Cuando descubrí que a mis nietos les gustaban las historias de algunos personajes de nuestra argentina nueva o vieja, empecé a resumirle trabajos de varios autores simplificando el relato.
Juan Bautista Bairoletto fue un personaje que
siempre los atrajo, seguramente inspirado por León Gieco y sus “Bandidos
Rurales”.
Aquí van algunas páginas de su historia.
¿Quién
era Juan?
Juan Bautista Bairoletto (o
Vairoletto), era considerado un héroe que solo robaba a los ricos y poderosos,
al mismo tiempo se había convertido en el vengador de las injusticias sociales
que se cometían a diario entre la gente mas humilde.
Los pobladores lo veían de
esa manera, por esta razón lo porque ayudaba a los más necesitados. Y es así
como nace el mito, reverenciado por los pobres y repudiado por los más poderosos.
También se lo conoce con sus
nombres cambiados cuando huía de la policía: Marcelino Sánchez, Martín Mirando,
Francisco Bravo y en el ámbito popular bautizado “El pampeano”, “Robin Hood
criollo”, “Atila de La Pampa” y “San Bautista Bairoletto”.
Nació 1894 en Cañada de
Gómez (Santa Fe). Era el segundo de seis hermanos. Siendo muy jovencito sus padres
se trasladaron a La Pampa, en la zona de Castex, para arrendar un campito.
En ese entonces era un
humilde labrador que había dejado sus estudios primarios para ayudar a su
familia. No tuvo una infancia feliz ya que tuvo que soportar la temprana muerte
de su madre siendo muy pequeño.
Era un chico simpático y
supo desde muy joven que la clave para poder seguir en la vida era mostrarse
emprendedor. Tuvo varios trabajos: changarín, mozo, cuidador de plaza,
alambrador y hasta comerciante.
Juan era flaco, de estatura
mediana, pelo rubio, piel blanca y ojos verdosos, y lo que más impresionaba en
él, según los que lo conocieron personalmente, era su mirada penetrante.
Vestía bien a lo gaucho,
chambergo y camisa negra, pañuelo blanco al cuello, bombacha de campo gris y
botas o alpargatas negras, según la ocasión. Se había hecho hacer dos tatuajes
en los brazos: en el derecho el dibujo de una mujer, y en el izquierdo un
triángulo que encerraba el número 13 con sus iniciales J.B. El uso de la “B” indica que su apellido se
escribía con B larga, aunque sus padres italianos hayan escrito su apellido con
V corta.
Su tumultuosa vida
transcurrió en “boliches”, comités políticos y casas de juego. Convertido en
salteador, sostuvo tiroteos con la policía en los alrededores de la ciudad de
Castex primero y luego en otras localidades de La Pampa y provincias vecinas
como Mendoza y San Luis.
Bairoletto, que no era
codicioso ni buscaba amasar fortunas, logró convertirse en una especie de
vengador de los sufrimientos de sus semejantes, que no eran pocos, en su ámbito
social. Hay quienes afirman, que no robaba para él solo, sino que repartía su
botín entre sus amigos, protectores y gente necesitada.
Ya en la década del 30, no
había asalto, pendencia o muerte de los que no se lo haga responsable aunque el
no tuviese nada que ver. La policía le seguía el
rastro, llegando casi siempre tarde, justo cuando Bairoletto, ya avisado por su
gente amiga, se había fugado.
Desaparece de La Pampa,
aparece en el desierto de San Luis, comete desmanes en Villa Regina, Río Negro,
se lo ve por General Alvear, en Mendoza... Y es así como va trascurriendo su
vida de delincuente “benefactor”.
Sus
amores
Juan Bautista tenía “pinta”,
buen bailarín, guitarrero y cantor y muy buscado por las mujeres. Con ansias de
buscar diversión recurría a los “boliches” de la villa Castex. Fue allí donde
conoció a Dora, una joven que con su belleza y experiencia supo conquistar su
corazón, pero que lamentablemente resulto ser la causa de su perdición.
Cuando él iba en busca de
ella, era para divertirse, para bailar, le encantaba compartir sus horas libres
con ella, además era muy buena bailarina hecho que le gustaba a Juan.
Una noche, mientras ellos
estaban tomando un trago en el “boliche”, entra el Cabo Elías Farach, alias el
Turco, quien al verlos juntos se puso furioso, debido a que él desde hacía
tiempo andaba detrás de la muchacha, el cual nunca había logrado ser
correspondido.
Farach, con mucha impotencia
ante lo que veía se le acercó a la mesa y le advirtió que se alejara
definitivamente de Dora en tono amenazante, hecho que Juan, con su rebeldía muy
propia de sus 25 años, ignoró por completo. Después de ese episodio, varias
veces Farach los volvió a encontrar juntos, y no faltaron en más de una
oportunidad entredichos entre ellos, hasta que en una de esas discusiones el Cabo
decide arrestarlo.
Ya en la comisaría decide
alojarlo en un calabozo, y sale en busca de Dora a la que la trae con el
pretexto que Juan la quería ver. Una vez logrado su objetivo Farach decide
llevar adelante un plan para humillarlo ante la joven, y la invita a pasar al
calabozo.
Reunidos los tres y a solas,
hace que Juan se saque la ropa dejándolo prácticamente desnudo, a lo cual este
se resiste, pero el Cabo lo castiga pegándole duramente con su talero en las
costillas hasta doblegarlo.
