El Éxodo Jujeño fue una hazaña
forzada que se llevó a cabo el 23 de agosto de 1812. Fue
la retirada hacia Tucumán del
Ejército del Norte comandado por Manuel Belgrano y buena parte de la población
de San Salvador de Jujuy que abandonó completamente la ciudad y el
campo como respuesta ante el avance del Ejército Realista proveniente desde
el Alto Perú.
Esta
breve pero contundente etapa de nuestra historia duró solo 23 días, y a los
fines de esta revisión solo cubrirá lo ocurrido en ese lapso de tiempo. Hay inconsistencias
en los historiadores entre fechas, kilómetros recorridos y hechos, pero nada
empaña esta gesta.
El contexto
El 20 de junio de 1811, en Huaqui o Guaqui (actual República de Bolivia), en la ribera sur del lago Titicaca, a
escasos kilómetros de la frontera con Perú, el ejército
patriota fue vencido, destruyendo todo gobierno y autoridad.
En ella, el ejército realista, al mando del Gral. José Manuel de
Goyeneche, batió contundentemente a las armas patrias comandadas por el Gral.
Antonio González Balcarce y el vocal, representante de la Junta, Dr. Juan José
Castelli.
Goyeneche tiene el plan de invadir Salta y luego continuar hasta tomar
Buenos Aires, unirse al ejército portugués que tenía 5.000 soldados en la Banda
Oriental del Uruguay, apoyando los intereses de doña Carlota, princesa
española y esposa del emperador del Brasil.
Calculaba que sería apoyado por 10.000 españoles que habitaban Buenos
Aires más la flota de guerra realista en Montevideo. Su plan era aplastar al
movimiento de Mayo de 1810.
Manuel
Belgrano, estaba en Rosario el 27 de febrero de 1812 cuando se le ordenó
hacerse cargo del Ejército del Norte. Bien sabemos que Belgrano nunca quiso ser
militar aunque permanentemente las circunstancias lo obligaron.
Belgrano
llegó el 26 de marzo de 1812 a las cercanías de la Posta de Yatasto
(Salta), donde lo esperaba el general Juan Martín de Pueyrredón. Éste
le entregó oficialmente, al día siguiente, la jefatura del derrotado Ejército
del Norte de las Provincias Unidas del Río de la Plata, y posteriormente
regresó a Buenos Aires para reemplazar a Juan José Paso en
el Primer Triunvirato.
Belgrano
estableció su cuartel general en la ciudad de San Salvador de Jujuy, ubicada en la desembocadura meridional de
la quebrada de Humahuaca, ruta principal de las invasiones desde el
norte. Su objetivo era rearmar el ejército que se encontraba destrozado.
Por
entonces llegaban hasta la zona las fuerzas patriotas retiradas del Alto Perú tras
la derrota sufrida en la Batalla de Huaqui. Producto de ello, el Ejército
del Norte se descalabró, y sus restos retrocedieron en desorden, harapos y casi
desarmado, hacia el actual territorio argentino. Eran alrededor de 800 soldados,
sin armas ni recursos, semidesnudos, afectados por el paludismo y
completamente desmoralizados.
A los patriotas le llamó la
atención que los realistas no los persiguieran para acabarlos, pero la razón
por la cual no había bajado aún por la Quebrada de Humahuaca a dar cuenta de
los restos del Ejército del Norte fue que tenía que vérselas primero con los
patriotas alto peruanos que se mantenían fieles a la revolución en la provincia
de Cochabamba.
Belgrano
debía reorganizarlos, rearmarlos, restablecer la disciplina y dar ánimos a la
población. Para ello se volvió riguroso e inflexible con sus subordinados. Creó
diversas compañías, como la de Guías, la de Baqueanos, la de Cazadores y el
Cuerpo de Castas.
El
gobierno consideraba imposible resistir al ejército del brigadier Juan Pío Tristán, que avanzaba
desde el Alto Perú después de haber recibido refuerzos en Suipacha, que elevaban su dotación a 4.000 hombres
Enterado
del avance del numeroso Ejército Realista, Belgrano reclamó al gobierno de
Buenos Aires refuerzos para la resistencia pero no obtuvo mayores resultados,
debido a que las autoridades porteñas estaban abocadas principalmente a vencer
a los realistas fortificados en Montevideo y proteger sus intereses económicos.
