jueves, 9 de noviembre de 2017

Proteccionismo, librecambio y economías regionales. El comercio exterior en épocas de Rosas


Obviamente, a cada ideología política le corresponde un programa económico. Esto fue antes y es ahora.
Desde sus orígenes la aduana porteña ahogó el crecimiento económico del Litoral, Centro, Cuyo y el Noroeste de lo que hoy es nuestro país.
Durante el largo gobierno de Rosas, pero particularmente en su segunda etapa, se dictó una nueva Ley de Aduana, que, si bien favoreció los intereses de los ganaderos pampeanos (a quienes él representaba), también permitió que las alicaídas “economías regionales” (como les gusta decir al periodismo especializado), mejoraran su presente.
Tiempo después, otro giro político le hizo decir a un legislador de la gran ciudad, "...si no se sacan los aranceles a las telas inglesas, Buenos Aires se vería invadido de ponchos cordobeses” (como si eso fuera una calamidad).
Así somos…
No es novedad para un argentino, o al menos no debería serlo, que desde el descubrimiento del Rio de La Plata, hasta prácticamente nuestros días, el centralismo de Buenos Aires ahogó el desarrollo artesanal e industrial del interior, fundamentalmente a través de la Aduana, institución tan querida por los porteños y tan odiada por las “economías regionales” de la época.
Buenos Aires siempre usó la aduana como fuente de recursos, no solo para propio beneficio, sino para imponer su voluntad sobre las provincias, a las que despectivamente, y según palabras de Mitre, se las llamaba “los trece ranchos”.
Así se vio el interior sumergido en la miseria y destruidas sus industrias (ponchos, azúcar, vinos, barcos, carretas, etc.), y mientras buen poncho cordobés o catamarqueño costaba en la Confederación $ 7, entraban ponchos, confeccionados industrialmente en Inglaterra, por $ 3.
Recordemos que Juan Manuel de Rosas fue el 13º Gobernador de Buenos Aires con facultades extraordinarias entre 1829 y 1832, y luego fue el 17º Gobernador que agregaba, a las facultades extraordinarias, la suma del poder público, desde 1835 hasta su derrota en la Batalla de Caseros en 1852.
Durante el régimen rosista (que duró más de 20 años), a pesar de los bloqueos y la guerra, prosperaron los negocios pampeanos: el comercio continuó creciendo, el volumen de las exportaciones de carne, cuero y sebo aumentó, y la lana cobró importancia.
La economía del país (basada en la industria ganadera y en una incipiente agricultura), favoreció a Buenos Aires, cuya relativa prosperidad se basaba en dos factores esenciales:
  • El cierre de los ríos Paraná y Uruguay a la navegación extranjera (medida que favoreció al puerto único a donde iban a parar todos los productos).
  • El estrago del litoral y del interior causado por las guerras civiles de las que fueron escenario.
El litoral reclama. La economía proteccionista de Rosas sólo consiguió amparar a Buenos Aires (donde tenía sus mayores intereses), y en parte a las provincias del Litoral. Los caudillos del Litoral pretendían comerciar sus productos por vía fluvial del Paraná y Uruguay, sin intervención del puerto de Buenos Aires… pero no la tuvieron fácil.
En 1830 había ocurrido el debate entre la Buenos Aires de Rosas y la Corrientes del cuatro veces Gobernador, Pedro Ferré, sobre proteccionismo o librecambio en las reuniones previas al Pacto Federal que pretendía oponerse al dominio del General José María Paz en el interior.
En un folleto de 1832, anónimo, pero con el estilo de Ferré (que ya desconfiaba del federalismo de Rosas), se atacaba la campaña librecambista del periódico “Lucero” con estas sensatas palabras:
"...No puede ser que la benemérita Buenos Aires, cargada de laureles, hubiera derramado su sangre y sacrificado su fortuna para convertirse perpetuamente en un país consumidor de los productos manufacturados del mundo, porque esta posición es muy baja y no corresponde a la grandeza que la naturaleza le ha destinado.
