martes, 31 de octubre de 2023

Un divorcio histórico: el campo y el socialismo

 




Está ampliamente documentado que el socialismo nunca se llevó bien con el campo, y, en los momentos de máximas necesidades de los obreros rurales, no pudo hacer mucho a pesar del esfuerzo y buena voluntad de sus dirigentes. Esto tiene muchas explicaciones, pero la “madre” de esta verdad es que las ideas socialistas siempre se trabajaron en ambientes urbanos.

También es cierto que el concepto de “campo” aparece como una ambigüedad, ya que ser obrero o familia rural, arrendatario, o propietario, forman parte del concepto pero no gozan de las mismas características. Por otra parte todas estas figuras pueden formar parte de “campo grande” o “campo chico”  que a su vez se pueden dividir en campos de subsistencia, rentables o no rentables.

El nuestro es un país urbano, aunque no lo parezca. Hoy el 91 % de los habitantes viven en pueblos y ciudades, y se estima que en el 2030 esta cifra se estirará al 94 %.

El límite entre campo y ciudad siempre estuvo muy marcado desde la colonización, sin embargo nadie tuvo en cuenta que esa no era una línea divisoria, era una franja divisoria bastante amplia que conformaba una interfase de obreros urbanos y obreros  rurales, cuyas pretensiones de ascenso social no eran (ni son) las mismas.

Esto es tanto más grave cuanto más grande es el perímetro urbano.

Los partidos de izquierda nacionales en sus orígenes, por lo general, ni siquiera llegaron a la franja, y su ámbito de acción es la urbanidad pura. Los detractores de estos los asocian a una intelectualidad manifiesta en “la mesa de café”.

Veamos quienes y como interactuaron, desde los partidos de izquierda, con el sector rural, particularmente a finales del Siglo XIX y XX. Algunos propugnaban y defendían el latifundio, mientras que otros promocionaban el libre mercado o el movimiento cooperativo autogestionado.

Más cerca en el tiempo las bases se organizan y se generan movimientos mucho más revolucionarios y efectivos que los del tiempo pasado.

Campo y socialismo. Sus orígenes

Tal vez sea más fácil comprender el alcance de personas que de partidos cuando hablamos de problemas sociales del sector rural argentino. Por esta razón podemos centrar la atención en dos políticos de profusa actuación: Germán Avé Lallemant y Juan B. Justo.

 

¿Quién fue Germán Avé Lallemant?

A casi 130 años de la fundación del Partido Socialista Argentino, la construcción del pensamiento socialista en nuestro país, no comienza con la simbólica fundación del partido, sino que se remonta a varios años antes.

Le cabe un lugar importante al ingeniero alemán Germán Avé Lallemant, considerado por muchos autores como el “padre” del marxismo en Argentina.

Como parte de la indagación en las ideas originales del socialismo, es interesante evaluar el pensamiento de este solitario científico y periodista, que desarrolló una amplia labor en ésta, su patria adoptiva, desde su llegada en 1868 hasta 1910, año de su muerte. 

Nació en 1835 y a los 33 años llegó a nuestro país. Era agrimensor de profesión pero con una fuerte formación en varias áreas de la ciencia (minería, geología, biología de flora y fauna).

Se radicó en 1878 en la provincia de San Luis, y mientras realizaba estudios geológicos comenzó a militar en la Unión Cívica Radical de esta provincia y luego en el socialismo. Fue docente e investigador en el área minera en todo Cuyo.

En sus habituales viajes a Buenos Aires se conecta con el Club Vorwärts, formado por socialistas alemanes, escribiendo desde entonces varios artículos sobre temas sociales para el periódico que el grupo publicaba, en los que evidencia una postura marxista.

En 1890 y hasta febrero de 1891 se radicó en Buenos Aires, participando activamente en las luchas sociales, principalmente en el movimiento obrero como miembro del Club Vorwärts.

En diciembre de 1890 funda y dirige hasta febrero de 1891 el periódico El Obrero, que será adoptado como órgano de la primera federación obrera que intentó formarse en Argentina ese año.

En 1891 vuelve a radicarse en San Luis. En estos años publica gran cantidad de artículos en el periódico La Agricultura de Buenos Aires. En 1896 se radica nuevamente en Buenos Aires y se integra al equipo estable de redactores del periódico La Agricultura. Lallemant desarrollará en este medio una extensa colaboración periodística.

El semanario, "defensor de los intereses rurales e industriales", nacido del riñón del diario La Nación y que funcionara un tiempo en sus mismas oficinas, fue quizás una de las publicaciones más serias de la época referidas al desarrollo de la economía agraria. En ella colaboró, además de Germán Avé Lallemant, otro socialista: Antonino Piñero.

En 1896 se presenta como candidato a diputado nacional por el Partido Socialista. Es el segundo en la lista, después del doctor Juan B. Justo. En octubre de 1898 vuelve a San Luis donde es nombrado Jefe de la Oficina de Estadísticas de la Provincia.

En 1900 ocupó brevemente el cargo de Jefe del Departamento de Topografía y Obras Públicas. Sus años finales los pasó realizando estudios para ampliar su mapa topográfico de la provincia, con vistas al Centenario de Argentina en 1910. Ese mismo año, muere el 2 de septiembre, en San Luis.

Fue colaborador y corresponsal de las principales instituciones científicas argentinas, casi desde sus fundaciones: La Sociedad Científica Argentina (desde 1874), la Sociedad Entomológica Argentina (desde 1874), la Academia Nacional de Ciencias, de Córdoba (desde 1875), la Sociedad Geográfica Argentina y el Instituto Geográfico Argentino.

Entre sus invenciones se destacó un higrómetro, modificando el tubo de Kundt. Usó y fabricó por primera vez dinamita en Argentina.

Fue el primer científico “argentino” en llamar la atención sobre la importancia del petróleo y los posibles yacimientos que podían encontrarse en el país.

Lallemant también realizó aportes importantes en materia de meteorología, arqueología, folklore, flora. Promovió la industrialización del país y el desarrollo de la educación técnica, en una época que la tendencia dominante del gobierno era dedicarse exclusivamente a la producción agropecuaria y dar prioridad a la educación general (bachillerato) y comercial.

 

¿Quién fue Juan Bautista Justo?

Nació en Buenos Aires en 1865.  Fue médico, periodista, político, parlamentario y escritor argentino, fundador del Partido Socialista de Argentina (que presidió hasta su muerte), del periódico La Vanguardia y de la cooperativa El Hogar Obrero.

Se desempeñó como diputado y senador nacional. Fue defensor del socialismo de libre mercado y el movimiento cooperativo autogestionado. 

Juan B. Justo realizó sus estudios de medicina en la Universidad de Buenos Aires. Tras recibirse, viajó a Europa, donde se interiorizó de las ideas socialistas.

Sus primeros trabajos como periodista los realizó en el diario «La Prensa», como cronista parlamentario. A principios de la década de 1890 comenzó a escribir en el periódico socialista «El Obrero».

En 1894, junto a Augusto Kühn y Esteban Jiménez fundó el periódico La Vanguardia. Para costear su impresión y difusión vendió el coche que utilizaba en sus visitas de médico y empeñó la medalla de oro que le había otorgado la Facultad de Medicina. Dos años más tarde, con la fundación del partido Socialista, se convertiría en su órgano oficial.

