La Papeleta de Conchabo fue un documento de uso obligatorio para todos los “no propietarios” en edad de trabajar en las zonas rurales de la Argentina (léase gauchos), y que duró hasta finales del siglo XIX.
Quien no la tuviese en su poder era “candidato” a
la leva.
Esta acción de reclutar
gente para el servicio militar, siempre estuvo asociada a la palabra
involuntaria por parte de “levado”, que generalmente era pobre y campesino y se
resistía a formar parte de la “carne de cañón”.
Desde la Guerra de la
Independencia los gobiernos se
proveyeron de personal para el servicio de las armas a través de la “leva
forzosa” de presos, revoltosos, soldados “rebajados” y hombres que no pudiesen
demostrar oficio ni ocupación (mendigos, “vagos
y malentretenidos”).
Hubo levas en distintas modalidades y con
diferentes objetivos durante las excursiones de
Belgrano hacia el Paraguay, para el Ejército del Norte, para el Ejército de Los
Andes, para la Guerra contra el Paraguay y para la defensa contra los malones. Parece una historia
interesante que demuestra que, al menos una parte, de nuestra libertad e
independencia fue marcada a sangre y fuego por quienes fueron llevados por la
fuerza.
El contexto de época
El diccionario dice muy claramente
que leva significa reclutar
gente para el servicio militar, pero pocos dicen “el cómo”. Siempre la leva
estuvo asociada a la palabra involuntaria por parte de “levado”, que
generalmente era pobre y campesino y se resistía a formar parte de la “carne de
cañón”.
La leva en masa tiene su origen en Francia a partir del año
1793. En aquel momento se decidió la leva de 300.000 hombres por sorteo entre
los varones solteros o viudos de toda Francia, con edades comprendidas entre los 18 y los 45
años.
El fin era hacer
frente al descenso súbito de efectivos del ejército debido a las bajas y las
deserciones. A pesar de la resistencia al reclutamiento y de las deserciones,
la leva en masa consiguió que el número de hombres alistados se incrementara
considerablemente.
La “Papeleta de Conchabo” y la leva criolla
Desde
las guerras de Independencia (1810-1820), los sucesivos gobiernos del Río de la
Plata se proveyeron de personal para el servicio de las armas a través de la
“leva forzosa”, la “destinación”, la leva y el “enganche”. La “leva forzosa” y
la “destinación” fueron formas de reclutamiento muy similares, que actuaron de
forma paralela.
Ambas
eran impartidas por autoridades militares, policiales y judiciales. Consistían
en enviar al servicio de las armas a hombres marginales, de vida ociosa y/o
condenados por la justicia: presos, revoltosos, soldados “rebajados” y hombres
que no pudiesen demostrar oficio ni ocupación (mendigos, “vagos y malentretenidos”).
Hubo levas en
distintas modalidades y con diferentes objetivos durante las excursiones de Belgrano hacia el Paraguay, para el Ejército
del Norte, para el Ejército de Los Andes y para la defensa contra los malones.
La Papeleta de Conchabo fue un documento
establecido oficialmente al principio del gobierno del Virrey Rafael de Sobremonte, de uso obligatorio para todos los “no propietarios” en edad de
trabajar en las zonas rurales de la Argentina y duró hasta finales del siglo XIX.
El
conchabo es la acción de contratar a alguien para un servicio de orden
inferior. Su duración era de solamente tres meses, y no tenía
validez fuera del “pago” en que
había sido emitida sin ser revalidada por el juez del pueblo de origen
Era otorgada por los propietarios de estancias, y acreditaba que el peón que la portaba estaba
empleado a sus órdenes. Las autoridades civiles, militares o policiales estaban
autorizadas a exigir su presentación, y en caso contrario a detener y castigar
al infractor como “vago”.
La condena prevista por vagancia era el servicio de las armas en los
ejércitos de línea durante varios años.
En caso de que el infractor no gozara de las condiciones de salud
requeridas para el servicio militar, era condenado a la realización de
servicios públicos sin sueldo por el doble de los años previstos.
Los destinatarios de esa medida eran los gauchos, habitantes de las zonas rurales argentinas, a los
que se pretendía de esta manera forzar a someterse a relaciones de trabajo
asalariadas.
El objetivo ulterior era abaratar la mano de obra en las tareas rurales
(esencialmente ganaderas), y evitar el
merodeo de los gauchos por las estancias, con el consiguiente robo de ganado.