La
intención del Triunvirato era retroceder hasta Córdoba, donde a las tropas de
Belgrano se unirían fuerzas procedentes de la región rioplatense y en lugar de
enviar refuerzos para atender el frente norte ordenó la retirada del Ejército
hasta la ciudad de Córdoba, a través de su ministro Bernardino Rivadavia,
Belgrano
escribía:
"...me es muy doloroso, que cuando nuestros
hermanos de Perú están sacrificándose, esperanzados en nosotros, y con solo la
súplica que entretengamos al enemigo con nuestra presencia, dejándoles a ellos
su destrucción, no pueda acceder a ella por una falta... me hierve la sangre al
observar tanto obstáculo, tantas dificultades, que se vencerían rápidamente si
hubiese un poco de interés por la Patria".
Para
aumentar el fervor patriótico del pueblo, y en conmemoración del segundo
aniversario de la revolución, el 25 de mayo hizo bendecir la Bandera Argentina en
la Catedral de Jujuy por el canónigo Juan Ignacio Gorriti, ignorando en ese momento que la misma había
sido rechazada por el Primer Triunvirato.
El uso de una bandera propia era un
claro signo de independencia para los triunviros, que aún no deseaban
abandonar la ficción de que el nuevo país aún dependía del rey de España.
El 27 de mayo Belgrano,
que tenía el grado de Coronel, fue ascendido a General y
comenzó a recomponer la moral de las tropas, que ya ascendía a 1.500 hombres. Entre ellos encontró a Manuel Dorrego, Eustoquio Díaz
Vélez, Juan Ramón (González) Balcarce (hermano mayor de Antonio, perdedor de
Huaqui), Rudecindo Alvarado, Cornelio Zelaya, Gregorio Araoz de Lamadrid y José
María Paz.
A finales de julio recibió 400 fusiles, que le
fueron de gran utilidad, aunque insuficientes, para completar el armamento.
Belgrano
decidió desobedecer al Triunvirato y no llegar hasta Córdoba y comienza a
organizar la retirada, encargando la retaguardia al mayor general Eustoquio Díaz Vélez.
Díaz
Vélez se ofreció para apoyar a la revolución que
había estallado en la ciudad de Cochabamba, pero
la falta de tropa suficiente desvaneció el proyecto. Sin la ayuda de las
provincias "de abajo", la ciudad alto peruana fue ocupada a finales
del mes de julio por el mariscal de campo de
los ejércitos realistas José Manuel de Goyeneche, que, al igual que su
primo y subordinado Pio Tristán, era criollo arequipeño.
El 30 de junio de 1812 llegaron versiones que Cochabamba había sucumbido
ante el feroz ataque de Goyeneche. Entonces Belgrano comisionó a la capital al
mayor Manuel Dorrego para que describiera en persona el estado de las cosas en
el Norte.
En el curso de los días, se confirmó lo que era un secreto a voces: Cochabamba había caído bajo las
bayonetas enemigas y el ejército real, ya desocupado, acometería ahora contra
Belgrano, en Jujuy.
Belgrano escribió a Rivadavia esperando que las tratativas con los
portugueses estuvieran bien encaminadas, y auguraba y deseaba que la amenaza
oriental se despejara pronto, "para
que se contraiga nuestra atención al Tirano infernal del Perú, que sin fuerzas
no lo podemos arrojar, y cada día ha de aumentar las suyas... Dorrego hablará a
V. de nuestras necesidades, y le hablará con conocimiento: no hay que detenerlo
mucho; pues me hace falta y es muy interesante en este Ejército".
Cochabamba consiguió distraer por más de un año a Goyeneche, lo que le
permitió al nuevo jefe del Ejército del Norte, Gral. Manuel Belgrano
reorganizarse. Sin el accionar insurgente de Cochabamba, las epopeyas del Éxodo
Jujeño y las Batallas de Tucumán y de Salta no hubieran sido posibles.
Belgrano mejoró las relaciones con los cochabambinos, tirantes con su
primo Castelli. Los más destacados patriotas de Cochabamba le escribieron, para
ponerse a sus órdenes.
