No debe haber un solo argentino, de cualquier paraje, pueblo o ciudad que no haya pasado por una calle, una avenida, una escuela o una plaza con el nombre de Bartolomé Mitre. Y por algo debe ser.
Fue el séptimo Presidente de nuestro país,
contando desde Rivadavia, o el primero de la mal llamada “etapa fundacional”.
Actor ineludible de muchas páginas de nuestra
historia (para bien o para mal), dueño de uno de los mejores archivos
históricos que tenga la Argentina, pero también hombre de actuación oscura y
salvaje a pesar de la “civilidad” que representaba.
"Hemos jurado
con Sarmiento que ni uno solo ha de quedar vivo", dijo Don Bartolo en
1852, refiriéndose a sus adversarios políticos. Y vaya si lo cumplieron. En los años de su gobierno se produjeron en
el interior del país 117 revoluciones que costaron la muerte a cerca de 4.700
ciudadanos en más de 90 combates.
Bartolomé Mitre Martínez fue el séptimo
Presidente de nuestro país si se consideran a los “provisionales” (Rivadavia y
López y Planes), y los “transicionales” López y Planes, Urquiza, Derqui y
Pedernera, o el primero de la etapa “fundacional”.
Sus orígenes
antirrosistas
Paradójicamente, a los 14 años, comienza a trabajar en una de las estancias
de Rosas llamada "El Rincón de López", regenteada por Gervasio Rosas,
hermano del Restaurador.
El joven Mitre no logra adaptarse a la férrea disciplina de la estancia
y es devuelto a su padre con estas palabras: "Dígale a Don Ambrosio que aquí le devuelvo a este caballerito, que no
sirve ni servirá para nada, porque cuando encuentra una sombrilla se baja del
caballo y se pone a leer".
Frente a las persecuciones del rosismo, emigra junto a su familia a
Montevideo. En 1842, con sus 21
años, se incorporó a las filas antirrosistas del General Paz y participó en la
campaña de Entre Ríos hasta que, derrotadas sus fuerzas en Arroyo Grande, debió
regresar a Montevideo.
En la capital uruguaya tomó contacto con los intelectuales antirrosistas
emigrados, como José Mármol, Florencio Varela, Rivera Indarte y Esteban
Echeverría, y participó activamente en la defensa de Montevideo, sitiada por
Oribe. Exiliado pasó por Bolivia y Chile.
En 1851 se
trasladó a Montevideo y, al enterarse del pronunciamiento de Urquiza, se
incorporó al Ejército Grande como jefe de artillería. Tras el triunfo de
Caseros de Urquiza frente a Rosas, en febrero de 1852, fundó Los Debates, diario desde el que
fijaría su postura en defensa de los intereses porteños frente al proyecto de
Urquiza.
La dupla con Sarmiento
Después de Caseros en 1852 aumentó la
virulencia del terror unitario, ante la pasividad inclusive de algunos
“federales” como Urquiza.
El mitrismo no se contentó con reemplazar y
aplastar los gobiernos provinciales sino que se dedicó a exterminar
sistemáticamente a opositores políticos, sospechosos y hasta a los pobres
gauchos.
Con las manos libres, la dupla
Mitre-Sarmiento llevó una “guerra de policía” para limpiar de gauchos federales
el interior. Esta fue una artimaña mitrista para evitar ser considerado un
bárbaro que eliminaba enemigos políticos, que, por lo general, eran caudillos
del interior rodeados de gauchos.
Con la guerra “de policía”, todo gaucho
matrero y cuatrero (aunque fuese por hambre), era considerado delincuente y por
lo tanto la policía podía tomar cuenta de él.
Sarmiento fue un ideólogo del terrorismo de Estado,
y Mitre uso el odio de Sarmiento:
"Hemos jurado
con Sarmiento que ni uno solo ha de quedar vivo" (Mitre en 1852).
El mitrismo no se contentó con reemplazar y
aplastar los gobiernos provinciales sino que se dedicó a exterminar sistemáticamente
a opositores políticos.
