sábado, 24 de junio de 2017

Soy la maestra argentina, segunda madre y obrera...


Poemas sentidos como los de María Elena Walsh (a la que le tomé prestado el título de este escrito), Luis Landriscina (a su señorita Rosa) o Félix Luna (a Rosario Vera), no podrían haber representado mejor a quienes seguimos viendo, aún en estos días: maestras y maestros rurales que dan su vida por pocos pesos, cumpliendo misiones imposibles.

Tal vez la más conocida, por la difusión de su obra, haya sido Rosario Vera Peñaloza, una riojana “de los llanos” que representa a otras miles de nuestros desiertos, punas, pampas, cuchillas, llanos, quebradas, sierras, selvas y montañas, que hoy siguen esperando el reconocimiento de una sociedad hipócrita amontonada en las grandes ciudades.

El relato de su vida y la de otras tantas tal vez sacuda nuestra modorra educativa.

¿Dónde estamos parados? 
Mientras he recorrido miles de kilómetros por huellas y caminos rurales del país (la mayoría por oficio, y el resto por ganas de conocerlo), miraba siempre con admiración y dolor la existencia de escuelitas rurales. Dolor por la pobreza y admiración por las maestras y maestros que tienen esos destinos. 

Todos los gobiernos se golpean el pecho apostando a la educación, pero “las rurales” siguen ahí, casi tan pobres hoy como cuando empezaron. Hasta “escuelas ranchos" las llaman…

Al buscar estadísticas los números no hacen mas que revelarnos la verdad desnuda, como los niños que allí asisten.

En los noticiarios vemos el resultado de algunos censos:

 

·         En el país, hay 15.600 escuelas rurales (el 38 % del total)

·         El 61% residen en el campo. En el Nordeste y en el Noroeste, del total de colegios, un 70% es rural, y en Cuyo, un 54%
·         Más de 1.000.000 de alumnos asisten a ellas (el 10 % de los alumnos del país).
·         Más de la mitad de chicos (unos 500.000), y maestros (unos 25.000), va a pie a la escuela. Unos 2.000 docentes usan bicicleta, caballo, burro, carro, bote o lancha.
·         El 30 % de las escuelas rurales (unas 4.600), están aisladas y tienen un solo maestro
·         El 40 % de las escuelas rurales tiene docente único y la enseñanza se organiza en plurigrado (un eufemismo para ocultar la miseria de las políticas educativas).
·         Las provincias con mayor concentración de alumnos rurales son Buenos Aires, Misiones, Santiago del Estero, Córdoba, Tucumán y Santa Fe.
·         Solo el 25 % de las escuelas rurales tienen agua potable
·         El 18 % se calefacciona con leña, carbón o querosén. 

Los censistas responsables manifestaron:

"La mayor dificultad fue la de llegar a las escuelas, en la mayoría de las provincias, a pesar de contar con censistas baqueanos. Algunos tuvieron que viajar en mula; otros, en lancha; en el Norte caminaron durante ocho horas y los del Sur acamparon durante más de 15 días para censar un puñado de escuelas".

"El estado de deterioro y abandono de las estructuras, que pudo relevarse en las zonas más inhóspitas del país, y el grado de desconexión de las escuelitas con los centros urbanos más próximos son algunos de los desafíos que deberán tratarse en el futuro",
Algunos maestros rurales expresaban:

"Como no podemos ir a ningún lado porque no tenemos caminos aprovecho esa plata para comprarle zapatillas y calzado a los alumnos. Hasta la supervisora de la zona me increpa: 'cuándo van a hacer los caminos porque yo quiero conocer la escuela'".

"Me inquieta que el federalismo siempre estuvo y sigue estando acá nomás, a un par de cuadras -dice durante la entrevista en un edificio histórico del microcentro porteño- Todo se centra en Buenos Aires, y yo creo que los gobiernos deben trabajar de una vez por todas para que los chicos cuando crecen no quieran irse de su tierra. 