El general informó al Gobierno que ante este despliegue
patriótico de Cochabamba él no se iba quedar de brazos cruzados. Dispuso
adelantar al escuálido Ejército del Norte, acampado en la localidad salteña de
Campo Santo, para respaldar a los revolucionarios alto peruanos.
Goyeneche
actuó con gran rigor contra los partidarios de la revolución, tanto españoles
como criollos e indios. Ejecutó prisioneros, encarceló a civiles, embargó
propiedades y aplicó tormentos y azotes para con los aborígenes. Cayeron
también nuevamente en poder de los españoles las ciudades de Chuquisaca, Oruro y La Paz.
Ni
siquiera el llamado a las armas de todos los ciudadanos entre 16 y 35 años, y
la formación de un cuerpo irregular de caballería
formado por jóvenes jujeños y salteños (Los Patriotas Decididos), a las órdenes de Eustoquio Díaz Vélez,
permitían a Belgrano oponer cabalmente resistencia.
Resumiendo:
·
Belgrano no era un estratega militar,
·
No contaba con tropa entrenada ni en número
suficiente
·
El Triunvirato no lo apoyaba,
·
La población rica de Jujuy simpatizaba con la causa
realista,
·
El resto de la población que lo acompañaba estaba
en riesgo de caer bajo la crueldad de los jefes españoles.
Ante este panorama
ingenia una táctica para salvar al pueblo y desgastar al enemigo: bajar hasta
Tucumán y dejar tierra arrasada al ejército enemigo. La
orden de Belgrano era contundente: ni casas, ni alimentos, ni animales de
transporte, ni objetos de hierro, ni efectos comerciales.
La retirada forzada
El
ejército español continuaba su avance hacia el sur, con cerca de 3.000
soldados, comandados por Tristán. Como respuesta, el 29 de julio de 1812 Belgrano
dictó un bando dirigido a todo el pueblo de Jujuy, disponiendo la retirada:
"Pueblos de la Provincia: Desde que puse el
pie en vuestro suelo para hacerme cargo de vuestra defensa, en que se halla
interesado el Excelentísimo Gobierno de las Provincias Unidas de la República
del Río de la Plata, os he hablado con verdad. Siguiendo con ella os manifiesto
que las armas de Abascal (Virrey del Perú), al mando de Goyeneche se acercan a Suipacha; y lo peor es que son
llamados por los desnaturalizados que viven entre vosotros y que no pierden
arbitrios para que nuestros sagrados derechos de libertad, propiedad y
seguridad sean ultrajados y volváis a la esclavitud.
Llegó pues la época en que manifestéis
vuestro heroísmo y de que vengáis a reunirnos al Ejército de mi mando, si como
aseguráis queréis ser libres, trayéndonos las armas de chispa, blanca y
municiones que tengáis o podáis adquirir, y dando parte a la Justicia de los
que las tuvieron y permanecieren indiferentes a vista del riesgo que os amenaza
de perder no sólo vuestros derechos, sino las propiedades que tenéis.
Hacendados: apresuraos a sacar vuestro ganado
vacuno, caballares, mulares y lanares que haya en vuestras estancias, y al
mismo tiempo vuestros charquis hacia el Tucumán, sin darme lugar a que tome
providencias que os sean dolorosas, declarandóos además si no lo hicieseis
traidores a la patria.
Labradores: asegurad vuestras cosechas
extrayéndolas para dicho punto, en la inteligencia de que no haciéndolo
incurriréis en igual desgracia que aquellos.
Comerciantes: no perdáis un momento en
enfardelar vuestros efectos y remitirlos, e igualmente cuantos hubiere en
vuestro poder de ajena pertenencia, pues no ejecutándolo sufriréis las penas
que aquellos, y además serán quemados los efectos que se hallaren, sean en
poder de quien fuere, y a quien pertenezcan.
Entended todos que al que se encontrare fuera
de las guardias avanzadas del ejército en todos los puntos en que las hay, o
que intente pasar sin mi pasaporte será
pasado por las armas inmediatamente, sin forma alguna de proceso. Que igual
pena sufrirá aquel que por sus conversaciones o por hechos atentase contra la
causa sagrada de la Patria, sea de la clase, estado o condición que fuese.
