Pozo de Vargas fue una batalla que se llevó a cabo a las afueras de La Rioja el 10 de abril de 1867, que ha dado lugar a muchas pequeñas pero ricas historias, que conviven con el mas puro folklore.
El caudillo Felipe Varela por lo federales riojanos (con 1.000 infantes
y 3.000 jinetes), y el General santiagueño Antonino Taboada por los unitarios
(con 1.700 infantes y 800 jinetes), se enfrentaron para dejar en el campo
centenas de muertos y heridos, y toda una polémica de quien fue el vencedor.
La supuesta victoria de Taboada terminó con la mayor rebelión del norte
contra la presidencia de Bartolomé Mitre. La conocida canción popular anónima "Zamba
de Vargas" trata sobre este
acontecimiento, contando dos historias diferentes.
Contexto histórico
La rebelión más firme entre los caudillos federales del interior estuvo
dirigida durante varios años antes por el General Ángel Vicente Peñaloza “el Chacho”, pero fue sangrientamente aplastada por las fuerzas
enviadas desde Buenos Aires. Con ellas colaboró el ejército santiagueño de los
hermanos Taboada, y la guerra se saldó con la derrota y el asesinato de
Peñaloza en 1863.
La Revolución de los Colorados que se llevó a cabo en Mendoza, a fines de 1866,
fue un alzamiento federal y el resultado de la política de sumisión que había
impuesto el gobierno de Mitre a las provincias.
Las pocas provincias que se unieron espontáneamente a favor de su
política centralista, habían colaborado para extender la dominación del partido
liberal por el resto del país. En las provincias de Cuyo y el noroeste, los gobiernos habían sido desplazados
violentamente, y el partido federal estaba proscripto.
Cuando se produjo la Revolución
de los Colorados, el Presidente Mitre se encontraba en Paraguay,
comandando las tropas argentinas en la guerra. Enterado de la revolución de las
provincias occidentales, volvió de urgencia y dispuso la represión de los
sublevados, mediante una estrategia de pinzas: el general Wencesalo
Paunero debía atacar las tres provincias del centro (Córdoba, San Luis y Mendoza),
en tanto que las dos del norte (La Rioja y Catamarca), dominadas por el coronel
Felipe Varela, serían atacadas por el llamado Ejército del Norte, comandado
inicialmente por el general Anselmo Rojo y luego por Antonino Taboada.
El 29 de marzo de 1867, el ejército nacional
comandado por el Gral. Arredondo venció a los revolucionarios de Mendoza, San
Luis y San Juan, en la batalla de San
Ignacio (próximo a
Villa Mercedes), tomando
control de esas tres provincias.
Desde Chile regresó el Coronel Varela al frente de un contingente bastante
reducido (en el que figuraban unos 15 soldados chilenos), y se puso al frente
de la revolución en La Rioja. Pronto reunió unos 5.000 hombres, gauchos bien
montados y valientes, pero mal armados. Contaban solo con dos cañones de
pequeño calibre.
Tras imponer un gobierno federal en La Rioja, Varela atacó el oeste de
la provincia de Catamarca. Desde allí, por el norte de La Rioja, pensaba dirigirse a la capital
de esa provincia.
Felipe Varela, en el norte, al
frente de una gran fuerza y secundado por los principales caudillos de la
región, quedó sólo para enfrentar al ejército nacional, al mando de Antonino
Taboada secundado por su hermano Manuel.
El combate en el pozo
Los primeros
días de abril el denominado “ejército nacional” (mitrista), del Noroeste al
mando del General Antonino Taboada, miembro del clan familiar unitario que
dominó Santiago del Estero durante casi todo el siglo XIX, entró a la ciudad capital
de La Rioja aprovechando la ausencia de su caudillo y obligó al Coronel Felipe
Varela a volver al sur para liberarla.
En
camino hacia Catamarca, Varela recibió aviso de que Taboada había ocupado la
ciudad con un ejército de unos 2.500 hombres reforzado con los veteranos del Paraguay y su
brillante oficialidad, y provisto con los cañones Krupp y fusiles Albion y
Brodlin que los buques ingleses habían descargado poco antes en el puerto de
Buenos Aires.
Para no tenerlo a sus espaldas Varela retrocedió hacia el sur camino a
La Rioja. Fue un tremendo error, ya que se privó de expandir la revolución a
otras provincias, donde podía haber recibido apoyos. Al frente de los batallones de su montonera iban los famosos Capitanes
Santos Guayama, Severo Chumbita, Estanislao Medina y Sebastián Elizondo.
El peor de los errores, sin embargo, fue no haberse asegurado la
provisión de agua. Avanzó dos días hacia el sur sin nada que darle de beber a
sus caballos y hombres, y encontró todos los pozos secos. Insólitamente, siguió
adelante, sabiendo que el próximo y único pozo disponible era el de la Estancia
de Vargas, que aquedaba a una legua de la ciudad.
En plena marcha, el día 9 el caudillo invitó caballerescamente a Taboada
a mantener un combate fuera de la ciudad “a decidir la suerte y
el derecho de ambos ejércitos a fin de evitar que esa sociedad infeliz sea
víctima de los horrores consiguientes a la guerra y el teatro de excesos que ni
yo ni V.S. podremos evitar”.
El General Taboada no respondió, pero fiel a su estilo y picardía ubicó
sus fuerzas en el Pozo de Vargas (o jagüel de Vargas), una hondonada de donde
se sacaba barro para ladrillos, justo sobre el camino por el que venían las
montoneras de Varela. Los “nacionales” habían destruido los jagüeles del
camino, dejando solamente el de Vargas, a la entrada misma de la ciudad como un
cebo, a un par de kilómetros del centro.
