Obviamente, a cada ideología política le corresponde un programa económico. Esto fue antes y es ahora.
Desde
sus orígenes la aduana porteña ahogó el crecimiento económico del Litoral,
Centro, Cuyo y el Noroeste de lo que hoy es nuestro país.
Durante
el largo gobierno de Rosas, pero particularmente en su segunda etapa, se dictó
una nueva Ley de Aduana, que, si bien favoreció los intereses de los ganaderos
pampeanos (a quienes él representaba), también permitió que las alicaídas
“economías regionales” (como les gusta decir al periodismo especializado),
mejoraran su presente.
Tiempo después, otro giro
político le hizo decir a un
legislador de la gran ciudad, "...si no se
sacan los aranceles a las telas inglesas, Buenos Aires se vería invadido de
ponchos cordobeses” (como si eso fuera una calamidad).
Así somos…
Buenos
Aires siempre usó la aduana como fuente de recursos, no solo para propio
beneficio, sino para imponer su voluntad sobre las provincias, a las que
despectivamente, y según palabras de Mitre, se las llamaba “los trece ranchos”.
Así
se vio el interior sumergido en la miseria y destruidas sus industrias
(ponchos, azúcar, vinos, barcos, carretas, etc.), y mientras buen poncho
cordobés o catamarqueño costaba en la Confederación $ 7, entraban ponchos,
confeccionados industrialmente en Inglaterra, por $ 3.
Recordemos que Juan Manuel
de Rosas fue el 13º Gobernador de Buenos Aires con facultades extraordinarias
entre 1829 y 1832, y luego fue el 17º Gobernador que agregaba, a las facultades
extraordinarias, la suma del poder público, desde 1835 hasta su derrota en la
Batalla de Caseros en 1852.
Durante el régimen rosista (que duró más de 20 años),
a pesar de los bloqueos y la guerra, prosperaron los negocios pampeanos: el
comercio continuó creciendo, el volumen de las exportaciones de carne, cuero y
sebo aumentó, y la lana cobró importancia.
La economía del país
(basada en la industria ganadera y en una incipiente agricultura), favoreció a
Buenos Aires, cuya relativa prosperidad se basaba en dos factores esenciales:
- El cierre de los ríos Paraná y Uruguay a la navegación extranjera (medida que favoreció al puerto único a donde iban a parar todos los productos).
- El estrago del litoral y del interior causado por las guerras civiles de las que fueron escenario.
En 1830 había ocurrido el debate entre la
Buenos Aires de Rosas y la Corrientes del cuatro veces Gobernador, Pedro Ferré,
sobre proteccionismo o librecambio en las reuniones previas al Pacto Federal
que pretendía oponerse al dominio del General José María Paz en el interior.
En un folleto de 1832, anónimo, pero con el
estilo de Ferré (que ya desconfiaba del federalismo de Rosas), se atacaba la
campaña librecambista del periódico “Lucero” con estas sensatas palabras:
"...No puede ser que
la benemérita Buenos Aires, cargada de laureles, hubiera derramado su sangre y
sacrificado su fortuna para convertirse perpetuamente en un país consumidor de
los productos manufacturados del mundo, porque esta posición es muy baja y no
corresponde a la grandeza que la naturaleza le ha destinado.
No puede ser que
argentino alguno oiga sin irritación el proyecto de conspirar a que la nación,
en la edad sucesiva de las generaciones, no sea más que una factoría que
perteneciendo a todas las naciones del mundo, sea para ella misma un estado
nulo, sin vigor y sin gloria propias...".
La libre introducción de mercaderías extranjeras,
que regía desde 1809, había llevado a la quiebra a las actividades industriales
del interior. Sus quejas fueron constantemente desatendidas por los Directores.
Desde hacía algunos años, bajo el interinato de Viamonte, empezó en Buenos
Aires un tímido proteccionismo recargándose del 2 % al 10 % las tarifas
aduaneras a las importaciones.
Rosas durante su primer gobierno aumentó los
aranceles a algunos productos importados para "proteger" ciertas
industrias porteñas, como la fabricación de sombreros y las tahonas (molinos),
de harina.