El ministro Bernardino Rivadavia extendió el sistema de la Ley de levas y la Papeleta de Conchabo.
En un principio, la guerra de
Independencia Argentina se libró con tropas
reunidas en zonas urbanas, pero cuando ésta se prolongó más allá de lo previsto,
los sucesivos gobiernos incorporaron tropas de origen rural, genéricamente
gauchos, para engrosar la caballería.
En razón de ello, el 30 de agosto de 1815, Manuel Luis de Oliden (3er Gobernador Intendente de Buenos Aires), dictó un
bando por el que se consideraba que todo hombre del ámbito rural que no tuviera
propiedad era un sirviente o peón.
Pasado el período de la anarquía de los años de 1820, los gobiernos de la provincia de Buenos Aires achicaron significativamente los ejércitos de línea, pero esta
medida (que podría haber beneficiado a los gauchos), se dio en una etapa de
fuerte transferencia de capitales comerciales a la explotación ganadera, junto
con un avance de la frontera indígena.
Simultáneamente se difundía una ideología elitista, que tendía a
favorecer a las clases altas en detrimento de los pobres, que eran constreñidos
al trabajo, voluntariamente o no.
Esa tendencia política fortaleció la presión sobre los gauchos, que
fueron sometidos a justificarse por medio de la Papeleta de Conchabo. Parte de
estos gauchos fueron utilizados para la guerra contra los indígenas, pero la mayor parte de estos formaron las
tropas republicanas durante la Guerra del Brasil.
Con el ascenso
de Juan Manuel de Rosas (que gobernó desde 1829 a 1832 y de 1835 a 1852), el gobierno
pasó a ser ejercido directamente por la clase social de los estancieros. La
Papeleta de Conchabo se generalizó, aunque los gauchos consideraron que su
exigencia no era demasiado onerosa debido al carácter paternalista del
gobernador.
Algunos autores
disienten con este punto de vista, observando que el sistema sirvió a Rosas para afincar en una condición
"feudal" a los "vagos" que poblaban las que serían sus
estancias. Ellos afirman que las casi 400.000 hectáreas de Rosas serían trabajadas
por una peonada en condición legal servil, por un sueldo de miseria, atada a la
tierra por la Papeleta de Conchabo y el Juez de Paz.
En el interior del
país, la exigencia de la Papeleta de Conchabo se había relajado notablemente
durante la Guerra de Independencia. Esto fue especialmente cierto en la provincia de Salta, donde el Gobernador Güemes había
logrado el apoyo generalizado de los gauchos a cambio de
permitirles un alto grado de libertad personal.
A partir del segundo
gobierno de Rosas (y mucho más aún al final de la guerra contra la Coalición del Norte, en 1842), éste alcanzó a concentrar en su gobierno la influencia sobre casi
todos los gobiernos provinciales.
Justificados con
el ejemplo del exitoso sistemas económico y político de Buenos Aires, la
exigencia de la Papeleta de Conchabo se generalizó nuevamente en todo el país,
alimentando las tropas que defendían la frontera contra los indígenas.
Después de
la Batalla de Caseros, tras la desaparición de Rosas del escenario político en 1852 y, más acentuadamente, de la
de Pavón en 1861, con el dominio del centralismo
porteño de Mitre, la ideología dominante despreciaba a las fuerzas de trabajo
nativas, enalteciendo las virtudes de los inmigrantes europeos.
La continuación de
las guerras civiles, de la lucha contra
los indígenas y la onerosa Guerra del Paraguay forzaron a continuar recurriendo a las levas para remontar
ejércitos de línea o fuerzas de milicias rurales.
Los gobiernos “provinciales” (los territorios provinciales aún no
estaban definidos) y el gobierno nacional, administrado por los mismos miembros
del sector terrateniente, trataron de resolver el problema indígena propiciando
campañas militares que buscaban la expulsión de los indígenas de los
territorios que ocupaban y el establecimiento de una línea de fortines. La
escasez de mano de obra y de soldados se resolvió a través de la sanción de las
leyes de Vagos o de Leva.
A través de la ley de Leva, se trató de combatir el nomadismo, el
vagabundeo y la delincuencia rural estableciendo que todo varón entre 18 y 40
años que no tuviera propiedad, careciera de domicilio fijo, que no pudiera
demostrar ocupación alguna, sería detenido, puesto a disposición de las
autoridades y destinado al desarrollo de obras públicas o a cumplir servicio
militar en la frontera con el indio.