En septiembre de 1905, «La Vanguardia» se convirtió en diario y en un importante medio de difusión cultural, excediendo su propósito original de difusión de las ideas socialistas. Justo dirigió el diario hasta su muerte.

Juan B. Justo formó parte de la Unión Cívica de la Juventud y luego de la Unión Cívica en 1889. Durante la Revolución del Parque, en 1890, atendió a los heridos del lado revolucionario.

Poco después, Justo fue involucrándose en los círculos obreros y en las corrientes socialistas, hasta que en 1896, junto a Esteban Jiménez, Augusto Kühn e Isidoro Salomó fundó el Partido Socialista Argentino (PSA), que presidió el resto de su vida.

Como presidente del partido, intervino en los congresos socialistas de Copenhague y Berna. Asimismo, fue la primera persona en traducir El capital de Karl Marx del alemán al español.

En 1905 fundó la cooperativa El Hogar Obrero y el 8 de septiembre de 1910, se convirtió en la primera cooperativa "no europea" admitida en la Alianza Cooperativa Internacional.

En 1912, Justo fue elegido diputado, cargo que ocupó hasta 1924, cuando fue elegido Senador, siempre por la Capital Federal.

En 1921 se casó con la famosa defensora del feminismo en nuestro país, Alicia Moreau.

Como diputado, presidió la comisión investigadora de los trusts, y participó de los debates que llevaron a la Reforma Universitaria de 1918. Justo presentó numerosos proyectos de ley en materia social, contra el juego y el alcoholismo y para eliminar el analfabetismo.

Lallemant vs. Justo

Mucho escribió Lallemant sobre la economía de la Argentina. En sus artículos en La Agricultura, a pesar de ser una revista para los medianos y grandes propietarios de tierras, se esfuerza por explicar pacientemente la teoría del valor, de la plusvalía, la renta de la tierra, nociones de economía política marxista a partir de las cuales elabora sus concepciones sobre la realidad nacional.

Tomaremos algunas de sus ideas para visualizar qué diagnóstico traza de nuestro país y cuál es la vía de solución que propugna. 

Lallemant plantea que la división internacional del trabajo decidió que fuéramos un país agrícola. Sobreponerse a esto en forma ficticia es tratar de dar vuelta hacia atrás la naturaleza del propio país. Nuestro destino, por el suelo, la escasa población, la historia, es ser un país agrícola y proveer de materias primas al resto del mundo.

Se pronuncia, claramente, en contra de una gran industria nacional. "Existen dos fábricas de cerveza, tres o cuatro de fósforo, otras tantas de calzado, una media docena de alcohol, una de tejidos de lana, unas seis de géneros de puntos, que no alcanzan a vender ni la cuarta parte de lo que pueden producir con sus maquinitas (sic), una de papel y otra de ¡dinamita!".

“No hay mercado para una gran industria. Tenemos poca población, con hábitos alimenticios sencillísimos y un clima muy benigno, con lo cual las necesidades de alimentos, abrigo y vivienda son mínimas. 

"La industria creada artificialmente bajo el sistema del proteccionismo no aumenta el grado de productividad de la nación, lo retarda más bien, porque el proteccionismo es entre nosotros una rémora para el desarrollo de la agricultura, que necesita hoy en día absolutamente de la mayor baratura posible de todos los medios de subsistencia, para poder reducir el precio de costo de sus productos y salir triunfante en la terrible lucha de competencia que tiene que sostener sobre el mercado universal".

Coincidentemente con la denuncia de una industria nacional artificial, aboga contra el proteccionismo y por el librecambio.

Esto explica, entonces, la conocida posición de Lallemant favorable al latifundio y en contra de la soberanía económica del país. En una serie de artículos de La Agricultura, que generaron una larga polémica, se pronuncia a favor de la capitalización de los latifundios y en contra de la colonización inmigratoria, que genera una masa de arrendatarios, aparceros y proletarios rurales, alrededor y dentro mismo de las grandes extensiones de hacienda dedicadas a la ganadería.

"¡La colonización en su forma actual es un peligro, una desgracia y un oprobio para el país!". "La civilización es imposible bajo esta condición de la vida humana".

"El fomento de la explotación de latifundios es lo que necesitamos. No la propiedad de latifundios en manos sin capital circulante, sino la explotación gran capitalista de vastas tierras en manos de empresarios fuertes, o sociedades anónimas".

Apunta, todavía, respecto del futuro del problema agrario:

"La época de la colonización va desapareciendo, porque el producto del trabajo del colono no es suficiente para poder responder a las exigencias del mercado universal, y por eso la colonización va en decadencia"

Lógicamente, el gran terrateniente es quien puede poseer el capital para adquirir las máquinas más modernas y explotar el campo en forma más “racional” y eficiente. La pequeña propiedad tendrá siempre una mecanización menor, baja eficiencia, poco desarrollo, sufrirá el agotamiento del suelo, etc.

Sin embargo, el latifundista se dedicó siempre a la ganadería, y los arrendatarios y propietarios menores a la agricultura. Lallemant quiere que la gran propiedad del campo se dedique al cultivo, sin arriendos y con inversión de capital "genuino". Pero la ganadería ofrece grandes y fáciles ganancias al estanciero, quien no "comprende" las razones que le ofrece el ingeniero alemán. A éste no le queda más que lamentarse:

"Lástima que la medalla (la ganadería), tenga un reverso tan feo: el empobrecimiento siempre creciente de las grandes masas de la población, la acumulación de los déficits fiscales, las moratorias y la bancarrota del Estado al fin".

En este tema se observan una serie de contradicciones en las ideas de Lallemant. En principio, no existe manera de que el latifundio se dedique a la agricultura si no es por medio del arrendamiento, la pequeña parcela o la pequeña propiedad, y esto implica ya el surgimiento de una clase campesina opuesta al latifundista, quien oprime al campesino por medio del arriendo, del ahogo financiero o lo explota a través del molino, del crédito, etc.

El crecimiento de la agricultura con respecto a la ganadería, al contrario de lo que plantea Lallemant, esconde en realidad la lucha entre la pequeña propiedad y el latifundio.

Así, para Lallemant, el desarrollo del capitalismo en la Argentina se dará a través del latifundio, no a través de la industria y tampoco a través de la pequeña propiedad agraria.

Lo que existe de estas dos, según Lallemant, está en decadencia, sobrevive con protección o gracias a la auto explotación desmedida del campesino, es cara e ineficiente.

Esto demuestra que la ruta de victoria del capital, para Lallemant, poco tenía que ver con los modelos de Europa y Norteamérica. Allí, el capitalismo de la ciudad necesitó la reforma agraria, la fragmentación de la propiedad fundiaria y la maquinización de la producción del campo.

Esto generó primero demanda de máquinas que la ciudad pudo proveer, y además, a través de la multiplicación del trabajo del cultivo, alimentó un mercado interno no sólo reducido a las ciudades. Es decir que el desarrollo de la agricultura acompañó al desarrollo de la industria, y no como pensaba Lallemant, que podía generarse un gran latifundio agricultor y maquinizado, sin ciudades y volcado exclusivamente al mercado externo.