Se explicó en la Junta en 1831, que la
protección a los sombrereros (por un gravamen de $ 12 por pieza extranjera), no
se extendía a las demás industrias del vestido porque aquéllos eran los únicos
que trabajaban con materia prima del país y empleaban obreros criollos.
La protección a los molineros, se hacía por una
tarifa móvil a la importación de harinas extranjeras, que contemplaba a la vez
los intereses del productor y las conveniencias del consumidor.
Cuando el precio del quintal era menor de $ 45, el
arancel llegaría a $ 9, si el precio aumentaba el arancel disminuía a fin de no
recargar el costo del pan de consumo. Muchos años más tarde esto se llamaría
política de aranceles móviles.
La prédica de Ferré comenzaba a dar sus frutos. En
enero de 1835 al discutirse en la junta porteña la prórroga para ese año
de la Ley de Aduana del año anterior (que mantenía las líneas generales del
librecambio), Nicolás Anchorena informó por la comisión que esa política "conciliaba los intereses económicos de
la provincia con los fiscales".
Baldomero García (hombre de Rosas de brillante
elocuencia), le replicó que la posición política de Buenos Aires exigía
contemplar primordialmente los intereses de las provincias interiores y propuso
el proteccionismo sustentado por Ferré, pero la mayoría legislativa (de fuerte
cuño porteño), se inclinó por Anchorena.
Cambios
en la política económica
En abril de 1835 asume nuevamente Rosas con
la suma de poderes públicos. Por su orden, el ministro Roxas y Patrón sostuvo el
librecambio. Durante su primer gobierno habían sido pocas las reformas a la ley
arancelaria de la época de Rivadavia.
Rosas fue, en ese momento, el hombre de la
Confederación y dueño virtual de sus destinos. Una de sus grandes condiciones
(recalcada por Alberdi), es que "sabía escuchar" y rectificarse.
Rosas hizo estudiar a su Ministro de Hacienda una
nueva Ley de Aduana que modificase radicalmente el régimen librecambista.
En uso de la suma de poderes la promulga con su
firma y la somete a su aprobación que naturalmente obtiene. La nueva Ley de
Aduana tenía un doble objetivo:
1.
La defensa de las
manufacturas criollas (perseguidas desde 1809).
2.
El nacimiento de una
riqueza agrícola (imposibilitada hasta ese momento por los bajos aranceles de
los granos y harinas extranjeros).
En el mensaje del 31 de diciembre de 1835, Rosas,
dando cuenta a la junta del dictado de la ley decía:
"Largo tiempo hacía
que la agricultura y la naciente industria fabril del país se resentían de la
falta de protección, y que la clase media de nuestra población, que por la
cortedad de sus capitales no puede entrar en empleos de ganadería, carecía del
gran estímulo al trabajo que producen las fundadas esperanzas de adquirir con
él medios de descanso a la ancianidad y de momento a sus hijos.
“El gobierno ha tomado este asunto en consideración y notando que la
agricultura e industria extranjeras impiden esas útiles esperanzas, sin que por
ello reporten ventajas en la forma y calidad... ha publicado la ley de aduana
que será sometida a vuestro examen por el ministro de Hacienda".
Una larga lista de productos se arancelaba, y a
otros tantos se prohibía su importación, para proteger la industria de la
Confederación y algunos intereses sectoriales.
Paradójicamente la papa, (una hortaliza de origen
americano), prácticamente no se producía en el país, o no llegaba a Buenos
Aires, y se importaba, gravándose con el 50 % por ser considerada “artículo de
lujo” que podía sustituirse por otras hortalizas.
Las exportaciones se gravaban con el módico arancel
del 4 %, no aplicado a las producciones que salieran en buques del país para
estimular su construcción, salvo los cueros cuya gran demanda en Europa los
hacía pasibles de un gravamen del 25 % que no pesaría sobre el productor
criollo.
La ley no se limitaba a
favorecer los intereses argentinos. Conforme a la política de solidaridad
hispanoamericana, las producciones del Estado Oriental de Uruguay y Chile no
eran consideradas extranjeras. Los productos chilenos
fueron declarados exentos de todo impuesto.
