martes, 6 de septiembre de 2016

Bairoletto: el último gaucho “alzado”


Cuando descubrí que a mis nietos les gustaban las historias de algunos personajes de nuestra argentina nueva o vieja, empecé a resumirle trabajos de varios autores simplificando el relato.

Juan Bautista Bairoletto fue un personaje que siempre los atrajo, seguramente inspirado por León Gieco y sus “Bandidos Rurales”.


Aquí van algunas páginas de su historia.




¿Quién era Juan?
Juan Bautista Bairoletto (o Vairoletto), era considerado un héroe que solo robaba a los ricos y poderosos, al mismo tiempo se había convertido en el vengador de las injusticias sociales que se cometían a diario entre la gente mas humilde.

Los pobladores lo veían de esa manera, por esta razón lo porque ayudaba a los más necesitados. Y es así como nace el mito, reverenciado por los pobres y repudiado por los más poderosos.

También se lo conoce con sus nombres cambiados cuando huía de la policía: Marcelino Sánchez, Martín Mirando, Francisco Bravo y en el ámbito popular bautizado “El pampeano”, “Robin Hood criollo”, “Atila de La Pampa” y “San Bautista Bairoletto”.

Nació 1894 en Cañada de Gómez (Santa Fe). Era el segundo de seis hermanos. Siendo muy jovencito sus padres se trasladaron a La Pampa, en la zona de Castex,  para arrendar un campito.

En ese entonces era un humilde labrador que había dejado sus estudios primarios para ayudar a su familia. No tuvo una infancia feliz ya que tuvo que soportar la temprana muerte de su madre siendo muy pequeño.

Era un chico simpático y supo desde muy joven que la clave para poder seguir en la vida era mostrarse emprendedor. Tuvo varios trabajos: changarín, mozo, cuidador de plaza, alambrador y hasta comerciante.

Juan era flaco, de estatura mediana, pelo rubio, piel blanca y ojos verdosos, y lo que más impresionaba en él, según los que lo conocieron personalmente, era su mirada penetrante.

Vestía bien a lo gaucho, chambergo y camisa negra, pañuelo blanco al cuello, bombacha de campo gris y botas o alpargatas negras, según la ocasión. Se había hecho hacer dos tatuajes en los brazos: en el derecho el dibujo de una mujer, y en el izquierdo un triángulo que encerraba el número 13 con sus iniciales J.B.  El uso de la “B” indica que su apellido se escribía con B larga, aunque sus padres italianos hayan escrito su apellido con V corta.

Su tumultuosa vida transcurrió en “boliches”, comités políticos y casas de juego. Convertido en salteador, sostuvo tiroteos con la policía en los alrededores de la ciudad de Castex primero y luego en otras localidades de La Pampa y provincias vecinas como Mendoza y San Luis.

Bairoletto, que no era codicioso ni buscaba amasar fortunas, logró convertirse en una especie de vengador de los sufrimientos de sus semejantes, que no eran pocos, en su ámbito social. Hay quienes afirman, que no robaba para él solo, sino que repartía su botín entre sus amigos, protectores y gente necesitada.

Ya en la década del 30, no había asalto, pendencia o muerte de los que no se lo haga responsable aunque el no tuviese nada que ver. La policía le seguía el rastro, llegando casi siempre tarde, justo cuando Bairoletto, ya avisado por su gente amiga, se había fugado.

Desaparece de La Pampa, aparece en el desierto de San Luis, comete desmanes en Villa Regina, Río Negro, se lo ve por General Alvear, en Mendoza... Y es así como va trascurriendo su vida de delincuente “benefactor”.

Sus amores
Juan Bautista tenía “pinta”, buen bailarín, guitarrero y cantor y muy buscado por las mujeres. Con ansias de buscar diversión recurría a los “boliches” de la villa Castex. Fue allí donde conoció a Dora, una joven que con su belleza y experiencia supo conquistar su corazón, pero que lamentablemente resulto ser la causa de su perdición.

Cuando él iba en busca de ella, era para divertirse, para bailar, le encantaba compartir sus horas libres con ella, además era muy buena bailarina hecho que le gustaba a Juan.

Una noche, mientras ellos estaban tomando un trago en el “boliche”, entra el Cabo Elías Farach, alias el Turco, quien al verlos juntos se puso furioso, debido a que él desde hacía tiempo andaba detrás de la muchacha, el cual nunca había logrado ser correspondido.