Que
los que inspirasen desaliento estén revestidos del carácter que estuviesen
serán igualmente pasados por las armas con sólo lo deposición de dos testigos.
Que serán tenidos por traidores a la patria
todos los que a mi primera orden no estuvieran prontos a marchar y no lo
efectúen con la mayor escrupulosidad, sean de la clase y condición que fuesen.
No
espero que haya uno solo que me dé lugar para poner en ejecución las referidas
penas, pues
los verdaderos hijos de la patria me prometo que se empeñarán en ayudarme, como
amantes de tan digna madre, y los desnaturalizados obedecerán ciegamente y
ocultarán sus inicuas intensiones.
Más, si así no fuese, sabed que se acabaron
las consideraciones de cualquier especie que sean, y que nada será bastante
para que deje de cumplir cuanto dejo dispuesto".
Manuel Belgrano.
Cuartel general de Jujuy 29 de julio de 1812.
Belgrano desconfiaba
profundamente de las oligarquías locales, a las que llamaba "los desnaturalizados que viven entre
nosotros y que no pierden arbitrios para que nuestros sagrados derechos de
libertad, propiedad y seguridad sean ultrajados y volváis a la esclavitud".
Tenía datos precisos de que ya estaban en contacto con la avanzada española
para hacer negocios con las probables nuevas autoridades, de las que habían
recibido la garantía de respetar sus propiedades.
El texto del bando lanzado contra todo habitante ordenó dejar desierta Jujuy para el 27 de Agosto de
1812. Era tremendo y sin distinción alguna,
debía obedecerse o perecer, e hizo su efecto, y, como el general suponía, no
encontró resistencias para ser cumplido.
Los
comerciantes pidieron a Belgrano carretas para el traslado y los pobladores de menores
recursos colaboraron fervientemente, perdiendo lo poco que tenían, que para
ellos era todo. El patriotismo y decisión hizo llevaderas las penurias de la
emigración próxima; y “hasta las mujeres
se ocupaban de construir cartuchos y animar a los hombres”.
Los 200 voluntarios
de Díaz Vélez (“los Patriotas Decididos”), que habían ido a Humahuaca a vigilar
la entrada de Pio Tristán y habían vuelto con la noticia de la inminente
invasión, fueron los encargados de cuidar la retaguardia. Estas
fuerzas irregulares partieron de Humahuaca el
21 de agosto. El 23 de agosto ya se encontraba en las adyacencias de la ciudad
de Jujuy. Pocos días después los realistas ocuparon Humahuaca.
No se
emprendió la marcha sino cuando se había preparado todo y el enemigo se
encontraba próximo, adelantando sus partidas sobre las últimas guardias de las
fuerzas que habían estado en la retaguardia de Humahuaca. Estas sin perder
formación, sufrieron el acoso que las orgullosas partidas realistas les hacían
y atravesaron por las inmediaciones de la ciudad sin que ni se les permitiese a
los oficiales detenerse con cualquier objeto un solo momento en las casas de la
población.
José María Paz, oficial de la retaguardia del Ejército, recuerda: "Entretanto, vino la invasión del
enemigo, y el cuerpo de vanguardia emprendió su movimiento retrógrado: quedando
un cuerpo de caballería, se incorporó lo restante al ejército en Jujuy el mismo
día que éste emprendía el suyo para Tucumán.
Recuerdo que atravesamos el
pueblo de Jujuy en toda su extensión, sin permitirnos separarnos, ni aun para
proveemos de un poco de pan. Acampamos durante tres o cuatro horas a la
inmediación de la ciudad, y tampoco se nos permitió entrar, ni mandar nuestros
asistentes a proveernos de lo más preciso: tan riguroso y severo era el general
Belgrano".
El grueso
de la columna inició su marcha el 23 y la vanguardia del Ejército del Norte
hacia el Alto Perú con asiento en Humahuaca, se convierte en retaguardia y pasó
en la tarde de ese día. Belgrano fue el último que abandonó la ciudad en la
noche, incorporándose a las fuerzas al día siguiente.
La gente
llevaba todo lo que podía ser transportado en carretas, mulas y caballos. Se
cargaron muebles y enseres y se arreó el ganado en tropel. Los incendios
devoraron las cosechas y en las calles de la ciudad ardieron los objetos que no
podían ser transportados. Sólo quedó desolación y desierto.