Arancelamiento y prohibiciones de
importación a través de la Ley de Aduana de 1836.
- Arancel 0 %: Pieles crudas o sin manufacturar, la cerda. Crin, lana de carnero, pluma de avestruz, sebo en rama y derretido, astas, puntas de astas, huesos, carnes tasajo y oro y plata sellada.
- Arancel 5 %: Máquinas, mercurio, instrumentos de agricultura, libros, pinturas, estatuas, telas de seda, relojes, bordados de oro y plata, carbón, salitre, ladrillos, bronce, hierro, acero y estaño en bruto
- Arancel 10 %: Armas, pólvora, brea, seda y arroz. Yerba y tabaco de Paraguay, Corrientes y Misiones
- Arancel 20 %: Cigarros.
- Arancel 24 %: Azúcar, café, comestibles, lana y algodón. La yerba brasileña como también los sucedáneos del mate (café, té, cacao).
- Arancel 25 %: Frutas y hortalizas que no se cultivaban en el país, y no eran sucedáneos de producciones vernáculas.
- Arancel 35 %: Muebles, carruajes, zapatos, artículos de cuero, vinos y sus derivados (aguardientes y vinagres), quesos, frutas secas, espejos, coches, ropa confeccionada, licores, sidras, tabacos, estribos y espuelas de plata, látigos, frazadas, guitarras, pasas de uva y tabaco extranjero.
- Arancel 50 %: Papa, fideos, sillas de montar inglesas, cervezas y demás artículos de prescindente necesidad.
- Prohibida la importación: Tejidos de lana y algodón, hojalata y latón, hortalizas (menos papas y garbanzos). Herrajes para puertas y ventanas, almidón de trigo, velas, argollas de hierro o bronce, asadores de hierro, arcos para calderos, baldes, espuelas de hierro, cabezales, riendas, lomillos, cinchas, cojinillos, lazos, botones, cebada, cencerros, lentejas, arvejas y legumbres en general; galletas, herraduras para caballos, jaulas para pájaros, escobas de paja, cartillas y cartones, ejes de hierro, manteca, maíz, mostaza y ruedas para carruajes, harinas. El trigo y las harinas se encontraban en una posición semejante cuando su precio en plaza no excediese de los 50 pesos el quintal.
La salida marítima se aranceló con ocho reales (un peso),
por la exportación de cada cuero de toro, novillo, becerro, caballo y mula, con
1 % la de oro y plata sellada y se declaró libre la exportación de granos,
harinas, carne salada y manufacturas nacionales exportadas en barcos del país.
Las demás producciones (agrícolas o artesanales
nacionales), no pagarían derechos, traídas en buques nacionales. Si la leña o
carbón (de Santa Fe o Entre Ríos) llegase en buque extranjero pagaría el 17 %.
Como consecuencia de la
guerra con el Presidente Santa Cruz, de la Confederación Peruano-boliviana
declarada en 1837, los aranceles a la importación europea fueron
aumentados en un 2 % los que pagaban menos del 24%, y en 4% los superiores.
Muy importante fue una institución crediticia
fundamental en la historia de nuestro país, entre los años 1835 y 1852. Este
Banco, denominado en un principio “de Descuentos”, transformado luego en
“Nacional” y que a partir de 1836 fue conocido como “Casa de Moneda”.
La Casa de Moneda en 1838 continuó sus
operaciones bancarias normales y agregó algunas que podríamos, casi calificar
como de “crédito personal” al consentir en adelantar a sus empleados “mesadas”
a devolver en cuotas deducidas del sueldo.
El año 1840 se inicia con una fuerte
disponibilidad monetaria la que le hubiera permitido desarrollar una política
de expansión de no influir, como influyó, una de las épocas más terribles que
atravesara el país luego de la batalla de Cagancha (30 km al oeste de Montevideo), en que las fuerzas
federales de Echagüe, enviadas por Rosas, fueron derrotadas por las de
Fructuoso Rivera
Hecha
la ley hecha la trampa
La evasión de impuestos se hacía descargando en
Montevideo, Maldonado o Colonia las mercaderías traídas por los buques de
ultramar, transbordándolas a embarcaciones de cabotaje que las introducían
"como efectos de la tierra" libres de derechos.