Farach, con mucha impotencia ante lo que veía se le acercó a la mesa y le advirtió que se alejara definitivamente de Dora en tono amenazante, hecho que Juan, con su rebeldía muy propia de sus 25 años, ignoró por completo. Después de ese episodio, varias veces Farach los volvió a encontrar juntos, y no faltaron en más de una oportunidad entredichos entre ellos, hasta que en una de esas discusiones el Cabo decide arrestarlo.

Ya en la comisaría decide alojarlo en un calabozo, y sale en busca de Dora a la que la trae con el pretexto que Juan la quería ver. Una vez logrado su objetivo Farach decide llevar adelante un plan para humillarlo ante la joven, y la invita a pasar al calabozo.

Reunidos los tres y a solas, hace que Juan se saque la ropa dejándolo prácticamente desnudo, a lo cual este se resiste, pero el Cabo lo castiga pegándole duramente con su talero en las costillas hasta doblegarlo.

Luego lo empuja brutalmente y lo tira al suelo y levantándolo de los pelos de la nuca decide montarlo como si fuera un caballo y le comienza a pegar insistentemente con el rebenque como si estuviera intentando domar un potro salvaje mientras le gritaba:  “no te acerque mas a ella porque la próxima vez que los vea juntos va a ser mucho peor” y “mejor que te vayas definitivamente del pueblo”. Mientras esto pasaba la joven Dora lloraba ante tan desagradable espectáculo.

Juan Bautista decide aislarse en su casa junto a su familia por un tiempo, hasta recuperarse de los golpes recibidos, pero decide quedarse en el pueblo y enfrentar la situación. No estaba en su mente huir como un cobarde y mucho menos frente a la ofensa del Cabo Farach.

Mientras tanto el Cabo, gozaba de su éxito, y al no verlo circular por el pueblo creía que había huido, enorgulleciéndose de lo que le había hecho.

Pero este regocijo no le duró mucho, ya que Juan apareció por el pueblo de golpe como si nada hubiese pasado, visito a Dora por la mañana en el “boliche” y al mediodía decidió darse una vuelta por el comedor “La Colonia”.

La noticia de su llegada corrió como pólvora, hecho que no tardó en llegar a los oídos de Farach. El Cabo decide inmediatamente salir a buscarlo para según él, “darle su merecido”, pero lo que este ignoraba era que Juan había venido al pueblo en busca de aclarar la situación y preparado para enfrentar cualquier eventualidad, bien armado y con un muy buen caballo.

Muerte y fuga
Era un caluroso día de Noviembre de 1919, el reloj marcaba pasado el medio día. Juan, tranquilo, intentaba apagar el calor intenso bebiendo en el comedor, junto a un amigo cuando de pronto apareció Farach, como entre las sombras y con voz potente le dio la orden de arresto.

Juan respondió inmediatamente diciendo que “nada había hecho”, y levantándose rápidamente de la mesa que estaba ocupando emprende su retirada, con el Cabo Farach prácticamente pisándole los talones. Una vez afuera Juan intenta montar su caballo poniendo un pie en el palenque y Farach lo golpea brutalmente con su chicote, impidiéndole que monte, cayendo pesadamente, pero de pie.

Gira ágilmente y empieza a retroceder, siempre mirándolo a los ojos, pero en un momento tropieza y cae. Los gritos del Cabo alertan a los parroquianos que corriendo acuden a ver lo que sucedía, y son testigos de cómo el policía castigaba e insultaba al joven que se encontraba tirado en el suelo.

Juan, dolorido ante la lluvia de patadas y golpes que Farach le daba, decide ponerle fin a la situación y entre sus ropas saca el revólver y le dispara. Farach cae, de cara al sol, con una mortal herida de bala en su garganta, y Juan consciente, pero muy aturdido por lo sucedido, monta su zaino y desaparece velozmente.

Alertado por un parroquiano de lo sucedido al Cabo Farach, acude al lugar el medico del pueblo, quien inmediatamente anuncia a la gente reunida en el lugar, que había fallecido. Mientras tanto cuatro policías se organizan y salen tras las huellas de Bairoletto, en un Ford T de un vecino del lugar que, ante la solicitud de estos, no dudo en colaborar con la policía.