Los soldados santiagueños eran menos que los guerrilleros riojanos,
catamarqueños y chilenos, pero la superioridad de armamento y posición era
enorme. El sitio fue elegido con habilidad porque Varela llegaría con sus
gauchos al mediodía del 10, fatigados y sedientos por una marcha extenuante, a
todo galope y sin descanso.
El 10 de
abril de 1867, en torno al jagüel de Vargas, durante siete horas desde el
mediodía hasta el anochecer, se libró una de las tantas batallas sangrientas de
nuestras guerras civiles.
En efecto, la montonera se arrojó sedienta sobre el pozo (“tres soldados sofocados por el calor, por
el polvo y el cansancio expiraron de sed en el camino”), y fue recibida por
el fuego del ejército de línea. Una tras otra se sucedieron las cargas de los gauchos
a lanza seca contra la imbatible posición parapetada de los cañones y rifles de
Taboada.
En una de esas Varela, siempre el primero en cargar, cayó con su caballo
muerto junto al pozo. Una de las tantas mujeres que seguían a su ejército (que
hacían de enfermeras, cocineras del rancho y amantes, pero que también
empuñaban la lanza con brazo fuerte y ánimo templado cuando las cosas
apretaban), se arrojó con su caballo en
medio de la refriega para salvar a su jefe. Se llamaba Dolores Díaz pero todos
la conocían como “la Tigra”. En ancas de
la Tigra el caudillo escapó a la muerte.
Dolores Díaz fue capturada después de la batalla
del Pozo de Vargas junto a Dolores Andrade, Fulgencia de Contreras, Dolores de
Vargas y otras mujeres que son alojadas en “La Viuda” (El Bracho), una especie
de campo de concentración a raíz del peligro que significaba su presencia para
la “tranquilidad” del gobernador de La Rioja.
Al respecto, nada más elocuente que transcribir la
nota que el mismo Taboada le dirigiera al Juez Federal de La Rioja que había
reclamado la libertad de las “desterradas” en “El Bracho”:
“Sabedor de que
Dolores Díaz y sus compañeras de la hez de la población de La Rioja, a la que
pertenecía la primera, eran, puede decirse, el alma de la montonera, con cuyos
robos y saqueos traficaban, contribuyendo con su consejo y su palabra a
fomentar los hábitos perversos de los gauchos que formaban la montonera de
Varela, resolví extrañarla del teatro de sus excesos por un tiempo determinado,
hasta que, como hemos dicho antes, el orden y la tranquilidad se afianzara
sólidamente en La Rioja.
“(…) He dispuesto
anteriormente que todas ellas pueden regresar libremente a esa provincia, donde
V.S. puede proceder al enjuiciamiento y castigo de los delitos porque hay
proceso”.
Los federales lucharon con desesperación, pero sus caballos estaban
debilitados y tenían muy pocas armas de fuego. Los nacionales, en cambio,
estaban armados con fusiles de repetición y se limitaron a resguardarse y tirar
contra los blancos móviles que desfilaban frente a ellos.
La superioridad numérica de los montoneros les permitió algunos éxitos
parciales, entre ellos la captura por parte del coronel Elizondo de una parte
del parque de armas del Ejército Nacional y frenar el avance de los
santiagueños a la ciudad de La Rioja, pero sus hombres, casi muertos de hambre
y sed, se dispersaron por la población. La batalla terminó al atardecer de ese
día de otoño. Los nacionales perdieron unos doscientos hombres, sobre todo
de la caballería, que había sido utilizada con torpeza.
Los hombres de Varela retrocedieron, desorganizados, hacia el norte de
la provincia, para luego girar hacia el oeste, sin atacar Catamarca. La retirada se hizo en orden. Taboada no estaba
tampoco en condiciones de perseguir a los vencidos.
Del aguerrido y heroico ejército de 4.000 gauchos que llegaron sedientos
al Pozo de Vargas al mediodía, apenas quedaban 180 hombres montados la noche de
ese dramático 10 de abril. Los demás fueron heridos o escaparon para juntarse
con el caudillo en el lugar que los citase, que resultó ser la villa de Jáchal,
en San Juan.
Taboada le informa a Mitre: “La posición del ejército nacional es
muy crítica, después de haber perdido sus caballerías, o la mayor parte de
ellas, y gastado sus municiones, pues en La Rioja no se encontrará quien
facilite cómo reponer sus pérdidas”.
En efecto, como nadie le facilitaba alimentos ni caballos
voluntariamente, saqueó la ciudad durante tres días.
Después de lo ocurrido en Pozo de Vargas Felipe Varela no se siente
vencido. Entra a Jáchal entre el repique de las campanas y el júbilo del pueblo
entero. A los pocos días sus fuerzas aumentan con los dispersos que llegan de
todos los puntos cardinales y se dispone a marchar por los llanos.
Deja la villa y por escondidos senderos se interna en las montañas para
caer por sorpresa en los lugares más inesperados. Es una guerra de recursos,
difícil, pero la única posible cuando no se tienen armas y se sabe que la
inmensa mayoría de la población le apoyará y seguirá.
Nadie sabe dónde está. Varela era un profundo conocedor de esas
geografías. Diríase que está en todas partes al mismo tiempo. A Taboada no le
resulta sencillo arrear un contingente de “voluntarios” para la guerra del
Paraguay, porque los jefes “nacionales” siempre temen que Varela se descuelgue
de los cerros y ponga en libertad a los “forzados”.