Esto obligó a la emisión de un decreto que castigaba
con un adicional del 25 % (además de los derechos que les correspondieran como
efectos de ultramar), las mercaderías que se introdujesen "transbordadas o reembarcadas de cabos adentro" en los
puertos del Estado Oriental.
Esta medida terminó con un productivo negocio que
marginaba el proteccionismo de la ley, y tenía su asiento en Montevideo. Hubo
protestas oficiales del gobierno de Oribe, pero, la disposición será mantenida
hasta que fue suspendida para favorecer la entrada de mercaderías de ultramar
en pequeñas embarcaciones fluviales que burlaban el cierre del puerto. La ley
provincial tenía un objetivo nacional.
Buenos Aires abandonaba el librecambio que la
favorecía internamente, y adoptaba el proteccionismo con un triple objetivo:
1. Terminar con los recelos
del interior hacia el "puerto" consolidando la unión nacional.
2. Crear una riqueza
industrial y agrícola argentina, en procura de su independencia económica.
3. Disminuir la
vulnerabilidad del país a un bloqueo extranjero (como ocurriría si la entrada o
salida de productos por Buenos Aires, fuese el fundamento de su vida económica.
Las provincias
aplaudieron esta política.
Salta votó un homenaje a
Rosas porque: "La ley de aduana
dictada en la provincia de su mando consulta muy principalmente el fomento de
la industria territorial de las del interior de la República... es un estímulo
poderoso al cultivo y explotación de las riquezas naturales de la tierra... y
ningún gobierno de los que han precedido al actual de Buenos Aires, ni nacional
ni provincial, han contraído su atención a consideración tan benéfica y útil a
las provincias interiores".
Tucumán dictaba una ley
análoga por haber: "destruido ese
erróneo sistema económico que había hundido a la República en la miseria,
anonadado la agricultura y la industria con lo que ha abierto canales de
prosperidad y de riqueza para todas las provincias de la Confederación y muy particularmente
para la nuestra".
Catamarca se expresaba porque: "la ley de aduana refluye
poderosamente en el aumento de la industria territorial de la República".
Idéntico pronunciamiento
hubo en Mendoza, y posiblemente en todas las provincias. En el mensaje de enero
de 1837 el gobierno rosista daba cuenta a la junta que "las modificaciones introducidas en la ley de aduana a favor de la
agricultura y la industria han empezado a hacer sentir su benéfica
influencia... los talleres de artesanos se han poblado de jóvenes...
Por otra parte, como la ley de aduana no fue un acto de egoísmo sino un
cálculo generoso que se extiende a las demás provincias de la Confederación,
también en ellas ha empezado a reportar su benéfica influencia”.
¿Quién hacía qué?
Él crecimiento industrial
fue considerable en tiempos de Rosas.
Córdoba fabricaba zapatos y elaboraba tejidos y se
curtieron pieles de cabrito con tal perfección que debieron prohibirse en
Francia por competir con la industria artesanal francesa.
Tucumán fue famosa por sus trabajos de ebanistería,
carretas, tintes, tabacos, cultivo de algodón. La industria del azúcar
(iniciada poco antes a título experimental), contaba en 1850 con trece ingenios
que abastecían el consumo del interior y en parte el de Buenos Aires.
Salta hilaba algodón, fabricaba cigarros
''tarijeños" y en menor porcentaje harina y vinos
Catamarca y La Rioja producían algodón, tejidos, aceites, vinos y
aguardiente
Mendoza y San Juan cultivaba vides que cubrían grandes
extensiones, y en los talleres se hacían carretas y tejidos; tuvo excelente
curtiembre, elaboración de frutas secas, y durante un tiempo fueron famosas las
sederías mendocinas; siguió produciendo trigo y llevando harinas a Buenos
Aires.
Santa Fe, principalmente ganadera, tuvo plantaciones
de algodón, tejedurías, maderas, carbón de leña y construyó embarcaciones en
sus calafaterías de ribera.