Luego lo empuja brutalmente
y lo tira al suelo y levantándolo de los pelos de la nuca decide montarlo como
si fuera un caballo y le comienza a pegar insistentemente con el rebenque como
si estuviera intentando domar un potro salvaje mientras le gritaba: “no
te acerque mas a ella porque la próxima vez que los vea juntos va a ser mucho
peor” y “mejor que te vayas definitivamente del pueblo”. Mientras esto
pasaba la joven Dora lloraba ante tan desagradable espectáculo.
Juan Bautista decide
aislarse en su casa junto a su familia por un tiempo, hasta recuperarse de los
golpes recibidos, pero decide quedarse en el pueblo y enfrentar la situación. No
estaba en su mente huir como un cobarde y mucho menos frente a la ofensa del Cabo
Farach.
Mientras tanto el Cabo,
gozaba de su éxito, y al no verlo circular por el pueblo creía que había huido,
enorgulleciéndose de lo que le había hecho.
Pero este regocijo no le
duró mucho, ya que Juan apareció por el pueblo de golpe como si nada hubiese
pasado, visito a Dora por la mañana en el “boliche” y al mediodía decidió darse
una vuelta por el comedor “La Colonia”.
La noticia de su llegada
corrió como pólvora, hecho que no tardó en llegar a los oídos de Farach. El Cabo
decide inmediatamente salir a buscarlo para según él, “darle su merecido”, pero lo que este ignoraba era que Juan había
venido al pueblo en busca de aclarar la situación y preparado para enfrentar
cualquier eventualidad, bien armado y con un muy buen caballo.
Muerte
y fuga
Era un caluroso día de
Noviembre de 1919, el reloj marcaba pasado el medio día. Juan, tranquilo,
intentaba apagar el calor intenso bebiendo en el comedor, junto a un amigo
cuando de pronto apareció Farach, como entre las sombras y con voz potente le
dio la orden de arresto.
Juan respondió
inmediatamente diciendo que “nada había
hecho”, y levantándose rápidamente de la mesa que estaba ocupando emprende
su retirada, con el Cabo Farach prácticamente pisándole los talones. Una vez
afuera Juan intenta montar su caballo poniendo un pie en el palenque y Farach
lo golpea brutalmente con su chicote, impidiéndole que monte, cayendo
pesadamente, pero de pie.
Gira ágilmente y empieza a retroceder,
siempre mirándolo a los ojos, pero en un momento tropieza y cae. Los gritos del
Cabo alertan a los parroquianos que corriendo acuden a ver lo que sucedía, y
son testigos de cómo el policía castigaba e insultaba al joven que se
encontraba tirado en el suelo.
Juan, dolorido ante la
lluvia de patadas y golpes que Farach le daba, decide ponerle fin a la
situación y entre sus ropas saca el revólver y le dispara. Farach cae, de cara
al sol, con una mortal herida de bala en su garganta, y Juan consciente, pero
muy aturdido por lo sucedido, monta su zaino y desaparece velozmente.
Alertado por un parroquiano
de lo sucedido al Cabo Farach, acude al lugar el medico del pueblo, quien
inmediatamente anuncia a la gente reunida en el lugar, que había fallecido.
Mientras tanto cuatro policías se organizan y salen tras las huellas de
Bairoletto, en un Ford T de un vecino del lugar que, ante la solicitud de estos,
no dudo en colaborar con la policía.
Tras un corto recorrido
logran individualizarlo a la distancia descansando a la sombra de un caldén.
Cuando el auto toma esa dirección, Bairoletto monta ágilmente y encara cortando
campo por el medio de un trigal. La policía al ver la maniobra decide disparar
unos tiros al aire con el objetivo de que se entregara, pero Bairoletto apuró
su marcha y respondió con disparos en dirección del automóvil.
El intento de los policías,
por continuar la persecución, a medida que avanzaban, se les hacía cada vez más
complicado debido al terreno arenoso, impidiéndole al Ford T avanzar con
rapidez, y deciden desistir definitivamente cuando advierten que Juan Bautista
se interna en la espesura del monte, perdiéndolo de vista.
En el móvil se encontraba el
Cabo Soto, que ante la necesidad de hacer mérito a fin de conseguir un ascenso,
decide no darse por vencido y sale corriendo hacia una chacra que se encontraba
a metros de donde ellos estaban parados, a fin de pedir un caballo para
continuar la persecución. Logrado su objetivo, encara el monte, internándose en
él, sin lograr divisarlo.
Al salir del monte encontró
casualmente a un campesino que estaba arando, y le pregunto si no había visto a
algún jinete pasar, el cual le respondió que sí, y que se había dirigido hacia
la casa de Simón Bairoletto, su hermano. Soto inmediatamente decide dirigirse
al lugar, ya preparado para proceder a la detención de Juan.
Apenas llega, Simón sale a
recibirlo y escucha atentamente lo que le dice Soto, respondiéndole que nada
sabía del paradero de su hermano invitándolo a que revise la casa, a lo cual el
policía accede rápidamente. Mientras tanto Juan Bautista que se encontraba
escondido en el galpón después de haber escondido su caballo, y ya alertado de
la presencia del milico, se prepara para huir y cuando ve que este se introduce
en la casa, sale velozmente y monta el caballo que traía Soto y se fuga.
