"Hemos
jurado con Sarmiento que ni uno solo ha de quedar vivo",
dijo Mitre en 1852, refiriéndose a sus adversarios políticos. Y vaya si lo
cumplieron.
Nunca le tembló la mano para “importar”
oficiales de las fuerzas armadas para lograr sus objetivos.
El famoso caso de “los coroneles de
Mitre” (aquellos sanguinarios uruguayos que tenían “vocación de servicio” para
el “control ideológico del gaucho”), ya tenía antecedentes.
En 1855 un grupo de residentes italianos
fueron llevados con engañapichangas para que formaran una colonia de
agricultores – soldados y defendieran los embates de Calfucurá. La llamaron
Nueva Roma, a pocos kilómetros de Bahía Blanca.
Es difícil empuñar un arado con la misma
ductilidad que un fusil, y su instrucción no fue precisamente agronómica.
A fuerza de férrea disciplina militar, y
sin vocación por la tierra, el “proyecto Mitre” esta vez fracasó.