El enemigo se posesionó de aquella solitaria ciudad en medio de su total
abandono. San Salvador de Jujuy estaba desmantelada y Tristán, espantado del
aspecto tristísimo de aquellos hogares desamparados y de aquellas calles mudas
y tristes, le escribía a Goyeneche: "Belgrano es imperdonable por el bando del 29
de julio".
Era, en opinión de Tristán, un "bando
impío" (falto de piedad), ya que, al decir del historiador español
Mariano Torrente, las "tropas de
Buenos Aires que ocupaban las ciudades de Jujuy y Salta... con orden de su
comandante Belgrano para que todos los habitantes evacuasen aquel territorio,
llevándose los archivos y aún los armamentos y vasos sagrados de las
iglesias".
El cuadro lo completaría el cronista hispano Gral. Andrés
García Camba, con respecto a Jujuy y Salta: "Poblaciones
que los insurrectos abandonaron después de haberlas maltratado mucho y hasta
incendiado sus archivos públicos".
Del éxodo
participaron más de la mitad de la población. Fueron unas 1.500 personas de de
la ciudad y de toda la jurisdicción de Jujuy. Efectuaron un largo trayecto
hasta Tucumán, paralelo y hacia el oeste de la actual Ruta Nacional 34, tomando por el camino
de las Postas.
Belgrano
llegaba al Rio Juramento el 29 de agosto, al Rio Piedras el 3 de setiembre, al
Rio salí el 12 de setiembre para entrar en Tucumán el 13 de setiembre, 23 días
después.
Las Piedras, un combate de importancia
mayúscula
Los
realistas pretendieron bajar por la Quebrada del Toro (al
oeste de la ciudad de Salta), para cortar la retirada a los patriotas. El
brigadier Tristán envió sus avanzadas de entre 500 y 600 hombres que ocuparon
San Salvador de Jujuy y el 1 de septiembre la ciudad de Salta.
A
partir de allí debían hostilizar a la retaguardia de los que se retiraban,
dirigidos por los coroneles Llanos y Agustín Huici (o
Huisi).
La
retaguardia de Díaz Vélez marchaba cubriendo con sus guerrillas de los
"Patriotas Decididos", voluntarios y gauchos jujeños, el Camino
de Las Postas hacia Campo Santo y luego por Cabeza del Buey hacia San José de Metán.
Los
españoles alcanzaron a la columna patriota sobre el río Las Piedras,
entablándose el combate el 3 de septiembre de 1812. Asediaban
permanentemente a la retaguardia que tenía órdenes de no comprometer un
combate, sin embargo, fue alcanzado y se trabó un intenso tiroteo por ambos
bandos.
Reforzados
los patriotas, pusieron en fuga la tropa realista. El combate apenas duró media
hora, pero fue suficiente.
El
ejército patriota obtuvo allí una victoria que le permitió levantar la moral
tras su retirada del Alto Perú y
abandono de las ciudades de Jujuy y Salta, luego
del fracaso de la Primera Expedición Auxiliadora al
Alto Perú.
El
parte que el general Belgrano envió al Superior Gobierno relató lo siguiente:
"Ayer (3 de septiembre de 1812) a las dos de
la tarde, cargó el enemigo, en número de seiscientos hombres, con tanta furia
sobre mi retaguardia, que se mezcló con ella y llegó al frente de mi posición
al sud del Río de las Piedras casi a un tiempo.
En consecuencia hice lugar la artillería que
se hallaba al mando del barón de Holmberg y mandé que, por el costado
derecho, saliesen Don Carlos Forest, capitán del N° 1, con la parte de la División de
Cazadores que tengo a su cargo; Don Miguel Aráoz, comandante 2° del N° 6, por
el costado izquierdo con cien hombres de Pardos y Morenos, y la Caballería, al
mando del Mayor General D. Eustoquio Díaz Vélez, con su segundo, el Teniente
Coronel D. Juan Ramón Balcarce, por el centro.