Tras un corto recorrido logran individualizarlo a la distancia descansando a la sombra de un caldén. Cuando el auto toma esa dirección, Bairoletto monta ágilmente y encara cortando campo por el medio de un trigal. La policía al ver la maniobra decide disparar unos tiros al aire con el objetivo de que se entregara, pero Bairoletto apuró su marcha y respondió con disparos en dirección del automóvil.

El intento de los policías, por continuar la persecución, a medida que avanzaban, se les hacía cada vez más complicado debido al terreno arenoso, impidiéndole al Ford T avanzar con rapidez, y deciden desistir definitivamente cuando advierten que Juan Bautista se interna en la espesura del monte, perdiéndolo de vista.

En el móvil se encontraba el Cabo Soto, que ante la necesidad de hacer mérito a fin de conseguir un ascenso, decide no darse por vencido y sale corriendo hacia una chacra que se encontraba a metros de donde ellos estaban parados, a fin de pedir un caballo para continuar la persecución. Logrado su objetivo, encara el monte, internándose en él, sin lograr divisarlo.

Al salir del monte encontró casualmente a un campesino que estaba arando, y le pregunto si no había visto a algún jinete pasar, el cual le respondió que sí, y que se había dirigido hacia la casa de Simón Bairoletto, su hermano. Soto inmediatamente decide dirigirse al lugar, ya preparado para proceder a la detención de Juan.

Apenas llega, Simón sale a recibirlo y escucha atentamente lo que le dice Soto, respondiéndole que nada sabía del paradero de su hermano invitándolo a que revise la casa, a lo cual el policía accede rápidamente. Mientras tanto Juan Bautista que se encontraba escondido en el galpón después de haber escondido su caballo, y ya alertado de la presencia del milico, se prepara para huir y cuando ve que este se introduce en la casa, sale velozmente y monta el caballo que traía Soto y se fuga.

Soto al sentir el galope, sale inmediatamente de la casa de Simón, lográndolo divisarlo entre la polvareda rumbo al monte, pero impedido totalmente de seguirlo, ya que no tenía con que hacerlo, decide disparar el arma en dirección a él, pero dado la distancia que Juan había alcanzado todo era inútil.

El Cabo, sin el caballo y sin balas, decide regresar a pie al pueblo totalmente avergonzado y lleno de impotencia, ante semejante burla realizada por el joven Bairoletto que había logra huir, prácticamente ante sus narices y con su propio caballo.

El velorio de su padre
Don Vittorio Bairoletto, quien vivía con su hermano Simón, un día de mucha tormenta salió para ayudarle a su hijo a recoger el pasto antes de que lloviera y se estropeara.

Mientras algunos ayudantes emparvaban el pasto don Vittorio y Simón deciden regresar a la casa en un carro, pero este se empantanó y no podía continuar. Al bajarse don Vittorio, y con las alpargatas mojadas, se resbala y da con su cabeza en la punta de un balancín del carro, quedando inconsciente.

Simón muy asustado al ver que su padre no reaccionaba toma uno de los caballos y poniéndolo cuidadosamente sobre el lomo se dirige a la casa, lo recuesta sobre el catre, y dejándolo al cuidado de uno de los ayudantes sale a todo galope, enfrentando la tempestad, en busca del médico del pueblo.

Al llegar con el médico, quien le cura la herida cortante que presentaba en su cabeza le indica reposo absoluto dado que había perdido mucha sangre. Pero pese a las atenciones, su salud se fue deteriorando paulatinamente, y a consecuencia de una hemorragia cerebral muere el 12 de Diciembre de 1919.

El velorio de Vittorio Bairoletto se realizó en su casa, como era de costumbre en esa época. Apenas enterados los familiares y amigos se dieron cita en el lugar para darles su último adiós. Toda la gente esperaba que Juan Bautista se hiciera presente.

Todos sus hermanos y parientes sabían cuánto había amado en vida a su padre, y estaban seguros que pese a que se encontraba prófugo de la justicia, iba a buscar la manera de llegar al velatorio para verlo y despedirse por última vez.

La policía enterada del deceso de don Vittorio ya se había organizado, instalándose en distintos lugares, por que percibían que Juan iba a venir, y tenían planeado atraparlo en los alrededores o dentro de la misma casa. Mientras tanto sus hermanos lo esperaban, y como no llegaba decidieron posponer el entierro para el día siguiente, con la excusa de que estaban esperando a un pariente que venía en viaje.

