Varios hechos de nuestra historia se han teñido de sangre y vergüenza, sin embargo la Batalla de Pavón, por lo que significó para el futuro de país, reúne todo lo indeseable: corrupción, traición, negocios y ambiciones desmedidas, tan solo por nombrar algunas.
Muertes de compatriotas que “doblaron
el lomo” para que otros “doblen los bienes”, retirarse del campo de batalla
habiendo ganado por parte de Urquiza y “haciendo como que” había ganado Mitre se
haga cargo del triunfo, y a partir de allí, a fuerza de sangre, vaya imponiendo
al resto del país el poder del puerto de Buenos Aires, como se venía haciendo
hasta ese momento.
Así como la Batalla de Caseros
significó la muerte del “centralismo federal”, la Batalla de Pavón significó la
muerte del “federalismo del interior”, y ambas tuvieron (paradójicamente), casi
los mismos actores.
Por un “basta de Pavón”, vaya este
relato.
¿Cuándo
y dónde?
El cuándo y el dónde de este hecho bélico tiene menos importancia que el
cómo, el quiénes y las consecuencias que
tuvo en nuestra historia.
La batalla de Pavón
se llevó a cabo en el sur de la provincia de Santa Fe el día 17 de
septiembre de 1861. Por un lado estaban los porteños que pretendían imponer su hegemonía sobre todo el país y por el otro, los provincianos que querían
descentralizar la Nación, dando autonomía estatal a sus pagos.
El resultado vergonzoso de la misma significó el fin de la Confederación Argentina (representada -¿?- por Justo José de Urquiza), y la incorporación de
la provincia de Buenos Aires (representada por Bartolomé Mitre), en calidad de miembro dominante de lo
que sería el país.
El contexto de la época
La provincia de Buenos Aires (que incluía a la ciudad de Buenos Aires),
era la única con salida oceánica, lo cual le daba una enorme ventaja económica,
estratégica y geopolítica sobre las otras provincias “hermanas”, a las que Mitre llamaba
despectivamente “los trece ranchos”.
Es cierto que federales y unitarios estaban enfrentados entre sí, pero a
la hora de defender lo suyo, se unían para enfrentar a su enemigo (a Buenos
Aires o a las provincias según cada caso). El país estaba dividido entre
la Confederación Argentina y el Estado de Buenos Aires, enfrentados en una guerra civil intermitente.
La segunda batalla de Cepeda (Pergamino, 1859), y el pacto de San José de Flores (1860), habían reunido la provincia de Buenos Aires con el resto del
país, al menos de manera nominal. Pero realmente no habían solucionado nada, ya
que ambos bandos estaban casi convencidos de que se volverían a enfrentar.
Terminado su período presidencial en 1860, Justo José de Urquiza entregó el mando ante el Congreso Nacional de Paraná al
abogado cordobés Santiago
Derqui.
Ese mismo año, la Legislatura
de la Provincia de Buenos Aires eligió
gobernador al Brigadier Bartolomé Mitre, Comandante en Jefe del ejército
porteño.
Durante la presidencia de Urquiza las provincias del interior habían
estado en paz, con la excepción de San Juan, en la cual un crimen político sirvió de catalizador para la guerra
civil que culminó en la Batalla de Cepeda. Las cosas cambiaron al ascender a la
presidencia Santiago Derqui.
Varios caudillos locales,
generalmente unitarios,
se habían mantenido en paz con el gobierno central. Pero con el nuevo
presidente, se lanzaron públicamente a la oposición, tal el caso de Manuel
Taboada (en Santiago del Estero) o de José María del Campo (en Tucumán).
El gobernador cordobés Mariano
Fragueiro manejó muy mal sus
relaciones con la oposición, y cuando la situación se hizo más violenta,
Derqui intervino el gobierno de Córdoba y se trasladó a esa ciudad.
La situación más grave se dio nuevamente en la provincia de San Juan, donde el gobernador, el Coronel José Antonio Virasoro (un correntino), fue derrocado y asesinado en una rebelión liberal
que contó con apoyo de varios políticos porteños. Los liberales nombraron
Gobernador al abogado Antonino Aberastain.