No puede ser que argentino alguno oiga sin irritación el proyecto de conspirar a que la nación, en la edad sucesiva de las generaciones, no sea más que una factoría que perteneciendo a todas las naciones del mundo, sea para ella misma un estado nulo, sin vigor y sin gloria propias...".
La libre introducción de mercaderías extranjeras, que regía desde 1809, había llevado a la quiebra a las actividades industriales del interior. Sus quejas fueron constantemente desatendidas por los Directores. Desde hacía algunos años, bajo el interinato de Viamonte, empezó en Buenos Aires un tímido proteccionismo recargándose del 2 % al 10 % las tarifas aduaneras a las importaciones.
Rosas durante su primer gobierno aumentó los aranceles a algunos productos importados para "proteger" ciertas industrias porteñas, como la fabricación de sombreros y las tahonas (molinos), de harina.
Se explicó en la Junta en 1831, que la protección a los sombrereros (por un gravamen de $ 12 por pieza extranjera), no se extendía a las demás industrias del vestido porque aquéllos eran los únicos que trabajaban con materia prima del país y empleaban obreros criollos.
La protección a los molineros, se hacía por una tarifa móvil a la importación de harinas extranjeras, que contemplaba a la vez los intereses del productor y las conveniencias del consumidor.
Cuando el precio del quintal era menor de $ 45, el arancel llegaría a $ 9, si el precio aumentaba el arancel disminuía a fin de no recargar el costo del pan de consumo. Muchos años más tarde esto se llamaría política de aranceles móviles.
La prédica de Ferré comenzaba a dar sus frutos. En enero de 1835 al discutirse en la junta porteña la prórroga para ese año de la Ley de Aduana del año anterior (que mantenía las líneas generales del librecambio), Nicolás Anchorena informó por la comisión que esa política "conciliaba los intereses económicos de la provincia con los fiscales".
Baldomero García (hombre de Rosas de brillante elocuencia), le replicó que la posición política de Buenos Aires exigía contemplar primordialmente los intereses de las provincias interiores y propuso el proteccionismo sustentado por Ferré, pero la mayoría legislativa (de fuerte cuño porteño), se inclinó por Anchorena.
Cambios en la política económica
En abril de 1835 asume nuevamente Rosas con la suma de poderes públicos. Por su orden, el ministro Roxas y Patrón sostuvo el librecambio. Durante su primer gobierno habían sido pocas las reformas a la ley arancelaria de la época de Rivadavia.
Rosas fue, en ese momento, el hombre de la Confederación y dueño virtual de sus destinos. Una de sus grandes condiciones (recalcada por Alberdi), es que "sabía escuchar" y rectificarse.
Rosas hizo estudiar a su Ministro de Hacienda una nueva Ley de Aduana que modificase radicalmente el régimen librecambista.
En uso de la suma de poderes la promulga con su firma y la somete a su aprobación que naturalmente obtiene. La nueva Ley de Aduana tenía un doble objetivo:
1.    La defensa de las manufacturas criollas (perseguidas desde 1809). 
2.    El nacimiento de una riqueza agrícola (imposibilitada hasta ese momento por los bajos aranceles de los granos y harinas extranjeros).
En el mensaje del 31 de diciembre de 1835, Rosas, dando cuenta a la junta del dictado de la ley decía:
"Largo tiempo hacía que la agricultura y la naciente industria fabril del país se resentían de la falta de protección, y que la clase media de nuestra población, que por la cortedad de sus capitales no puede entrar en empleos de ganadería, carecía del gran estímulo al trabajo que producen las fundadas esperanzas de adquirir con él medios de descanso a la ancianidad y de momento a sus hijos.
El gobierno ha tomado este asunto en consideración y notando que la agricultura e industria extranjeras impiden esas útiles esperanzas, sin que por ello reporten ventajas en la forma y calidad... ha publicado la ley de aduana que será sometida a vuestro examen por el ministro de Hacienda".