Avanzaron todos con intrepidez, Jefes,
Oficiales y Tropa, y la victoria coronó sus nobles y generosos esfuerzos
poniendo en fuga vergonzosa al enemigo, quien dejó en el campo de batalla dos
oficiales y cincuenta y ocho soldados muertos, y ciento cincuenta fusiles y
cuarenta soldados que se hicieron prisioneros, no habiendo tenido, de nuestra
parte más que seis heridos, entre los cuales el digno Don Miguel Aráoz, y
muertos gloriosamente el Capitán Don Manuel Mendoza, un sargento de Húsares y
un soldado".
Asimismo, en el oficio
que dirigió al gobernador de Córdoba decía:
"Las armas de la Patria han logrado, ayer
tarde, una victoria completa: 150 armas han caído en nuestro poder, 40
prisioneros, y han muerto 60 (de los enemigos), que han abandonado el campo con
la fuga más vergonzosa, no habiendo de nuestra parte más que 3 muertos y 6
heridos.
Hágalo V.S. saber por bando a los pueblos de
su jurisdicción, convocándolos igualmente a dar gracias al Todopoderoso, con
misa solemne y Tedéum, disponiendo se anuncien tan plausibles noticias con
repique general de campanas.
El
coronel Huici, que se había adelantado hasta la localidad de Trancas, cayó prisionero y fue de inmediato trasladado a San Miguel de Tucumán.
Este
combate se encuentra en la versión completa del Himno Nacional Argentino. En el verso que
enumera las victorias patriotas se canta "...ambas
Piedras, Salta y Tucumán...", en referencia a dos
contiendas con el mismo nombre: una que se dio en el Molino de las Piedras, triunfo de José Gervasio Artigas, el 18 de mayo de 1811, en la Banda Oriental, y la
otra que correspondió a la del Río de las Piedras, éxito de Díaz Vélez, de 1812.
Una interna en el ejército
Cuando
Belgrano se hace cargo del Ejército de Norte se entera por Pueyrredón que Juan
Ramón Balcarce estaba a cargo de un cuerpo de caballería.
Inmediatamente le
pregunta a Pueyrredón sobre su permanencia ya que no simpatizaba con Balcarce
por algunos altercados que tuvo con este en la Revolución del 5 y 6 de abril
de 1811 (conocida como el "Movimiento o Revolución de los
orilleros" que fue un golpe
cívico militar que permitió al sector moderado saavedrista asegurar el control de la Junta Grande de gobierno eliminando a la minoría radical morenista).
Balcarce,
militar de carrera como la mayoría de los miembros de su familia, nunca aceptó
que Belgrano, sin formación castrense, tuviese rangos tan altos otorgados por
las autoridades de turno. Balcarce en esa Revolución le niega auxilio a
Belgrano de su Cuerpo de Húsares y eso marca el nivel de las relaciones
futuras.
Pueyrredón
le respondió “no hay que desconfiar”,
y entonces Belgrano le da responsabilidades poniéndolo a cargo de la vanguardia
del Ejército del Norte con asiento en Humahuaca, en reemplazo de Díaz Vélez que
estaba indispuesto.
Desde
su cargo Balcarce informa permanentemente a Belgrano sobre supuestas “persecuciones a partidas de realistas”,
sin embargo este desconfía que se trata solo de acciones inexistentes con el
objetivo de mantener su prestigio militar en el campo de batalla.
El
regreso de Díaz Vélez a su cargo confirman las sospechas. Balcarce tampoco
simpatiza con este y se genera una interna casi “partidaria” que Belgrano no acepta.
A
pesar de su enemistad con Balcarce, Belgrano le reconoce que en Humahuaca supo
reclutar a los “hijos de la quebrada”
y se empeñó en darle disciplina militar, por ello dijo “lo recomendaría para la enseñanza de la caballería, pero de ningún
modo para la guerra”.
Esta
situación de rebeldía y desobediencia de Balcarce para con Belgrano permaneció
incluso en el desarrollo del Combate de Las Piedras y la Batalla de Tucumán.
Lo que siguió: Tucumán y Salta
Tras consultar con sus oficiales y evaluar las
posibilidades, el Gral. Belgrano le ordenó a Balcarce adelantarse hasta la
ciudad de San Miguel de Tucumán y proceder a organizar su defensa, a pesar de
su desconfianza para con este, sin embargo luego reconoce que “desempeñó esta comisión muy bien, dio sus
providencias para la reunión de gente así en la ciudad como en la campaña”.