Que tengan las mismas oportunidades que en la ciudad, que el campo les de trabajo, les permita progresar y desarrollarse, que amen su lugar y no quieran irse. Pero sucede todo lo contrario, y en tanto la educación rural siga siendo considerada una "modalidad" no vamos a tener éxito".

Señorita maestra. Una pionera
Por suerte, hace más de 100 años alguien se encargaba de los más necesitados, de los más chiquitos, hambrientos de letras y palotes. Alguien que vivió y sufrió “desde el interior profundo” (como les gusta decir a los periodistas porteños), fue la encargada de representar desde ese momento a las miles de maestras rurales. Se llamaba Rosario Vera Peñaloza.

Sus grandes obsesiones fueron la Reforma Escolar Argentina, los Jardines de Infantes y la Formación Docente. Estas consumieron su vida de investigación y práctica, ensamblando la ciencia y el espíritu desde la sagacidad analítica que caracterizó su pensamiento.

Era Navidad de 1872, mientras el país estaba presidido por Domingo Faustino Sarmiento, cuando por los pagos de Atiles, en los llanos riojanos, don Eloy y doña Mercedes traían al mundo a Rosario. Estos pagos de la “costa alta” de los llanos que tiene por vecinos dilectos a Facundo Quiroga y al Chacho Peñaloza.
Era bisnieta de Nicolás Peñaloza, quien por vía del primer matrimonio de este fue a su vez abuelo del general Ángel Vicente "Chacho" Peñaloza.
Fue la menor de cuatro hijas, no llegando a conocer a su único hermano varón quien falleció al poco tiempo de haber nacido. Su corta vida le mostró el sufrimiento. Quedó huérfana de padre a los 10 años de edad, y su madre falleció poco tiempo después.
A raíz de la derrota del proyecto nacional federalista durante las Guerras civiles argentinas, en La Rioja habían desaparecido las escuelas, por lo que asistió a la escuela primaria en un establecimiento privado de las hermanas Villascuse, en la ciudad de San Juan donde residió en la vivienda de sus parientes próximos.
Regresó a su provincia natal a los 12 años de edad. Su madre de crianza a partir de allí fue su tía materna Jesús Peñaloza de Ocampo. Ingresó en la Escuela Normal de La Rioja, que habían fundado ese mismo año Annette Haven y Bernice Avery, dos de las maestras estadounidenses traídas por Sarmiento.
Allí realizó los estudios secundarios y cursó la carrera de Magisterio, recibiéndose de Maestra Normal. Su espíritu crítico y la vocación de desarrollar sus ideas hicieron que se trasladara a la ciudad de Paraná, donde a los 20 años obtuvo el Título Superior de Enseñanza. Fue alumna de Sara Eccleston, otra maestra estadounidense quien tendría sobre Rosario una fuerte influencia en la formación pedagógica de la primera infancia.
En esta ciudad litoraleña comenzó su ejercicio en la docencia. Se destacó por su talento y su carácter enérgico aunque a su vez pausado. En 1900 fundó el jardín de infantes anexo a la Escuela Normal de La Rioja, el primero de una larga serie de jardines fundados en las ciudades de Buenos AiresCórdoba y Paraná.
Ocupó numerosos cargos directivos de relevancia en La Rioja, Córdoba, Paraná y Buenos Aires, caracterizándose por sustituir a cualquier maestra o profesora que faltara. Recorrió Argentina impulsando la enseñanza y transmitiendo las nuevas técnicas en la creación de bibliotecas.
En 1931 creó el Museo Argentino en el Instituto Félix F. Bernasconi, basado en la teoría pedagógica de Joaquín V. González, que tomaba la Geografía como base de toda enseñanza, que, si bien fue resistida por sus pares, fue el motor que impulsó la creación del museo, al cual dedicó 17 años de su vida en forma totalmente desinteresada y altruista.
Sus principales postulados fueron la actividad creadora, lograr el conocimiento a través del juego y de la exploración, la agudización de los sentidos, la expresión oral a través de la narración creativa de los niños y de la literatura infantil, el uso de las manos como herramientas creadoras.
Para Rosario Vera Peñaloza, el juego en el jardín de infantes adquiere un valor de estrategia casi excluyente y lo confirma cuando dice: “...es así como trabajamos, aunque parezca que jugamos”.
Consideró a la infancia como el tiempo por excelencia para la formación de los seres humanos, pensando más en el presente de esa infancia y convencida que ello brindaría instrumentos para afrontar dificultades futuras. Reconocía el valor del juego y la libertad como promotor del ocio creador. Sin lugar a dudas, el avance de los jardines de infantes en la Argentina se debió al impulso dado por Rosario Vera Peñaloza junto al grupo de maestras que la acompañaban. Fue una investigadora nata, adaptando los principios pedagógicos de autores internacionales a la realidad argentina.
Su eterna lucha
El comienzo del siglo xx en nuestro país no fue del todo auspicioso para el jardín de infantes. Aquel jardín de infantes, que contó en los inicios con el apoyo de los gobernantes para extenderse en el país, iba perdiendo progresivamente el aval de los funcionarios de turno. La situación para su expansión se tornó cada vez más adversa.
Quienes ejercieron cargos de poder en el ámbito educativo coincidían en considerar que representaban un gasto inútil para la Nación. Otros argumentaban que, pese a que no desvalorizaban su fundamento pedagógico, entendían que no era una institución imprescindible para ese momento y coyuntura histórica del país, dado que la prioridad era alfabetizar a la mayor parte de la población a través de la escuela primaria.
