miércoles, 6 de abril de 2016

Una visión sobre el centralismo porteño


Una forma de ver el centralismo. La red de FFCC en 1960

Para entender como se llega al centralismo de hoy debemos repasar, aunque sea brevemente, el centralismo de ayer, o mejor dicho el de siempre.

¿Qué dice el diccionario del centralismo?: doctrina que ejercen la centralización política o administrativa. Es decir que todo nace y muere en el poder central.

En las vísperas de la fundación de Buenos Aires en 1580 ya existían tres ciudades, que, aunque pobres, pretendían ser prósperas: Santiago del Estero, Tucumán y Córdoba. Las tres unidas por el camino a la plata del Potosí (fuente de la riqueza de los conquistadores españoles).

A alguien se le planteó (un tal Juan Matienzo), la necesidad geopolítica de “una puerta a la tierra”, es decir una salida al Atlántico mas o menos donde don Pedro de Mendoza había fundado la primera Buenos Aires.

Así nació la Buenos Aires de Juan de Garay, que de ser “la más pobre ciudad de las Indias”, va buscando un destino que no encuentra hasta bastante tiempo después.

Al decir de Félix Luna, los porteños de aquella época padecían necesidades, y no tenían ningún elemento para sobrevivir ni podían fabricarlo, y es así como comienzan a vivir del contrabando, recurso cómodo y una triste manera de nacer como ciudad. A pesar de los primeros esfuerzos de Hernandarias (Hernando Arias de Saavedra), los porteños adquirieron la costumbre sistemática de burlar la ley.

Al decir de J.L. Romero, Hernandarias, patriota y gran administrador, ya a los inicios de los 1600 comprendió que Asunción y Buenos Aires “no eran compatibles”. Una fruto del esfuerzo de su gente, la otra producto del contrabando. Esta, hijo de la libertad de los mares, floreció y contribuyó a formar una rica burguesía porteña.

Con el correr de los años las provincias propusieron que cada una se especialice en ciertas producciones con un “perímetro de protección” respecto de las otras. La Rioja con aguardiente y vino; Santiago del Estero con tejidos y mulas; Córdoba con carretas, Catamarca con tejidos y “cada cual con lo suyo”.

¿De que se ocuparía Buenos Aires si su mejor negocio era el comercio ilícito? ¿Con que pagarían los porteños el contrabando que recibían? El ganado bovino se había multiplicado generosamente en “la pampa” y los vecinos comienzan a organizar “las vaquerías”, que no fueron ni más ni menos que cacería de vacas “desgarretadas” para el solo aprovechamiento del cuero para su comercialización.

Estas vaquerías sirvieron para fijar límites geográficos, por ejemplo entre Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba para evitar las disputas territoriales de las cacerías.

Hacia 1715 el Cabildo prohíbe las vaquerías porque “si siguen así las cosas, nos vamos a quedar sin cueros y en cueros”

Por su parte los comerciantes de Lima comienzan a quejarse contra Buenos Aires ya que esta, no solo era la puerta de entrada del contrabando sino que también era la puerta ilegal de salida de la plata del Potosí, con lo que provocaba un incontrolable drenaje de divisas.

El primer mapa de lo que sería el territorio argentino comenzaba a dibujarse en 1776 cuando las gobernaciones del Río de la Plata, del Paraguay y del Tucumán y los territorios de Cuyo, Potosí, Santa Cruz de la Sierra y Charcas quedaron unidos bajo la autoridad del virrey Pedro de Cevallos.

El tráfico de carretas se hizo intenso entre las ciudades del interior que crecían y se desarrollaban, pero, a partir de 1791, al autorizarse que las naves esclavistas regresaran al viejo continente con sus bodegas llenas de producciones regionales, la aduana porteña intensificó su tradicional política: recaudar y no repartir.

A pesar de su origen contrabandista de bienes y esclavos, Buenos Aires eleva su prestigio con la defensa contra los ingleses, sin embargo el interior, asediado por los aborígenes (… que defendían sus intereses), luchaba para controlarlos. La mayoría de las provincias acudían con su gente, salvo Buenos Aires que siempre tuvo alguna excusa para no hacerlo. Esta actitud generó aún mas diferencias entre los intereses políticos de ambos sectores.

A partir del Gobierno de la Primera Junta la relación entre Buenos Aires y las provincias del interior se fue tensando, y estas cada vez reforzaban mas la sospecha que la Revolución solo había sustituido el despotismo de Madrid por el de Buenos Aires. Artigas era el guía de este pensamiento anti centralista contra los porteños.