El socialismo argentino no tenía una mayor elaboración sobre el problema agrario. El programa de 1896 apenas mencionaba el hecho de que, ya ocupado todo el territorio de la república, se abría paso a la explotación capitalista del campo, lo cual no pasaba de ser una generalidad.

Recién en el año 1902, después de una estadía de dos años como médico rural en el pueblo de Junín (corazón de la Pampa Húmeda), Juan B. Justo elabora unas tesis aprobadas luego en el cuarto congreso del partido socialista, en La Plata, en donde se aprueba incorporar al programa mínimo del partido la abolición de los impuestos que gravan la agricultura, exención impositiva para las viviendas obreras rurales, contribuciones directas y progresivas sobre la renta de la tierra, reglamentación del trabajo agrícola y otros puntos más.

Para José Aricó, esa experiencia y el viaje de estudios que Justo había realizado a Estados Unidos en 1895 lo llevaron a formular una propuesta para Argentina partiendo del rechazo al modelo estadounidense, basado en la industria.

Se ubica entonces el programa socialista en la defensa del pequeño propietario, del agricultor y del proletario rural, víctimas todos de la explotación y el ahogo del latifundio, el banco y el impuesto estatal.

Juan B. Justo desarrollará una elaboración mayor en un artículo de 1914, donde ya realiza una defensa más acentuada del campesino y un ataque al latifundio, notándose los ecos de la protesta de los campesinos del sur de Santa Fe, conocida como Grito de Alcorta.

De todas maneras, en su libro Teoría y práctica de la historia, aparecido en 1907, Juan B. Justo desarrolla un concepto opuesto al de Lallemant diez años antes: la propiedad de la tierra, a diferencia de la industria, que tiende a concentrarse, tiende a subdividirse hasta llegar a un punto de equilibrio, en el que el campo es lo suficientemente grande como para realizar grandes inversiones y lo suficientemente pequeño como para poder controlar el trabajo y ahorrar en transporte interno.

Pero no se puede homologar la discusión sobre el problema agrario entre Europa y la Argentina. Las tierras no cultivadas en Europa eran una pequeña minoría, mientras que en Argentina había millones de hectáreas dedicadas simplemente al pastoreo o a la especulación.

El socialismo, más que preocuparse por el logro de créditos "blandos" y exenciones impositivas, debía exigir la nacionalización de la tierra: que el Estado se haga cargo de la mayor riqueza que tenía el país, para entregarla a todos aquellos que la quisieran trabajar, en beneficio de la nación y no en beneficio de una pequeña oligarquía.

Esto traería aparejado el poblamiento del campo, la extensión de la agricultura y la destrucción del poder oligárquico. Lógicamente, sólo el socialismo podía llevar a cabo este programa.

Se puede leer reiteradas veces la denuncia de la acción del capital internacional en los artículos de Lallemant, razón por la cual sus máximos panegiristas lo ubican en una postura antimperialista decidida, en oposición a Juan B. Justo, propenso a la participación del capital internacional en nuestro país.

"Sin conquistas políticas, sin barcos ni cañones, el capital inglés exprime, pues, de la Argentina, en valor relativo, 17 veces más de lo que extrae a sus súbditos indios". "Cinco o seis banqueros de Londres ordenan al gobierno de Buenos Aires, a través del embajador argentino, qué debe hacer y qué debe dejar de hacer". "El país ya no soporta la carga y se hunde bajo el peso del imperialismo británico y de su propia administración irresponsable".

Lallemant no es un opositor a la acción del imperialismo en Sudamérica:

"La bandera estrellada (de Estados Unidos) flameará pronto sobre una parte de este continente; los destinos de estas miserables repúblicas, que son totalmente incapaces de gobernarse a sí mismas, serán entonces determinados por la Casa Blanca en Washington. Cuando antes esto suceda tanto mejor, porque únicamente de esta manera es posible pensar que Sudamérica pueda alguna vez ser abierta a la cultura y a la civilización".

"El desarrollo liberal burgués de Sudamérica, su liberación del sistema de violencia dominante de las oligarquías que todo lo absorben, será posible únicamente cuando el panamericanismo extienda sus alas en este continente. La oligarquía es un enemigo a muerte del panamericanismo".

El pensamiento de Lallemant era, entonces, más antinacional y pro-oligárquico que el de Juan B. Justo

¿De qué tamaño era el campo para los socialistas?

El campo fue un elemento siempre presente en el discurso socialista, y ocupó un lugar privilegiado en la estrategia política que intentó implementar Justo. Pero además del escaso apoyo conseguido por los socialistas de parte de los sectores populares rurales, una de las causas por las cuales puede no haber sido oída su propuesta fueron las limitaciones y contradicciones que contenía su propaganda.

Un intento por superarlas fue la implementación de los “comités de zona”, modalidad que se implementó a mediados de los años ’30 (si bien su idea estaba en germen desde la década anterior), pensados para mejorar e intensificar la evolución de la propaganda en ese espacio

A pesar del escaso peso del socialismo en el campo, éste fue un elemento central en el discurso del Partido Socialista. Muchas de esas ideas intentaron ser implementadas a través del ámbito parlamentario.

En las tres primeras décadas del siglo XX, el Partido Socialista Obrero Argentino se caracterizó por la amplia adhesión electoral obtenida en grandes espacios urbanos, como Capital Federal, Avellaneda, Mar del Plata, Bahía Blanca y Mendoza.

Esto se puede observar a partir de sus éxitos y de sus fracasos electorales, así como en una compilación que abordó su historia, en la que la mayor parte de los trabajos allí contemplados analizaron diferentes dimensiones vinculadas a esos espacios, en especial la Capital Federal. Por el contrario, en el ámbito rural los socialistas tuvieron un respaldo político más limitado.

A pesar del escaso peso del socialismo en el ámbito rural, esta fue un elemento central en su discurso, en especial desde que el congreso partidario de 1901  que aceptó el “Programa Socialista del Campo”, escrito poco antes por Juan B. Justo.

En los años posteriores los socialistas intentaron implementar las ideas presentes en ese plan a través del ámbito parlamentario.

Paralelamente, las difundieron a través de diversos medios, buscando el apoyo electoral de la población urbana y rural. Jacinto Oddone opinaba que la tardanza del socialismo en tener en cuenta a los trabajadores del campo se debió a su origen urbano.

Hasta 1901 su programa mínimo sólo había contemplado las reivindicaciones de un sector de la clase trabajadora, la ocupada en las industrias y que habitaba en las ciudades, sin considerar el trabajo rural, “más importante que el anterior, dada la condición agrícolo-ganadera que tiene la república", pero a medida que el PS se extendió por el interior debió incorporar en su programa disposiciones que contemplaran "todo el problema social argentino".

La ingenuidad política del PS era mayúscula, y esa misma situación, y el desconocimiento absoluto del “problema agrario” y sus protagonistas la heredaron casi todos los partidos de izquierda hasta nuestros días.

Ante el hecho de que en su país el desarrollo capitalista se había vinculado a las actividades rurales, a diferenciaba de otras economías contemporáneas (especialmente de Europa pero no de América Latina), Justo dejo de considerar a la industrialización como condición necesaria para la transformación socialista.