Una larga lista de productos se arancelaba, y a otros tantos se prohibía su importación, para proteger la industria de la Confederación y algunos intereses sectoriales.
Paradójicamente la papa, (una hortaliza de origen americano), prácticamente no se producía en el país, o no llegaba a Buenos Aires, y se importaba, gravándose con el 50 % por ser considerada “artículo de lujo” que podía sustituirse por otras hortalizas.
Las exportaciones se gravaban con el módico arancel del 4 %, no aplicado a las producciones que salieran en buques del país para estimular su construcción, salvo los cueros cuya gran demanda en Europa los hacía pasibles de un gravamen del 25 % que no pesaría sobre el productor criollo.
La ley no se limitaba a favorecer los intereses argentinos. Conforme a la política de solidaridad hispanoamericana, las producciones del Estado Oriental de Uruguay y Chile no eran consideradas extranjeras.  Los productos chilenos fueron declarados exentos de todo impuesto.
Arancelamiento y prohibiciones de importación a través de la Ley de Aduana de 1836.
  • Arancel 0 %: Pieles crudas o sin manufacturar, la cerda. Crin, lana de carnero, pluma de avestruz, sebo en rama y derretido, astas, puntas de astas, huesos, carnes tasajo y oro y plata sellada.
  • Arancel 5 %: Máquinas, mercurio, instrumentos de agricultura, libros, pinturas, estatuas, telas de seda, relojes, bordados de oro y plata, carbón, salitre, ladrillos, bronce, hierro, acero y estaño en bruto
  • Arancel 10 %: Armas, pólvora, brea, seda y arroz. Yerba y tabaco de Paraguay, Corrientes y Misiones
  • Arancel 20 %: Cigarros.
  • Arancel 24 %: Azúcar, café, comestibles, lana y algodón. La yerba brasileña como también los sucedáneos del mate (café, té, cacao).
  • Arancel 25 %: Frutas y hortalizas que no se cultivaban en el país, y no eran sucedáneos de producciones vernáculas.
  • Arancel 35 %: Muebles, carruajes, zapatos, artículos de cuero, vinos y sus derivados (aguardientes y vinagres), quesos, frutas secas, espejos, coches, ropa confeccionada, licores, sidras, tabacos, estribos y espuelas de plata, látigos, frazadas, guitarras, pasas de uva y tabaco extranjero.
  • Arancel 50 %: Papa, fideos, sillas de montar inglesas, cervezas y demás artículos de prescindente necesidad.
  • Prohibida la importación: Tejidos de lana y algodón, hojalata y latón, hortalizas  (menos papas y garbanzos). Herrajes para puertas y ventanas, almidón de trigo, velas, argollas de hierro o bronce, asadores de hierro, arcos para calderos, baldes, espuelas de hierro, cabezales, riendas, lomillos, cinchas, cojinillos, lazos, botones, cebada, cencerros, lentejas, arvejas y legumbres en general; galletas, herraduras para caballos, jaulas para pájaros,  escobas de paja, cartillas y cartones, ejes de hierro, manteca, maíz, mostaza y ruedas para carruajes, harinas. El trigo y las harinas se encontraban en una posición semejante cuando su precio en plaza no excediese de los 50 pesos el quintal.
La salida marítima se aranceló con ocho reales (un peso), por la exportación de cada cuero de toro, novillo, becerro, caballo y mula, con 1 % la de oro y plata sellada y se declaró libre la exportación de granos, harinas, carne salada y manufacturas nacionales exportadas en barcos del país.
Las demás producciones (agrícolas o artesanales nacionales), no pagarían derechos, traídas en buques nacionales. Si la leña o carbón (de Santa Fe o Entre Ríos) llegase en buque extranjero pagaría el 17 %.
Como consecuencia de la guerra con el Presidente Santa Cruz, de la Confederación Peruano-boliviana declarada en 1837, los aranceles a la importación europea fueron aumentados en un 2 % los que pagaban menos del 24%, y en 4% los superiores.
Muy importante fue una institución crediticia fundamental en la historia de nuestro país, entre los años 1835 y 1852. Este Banco, denominado en un principio “de Descuentos”, transformado luego en “Nacional” y que a partir de 1836 fue conocido como “Casa de Moneda”.