Todos estaban dispuestos a defender la
posición hasta las últimas consecuencias. De proseguir la marcha la deserción,
el desánimo y la insubordinación hubieran cundido, por ello el Gral. Belgrano
había enviado despachos a Buenos Aires considerando tal posibilidad, recibiendo
las contestaciones siempre del mismo tenor, continuar con la retirada.
Al
llegar allí, el pueblo tucumano le solicitó formalmente a Belgrano que se
quedara para enfrentar a los realistas. El éxito obtenido en el combate de Las
Piedras por Díaz Vélez alentó a Belgrano a detener la marcha.
Contando
con la colaboración de la poderosa familia Aráoz, emparentada con su segundo,
Díaz Vélez, y con el joven teniente Gregorio Aráoz de Lamadrid y
desobedeciendo las órdenes impartidas desde Buenos Aires de continuar viaje
hasta Córdoba, se quedó en las afueras de San Miguel de Tucumán, donde esperó al ejército de Tristán.
Ya
desde antes, Belgrano había percibido que retirándose hasta Córdoba en espera
de la ofensiva de los realistas, éstos podrían fácilmente esquivar las defensas
en Córdoba y avanzar directamente sobre Buenos Aires.
Comunicó
esta decisión al Triunvirato, pero Rivadavia le contestó ordenándole nuevamente
seguir viaje hacia Córdoba. Cuando esa orden llegó, Belgrano ya había derrotado
a Tristán el 24 de setiembre en la Batalla de Tucumán (una
de las más importantes en la Guerra de Independencia de la
Argentina), y había obligado a las tropas realistas a
retroceder hacia el norte.
La victoria
de Belgrano en Tucumán causó la caída del Primer Triunvirato y su reemplazo por
el Segundo Triunvirato, que
apoyó más decididamente al Ejército del Norte sin descuidar a Montevideo.
Por primera y única vez, Belgrano desobedeció a las autoridades, que
querían obligarlo a bajar a Montevideo para combatir a Artigas. Animados por sus
victorias, Belgrano y su gente persiguieron a los realistas dando combate en la
Batalla de Salta, donde los
derrotaron el 20 de febrero de 1813. De ese modo, los
independentistas recuperaron el control de esa región.
Belgrano
sabía que estaba en el buen camino y conocía quienes eran sus aliados y
quienes, sus enemigos. Así se lo hacía saber a su entrañable compañero, el
estratega salteño Martín Miguel de Güemes.
"Hace Ud. muy bien en reírse de
los doctores; sus vocinglerías se las lleva el viento. Mis afanes y desvelos no
tienen más objeto que el bien general y en esta inteligencia no hago caso de
todos esos malvados que tratan de dividirnos, porque, ¿qué otra cosa deben ser
los gobernantes que los agentes de negocios de la sociedad, para arreglarlos y
dirigirlos del modo que conforme al interés público?
Así pues, trabajemos con empeño y
tesón, que si las generaciones presentes nos son ingratas, las futuras venerarán
nuestra memoria que es la recompensa que deben esperar los patriotas”.
Amigos – Enemigos
Manuel Belgrano y
Pio Tristán tenían algunas cosas en común: eran criollos (aunque peleando en
distintos bandos), y compañeros de
estudios en Salamanca.
Entre ambos jefes se
entabló una relación de respeto, cuando no de cordialidad, según los usos
caballerescos de la época. En el combate de Las Piedras los hombres de Belgrano capturaron Agustín Huici.
Tristán pidió que
el prisionero fuera tratado con humanidad y respeto, diciendo que él haría lo
mismo con los prisioneros patriotas en su poder. Envió también cincuenta onzas
de oro para cubrir los gastos de la manutención del prisionero.
Belgrano, con un
toque de humor, devolvió las cincuenta onzas para que con ellas cubriera los
gastos de los prisioneros patriotas. Belgrano tenía la firme idea de ganar la
voluntad de los americanos que combatían en el bando realista. Por esa razón
aceptó al parlamentario que envió Tristán en medio de la batalla de Salta y le
contestó:
"Dígale usted a su general que se despedaza mi corazón al ver
derramar tanta sangre americana: que estoy pronto a otorgar una honrosa
capitulación."