Un hecho que marca este viraje en las decisiones políticas en torno al jardín de infantes es el cierre del Profesorado en Kindergarten, que se había fundado en Buenos Aires en 1897 bajo la dirección de Sara Eccleston. Sorteando las limitaciones económicas y las críticas adversas, el Profesorado Especial en Kindergarten estuvo vigente hasta 1905 (bajo la presidencia de Quintana), cuando un decreto ministerial lo clausura y lo convierte en una Escuela Normal para Maestros de Primaria.
El Ministro de entonces, Joaquín V. González, toma dicha decisión a partir de informes adversos presentados por el entonces Inspector de Enseñanza Secundaria y Normal, Leopoldo Lugones. Se instala, desde entonces, una nueva polémica, ya que por primera vez, se pone en cuestión la responsabilidad del Estado frente a la educación de la primera infancia y la función social del jardín de infantes.
Por un lado estaban las “maestras jardineras”, y algunos pocos pedagogos, mientras que por el otro se encontraban los “normalistas” quienes opinaban que tal educación era de índole doméstica y que por tanto, el Estado no debía intervenir de ningún modo en su propagación.
Rosario Vera Peñaloza denunció en ese momento la maniobra que había ingeniado Leopoldo Lugones cuando organizó en Buenos Aires el Primer Congreso Pedagógico, al que sólo fueron convocados los directores de escuelas normales y escuelas primarias.
Excluyó a las “maestras jardineras”, precisamente cuando el tema convocante era analizar la validez del jardín de infantes como institución educativa.
La consigna dada por Lugones fue que los directores opinaran si los niños que asistieron al jardín de infantes estaban más o menos adelantados, disciplinados, formados en hábitos con respecto a los niños que ingresaban a Primer grado sin haber asistido al jardín de infantes.
Algunas de las conclusiones a las que arriban los maestros y pedagogos normalistas es que la edad más adecuada para el ingreso de los niños al sistema educativo era a los 7 años (“la dedad de la razón”). Este criterio, sin duda, alude a una noción sobre el jardín de infantes que lo supone incompetente como institución educadora, pero además da indicios de una idea de “ineducabilidad” de la primera infancia.
Esto deja traslucir una concepción que entiende a la primera infancia como “salvaje e indómita”, y en consecuencia presupone que:
“hay que domesticar al salvaje, dentro del ámbito del hogar, hasta que esté preparado para recibir la instrucción e incorporarse al orden de la cultura”
Sólo a modo de punteo rescataremos algunas ideas que mantienen cierta vigencia pedagógica y política. A saber:
·  Denuncia la responsabilidad política y social del Estado respecto de la educación de la primera infancia. 
·   Advierte a toda la sociedad sobre la importancia de nutrir no sólo el cuerpo infantil sino también su alma. 
·     Trabaja para que los niños vivan su infancia como una etapa plena y feliz, durante la cual la educación debería promover el descubrimiento y el desarrollo de la creatividad. 
·  Valora la tarea del docente como un referente pedagógico y ético que transmite y recrea cultura y valores. 
·  Interpreta que la didáctica permitiría llevar a la práctica los discursos pedagógicos. Busca la coherencia y la permanente reflexión entre teoría y práctica. 
·   Considera que el Jardín de Infantes es una institución educativa integral, útil, necesaria e insustituible.
Cuando cumplió los 50 años como docente, sus colegas, alumnos, ex alumnos y amigos (de nuestro país y de los países vecinos), le ofrecieron un gran homenaje y le regalaron un libro con dedicatorias y firmas encabezado con el siguiente texto:
"A Rosario Vera Peñaloza, espíritu superior, noble y generoso, mujer abnegada y educadora ejemplar, que se ha dado y se da por entero a la educación sin reparar en sacrificios y sin esperar recompensa".
En oportunidad de un homenaje que le hacían en Chamical (La Rioja), pues allí se creaba el jardín de infantes con el nombre de ella y mientras festejaba, se hizo ostensible su enfermedad. La trasladaron en carruaje a la ciudad de La Rioja, donde fue internada.
Muy pronto Rosarito empezó con hemorragias, que inequívocamente indicaba su cáncer terminal. Vivió los últimos años de su vida en Buenos Aires. En febrero de 1950 cayó enferma, y falleció el 28 de mayo, a los 77 años.
Su obra escrita es muy variada y su pensamiento se encuentra en: El hombre que rehusó el Olimpo; Los hijos del sol; Historia de la Tierra; Un viaje accidentado; Cuentos y poemas; Pensamientos breves sobre juegos educativos; Enseñanza práctica de las fracciones; Herencia sagrada; La casa histórica de Tucumán; La industria del tejido; La tejeduría hogareña; Mi credo patriótico; El paso de los Andes por las seis rutas; Estudio comparativo de los sistemas Montessori y Froebeliano; Enseñanza práctica de la geometría en la escuela primaria; y Metodología El Kindergarten en la Argentina.
En su memoria, la fecha de su fallecimiento se declaró como "Día Nacional de los Jardines de Infantes" y "Día de la Maestra Jardinera" en Argentina.