Esa noche llegó al velatorio mucha gente, entre ellos curiosos que, enterados del accionar policial, no querían dejar de ser testigos del momento en que Juan se hiciera presente.

Pasada la medianoche, la mayoría de los curiosos se habían retirado. Solo quedaban los más allegados a la familia, dos milicos vestidos de civil (agotados por la vigilancia realizada durante todo el día inútilmente), y una mujer vestida de luto y con el pelo cubierto con un prolijo pañuelo la cual había llegado en un carruaje alrededor de las 11 de la noche con un bebé en brazos y un niño pequeño aferrado a su falda.

Ella permaneció en silencio junto al féretro y luego de tres horas se retiró muy compungida secándose sus lágrimas. Al día siguiente, antes del mediodía se realizó el entierro y la policía supo en las primeras horas, que aquella “mujer” acompañada por dos niños era nada más y nada menos que Juan Bautista Bairoletto que nuevamente se burló de todos ellos, pero no de los civiles presentes que detectaron su presencia y callaron para protegerlo.

Algunos meses después del velatorio se confirmó lo ocurrido con lo que relató el dueño del carruaje, que vivía cerca de la chacra de los Bairoletto y quien fue el encargado de trasportar a la supuesta señora, este hombre que hizo de chofer confirmó que era Juan disfrazado de mujer en compañía de sus dos pequeños nietos.

Me entrego, no puedo seguir huyendo
La situación de Juan Bautista como prófugo lo obligaba a refugiarse durante el día en distintas chacras que le daban ayuda, porque todos conocían las injusticias que le había tocado vivir. Pero esta situación se le hacía más insoportable cada día que pasaba.

La gente del pueblo sabia como ubicarlo y esto hacia que recibiera constantes propuestas de trabajos, por ciertos, nada decentes, creyéndolo un asesino. Un día se encuentra casualmente con un amigo de su padre, un viejo policía ya retirado que lo conocía desde niño. Al verlo le trajo muchos recuerdos de su infancia y le confiesa durante la extensa charla, el infierno que estaba viviendo.

Juan Bautista le dice al amigo de su padre, que si bien le había dado muerte a Farach él no era ningún asesino sino que lo había hecho obligado en defensa propia. En la charla le comenta al policía que había recibido ofertas de dinero para asesinar  a dos políticos contrarios, pero que él no estaba dispuesto a aceptar.

Le cuenta también que la situación que vivía a medida que pasaban los días se le hacía más insostenible y que estaba cansado de andar huyendo, por lo tanto estaba dispuesto a entregarse tranquilamente siempre y cuando lo ayuden a denunciar ante las autoridades a los que le querían pagar para que asesine y le den la seguridad que la policía no lo mataría a él. El pacto se llevó a cabo.

Juan se entrega sin resistencia y queda a disposición de la policía en carácter de detenido y fue inmediatamente trasladado a la inhóspita cárcel de Santa Rosa. Su hermano Simón, enterado de lo sucedido acude a la comisaría e intenta verlo, antes de que sea trasladado a Santa Rosa, pero le fue imposible dado que se encontraba incomunicado.

En el lugar de detención Simón se encontró con el viejo amigo de su padre, el ex policía que ayudó a Juan a entregarse pacíficamente. Este le cuenta la realidad de la detención, sugiriéndole que le buscara un buen abogado y que de acuerdo como se habían presentado los hechos todo indicaba que pronto se aclararía su situación procesal y recuperaría su libertad en corto tiempo.

Pero los meses pasaban y la situación de Juan seguía igual. Cambiaron de abogado y deciden ir a visitar a Juan a la cárcel. Apenas lo vieron lo notaron muy enfermo con una persistente tos. Pero, pese a su mal aspecto, apenas vio a sus hermanos, Juan esbozó una sonrisa, y corrió a abrazarlos.

Simón pidió hablar con el director de la cárcel, a quien le expresó su preocupación por la salud de su hermano y le solicitó que lo hiciera ver con el medico del penal. Este, tras revisarlo, comprobó que tenía un agudo cuadro de neumonía y ordeno trasladarlo con urgencia al hospital. Tras una larga internación, logra reponerse de su enfermedad y regresa a la cárcel.