Cuerpeando las divisiones “nacionales”, Varela se desliza por los pasos
misteriosos de la cordillera. En octubre, mientras se lo supone en San Juan y
se lo espera en Catamarca, Varela baja de la cordillera con sus guerrilleros,
esquiva a los “nacionales” que han corrido a cerrarle el paso, y al galope va a
Salta donde espera proveerse de armas y alimentos.
Toma la ciudad por una hora escasa (aunque los defensores contaban con
225 entre escopetas y rifles contra 40 de las montoneras). De allí siguió a
Jujuy y por la Quebrada de Humahuaca llegó a Bolivia, donde Manuel Mariano Melgarejo,
Presidente del país, le dio asilo. En Potosí, Varela publicará un manifiesto
explicando su conducta y prometiendo el regreso.
Actualmente el sitio de Pozo de Vargas está urbanizado e integrado
a la ciudad con el nombre de Barrio de Vargas, y en el lugar se ha colocado un busto
de Felipe Varela y un monolito rindiendo homenaje a los caídos en la batalla,
frente al cual el gobierno local la conmemora anualmente.
Don Felipe de Guandacol
Era capaz de dejar todo por una causa que considerase justa, y fue lo
que hizo con sus 48 años, edad. Todo un pueblo lo seguiría por los llanos.
Varela era estanciero en Guandacol
y Coronel de la nación con despachos firmados por Urquiza. Por quedarse con
el Chacho Peñaloza (también General de la Nación),
se lo había borrado del cuadro de jefes.
No le importó y siguió con la
causa que entendía nacional, aunque los periódicos mitristas lo llamaran
“bandolero”, igual que a Peñaloza. Los riojanos, lo consideran otro caudillo
propio a pesar de ser catamarqueño, como puede observarse en el monumento a los
caudillos riojanos ubicado en los llanos, próximo al límite con Córdoba.
El General santiagueño
Antonino Taboada (1814–1883), militar y político argentino, miembro de la pequeña oligarquía santiagueña. Fue el líder histórico
del partido
unitario en su provincia. Aliado del presidente Bartolomé Mitre, tuvo activa participación en las guerras civiles.
Era hijo de Leandro Taboada y de Águeda de
Ibarra de Paz y Figueroa, matrona patricia de estirpe santiagueña, hermana de Juan Felipe Ibarra, primer gobernador de la
provincia de Santiago del Estero, que ejerció el mando casi sin interrupción
desde 1820 hasta su muerte en 1851.
Hacia 1830 fue enviado a
Buenos Aires, donde se dedicó al comercio. Se exilió a Montevideo durante la peor época
del gobierno de Juan Manuel de Rosas y en 1840 se unió al
ejército de Juan Lavalle en su campaña por Entre Ríos y Buenos Aires.
Participó en la batalla de Quebracho Herrado, en la que fue tomado prisionero, pero varios meses más tarde huyó a
Montevideo. Luego de unos años se estableció como estanciero en Matará (Santiago del Estero).
La Zamba de Vargas o Las Zambas de Vargas
En realidad, no hay pruebas de que el género musical conocido hoy como
“zamba” existiera siquiera en fechas tan tempranas. Por el tipo de composición,
es seguro que la anónima Zamba de Vargas es, por lo menos, varias décadas
posterior a la batalla.
Durante años se dijo que el ritmo que circulaba con el nombre de Zamba
de Vargas era la misma que se
habría ejecutado ese día. Esto ha dado lugar al menos a dos leyendas.
La versión federal argumenta que la banda de música de Felipe
Varela tocó la conocida zamba antes de entrar en combate, luego de la derrota el ejército mitrista se apropiaría de esa música y
le cambiaría la letra. Varela no habría sido vencido militarmente en Pozo
de Vargas, sino que habría sido derrotado “musicalmente”.
La banda de
Varela habría lanzado al aire los sones de una zamba con cierta influencia
lugareña de zamacueca chilena, que por otra parte no era improvisada, sino
aceptada en las filas montoneras desde el comienzo del pronunciamiento.
Según la versión unitaria la
banda del ejército de Taboada habría tocado una zamba y que los soldados
santiagueños, acobardados por la superioridad numérica del enemigo, habrían
recuperado el valor. Siempre de acuerdo a esta versión, al comenzar la
batalla, Varela se imponía sobre las fuerzas de Taboada. Advertido éste
de la derrota cercana, habría ordenado a la banda que lo acompañaba, que
supliera con música, la supuesta falta de cañones.
La banda de
Taboada habría ejecutado la “Zamba de Vargas”, y al oír sus compases, los
infantes de Taboada “reanimados” por el estímulo musical, estrecharon filas,
poniendo en fuga a los hombres de Varela.
·
La revisión de la historia
Varela es
conocido musicalmente como el “derrotado en Pozo de Vargas” por los
santiagueños de Taboada, gracias a la ejecución de la “Zamba de Vargas”. De
esta manera, no sólo se presenta el enfrentamiento en Pozo de Vargas, como un
choque entre riojanos y santiagueños, desapareciendo todo el contexto real y
las banderas efectivas que los dos sectores llevaban al combate, sino que la
derrota de Varela se queda como un tema folklórico inspirado en una “simpática”
tradición popular.
Ni los
investigadores del folklore, también ellos dependientes del aparato cultural
oficial, se molestaron en verificar seriamente el origen y contenido apócrifo
de esta versión. Hubiese bastado con que aplicando el sentido común,
revisasen la versión “legendaria” de la batalla.
Con ese
simple procedimiento lógico, habrían caído entonces, en la comprobación de que
al borde del desastre atropellados por los temibles montoneros, improvisar una
zamba de tal efecto combativo, que pudiera en una suerte de terapia
bélico-musical, invertir el resultado de la acción, resulta totalmente
imposible.