Soto al sentir el galope,
sale inmediatamente de la casa de Simón, lográndolo divisarlo entre la
polvareda rumbo al monte, pero impedido totalmente de seguirlo, ya que no tenía
con que hacerlo, decide disparar el arma en dirección a él, pero dado la
distancia que Juan había alcanzado todo era inútil.
El Cabo, sin el caballo y
sin balas, decide regresar a pie al pueblo totalmente avergonzado y lleno de
impotencia, ante semejante burla realizada por el joven Bairoletto que había
logra huir, prácticamente ante sus narices y con su propio caballo.
El
velorio de su padre
Don Vittorio Bairoletto,
quien vivía con su hermano Simón, un día de mucha tormenta salió para ayudarle
a su hijo a recoger el pasto antes de que lloviera y se estropeara.
Mientras algunos ayudantes
emparvaban el pasto don Vittorio y Simón deciden regresar a la casa en un
carro, pero este se empantanó y no podía continuar. Al bajarse don Vittorio, y
con las alpargatas mojadas, se resbala y da con su cabeza en la punta de un
balancín del carro, quedando inconsciente.
Simón muy asustado al ver
que su padre no reaccionaba toma uno de los caballos y poniéndolo
cuidadosamente sobre el lomo se dirige a la casa, lo recuesta sobre el catre, y
dejándolo al cuidado de uno de los ayudantes sale a todo galope, enfrentando la
tempestad, en busca del médico del pueblo.
Al llegar con el médico,
quien le cura la herida cortante que presentaba en su cabeza le indica reposo
absoluto dado que había perdido mucha sangre. Pero pese a las atenciones, su
salud se fue deteriorando paulatinamente, y a consecuencia de una hemorragia
cerebral muere el 12 de Diciembre de 1919.
El velorio de Vittorio
Bairoletto se realizó en su casa, como era de costumbre en esa época. Apenas
enterados los familiares y amigos se dieron cita en el lugar para darles su
último adiós. Toda la gente esperaba que Juan Bautista se hiciera presente.
Todos sus hermanos y
parientes sabían cuánto había amado en vida a su padre, y estaban seguros que
pese a que se encontraba prófugo de la justicia, iba a buscar la manera de
llegar al velatorio para verlo y despedirse por última vez.
La policía enterada del
deceso de don Vittorio ya se había organizado, instalándose en distintos lugares,
por que percibían que Juan iba a venir, y tenían planeado atraparlo en los
alrededores o dentro de la misma casa. Mientras tanto sus hermanos lo esperaban,
y como no llegaba decidieron posponer el entierro para el día siguiente, con la
excusa de que estaban esperando a un pariente que venía en viaje.
Esa noche llegó al velatorio
mucha gente, entre ellos curiosos que, enterados del accionar policial, no querían
dejar de ser testigos del momento en que Juan se hiciera presente.
Pasada la medianoche, la
mayoría de los curiosos se habían retirado. Solo quedaban los más allegados a
la familia, dos milicos vestidos de civil (agotados por la vigilancia realizada
durante todo el día inútilmente), y una mujer vestida de luto y con el pelo
cubierto con un prolijo pañuelo la cual había llegado en un carruaje alrededor
de las 11 de la noche con un bebé en brazos y un niño pequeño aferrado a su
falda.
Ella permaneció en silencio
junto al féretro y luego de tres horas se retiró muy compungida secándose sus
lágrimas. Al día siguiente, antes del mediodía se realizó el entierro y la
policía supo en las primeras horas, que aquella “mujer” acompañada por dos
niños era nada más y nada menos que Juan Bautista Bairoletto que nuevamente se
burló de todos ellos, pero no de los civiles presentes que detectaron su
presencia y callaron para protegerlo.
Algunos meses después del
velatorio se confirmó lo ocurrido con lo que relató el dueño del carruaje, que
vivía cerca de la chacra de los Bairoletto y quien fue el encargado de
trasportar a la supuesta señora, este hombre que hizo de chofer confirmó que
era Juan disfrazado de mujer en compañía de sus dos pequeños nietos.
Me
entrego, no puedo seguir huyendo
La situación de Juan
Bautista como prófugo lo obligaba a refugiarse durante el día en distintas
chacras que le daban ayuda, porque todos conocían las injusticias que le había
tocado vivir. Pero esta situación se le hacía más insoportable cada día que
pasaba.
La gente del pueblo sabia
como ubicarlo y esto hacia que recibiera constantes propuestas de trabajos, por
ciertos, nada decentes, creyéndolo un asesino. Un día se encuentra casualmente
con un amigo de su padre, un viejo policía ya retirado que lo conocía desde
niño. Al verlo le trajo muchos recuerdos de su infancia y le confiesa durante
la extensa charla, el infierno que estaba viviendo.
Juan Bautista le dice al
amigo de su padre, que si bien le había dado muerte a Farach él no era ningún
asesino sino que lo había hecho obligado en defensa propia. En la charla le
comenta al policía que había recibido ofertas de dinero para asesinar a dos políticos contrarios, pero que él no
estaba dispuesto a aceptar.
Le cuenta también que la
situación que vivía a medida que pasaban los días se le hacía más insostenible
y que estaba cansado de andar huyendo, por lo tanto estaba dispuesto a
entregarse tranquilamente siempre y cuando lo ayuden a denunciar ante las autoridades
a los que le querían pagar para que asesine y le den la seguridad que la
policía no lo mataría a él. El pacto se llevó a cabo.