Esto le valió el cierre del periódico y un nuevo
exilio en Montevideo, pero pronto podrá regresar a Buenos Aires. El 11 de septiembre
de 1852 los sectores porteños
opuestos a la nacionalización de las rentas aduaneras y la hegemonía de
Urquiza, organizan un movimiento que tiene en Mitre y Valentín Alsina a sus
principales referentes.
La llamada "revolución" del 11 de
septiembre produjo la separación de la provincia de Buenos Aires del resto del país,
teniendo a Valentín Alsina como Gobernador y a Mitre como ministro de Gobierno,
además de encargado de las relaciones exteriores.
En 1855, a
sus 34 años, fue electo Presidente
de la legislatura bonaerense, y fundaría el Instituto Histórico y Geográfico y
en 1857 publicó la primera edición
de su Historia del General Belgrano, obra exhaustiva, producto de una profunda investigación.
Mientras tanto Buenos Aires gozaba de cierto
bienestar económico. Su economía se iba dibujando alrededor de un puerto que
exportaba cereales y ganado e importaba de Europa todo lo demás, desde
manufacturas hasta ideas políticas.
Así, mientras la Confederación languidecía, Buenos
Aires progresaba con un ritmo acelerado gracias a la Aduana, las exportaciones
pampeanas, y las importaciones de productos elaborados en las provincias, a las
que él llamaba “los trece ranchos”.
Mitre fue un actor ineludible de muchas
páginas de nuestra historia (para bien o para mal), dueño de uno de los mejores
archivos históricos que tenga la Argentina, pero también hombre de actuación
oscura y salvaje a pesar de la “civilidad” que representaba.
Torturas, fusilamientos y degüellos, eran
moneda corriente en aquellas épocas (de ambos bandos), en que dos modelos de
país se enfrentaban. Lo que llama la atención no es que se eliminen mutuamente,
sino que para la “civilidad” de los hombres decentes esto estaba bien si ellos
lo practicaban, pero para los que pensaban diferente estaba mal y representaba
la “barbarie”.
El turno de Jerónimo
Costa y su gente
Jerónimo Costa, fue un militar federal, jefe de la
escolta de Dorrego al momento del fusilamiento, defensor de la isla Martín
García cuando “pelaban las papas”, y muchos méritos más. Luchaba por la Confederación
en contra del gobierno de Estado de Buenos Aires, momento en que ambas
facciones era irreconciliables.
Luego de varios intentos de tomar Buenos Aires, en
diciembre de 1855, el general José María Flores y Jerónimo Costa invadieron la provincia de Buenos Aires. Flores,
con pocos hombres (unos 200), por Ensenada, mientras Costa desembarcaba en Zárate, en el norte de la provincia, con menos tropas aún
(unos 160).
Flores fracasó
rápidamente, pero Costa logró avanzar hasta Luján. Allí tuvo la oportunidad de retroceder
hacia Santa Fe, pero inexplicablemente
esquivó a sus perseguidores y se dirigió al actual partido de La Matanza. Allí fue
alcanzado por el ejército porteño del Coronel Emilio Conesa y derrotado en la Batalla de
Villamayor.
El Gobernador (Pastor Obligado), por orden de
Mitre dictó la pena de muerte para todos los oficiales implicados en esa
invasión (declarándolos bandidos, para no tener que respetarlos como a
enemigos), y ordenó su fusilamiento sin juicio.
“Todos los individuos titulados jefes
que hagan parte de los grupos anarquistas capitaneados por el cabecilla Costa y
fuesen capturados en armas, serán pasados por las armas inmediatamente al
frente de la División o Divisiones en campaña, previo los auxilios
espirituales”
El
cadáver del General Costa (héroe de Martín García y de la guerra contra Brasil),
fue recuperado días después de la batalla por la señora Mercedes Ortiz de Rosas
de Rivera, hermana de Juan Manuel de Rosas.
Según
ella relata, debió de solicitar un permiso especial al Gobernador Obligado para
recoger los despojos que yacían en el campo de Villamayor a la merced de las
alimañas y venganzas. Dichos campos eran linderos con la estancia El Pino (en
Virrey del Pino), que fuera confiscada al caer su hermano y posteriormente
vendida la familia Ezcurra.