Corrientes, además de maderas, producía tabaco, azúcar,
almidón y frutas cítricas.
Entre Ríos, producía cueros curtidos, postes de ñandubay
y cal.
La protección aduanera, lejos de disminuir el tráfico internacional, consiguió
aumentarlo, ya que la incipiente riqueza de las provincias interiores produjo
un mayor consumo de productos europeos de lujo, principalmente franceses.
La expansión de la
ganadería fue posible gracias a la ocupación de tierras en el sur de la
provincia de Buenos Aires, donde se generalizaron las grandes estancias
ganaderas como centros de población y producción.
La ocupación de tierras
estuvo acompañada por la transferencia de tierras públicas al dominio privado,
que generó una mayor concentración de la propiedad en pocas manos. La
explotación ganadera no sufrió grandes cambios técnicos en la producción, pero
se adaptó muy bien a la escasa mano de obra disponible.
Junto a la ganadería
también creció la industria saladeril y la del cuero. A principios del siglo
XIX se habían introducido en el país los primeros Hereford y Shorthorn, los primeros merinos y los
primeros caballos frisones (para tiro pesado).
El Litoral protagonizó
una importante mejora en sus economías. La recuperación fue evidente en Entre
Ríos, donde se expandieron de manera notable la ganadería vacuna y la ganadería
ovina, y la industria saladeril sobre el río Uruguay. Su gobernador, justo José
de Urquiza, era, además, uno de los principales y más eficientes empresarios
del rubro.
Las exportaciones de
cueros por el puerto de Buenos Aires ocuparon el primer lugar
entre las exportaciones totales del Litoral. La ganadería entrerriana y
correntina salía al exterior mediante las vinculaciones del Litoral con los
puertos de Río Grande do Sul y Montevideo, puntos comerciales que escapaban al
control porteño y que habían generado gran prosperidad para la región durante
el boqueo anglo-francés.
Después de 1840 se notó cierta mejora en las
economías del interior, pero las provincias se desenvolvieron, por lo general,
en un marco de escasez de recursos y de penuria financiera. En estas
provincias, la orientación ganadera no fue tan importante como en el Litoral,
sino que la economía se adecuó a las condiciones del mercado y a las
fluctuaciones de precios favorables en Buenos Aires.
En Tucumán y Córdoba se
produjo una mayor diversificación económica, se incorporaron nuevos rubros para
la exportación y se ampliaron sus funciones de intermediarias en el comercio
interregional.
Córdoba orientó la mayor
cantidad de productos a las exportaciones. Envió cueros vacunos, ovinos y
caprinos, lana y productos agrícolas (trigo y harinas). A través de Buenos
Aires, Córdoba importaba productos de ultramar y del litoral.
Tucumán exportó ganado y
otros bienes a Chile, a cambio de metálico. Suelas y cueros, tabaco, cigarros,
madera, quesos, azúcar y aguardientes partían hacia Buenos Aires, a cambio
artículos ultramarinos y regionales.
En 1844, Ricardo Newton tendió las primeras alambradas para separar
sus potreros. En 1849, Guillermo
White introdujo el primer toro de raza (Tarquino), que destinó a su establecimiento
La Campana, en Cañuelas.
A pesar de los adelantos
en materia de ganadería, la industria del saladero (que había logrado el máximo
de expansión durante el primer cuarto de siglo), inició su decadencia, cuando se hizo efectiva la prohibición de
Rosas de extraer metálico de Buenos Aires para las provincias por vía fluvial.
Las consecuencias fueron
graves, sobre todo para el comercio saladeril sostenido con Entre Ríos y
Corrientes.
Durante la década del
‘40, el desarrollo de la ganadería ovina sufrió incentivos externos e internos:
aumentó la demanda externa de lana y declinaron los precios de los cueros.
Esta actividad
alternativa a la ganadería vacuna se vio beneficiada por la gran cantidad de
tierras aptas para criar ovejas en la campaña de Buenos Aires.