Juan se entrega sin
resistencia y queda a disposición de la policía en carácter de detenido y fue
inmediatamente trasladado a la inhóspita cárcel de Santa Rosa. Su hermano
Simón, enterado de lo sucedido acude a la comisaría e intenta verlo, antes de
que sea trasladado a Santa Rosa, pero le fue imposible dado que se encontraba
incomunicado.
En el lugar de detención Simón
se encontró con el viejo amigo de su padre, el ex policía que ayudó a Juan a
entregarse pacíficamente. Este le cuenta la realidad de la detención,
sugiriéndole que le buscara un buen abogado y que de acuerdo como se habían
presentado los hechos todo indicaba que pronto se aclararía su situación
procesal y recuperaría su libertad en corto tiempo.
Pero los meses pasaban y la
situación de Juan seguía igual. Cambiaron de abogado y deciden ir a visitar a
Juan a la cárcel. Apenas lo vieron lo notaron muy enfermo con una persistente
tos. Pero, pese a su mal aspecto, apenas vio a sus hermanos, Juan esbozó una
sonrisa, y corrió a abrazarlos.
Simón pidió hablar con el
director de la cárcel, a quien le expresó su preocupación por la salud de su
hermano y le solicitó que lo hiciera ver con el medico del penal. Este, tras
revisarlo, comprobó que tenía un agudo cuadro de neumonía y ordeno trasladarlo
con urgencia al hospital. Tras una larga internación, logra reponerse de su
enfermedad y regresa a la cárcel.
Juan recupera la libertad
tras haber cumplido una condena injusta, de un año y tres meses. En el dictamen
el fiscal lo declara libre de culpa y cargo, exento de pena en cuanto a la
muerte del Cabo Farach.
Lograda su libertad, Juan ya
no fue el mismo. Las horas eternas y sombrías pasadas en prisión lograron
endurecer su alma convirtiéndolo en un hombre que de ahí en mas vivirá fuera de
la ley si es necesario. Juró venganza contra los que lo persiguieron y su única
regla que lo gobernará será la que dicte su “corazón justiciero”.
Ya
en libertad
Recuperada su libertad,
regresa al pueblo y sus hermanos salen a darle la bienvenida, pero al verlo,
tan desmejorado, no pudieron contener las lágrimas de emoción.
Era Juan el que regresaba y
todo se iluminaba a su alrededor. Tras pasar la tarde juntos, a pesar de su
cansancio decide vestirse con sus mejores pilchas e ir a buscar a Dora, su amor
eterno.
Todo fue mágico esa noche y
pudo cumplir con el sueño de estrecharla nuevamente entre sus brazos, tal como
él lo había imaginado en sus interminables noches en prisión.
El invierno pasó rápido, y
su salud mejoró notablemente, lo único que lo atormentaba era Dora. Ella en su
ausencia había empezado a salir con un changador de Monte Nievas.
Al principio se lo había
ocultado, hasta que un buen día la vio con él. Reaccionó muy mal, no lo mató
por que sus amigos se lo impidieron, y fue allí cuando su corazón se le rompió
con odio en mil pedazos. A partir de aquel hecho nada
volvió a ser como antes y decide tomar distancia.
En un primer momento pensó
alejarse definitivamente de Castex, en busca de trabajo, pero le ofrecen
trabajar de matón en el comité, lo cual Juan decide aceptar porque necesitaba
dinero.
Los trabajos por encargo le
provocaban problemas con los milicos, que lo tenían entre ojos a partir de
aquel hecho que marcó su vida para siempre, pero como era un protegido de la
gente, siempre salía airoso.
Trascurría el invierno y la
situación de Juan se complicaba. Ya había sufrido cortas detenciones y el
partido político que lo protegía no lo contrató mas. Se despidió de todos y se
fue del pueblo. Tenía que empezar de nuevo y necesitaba alejarse del lugar.
Sus
andanzas
Su natural forma de ser
(jugador, andariego y mujeriego), le dio siempre muchos dolores de cabeza. Juan
luego de lo vivido se promete no volver a dejarse atrapar por los milicos “antes muerto” decía, y decide buscar
refugio en el monte, donde vivía la gente que no tenía lugar ni en los pueblos
ni en las colonias, en donde pensó encontrar la paz que tanto buscaba.
Algunas de sus pequeñas
historias son estas:
Se radica en Telen (La Pampa), y consigue
trabajo como vendedor de mercadería de almacén en las chacras. La timba y las
mujeres lo atraían por las noches y había contraído deudas, y tenía que
pagarlas, así que decidió quedarse con una plata de las ventas. Es denunciado
por su patrón y nuevamente va preso a la cárcel de Santa Rosa. Tres meses
estuvo en prisión, quedando en libertad por falta de pruebas.
· En una oportunidad, una viuda con dos niños, amiga
de él, le comenta que perdería su casa y su chacra si no pagaba una deuda de $
400 que su ex esposo tenía con un prestamista. Juan va hasta la casa de un
chacarero millonario (Don José), y le pide prestado el dinero para la viuda con
la promesa que se los devolvería. Juan le lleva el dinero a la viuda pero esta
no lo acepta ya que no podía devolvérselos. Juan le contesta que nada le debía,
y se retira sin darle tiempo a nada. Poco tiempo después el prestamista vino a
cobrarle a la viuda la deuda, esta le pagó y así recuperó su casa y su chacra.