La
mayor parte de los soldados (126), fueron muertos cuando se rendían, y los
oficiales fueron fusilados dos días más tarde. La matanza de Villamayor fue una
muestra elocuente de la ferocidad de las guerras civiles que dejaron un
recuerdo indeleble en los pagos matanceros.
Pese
al reclamo de los federales por venganza, la matanza de Villamayor obligó a
Urquiza a ser más prudente en el control de sus aliados porteños. Buenos
Aires y la Confederación conservaron la paz por unos pocos años.
Por este
fusilamiento sin juicio, Conesa fue premiado con el ascenso a General…y después dicen que representan
la “civilización”.
Ahora vamos por El Chacho
Luego del triunfo de
Urquiza sobre Mitre en la Batalla de Cepeda, en octubre de 1859, el Chacho Peñaloza (que creía en el federalismo y honestidad
de Urquiza), inicia su campaña contra el centralismo porteño lo que da lugar a
su carrera como líder de la guerra de montoneras o de guerrillas. El Chacho
goza de un gran respeto tanto entre los antiguos federales (luego urquicistas),
como por los antiguos unitarios (luego liberales).
Mitre que había sido electo gobernador de Buenos
Aires en 1860, se transformó, tras
la vergüenza del “triunfo” de Pavón (donde Urquiza se retira luego de haber
ganado la batalla por un pacto en pos de sus intereses económicos), en el único hombre en condiciones de encauzar
los destinos del país recientemente unificado. Sarmiento decía:
"Tengo odio a la
barbarie popular... La chusma y el pueblo gaucho nos es hostil... Mientras haya
un chiripá no habrá ciudadanos, ¿son acaso las masas la única fuente de poder y
legitimidad? El poncho, el chiripá y el
rancho son de origen salvaje y forman una división entre la ciudad culta y el
pueblo, haciendo que los cristianos se degraden... Usted tendrá la gloria de
establecer en toda la República el poder de la clase culta aniquilando el
levantamiento de las masas". (Carta a Mitre del 24 de Septiembre 1861)
El Chacho Peñaloza conocía el centro noroeste
del país como nadie, se rodeaba de buena caballada y tenía a su disposición los
mejores baqueanos. Esto le significó disponer de gran poderío.
En 1861,
contando ya con 63 años, Urquiza lo nombra Comandante en Jefe de la
circunscripción militar de La Rioja y Catamarca, pero sin tropas ni armas. Sus
gauchos fueron su único ejército. Después de Pavón, Urquiza le brindó apoyo por
algunos años pero luego, embarcado en sus negocios personales, no solo se
olvida del Chacho sino que prácticamente reniega de él.
Con la claudicación de Urquiza, la
Confederación se derrumbó y el país quedó en mano de “la gente decente” o “los
de levita” porteños, una de las páginas más tristes y sangrientas de nuestra
historia.
Sintiendo que Urquiza los abandonó, Peñaloza
toma la bandera política del federalismo “del interior. ¿Por qué el Chacho, ya
sin apoyo de los “viejos federales”, continúa su lucha defendiendo al interior?
La Ley de Aduanas porteña, y las
consecuencias de su aplicación seguramente fueron el disparador de tantos enfrentamientos montoneros.
En enero de 1862 se entera que los “ganadores” de Pavón quieren ocupar el
interior para someterlo a los intereses del puerto. Se inicia aquí la
persecución implacable que terminará pronto con su vida.
En mayo de ese año, se reunió un nuevo Congreso Nacional
que legitimó la situación de Mitre confirmándolo como encargado del Poder
Ejecutivo Nacional. Se convocó a elecciones nacionales y triunfó la fórmula
Bartolomé Mitre - Marcos Paz. Mitre tenía 41 años.
En este período se produjo una creciente
centralización del poder político donde el uso de la fuerza fue determinante. Mitre llevó a cabo la
política que denominó “pacificación nacional” llevada a cabo “a palos” para
terminar con el federalismo e imponer el liberalismo político a ultranza.
El gobierno nacional se fue imponiendo a través de
la violencia organizada por sobre otros poderes como los de las provincias,
centralizando funciones como la recaudación impositiva, la emisión monetaria,
la educación y la represión. Durante su mandato, Mitre fue urdiendo una
política de alianzas con los sectores conservadores del interior buscando
subordinar a las provincias a los intereses porteños.
