sábado, 30 de abril de 2016

Pozo de Vargas ¿Quién escribe la historia y quien la canta?


Pozo de Vargas fue una batalla que se llevó a cabo a las afueras de La Rioja el 10 de abril de 1867, que ha dado lugar a muchas pequeñas pero ricas historias, que conviven con el mas puro folklore.
El caudillo Felipe Varela por lo federales riojanos (con 1.000 infantes y 3.000 jinetes), y el General santiagueño Antonino Taboada por los unitarios (con 1.700 infantes y 800 jinetes), se enfrentaron para dejar en el campo centenas de muertos y heridos, y toda una polémica de quien fue el vencedor.
La supuesta victoria de Taboada terminó con la mayor rebelión del norte contra la presidencia de Bartolomé Mitre. La conocida canción popular anónima "Zamba de Vargas" trata sobre este acontecimiento, contando dos historias diferentes.


Contexto histórico
La rebelión más firme entre los caudillos federales del interior estuvo dirigida durante varios años antes por el General Ángel Vicente Peñaloza “el Chacho”, pero fue sangrientamente aplastada por las fuerzas enviadas desde Buenos Aires. Con ellas colaboró el ejército santiagueño de los hermanos Taboada, y la guerra se saldó con la derrota y el asesinato de Peñaloza en 1863.
La Revolución de los Colorados que se llevó a cabo en Mendoza, a fines de 1866, fue un alzamiento federal y el resultado de la política de sumisión que había impuesto el gobierno de Mitre a las provincias.
Las pocas provincias que se unieron espontáneamente a favor de su política centralista, habían colaborado para extender la dominación del partido liberal por el resto del país. En las provincias de Cuyo y el noroeste, los gobiernos habían sido desplazados violentamente, y el partido federal estaba proscripto.
Cuando se produjo la Revolución de los Colorados, el Presidente Mitre se encontraba en Paraguay, comandando las tropas argentinas en la guerra. Enterado de la revolución de las provincias occidentales, volvió de urgencia y dispuso la represión de los sublevados, mediante una estrategia de pinzas: el general Wencesalo Paunero debía atacar las tres provincias del centro (Córdoba, San Luis y Mendoza), en tanto que las dos del norte (La Rioja y Catamarca), dominadas por el coronel Felipe Varela, serían atacadas por el llamado Ejército del Norte, comandado inicialmente por el general Anselmo Rojo y luego por Antonino Taboada.
El 29 de marzo de 1867, el ejército nacional comandado por el Gral. Arredondo venció a los revolucionarios de Mendoza, San Luis y San Juan, en la batalla de San Ignacio (próximo a Villa Mercedes), tomando control de esas tres provincias. 
Desde Chile regresó el Coronel Varela al frente de un contingente bastante reducido (en el que figuraban unos 15 soldados chilenos), y se puso al frente de la revolución en La Rioja. Pronto reunió unos 5.000 hombres, gauchos bien montados y valientes, pero mal armados. Contaban solo con dos cañones de pequeño calibre.
Tras imponer un gobierno federal en La Rioja, Varela atacó el oeste de la provincia de Catamarca. Desde allí, por el norte de La Rioja, pensaba dirigirse a la capital de esa provincia.
Felipe Varela, en el norte, al frente de una gran fuerza y secundado por los principales caudillos de la región, quedó sólo para enfrentar al ejército nacional, al mando de Antonino Taboada secundado por su hermano Manuel.
El combate en el pozo
Los primeros días de abril el denominado “ejército nacional” (mitrista), del Noroeste al mando del General Antonino Taboada, miembro del clan familiar unitario que dominó Santiago del Estero durante casi todo el siglo XIX, entró a la ciudad capital de La Rioja aprovechando la ausencia de su caudillo y obligó al Coronel Felipe Varela a volver al sur para liberarla.
En camino hacia Catamarca, Varela recibió aviso de que Taboada había ocupado la ciudad con un ejército de unos 2.500 hombres reforzado con los veteranos del Paraguay y su brillante oficialidad, y provisto con los cañones Krupp y fusiles Albion y Brodlin que los buques ingleses habían descargado poco antes en el puerto de Buenos Aires.
Para no tenerlo a sus espaldas Varela retrocedió hacia el sur camino a La Rioja. Fue un tremendo error, ya que se privó de expandir la revolución a otras provincias, donde podía haber recibido apoyos. Al frente de los batallones de su montonera iban los famosos Capitanes Santos Guayama, Severo Chumbita, Estanislao Medina y Sebastián Elizondo.
El peor de los errores, sin embargo, fue no haberse asegurado la provisión de agua. Avanzó dos días hacia el sur sin nada que darle de beber a sus caballos y hombres, y encontró todos los pozos secos. Insólitamente, siguió adelante, sabiendo que el próximo y único pozo disponible era el de la Estancia de Vargas, que aquedaba a una legua de la ciudad.
En plena marcha, el día 9 el caudillo invitó caballerescamente a Taboada a mantener un combate fuera de la ciudad  “a decidir la suerte y el derecho de ambos ejércitos a fin de evitar que esa sociedad infeliz sea víctima de los horrores consiguientes a la guerra y el teatro de excesos que ni yo ni V.S. podremos evitar”.
El General Taboada no respondió, pero fiel a su estilo y picardía ubicó sus fuerzas en el Pozo de Vargas (o jagüel de Vargas), una hondonada de donde se sacaba barro para ladrillos, justo sobre el camino por el que venían las montoneras de Varela. Los “nacionales” habían destruido los jagüeles del camino, dejando solamente el de Vargas, a la entrada misma de la ciudad como un cebo, a un par de kilómetros del centro.
Los soldados santiagueños eran menos que los guerrilleros riojanos, catamarqueños y chilenos, pero la superioridad de armamento y posición era enorme. El sitio fue elegido con habilidad porque Varela llegaría con sus gauchos al mediodía del 10, fatigados y sedientos por una marcha extenuante, a todo galope y sin descanso.
El 10 de abril de 1867, en torno al jagüel de Vargas, durante siete horas desde el mediodía hasta el anochecer, se libró una de las tantas batallas sangrientas de nuestras guerras civiles.