Los gauchos podían demostrar su ocupación a través de la Papeleta de
Conchabo, emitido por el patrón y que certificaba su relación de dependencia.
Una de las
provincias que adoptó tardíamente el uso de la Papeleta de Conchabo fue la
de Mendoza, cuyo gobernador
dictó un decreto el 16 de agosto de 1855 exigiendo su
uso, así como el de la Papeleta
de Desconchabo, que debía ser
confeccionada por los patrones que dejaban cesantes a los peones para que
pudieran buscarse otro empleo en un plazo de tres días.
Por otro lado, a
pesar del discurso contrario a la ganadería como única fuente de desarrollo, lo
cierto es que ésta no disminuyó su participación dominante entre las
exportaciones, y la producción ganadera se expandió enormemente, requiriendo
abundante mano de obra, que sólo podía ser parcialmente cubierta por
inmigrantes irlandeses y vascos, especializados en la cría de ovinos.
La combinación de
ambas demandas causó la continuidad y profundización del sistema de levas y de
la exigencia de la Papeleta de Conchabo. A partir de mediados del siglo XIX,
por otro lado, se comenzó a generalizar el uso de alambrados para separar las tierras, con lo que la
movilidad de los gauchos se vio severamente disminuida.
La
“leva forzosa” tuvo como único objetivo sumar hombres para la guerra, es decir,
se utilizó fundamentalmente en tiempos de conflicto armado. En Argentina,
vio su término progresivo luego de la Guerra de la Triple Alianza (1865-1870) y en concomitancia con la
organización de las fuerzas militares permanentes.
El interior se opone a la guerra y a sacrificar su gente
Los gobiernos del interior, casi todos “mitristas”, tenían dificultades
para formar los contingentes, porque los “voluntarios”, al enterarse que la
guerra era contra el Paraguay, se escapaban en la primera ocasión de hacerlo.
El encargado del “contingente” de Córdoba, Emilio Mitre, en julio de
1865 escribe que “envía los voluntarios atados codo con codo”.
Julio Campos, porteño impuesto como gobernador en La Rioja tras el
asesinato del Chacho Peñaloza, informa a Mitre que:
“Es muy difícil sacar hombres de la provincia en “contingentes” para el
litoral, porque es tal el pánico que les inspira el “contingente” que a la sola
noticia que iba a sacarse, se han ganado a las sierra y no será chica la hazaña
si consigo que salgan. “La
sola palabra “contingente” basta para introducir la alarma y despoblar pueblos
enteros”.
Los “voluntarios” de Córdoba y Salta se sublevaron al llegar a Rosario
apenas les quitaron las maneas. En Catamarca la gente se niega la
incorporación. Un testigo calificado, el juez nacional Filemón Posse, explicaba
al Ministro de Justicia, Eduardo Costa, los procedimientos compulsivos que
había utilizado el gobierno local al expresar que “se ponían guardias
hasta en las puertas de los templos para tomar a los hombres que iban a misa,
sin averiguar si estaban eximidos por la ley”.
El mismo testigo señala, el estado de desnudez de la tropa, lo cual
movía la compasión del vecindario cuando salía a la plaza para recibir
instrucción. “Más parecen mendigos que soldados que van a combatir por
el honor del pueblo argentino”, afirmaba, agregando que tal situación
suscitó la piadosa intervención de la Sociedad San Vicente de Paul que les
proveyó de ropa y comida.
Nadie
en el interior quería ir a una guerra fratricida, sin embargo Mitre, haciendo
gala de su poder decidió lanzar una fuerte campaña en el interior para
“reclutar” hombres que mas tarde serían solo para satisfacer sus intereses.
Tras
la leva de “voluntarios” catamarqueños existe el documento de un herrero que
dice:
“Recibí del Gobierno de Catamarca, la suma de 40 pesos bolivianos por la
construcción de 200 grillos para los “voluntarios” catamarqueños que marchan a
la guerra contra el Paraguay”.
Felipe
Varela, al referirse a la leva mitrista para la Guerra contra el Paraguay
decía:
“Las provincias argentinas, empero, no han
participado jamás de estos sentimientos, por el contrario, esos pueblos han
contemplado gimiendo la deserción de un presidente impuesto por las bayonetas,
sobre la sangre argentina, de los grandes principios de la Unión Americana, en
los que han mirado siempre la salvaguardia de sus derechos y de su libertad,
arrebatada en nombre de la justicia y la ley.
