

Urquiza percibió mejor que nadie que había un antes y un después de Pavón. Sus traiciones a la causa federal, no son otra cosa que el reconocimiento de que ya no era posible defender esa causa por la vía militar, entre otras cosas, porque la derrota era la única garantía.

Por eso su silencio ante los reclamos del Chacho Peñaloza y Felipe Varela. Creía que la causa de las montoneras que se desangraban por la igualdad de las provincias del interior era una causa perdida. Un día le dijo a uno de sus colaboradores: “Mis enemigos porteños me han acusado de muchas cosas, menos de tonto, porque saben muy bien que no lo soy... y sólo un tonto rematado puede jugar su capital político a una causa que no tiene ninguna esperanza de triunfar”.
Urquiza vive tranquilo en su palacio San José, porque ha concertado con Mitre que se le deje su fortuna y su gobierno a condición de abandonar a los federales. Dentro de poco hará votar por Mitre en las elecciones de Presidente.
Meses después, Mitre fue elegido Presidente de la Nación por medio de elecciones organizadas por los nuevos gobiernos adeptos. Tanto en la elección de éstos, como en la de aquél, los candidatos federales estaban proscriptos. Junto a Mitre se hizo sentir el fuerte núcleo porteñista que constituía su base política, copando los ministerios y buena parte de las bancas del Congreso.
La Capital del país, que había estado radicada en Paraná, fue trasladada a Buenos Aires, pero el gobierno nacional debió aceptar quedar como huésped del gobierno porteño.
Esta ubicación de la capital permitió a los porteños defender muy efectivamente sus intereses.
En los años siguientes, la Argentina mantuvo una organización “nominalmente federal”, pero la preponderancia real de Buenos Aires se mantuvo inquebrantable, al menos, hasta que logró configurar al país a imagen y semejanza de sus propios intereses.
Lentamente (y lamentablemente), llegaría a reorganizarse como un estado “más o menos federal”, de ideología liberal y economía librecambista.
También, como consecuencia de la actitud de Urquiza en Pavón, está su muerte. Se dice que Urquiza pagó su traición nueve años después cuando la partida contratada por López Jordán, encabezada por Simón Luengo, quienes lo asesinaron delante de su mujer y sus hijas.
Los biógrafos de López Jordán aseguran que éste nunca le perdonó a su jefe la traición de Pavón, como tampoco le va a perdonar su complicidad con la guerra del Paraguay al lado de Buenos Aires y de Brasil.
Luengo dirigió el ataque al palacio San José en abril de 1870, el mismo día en que López Jordán tomaba el control de Paraná y se hacía nombrar Gobernador.
La idea era apresar a Urquiza y provocar su renuncia, pero inesperadamente, éste se defendió y disparó su pistola contra los atacantes, que lo mataron a sablazos. 

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