En efecto, la montonera se arrojó sedienta sobre el pozo (“tres soldados sofocados por el calor, por el polvo y el cansancio expiraron de sed en el camino”), y fue recibida por el fuego del ejército de línea. Una tras otra se sucedieron las cargas de los gauchos a lanza seca contra la imbatible posición parapetada de los cañones y rifles de Taboada.
En una de esas Varela, siempre el primero en cargar, cayó con su caballo muerto junto al pozo. Una de las tantas mujeres que seguían a su ejército (que hacían de enfermeras, cocineras del rancho y amantes, pero que también empuñaban la lanza con brazo fuerte y ánimo templado cuando las cosas apretaban),  se arrojó con su caballo en medio de la refriega para salvar a su jefe. Se llamaba Dolores Díaz pero todos la conocían como “la Tigra”.  En ancas de la Tigra el caudillo escapó a la muerte.
Dolores Díaz fue capturada después de la batalla del Pozo de Vargas junto a Dolores Andrade, Fulgencia de Contreras, Dolores de Vargas y otras mujeres que son alojadas en “La Viuda” (El Bracho), una especie de campo de concentración a raíz del peligro que significaba su presencia para la “tranquilidad” del gobernador de La Rioja. 
Al respecto, nada más elocuente que transcribir la nota que el mismo Taboada le dirigiera al Juez Federal de La Rioja que había reclamado la libertad de las “desterradas” en “El Bracho”:
“Sabedor de que Dolores Díaz y sus compañeras de la hez de la población de La Rioja, a la que pertenecía la primera, eran, puede decirse, el alma de la montonera, con cuyos robos y saqueos traficaban, contribuyendo con su consejo y su palabra a fomentar los hábitos perversos de los gauchos que formaban la montonera de Varela, resolví extrañarla del teatro de sus excesos por un tiempo determinado, hasta que, como hemos dicho antes, el orden y la tranquilidad se afianzara sólidamente en La Rioja.
“(…) He dispuesto anteriormente que todas ellas pueden regresar libremente a esa provincia, donde V.S. puede proceder al enjuiciamiento y castigo de los delitos porque hay proceso”. 
Los federales lucharon con desesperación, pero sus caballos estaban debilitados y tenían muy pocas armas de fuego. Los nacionales, en cambio, estaban armados con fusiles de repetición y se limitaron a resguardarse y tirar contra los blancos móviles que desfilaban frente a ellos.
La superioridad numérica de los montoneros les permitió algunos éxitos parciales, entre ellos la captura por parte del coronel Elizondo de una parte del parque de armas del Ejército Nacional y frenar el avance de los santiagueños a la ciudad de La Rioja, pero sus hombres, casi muertos de hambre y sed, se dispersaron por la población. La batalla terminó al atardecer de ese día de otoño. Los nacionales perdieron unos doscientos hombres, sobre todo de la caballería, que había sido utilizada con torpeza.
Los hombres de Varela retrocedieron, desorganizados, hacia el norte de la provincia, para luego girar hacia el oeste, sin atacar Catamarca. La retirada se hizo en orden. Taboada no estaba tampoco en condiciones de perseguir a los vencidos.
Del aguerrido y heroico ejército de 4.000 gauchos que llegaron sedientos al Pozo de Vargas al mediodía, apenas quedaban 180 hombres montados la noche de ese dramático 10 de abril. Los demás fueron heridos o escaparon para juntarse con el caudillo en el lugar que los citase, que resultó ser la villa de Jáchal, en San Juan.
Taboada le informa a Mitre: “La posición del ejército nacional es muy crítica, después de haber perdido sus caballerías, o la mayor parte de ellas, y gastado sus municiones, pues en La Rioja no se encontrará quien facilite cómo reponer sus pérdidas”. 
En efecto, como nadie le facilitaba alimentos ni caballos voluntariamente, saqueó la ciudad durante tres días.
Después de lo ocurrido en Pozo de Vargas Felipe Varela no se siente vencido. Entra a Jáchal entre el repique de las campanas y el júbilo del pueblo entero. A los pocos días sus fuerzas aumentan con los dispersos que llegan de todos los puntos cardinales y se dispone a marchar por los llanos.
Deja la villa y por escondidos senderos se interna en las montañas para caer por sorpresa en los lugares más inesperados. Es una guerra de recursos, difícil, pero la única posible cuando no se tienen armas y se sabe que la inmensa mayoría de la población le apoyará y seguirá.
Nadie sabe dónde está. Varela era un profundo conocedor de esas geografías. Diríase que está en todas partes al mismo tiempo. A Taboada no le resulta sencillo arrear un contingente de “voluntarios” para la guerra del Paraguay, porque los jefes “nacionales” siempre temen que Varela se descuelgue de los cerros y ponga en libertad a los “forzados”.
Cuerpeando las divisiones “nacionales”, Varela se desliza por los pasos misteriosos de la cordillera. En octubre, mientras se lo supone en San Juan y se lo espera en Catamarca, Varela baja de la cordillera con sus guerrilleros, esquiva a los “nacionales” que han corrido a cerrarle el paso, y al galope va a Salta donde espera proveerse de armas y alimentos.
Toma la ciudad por una hora escasa (aunque los defensores contaban con 225 entre escopetas y rifles contra 40 de las montoneras). De allí siguió a Jujuy y por la Quebrada de Humahuaca llegó a Bolivia, donde Manuel Mariano Melgarejo, Presidente del país, le dio asilo. En Potosí, Varela publicará un manifiesto explicando su conducta y prometiendo el regreso.
Actualmente el sitio  de Pozo de Vargas está urbanizado e integrado a la ciudad con el nombre de Barrio de Vargas, y en el lugar se ha colocado un busto de Felipe Varela y un monolito rindiendo homenaje a los caídos en la batalla, frente al cual el gobierno local la conmemora anualmente.
Don Felipe de Guandacol
Alto, enjuto, de mirada penetrante y severa prestancia, Felipe Varela (1819-1870), conservaba el tipo del antiguo hidalgo castellano, tan común entre los estancieros del noroeste argentino, pero este catamarqueño se parecía a Don Quijote en algo más que la apariencia física.
Era capaz de dejar todo por una causa que considerase justa, y fue lo que hizo con sus 48 años, edad. Todo un pueblo lo seguiría por los llanos.
Varela era estanciero en Guandacol y Coronel de la nación con despachos firmados por Urquiza. Por quedarse con el Chacho Peñaloza (también General de la Nación), se lo había borrado del cuadro de jefes.