Cuando el prestamista se retiraba Juan lo asaltó, le quitó el dinero y se lo
devolvió a Don José como se lo había prometido.
· En 1927, a los 33 años, ya cansado de vivir
en Buenos Aires y casi sin ahorros decido volver a sus pagos. En el camino se
encuentra con un sulky empantanado y decide ayudar tironeando el vehículo con
su caballo. En el viajaba un poderosos estanciero llamado Julio Iluminatti que
quiso pagarle por el favor. Juan no aceptó y don Julio lo invitó a su estancia
a conversar. Cuando le dijo que el era Bairoletto el estanciero le dijo “voy a vender mis dos revólveres que guardo
bajo el asiento para defenderme de vos”, y desde ese día don Juan se
convirtió en su defensor.
Bairoletto aparecía y
desaparecía como la luz mala, murmuraban los pueblerinos. El incesante
desplazamiento entre chacras y montes requería que viajara bien montado, cosa
que lograba con la complicidad de muchos que le daban cobijo y le recambiaban
los caballos. Estos rápidos movimientos casi de “posta” le permitían a
Bairoletto desplazarse como un rayo por los desérticos campos en busca siempre,
de justicia para los más humildes.
De
vuelta al pago
Después de sus aventuras por
la provincia de El Chaco, decide regresar a Mendoza cuando ya tenía 44 años. Lo
primero que hizo al llegar fue a visitar a su novia Telma Cevallos, que lo
esperaba ansiosamente, ya que desde su partida a Resistencia Chaco solo había
recibido noticias de él en una sola oportunidad.
Ella vivía con sus padres,
que eran amigos y protectores de Juan desde hacía muchos años, los que
trabajaban como puesteros en una estancia ubicada en General Alvear.
Cuando comenzaron a “noviar”,
hacía tres años, ella apenas tenía 14 años y Juan 41. Ella sabía perfectamente
quien era Bairoletto, y que su vida no era nada fácil ya que vivía huyendo,
pero ese hombre le gustaba y le brindaba confianza.
Siempre que se encontraban
era ante la presencia de su madre y su padrastro quien la custodiaba muy de
cerca. A su regreso del norte, Juan cansado de vivir al filo de la muerte,
decide buscar un refugio definitivo proponiéndole formalmente casamiento a
Telma. Ella aceptó, y sin perder demasiado tiempo parten ambos en busca de una
vida mejor.
Juan decide alquilar una
pieza en Colonia Alvear Oeste, dejando a Telma en compañía de unos amigos ya
que sus actividades lo hacían ausentarse por días y a veces por semanas, con el
fin según sus dichos a Telma de “ir
preparando la chacra que pronto ocuparían como propietarios del lugar”.
Una noticia da un vuelco a
su vida. Lo que no había logrado la policía y la justicia de varios territorios
y provincias lo pudo el anuncio de su pronta paternidad. Juan decide a partir
de ese momento frenar su vida errante y delictiva para convertirse en un
trabajador mas de la región.
Este hecho no le sería nada
fácil ya que tenía una cuantiosa cantidad de deudas pendientes ante la
justicia, y era consciente que la policía de La Pampa, que lo estaba buscando,
no lo perdonaría, y ante su presencia tendría que huir o lo matarían. Siempre
repetía: “quiero ser un hombre como
todos, reconocer a mis hijos, bautizarlos, tener mi rancho y trabajar
dignamente”.
El día 29 de Febrero de 1939
nace felizmente su primer hija a la que llamaron Juanita, era rubia igual que
él, frágil y llena de vida. Apenas se la entregaron en sus brazos, sus ojos se
le llenaron de lágrimas y un halo de luz ilumino su corazón que lo lleno de
bondad, paz y alegría.
Ya nada sería igual en su vida
a partir de ese momento, y decide comenzar a construir su rancho en la
localidad de Carmensa ubicada a la orilla del Atuel, predio de 10 hectáreas que
le regalaron Christophersen Alvear y Francisco Salonia, líder del radicalismo
zonal, en gratitud a favores recibidos.
Instalados en la chacra, y
trascurrido casi 17 meses del nacimiento de Juanita nació Elsita, su segunda
niña, el 28 de Julio de 1940. A pesar que deseaba tener un varón, al verla se
sintió cautivado ante tan frágil y dulce presencia, conmoviéndose su espíritu
al observar el milagro de la vida entre sus brazos.
La finca, ante tanta labor,
empezó a dar sus frutos. Nunca había tenido nada que pudiera considerar suyo,
mas que un caballo y unas pocas pilchas, pero ahora tenía mujer e hijas a quien
proteger. Su chacra poseía gallinero y quinta que él con sus propias manos
cultivaba, en donde se podían ver variedades de verduras, sandias y plantas
frutales.
Aficionado a la taba y las
cuadreras, llegaba a las yerras u otras fiestas de campo, siempre que no
hubiera policías. Había adquirido un hermoso caballo de carreras, haciéndolo
correr en Bowen, localidad ubicada no muy lejos de su chacra presentándose ante
la gente con el nombre de Francisco Bravo, adoptado a partir de su radicación
en Carmensa.