La
investigación de la misma, en efecto, verifica su falsedad. En primer
lugar, ambos ejércitos tenían sus respectivas bandas. Además, era norma
tradicional ejecutar música antes de comenzar la batalla.
En todas las
áreas culturales folklóricas del noroeste argentino, se encuentran numerosas
variaciones de esta Zamba de Varela.
Aún en
Santiago, pago de Taboada, donde se recogió, lógicamente la falsa versión
“histórico-musical”, se registraron posteriormente, testimonios de lo en verdad
ocurrido. Hasta los “amigos de los Taboada”, conocían la “Zamba de
Vargas” como “Zamba de Varela”.
De cualquier
manera, lo fundamental históricamente considerado, es que la música nada tuvo
que ver con lo ocurrido en el campo de batalla. La miscelánea mitrista
cumplió sin embargo una función útil: presentar a “Pozo de Vargas” como una
derrota de Varela. Y logró además, que ésta se recordara perpetuamente,
bajo “formas musicales”.
Aún en
nuestros días, por el mismo camino metodológico, se presenta a Felipe Varela,
como un asesino y azote del noroeste argentino. Y lo mismo acontece, en
Salta por ejemplo, en consonancia con el pensamiento anti varelista de la
oligarquía salteña reflejada en la zamba “La Felipe Varela”.
Por eso es
necesario examinar fidedignamente lo que ocurrió realmente en Pozo de Vargas. Comenzaremos
por ello, con el relato de la batalla realizado por el propio Felipe Varela en
su “Manifiesto”, que ni siquiera hace relación a la interpretación de una zamba:
“El 2 de abril emprendí mi marcha con dirección a
La Rioja, resuelto a dar una batalla campal. La decisión de mis soldados,
el entusiasmo que reinaba en todos ellos, su conocido valor, me hacía ver el
triunfo cierto de mis armas, por más que fuese doble el número de los
enemigos. Unas cuantas leguas antes de llegar a La Rioja, donde el
enemigo me aguarda parapetado, se encuentra una estancia llamada “Las
Mesillas”, punto donde precisamente debía refrescarse algunas horas mi tropa,
proveyéndola de agua para ir luego a empeñar el combate.
A uno de los jefes de más alta importancia de La
Rioja, había encargado hiciese proveer de agua las represas de la mencionada
estancia, porque sin ese elemento, en todo el rigor de los ardientes soles, era
imposible conducir el ejército a la pelea, so pena de hacerlo morir de
sed. Nunca pude yo dudar de la integridad y honradez de un hombre de alta
posición social, Coronel de la Nación, antiguo y constante partidario de la
causa que yo defendía.
“Cualquiera en mi lugar hubiese hecho igual
confianza que yo en ese personaje de buenos antecedentes, a quien no nombro,
porque no se me atribuya que el espíritu de venganza me lleva a infamar nombres
propios.
“Ello es que el mencionado Señor a quien había yo
encargado accidentalmente del estado mayor, porque el propietario entraba a
mandar el costado derecho en la batalla, me dio parte de estar todo listo y
dispuesto como para que acampara el ejército. En esta convicción, aunque
mal municionado, si se quiere, emprendí la marcha en busca del enemigo.
“El 10 de abril, a las tres de la mañana llegué a
las “Mesillas” a tres leguas y media del enemigo, cuyas avanzadas se batieron
ese día, y fue terrible mi sorpresa al no hallar en las represas una gota de
agua para mi gente y para las caballadas, cuando todos venían ya acosados por
la sed.
Contramarchar al frente del enemigo no me era
posible, pues otra columna me acechaba desde Catamarca, y me imponía que el
enemigo que dejaba me picase la retaguardia y me tomasen entre dos
fuegos. Tuve indispensablemente que presentar batalla en ese día, so pena
de arruinar por completo mi ejército.
Así fue que a la una de la tarde desplegué la
columna en batalla sobre el enemigo, que ocupaba una posición ventajosa,
parapetado tras los cerros y en un terreno sumamente fragoso, de modo que no
podían obrar las caballerías sobre las infanterías enemigas.
“Tres soldados chilenos, sofocados por el calor,
por el polvo y por el cansancio, espiraron de sed antes del combate.
“Al segundo disparo de mis cañones, huyeron las
caballerías enemigas, yendo en su persecución las mías de tal modo
enceguecidas, que cuando mis infanterías necesitaron protección, apenas había
un pequeño regimiento de reserva con que dársela, el que no podía obrar por los
inconvenientes del terreno.
El campo y las filas enemigas, sin embargo, habían
sido cortadas por todas partes por mis valientes, de manera que el convoy del
general Taboada, jefe de las fuerzas enemigas, fue sacado por mis soldados del
centro mismo de sus infanterías. El fuego, mientras tanto, era vivísimo,
hasta que a las oraciones, mi ejército estaba deshecho, como el del enemigo y
si bien no había sufrido una derrota, comprendí que el triunfo por mi parte en
esos momentos era imposible.
“En estas circunstancias, al anochecer, los ecos de
las trompas enemigas rasgaban el aire tocando reunión general, porque sus
ejércitos estaban desorganizados, y sus voces se confundían con mis cornetas
que también tocaban reunión.
Los fuegos pararon, sólo se oían los gemidos de los
heridos, cuando emprendí mi retirada de nuevo al campo de “Mesillas” con 800 y
pico de hombres, dispuesto a dar una tentativa al día siguiente, pues el fuerte
aguacero que se desarrollaba en esos momentos, me facilitaba el agua para
refrescar mi tropa.
