Los porteños siempre le
temieron a Córdoba por lo que la docta significaba en materia política, y no se
perdieron la oportunidad de burlarse, seguramente
con motivos, de Miguel Juárez Celman.
Una vez más un provinciano
les “había robado” la nominación a Presidente de la Nación, y esta vez no estaban
dispuestos a dejarla pasar.
A la seguidilla del
sanjuanino Sarmiento, de los tucumanos Avellaneda y Roca, les llegaba (de la
mano del “zorro del desierto”), este ignoto cordobés con ínfulas
aristocráticas.
Pero como el poder corrompe
y no respeta lealtades, la salida de Juárez Celman con el tiempo fue
inevitable, y al grito de “Y ya se fue, y
ya se fue, el burrito cordobés”, la poblada porteña que, aunque ganadora de
la Revolución del Parque, despedía la cobardía de don Miguel.