A medida que pasaba el
tiempo las zonas de cultivo las iba extendiendo. A veces le faltaban los útiles
de labranza que necesitaba para seguir abriendo la tierra y cultivar, pero se
esmeraba en avanzar, porque, como decía, quería demostrar a sus amigos que se
había convertido en un chacarero de ley.
Como era de suponer seguía
cuidando sus armas y practicar puntería, ya que tenía el presentimiento que esa
paz que estaba viviendo no iba a durar para siempre, y debía estar preparado si
se presentaba algún problema.
Sentía mucha responsabilidad
y amor por su familia y no estaba dispuesto a perderla, “antes de eso inevitablemente tendrían que encontrarse cara a cara con
él, y no se la iban a llevar tan de arriba”, frase que repetía ante sus
amigos.
Rondando los 46 años Juan era otro
hombre, luego de llevar una vida huyendo de la justicia y de las injusticias,
quiso poner fin a la carrera alocada que venía viviendo para entregarse a la
paz de su hogar rodeándose de sus dos pequeñas hijas y de su joven esposa, una
criolla de ley que supo contener y convencer al brioso Bairoletto que era el
mejor camino a tomar.
Instalados en el medio del
campo sus días pasaban trabajando duro pero muy felices junto a Telma, viendo
crecer a sus dos “lechucitas” como él llamaba cariñosamente a sus pequeñas
hijas.
Todo lo mejor de la casa era
para ellas: dormían bien arropadas, con cobijas, sábanas y almohadas mullidas
de pura lana y todo lo que les podía comprar que estuviera a su alcance, ellas
lo tenían. Los vecinos que lo llegaron a conocer lo apreciaban mucho, pero lo
identificaban como Francisco Bravo, ellos no tenían ni idea que se trataba de
Juan Bautista.
Era considerado un hombre de
trabajo, amable, simpático y bondadoso. Don Pedro Abadía, vecino de Juan,
cuenta que lo conoció en una oportunidad que vino para pedirle que le prestara
una herramienta y desde ese entonces se hicieron amigos, visitándose ambas
familias los domingos. Don Pedro lo recuerda como un hombre trabajador,
dedicado a su familia, tranquilo y educado a pesar de su apariencia de hombre
rústico.
De esta forma lo veían todos
los vecinos del lugar, y tan es así que gozaba de una gran simpatía por estos
lugares y en todas partes se lo recibía gustoso y con toda confianza, logro que
se lo ganó por su proceder siempre correcto y respetuoso.
El
final de Bairoletto
Vicente Gazcón alias “El
ñato”, de origen español, fue un ex compinche de Juan, se conocieron en La
Pampa cuando eran jóvenes. En ese momento ya era considerado una persona cruel
y sin límites, con más de una muerte encima, antecedente que Juan ignoraba,
pero que no tardó en enterarse, alejándose de él definitivamente, con algunas
andanzas delictivas compartidas.
Para su desgracia de Juan, este
siniestro y retorcido personaje vuelve a aparecer en su vida, tras 14 años de
distanciamiento, pero esta vez trayéndole la traición acompañada de muerte.
A Gazcón lo detuvo la
policía ya que estaba prófugo. El Comisario Bianchi, quien tenía bien presente
su prontuario y siempre le había quedado pendiente su captura y la de
Bairoletto, vio inmediatamente la posibilidad de que esta sea la oportunidad para
capturar a Juan.
Apenas llegado al Destacamento
ordenó que le dieran una buena paliza a Gazcón y luego, ya bastante ablandado,
le propuso usarlo como carnada para buscar y entregar a Bairoletto a cambio de
su libertad.
“El ñato” desconocía el
lugar exacto donde se encontraba Juan pero tenía idea que era por la zona de
Alvear, y no dudo en aceptar. Era un miserable traidor y lo único que le
interesaba era salvar su pellejo. Gazcón en libertad y con la policía
siguiéndolo muy de cerca se dirige a Alvear y comienza su búsqueda, encontrando
la casa de Juan el 31 de Agosto.
Al llegar lo recibe Telma,
ya que Juan no estaba, presentándose un viejo amigo y se retiró con la promesa
de volver. Al regreso de Juan, Telma le comenta la visita de “El ñato”. Juan se
queda muy intranquilo ante la noticia y meditaba que hacer. Era posible que “El
ñato” lo entregara (ya que era un pobre tipo sin escrúpulos), pero ¿otra vez
huir? y ¿hasta cuándo?.
¿Irse, escapar, terminar con
todo de una vez, esconderse en la cordillera, o dejar que se cumpliera su
destino? “El ñato”, continuando con su plan se comunica con la policía, y esta procedió
a armar el operativo para capturar con vida a Juan, aunque ellos sabían que lo
querían muerto.
Don Cochengo, amigo y
conocedor de Bairoletto, fue el que lo puso en conocimiento de lo que se venía.
Enterado Juan ve la posibilidad de refugiarse por un tiempo en el Cerro Colón,
pero se resistía interiormente a dejar a Telma y las niñas en aquella situación
ya que en ese lugar era imposible que ellas pudieran subsistir.
Luego de pensarlo y
meditarlo decide enfrentar lo que venga, le sobraba valentía para defenderse y
no estaba dispuesto a dejar a su familia y menos con ese panorama.