La noche fue crudísima, el agua caía a torrente y
los tiros de los disparos se oían por todas partes. Algunos jefes
cobardes que huyeron a Chile, esparcieron el terror en mis soldados durante la
noche, diciéndoles que el enemigo nos perseguía. Cuando amaneció el día
siguiente me hallaba sólo rodeado de 180 hombres, unos sin armas, otros con
armas inutilizadas, y ya toda tentativa de ataque, por mi parte se hizo
imposible, absolutamente imposible.
Sin embargo, envié algunos jefes de mi confianza a
ciertos puntos de reunir dispersos, indicándoles Jáchal como punto de reunión,
para volver a reorganizarnos.
Tal es el desenlace de la batalla de Pozo de
Vargas, en La Rioja, en diez de abril de 1867, que costó a los beligerantes 700
muertos”.
Pero es
necesario completar el relato de Varela, en el cual el episodio musical, por
habitual e intrascendente lógicamente no aparece, con la versión de sus
adversarios, para aclarar cómo ocurrieron verdaderamente los sucesos.
El 23 de
abril de 1867, desde Rosario, Melquíades Salvá, le escribe al Gral. Urquiza:
“Mi estimado General y Amigo:
Adjunto a V.E. un boletín publicado en ésta con
noticias de las Provincias. Sé que el Ministro de la Guerra espera
confirmación de ellas.
“También transcribo lo más importante de la
correspondencia que también recibo de Córdoba. Yo me encuentro mareado
con todo esto de noticias, tan contradictorias.
“Córdoba 18 – El hecho de armas de La Rioja se
conoce ya suficientemente. Horas después de salir la diligencia fui
informado satisfactoriamente, Varela se destacó con algunas fuerzas de
Caballería e Infantería sobre la Ciudad donde estaban los Taboada, con un
ejército de dos mil y tantos hombres y en su mayor parte infantería pues Campos
al volver a Catamarca había dejado su infantería que se incorporó a la Columna
del general Taboada.
“Salió éste a la altura de 18 cuadras de la plaza y
esperó al enemigo en un paraje llamado “Pozo de Vargas” antigua bebida para las
ansias que vienen a la Ciudad, y que por lo mismo tienen en su contorno una
explanada a obra que ofrecía espacio, aunque no extenso para tender alguna
línea de fuerza, con la ventaja de poder resguardar los flancos y retaguardia
por los cercos y montes de Talares y Espinillo que abundan allí; digo cercos,
porque alcanzan ese punto de los suburbios de la Ciudad.
“El enemigo cargó con tal audacia y tenacidad,
especialmente a la Caballería Santiagueña, que muy luego fue puesta fuera de
combate muriendo en la pelea el jefe principal y más distinguido por sus
calidades, el Comandante Albornoz”.
“Desecha la Caballería Santiagueña y apurada la
infantería, recurrió éste a la formación de los grandes cuadros para resistir.
“En este estado una columna enemiga que operaba por
retaguardia cayó sobre los bagajes, y no escapó objeto alguno del convoy: todo
se lo llevó dejando al Ejército Nacional sin más que el uniforme que vestía y
las armas con que peleaba. El equipaje del general Taboada, entró en el
botín.
“Realizada esta operación, y por ostentar sin duda
alguna otra mira, vino a ocupar la ciudad Carlos Álvarez, con los escuadrones
de su mando hizo abrir los templos para que salieran las familias que se habían
refugiado allí: estuvo de felicitaciones y en contacto con el vecindario que lo
saludaba como a vencedor.
Una hora permaneció en esa confianza, esperando que
rendidas las infanterías santiagueñas como el suponía que debía suceder en los
momentos que se desviaba del campo de batalla para entrar a la plaza; pero que
advertido por el toque de los tambores que se concentraban aquellas a la plaza
en retirada, la desocupó y se marchó a replegarse a su ejército, como lo
verificó sin que nadie lo estorbase, porque tampoco había quedado enemigo a
caballo.
“El resultado del combate fue que Varela no
pudiendo vencer la resistencia de las infanterías contrarias, por la
superioridad numérica, y por las desventajas que la localidad le proporcionaba
sobre las que tiene consigo esta arma servida por fuerzas bien disciplinadas,
se dio por satisfecho con haber derrotado la Caballería y apoderado del Convoy
y bagajes, sin dejar nada que se contenga en la significación de estas
palabras, y se retiró a cinco leguas de la Ciudad donde sentó sus reales,
tranquilo pues no había enemigo que pueda buscarlo.
“Esta relación la hacen varias cartas de personas
de la Ciudad, y entre ellas un tal San Román, tío del que fue Gobernador, y D.
Cesario Dávila, liberales notables.
“Agregan que se retiró Varela con 200 y tantos
infantes chilenos. Se comprende que traería a la pelea aquellos 300
infantes que tenía, pasados del otro lado de la Cordillera hace algún tiempo.
“Carlos Ángel había quedado con el resto del
Ejército Riojano en un punto del Departamento de Arauco cuyo nombre no
recuerdo. Chumbita venía volviendo de Catamarca, población rayana con La
Rioja.
“La posición del Ejército Santiagueño, es como se
comprende, muy crítica después de haber perdido sus Caballerías, o la mayor
parte de ellas y su convoy y bagajes, pues en La Rioja no tienen como reponer
esas pérdidas, ni puede esperar recursos, porque para el lado del Norte están
interpuestas las fuerzas enemigas, y al Sudoeste, o rumbo a San Juan, están los
llanos con sus horribles travesías.