El Presidente envió una intervención federal a la provincia al mando del
Gobernador de San Luis, Coronel Juan Saá. El nuevo gobernador (Aberastain), la enfrentó
militarmente, pero fue derrotado y asesinado en Pocito, lo que permitió a los porteños acusar a Derqui de haber provocado el
crimen.
Para hacer efectiva la unión de la provincia rebelde a la Nación, se
efectuó en Buenos Aires la elección de diputados provinciales ante el Congreso Nacional. Pero, tal vez como una forma de provocación, o de desprecio a las
leyes nacionales, fueron realizadas de acuerdo con la ley electoral porteña, y
no por la ley nacional. Los diputados fueron rechazados en el Congreso, y los
senadores se retiraron en solidaridad con aquellos.
Por este y otros motivos, el presidente Santiago Derqui dictó un decreto
convocando a nuevas elecciones en Buenos Aires, pero las autoridades de la
provincia se negaron a acatar tal disposición, y declararon caduco el Pacto de
San José.
Es
necesario tener presente que no existía lo que hoy se conoce como República
Argentina, sino que más bien había múltiples soberanías, cada provincia del
actual territorio argentino se reconocía como Estado autónomo. En este sentido
la Confederación Argentina fue la máxima unificación lograda a través de la
unión de los Estados provinciales mediante pactos y tratados.
La
disputa entre las partes beligerantes no era solo una cuestión de organización
político-territorial sino una disputa económica entre diferentes sectores
dominantes.
La
Confederación Argentina exigía por un lado la libre navegación de los ríos que implicaba que los
bienes producidos en el Interior no llegaran con precios inflados los que
debían competir con los precios de los bienes llegados de Inglaterra, de menor
precio y de mayor calidad, en detrimento de los productos y ganancias del interior.
Por
otro lado, la nacionalización de la
Aduana de Buenos Aires, tendría que repartir sus ganancias a todo el
territorio argentino.
Los
principales actores de esta cadena de traiciones y acomodos “tenían lo suyo”.
·
Urquiza era un ser extremadamente vanidoso que se
enorgullecía hasta el infinito cuando tanto amigos como enemigos lo alababan.
Era exageradamente celoso y de comportamiento salvaje cuando se irritaba frente
a una sospecha cualquiera. Mas que un General de la Nación era un rico
hacendado entrerriano.
·
Derqui, al decir de sus contemporáneos “pasaba su vida durmiendo sin que nada ni
nadie lo perturbara, leyendo novelas y tomando mate”. Extendía simpatías
tanto a federales y liberales, jugando casi siempre “a dos puntas”.
·
Mitre era un intelectual prestigioso solo “puramente en el centro” (de la ciudad
de Buenos Aires), que no traspuso nunca “la
calle de las Artes” y no llegaba jamás a la periferia de los corrales de
los matanceros, a los quinteros de la orilla ni, mucho menos, a los gauchos de
la campaña.
Comienzan los preparativos
El Congreso consideró la negativa de Buenos Aires como un acto de
sedición y Derqui encomendó al ex presidente Urquiza la jefatura de las fuerzas
nacionales para volver a la obediencia a
la provincia rebelde. Urquiza comenzó a concentrar y organizar sus fuerzas en Diamante.
El presidente Derqui pretendió organizar un ejército en Córdoba para trasladarlo hasta Santa Fe y entregarlo a Urquiza. Se financió con
los fondos secuestrados al General Paz y el dinero recaudado a nivel nacional e
internacional para los damnificados del terremoto de Mendoza de marzo de 1861.
Logró reunir un heterogéneo grupo de unidades de infantería cordobesa y
de caballería puntana, comandadas por los Coroneles Mayores José María Francia y Juan Saá, respectivamente.
Inicialmente sólo 3.000 entrerrianos respondieron al llamado de Derqui,
y Saá aportó 1.500 puntanos, pero muchos de ellos, descontentos con su Gobernador,
comenzaron a desertar.