Luego, tras la
rendición, Tristán pretendió entregar a Belgrano su espada, tal como se acostumbraba, pero el jefe patriota
se lo impidió, y en presencia de todos, lo abrazó. La promesa de no volver a
luchar contra la Patria fue suficiente para Belgrano, quien dejó ir a su
enemigo, en contra del consejo de sus oficiales y de su gobierno.
Tristán tuvo la
oportunidad de romper su juramento, pues un obispo realista liberó a todos de su juramento,
argumentando que la palabra dada a los revolucionarios podía romperse, pues se
trataba de herejes. De este modo muchos oficiales y soldados
volvieron a tomar las armas, pero no así Tristán.
Las inconsistencias del relato y la deuda de nuestros historiadores
Los
historiadores indican que la distancia cubierta por el éxodo fue entre 250 y
360 km. Estas diferencias podrían explicarse ya que algunos consideraron el
punto de partida desde la retaguardia proveniente de Humahuaca y otros desde
San Salvador de Jujuy hasta Tucumán.
Algunos
autores indican que “el repliegue se hizo
en tiempo récord ante la proximidad del enemigo. En cinco días se cubrieron 250
kilómetros y poco después llegaban a Tucumán”. “La
marcha cubriría 50 km diarios (el quíntuple de lo recomendable), para buscar
cobijo hacia el oeste”.
Si la
velocidad de avance del éxodo fuese de 50 km diarios, hubiesen cubierto la
distancia entre San Salvador de Jujuy y San Miguel de Tucumán (unos 340 km), en
solo una semana, y estarían llegando a destino el día 30 de agosto, sin embargo
el Combate de Las Piedras (casi a mitad de camino, a unos 140 km de San
Salvador), se llevó a cabo el 3 de setiembre).
Es
probable que la retaguardia de Díaz Vélez, que salió de Humahuaca el 21 de
agosto y llegó a San Salvador el 23, se pudiese haber desplazado a esa velocidad.
La carga de carretas, yeguarizos montados y población de a pie se pudo
desplazar a razón de 4 o 5 km por hora, que con 10 o 12 horas diarias de marcha
podría significar 50 km por día, pero
solo en ese tramo.
Suponiendo
un ritmo de marcha de 12 horas diarias, el éxodo jujeño se llevó a cabo a una
velocidad que no superó los 2 km/hora (24 km/día), con tramos de apenas 1
km/hora (12 km/día), muy lejos de los 50 km/hora generalizado por la mayoría de
los autores.
Revisando la
literatura disponible en mi biblioteca (que no es demasiado abundante, pero
tampoco tan mezquina), o en “la red” (que suele ser muy imprecisa), me
encuentro con el problema que muchos de nuestros historiadores describen las
cosas sin algunos detalles o existen omisiones importantes.
Muchos copian de
una fuente más o menos original y con el paso de las sucesivas revisiones no
han sido capaces de preguntarse si la fecha, las distancias, las cifras o los
lugares son verosímiles. Por ejemplo:
· ¿Hubo éxodo desde Humahuaca o solo desde San
Salvador de Jujuy? Las pinturas alusivas al éxodo muestran una geografía típica
de la Quebrada de Humahuaca, sin embargo la mayor parte del recorrido fue por
los faldeos de las yungas.
· ¿Cuántas personas emigrantes de Jujuy llegaron a
Tucumán?
· ¿Cuál fue el destino de los civiles que formaron
parte del éxodo una vez que llegaron a Tucumán? ¿Cuándo se volvieron?
Homenajes
El Exodo Jujeño es recordado con gran estima por los habitantes de Jujuy, que cada
23 de agosto conmemoran el mismo. La acción de los jujeños de 1812 constituyó
un gran acto de heroísmo colectivo que permitió las derrotas posteriores de los
españoles.
El 28
de octubre de 2002 fue promulgada la Ley 25.664, originada en un proyecto
presentado en el Senado argentino, por la cual se declaró, en conmemoración de
la Gesta del "Éxodo Jujeño", a la provincia de Jujuy como Capital Honorífica de la Nación Argentina durante el día
23 de agosto de cada año.
Bibliografía
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www.elhistoriador.com.ar
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