La Casa de Moneda en 1838 continuó sus operaciones bancarias normales y agregó algunas que podríamos, casi calificar como de “crédito personal” al consentir en adelantar a sus empleados “mesadas” a devolver en cuotas deducidas del sueldo.
El año 1840 se inicia con una fuerte disponibilidad monetaria la que le hubiera permitido desarrollar una política de expansión de no influir, como influyó, una de las épocas más terribles que atravesara el país luego de la batalla de Cagancha (30 km al oeste de Montevideo), en que las fuerzas federales de Echagüe, enviadas por Rosas, fueron derrotadas por las de Fructuoso Rivera
Hecha la ley hecha la trampa
La evasión de impuestos se hacía descargando en Montevideo, Maldonado o Colonia las mercaderías traídas por los buques de ultramar, transbordándolas a embarcaciones de cabotaje que las introducían "como efectos de la tierra" libres de derechos.
Esto obligó a la emisión de un decreto que castigaba con un adicional del 25 % (además de los derechos que les correspondieran como efectos de ultramar), las mercaderías que se introdujesen "transbordadas o reembarcadas de cabos adentro" en los puertos del Estado Oriental.
Esta medida terminó con un productivo negocio que marginaba el proteccionismo de la ley, y tenía su asiento en Montevideo. Hubo protestas oficiales del gobierno de Oribe, pero, la disposición será mantenida hasta que fue suspendida para favorecer la entrada de mercaderías de ultramar en pequeñas embarcaciones fluviales que burlaban el cierre del puerto. La ley provincial tenía un objetivo nacional.
Buenos Aires abandonaba el librecambio que la favorecía internamente, y adoptaba el proteccionismo con un triple objetivo:
1. Terminar con los recelos del interior hacia el "puerto" consolidando la unión nacional. 
2. Crear una riqueza industrial y agrícola argentina, en procura de su independencia económica. 
3. Disminuir la vulnerabilidad del país a un bloqueo extranjero (como ocurriría si la entrada o salida de productos por Buenos Aires, fuese el fundamento de su vida económica.
Las provincias aplaudieron esta política. 
Salta votó un homenaje a Rosas porque: "La ley de aduana dictada en la provincia de su mando consulta muy principalmente el fomento de la industria territorial de las del interior de la República... es un estímulo poderoso al cultivo y explotación de las riquezas naturales de la tierra... y ningún gobierno de los que han precedido al actual de Buenos Aires, ni nacional ni provincial, han contraído su atención a consideración tan benéfica y útil a las provincias interiores". 
Tucumán dictaba una ley análoga por haber: "destruido ese erróneo sistema económico que había hundido a la República en la miseria, anonadado la agricultura y la industria con lo que ha abierto canales de prosperidad y de riqueza para todas las provincias de la Confederación y muy particularmente para la nuestra". 
Catamarca se expresaba porque: "la ley de aduana refluye poderosamente en el aumento de la industria territorial de la República". 
Idéntico pronunciamiento hubo en Mendoza, y posiblemente en todas las provincias. En el mensaje de enero de 1837 el gobierno rosista daba cuenta a la junta que "las modificaciones introducidas en la ley de aduana a favor de la agricultura y la industria han empezado a hacer sentir su benéfica influencia... los talleres de artesanos se han poblado de jóvenes...
Por otra parte, como la ley de aduana no fue un acto de egoísmo sino un cálculo generoso que se extiende a las demás provincias de la Confederación, también en ellas ha empezado a reportar su benéfica influencia”. 
¿Quién hacía qué? 
Él crecimiento industrial fue considerable en tiempos de Rosas. 
Córdoba fabricaba zapatos y elaboraba tejidos y se curtieron pieles de cabrito con tal perfección que debieron prohibirse en Francia por competir con la industria artesanal francesa.