La Junta de Gobierno debía afrontar las relaciones con el resto del virreinato. Montevideo, Asunción, Córdoba y Mendoza mostraron su hostilidad frente a Buenos Aires que entrecruzaba intereses: los liberales y conservadores (por sus opiniones), los porteños y los del interior (por sus intereses), comienzan su cruzada contra la aduana y su funcionamiento.

Había que ajustar el virreinato al nuevo país y la hegemonía de Buenos Aires (puerto y aduana), dominaba al resto del país, que languidecía.

Con el pasar de los años los resentimientos se fueron acentuando de manera dramática. Por un lado Buenos Aires se sintió eximida de su condición de hermana mayor (¿?), pero sede del Gobierno Nacional. Los derechos de aduana que recaudaba fueron dedicados exclusivamente a cubrir sus propias necesidades de la mano de Bernardino Rivadavia, un “progresista” a costa de los intereses del interior.

Mientras que en Buenos Aires existía un gobierno (ya sea Primera Junta, Junta Grande, Triunviratos o Directorios), convencido que fue heredero de todos los derechos, recaudaba dinero a través de la aduana y lo destinaba mayoritariamente a la propaganda interna y externa de la causa, sin embargo tanto Belgrano como San Martín luchaban a brazo partido no solo sus batallas independentistas sino también contra el centralismo.

En 1813 se produce el estallido entre Buenos Aires y las provincias cuando la Asamblea rechaza las credenciales de los federalistas de Artigas. A medida que pasaban los meses la situación se agravaba.

Alvear y sus seguidores aumentan sus pretensiones porteñistas contra los hombres que surgían liderando las poblaciones del interior.
En 1816, los diputados adictos a Buenos Aires enviados a Tucumán, apoyarían solamente un régimen centralista, mientras que los seguidores de las ideas artiguistas propondrían un régimen federal.

En 1818 Francisco “Pancho” Ramírez vence a Buenos Aires en la batalla de Saucecito mientras San Martín ganaba Maipú empeñado en liberar de realistas a los territorios sudamericanos y opuesto a participar en las guerras civiles internas.

El Congreso de 1819, que sesionaba en Buenos Aires, sanciona una Carta Constitucional para las Provincias Unidas inspirada solo en los principios aristocráticos y centralistas que el interior rechaza de pleno.

En 1820, luego del Tratado de Pilar (que proclamaba la unidad nacional dentro del sistema federal propuesto por Artigas), comienza una etapa donde las provincias buscan su propio destino mientras Rivadavia se esforzaba en hacer crecer solo a Buenos Aires a expensas del resto del pías, incluyendo la creación de colegios que recibieran a provincianos para “empaparlos” de las ventajas del centralismo.

Entonces Quiroga enarbola la bandera antirivadaviana.

A mediados de la década de ’20 las provincias reclamaban una constitución mientras que Buenos Aires le escapaba a esta responsabilidad, que de realizarse, seguramente atentaría contra sus intereses.

Rivadavia quiso declarar a Buenos Aires como Capital, lo que fue aprobado, por lo que “la provincia” homónima reaccionó incluyendo a Juan Manuel de Rosas que buscaba el apoyo de los caudillos del interior. La guerra civil recomienza y al inicio de los ’30 “dos naciones” se enfrentan, cada una defendiendo sus intereses y concepción política.

Estanislao López en el litoral, Facundo Quiroga en el interior y Juan Manuel de Rosas en Buenos Aires compartían principios, sin embargo todos ellos competían por un liderazgo nacional.

López y Quiroga apresuran una reunión del Pacto Federal. Rosas se opone dejando sus argumentos reflejados en la Carta de Hacienda de Figueroa en 1834, quien impuso su punto de vista y gobernó otros 17 años más.

La guerra con Brasil, el fusilamiento de Dorrego por cuenta de Lavalle, el avance de la política librecambista y la postura de Rosas en contra de la defensa de las industrias regionales (vinos, trigo, cueros), termina con el Pacto Federal entre Buenos Aires, Santa Fe y Corrientes.

Muerto Quiroga, cuyo prestigio continuaba creciendo, Rosas consolidó la hegemonía de Buenos Aires controlando el crecimiento de las provincias del litoral y del interior. El puerto seguía beneficiando solo a Buenos Aires y en pocas manos.

Si bien Rosas habló siempre de Federación, su gobierno fue obstinadamente centralista. Desde Buenos Aires recaudaba para si y solo entregaba subsidios a algunas provincias en caso de estricta necesidad.

El centralismo de la Federación cosechaba cada día más adversarios. Por un lado genuinos unitarios como Lamadrid, y por el otro lado federales “no centralistas” desilusionados con el sistema vigente.

A mediados de 1800 Urquiza deja de prestarle apoyo a Rosas ya que sus intereses chocaban abruptamente con los de Buenos Aires.