“De modo que las provincias eran desgraciados
países sirvientes, pueblos tributarios de Buenos Aires, que perdían la
nacionalidad de sus derechos, cuando se trataba del tesoro Nacional”.
“En esta verdad está el origen de la guerra de
cincuenta años en que las provincias han estado en lucha abierta con Buenos
Aires, dando por resultado esta contienda, la preponderancia despótica del
porteño sobre el provinciano, hasta el punto de tratarlo como a un ser de escala
inferior y de más limitados derechos”.
“Es por estas incontestables razones que los
argentinos de corazón, y sobre todo los que no somos hijos de la Capital, hemos
estado siempre del lado del Paraguay en la guerra que, por debilitarnos, por
desarmarnos, por arruinarnos, le ha llevado a Mitre a fuerza de intrigas y de
infamias contra la voluntad de toda la Nación entera, a excepción de la egoísta
Buenos Aires”.
“Es por esto mismo que es uno de nuestros
propósitos manifestado en la invitación citada, la paz y la amistad con el
Paraguay”.
Caricatura aparecida en la revista El Mosquito en 1864,
representando
irónicamente el destino de los soldados
La negativa a incorporarse no era cobardía. Eran hombres acostumbrados a
cientos de combates y batallas. Muchos de ellos a la primera convocatoria,
ensillaban su mejor caballo, agarraban cuchillo y lanza, y se iban tras el
caudillo que los convocaba, sin preguntar mucho y sin pedir nada a cambio. Pero
ahora no los convocaba su jefe natural, sino los porteños, y para pelear en una
guerra a la que se oponían.
El mismo Urquiza, a quien sus paisanos lo habían acompañado en Vences,
Cepeda y Pavón entre otras, tendría problemas en esta oportunidad. Muchos son
convocados con engaños, diciéndole que era para combatir “contra los porteños”
y “macacos brasileros”, pero al enterarse de la verdad se sublevan y desbandan,
y algunos jefes se niegan a la maniobra:
“Usted nos llama para combatir al Paraguay –le escribe Ricardo López
Jordán- Nunca general; ese es nuestro amigo. Llámenos para pelear a porteños y
brasileños. Estamos pronto. Eso son nuestros enemigos. Oímos todavía los
cañones de Paysandú. Estoy seguro del verdadero sentimiento del pueblo
entrerriano”.
Lo
mismo ocurrió con la leva de voluntarios. En la práctica, ambos sistemas dieron
lugar a abusos donde se reclutaban hombres a la fuerza bajo el pretexto de
faltas o delitos inexistentes, a veces aprovechando las horas nocturnas, ya sea
en campos, suburbios, puertos, buques de la marina mercante, pulperías, etc.
Para fines de
siglo, en las provincias del sur la Papeleta de Conchabo dejó de ser
considerada necesaria, tanto por la incapacidad de los gauchos de vagar por
tierras delimitadas por alambrados, como por la generalización de la presencia
de inmigrantes y la desaparición de la frontera sur a partir de la Conquista (¿) del Desierto (¿).
Diversos
periodistas y publicistas reclamaron repetidamente (especialmente a partir del
final de la Guerra del Paraguay), contra la injusticia del sistema de papeletas
y levas en contra de los habitantes de la campaña y contra las consecuencias
sobre toda la sociedad, como por ejemplo la destrucción de las familias
rurales.
Este tipo de
prédica alcanzó una enorme difusión a partir de la publicación del Martín Fierro, cuya primera edición fue publicada por José Hernández en 1872.
El aumento de la
presión sobre el Congreso
Nacional y las legislaturas provinciales fue
debilitando con excepciones el sistema de levas y Papeletas de Conchabo, que
desapareció en las provincias de Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe poco antes de
1890.
La papeleta de
conchabo continuó en uso en las provincias del norte, donde fue particularmente
utilizada para alimentar de brazos las industrias madereras, azucareras y
algodoneras. La presión desde el gobierno central y desde la prensa local
terminó por forzar la derogación de todo el sistema de persecución basado en la
Papeleta de Conchabo, que fue derogada a lo largo de la década de 1890. Las últimas dos provincias en derogarlas fueron Tucumán y Jujuy, poco antes
de 1900.