Tucumán fue famosa por sus trabajos de ebanistería, carretas, tintes, tabacos, cultivo de algodón. La industria del azúcar (iniciada poco antes a título experimental), contaba en 1850 con trece ingenios que abastecían el consumo del interior y en parte el de Buenos Aires. 
Salta hilaba algodón, fabricaba cigarros ''tarijeños" y en menor porcentaje harina y vinos
Catamarca y La Rioja producían algodón, tejidos, aceites, vinos y aguardiente 
Mendoza y San Juan cultivaba vides que cubrían grandes extensiones, y en los talleres se hacían carretas y tejidos; tuvo excelente curtiembre, elaboración de frutas secas, y durante un tiempo fueron famosas las sederías mendocinas; siguió produciendo trigo y llevando harinas a Buenos Aires.
Santa Fe, principalmente ganadera, tuvo plantaciones de algodón, tejedurías, maderas, carbón de leña y construyó embarcaciones en sus calafaterías de ribera. 
Corrientes, además de maderas, producía tabaco, azúcar, almidón y frutas cítricas. 
Entre Ríos, producía cueros curtidos, postes de ñandubay y cal.
La protección aduanera, lejos de disminuir el tráfico internacional, consiguió aumentarlo, ya que la incipiente riqueza de las provincias interiores produjo un mayor consumo de productos europeos de lujo, principalmente franceses.
La expansión de la ganadería fue posible gracias a la ocupación de tierras en el sur de la provincia de Buenos Aires, donde se generalizaron las grandes estancias ganaderas como centros de población y producción.
La ocupación de tierras estuvo acompañada por la transferencia de tierras públicas al dominio privado, que generó una mayor concentración de la propiedad en pocas manos. La explotación ganadera no sufrió grandes cambios técnicos en la producción, pero se adaptó muy bien a la escasa mano de obra disponible.
Junto a la ganadería también creció la industria saladeril y la del cuero. A principios del siglo XIX se habían introducido en el país los primeros Hereford y Shorthorn, los primeros merinos y los primeros caballos frisones (para tiro pesado).
El Litoral protagonizó una importante mejora en sus economías. La recuperación fue evidente en Entre Ríos, donde se expandieron de manera notable la ganadería vacuna y la ganadería ovina, y la industria saladeril sobre el río Uruguay. Su gobernador, justo José de Urquiza, era, además, uno de los principales y más eficientes empresarios del rubro.
Las exportaciones de cueros por el puerto de Buenos Aires ocuparon el primer lugar entre las exportaciones totales del Litoral. La ganadería entrerriana y correntina salía al exterior mediante las vinculaciones del Litoral con los puertos de Río Grande do Sul y Montevideo, puntos comerciales que escapaban al control porteño y que habían generado gran prosperidad para la región durante el boqueo anglo-francés.
Después de 1840 se notó cierta mejora en las economías del interior, pero las provincias se desenvolvieron, por lo general, en un marco de escasez de recursos y de penuria financiera. En estas provincias, la orientación ganadera no fue tan importante como en el Litoral, sino que la economía se adecuó a las condiciones del mercado y a las fluctuaciones de precios favorables en Buenos Aires.
En Tucumán y Córdoba se produjo una mayor diversificación económica, se incorporaron nuevos rubros para la exportación y se ampliaron sus funciones de intermediarias en el comercio interregional.
Córdoba orientó la mayor cantidad de productos a las exportaciones. Envió cueros vacunos, ovinos y caprinos, lana y productos agrícolas (trigo y harinas). A través de Buenos Aires, Córdoba importaba productos de ultramar y del litoral.
Tucumán exportó ganado y otros bienes a Chile, a cambio de metálico. Suelas y cueros, tabaco, cigarros, madera, quesos, azúcar y aguardientes partían hacia Buenos Aires, a cambio artículos ultramarinos y regionales.
En 1844, Ricardo Newton tendió las primeras alambradas para separar sus potreros. En 1849, Guillermo White introdujo el primer toro de raza (Tarquino), que destinó a su establecimiento La Campana, en Cañuelas.