En Argentina los cambios recaerían sobre la clase obrera urbana, los pequeños productores rurales y los trabajadores rurales. Se conformaría un “bloque urbano rural”, una democracia rural basada en el desarrollo agrario.

Por eso el “Programa Socialista del Campo” se dirigía a los trabajadores y ciudadanos: asalariados y pequeños productores urbanos y rurales, que posibilitarían al PS llegar al poder, y esa alianza acabaría con los latifundios y el sistema oligárquico, destruyendo a la “política criolla”.

En abril de 1901 Justo pronunció una conferencia en el club Vorwärts, en la que expuso las ideas que debía impulsar el PS para mejorar la vida de arrendatarios, braceros y peones de estancia.

A los primeros había que asegurarles un plazo mínimo de arriendo, la inembargabilidad de sus elementos de trabajo, la indemnización por las mejoras que dejaran al retirarse de los campos, la abolición de los impuestos que gravaban la producción, y la exoneración del pago dela contribución directa .

De acuerdo al “Programa Socialista del Campo”, el objetivo principal del PS debía ser “la defensa y la elevación del trabajador asalariado”.

En 1901, para el PS el trabajador asalariado rural era más importante que el pequeño productor. Pero Juan B. Justo mencionaba que los beneficios no podían limitarse a los asalariados rurales diseminados por la pampa.

Dudaba que la voz socialista llegara a ellos si antes no la conocían los productores independientes, que hacían vida común con los proletarios.

El socialismo necesitaba apelar también a los agricultores y criadores que producían en una escala moderada, en tanto sus costumbres eran similares a las de los asalariados.

En los años posteriores, el discurso socialista acentuó el rol de los chacareros arrendatarios y propietarios en lugar de los trabajadores asalariados del campo.

Como era de prever, los “comité de zonas” fue un gran esfuerzo destinado de antemano al fracaso, en parte por su carácter pampacentrista (abarcaba solo algunas áreas agrícolas de la provincia de Buenos Aires urbanas y sub urbanas), por no definir el destino de sus acciones y por desconocer el patrón de comportamiento de los diversos estamentos de la sociedad en el campo.

Los “comité de zona” de la Argentina rural eran solo: Adrogue, Avellaneda, Bahía Blanca, Campana, Chascomús, Chivilcoy, Junín, La Plata, Las Flores, Lomas de Zamora, Mar del Plata, 9 de Julio, Pergamino, Quilmes, Remedios de Escalada, San Fernando, San Martín, Tandil y Tres Arroyos, es decir las mayores zonas urbanas, sobre el litoral y las más representativas de la Pampa Húmeda.

Mezclar la problemática económica y social pampeana (cereales, oleaginosas, bovinos, etc.), con la de otros ambientes agrícolas (maní, yerba mate, frutas, hortalizas, vid, algodón, olivo, etc.), y ganaderos del país (caprinos, camélidos, ovinos, etc.), y pretender darle las mismas soluciones de fondo, es no conocer la realidad.

En mayo de 1901, Enrique Dickmann (dirigente socialista luego asociado al peronismo), lamentaba la “falta de conocimientos sobre la vida de la parte más numerosa de la clase trabajadora que habita la vasta extensión de la República”, y consideraba que la explicación para ello era sencilla. Se debía a la ausencia, entre los trabajadores de esas localidades, de personas capaces de elaborar una reflexión y un análisis sobre las causas de su situación.

“Ignorantes y analfabetos en su inmensa mayoría, los trabajadores de las zonas rurales sentían instintivamente su gran malestar, sin darse cuenta de dónde proviene, ni conocer su causa”.

Epílogo

Con “socialistas” que apoyen el latifundio en mano de los grandes capitales, el libre cambio y la eliminación de la industria, apoyando principalmente a la agricultura y ganadería de la pampa húmeda, no nos falta mas nada. Solo la presencia y la palabra rectora de Manuel Belgrano:

"Es pues forzoso atender primeramente á la Agricultura como que es el manantial de los verdaderos bienes, de las riquezas que tienen un precio real, y que son independientes de la opinión, darla todo el fomento que sea posible, y hacerla que prospere en todas las Provincias que sean capaces de alguno de sus ramas"

"La Agricultura es el verdadero destino del hombre. En el principio de todos los Pueblos del Mundo cada individuo cultivaba una porción de tierra; y aquellos han sido poderosos, sanos, ricos, sabios y felices, mientras conservaron la noble simplicidad de costumbres, que procede de una vida siempre ocupada, que en verdad preserva de todos los vicios y males”.

“Se han elevado entre los hombres dos clases muy distintas. La una dispone de los frutos de la tierra, la otra es llamada solamente a ayudar por su trabajo la reproducción anual de estos frutos y riquezas o a desplegar su industria para ofrecer a los propietarios comodidades y objetos de lujo en cambio de lo que les sobra”.

“Mis palabras no son de engaño ni alucinamiento (cuando digo), que hasta ahora han tenido a los desgraciados naturales bajo el yugo de fierro, tratándolos peor que a las bestias de carga hasta llevarlos al sepulcro entre los horrores de la miseria e infelicidad. Yo mismo estoy palpando su verdadera desnudez, sus lívidos aspectos y los ningunos recursos que les han dejado para subsistir”.

“Cuando vemos a nuestros labradores en la mayor indigencia; llenos de miseria e infelicidad; que una simple choza los liberta de las intemperies; que en ellas moran padres e hijos; que la desnudez está representada en toda su extensión, no podemos menos que fijar el pensamiento para indagar las causas de tan deplorable desdicha, que no es otra que la falta de propiedad de sus tierras”.

“Es tiempo ya que manifestemos nuestro concepto diciendo que todos estos males son la causa cual es la falta de propiedad de los terrenos que ocupan los labradores. Esto es el gran mal de donde provienen todas las infelicidades y miserias y de que esta sea la clase más desdichada de estas provincias, debiendo ser la primera que formase la riqueza real del estado: riqueza constante y valedera que el hombre no puede destruir”.

“El mejor medio de socorrer la mendicidad y  miseria es prevenirla y atenderla en su origen”.

Don Manuel pudo decir todo esto (…y mucho mas), porque “caminó pata en tierra” estos territorios. Hasta que los dirigentes no hagan lo mismo, los diagnósticos siempre estarán equivocados.

 

 

Bibliografía

BARANDIARÁN, L.O. (2007). La propaganda socialista en el campo bonaerense: la experiencia de los “comités de zona” (1930-1943). Programa interuniversitario de historia política. 

BURBA, J.L. (2010). ¿Por qué Manuel Belgrano es el prócer insigne del INTA? ¿Lo merecemos?, Recopilación crítica ante el bicentenario de la Patria. Estación Experimental Agropecuaria La Consulta. INTA. https://inta.gob.ar/ documentos/por-que-manuel-belgrano-es-el-procer-insigne-del-inta-1. pdf

DIAZ, H. (1997). Germán Avé Lallemant y los orígenes del socialismo argentino. Prensa obrera.com. https://revistaedm.com/edm/17/german-ave-lallemant-y-los-origenes-del-socialismo-argentino/

HORA, R. (2018). ¿Cómo pensaron el campo los argentinos? Buenos Aires. Ed. Siglo XXI. 240 p.https://historiapolitica.com/datos/biblioteca/socialismo%20 en%20el% 20interior.pdf

MOREAU, A. (1983). Qué es el socialismo en la Argentina. Editorial Sudamericana. Buenos Aires. 260 p.