Las fuerzas de Derqui eran alrededor de 8.000 hombres. El
descontento popular de los cordobeses contra éste y la influencia de los
liberales en los oficiales de dicha provincia se hicieron notar, y al menos
2.000 desertaron.
A estas fuerzas, llegadas al sur de la provincia de Santa Fe, se sumó la de Urquiza, de entrerrianos y correntinos, las de la
provincia de Santa Fe (alrededor de 2.000 hombres de la guarnición
de Rosario), y los emigrados porteños. La gran mayoría de estas fuerzas eran
de caballería con unas pequeñas unidades de infantería.
En total, el Ejército Confederal de Urquiza estaba formado aproximadamente por
17.000 hombres, de los cuales 8.000 fueron aportados por las provincias
del centro y 9.000 por Entre Ríos, Corrientes y Santa Fe. De estos 5.000
correspondías a infantería, 11.000 a caballería y 2.000 a artillería (con 42
cañones).
Por su parte, el Gobernador porteño, Bartolomé Mitre, se ponía al frente del ejército de Buenos Aires que comenzó su
concentración en Rojas en junio de 1861.
El ejército mitrista adiestró
en Pergamino entre 8.000 y 10.000 guardias nacionales. En agosto reunió a los
veteranos de la frontera contra los indígenas (previa subvención al cacique
Calfucurá para mantener una tregua), y a fin de mes llegaron 1.000 suizos y
genoveses que Hilario Ascausbi trajo de Europa.
Listo para la batalla su ejército estaba compuesto por 16.000 hombres (9.000
de infantería, 6.000 de caballería (con la participación de indígenas lanceros
contratados) y 1.000 de artillería (con 35 cañones).
Derqui avanzó hasta Rosario, donde dejó el mando en manos de Urquiza, y Mitre avanzó casi
directamente hasta el norte de Buenos Aires e invadió Santa Fe.
Urquiza intentó hasta el último momento evitar el conflicto (… y
proteger los negocios personales), y se negó sistemáticamente a tomar la
iniciativa contra el ejército porteño, tal como se lo aconsejaban sus Coroneles Ricardo López Jordán y Prudencio
Arnold, argumentando que “no tengo atribuciones para operar en la
Provincia de Buenos Aires”.
Le dijo a López Jordán: “No te
permito (desbaratar el campamento porteño), porque estoy tratando de hacer la paz y he de meter el brazo hasta aquí
(señalando el hombro), para hacerla”.
La
batalla
Ambas fuerzas chocaron en las orillas del arroyo Pavón (40 km al sur
de Rosario). Urquiza dispuso sus tropas en una posición defensiva, formando una
línea extendida al este y al oeste de la estancia de Domingo Palacios (actual
estancia Los Naranjos). En las alas quedó formada la caballería.
Al llegar a 800 metros de la estancia, Mitre desplegó su infantería,
preparándose para el asalto al centro adversario. Sin embargo fue la artillería
confederal la que dio inicio al combate, abriendo grandes brechas en las filas
de infantes porteños, blancos fáciles debido a sus vistosos y coloridos
uniformes.
El irregular combate duró apenas dos horas, durante las cuales el ala
izquierda confederal bajo el mando del Coronel Mayor Juan
Saá, compuesta en gran parte por
las divisiones santafesinas y porteñas de Ricardo López Jordán, derrotó completamente a la caballería del Primer Cuerpo del ejército
porteño, comandada por el General (y ex presidente uruguayo), Venancio
Flores, persiguiéndola hasta más
allá del Arroyo del Medio (curso de agua que marca el límite entre Buenos Aires y Santa Fe).
La caballería del Segundo Cuerpo porteño, bajo el mando del
experimentado General Manuel
Hornos, ofreció mayor resistencia,
aunque finalmente debió retirarse, dejando en poder de sus adversarios todo el
parque y numerosos prisioneros. También el ala derecha, al mando del General Miguel
Galarza arrolló a la escasa
caballería del ala izquierda de Buenos Aires.