Juan recupera la libertad tras haber cumplido una condena injusta, de un año y tres meses. En el dictamen el fiscal lo declara libre de culpa y cargo, exento de pena en cuanto a la muerte del Cabo Farach.

Lograda su libertad, Juan ya no fue el mismo. Las horas eternas y sombrías pasadas en prisión lograron endurecer su alma convirtiéndolo en un hombre que de ahí en mas vivirá fuera de la ley si es necesario. Juró venganza contra los que lo persiguieron y su única regla que lo gobernará será la que dicte su “corazón justiciero”.

Ya en libertad
Recuperada su libertad, regresa al pueblo y sus hermanos salen a darle la bienvenida, pero al verlo, tan desmejorado, no pudieron contener las lágrimas de emoción.

Era Juan el que regresaba y todo se iluminaba a su alrededor. Tras pasar la tarde juntos, a pesar de su cansancio decide vestirse con sus mejores pilchas e ir a buscar a Dora, su amor eterno.

Todo fue mágico esa noche y pudo cumplir con el sueño de estrecharla nuevamente entre sus brazos, tal como él lo había imaginado en sus interminables noches en prisión.

El invierno pasó rápido, y su salud mejoró notablemente, lo único que lo atormentaba era Dora. Ella en su ausencia había empezado a salir con un changador de Monte Nievas.

Al principio se lo había ocultado, hasta que un buen día la vio con él. Reaccionó muy mal, no lo mató por que sus amigos se lo impidieron, y fue allí cuando su corazón se le rompió con odio en mil pedazos. A partir de aquel hecho nada volvió a ser como antes y decide tomar distancia. 

En un primer momento pensó alejarse definitivamente de Castex, en busca de trabajo, pero le ofrecen trabajar de matón en el comité, lo cual Juan decide aceptar porque necesitaba dinero.

Los trabajos por encargo le provocaban problemas con los milicos, que lo tenían entre ojos a partir de aquel hecho que marcó su vida para siempre, pero como era un protegido de la gente, siempre salía airoso.

Trascurría el invierno y la situación de Juan se complicaba. Ya había sufrido cortas detenciones y el partido político que lo protegía no lo contrató mas. Se despidió de todos y se fue del pueblo. Tenía que empezar de nuevo y necesitaba alejarse del lugar.

Sus andanzas
Su natural forma de ser (jugador, andariego y mujeriego), le dio siempre muchos dolores de cabeza. Juan luego de lo vivido se promete no volver a dejarse atrapar por los milicos “antes muerto” decía, y decide buscar refugio en el monte, donde vivía la gente que no tenía lugar ni en los pueblos ni en las colonias, en donde pensó encontrar la paz que tanto buscaba.

Algunas de sus pequeñas historias son estas:
  
   Se radica en Telen (La Pampa), y consigue trabajo como vendedor de mercadería de almacén en las chacras. La timba y las mujeres lo atraían por las noches y había contraído deudas, y tenía que pagarlas, así que decidió quedarse con una plata de las ventas. Es denunciado por su patrón y nuevamente va preso a la cárcel de Santa Rosa. Tres meses estuvo en prisión, quedando en libertad por falta de pruebas.

·  En una oportunidad, una viuda con dos niños, amiga de él, le comenta que perdería su casa y su chacra si no pagaba una deuda de $ 400 que su ex esposo tenía con un prestamista. Juan va hasta la casa de un chacarero millonario (Don José), y le pide prestado el dinero para la viuda con la promesa que se los devolvería. Juan le lleva el dinero a la viuda pero esta no lo acepta ya que no podía devolvérselos. Juan le contesta que nada le debía, y se retira sin darle tiempo a nada. Poco tiempo después el prestamista vino a cobrarle a la viuda la deuda, esta le pagó y así recuperó su casa y su chacra. Cuando el prestamista se retiraba Juan lo asaltó, le quitó el dinero y se lo devolvió a Don José como se lo había prometido.

·   En 1927, a los 33 años, ya cansado de vivir en Buenos Aires y casi sin ahorros decido volver a sus pagos. En el camino se encuentra con un sulky empantanado y decide ayudar tironeando el vehículo con su caballo. En el viajaba un poderosos estanciero llamado Julio Iluminatti que quiso pagarle por el favor. Juan no aceptó y don Julio lo invitó a su estancia a conversar. Cuando le dijo que el era Bairoletto el estanciero le dijo “voy a vender mis dos revólveres que guardo bajo el asiento para defenderme de vos”, y desde ese día don Juan se convirtió en su defensor.