No le importó y siguió con la causa que entendía nacional, aunque los periódicos mitristas lo llamaran “bandolero”, igual que a Peñaloza. Los riojanos, lo consideran otro caudillo propio a pesar de ser catamarqueño, como puede observarse en el monumento a los caudillos riojanos ubicado en los llanos, próximo al límite con Córdoba.

El General santiagueño

Antonino Taboada (18141883), militar y político argentino, miembro de la pequeña oligarquía santiagueña. Fue el líder histórico del partido unitario en su provincia. Aliado del presidente Bartolomé Mitre, tuvo activa participación en las guerras civiles.
Era hijo de Leandro Taboada y de Águeda de Ibarra de Paz y Figueroa, matrona patricia de estirpe santiagueña, hermana de Juan Felipe Ibarra, primer gobernador de la provincia de Santiago del Estero, que ejerció el mando casi sin interrupción desde 1820 hasta su muerte en 1851.
Hacia 1830 fue enviado a Buenos Aires, donde se dedicó al comercio. Se exilió a Montevideo durante la peor época del gobierno de Juan Manuel de Rosas y en 1840 se unió al ejército de Juan Lavalle en su campaña por Entre Ríos y Buenos Aires. Participó en la batalla de Quebracho Herrado, en la que fue tomado prisionero, pero varios meses más tarde huyó a Montevideo. Luego de unos años se estableció como estanciero en Matará (Santiago del Estero).
La Zamba de Vargas  o Las Zambas de Vargas
En realidad, no hay pruebas de que el género musical conocido hoy como “zamba” existiera siquiera en fechas tan tempranas. Por el tipo de composición, es seguro que la anónima Zamba de Vargas es, por lo menos, varias décadas posterior a la batalla.
Durante años se dijo que el ritmo que circulaba con el nombre de Zamba de Vargas era la misma que se habría ejecutado ese día. Esto ha dado lugar al menos a dos leyendas.  
La versión federal  argumenta que la banda de música de Felipe Varela tocó la conocida zamba antes de entrar en combate, luego de la derrota el ejército mitrista se apropiaría de esa música y le cambiaría la letra. Varela no habría sido vencido militarmente en Pozo de Vargas, sino que habría sido derrotado “musicalmente”. 
La banda de Varela habría lanzado al aire los sones de una zamba con cierta influencia lugareña de zamacueca chilena, que por otra parte no era improvisada, sino aceptada en las filas montoneras desde el comienzo del pronunciamiento.
Según la versión unitaria la banda del ejército de Taboada habría tocado una zamba y que los soldados santiagueños, acobardados por la superioridad numérica del enemigo, habrían recuperado el valor. Siempre de acuerdo a esta versión, al comenzar la batalla, Varela se imponía sobre las fuerzas de Taboada.  Advertido éste de la derrota cercana, habría ordenado a la banda que lo acompañaba, que supliera con música, la supuesta falta de cañones. 
La banda de Taboada habría ejecutado la “Zamba de Vargas”, y al oír sus compases, los infantes de Taboada “reanimados” por el estímulo musical, estrecharon filas, poniendo en fuga a los hombres de Varela.
·         La revisión de la historia
Varela es conocido musicalmente como el “derrotado en Pozo de Vargas” por los santiagueños de Taboada, gracias a la ejecución de la “Zamba de Vargas”. De esta manera, no sólo se presenta el enfrentamiento en Pozo de Vargas, como un choque entre riojanos y santiagueños, desapareciendo todo el contexto real y las banderas efectivas que los dos sectores llevaban al combate, sino que la derrota de Varela se queda como un tema folklórico inspirado en una “simpática” tradición popular. 
Ni los investigadores del folklore, también ellos dependientes del aparato cultural oficial, se molestaron en verificar seriamente el origen y contenido apócrifo de esta versión.  Hubiese bastado con que aplicando el sentido común, revisasen la versión “legendaria” de la batalla. 
Con ese simple procedimiento lógico, habrían caído entonces, en la comprobación de que al borde del desastre atropellados por los temibles montoneros, improvisar una zamba de tal efecto combativo, que pudiera en una suerte de terapia bélico-musical, invertir el resultado de la acción, resulta totalmente imposible.
La investigación de la misma, en efecto, verifica su falsedad.  En primer lugar, ambos ejércitos tenían sus respectivas bandas.  Además, era norma tradicional ejecutar música antes de comenzar la batalla. 
En todas las áreas culturales folklóricas del noroeste argentino, se encuentran numerosas variaciones de esta Zamba de Varela.
Aún en Santiago, pago de Taboada, donde se recogió, lógicamente la falsa versión “histórico-musical”, se registraron posteriormente, testimonios de lo en verdad ocurrido.  Hasta los “amigos de los Taboada”, conocían la “Zamba de Vargas” como “Zamba de Varela”.
De cualquier manera, lo fundamental históricamente considerado, es que la música nada tuvo que ver con lo ocurrido en el campo de batalla.  La miscelánea mitrista cumplió sin embargo una función útil: presentar a “Pozo de Vargas” como una derrota de Varela.  Y logró además, que ésta se recordara perpetuamente, bajo “formas musicales”.
Aún en nuestros días, por el mismo camino metodológico, se presenta a Felipe Varela, como un asesino y azote del noroeste argentino.  Y lo mismo acontece, en Salta por ejemplo, en consonancia con el pensamiento anti varelista de la oligarquía salteña reflejada en la zamba “La Felipe Varela”.
Por eso es necesario examinar fidedignamente lo que ocurrió realmente en Pozo de Vargas. Comenzaremos por ello, con el relato de la batalla realizado por el propio Felipe Varela en su “Manifiesto”, que ni siquiera hace relación a la interpretación de una zamba:
“El 2 de abril emprendí mi marcha con dirección a La Rioja, resuelto a dar una batalla campal.  La decisión de mis soldados, el entusiasmo que reinaba en todos ellos, su conocido valor, me hacía ver el triunfo cierto de mis armas, por más que fuese doble el número de los enemigos.  Unas cuantas leguas antes de llegar a La Rioja, donde el enemigo me aguarda parapetado, se encuentra una estancia llamada “Las Mesillas”, punto donde precisamente debía refrescarse algunas horas mi tropa, proveyéndola de agua para ir luego a empeñar el combate. 
A uno de los jefes de más alta importancia de La Rioja, había encargado hiciese proveer de agua las represas de la mencionada estancia, porque sin ese elemento, en todo el rigor de los ardientes soles, era imposible conducir el ejército a la pelea, so pena de hacerlo morir de sed.  Nunca pude yo dudar de la integridad y honradez de un hombre de alta posición social, Coronel de la Nación, antiguo y constante partidario de la causa que yo defendía.
“Cualquiera en mi lugar hubiese hecho igual confianza que yo en ese personaje de buenos antecedentes, a quien no nombro, porque no se me atribuya que el espíritu de venganza me lleva a infamar nombres propios.
“Ello es que el mencionado Señor a quien había yo encargado accidentalmente del estado mayor, porque el propietario entraba a mandar el costado derecho en la batalla, me dio parte de estar todo listo y dispuesto como para que acampara el ejército.  En esta convicción, aunque mal municionado, si se quiere, emprendí la marcha en busca del enemigo.