En cambio, el centro del ejército de la Confederación, compuesto por
milicianos del interior con escaso entrenamiento militar, fue superado y
obligado a retroceder por los aguerridos y bien pertrechados batallones de
infantería porteños.
La batalla estaba definida. Bastaba que Urquiza avanzara sobre el lugar
donde Paunero y Mitre estaban sitiados para alcanzar la victoria completa.
Al ver la dispersión del centro, Urquiza, de manera sorpresiva para
todos sus hombres, abandonó el campo
de batalla sin permitir que
entraran en combate 4.000 hombres de las divisiones entrerrianas que
hasta ese momento había mantenido en reserva. Urquiza se retira al tranco
corto, mirando al frente como si no pasara nada, dando la sensación que se
trataba de un repliegue voluntario.
El General se marchó a Rosario, siguiendo luego hacia San Lorenzo y Las Barrancas. En este punto recibió información de la victoria de su caballería,
pero (…por alguna razón), ya no regresó.
La insólita decisión de Urquiza dejó el campo abierto al ejército
porteño, que se había retirado hacia San Nicolás de los Arroyos seguro de haber perdido la batalla, cuando un gaucho le
grita a Mitre (según José María Rosa), “No dispare general, que ha ganado”.
Virasoro, oficial de
Urquiza, escribe en su parte de batalla “El
resultado de esta inmortal jornada, que formará una de las brillantes páginas
de nuestra historia, ha sido quedar rendidos en el campo de batalla más de
1.500 cadáveres enemigos, entre ellos muchos jefes y oficiales, 1.200
prisioneros, su convoy y bagajes en nuestro poder”.
Sabida era la inutilidad
de Mitre como militar. Nunca ganó una batalla, ni siquiera con los indígenas a
pesar de su poderío en armas. En Cepeda, habló de devolver intactas las
legiones, pero la paliza fue completa. En Paraguay prometió que todo se
resolvería en tres meses, y la guerra duró cinco años.
Al ver la inacción de Urquiza, Mitre reunió sus tropas.
Derqui ingenuamente
intentó la resistencia. El grueso del ejército federal está intacto y lo pone a
las órdenes de Juan Saá, mientras espera el regreso de Urquiza.
Lo cree enfermo y le
escribe deseándole “un pronto
restablecimiento para que vuelva cuanto antes a ponerse al frente de las
tropas”. Pero Urquiza no vuelve, no quiere volver.
Los oligarcas anuncian
la gran victoria, aunque Mitre no puede mover a los suyos de la estancia de
Palacios porque no tiene caballada. Sarmiento, desde Buenos Aires, le escribe
el 20 de septiembre: “No trate de
economizar sangre de gauchos. Este es un abono que es preciso hacer útil al
país. La sangre es lo único que tienen de seres humanos”.
Urquiza no será un
prófugo, quedará en Entre Ríos y no perderá ni el gobierno de esa provincia ni
una sola de sus muchas vacas.
Urquiza tiene trece
provincias consigo y un partido que es todo, o casi todo, en la República. Se
lo espera con impaciencia, pero Urquiza no vuelve.
Mitre decidió entonces consolidar su posición para marchar luego sobre
Santa Fe. El 4 de octubre inició su avance sobre Rosario, ciudad que ocupó una semana después.
Mientras tanto, parte de la caballería federal avanzó hasta Pergamino, ocupando el pueblo. Sólo cuando una reacción de la caballería porteña
obligó a los federales a
regresar a Santa Fe, Mitre inició el avance hacia esa provincia. Habían pasado
varias semanas desde la batalla.
López Jordán, la mano
derecha de Urquiza, le escribe a éste el 19 de setiembre, aun sosteniendo su posición
ventajosa en el campo de batalla: “Espero
sus órdenes, porque si estoy y sigo es porque usted me puso aquí”, pero el
General siguió su vergonzoso retiro.
A cuarenta días de la
batalla, el 27 de octubre, el inocente Derqui todavía escribe al sensitivo
guerrero interesándose por su salud y rogándole que “tome el mando”.