Bairoletto aparecía y desaparecía como la luz mala, murmuraban los pueblerinos. El incesante desplazamiento entre chacras y montes requería que viajara bien montado, cosa que lograba con la complicidad de muchos que le daban cobijo y le recambiaban los caballos. Estos rápidos movimientos casi de “posta” le permitían a Bairoletto desplazarse como un rayo por los desérticos campos en busca siempre, de justicia para los más humildes.

De vuelta al pago
Después de sus aventuras por la provincia de El Chaco, decide regresar a Mendoza cuando ya tenía 44 años. Lo primero que hizo al llegar fue a visitar a su novia Telma Cevallos, que lo esperaba ansiosamente, ya que desde su partida a Resistencia Chaco solo había recibido noticias de él en una sola oportunidad.

Ella vivía con sus padres, que eran amigos y protectores de Juan desde hacía muchos años, los que trabajaban como puesteros en una estancia ubicada en General Alvear.
Cuando comenzaron a “noviar”, hacía tres años, ella apenas tenía 14 años y Juan 41. Ella sabía perfectamente quien era Bairoletto, y que su vida no era nada fácil ya que vivía huyendo, pero ese hombre le gustaba y le brindaba confianza.

Siempre que se encontraban era ante la presencia de su madre y su padrastro quien la custodiaba muy de cerca. A su regreso del norte, Juan cansado de vivir al filo de la muerte, decide buscar un refugio definitivo proponiéndole formalmente casamiento a Telma. Ella aceptó, y sin perder demasiado tiempo parten ambos en busca de una vida mejor.

Juan decide alquilar una pieza en Colonia Alvear Oeste, dejando a Telma en compañía de unos amigos ya que sus actividades lo hacían ausentarse por días y a veces por semanas, con el fin según sus dichos a Telma de “ir preparando la chacra que pronto ocuparían como propietarios del lugar”.

Una noticia da un vuelco a su vida. Lo que no había logrado la policía y la justicia de varios territorios y provincias lo pudo el anuncio de su pronta paternidad. Juan decide a partir de ese momento frenar su vida errante y delictiva para convertirse en un trabajador mas de la región.

Este hecho no le sería nada fácil ya que tenía una cuantiosa cantidad de deudas pendientes ante la justicia, y era consciente que la policía de La Pampa, que lo estaba buscando, no lo perdonaría, y ante su presencia tendría que huir o lo matarían. Siempre repetía: “quiero ser un hombre como todos, reconocer a mis hijos, bautizarlos, tener mi rancho y trabajar dignamente”.

El día 29 de Febrero de 1939 nace felizmente su primer hija a la que llamaron Juanita, era rubia igual que él, frágil y llena de vida. Apenas se la entregaron en sus brazos, sus ojos se le llenaron de lágrimas y un halo de luz ilumino su corazón que lo lleno de bondad, paz y alegría.

Ya nada sería igual en su vida a partir de ese momento, y decide comenzar a construir su rancho en la localidad de Carmensa ubicada a la orilla del Atuel, predio de 10 hectáreas que le regalaron Christophersen Alvear y Francisco Salonia, líder del radicalismo zonal, en gratitud a favores recibidos.

Instalados en la chacra, y trascurrido casi 17 meses del nacimiento de Juanita nació Elsita, su segunda niña, el 28 de Julio de 1940. A pesar que deseaba tener un varón, al verla se sintió cautivado ante tan frágil y dulce presencia, conmoviéndose su espíritu al observar el milagro de la vida entre sus brazos.

La finca, ante tanta labor, empezó a dar sus frutos. Nunca había tenido nada que pudiera considerar suyo, mas que un caballo y unas pocas pilchas, pero ahora tenía mujer e hijas a quien proteger. Su chacra poseía gallinero y quinta que él con sus propias manos cultivaba, en donde se podían ver variedades de verduras, sandias y plantas frutales.

Aficionado a la taba y las cuadreras, llegaba a las yerras u otras fiestas de campo, siempre que no hubiera policías. Había adquirido un hermoso caballo de carreras, haciéndolo correr en Bowen, localidad ubicada no muy lejos de su chacra presentándose ante la gente con el nombre de Francisco Bravo, adoptado a partir de su radicación en Carmensa.