Otras formas: destinación y enganche
Otras
formas sumar gente a las fuerzas armadas fue la “destinación” y más tarde el
“enganche”.
La
“destinación” asumió diferentes matices de acuerdo a quién la solicitara. Por
empezar, dentro de los “destinados” había voluntarios y obligados. En el caso
de los presos y “rebajados”, éstos solían optar por cumplir su condena
sirviendo en el servicio de las armas, no sólo porque las condiciones de vida
eran mejores que en la prisión, sino porque la chance de fuga era mayor.
Generalmente,
eran enviados a servir en la frontera o en los buques, donde les fuera más
difícil concretar el escape y sobrevivir después del mismo, al margen de que
ambos destinos se constituían en parte de su castigo. También podían ser
obligados por la autoridad competente en caso de reincidencia.
Para
los revoltosos y personas ociosas y de vida marginal, la destinación era generalmente
obligada por los jueces y revestía un carácter moralizante. La “destinación”
coexistió con el sistema de “enganche” y alistamiento voluntario.
Ambos fueron
implementados en la segunda mitad del siglo XIX.La mayor parte de las
tripulaciones de nuestra marina se formaron mediante el sistema de “enganche”.
Consistió
en incorporar hombres estableciendo un contrato entre gobierno y el
“enganchado”, donde se asentaba en una "Papeleta" el puesto a cubrir,
el salario mensual y el tiempo de prestación del servicio. Ese contrato no
contaba con la posibilidad de resolución y si el “enganchado” escapaba era
punible del delito de deserción.
La
formación de una escuadra nacional a partir de la presidencia de Sarmiento
(1868-1874), generó nuevas necesidades: tripulaciones permanentes, presencia
absoluta de criollos y personal capacitado para maniobrar buques de guerra.
Para
ejemplificar la diversidad de funciones que debían cubrirse a bordo de estas
modernas embarcaciones, baste mencionar entre el personal subalterno a los
oficiales de mar (contramaestres y condestables o iniciados), marineros,
personal de maestranza (carpinteros, herreros, foguistas, carboneros,
despenseros, maestros de víveres), cocineros y personal de servicio (camareros,
asistentes, enfermeros y mayordomos).
Si
bien el “enganche” fue el sistema más utilizado, era diametralmente opuesto a
los intereses de fondo de la Marina nacional debido al elemento humano que se
reclutaba. Un contemporáneo de la época sostenía:
“(…)
habiendo tenido necesidad en muchas ocasiones de echar mano de cuanto individuo
se presentaba sin averiguar sus costumbres y competencia, abundando siempre los
viciosos, ignorantes y sin amor a la profesión, que tomaban más bien los buques
como refugio, después de haberse ocupado en tierra en trabajos, quizás nada
honestos”.
La
“destinación” y más aún el “enganche” fueron la salida posible al constante
problema de falta de personal para la Marina. Sin embargo, no eran apropiadas
para los nuevos tiempos ni para la institución naval nacional.
Las
grandes potencias definieron la moderna política de defensa centrada en armar y
profesionalizar las fuerzas armadas. Argentina buscaba su integración en el
orden mundial. Por lo tanto, para los intereses nacionales, el elemento humano
que daba vida a la institución naval debía ser argentino, permanecer en la
fuerza y amar la profesión. Por eso, en paralelo al “enganche”, se ensayaron
las escuelas de marineros y personal subalterno.
Asimismo,
se instaló el debate sobre el servicio obligatorio por sorteo. No será hasta
fin de siglo que esas nuevas alternativas se hicieron norma. La conscripción
obligatoria por sorteo puede considerarse como parte del siglo XX.
Bibliografía
CAMARASA. M.V. Ley de vagos y
malentretenidos las pulperías en el virreinato. Colección El Bicentenario Fasc. N° 3 Período 1850-1869.
DOCUMENTOS
HISTÓRICOS. Ley de Vagos año 1860. https://lea-uba.blogspot.com.ar/2008/05/ley-de-vagos-ao-1860.html
PIGNA, F. Varela y el
manifiesto de enero de 1868. www.elhistoriador.com.ar http://www.elhistoriador.com.ar/documentos/organizacion_nacional/felipe_varela_y_el_manifiesto_de_enero_de_1868.php
SERRALUNGA, F. Las
formas de reclutamiento en la Argentina del siglo XIX.http://www.histarmar.com.ar/InfHistorica-4/DEHN-Trabajos/FormasReclutamiento.htm
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