“El 10 de abril, a las tres de la mañana llegué a las “Mesillas” a tres leguas y media del enemigo, cuyas avanzadas se batieron ese día, y fue terrible mi sorpresa al no hallar en las represas una gota de agua para mi gente y para las caballadas, cuando todos venían ya acosados por la sed. 
Contramarchar al frente del enemigo no me era posible, pues otra columna me acechaba desde Catamarca, y me imponía que el enemigo que dejaba me picase la retaguardia y me tomasen entre dos fuegos.  Tuve indispensablemente que presentar batalla en ese día, so pena de arruinar por completo mi ejército. 
Así fue que a la una de la tarde desplegué la columna en batalla sobre el enemigo, que ocupaba una posición ventajosa, parapetado tras los cerros y en un terreno sumamente fragoso, de modo que no podían obrar las caballerías sobre las infanterías enemigas.
“Tres soldados chilenos, sofocados por el calor, por el polvo y por el cansancio, espiraron de sed antes del combate.
“Al segundo disparo de mis cañones, huyeron las caballerías enemigas, yendo en su persecución las mías de tal modo enceguecidas, que cuando mis infanterías necesitaron protección, apenas había un pequeño regimiento de reserva con que dársela, el que no podía obrar por los inconvenientes del terreno. 
El campo y las filas enemigas, sin embargo, habían sido cortadas por todas partes por mis valientes, de manera que el convoy del general Taboada, jefe de las fuerzas enemigas, fue sacado por mis soldados del centro mismo de sus infanterías.  El fuego, mientras tanto, era vivísimo, hasta que a las oraciones, mi ejército estaba deshecho, como el del enemigo y si bien no había sufrido una derrota, comprendí que el triunfo por mi parte en esos momentos era imposible.
“En estas circunstancias, al anochecer, los ecos de las trompas enemigas rasgaban el aire tocando reunión general, porque sus ejércitos estaban desorganizados, y sus voces se confundían con mis cornetas que también tocaban reunión. 
Los fuegos pararon, sólo se oían los gemidos de los heridos, cuando emprendí mi retirada de nuevo al campo de “Mesillas” con 800 y pico de hombres, dispuesto a dar una tentativa al día siguiente, pues el fuerte aguacero que se desarrollaba en esos momentos, me facilitaba el agua para refrescar mi tropa. 
La noche fue crudísima, el agua caía a torrente y los tiros de los disparos se oían por todas partes.  Algunos jefes cobardes que huyeron a Chile, esparcieron el terror en mis soldados durante la noche, diciéndoles que el enemigo nos perseguía.  Cuando amaneció el día siguiente me hallaba sólo rodeado de 180 hombres, unos sin armas, otros con armas inutilizadas, y ya toda tentativa de ataque, por mi parte se hizo imposible, absolutamente imposible. 
Sin embargo, envié algunos jefes de mi confianza a ciertos puntos de reunir dispersos, indicándoles Jáchal como punto de reunión, para volver a reorganizarnos. 
Tal es el desenlace de la batalla de Pozo de Vargas, en La Rioja, en diez de abril de 1867, que costó a los beligerantes 700 muertos”.
Pero es necesario completar el relato de Varela, en el cual el episodio musical, por habitual e intrascendente lógicamente no aparece, con la versión de sus adversarios, para aclarar cómo ocurrieron verdaderamente los sucesos. 
El 23 de abril de 1867, desde Rosario, Melquíades Salvá, le escribe al Gral. Urquiza: “Mi estimado General y Amigo:
Adjunto a V.E. un boletín publicado en ésta con noticias de las Provincias.  Sé que el Ministro de la Guerra espera confirmación de ellas.
“También transcribo lo más importante de la correspondencia que también recibo de Córdoba.  Yo me encuentro mareado con todo esto de noticias, tan contradictorias.
“Córdoba 18 – El hecho de armas de La Rioja se conoce ya suficientemente.  Horas después de salir la diligencia fui informado satisfactoriamente, Varela se destacó con algunas fuerzas de Caballería e Infantería sobre la Ciudad donde estaban los Taboada, con un ejército de dos mil y tantos hombres y en su mayor parte infantería pues Campos al volver a Catamarca había dejado su infantería que se incorporó a la Columna del general Taboada.
“Salió éste a la altura de 18 cuadras de la plaza y esperó al enemigo en un paraje llamado “Pozo de Vargas” antigua bebida para las ansias que vienen a la Ciudad, y que por lo mismo tienen en su contorno una explanada a obra que ofrecía espacio, aunque no extenso para tender alguna línea de fuerza, con la ventaja de poder resguardar los flancos y retaguardia por los cercos y montes de Talares y Espinillo que abundan allí; digo cercos, porque alcanzan ese punto de los suburbios de la Ciudad.
“El enemigo cargó con tal audacia y tenacidad, especialmente a la Caballería Santiagueña, que muy luego fue puesta fuera de combate muriendo en la pelea el jefe principal y más distinguido por sus calidades, el Comandante Albornoz”.
“Desecha la Caballería Santiagueña y apurada la infantería, recurrió éste a la formación de los grandes cuadros para resistir.
“En este estado una columna enemiga que operaba por retaguardia cayó sobre los bagajes, y no escapó objeto alguno del convoy: todo se lo llevó dejando al Ejército Nacional sin más que el uniforme que vestía y las armas con que peleaba.  El equipaje del general Taboada, entró en el botín.
“Realizada esta operación, y por ostentar sin duda alguna otra mira, vino a ocupar la ciudad Carlos Álvarez, con los escuadrones de su mando hizo abrir los templos para que salieran las familias que se habían refugiado allí: estuvo de felicitaciones y en contacto con el vecindario que lo saludaba como a vencedor. 
Una hora permaneció en esa confianza, esperando que rendidas las infanterías santiagueñas como el suponía que debía suceder en los momentos que se desviaba del campo de batalla para entrar a la plaza; pero que advertido por el toque de los tambores que se concentraban aquellas a la plaza en retirada, la desocupó y se marchó a replegarse a su ejército, como lo verificó sin que nadie lo estorbase, porque tampoco había quedado enemigo a caballo.
“El resultado del combate fue que Varela no pudiendo vencer la resistencia de las infanterías contrarias, por la superioridad numérica, y por las desventajas que la localidad le proporcionaba sobre las que tiene consigo esta arma servida por fuerzas bien disciplinadas, se dio por satisfecho con haber derrotado la Caballería y apoderado del Convoy y bagajes, sin dejar nada que se contenga en la significación de estas palabras, y se retiró a cinco leguas de la Ciudad donde sentó sus reales, tranquilo pues no había enemigo que pueda buscarlo.
“Esta relación la hacen varias cartas de personas de la Ciudad, y entre ellas un tal San Román, tío del que fue Gobernador, y D. Cesario Dávila,  liberales notables.
“Agregan que se retiró Varela con 200 y tantos infantes chilenos.  Se comprende que traería a la pelea aquellos 300 infantes que tenía, pasados del otro lado de la Cordillera hace algún tiempo.
“Carlos Ángel había quedado con el resto del Ejército Riojano en un punto del Departamento de Arauco cuyo nombre no recuerdo.  Chumbita venía volviendo de Catamarca, población rayana con La Rioja.