A medida que pasaba el tiempo las zonas de cultivo las iba extendiendo. A veces le faltaban los útiles de labranza que necesitaba para seguir abriendo la tierra y cultivar, pero se esmeraba en avanzar, porque, como decía, quería demostrar a sus amigos que se había convertido en un chacarero de ley.

Como era de suponer seguía cuidando sus armas y practicar puntería, ya que tenía el presentimiento que esa paz que estaba viviendo no iba a durar para siempre, y debía estar preparado si se presentaba algún problema.
Sentía mucha responsabilidad y amor por su familia y no estaba dispuesto a perderla, “antes de eso inevitablemente tendrían que encontrarse cara a cara con él, y no se la iban a llevar tan de arriba”, frase que repetía ante sus amigos.

Rondando los 46 años Juan era otro hombre, luego de llevar una vida huyendo de la justicia y de las injusticias, quiso poner fin a la carrera alocada que venía viviendo para entregarse a la paz de su hogar rodeándose de sus dos pequeñas hijas y de su joven esposa, una criolla de ley que supo contener y convencer al brioso Bairoletto que era el mejor camino a tomar.

Instalados en el medio del campo sus días pasaban trabajando duro pero muy felices junto a Telma, viendo crecer a sus dos “lechucitas” como él llamaba cariñosamente a sus pequeñas hijas. 


Todo lo mejor de la casa era para ellas: dormían bien arropadas, con cobijas, sábanas y almohadas mullidas de pura lana y todo lo que les podía comprar que estuviera a su alcance, ellas lo tenían. Los vecinos que lo llegaron a conocer lo apreciaban mucho, pero lo identificaban como Francisco Bravo, ellos no tenían ni idea que se trataba de Juan Bautista.

Era considerado un hombre de trabajo, amable, simpático y bondadoso. Don Pedro Abadía, vecino de Juan, cuenta que lo conoció en una oportunidad que vino para pedirle que le prestara una herramienta y desde ese entonces se hicieron amigos, visitándose ambas familias los domingos. Don Pedro lo recuerda como un hombre trabajador, dedicado a su familia, tranquilo y educado a pesar de su apariencia de hombre rústico.

De esta forma lo veían todos los vecinos del lugar, y tan es así que gozaba de una gran simpatía por estos lugares y en todas partes se lo recibía gustoso y con toda confianza, logro que se lo ganó por su proceder siempre correcto y respetuoso.

El final de Bairoletto
Vicente Gazcón alias “El ñato”, de origen español, fue un ex compinche de Juan, se conocieron en La Pampa cuando eran jóvenes. En ese momento ya era considerado una persona cruel y sin límites, con más de una muerte encima, antecedente que Juan ignoraba, pero que no tardó en enterarse, alejándose de él definitivamente, con algunas andanzas delictivas compartidas.

Para su desgracia de Juan,  este siniestro y retorcido personaje vuelve a aparecer en su vida, tras 14 años de distanciamiento, pero esta vez trayéndole la traición acompañada de muerte.

A Gazcón lo detuvo la policía ya que estaba prófugo. El Comisario Bianchi, quien tenía bien presente su prontuario y siempre le había quedado pendiente su captura y la de Bairoletto, vio inmediatamente la posibilidad de que esta sea la oportunidad para capturar a Juan.


Apenas llegado al Destacamento ordenó que le dieran una buena paliza a Gazcón y luego, ya bastante ablandado, le propuso usarlo como carnada para buscar y entregar a Bairoletto a cambio de su libertad.

“El ñato” desconocía el lugar exacto donde se encontraba Juan pero tenía idea que era por la zona de Alvear, y no dudo en aceptar. Era un miserable traidor y lo único que le interesaba era salvar su pellejo. Gazcón en libertad y con la policía siguiéndolo muy de cerca se dirige a Alvear y comienza su búsqueda, encontrando la casa de Juan el 31 de Agosto.

Al llegar lo recibe Telma, ya que Juan no estaba, presentándose un viejo amigo y se retiró con la promesa de volver. Al regreso de Juan, Telma le comenta la visita de “El ñato”. Juan se queda muy intranquilo ante la noticia y meditaba que hacer. Era posible que “El ñato” lo entregara (ya que era un pobre tipo sin escrúpulos), pero ¿otra vez huir? y ¿hasta cuándo?.