Esta política provocó levantamientos armados como
el de los montoneros acaudillados que culminarán en violentas acciones
represivas por parte del ejército nacional.
En los años de gobierno de Mitre, mientras
Buenos Aires crecía y se educaba, promovió en el interior del país 117
revueltas que costaron la muerte a cerca de 4.700 ciudadanos en más de 90
combates.
Mitre le escribe a Marcos Paz: “Mejor que entenderse con el animal de
Peñaloza, es voltearlo. Aprovecharemos la oportunidad de los caudillos que
quieren suicidarse para ayudarlo a bien morir”.
Sarmiento dice al respecto: “Si Sandes (uno de los Coroneles de Mitre
a cargo de la represión), mata gente,
cállense la boca. Son animales bípedos, de tan perversa condición, que no sé
qué se obtenga con tratarlos mejor”.
Peñaloza está en
Guaja y concentra centenares de llaneros. Tanto los llanos como las zonas
vecinas están “al rojo vivo”. Por simpatía con la causa del Chacho, Carlos
Ángel está en Chilecito, Severo Chumbita en Arauco, Felipe Varela en Guandacol
y Fructuoso Ontiveros en el oeste de la provincia.
Todos hostigan al
ejército de Sandes con guerra de guerrillas, pero este espera la llegada de
Rivas desde San Juan y a Arredondo desde Catamarca.
Este incendia pueblos
a su paso, como Aimogasta, Arauco y Malanzan, en represalia a la fidelidad de
la gente con el Chacho. Pero ya no fusila a la gente, los lancea (“para ahorrar balas”), y los cuelga en la
plaza como señal de escarmiento.
Como la gente “no
canta”, comienza el rapto de mujeres y niños que terminan en los prostíbulos
del ejército o de Buenos Aires.
Los “coroneles de
Mitre” (todos, curiosamente, uruguayos), mejor entrenados y armados combaten y
triunfan parcialmente, pero La Rioja no se sosiega. Los montoneros chachistas
de Córdoba, Catamarca y San Luis se movilizan.
Paunero sabe que si
el Chacho no cae no habrá paz en la región, y sabiendo que es prácticamente
imposible doblegarlo le ofrecen indulto, residencia fuera del país, y un sueldo
“de su clase”. El Chacho no acepta, solo pide que no degüellen a su gente ni
rapten a mujeres y niños.
El gobierno mitrista,
a través del General Paunero, envía al sacerdote Dr. Eusebio Bedoya, Rector de
la Universidad de Córdoba, y a un amigo del caudillo, el estanciero Manuel
Recalde a ofrecerle al Chacho un plan de paz.
Por sospechas de la
gente, nadie les da información en una búsqueda que duró un mes. Siguiendo a
una partida de gauchos, encuentran a Peñaloza en la estancia La Banderita, y
este acepta de buen grado un plan, donde, a partir de allí, el propio Peñaloza
estará encargado de la pacificación de La Rioja.
No hubo firma del
Tratado de La Banderita, solo el acuerdo y un apretón de manos como única
garantía, siendo Bedoya y Recalde garantías del plan de paz. Peñaloza le
escribe a Paunero sobre su aceptación al plan, y este a principios de junio le
ordena a Rivas desarmar a los montoneros.
Peñaloza marcha con
su tropa y prisioneros hacia el campamento de Rivas para el intercambio de
prisioneros. Los militares mitristas Rivas, Arredondo y Sandes rodean a Bedoya
que ya sospecha algo. A pedido de Paunero el Chacho desarma las partidas que
conducen Puebla, Ontiveros y Carmona y les pide a estos que confíen en el
gobierno nacional.
Peñaloza entrega sus
prisioneros “sin haberles tocado un
botón” diciendo “¡Ustedes dirán si
los han tratado bien!”, “¡Viva el
General Peñaloza!” fue la única respuesta.
El Chacho pregunta ¿Dónde están los míos? Se produce un
profundo y vergonzoso silencio. ¿Por qué
no me responden? ¡Que! ¿Será cierto lo que se dice? ¿Será verdad que todos han
sido fusilados?