Mientras la policía
organizaba cautelosamente el operativo, donde cada uno de ellos quería
capturarlo vivo o muerto, rodeando la casa con la idea de entrar en acción
apenas despuntara el amanecer, Juan se preparaba tranquilo para acostarse.
Toda la familia Bairoletto
dormía con el sueño sereno de quienes tienen la conciencia en paz. Afuera de
esas paredes agazapado entre la oscuridad y el silencio de la noche cerrada,
sin luna y sin estrellas, se preparaba sigilosamente el final de Juan. Un 14 de
septiembre de 1941 a las seis de la mañana comenzaba a nacer el nuevo día sobre
el Atuel.
A cierta distancia de la
casa se encontraban los policías, atentos y con los nervios a flor de piel,
listos para atacar. Los peones dormían en las piezas contiguas a la principal y
fueron los primeros en despertarse por el canto de unos teros, quienes
advirtieron movimientos extraños fuera de la casa, a partir de ese momento se
desató la acción.
En ese momento, Juan con un
grito despertó a Telma para que se ponga a salvo junto con las niñas, en el
lugar que tantas veces le había indicado y saltó ágilmente de su cama con la
pistola que guardaba bajo la almohada. Ella, lo vio dirigirse con rapidez hacia
la puerta, vistiendo solo calzoncillos largos y camiseta de frisa, y calzándose
con prisa en su cintura la faja de guardas rojas, verde y blanca.
Su objetivo, y en definitiva
lo único que le interesaba en ese momento, era apartar a sus perseguidores del
lugar donde estaban sus seres queridos. Apenas atravesó la entrada sonaron
varias descargas y el encargado del operativo, dio la orden de atacar.
Eran 16 contra uno. El
subcomisario Paeta fue alcanzado por un disparo de Juan en el abdomen que le
desgarro el chaleco, quien al verse lleno de sangre se desmayó, quedando fuera
de acción. Juan mientras tanto buscaba protegerse en las paredes del rancho,
pero era casi imposible, ya que los disparos venían de todos lados.
Se sintió perdido, pero en
paz, ya que su familia estaba a salvo. En ese brevísimo instante en que su
mente funcionaba con total lucidez y sus pensamientos eran más rápidos que los
rayos, supo quizás por fin quién era en realidad, y tuvo la certeza que había
una sola manera de que ellos, los policías, no lo alcanzaran.
Allí es cuando decide
suicidarse, colocándose el arma sobre su cabeza, y disparándose sin que le
temblara el pulso, con la valentía que lo acompañó toda su vida.
Eligió, como siempre lo
había hecho, el camino a seguir. Su vida era su vida y nadie, mucho menos un
policía, se la iba a arrebatar. Los policías al escuchar el disparo y verlo
caer pesadamente, con mucho cuidado se fueron acercando al cuerpo que lucía
inerte sobre la tierra.
Uno de ellos gritó, “¡ no te hagas el muerto !”, con el tono
propio de un cobarde, porque sabía perfectamente que lo estaba, sino jamás se
hubiese atrevido a entrar. Bien seguros que nada podía hacer, dispararon sobre
él con saña y resentimiento. Luego se miraron, creo con vergüenza en el fondo
por su proceder, y enfundaron sus armas retirándose calladamente.
El peoncito Narváez, que
trabajaba de ayudante de Juan, aturdido, sin entender nada, vio a su patrón
inmóvil en el suelo, con la ropa interior blanca empapada de sangre.
Telma tenía en sus manos el
revólver que sacó de abajo del colchón para defenderse, pero cuando comprendió
que todo había terminado solo atinó a esconderlo entre unos trastos. En un
primer momento, ella y su peón, se negaron a reconocer la verdadera identidad
de Juan, sin embargo, los policías lo identificaron por los tatuajes en el
brazo, la figura de una mujer, el número 13 y sus iniciales J.B.
Se escuchó decir a un
policía que lo estaba examinando:”mirá,
tiene callos en las manos”, lo que deja a las claras lo poco que conocían a
este nuevo hombre, que lo único que deseaba era vivir en paz junto a su
familia.
Telma les pidió que taparan
el cuerpo con una manta para que las niñas no lo vieran y pensó que su alma
estaba en total libertad. Contuvo las lágrimas y acariciándole el rostro, llena
de impotencia, hizo un gran esfuerzo para mantener la serenidad por las nenas,
y se retiró del lugar envuelta en un llanto de dolor.
Quedando a disposición de la
policía fue trasladada al juzgado, en donde tuvo que soportar un interrogatorio
que duró varias horas, dejándola luego en libertad.
El cadáver fue trasladado
inmediatamente en una camioneta a la comisaría de Alvear en donde le sacaron
fotos y se labró un acta. De ahí lo trasladaron al Hospital Regional y el Dr.
Ariza fue quien le practicó la autopsia. Enterada la gente que se encontraba
allí, empezó a agolparse pidiendo a gritos la entrega del cadáver de su héroe.
Finalizado el trámite, se le
entrego el cuerpo a su amigo el Rubio Sánchez, siendo trasladado a la funeraria
en donde fue vestido por él, con bombachas “batarazas”, camisa blanca y un
pañuelo overo al cuello. El velatorio se realizó en el salón de la Biblioteca
Popular Sarmiento, que la empresa de sepelios alquiló para disponer de mayor
espacio.