Anexo  - Poemas a nuestras maestras rurales
  

    Rosarito Vera, maestra 
            (Zamba)
   Félix Luna  y Ariel Ramírez 

¡Bienhaiga! niña Rosario  
todos los hijos que tiene,  
¡millones de argentinitos  
vestidos como de nieve! 

Con manos sucias de tiza  
siembras semillas de letras  
y crecen abecedarios  
pacientemente maestra.

Yo sé los sueños que sueñas  
Rosarito Vera, tu vocación,  

pide una ronda de blancos delantales  
frente al misterio del pizarrón. 

Tu oficio, que lindo oficio  
magia del pueblo en las aulas.  
Milagro de alfarería  
sonrisa de la mañana. 

Palotes, sumas y restas  
tus armas son, maestrita,  
ganando mansas batallas  
ganándolas día a día.


      Campana de palo

         (Zamba)

     María Elena Walsh


Soy la maestra argentina,
segunda madre y obrera.
Mis niños andan descalzos,
mi escuela es una tapera.

Soy la que siembra destinos
del mar a la Cordillera,
donde no llega la tiza
y el libro es una quimera.

Campana de palo
repica en la soledad.
Letras de pólvora y piedra
el tiempo amontonará.
Pobrecita patria en flor,
hasta aquí llegó mi amor.