POY, L. (2016). Esparcidos en el inmenso territorio de la república. Los primeros pasos del Partido Socialista en las provincias (1894-1902). https://cerac.unlpam.edu.ar/index.php/pys/article/view/2980/3007

 

 

 

 

domingo, 1 de octubre de 2023

Conventillos. Vergonzoso antecedente urbano de viviendas vulnerables

 


Cuando una mira hacia atrás en un análisis historiográfico de nuestra sociedad, y luego mira hacia adelante y ve lo mismo, a esto se le llama vergüenza.

Vergüenza en no haber mejorado nada de lo que ocurría con los laburantes. Ni los dirigentes políticos ni los gremiales y muchos menos los empresarios fueron capaces de buscarle una solución a estos problemas, salvo honrosas excepciones.

Los inmigrantes primero y los obreros después, fueron quienes contribuyeron a que existan muchas de las cosas de las que hoy disfrutamos, y una de ellas es la vivienda, pero la gran mayoría de ellos no la tenían ni la tienen hoy.

Buenos Aires (hoy CABA), se jacta de sus ventajas edilicias y de infraestructura, pero reconoce que ingresan diariamente a la ciudad más de 3 millones de personas que viven y laburan mal para que ellos vivan bien.

Esta es la triste historia de los conventillos, la cual solo ha cambiado un poquito cuando vemos que el déficit habitacional del país es cercano a los 4 millones de viviendas.

La sufrieron antes y la siguen sufriendo ahora.

¿Qué eran y que son hoy los conventillos?

Eran viviendas urbanas y colectivas, donde una familia, o un grupo de hombres solos, alquilaban cuartos. Los servicios (como comedor y baños), solían ser comunes para todos los inquilinos.

El término viene como diminutivo de convento, sinónimo de ambiente cerrado. También se las denominaba como inquilinato, en Argentina, Uruguay, Chile y Bolivia, y casa de vecindad en España y México.

En Argentina, su formación, desarrollo y casi desaparición se dio prácticamente con exclusividad en la ciudad de Buenos Aires, en la que llegaban a su puerto los inmigrantes que los ocuparían y los migrantes internos de las provincias.

Muchas veces el conventillo representaba el uso tardío de casas residenciales o petits hotels en vecindarios que habían descendido de categoría social. La ciudad debió acompañar el crecimiento poblacional originado en la inmigración, con una adecuada oferta de habitaciones para alojar a esas gentes.

La mudanza de los habitantes del casco antiguo hacia el Barrio Norte y Recoleta, a partir de la epidemia de fiebre amarilla registrada en 1871 (luego del regreso de los soldados de la guerra del Paraguay), permitió la utilización de esas antiguas residencias, muchas de ellas en pésimo estado, como alojamiento de los marginados que venían del exterior y los marginados que expulsaba el campo a partir del alambrado y otras reformas que se suscitaron casi en forma contemporánea al proceso inmigratorio.

Solían presentar malas condiciones sanitarias, por el hacinamiento. En general, estaban estructurados en galerías alrededor de uno o varios patios centrales, las paredes y el techo eran de chapas metálicas y la estructura de vigas de madera afirmadas con piedras o ladrillos.

Algunas casas patricias de notoria fama se convirtieron en conventillos: podemos citar La casa de la Virreina Vieja, que fue habitada entre 1801  y 1804 por el Virrey del Pino, y luego por su viuda; la casa de Ramos Mejía, que fue el asiento de la legación extranjera y el refugio transitorio de Rosas, previo a exiliarse en Inglaterra o la casa de los López, construida por Don Manuel Planes, dónde Vicente López y Planes escribiera el Himno Nacional.

La transformación edilicia de estas antiguas residencias corrió por cuenta de algunos especuladores, que hicieron fortunas con el alquiler de los cuartos. Con el tiempo, el crecimiento de los barrios, extendió la ocupación de viejas casonas a otras zonas de Buenos Aires y finalmente se diseñaron  inquilinatos, casas construidas con abundancia de maderas y chapas, como todavía es posible ver en el barrio de la Boca.

Fue muy común que sobre el casco de la primitiva casa de familia se levantaran sucios cuartuchos, como el tristemente célebre Conventillo de las 14 provincias.

 

La “época de oro” del conventillo porteño se localiza hacia la década del 80, aunque la casa de inquilinato, como institución, desborda ese marco y se proyecta con ligeras variantes hasta hoy.

 

Descripción, usos y costumbres

Por lo general, había un patio central alrededor del cual se levantaba una doble fila de habitaciones en la planta baja y en uno o dos pisos superiores. Cada habitación estaba conectada con el patio central por una puerta y podían o no tener ventanas. Esto no permitía la entrada de luz natural, comprometiendo aún más la calidad de vida de sus habitantes.

En los cuartos vivían una o dos familias en un solo ambiente separado por una cortina o algunos pocos muebles. Este hacinamiento facilitó la difusión de epidemias de la fiebre amarilla. Los baños eran escasos, de la misma manera que las canillas de agua potable, las cuales no estuvieron disponible hasta 1880.

Eran comunes habitaciones de madera y zinc de 4 x 5 metros por lado y 2,5 a 4 de altura, donde vivían entre 4 y 11 personas, sin aire y luz. Muchos de esos edificios con capacidad para 50 personas alojaban a más de 200. 

A menudo, cada habitación es lugar de trabajo, además de hogar. La sala que da a la calle era la vivienda-taller de los sastres. En otras piezas había mujeres que trabajaban a destajo en la costura, o lavanderas en las piletas de los patios, a pesar de las ordenanzas que prohibían lavar ropa por motivos de higiene pública.  Estas salían después a la calle con el atado de ropa limpia y seca, en equilibrio sobre la cabeza, para cobrar unos pesos que ayude al presupuesto.  

Los cuartos de baño eran escasos y difícilmente podía bañarse la décima parte de las personas que allí habitaban. El hacinamiento estaba agravado por el precario o inexistente servicio sanitario, que dio orígenes a verdaderos focos de enfermedades infecto contagiosos como el cólera y la tuberculosis.  

Bañarse en el conventillo no era fácil, con baño para 100 personas. Además, los baños permanecían abiertos pocas horas al día y todos debían lavarse en un tiempo muy corto. 

Las letrinas eran escasas y mal aseadas. El 20% de los conventillos de la ciudad de Buenos Aires no poseían baños ni letrinas de ninguna clase. 

La falta de cocinas obligaba a los inquilinos a usar braseros, que se encendían en los patios junto a las puertas de las piezas. De esa manera, a la hora del almuerzo o cena, estaban encendidos en el mismo patio, 20 a 30 braseros. Los problemas se agravaban en los días de lluvia, porque los inquilinos cocinaban dentro de los cuartos. 