En los meses siguientes, el avance de los porteños y sus aliados fue imparable,
y el único ejército federal que podrían haberles opuesto resistencia, el de
Urquiza, fue prácticamente desmantelado por orden de éste.
¿Por qué Urquiza habiendo
ganado la batalla se retiró del campo?
No hay que olvidar
que Urquiza, representaba a los estancieros entrerrianos, a los que él mismo pertenecía.
En su momento fue una alianza con la oligarquía porteña contra Rosas, hasta que
el monopolio aduanero y de los ríos de parte de Buenos Aires cambiaron las
cosas.
Esto lo movió a
romper con los porteños y derrotar a Rosas en Caseros. Así los estancieros
entrerrianos se convirtieron en el eje de la organización nacional,
acaudillando a todos los sectores interesados en impedir que la oligarquía
porteña organice la nación de acuerdo a sus intereses.
Urquiza y los suyos
decidieron que les era más barato llegar a un acuerdo con los oligarcas
porteños, sean comerciantes o terratenientes, que llevar una lucha a muerte,
siempre y cuando no se metan con los asuntos de Entre Ríos.
“Su claudicación ante Buenos Aires estaba en el
orden natural de las cosas, y así lo observo Alberdi, que dio una descripción
acabada del aspecto personal de esta política sin determinar su base clasista:
¿para que ha dado Urquiza tres batallas? Caseros para ganar la presidencia,
Cepeda para ganar una fortuna, Pavón para asegurarla”.
Se han intentado varias explicaciones para esta extraña retirada,
ninguna es satisfactoria.
Los urquicistas más conspicuos
difundieron que se trató de una indisposición de Urquiza, aunque seguramente ni
ellos la creían. Versiones que
trascendieron indicaban que temía la traición de Derqui, que no quería derramar
más sangre, y que sus hombres no le respondían. Poco de esto fue cierto.
Otra posible causa de la retirada de Urquiza, hace referencia a un pacto
subyacente promulgado por la masonería argentina, involucrando a Urquiza,
Mitre, Derqui y Sarmiento, a quienes se encomendó, bajo juramento, poner todo
lo que estuviera a su alcance para apaciguar la guerra civil.
Una tercera hipótesis, y tal vez la que tenga mayor asidero (conociendo
el pensamiento de los actores involucrados), avalada por quien fuese el
Secretario Privado de Urquiza (Juan Coronado), indica que un
misterioso norteamericano de apellido Yateman fue y vino entre uno y otro
campamento la noche antes de la batalla concertando un arreglo, cartas mediante.
Dice Coronado que
Urquiza estaba cansado y prefirió arreglarse con Mitre (sin la participación de
Derqui), dejando a salvo su persona, su fortuna y su gobierno en Entre Ríos.
Urquiza no sería
molestado por el poder de Mitre, y él sería,
de allí en mas, el principal (…sino el único), proveedor de caballadas y
hacienda para el ejército.
Las consecuencias de los
pactos espurios
Las batallas de Cepeda, de Caseros y de Pavón fueron posiblemente los tres enfrentamientos armados
más trascendentales de la historia argentina, tanto por las consecuencias
institucionales que acarrearon, como por la realineación de casi todos los
actores políticos después de cada una de ellas.
Al ver que el país era invadido por las fuerzas mitristas, el Presidente Derqui renunció y se refugió en Montevideo. Pocas semanas más tarde, el Vicepresidente Pedernera declaraba caduco el gobierno nacional.
A partir de ese momento Mitre proyectó su influencia sobre todo el país.
Todos los gobernadores federales (con la notable y sospechosa excepción de
Urquiza), fueron derrocados en las semanas finales del año y en las primeras
de 1862.
Algunos lo fueron por los unitarios locales, contando con la cercanía de
las fuerzas porteñas, y otros lo fueron directamente por el ejército
porteño que invadió esas provincias a través de los tristemente famosos
uruguayos “Coroneles de Mitre”.
Debemos recordar que la formación militar de Mitre la adquirió en la
Escuela Militar de Montevideo donde conoció la ferocidad de algunos
“compañeros” a quienes luego invitó para eliminar al caudillaje del interior.