“La posición del Ejército Santiagueño, es como se comprende, muy crítica después de haber perdido sus Caballerías, o la mayor parte de ellas y su convoy y bagajes, pues en La Rioja no tienen como reponer esas pérdidas, ni puede esperar recursos, porque para el lado del Norte están interpuestas las fuerzas enemigas, y al Sudoeste, o rumbo a San Juan, están los llanos con sus horribles travesías.
“Me dicen que a otro rumbo de la Capital hay algunas estancias, pero se supone se habían agotado los recursos que ellos hayan tenido, durante la permanencia de las fuerzas expedicionarias.
“Volviendo a la historia del Combate, algo se confirma por el temor del parte mismo del General Taboada, o por el Comentario a que se presta.
“Se ve que él ha quedado en las posiciones porque su infantería era superior a la del enemigo.  Ha sucedido lo que sucede siempre en casos semejantes que la infantería, o pereció toda, lo que es rarísimo, o queda en el campo o cerca de él, o se rinde cuando hay poder bastante para ello.
“Probablemente será sitiada la división Santiagueña, y se verá obligada a retirarse como pueda…”.
En la batalla de Pozo de Vargas, se produjo una situación bastante común en la lucha montonera.  Los hombres de Varela privaron del parque a Taboada, representante del mitrismo.  También ocurrió que lo dejaron sin caballería.  Episodio bastante “lamentable”,  para un “vencedor oficial”.
Pero también es cierto que Varela no logró su objetivo principal que era dominar La Rioja.  Del relato de Varela surge un dato fundamental, el principal enemigo fue la sed de la tropa y la caballada. Ni el mejor armamento de Taboada, ni su ventaja numérica podrían ser suficientes motivos de la derrota del caudillo. 
Es necesario señalar, sin embargo, que todos los testigos partidarios de la oligarquía de Buenos Aires entendieron que Varela había sido el vencedor en la batalla.  Sólo Taboada “escapó” a ese realismo bélico.  Porque si bien, en el concepto tradicional, quien se retiraba del campo de batalla era el vencido, y el que quedaba, el vencedor, la técnica guerrillera montonera (golpear al enemigo y retirarse), había alterado esos conceptos.
No escapaba en cambio, a los testigos y observadores políticos, que Felipe Varela había dejado sin parque y sin caballería, al general de la “Cotton Supply Association”.  Fue la confusa situación planteada en Vargas la que llevó a Taboada a explotar políticamente la mentirosa leyenda de la “Zamba de Vargas”, tranquilizante musical de la “conciencia histórica” de la oligarquía, y antecedente útil para su candidatura presidencial, que no se concretaría como él deseaba.
Pero Varela experimentaría, en el combate del Pozo de Vargas, una pérdida grave: su compañera Dolores Díaz caería en poder de los Taboada.
La historiografía oficial, que ha calificado siempre de “salteador” a Varela, restándole importancia histórica al caudillo y a su pronunciamiento, no ha dejado, sin embargo, de rendir un culto especial al recuerdo de este hecho de armas.
Ese culto, aún en su versión mitrista, demostraría a “contrario sensu” que la “victoria” de Taboada sobre Varela, al ser festejada y recordada con tenacidad tan sostenida, que el pronunciamiento de Varela afectó y atemorizó grandemente al mitrismo.  De allí la periódica, comprobable y nunca desmentida insistencia en recordar el “triunfo”.
Como ya se dijo, en la batalla de Pozo de Vargas se produjo una situación bastante común en la lucha montonera.  Los hombres de Varela le quitaron la artillería y golpearon a la caballería de Taboada, episodio bastante “lamentable”,  para un “vencedor oficial”.
¿De quién es la zamba?
El historiador Luis Alén Lescano ha investigado esta tradición en un artículo titulado "Pozo de Vargas, la victoria de una zamba", concluyendo que se trata de una obvia leyenda, sostenida por el poder de un relato en el que una batalla se decide por el influjo de una canción y los soldados bailan mientras combaten y mueren.
Pero si bien la leyenda de su ejecución en batalla no aparece como cierta, sí lo es el hecho de que tanto el ejército nacional al mando de Taboada, como el riojano comandado por Varela, contaban con bandas de música. En el primer caso, la banda estaba dirigida por el mayor catamarqueño José Brizuela. 
El dato es muy importante porque establece un vínculo probable entre las tropas que intervinieron en la Batalla de Pozo de Vargas con el origen de esta zamba. Alén Lescano opina que es probable que la canción se originara con ritmo de zamacueca chilena, por influencia de los combatientes chilenos que integraban el ejército riojano, bailándose en los campamentos de ambos ejércitos.
De allí los soldados santiagueños la habrían llevado a su provincia, donde ya era popular en 1870, primero como zamacueca y luego como zamba.
Es decir, la zamacueca primero se santiagueñizó, y transformada en zamba cobró después ciudadanía nacional.
Hoy la Zamba de Vargas es considerada una canción popular de autor anónimo integrante del folklore argentino y, a su vez, la zamba más antigua de la que se tenga registro musical. De ella se ha dicho que es "la madre de todas las zambas". 
Es probable que la Zamba de Vargas exprese el momento histórico y artístico en que la zamacueca afroperuana, ya en versión de cueca chilena, se transformó para dar origen a la zamba argentina, uno de los estilos musicales más representativos del folklore de este país.
La canción se transmitió durante décadas en forma oral, con letras variables según el bando que defendían los intérpretes, y es una manifestación de los sentimientos patrióticos ligados a la pertenencia a las diferentes provincias o patrias chicas que integran la Argentina, enfrentadas en el curso del siglo XIX, a causa del sistema de gobierno que habría de establecerse en la Constitución.
·         Las versiones santiagueñas y riojanas
Se interpreta con dos melodías, una recopilada por Andrés Chazarreta en 1906, y la otra por Luis Peralta Luna. Por otra parte, se han recopilado y arreglado diversas letras (tal vez más de diez), agrupadas en lo que se conoce como  versiones riojanas y versiones santiagueñas. 
Entre las recopilaciones de las letras se destacan a favor de los santiagueños las realizadas por Domingo Vicente Lombardi, Vicente Forte y Los Hermanos Ábalos. A favor de los riojanos por el catamarqueño Juan Alfonso Carrizo y Bartolomé Peralta Luna.
Andrés Chazarreta escuchó en su hogar la "Zamba de Vargas" desde su infancia y en 1906 inició su carrera musical recopilándola por primera vez y ejecutándola en público. De ese modo la canción quedó asociada al triunfo de los soldados santiagueños en Pozo de Vargas y se convirtió en una pieza anónima y popular en Santiago del Estero.
En 1905, el por entonces inspector de escuelas, comenzó a sentir "la necesidad de pasar al pentagrama la música de tantos cantos y bailes que en cada punto oía con sorpresa ejecutar a gente aborigen".
El 25 de agosto de 1906 realizó su debut artístico en el Teatro Cervantes de Santiago del Estero, eligiendo para ello la interpretación de la Zamba de Vargas, en solo instrumental de guitarra.