Cuando los ocupantes de una pieza eran verduleros o vendedores de pescado y no conseguían vender toda la mercadería, lo que sobraba era llevado a la habitación, cuya atmósfera se saturaba con las emanaciones de pescado, frutas y verduras en estado de descomposición. 

El patio del conventillo era el espacio común de todos los inquilinos, donde se debía compartir la pileta de lavar, la soga de tender la ropa, la ducha y la letrina, lo que en muchas ocasiones provocó frecuentes peleas. En las mañanas de verano el conventillo era invadido por vendedores ambulantes y repartidores que llevaban provisiones como pan, leche, carne y verduras, entregadas de puerta en puerta o en pleno patio. 

La mayoría de las mujeres prefería ir a los mercados y almacenes para comprar a más bajo precio. A media mañana estaba listo el almuerzo para los hombres, quienes regresaban sus tareas una hora más tarde. Las horas de la tarde eran muy ruidosas, cuando los niños regresaban de la escuela. Ya en las primeras horas de la noche reinaba el silencio en el conventillo. 

El patio también fue testigo de fiestas y bailes, que se realizan los domingos por la tarde.

cuando tomaba una fisonomía pintoresca y alegre. Los moradores dedicaban mayor tiempo a su aseo personal, para vestir ropas de días de fiesta. Por la tarde, salían a la puerta de su habitación y los que sabían tocar un instrumento ejecutaban las piezas de su repertorio, mientras otros bailaban. La fiesta duraba hasta el anochecer.

El “casero” o inquilino principal, era un individuo a quien el propietario cedía parte de sus ganancias a cambio de encargarse de las tareas de limpieza, cobro de alquileres y mantenimiento del orden, disponiendo de la mejor habitación, que daba a la calle. 

Estos sectores populares transitaron un duro camino para poder resolver las dificultades de cada día y no todos lo lograron. 

Allí jugaban todos los chicos, mientras en el aire se entremezclan los aromas de las variadas cocinas: el locro criollo, el churrasco porteño, la pasta “al pomo d’oro” (tomate) italiana, el azafrán y el pimentón español, el “gefilte fishe” (preparación en base a pescado), de los judíos, el vaho del café con borra de los árabes. 

Así como se mezclan los aromas, conviven las culturas y se responden las voces en distintos idiomas, que enriquecen el castellano rioplatense. A la vez, se van entrelazando alianzas y solidaridades, y se intercambian las memorias de las luchas populares en la vieja Europa, que eso también viajó en algún rincón del equipaje.

El patio solía tener aljibe y el baño o servicio, era realmente una verdadera obra maestra del desprecio y dignidad para con los moradores.

Las construcciones que no fueron antiguas residencias estaban hechas de madera y chapas onduladas de cinc, por lo que los incendios eran fáciles de generar y propagar.

Las construcciones y remodelaciones también eran “espontáneas” (lo que significaba que si se necesitaba colocar una puerta o ventana se la colocaba).

Algunos barrios aledaños al río, como el de La Boca, estaban construidos sobre pilotes de madera para evitar inundaciones y la pintura característica que tenían eran sobrantes de pintura del calafateado de los barcos.

Al inicio de 1880 Buenos Aires contaba con 1.770 conventillos que daban alojamiento a casi 52.000 inquilinos. Al alcanzar su máximo valor, registrado en 1887, se contabilizaban 2.835 conventillos que albergaban a más de 80.000 inquilinos, lo que mostraba el nivel de hacinamiento en las habitaciones. En ese período se pasó de 29 a 42 inquilinos en promedio por cada conventillo.

 

Defensores y detractores

Buenos Aires, debió duplicar o triplicar en pocos años su capacidad habitacional para dar cabida a los nuevos contingentes inmigratorios. La mudanza de familias tradicionales y patricias al Barrio Norte, permitió alojar a numerosas familias, que se hacinaron en los ya obsoletos caserones del Sur.

 

Los especuladores, a su turno, no tardaron en acondicionar vetustos edificios de la época colonial  en hacer construir precarios alojamientos para esta demanda poco exigente y ansiosa por obtener, mal o bien, su techo.

 

La improvisación, el hacinamiento, la falta de servicios sanitarios y la pobreza sin demasiadas esperanzas hicieron el resto. Silverio Domínguez, conocido también como “Ceferino de la Calle“, lo describía tiempo después en Palomas y Gavilanes en 1886, un novelón de costumbres bonaerenses:

 

“La casa de inquilinato presentaba un cuadro animado, lo mismo en los patios que en los corredores. Confundidas las edades, las nacionalidades, los sexos, constituía una especie de gusanera, donde todos se revolvían saliendo unos, entrando otros, cruzando los más, con esa actividad diversa del conventillo.

 

Húmedos los patios, por allí se desparramaba el sedimento de la población; estrechas las celdas, por sus puertas abiertas se ve el mugriento cuarto, lleno de catres y baúles, sillas desvencijadas, mesas perniquebradas, con espejos enmohecidos, con cuadros almazarronados (n.e .con color de óxido rojo), con los periódicos de caricaturas pegados a la pared y ese peculiar desorden de la habitación donde duermen seis y es preciso dar buena o mala colocación a todo lo que se tiene.”

 

Desde sus comienzos el conventillo fue fuente de reflexión y escándalo para los hombres del 80, que habían sido, en cierta medida, sus artífices. Complicada con ingredientes de xenofobia, esteticismo, positivismo y fobia clasista, es fácil adivinar el efecto que habrá causado en estos hombres la imagen de la pobreza y de la falta de higiene en ese ambiente vocinglero.

 

Para algunos, lectores de los textos sociológicos de Ramos Mejía, “era un claro testimonio de las taras hereditarias y de la inferioridad social y biológica de la inmigración meridional”.

 

Allí, desvalorizada en el fondo del conventillo cosmopolita estaba la “resaca humana”, el “áspero tropel de extrañas gentes” de Rafael Obligado, la “ola roja” de Miguel Cané, los “judíos invasores” de Julián Martel, los italianos con “rapacidad de buitre” de Eugenio Cambaceres.

 

El doctor Luis Agote, Diputado conservador y médico (descubridor del citratado de la sangre para que no coagule), casi fuera de sí, se pregunta qué hacer con esos niños de los conventillos, y afirma que hay entre 10 y 12 mil niños “vagabundos”. Y se responde así: “Hay que recluirlos en la isla Martín García”.

 

Por suerte no lo consiguió, pero fundó el Patronato Nacional de Menores Abandonados y Delincuentes. Chico que andaba por la calle, terminaba encerrado. 

 

Escenas y descripciones del conventillo son, por ejemplo, aquéllas en que Santiago Estrada, pensador católico, en 1889 expresa:

 

“Los hombres, las mujeres y los niños, los perros, los loros y las gallinas duermen estibados”, y que “enjambres de moscas zumbadoras […] hormiguean en el zaguán del conventillo y pasan alternativamente de algún puchero puesto al fuego a la corriente tortuosa de agua podrida que surca el mal enladrillado patio”.

 

“Habitan en tales antros gentes de todas las profesiones, sexos y edades: lavanderas, cocineras, peones, obreros; viejos, jóvenes y niños desconocidos. Es la olla podrida de las nacionalidades y las lenguas”.