¡Y era verdad nomás!
Los chachistas habían sido todos degollados sin piedad y arrebatadas sus
mujeres.
Bedoya y Recalde se
conmueven y se sienten asqueados de haber participado en la negociación.
Conmovido Peñaloza se
preguntaba: “¿Y este es el Ejército
civilizado que nos persigue como a horda de salvajes, y degüellan a nuestros
leales y azotan a nuestras mujeres?¿Y esos son los valientes que vienen a
enseñarnos el goce de la Ley bajo las banderas del Gobierno?”
Paunero le escribe a
Mitre que confía plenamente en la palabra empeñada por Peñaloza para
tranquilizar la región. Este solo pide alimentos y ropa y una subvención para
mantener a su gente en el proceso de pacificación. Mientras esto ocurre, su
lugarteniente, Felipe Varela, se hace cargo de la comandancia de la provincia en
reemplazo del jefe liberal. Los liberales riojanos, que comulgan con Sarmiento,
no están conformes con el acuerdo.
La pobreza es
extrema. Los paisanos cuatrerean las provincias vecinas. San Juan pide que se
controle a los cabecillas de las montoneras riojanas.
Paunero le escribe a
Mitre:
“Sarmiento y los de Mendoza están mudos después de los tratados con el
Chacho porque, indudablemente querían y quieren que se los demos colgados en
algunas de sus plazas, olvidándose que si nosotros no hemos podido “poner el
cascabel al gato”, menos lo pueden ellos que tiemblan con la sola idea que
asomase en el extremo de sus fronteras”.
A fines de julio
Peñaloza se va a Guaja. Desde allí le escribe a Paunero denunciando que ni
Sarmiento ni Barbeito han respetado las amnistías ni el plan de paz y que
continúan hostigándolo.
Torturas, traiciones
y perseguimientos dieron al final con El Chacho, a quien degollaron delante de
su familia, colgaron su cabeza en una pica y hasta repartieron partes de su
cuerpo entre sus enemigos políticos.
La Guerra de la Triple Infamia
En 1865,
estalló la Guerra del Paraguay (o Guerra de la Triple Alianza), y Mitre fue
designado General en Jefe de las Fuerzas Aliadas de Argentina, Uruguay y
Brasil.
La soberbia de este “militar a medias” como Mitre,
había hecho un pronóstico demasiado optimista sobre la guerra: "En 24 horas en los cuarteles, en 15 días en campaña, en tres meses
en la Asunción”, pero lo cierto es que la guerra duró casi cinco
años.
La victoria le costó al país más de 500 millones de
pesos y 50.000 muertos. Del millón trescientos mil habitantes que tenía el
Paraguay, sólo sobrevivieron 300.000, la mayoría mujeres y niños.
La impopularidad de la Guerra de la Triple Alianza
(llamada de la Triple Infamia por Alberdi), sumada a los tradicionales
conflictos generados por la hegemonía porteña, provocó levantamientos en
Mendoza, San Juan, La Rioja y San Luis.
El caudillo catamarqueño Felipe Varela lanzó una
proclama llamando a la rebelión diciendo:
"Ser porteño es ser
ciudadano exclusivista y ser provinciano es ser mendigo sin patria, sin
libertad, sin derechos. Ésta es la política del gobierno de Mitre. Soldados
Federales, nuestro programa es la práctica estricta de la Constitución jurada,
el orden común, la amistad con el Paraguay, y la unión con las demás repúblicas
americanas."
A pesar de que contaba con un importante apoyo
popular, Varela fue derrotado por las fuerzas nacionales en 1867.
En 1868
Mitre culminó su período presidencial y se declaró prescindente en cuanto a
apoyar a un candidato a sucesor, dejándole de esta manera el campo libre a
Domingo Faustino Sarmiento, quien asumirá ese año la primera magistratura.
Bibliografía
RACEDO.
L.A. Revisionistas. www.revisionistas.com.ar
BIBLIOTECA
DE REDACCION. Los presidentes argentinos. Desde 1826 hasta 1982.
www.elhistoriador.com.ar
www.lagazeta.com.ar/salvajes_unitarios.htm
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