Las autoridades y la clase alta santiagueña reaccionaron con desagrado frente a la interpretación de música folklórica en un teatro, declarando que "era un retroceso para la cultura".
Dos años después, en 1908, la partitura fue publicada por la casa Medina de Buenos Aires, subtitulada como "Baile nacional" y dedicada al profesor Medardo Moreno Saravia. Zamba de Vargas sería la primera de un total de 480 partituras publicadas por Andrés Chazarreta.
Chazarreta a su vez le solicitó a Lombardi que le diera forma a la letra tomando las versiones que se cantaban en Santiago del Estero elogiando a Taboada y sus hombres, procediendo a realizar la primera publicación de la música y la letra, y conformando lo que ha dado en llamarse la versión santiagueña.
Allí aparece la leyenda de que la zamba fue tocada y bailada en batalla, revirtiendo el espíritu de derrota de los santiagueños y llevándolos a la victoria.
En los primeros años de la década de 1930 Chazarreta registró la zamba interpretada por él mismo en solo de guitarra, en lo que constituye la primera versión grabada.
La letra recitada recopilada por Lombardi, que acompaña la versión de Chazarreta, da cuenta de esa tradición de dar ánimo a la tropa santiagueña cuando dice:
En el entrevero se alzó esta zamba
llevando en sus notas bríos al alma.
En idéntico sentido, el recitado compuesto por Bartolomé Peralta Luna a favor de los riojanos dice:
Cuentan los santiagueños, que al verse ya derrotados,
su jefe mandó a tocar zamba para animarlos.