“Me dicen que a otro rumbo de la Capital hay
algunas estancias, pero se supone se habían agotado los recursos que ellos
hayan tenido, durante la permanencia de las fuerzas expedicionarias.
“Volviendo a la historia del Combate, algo se
confirma por el temor del parte mismo del General Taboada, o por el Comentario
a que se presta.
“Se ve que él ha quedado en las posiciones porque
su infantería era superior a la del enemigo. Ha sucedido lo que sucede
siempre en casos semejantes que la infantería, o pereció toda, lo que es
rarísimo, o queda en el campo o cerca de él, o se rinde cuando hay poder
bastante para ello.
“Probablemente será sitiada la división
Santiagueña, y se verá obligada a retirarse como pueda…”.
En la batalla de Pozo de Vargas, se produjo una
situación bastante común en la lucha montonera. Los hombres de Varela
privaron del parque a Taboada, representante del mitrismo. También
ocurrió que lo dejaron sin caballería. Episodio bastante
“lamentable”, para un “vencedor oficial”.
Pero también
es cierto que Varela no logró su objetivo principal que era dominar La
Rioja. Del relato de Varela surge un dato fundamental, el principal
enemigo fue la sed de la tropa y la caballada. Ni el mejor armamento de
Taboada, ni su ventaja numérica podrían ser suficientes motivos de la derrota
del caudillo.
Es necesario
señalar, sin embargo, que todos los testigos partidarios de la oligarquía de
Buenos Aires entendieron que Varela había sido el vencedor en la batalla.
Sólo Taboada “escapó” a ese realismo bélico. Porque si bien, en el
concepto tradicional, quien se retiraba del campo de batalla era el vencido, y
el que quedaba, el vencedor, la técnica guerrillera montonera (golpear al
enemigo y retirarse), había alterado esos conceptos.
No escapaba
en cambio, a los testigos y observadores políticos, que Felipe Varela había dejado
sin parque y sin caballería, al general de la “Cotton Supply
Association”. Fue la confusa situación planteada en Vargas la que llevó a
Taboada a explotar políticamente la mentirosa leyenda de la “Zamba de Vargas”,
tranquilizante musical de la “conciencia histórica” de la oligarquía, y
antecedente útil para su candidatura presidencial, que no se concretaría como
él deseaba.
Pero Varela
experimentaría, en el combate del Pozo de Vargas, una pérdida grave: su
compañera Dolores Díaz caería en poder de los Taboada.
La historiografía oficial, que ha
calificado siempre de “salteador” a Varela, restándole importancia histórica al
caudillo y a su pronunciamiento, no ha dejado, sin embargo, de rendir un culto
especial al recuerdo de este hecho de armas.
Ese culto, aún en su versión
mitrista, demostraría a “contrario sensu” que la “victoria” de Taboada sobre
Varela, al ser festejada y recordada con tenacidad tan sostenida, que el
pronunciamiento de Varela afectó y atemorizó grandemente al mitrismo. De
allí la periódica, comprobable y nunca desmentida insistencia en recordar el
“triunfo”.
Como ya se dijo, en la batalla de
Pozo de Vargas se produjo una situación bastante común en la lucha montonera.
Los hombres de Varela le quitaron la artillería y golpearon a la caballería de Taboada,
episodio bastante “lamentable”, para un “vencedor oficial”.
¿De quién es la zamba?
El historiador Luis Alén
Lescano ha investigado esta tradición en un artículo titulado "Pozo de Vargas,
la victoria de una zamba", concluyendo que se trata de una obvia leyenda, sostenida por el poder de un
relato en el que una batalla se decide por el influjo de una canción y los
soldados bailan mientras combaten y mueren.
Pero si bien la leyenda de su
ejecución en batalla no aparece como cierta, sí lo es el hecho de que tanto el
ejército nacional al mando de Taboada, como
el riojano comandado por Varela, contaban con bandas de música. En el primer
caso, la banda estaba dirigida por el mayor catamarqueño José Brizuela.
El dato es muy importante
porque establece un vínculo probable entre las tropas que intervinieron en la
Batalla de Pozo de Vargas con el origen de esta zamba. Alén Lescano opina que
es probable que la canción se originara con ritmo de zamacueca chilena, por influencia de los combatientes chilenos que integraban el ejército
riojano, bailándose en los campamentos de ambos ejércitos.
De allí los soldados
santiagueños la habrían llevado a su provincia, donde ya era popular en 1870,
primero como zamacueca y luego como zamba.
Es decir, la zamacueca primero
se santiagueñizó, y transformada en zamba cobró después ciudadanía nacional.
Hoy la Zamba de Vargas es considerada una canción popular de
autor anónimo integrante del folklore argentino y, a su vez, la zamba más antigua de la que se tenga registro musical. De ella se ha dicho que es
"la madre de todas las zambas".
Es probable que la Zamba de Vargas exprese el
momento histórico y artístico en que la zamacueca afroperuana, ya en versión de cueca chilena, se transformó para dar origen a la zamba argentina, uno de los estilos
musicales más representativos del folklore de este país.
La canción se transmitió
durante décadas en forma oral, con letras variables según el bando que
defendían los intérpretes, y es
una manifestación de los sentimientos patrióticos ligados a la pertenencia a
las diferentes provincias o patrias
chicas que integran la Argentina,
enfrentadas en el curso del siglo XIX, a causa del sistema de gobierno que
habría de establecerse en la Constitución.
·
Las versiones santiagueñas y riojanas
Se interpreta con dos
melodías, una recopilada por Andrés Chazarreta en 1906, y la otra por Luis Peralta
Luna. Por otra parte, se han recopilado y
arreglado diversas letras (tal vez más de diez), agrupadas en lo que se conoce
como versiones riojanas y versiones santiagueñas.