Soy la maestra argentina,
la que está sola y espera.
Vivo zurciendo penurias
y consolando miserias.

Soy la que enseña a sus hijos
a venerar la bandera
de este país generoso
del corazón para afuera.

Maestra De Campo
        (Poema)
   Luis Landriscina. 

Por la pereza del tiempo
el otoño estaba tibio, 
ya que en el Chaco, el verano
es como dueño del sitio.
Y a veces demora en irse
sin importarle el destino.

Por eso es que aquella tarde
cuando bajó en la estación
del lerdo tren en que vino
su cuerpito era una brasa
por nuestro clima encendido.

Y se quedó en el andén
como asustada y con frío
por ser mucha juventud
pa´terreno tan arisco.

A más mujer, buenamoza
y en pago desconocido.
Y allí se quedó parada
en vago mirar perdido por, 
por querer disimular
su temor a estar tan sola
y sin saber el camino.

Pero al momento nomás, 
las toscas manos de un gringo, 
callosas de tanto arar
y de pelearlo al destino
se acercaron bondadosas
y con ternura de niño
le dieron la bienvenida 
en nombre de la escuelita
que hace mucho la esperaba
triste en el medio del monte
pa´ que alegrara a sus hijos.

Subieron al viejo carro
de aquel colono sufrido, y
y comenzaron a andar
entre una nube del polvo
por el reseco camino.

Cuando llegaron al rancho
la noche ya había encendido
sus farolitos del cielo
y el canto triste del grillo.
 

Y fue por eso tal vez
que entre las cuatro paredes
de aquel su humilde cuartito
una angustiosa tristeza
entraba a clavar cuchillos
como queriendo matar
esa noble vocación
que en su pecho había nacido.

Pero llegó la mañana
y el sol con todo su brillo
desdibujó las tinieblas
que habían querido torcer
las huellas de su destino.

Y aunque llorando por dentro
masticando soledad 
en aquel lejano sitio
puso firmeza en el paso 
y fue a buscar el amor
de aquel puñado de niños
que hace mucho la esperaba
en la escuelita de campo
clavada en pampa del indio.

Y desde entonces su vida
se hizo horcón de guayacán
se hizo paredes de adobe
se hizo terrón para el quincho
y armó con todos sus años
aquel rancho para el alma
con un letrero invisible
que decía en letras de amor
"Aquí hay saber y cariño".

Y fueron 30 los años
y fueron muchos los niños
que luego se hicieron hombres
y mandaron a sus hijos.

Ella, ella no pudo tenerlos
porque la flor de su vida
se marchitó entre los montes
y nunca llegó el amor 
a golpear en la ventana
de su rancho de cariño.
 

La escuela, la escuela 
le había pedido
hasta ese sacrificio
que se quedase soltera
porque precisaba intacto
todo el amor que tuviera
para entregarlo a los chicos.

Y en eso, en eso de darlo todo, 
un tibio día recibió
en una nota oficial
algo que la estremeció:
después de mucho esperar 
el concejo le anunciaba
que había sido jubilada
en premio por su labor.
¿Era premio o era castigo?
Mil veces se preguntó.

No se vaya señorita, 
quédese a vivir aquí, 
si nosotros la queremos
por qué se tiene que ir.

Esas voces y unas manos 
que se agitaban sin ruido
fueron únicos testigos
de aquella amarga partida.
Ella entraba en el olvido
allí dejaba sus años
allí dejaba su vida.

La polvareda del sulky
y manitos color tierra
fueron su único homenaje
en aquella despedida.
¡Adiós señorita Rosa!
¡Adiós maestra de campo!

En usted a todos les canto
los maestros de mi tierra
no sé si mi estrofa encierra 
y expresa lo que yo siento, 
pero tan solo pretendo
oponer a tanto olvido 
mi simple agradecimiento, 
ya que la Patria les debe
el más grande y merecido 
de todos los monumento.

 

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