A pesar de los adelantos en materia de ganadería, la industria del saladero (que había logrado el máximo de expansión durante el primer cuarto de siglo),  inició su decadencia,  cuando se hizo efectiva la prohibición de Rosas de extraer metálico de Buenos Aires para las provincias por vía fluvial.

Las consecuencias fueron graves, sobre todo para el comercio saladeril sostenido con Entre Ríos y Corrientes.

Durante la década del ‘40, el desarrollo de la ganadería ovina sufrió incentivos externos e internos: aumentó la demanda externa de lana y declinaron los precios de los cueros.

Esta actividad alternativa a la ganadería vacuna se vio beneficiada por la gran cantidad de tierras aptas para criar ovejas en la campaña de Buenos Aires.
Debido a las enormes ganancias que se obtenían con la ganadería ovina, algunos ganaderos incorporaron ovejas a sus planteles de vacunos, al igual que los comerciantes, que comenzaron a comprar tierras y ganado para iniciar su propia explotación.

El gobierno también facilitó la importación de ovejas finas de raza Merino para mejorar el ganado criollo. Muchos productores de ovinos eran grandes propietarios, pero también aparecieron pequeñas familias que, sin contratar mano de obra asalariada, emprendían su propia explotación: la mayoría de estas familias eran inmigrantes vascos, irlandeses y franceses.

Durante el primer cuarto de siglo la agricultura no desempeñó ningún papel en la economía del país, que se redujo a pequeños cultivos de cereales en las zonas próximas a las poblaciones importantes, sin embargo, el trigo constituía el principal cultivo en el litoral y Rosas protegió su producción prohibiendo su importación.

A pesar de la existencia de molinos a vapor, la harina siguió importándose de Chile y de California, aun cuando hubo años en que pudieron exportarse el cereal y la harina.
Balanza de pagos
En tiempos de Rivadavia, se importaba por 8 millones de pesos plata, exportándose por 5 millones, generando un déficit en la balanza comercial que se suplía con préstamos.
En 1851, más de 25 años después, al finalizar el gobierno de Rosas, las importaciones alcanzaban a $ 10.550.000 contra $ 10.633.525 de exportaciones.
La balanza comercial había sido nivelada y arrojaba un pequeño superávit. No podía sacarse metálico, que desde 1836 estaba prohibido.
La producción se hacía en talleres artesanales o en tejedurías domésticas a cargo de mujeres. Solamente en Buenos Aires hubo fábricas de incipiente capitalismo y una (el molino San Francisco), incorporó una máquina a vapor.
En las provincias, el hombre trabajaba en carpintería, lomillería (establecimiento donde se hacen lomillos, caronas, riendas, lazos, etc.), zapatería, tahonas, platería, y su mujer en la confección de tejidos, hilados o productos de huerta.
El bienestar de las clases bajas fue considerable. Los saladeros del litoral y la fábrica de aceite de huesos de Cambaceres en Barracas pagaban jornales altísimos por la falta de brazos debido a la prosperidad, de la industria doméstica y artesanal.
Los talleres de Buenos Aires fueron abiertos por maestros extranjeros (franceses, ingleses, alemanes e italianos) que llegaron atraídos por una ganancia superior a la europea. La reglamentación los obligaba a tomar aprendices nativos.
Los altos jornales de los saladeros y derivados de la ganadería hizo que inmigrasen numerosos obreros (vascos franceses, sobre todo). Algunos se radicaban, pero era frecuente la inmigración temporaria. El cabotaje fluvial fue hecho, generalmente, por patrones genoveses que habitaban la boca del Riachuelo y dieron origen a este barrio.

Un año después de la derrota de Rosas en Caseros, hacia 1853, había en la Confederación 1.075 fábricas y 743 talleres, en comparación con 1830 se contaban en aquellos años 590 establecimientos en total, entre talleres y fabriles.
Desplazado Rosas los liberales no solamente declararon la libre navegación de los ríos interiores (que tanta sangre y sacrificio costó defender), sino que derogaron la Ley de Aduanas de Rosas.
Los gobiernos posteriores (Sarmiento y Mitre, entre otros), no solamente permitieron el ingreso de mercaderías extranjeras, sino que hasta perjudicaron y despreciaron las nacionales, y en la legislatura porteña llegó a escucharse el argumento que 
"...si no se sacan los aranceles a las telas inglesas, Buenos Aires se vería invadido de ponchos cordobeses” (como si eso fuera una calamidad).
El mismo Sarmiento hablaba de la barbarie del interior, “.... donde no se encuentran levitas o sillas de montar inglesas”.
Bibliografía

BONURA, E. 1972. Rosas y el Banco de la Provincia de Buenos Aires. Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. EMILIO RAVIGNANI, Facultad de Filosofía y Letras. Monografía 151 p. http://opac.filo.uba.ar/monograf00000302 AHS 20160317044309480

LANATA, J. 2008. Argentinos. Editorial Sudamericana. Buenos Aires, 804 p.

ROSA, J.M. 1972. Historia Argentina. Tomo IV. Unitarios y Federales. Editorial Oriente SA. Buenos Aires, 527 p.

ROSA, J.M. Defensa y pérdida de nuestra independencia económica. http://www.fmmeducacion.com.ar/Bibliotecadigital/Rosa_Defensayperdidadenuestraindependenciaeconomica.pdf

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