Sin que Rosas tomara real conciencia, Urquiza enarbola la bandera de la rebelión de las provincias, hasta derrotarlo en la batalla de Caseros en 1852. En realidad no fue una lucha de unitarios contra federales, fue una “interna” federal donde un viejo caudillo es sustituido por un nuevo caudillo.

Luego del triunfo de Urquiza en Caseros, batalla a la que se llega por la “guerra aduanera” con Rosas, se sanciona la Constitución Nacional del ’53. El federalismo impone dos acuerdos: la nacionalización de las rentas aduaneras y la transformación económica y social del país.

Los viejos unitarios comienzan a entender la necesidad de llegar a la unidad nacional pero en un régimen federal, pero la unificación no sería posible debido a las asimetrías en el desarrollo económico de las diferentes regiones.

A mediados del ’53 todas las provincias, a excepción de Buenos Aires, juran la Constitución, y la tensión entre ambos “países” termina en una abierta guerra económica. Buenos Aires poco tiempo después se declara como estado independiente.

El conflicto político de San Juan en 1858 que termina con el asesinato del Gobernador de San Juan y amigo de Peñaloza, Nazario Benavidez,  promueve la movilización de los ejércitos que terminan enfrentándose en Cepeda en 1958, donde Urquiza vence a Mitre.

El Pacto de San José de Flores establecía las pautas para el ingreso de Buenos Aires a la Confederación, que verificaría su adhesión por medio de la aceptación y jura solemne de la Constitución de 1853, previa revisión de la misma. En 1860 (siete años después), luego de muchas idas y vueltas, Buenos Aires jura la Constitución.

Otro conflicto en San Juan y la declaración de nulidad del Pacto de San José de Flores genera que la Confederación intervenga Buenos Aires. Urquiza y Mitre se enfrentan en Pavón en 1861 “previo arreglo de los resultados” y con la vergüenza del retiro de Urquiza se inicia el dominio absoluto de Mitre.

La eventual estabilidad política del gobierno de Mitre contrasta con la creciente inestabilidad social, y fueron las provincias del interior, con el Chacho Peñaloza a la cabeza, quienes mejor representarían el descontento del acuerdo Urquiza-Mitre como alianza para beneficiar a las regiones mas privilegiadas del país.

Se inicia una brutal escalada de eliminación de caudillos del interior como Virasoro, Peñaloza y mas tarde Urquiza, a través de lo que José Hernández llamó “la política del puñal”.

El 20 de setiembre de 1880 una Ley del Congreso Nacional convierte a Buenos Aires en la Capital Federal de la República Argentina. Los porteños mas extremistas entendieron que el ciclo de enfrentamientos estaba cerrado, sin embargo el reclamo de la nacionalización de la renta aduanera seguía estando en la agenda de los dirigentes del interior.

Dos grandes partidos se enfrentaban: el federal de Urquiza y el liberal de los porteños, pero las luchas internos de estos últimos dio lugar a la subdivisión de los autonomistas de Alsina (que reivindicaban la Aduana para la Provincia de Buenos Aires), y los “nacionalistas” de Mitre, que comenzaba a mirar resueltamente hacia el exterior beneficiando a unos pocos.
Al decir de este se debe lograr la unidad nacional por las buenas o por las malas, sin embargo su espíritu centralista estaba lejos de los “trece ranchos” como el llamaba a las provincias.

Los movimientos demográficos ampliaron las asimetrías. Solo Buenos Aires incremento su población 53 % en solo diez años (1865-1875). La expansión de los ferrocarriles solo beneficiaba a Buenos Aires y los porteños, con una ciudad totalmente europeizada, hicieron galas de sus diferencias con el interior.

Durante la existencia de la “república liberal”, entre 1880 y 1916, se acentuaron las asimetrías demográficas hacia la región pampeana y litoral. Entre 1895 y 1914 tanto Buenos Aires como Rosario en menos de 20 años aumentaron su población 2,5 veces en detrimento del “interior”.

Los ferrocarriles privados explotarían las áreas ricas y el estado las “áreas improductivas” al decir de Roca y Juárez Celman. Ya en nuestros días algunos políticos “progresistas” los imitarían.

En los primeros años del 1900 el radicalismo de Irigoyen aglutina a los pequeños y medianos productores rurales contra la política autonomista de Alsina. A pesar de los esfuerzos colonizadores y las políticas de inmigración, gracias a lo cual comenzaba a haber más propietarios de la tierra, la población rural decreció a un ritmo de 1 % anual entre 1916 y 1930.