Las divisiones mitristas a las órdenes de Sandes, Iseas,
Irrazabal, Flores, Paunero y Arredondo entran implacables en el interior a
cumplir el consejo de Sarmiento. Hombre encontrado con la divisa federal es
degollado. Si no lo llevan es mandado a la frontera a pelear con los indígenas.
No importa que tenga hijos y mujer. Es gaucho, y debe ser eliminado del mapa
político. Todo el país debe “civilizarse”.
Así avanza la ola
criminal, estableciendo “El reinado de la
libertad“, como dice La
Nación, el diario de Mitre.
Sarmiento dice “Los gauchos son bípedos implumes de tan
infame condición, que nada se gana con tratarlos mejor”.
Mitre dice “Pavón no es solo una “victoria militar, es
sobre todo el triunfo de la civilización sobre los elementos de la barbarie”.
Urquiza, para sus adentros, decide aceptar que la
organización nacional se haga bajo las condiciones impuestas por Buenos Aires, pero
él, a cambio, obtiene que le reconozcan su liderazgo en Entre Ríos.
Urquiza percibió mejor que nadie que había un antes
y un después de Pavón. Sus traiciones a la causa federal, no son otra cosa que
el reconocimiento de que ya no era posible defender esa causa por la vía
militar, entre otras cosas, porque la derrota era la única garantía.
Por eso su silencio ante los reclamos del Chacho
Peñaloza y Felipe Varela. Creía que la causa de las montoneras que se
desangraban por la igualdad de las provincias del interior era una causa
perdida. Un día le dijo a uno de sus colaboradores: “Mis enemigos porteños me han acusado de muchas cosas, menos de tonto,
porque saben muy bien que no lo soy... y sólo un tonto rematado puede jugar su
capital político a una causa que no tiene ninguna esperanza de triunfar”.
Urquiza vive tranquilo
en su palacio San José, porque ha concertado con Mitre que se le deje su
fortuna y su gobierno a condición de abandonar a los federales. Dentro de poco
hará votar por Mitre en las elecciones de Presidente.
Meses después, Mitre fue elegido Presidente de la Nación por medio de
elecciones organizadas por los nuevos gobiernos adeptos. Tanto en la elección
de éstos, como en la de aquél, los candidatos federales estaban proscriptos.
Junto a Mitre se hizo sentir el fuerte núcleo porteñista que constituía su base política, copando los ministerios
y buena parte de las bancas del Congreso.
La Capital del país, que había estado radicada en Paraná, fue trasladada a Buenos
Aires, pero el gobierno nacional
debió aceptar quedar como huésped del gobierno porteño.
Esta ubicación de la capital permitió a los porteños defender muy
efectivamente sus intereses.
En los años siguientes, la Argentina mantuvo una organización “nominalmente
federal”, pero la preponderancia real de Buenos Aires se mantuvo
inquebrantable, al menos, hasta que logró configurar al país a imagen y
semejanza de sus propios intereses.
Lentamente (y lamentablemente), llegaría a reorganizarse como un estado “más
o menos federal”, de ideología liberal y economía librecambista.
También, como consecuencia de la actitud de Urquiza en Pavón, está su
muerte. Se dice que Urquiza pagó su traición nueve años
después cuando la partida contratada por López Jordán, encabezada por Simón
Luengo, quienes lo asesinaron delante de su mujer y sus hijas.
Los biógrafos de López
Jordán aseguran que éste nunca le perdonó a su jefe la traición de Pavón, como
tampoco le va a perdonar su complicidad con la guerra del Paraguay al lado de
Buenos Aires y de Brasil.
Luengo dirigió el ataque al palacio San José en abril de 1870,
el mismo día en que López Jordán tomaba el control de Paraná y se hacía nombrar Gobernador.
La idea era
apresar a Urquiza y provocar su renuncia, pero inesperadamente, éste se
defendió y disparó su pistola contra los atacantes, que lo mataron a sablazos.
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