“Para los que lo habitan parecen dichas aquellas palabras, entran sin conocerse, viven sin amarse, y mueren sin llorarse. En ellos crecen, como la mala hierba, centenares de niños que no conocen a Dios, pero que dentro de poco tiempo harán pacto con el diablo.

Carecen de la luz del sol, y se desarrollan raquíticos y enfermizos, como las plantas colocadas a la sombra, carecen de la luz moral, y se desarrollan miserables, egoístas, sin fuerzas para el bien”.

No faltaron, sin embargo, quienes tratan de acercarse al fenómeno con cierto rigor científico y criterio solidario, como Eduardo Wilde en su Curso de Higiene Pública de 1883, y como Guillermo Rawson, que publica en 1885 un revelador Estudio sobre las casas de inquilinato de Buenos Aires, cuyo texto vale la pena recorrer.

 

Conmovido por la degradación ambiental del conventillo, Rawson comienza su trabajo con una astuta apelación al instinto de supervivencia de las clases pudientes, todavía impresionadas por la epidemia de fiebre amarilla de 1871:

 

“Acomodados holgadamente en nuestros domicilios, cuando vemos desfilar ante nosotros a los representantes de la escasez y de la miseria, nos parece que cumplimos un deber moral y religioso ayudando a esos infelices con una limosna; y nuestra conciencia queda tranquila después de haber puesto el óbolo de la caridad en la mano temblorosa del anciano, de la madre desvalida o del niño pálido, débil y enfermizo que se nos acercan.

 

“Pero sigámoslo, aunque sea con el pensamiento, hasta la desolada mansión que los alberga; entremos con ellos a ese recinto oscuro, estrecho, húmedo e infecto donde pasan sus horas, donde viven, donde duermen, donde sufren los dolores de la enfermedad y donde los alcanza la muerte prematura; y entonces nos sentiremos conmovidos hasta lo más profundo del alma, no solo por la compasión intensísima que ese espectáculo despierta, sino por el horror de semejante condición. “

 

De aquellas fétidas pocilgas, cuyo aire jamás se renueva y en cuyo ambiente se cultivan los gérmenes de las más terribles enfermedades, salen esas emanaciones, se incorporan a la atmósfera circunvecina y son conducidas por ella tal vez hasta los lujosos palacios de los ricos.

 

Acordémonos entonces de aquel a cuadro de horror que hemos contemplado un momento en la casa del pobre. 

 

Pensemos en aquella acumulación de centenares de personas, de todas las edades y condiciones, amontonadas en el recinto malsano de sus habitaciones; recordemos que allí se desenvuelven y se reproducen por millares, bajo aquellas mortíferas influencias, los gérmenes eficaces para producir las infecciones, y que ese aire envenenado se escapa lentamente con su carga de muerte, se difunde en las calles, penetra sin ser visto en las casas, aun en las mejor dispuestas; y que aquel niño querido, en medio de su infantil alegría y aun bajo las caricias de sus padres, ha respirado acaso una porción pequeña de aquel aire viajero que va llevando a todas partes el germen de la muerte.”

 

Rebelión en los conventillos

"Sea propietario", prometían los folletos de las agencias de promoción de la Argentina en Europa destinadas a los proletarios europeos que eran alojados a su arribo en el llamado Hotel de Inmigrantes, un depósito de seres humanos, del cual se los expulsaba a los cinco días, quedando librados a su escasa o inexistente fortuna.

A la salida del Hotel estaban los "promotores" de los conventillos, subidos a carros que trasladaban a los inmigrantes hacia su nuevo destino. No había contratos de alquiler.

El primer recibo de pago se lo daban al inquilino a los tres meses, para poder desalojarlo por falta de pago cuando el encargado o el propietario lo dispusiesen.

El “lujo” de tener ese techo miserable costaba alrededor del 25% del salario de un obrero, pero a principios de 1907 los propietarios elevaron los alquileres porque les habían subido los impuestos. El costo de una humilde habitación porteña era ocho veces mayor que en Londres o en París. 

Muchos inquilinos eran inmigrantes vinculados a los incipientes movimientos obreros y fundaron una liga para oponerse a los aumentos. Como sus reclamos no fueron escuchados, a fines de agosto decidieron dejar de pagar los alquileres. El 89 % de las familias obreras vivían en una pieza, hacinados y maltratados.

La situación explotó a mediados de ese año (Presidencia de José Figueroa Alcorta), cuando se produjo una novedosa huelga de inquilinos. Los habitantes de los conventillos de Buenos Aires, Rosario, La Plata y Bahía Blanca decidieron no pagar sus alquileres frente a las pésimas condiciones de vida en los inquilinatos y al aumento desmedido aplicado por los propietarios.

Exigían una rebaja del 30% en los alquileres, supresión de los tres meses de depósito y la promesa de que no se tomarían represalias contra los huelguistas.

Los propietarios no aceptaron y se presentaron ante los jueces, que ordenaron los primeros desalojos. Entonces comenzó la resistencia, protagonizada especialmente por las mujeres, que se defendían con escobas y baldes de agua hirviendo.

La represión policial no se hizo esperar y comenzaron los desalojos. En la Capital estuvieron a cargo del jefe de Policía, quien desalojó a las familias obreras en las madrugadas del crudo invierno a “manguerazos” de agua helada, con la ayuda del cuerpo de bomberos. 

El 14 de noviembre de ese año se inició el desalojo del conventillo Los cuatro Diques, donde se había iniciado la huelga de inquilinos, una de las protestas sociales más fuertes y organizadas de principios de siglo y finalmente el conventillo fue tomado por 250 hombres armados. Su caída marcó la declinación de la huelga, que terminó pocos días después.

"Anarquista se nace" decía el flamante y tristemente célebre jefe de Policía, Coronel Ramón Lorenzo Falcón, mirando a Miguel Pepe, quien con sólo 15 años se convirtió en uno de los más activos y eficaces oradores de aquellas jornadas. "Barramos con las escobas las injusticias de este mundo" se le escuchó decir. 

Vinieron los tiros. La policía entra en el conventillo donde vive, y fusila a Miguel a la vista de los vecinos. Su féretro fue llevado en vilo por ocho mujeres, que se fueron turnando de barrio a barrio. El cortejo fúnebre que llegó a la Chacarita estaba encabezado por unas 800 mujeres, seguidas de 5.000 trabajadores.

A los pocos días, una manifestación de escobas, mayoritariamente compuesta por mujeres y niños (los que más horas por día padecían los males de los conventillos), recorrió Buenos Aires.

Eran miles de escobas portadas pacíficamente. Para ellas era el hogar y era el conventillo el pequeño territorio donde se creaban vínculos de convivencia. En esos pequeños espacios se compartía el baño, y sobre todo la cocina y el patio. 

En la oportunidad del desalojo, el solidario gremio de los carreros se puso a disposición de los afectados para trasladar a las familias a los campamentos organizados por los sindicatos anarquistas, donde el gremio gastronómico preparaba suculentas ollas populares financiadas con aportes que llegaban de todo el país. 

Tras una durísima y desigual lucha, los huelguistas lograron parcialmente su objetivo de conseguir la rebaja de los alquileres y mejorar mínimamente las condiciones de vida. 