Esta población rural estaba compuesta por chacareros, peones y operarios de la caña de azúcar, vid, frutas, algodón, yerba y madera, con escasa posibilidad de ascenso económico y social. Por el otro lado las grandes ciudades crecían y desarrollaban a una nutrida “clase pudiente”.

Comienzan a aparecer los “nuevos caudillos” del interior contra la política conservadora, mientras que la estructura económica basada en el latifundio y los frigoríficos se mantenía incólume y la situación de las clases sociales menos favorecidas empeoraba.

Entre 1930 y 1943 la política conservadora en manos de Justo, profundizan una red caminera pampeana que inquieta a los intereses de los ferrocarriles ingleses. A fines de 1940 las migraciones internas se profundizan y más de 3 millones de personas salieron de sus lugares de nacimiento. El 50 % se radicaría en el Gran Buenos Aires, el 28 % en el Litoral y el 22 % en algunas ciudades del interior.

Durante el período 1943-1955 el peronismo promueve fuertemente la industrialización y los grandes centros urbanos vuelven a promover migraciones internas que exageran las diferencias con el interior. Entre 1936 y 1947 los emigrantes del interior pasan de 12 % a 30 %.

Sería durante el gobierno de facto de Onganía que su ministro de economía, Adalberto Krieger Vasena, en 1967, consolidara las retenciones a las exportaciones agrícolas, suprimiera subsidios indirectos a las economías regionales y con una gran masa de dinero construyera “en el interior” obras para beneficio de la Capital Federal y Gran Buenos Aires, como los complejos hidroeléctricos El Chocon, Nihuil, el túnel subfluvial Santa Fe Paraná y los accesos a la Capital Federal.

El interior se subleva una vez más y el “cordobazo” de 1969 hiere de muerte al gobierno militar de Onganía.

Las crisis políticas e ideológicas se suceden. Los problemas entre “el puerto” y “el resto” parecieran haber desaparecido, pero fue solo un manto de horror el que tapó un viejo error.

Fue José Alfredo Martínez de Hoz, ministro de economía de la junta Militar (…y descendiente del primer administrador de la aduana porteña en épocas coloniales, contrabandista y esclavista reconocido), quien redujo la presencia del estado en la economía nacional y el mandato ideológico y pragmático de su pariente se encarnó nuevamente, sacrificando la industria nacional (cierre de fábricas, especulaciones financieras privadas, ganancias rápidas y generación de “la patria contratista” en el corazón de la Capital Federal).

Algunos años después solo los “hijos del interior” volverían a ser sacrificados en la guerra de las Malvinas como lo fueron también en las de la independencia donde siempre hubo un solo ganador: el puerto de Buenos Aires.

Las crisis políticas volvieron a enmascarar los problemas de fondo y con tal de afianzar la necesaria institucionalidad democrática durante el gobierno de Alfonsín, se postergaron las políticas de distribución de ingresos entre clases y provincias.

Carlos Menem privatiza empresas estratégicas y Cavallo, su ministro de economía, comienza a imponer el concepto de “provincias inviables a las que no conviene apoyar”, con fuerte concentración de capitales en pocas manos.

La alianza opositora tampoco consiguió revertir las asimetrías, y los cambios de frente de centro izquierda original a nuevamente una centro derecha cavallista no resolvió el problema.

La caída del gobierno de De la Rua, la presencia de muchos Presidentes en pocos días, la transición de Eduardo Duhalde y la imposición de su delfín (en ese momento), Néstor Kirchner y luego la esposa de este, Cristina Fernández, daría lugar a una Argentina traicionada por los “porteños del interior”, que rápidamente se acomodaron, como tantos otros, a las tan afamadas diez manzanas alrededor de la Casa Rosada.

Pocas veces se vio, en los últimos tiempos, un gobierno que concentrara tanto poder para manejarlo discrecionalmente disfrazado de “política federal”. Pocas veces también se ha visto tanto la complicidad de la oposición en este sentido.

Todos pregonan por una ley razonable de coparticipación federal, pero pocos hacen por ella. Antes recaudaba la Aduana y el poder central no distribuía o distribuía mal. Hoy se recauda a través de numerosos impuestos y retenciones, muchos de los cuales no son coparticipables a pesar que todo el país genera las ganancias.

Hernandarias, Artigas, Castelli, Belgrano, San Martín y tantos otros no podían estar equivocados cuando se oponían al centralismo de Buenos Aires.

Todo nace y muere en el puerto, hasta hoy. O se está de acuerdo con él o persiste el riesgo es ser eliminado.

Así fue, y parece que así será hasta, que haya muchos Chacho Peñaloza. Nosotros, los del “interior profundo” (como les gusta decir a muchos periodistas porteños), seguiremos esperando.