Así lo vio la gente que
acudió multitudinariamente. Muchos por primera vez, otros por última vez para
darle su adiós. Voluntariamente los asistentes, que calculó la prensa más de 6.000,
depositaban monedas en una pequeña urna ubicada al lado del cajón para costear
los gastos del sepelio.
Mientras tanto Telma sentía
tal desconsuelo que no pudo juntar fuerzas suficientes para asistir al
velatorio de su amado esposo. Cómo hacerle frente a esa imagen inerte que había
sacrificado su vida para salvarlas, rodeada de gente en su mayoría extraños para
ella. Decidió quedarse con las nenas quienes eran su único consuelo en casa de
un amigo.
Los policías indignados ante
tanto reconocimiento público esa noche decidieron clausurar el local. Al día
siguiente la gente se empezó a agolpar frente a la biblioteca reclamando a los
gritos que sean abiertas las puertas, por lo que la policía decide adelantar el
entierro sorpresivamente. Pese a esta maniobra más de 3.000 personas integraron
el cortejo, pasando el cajón de mano en mano.
A los pocos metros la multitud
fue interceptada por la policía montada, quien en forma amenazante se abalanzó
sobre la gente, empujándolos y aplastándolos con los caballos, mientras uno de
ellos gritaba, ¡Qué tanto homenaje a un
ladrón, cuatrero y asesino!, obligándolos a dejar el cajón en el suelo.
Inmediatamente procedieron a
cargarlo en un carruaje tirado por dos caballos, trasladándolo a la mayor
velocidad que podían para dispersar a la multitud.
En verdad muchos no pudieron
llegar al entierro ya que la mayoría se encontraban a pie, pero otra multitud
de unas 2.000 personas se congregó en el cementerio, hecho que los policías
ante la realidad nada pudieron hacer para evitarlo. De esta forma Juan fue
despedido de este mundo y es aquí donde comienza a gestarse el nacimiento del mito.
El
recuerdo de Juan
Todos los diarios de la
época (La Prensa, Critica, La Razón, Noticias Gráficas, entre otros), se
hicieron eco de su muerte, dejando en claro que a Juan la policía no le dio
oportunidad de entregarse para salvar a su familia, y todos los disparos que le
hicieron fueron a matar, a pesar que no se resistió, y destacando que él se
suicidó ante la emboscada cobarde organizada por la policía.
El cadáver del traidor de
Gazcón (el entregador), apareció meses después tirado en un alfalfar cerca de
la localidad de General Pico. Murió cruelmente asesinado, nunca se supo quién
terminó con su vida, pero se presume que fue algún amigo de Juan.
Telma Cevallos, su esposa, crió con mucho sacrificio a sus dos hijas, quienes estudiaron, con el tiempo se
casaron y le dieron 9 nietos. Ella, fiel a su único amor, siguió viviendo un
tiempo en Alvear rodeada de su familia y con la compañía de los recuerdos e
imágenes grabadas en su mente que día a día llenan de amor el vació que le dejó
la ausencia de su querido Juan. Luego se
trasladó a Mendoza hasta su muerte a los 101 años.
En el cementerio de General
Alvear donde descansan los restos de Juan Bautista Bairoletto, nunca faltan
flores frescas, velas ni gente de todas las edades con pedidos de ayuda
convencidos que, ante sus plegarias, produce milagros.
La pared del muro construido
en 1987 está cubierto de placas de aquella época y actuales, que expresan
agradecimientos por los pedidos concedidos y de la cruz cuelgan toda clase de
objetos (escarpines, medallas, jinetas, etc.).
Hace unos años atrás se
reconstruyó su rancho gracias a los aportes del municipio de Alvear que
adquirió el predio y es el lugar elegido para recordarlo, llenándose de gente
tanto en su aniversario de fallecimiento como en su fecha de nacimiento, en
donde se celebran grandes fiestas criollas.
Juan Bautista Bairoletto, el
último de los bandidos románticos, como lo llama cariñosamente la gente, ha
muerto y con su fin nace, fundamentalmente en el corazón de los humildes, un
mito. Un protector que desde el cielo los cuida y los guía, tanto como lo
cuidaron a él en la tierra.
Juan ha muerto, recordemos
su último mensaje, repetido en varias ocasiones ante sus amigos:
"Los que me lloran por muerto,
déjense ya de llorar,
vivo en el alma del pueblo,
nadie me podrá matar."
Una milonga lleva el nombre de "San Bautista Bairoletto":
Amparaba al que debía,
al pobre, al necesitao,
al que era castigao,
y a aquel que nada tenía.
al pobre, al necesitao,
al que era castigao,
y a aquel que nada tenía.
Lo acusaron de bandido
milicos y poderosos,
y políticos golosos
que intereses protegían.
milicos y poderosos,
y políticos golosos
que intereses protegían.
Mas ya ha de llegar el día
que se sepa la verdad
y así la comunidad
grite al cielo con respeto:
que se sepa la verdad
y así la comunidad
grite al cielo con respeto:
¡San Bautista Bairoletto,
la pampa te ha de vengar!
la pampa te ha de vengar!
Bibliografía
Juan Bautista Bairoletto. DICCIONARIO
DE MITOS Y LEYENDAS - Equipo NAyA. http://www.cuco.com.ar/
Juan
Bautista Bairoletto. CUADERNOS DE LA MEMORIA.
www.noticampo.com.
Edición
digital
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