Y cuando vibrar oyeron la música de sus pagos
volvieron cara venciendo al ejército invasor.

Zamba de Vargas – Versión santiagueña

Letra: Domingo Vicente Lombardi
Música: Andrés Chazarreta


Forman los riojanos, en Pozo 'e Vargas; 
los manda Varela, firme en batalla 
Contra los santiagueños, con gran denuedo, van a pelear; 
ya Don Manuel Taboada alza su espada: se ve brillar. 

Atacó Varela, con gran pujanza: 
tocando a degüello, a sable y lanza. 
Se oyen los alaridos, en el estruendo de la carga 
y ya pierden terreno los santiagueños de Taboada 

"Bravos santiagueños -dijo Taboada- 
vencer o la muerte vuelvan su cara. 
Por la tierra querida, demos la vida para triunfar" 
Y ahí no más a la banda la vieja zamba mandó a tocar. 

En el entrevero se alzó esta zamba, 
llevando en sus notas bríos al alba. 
Y el triunfo consiguieron los santiagueños y este cantar 
para eterna memoria, Zamba de Vargas siempre será.

En 1933, el investigador y recopilador de poesía oral, Juan Alfonso Carrizo, de origen catamarqueño, publicó otra versión de la letra de la Zamba de Vargas con un contenido, en este caso, favorable a Felipe Varela.
El descubrimiento ha llevado a una corriente historiográfica a sostener que la versión original, en ritmo de cueca, es de origen riojano, y que el caudillo santiagueño Taboada tomó la popular melodía para componer una versión que publicitara sus actos de guerra. 
Dentro de esa corriente, Duhalde y Ortega Peña sostienen que "la cueca era la marcha revolucionaria de la época" y que luego de la Batalla de Vargas "la cultura mitrista pudo desvirtuar aquel hecho, para transformar la "Zamba de Vargas".