 

El conventillo en la cultura popular 

Los inmigrantes fueron el caldo de cultivo para la cultura popular, expresada en el tango y los sainetes, entre los que merecen destacarse las obras de Alberto Vacarezza: El conventillo de La Paloma (1920), y Tu cuna fue un conventillo (1929).

El Conventillo de La Paloma fue construido especialmente para los trabajadores de una fábrica. A mediados de la década de 1880 llegaría la Fábrica Nacional de Calzado que vio conveniente la adquisición de unas 30 hectáreas en esta zona prácticamente despoblada, con terrenos baratos y un arroyo próximo, el "Maldonado", útil para arrojar los desechos industriales. 

Esta industria en franca expansión respondía a la formidable demanda de calzado por el vertiginoso aumento de población, polo de atracción para quienes buscaban empleo, fue determinante para la conformación del nuevo barrio. La experiencia empresarial contemplaba ofrecerles vivienda a los empleados. 

Primero los alojaron en los edificios de la fábrica, luego se construyó una gran casa de inquilinato, conocida como Conventillo El Nacional, a metros de sus oficinas centrales y, en la medida que fue necesario, se impulsaron loteos para la compra a crédito de pequeños terrenos para la edificación de casas obreras.

Sin embargo, en los años siguientes este proceso derivó en la aparición, en torno al núcleo fabril fundacional, de pequeños inquilinatos que albergaban a varias familias. De tal forma el barrio de Villa Crespo (en la ciudad de Buenos Aires), fue creciendo y afianzándose con una variada población que llegaba ansiosa buscando un mejor futuro. 

Llegó a tener más de 100 habitaciones ubicadas en cuatro cuerpos. Un pasillo extenso y angosto de una cuadra recorría internamente la manzana. 

Fue el lugar que sirvió de inspiración para el sainete más famoso del autor Alberto Vacarezza, quien había vivido en el barrio y ubicó en escena a los nuevos arquetipos que convivían en piezas, patios y zaguanes: el tano (italiano), el gallego (español), el ruso (judío ashkenazí), el turco (judío sefaradí y otras etnias procedentes del viejo Imperio Otomano), etc. 

La obra, que tuvo como principal protagonista a la actriz y cantante Libertad Lamarque, fue estrenada en teatro en 1929 con un espectacular éxito (más de 1.000 representaciones). Su argumento se basó en los amores de una hermosa empleada de la fábrica llamada PalomaEn cine se estrenó con el mismo título en el año 1936. 

A más de un siglo de la construcción de este Conventillo, los asistentes a la recorrida barrial se preguntan si la tal Paloma verdaderamente había vivido allí. Más allá de que la heroína tenga un correlato histórico o sea un mero mito producto de la ficción, este edificio paradigmático por donde pasaron tango, lunfardo, compadritos y cocoliche, sí es real. 

Después de un siglo sigue milagrosamente en pie, aunque deteriorado y con signos de depredación (su hermosa fachada de madera labrada ha sido parcialmente extraída) evidencia que 100 años después sigue siendo ámbito de inmigrantes, de otros orígenes, con otras músicas y otras voces, producto de las migraciones internas, de nuestras provincias y de países vecinos. 

En 2011 vivían 17 familias en el conventillo, unas 50 o 60 personas, en su mayor parte inmigrantes del interior del país, principalmente del noroeste, más algunos bolivianos y paraguayos, que sostienen una batalla legal con quienes quieren desalojarlos invocando la propiedad de la casa.

Los patios de esos conventillos fueron uno de los lugares más importantes para el nacimiento y consolidación del tango, a su vez elemento substancial para el proceso integrador de esas culturas.

Tal vez, como un claro ejemplo de lo que venimos sosteniendo sobre el tango, como un elemento único e indispensable para reconstruir con absoluta fidelidad nuestro pasado inmediato, basten los versos de “Oro muerto”.

Este tango escrito por Julio Navarrine con música de Juan Raggi, que en la voz de Carlos Gardel (https://www.youtube.com/watch?v=3Fril5DCPf4), nos hacen participar de la vida de un patio de conventillo de principios de siglo:

El conventillo luce su traje de etiqueta
Las paicas van llegando, dispuestas a mostrar,
que hay pilchas domingueras, que hay porte y hay silueta,
a los garabos reos, deseosos de tanguear.

La orquesta mistongera musita un tango fulo.
Los reos se desgranan buscando, entre el montón,
la princesita rosa de ensortijado rulo
que espera a su Romeo como una bendición.

El dueño de la casa atiende a las visitas
los pibes del convento gritan en derredor
jugando a la rayuela, al salto, a las bolitas,
mientras un gringo curda maldice al Redentor.

El fuelle melodioso termina un tango papa.
Una pebeta hermosa saca del corazón,
un ramo de violetas, que pone en la solapa
del garabito guapo, dueño de su ilusión.


Termina la milonga. Las minas retrecheras
salen con sus bacanes, henchidas de emoción,
llevando de esperanzas un cielo en sus ojeras
y un mundo de cariño dentro del corazón.

Los conventillos de hoy

Como ocurre también hoy, había gente que se ubicaba en cualquier baldío de extramuros, levantando allí una tapera. Junto a ella se levantaba otra, y otra, y en pocos días aparecía un “barrio de latas” como el famoso de Puerto Nuevo.

 

Aunque las formas de vida que allí reinaban no fueran, en verdad, muy distintas de las que imperaban en los conventillos, sobre todo en cuanto a la promiscuidad, estos barrios de lata, con otra morfología, no estaban en medio del arrabal ni sus habitantes participaban, como los del conventillo, de la vida urbana hacendosa.

 

En estos barrios de latas la radicación familiar era infinitamente menor que en el conventillo, y en buena parte sus pobladores eran también obreros “golondrinas”. 

Hoy en día ya se ha perdido el halo romántico de los viejos conventillos, pero persisten las razones que motivaron su aparición. Su versión postmoderna la constituyen las “casas tomadas”, donde malviven familias enteras sin electricidad ni servicios sanitarios.

 

Mientras “las villas” crecían, la población de los conventillos fue disminuyendo del 25% de inmigrantes que ocupaban esas viviendas a fines de la década del ’80 a apenas el 14% en 1904, menos del 10% diez años después.

 

Entre 1920 y 1930, con algunas mejoras en los servicios suburbanos y los loteos de tierras más alejadas de la ciudad, se fue produciendo un desplazamiento de personas hacia la periferia suburbana.

 

A veces con eufemismos los políticos los llaman “asentamientos provisorios”, “villas de emergencia” o “barrios vulnerables”, aunque todos quieren decir “villas miserias”, y la miseria en realidad fue y sigue siendo la falta de políticas de radicación y viviendas de nuestro país.

 

Las políticas de los últimos gobiernos desde 1983 a 2022 entregaron entre 25.000 y 40.000 viviendas anuales, cuando el déficit nacional es superior a las 4 millones de casas. A ese ritmo quizás en aproximadamente 100 o 200 años podamos tener déficit habitacional cero, si la tasa de crecimiento poblacional es igual o disminuye.

 

 

Bibliografía

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