Entre las recopilaciones de
las letras se destacan a favor de los santiagueños las realizadas por Domingo Vicente Lombardi, Vicente Forte y Los Hermanos Ábalos. A favor de los riojanos por el catamarqueño Juan Alfonso Carrizo y Bartolomé Peralta Luna.
Andrés Chazarreta escuchó en su hogar la "Zamba de Vargas"
desde su infancia y en 1906 inició su carrera musical recopilándola por primera vez y ejecutándola en
público. De ese modo la canción quedó asociada al triunfo de los soldados
santiagueños en Pozo de Vargas y se convirtió en una pieza anónima y popular en
Santiago del Estero.
En 1905, el por entonces inspector de escuelas, comenzó a sentir "la necesidad de pasar al pentagrama la música de tantos cantos y
bailes que en cada punto oía con sorpresa ejecutar a gente aborigen".
El 25 de agosto de 1906 realizó su debut artístico en el Teatro Cervantes de Santiago del Estero,
eligiendo para ello la interpretación de la Zamba de Vargas, en solo
instrumental de guitarra.
Las autoridades y la clase alta santiagueña reaccionaron con desagrado frente a la interpretación de música folklórica en un teatro, declarando que "era un retroceso para la cultura".
Las autoridades y la clase alta santiagueña reaccionaron con desagrado frente a la interpretación de música folklórica en un teatro, declarando que "era un retroceso para la cultura".
Dos años después, en 1908, la partitura fue publicada
por la casa Medina de Buenos Aires, subtitulada como "Baile nacional"
y dedicada al profesor Medardo Moreno Saravia. Zamba de Vargas sería la primera
de un total de 480 partituras publicadas por Andrés Chazarreta.
Chazarreta a su vez le
solicitó a Lombardi que le diera forma a la letra tomando las versiones
que se cantaban en Santiago del Estero elogiando a Taboada y sus hombres,
procediendo a realizar la primera publicación de la música y la letra, y
conformando lo que ha dado en llamarse la versión
santiagueña.
Allí aparece la leyenda de que
la zamba fue tocada y bailada en batalla, revirtiendo el espíritu de derrota de
los santiagueños y llevándolos a la victoria.
En los primeros años de la década de 1930 Chazarreta registró la zamba
interpretada por él mismo en solo de guitarra, en lo que constituye la primera
versión grabada.
La letra recitada recopilada
por Lombardi, que acompaña la versión de Chazarreta, da cuenta de esa tradición
de dar ánimo a la tropa santiagueña cuando dice:
En el entrevero se alzó esta zamba
llevando en sus notas bríos al alma.
En idéntico sentido, el
recitado compuesto por Bartolomé Peralta Luna a favor de los riojanos dice:
Cuentan los santiagueños, que al verse ya derrotados,
su jefe mandó a tocar zamba para animarlos.
Y cuando vibrar oyeron la música de sus pagos
volvieron cara venciendo al ejército invasor.
Zamba de Vargas – Versión santiagueña
Letra:
Domingo Vicente Lombardi
Música: Andrés Chazarreta
Música: Andrés Chazarreta
Forman los riojanos, en Pozo 'e Vargas;
los manda Varela, firme en batalla
Contra los santiagueños, con gran denuedo, van a pelear;
ya Don Manuel Taboada alza su espada: se ve brillar.
Atacó Varela, con gran pujanza:
tocando a degüello, a sable y lanza.
Se oyen los alaridos, en el estruendo de la carga
y ya pierden terreno los santiagueños de Taboada
los manda Varela, firme en batalla
Contra los santiagueños, con gran denuedo, van a pelear;
ya Don Manuel Taboada alza su espada: se ve brillar.
Atacó Varela, con gran pujanza:
tocando a degüello, a sable y lanza.
Se oyen los alaridos, en el estruendo de la carga
y ya pierden terreno los santiagueños de Taboada
"Bravos santiagueños -dijo Taboada-
vencer o la muerte vuelvan su cara.
Por la tierra querida, demos la vida para triunfar"
Y ahí no más a la banda la vieja zamba mandó a tocar.
En el entrevero se alzó esta zamba,
llevando en sus notas bríos al alba.
Y el triunfo consiguieron los santiagueños y este cantar
para eterna memoria, Zamba de Vargas siempre será.
vencer o la muerte vuelvan su cara.
Por la tierra querida, demos la vida para triunfar"
Y ahí no más a la banda la vieja zamba mandó a tocar.
En el entrevero se alzó esta zamba,
llevando en sus notas bríos al alba.
Y el triunfo consiguieron los santiagueños y este cantar
para eterna memoria, Zamba de Vargas siempre será.
En 1933, el investigador y
recopilador de poesía oral, Juan Alfonso Carrizo, de origen catamarqueño, publicó
otra versión de la letra de la Zamba de Vargas con un contenido, en este caso,
favorable a Felipe Varela.
El descubrimiento ha llevado a
una corriente historiográfica a sostener que la versión original, en ritmo de
cueca, es de origen riojano, y que el caudillo santiagueño Taboada tomó la
popular melodía para componer una versión que publicitara sus actos de guerra.
Dentro de esa corriente, Duhalde y Ortega Peña sostienen que "la cueca era la marcha
revolucionaria de la época" y que luego de la Batalla de Vargas "la
cultura mitrista pudo desvirtuar aquel hecho, para transformar la "Zamba
de Vargas".