Zamba de Vargas – Versión riojana

Letra: Bartolomé Peralta Luna
Música: Andrés Chazarreta


¡A la carga, a la carga! -dijo Varela.
¡A la carga, artilleros, zambita, rompan trincheras!
Rompan trincheras, cierto -dijo Elizondo.
Vean allá a un lagunero, zambita, de los del fondo.
¡A la carga, a la  carga! -dijo Taboada.
Si esta guerra no gano, zambita, no cargo espada.
¡A la carga, a la carga! -dijo Chumbita.
Las ansias de quererte, zambita, no se me quitan.

Folkloristas e ideologías
Por ser una canción anónima, la "Zamba de Vargas" carece de una letra única. Diversas estrofas y variantes se han ido acumulando a través de los años y los intérpretes optan por unas u otras a voluntad.
Carlos Di Fulvio ha reflexionado sobre el grado de crueldad y violencia que alcanzaron las luchas fratricidas en Argentina diciendo: “Cada vez que me ha tocado interpretar esta zamba, siempre, a parte de la emoción, he llegado a imaginar que sentía hasta el olor de la sangre con que se abonó el suelo de mi Patria, allá en sus albores”.
La Zamba de Vargas ha sido interpretada y grabada no solo en versión instrumental como las de Eduardo Falú, Atahualpa Yupanqui y Carlos Di Fulvio, sino con varias letras, identificándose cada intérprete con la adecuada a su pensamiento.
Los Chalchaleros y Los Cantores del Alba interpretaron siempre la versión santiagueña de Chazarreta-Lombardi, mientras que Los Cantores de Quilla Huasi se inclinaron por la versión riojana de Peralta Luna, al igual que Roberto Rimoldi Fraga.
También los ritmos fueron variados, algunos inclinándose por una zamba-cueca rápida, una cuenca lenta o una zamba tradicional más lenta.
Ariel Ramírez, Los Fronterizos y Eduardo Falú grabaron la zamba combinando las recopilaciones musicales de Chazarreta y Peralta Luna.
Ariel Ramírez y Jaime Torres grabaron una bella versión puramente instrumental realizada en dúo de piano y charango. La interpretación cuenta también con el apoyo de Domingo Cura en el bombo legüero.
El Dúo Salteño y el Cuchi Leguizamón, aportan una versión notable acompañados solamente por el piano (Leguizmón) y la guitarra, pero sin bombo. La interpretación sigue la versión clásica aportada por Chazarreta-Lombardi, pero abagualada por el estilo vocal que caracteriza al Dúo.
Los Hermanos Ábalos, lanzaron una nueva versión con idéntica melodía y ritmo que la recopilación de Chazarreta, pero diferente letra aunque siempre dentro del grupo santiagueño, en la que dice que en Santiago del Estero la zamba es también conocida como "la Triunfadora".
Imprecisiones y omisiones dolosas y culposas
·         ¿Era necesario desvirtuar la historia y el folklore?
Confundir de ex profeso una batalla con una leyenda, ya de por si es un error. Si la zamba no fue una zamba, si es imposible que en medio del terror de una batalla los soldados se pongan a bailar, o si la versión es de uno u otro lado, tratando de imponer una idea política, no era necesario hacer lo que se hizo.
·         ¿Quién era el comandante?
La letra santiagueña tiene la particularidad de mencionar a Manuel Taboada como el comandante de las tropas santiagueñas y quien da la orden de tocar a la banda. En realidad el comandante no era Manuel Taboada, sino su hermano mayor Antonino Taboada. Manuel era el jefe de la infantería. ¿Había necesidad de cambiar el nombre del comandante solo para mejorar la rima?
·         ¿Paunero estaba?
En 1942 Vicente Forte publicó una recopilación de una nueva letra de la canción, que se sumó a las que ya habían recopilado Lombardi y Carrizo.
Los versos recogidos por Forte utilizan un formato en el que los dos primeros versos comienzan con la palabra "batallón", seguida del nombre del mismo.
Batallón Cazadores,
Batallón Cazadores, dijo Paunero,
por derecha e izquierda,
por derecha e izquierda,
rompan el fuego, rompan el fuego.
Esta letra incluye la presencia de Paunero, que no combatió en la Batalla de Pozo de Vargas. ¿Había necesidad de mentir sobre un hecho histórico solo para quedar bien con los mitristas?

Bibliografía
CHAMOSA, O. 2012. Breve historia del folclore argentino (1920-1970) Edhasa. Buenos Aires. 208 p..
LUNA, FÉLIX. Los caudillos. Ed. Peña Lillo, Bs. As., 1971.
O´DONNELL, M. 2008. Caudillos federales. Editorial Norma. Buenos Aires. 351 p.
PEÑA, R. O. Y DUHALDE. E. 1975. Felipe Varela. Schapire editor. Buenos Aires.
ROSA, J.M. 1973. Historia argentina. Tomo VII. Editorial Oriente SA. Buenos Aires
www.revisionistas.com.ar 
www.folkloredelnorte.com.ar/cancionero
https://es.wikipedia.org/wiki/Zamba_de_Vargas
https://es.wikipedia.org/wiki/Batalla_de_Pozo_de_Vargas

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