Debido a las enormes
ganancias que se obtenían con la ganadería ovina, algunos ganaderos incorporaron
ovejas a sus planteles de vacunos, al igual que los comerciantes, que
comenzaron a comprar tierras y ganado para iniciar su propia explotación.
El gobierno también
facilitó la importación de ovejas finas de raza Merino para mejorar el ganado
criollo. Muchos productores de ovinos eran grandes propietarios, pero también
aparecieron pequeñas familias que, sin contratar mano de obra asalariada,
emprendían su propia explotación: la mayoría de estas familias eran inmigrantes
vascos, irlandeses y franceses.
Durante el primer cuarto
de siglo la agricultura no desempeñó ningún papel en la economía del país, que
se redujo a pequeños cultivos de cereales en las zonas próximas a las
poblaciones importantes, sin embargo, el trigo constituía el principal cultivo
en el litoral y Rosas protegió su producción prohibiendo su importación.
A pesar de la existencia
de molinos a vapor, la harina siguió importándose de Chile y de California, aun
cuando hubo años en que pudieron exportarse el cereal y la harina.
Balanza
de pagos
En tiempos de Rivadavia, se importaba por 8 millones
de pesos plata, exportándose por 5 millones, generando un déficit en la balanza
comercial que se suplía con préstamos.
En 1851, más de 25 años después, al finalizar
el gobierno de Rosas, las importaciones alcanzaban a $ 10.550.000 contra $ 10.633.525
de exportaciones.
La balanza comercial había sido nivelada y arrojaba un
pequeño superávit. No podía sacarse metálico, que desde 1836 estaba prohibido.
La producción se hacía en talleres artesanales o en
tejedurías domésticas a cargo de mujeres. Solamente en Buenos Aires hubo
fábricas de incipiente capitalismo y una (el molino San Francisco), incorporó
una máquina a vapor.
En las provincias, el hombre trabajaba en
carpintería, lomillería (establecimiento donde se hacen
lomillos, caronas, riendas, lazos, etc.), zapatería, tahonas, platería, y su mujer en la
confección de tejidos, hilados o productos de huerta.
El bienestar de las clases bajas fue considerable.
Los saladeros del litoral y la fábrica de aceite de huesos de Cambaceres en
Barracas pagaban jornales altísimos por la falta de brazos debido a la
prosperidad, de la industria doméstica y artesanal.
Los talleres de Buenos Aires fueron abiertos por
maestros extranjeros (franceses, ingleses, alemanes e italianos) que llegaron
atraídos por una ganancia superior a la europea. La reglamentación los obligaba
a tomar aprendices nativos.
Los altos jornales de los saladeros y derivados de
la ganadería hizo que inmigrasen numerosos obreros (vascos franceses, sobre
todo). Algunos se radicaban, pero era frecuente la inmigración temporaria. El
cabotaje fluvial fue hecho, generalmente, por patrones genoveses que habitaban
la boca del Riachuelo y dieron origen a este barrio.
Un año después de la derrota de Rosas en Caseros, hacia 1853, había en la Confederación 1.075 fábricas y 743 talleres, en comparación con 1830 se contaban en aquellos años 590 establecimientos en total, entre talleres y fabriles.
Un año después de la derrota de Rosas en Caseros, hacia 1853, había en la Confederación 1.075 fábricas y 743 talleres, en comparación con 1830 se contaban en aquellos años 590 establecimientos en total, entre talleres y fabriles.
Desplazado
Rosas los liberales no solamente declararon la libre navegación de los ríos
interiores (que tanta sangre y sacrificio costó defender), sino que derogaron
la Ley de Aduanas de Rosas.
Los
gobiernos posteriores (Sarmiento y Mitre, entre otros), no
solamente permitieron el ingreso de mercaderías extranjeras, sino que hasta
perjudicaron y despreciaron las nacionales, y en la legislatura porteña llegó a
escucharse el argumento que
"...si
no se sacan los aranceles a las telas inglesas, Buenos Aires se vería invadido
de ponchos cordobeses” (como si eso
fuera una calamidad).
El mismo
Sarmiento hablaba de la barbarie del interior, “.... donde no se
encuentran levitas o sillas de montar inglesas”.
Bibliografía
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