Zamba de Vargas – Versión riojana
Letra:
Bartolomé Peralta Luna
Música: Andrés Chazarreta
Música: Andrés Chazarreta
¡A la carga, a la carga! -dijo Varela.
¡A la carga, artilleros, zambita, rompan trincheras!
¡A la carga, artilleros, zambita, rompan trincheras!
Rompan trincheras, cierto -dijo Elizondo.
Vean allá a un lagunero, zambita, de los del fondo.
Vean allá a un lagunero, zambita, de los del fondo.
¡A la carga, a la carga! -dijo Taboada.
Si esta guerra no gano, zambita, no cargo espada.
Si esta guerra no gano, zambita, no cargo espada.
¡A la carga, a la carga! -dijo Chumbita.
Las ansias de quererte, zambita, no se me quitan.
Las ansias de quererte, zambita, no se me quitan.
Folkloristas e ideologías
Por ser una canción anónima,
la "Zamba de Vargas" carece de una letra única. Diversas estrofas y
variantes se han ido acumulando a través de los años y los intérpretes optan
por unas u otras a voluntad.
Carlos Di Fulvio ha
reflexionado sobre el grado de crueldad y violencia que alcanzaron las luchas fratricidas en Argentina diciendo: “Cada vez que
me ha tocado interpretar esta zamba, siempre, a parte de la emoción, he llegado
a imaginar que sentía hasta el olor de la sangre con que se abonó el suelo de
mi Patria, allá en sus albores”.
La Zamba de Vargas ha sido interpretada y grabada
no solo en versión instrumental como las de Eduardo Falú, Atahualpa Yupanqui y
Carlos Di Fulvio, sino con varias letras, identificándose cada intérprete con la
adecuada a su pensamiento.
Los Chalchaleros y Los Cantores del Alba
interpretaron siempre la versión santiagueña de Chazarreta-Lombardi, mientras
que Los Cantores de Quilla Huasi se inclinaron por la versión riojana de
Peralta Luna, al igual que Roberto Rimoldi Fraga.
También los ritmos fueron variados, algunos
inclinándose por una zamba-cueca rápida, una cuenca lenta o una zamba
tradicional más lenta.
Ariel Ramírez, Los Fronterizos y Eduardo Falú grabaron la zamba combinando las recopilaciones musicales de Chazarreta y
Peralta Luna.
Ariel Ramírez y Jaime Torres grabaron una bella versión puramente instrumental realizada en dúo de piano y charango. La
interpretación cuenta también con el apoyo de Domingo Cura en el bombo legüero.
El Dúo Salteño y el Cuchi Leguizamón, aportan una versión notable acompañados solamente
por el piano (Leguizmón) y la guitarra, pero sin bombo. La interpretación sigue
la versión clásica aportada por Chazarreta-Lombardi, pero abagualada por el estilo vocal que caracteriza al Dúo.
Los Hermanos Ábalos, lanzaron una nueva versión con idéntica melodía y
ritmo que la recopilación de Chazarreta, pero diferente letra aunque siempre
dentro del grupo santiagueño,
en la que dice que en Santiago del Estero la zamba es también conocida como
"la Triunfadora".
Imprecisiones y omisiones dolosas y culposas
·
¿Era necesario desvirtuar la historia y el
folklore?
Confundir de ex profeso una
batalla con una leyenda, ya de por si es un error. Si la zamba no fue una
zamba, si es imposible que en medio del terror de una batalla los soldados se
pongan a bailar, o si la versión es de uno u otro lado, tratando de imponer una
idea política, no era necesario hacer lo que se hizo.
·
¿Quién era el comandante?
La letra santiagueña tiene la
particularidad de mencionar a Manuel Taboada como el comandante de las tropas santiagueñas y quien da la orden de tocar
a la banda. En realidad el comandante no
era Manuel Taboada,
sino su hermano mayor Antonino Taboada. Manuel era el jefe de la infantería. ¿Había
necesidad de cambiar el nombre del comandante solo para mejorar la rima?
·
¿Paunero estaba?
En 1942 Vicente Forte publicó una recopilación de una nueva letra de la
canción, que se sumó a las que ya habían recopilado Lombardi y Carrizo.
Los versos recogidos por Forte
utilizan un formato en el que los dos primeros versos comienzan con la palabra
"batallón", seguida del nombre del mismo.
Batallón Cazadores,
Batallón Cazadores, dijo Paunero,
por derecha e izquierda,
por derecha e izquierda,
rompan el fuego, rompan el fuego.
Batallón Cazadores, dijo Paunero,
por derecha e izquierda,
por derecha e izquierda,
rompan el fuego, rompan el fuego.
Esta letra incluye la
presencia de Paunero, que no combatió
en la Batalla de Pozo de Vargas. ¿Había necesidad de mentir sobre un hecho
histórico solo para quedar bien con los mitristas?
Bibliografía
CHAMOSA, O. 2012. Breve historia del
folclore argentino (1920-1970) Edhasa. Buenos Aires. 208 p..
LUNA, FÉLIX. Los caudillos. Ed. Peña Lillo, Bs.
As., 1971.
O´DONNELL, M. 2008. Caudillos
federales. Editorial Norma. Buenos Aires. 351 p.
PEÑA, R.
O. Y DUHALDE. E. 1975. Felipe Varela. Schapire editor. Buenos Aires.
ROSA,
J.M. 1973. Historia argentina. Tomo VII. Editorial Oriente SA. Buenos Aires
www.revisionistas.com.ar
www.folkloredelnorte.com.ar/cancionero
https://es.wikipedia.org/wiki/Zamba_de_Vargas
https://es.wikipedia.org/wiki/Batalla_de_Pozo_de_Vargas
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