¿Irse, escapar, terminar con todo de una vez, esconderse en la cordillera, o dejar que se cumpliera su destino? “El ñato”, continuando con su plan se comunica con la policía, y esta procedió a armar el operativo para capturar con vida a Juan, aunque ellos sabían que lo querían muerto.

Don Cochengo, amigo y conocedor de Bairoletto, fue el que lo puso en conocimiento de lo que se venía. Enterado Juan ve la posibilidad de refugiarse por un tiempo en el Cerro Colón, pero se resistía interiormente a dejar a Telma y las niñas en aquella situación ya que en ese lugar era imposible que ellas pudieran subsistir.

Luego de pensarlo y meditarlo decide enfrentar lo que venga, le sobraba valentía para defenderse y no estaba dispuesto a dejar a su familia y menos con ese panorama.

Mientras la policía organizaba cautelosamente el operativo, donde cada uno de ellos quería capturarlo vivo o muerto, rodeando la casa con la idea de entrar en acción apenas despuntara el amanecer, Juan se preparaba tranquilo para acostarse.

Toda la familia Bairoletto dormía con el sueño sereno de quienes tienen la conciencia en paz. Afuera de esas paredes agazapado entre la oscuridad y el silencio de la noche cerrada, sin luna y sin estrellas, se preparaba sigilosamente el final de Juan. Un 14 de septiembre de 1941 a las seis de la mañana comenzaba a nacer el nuevo día sobre el Atuel.

A cierta distancia de la casa se encontraban los policías, atentos y con los nervios a flor de piel, listos para atacar. Los peones dormían en las piezas contiguas a la principal y fueron los primeros en despertarse por el canto de unos teros, quienes advirtieron movimientos extraños fuera de la casa, a partir de ese momento se desató la acción.

En ese momento, Juan con un grito despertó a Telma para que se ponga a salvo junto con las niñas, en el lugar que tantas veces le había indicado y saltó ágilmente de su cama con la pistola que guardaba bajo la almohada. Ella, lo vio dirigirse con rapidez hacia la puerta, vistiendo solo calzoncillos largos y camiseta de frisa, y calzándose con prisa en su cintura la faja de guardas rojas, verde y blanca.

Su objetivo, y en definitiva lo único que le interesaba en ese momento, era apartar a sus perseguidores del lugar donde estaban sus seres queridos. Apenas atravesó la entrada sonaron varias descargas y el encargado del operativo, dio la orden de atacar.

Eran 16 contra uno. El subcomisario Paeta fue alcanzado por un disparo de Juan en el abdomen que le desgarro el chaleco, quien al verse lleno de sangre se desmayó, quedando fuera de acción. Juan mientras tanto buscaba protegerse en las paredes del rancho, pero era casi imposible, ya que los disparos venían de todos lados.

Se sintió perdido, pero en paz, ya que su familia estaba a salvo. En ese brevísimo instante en que su mente funcionaba con total lucidez y sus pensamientos eran más rápidos que los rayos, supo quizás por fin quién era en realidad, y tuvo la certeza que había una sola manera de que ellos, los policías, no lo alcanzaran.

Allí es cuando decide suicidarse, colocándose el arma sobre su cabeza, y disparándose sin que le temblara el pulso, con la valentía que lo acompañó toda su vida.

Eligió, como siempre lo había hecho, el camino a seguir. Su vida era su vida y nadie, mucho menos un policía, se la iba a arrebatar. Los policías al escuchar el disparo y verlo caer pesadamente, con mucho cuidado se fueron acercando al cuerpo que lucía inerte sobre la tierra.

Uno de ellos gritó, “¡ no te hagas el muerto !”, con el tono propio de un cobarde, porque sabía perfectamente que lo estaba, sino jamás se hubiese atrevido a entrar. Bien seguros que nada podía hacer, dispararon sobre él con saña y resentimiento. Luego se miraron, creo con vergüenza en el fondo por su proceder, y enfundaron sus armas retirándose calladamente.

El peoncito Narváez, que trabajaba de ayudante de Juan, aturdido, sin entender nada, vio a su patrón inmóvil en el suelo, con la ropa interior blanca empapada de sangre.

Telma tenía en sus manos el revólver que sacó de abajo del colchón para defenderse, pero cuando comprendió que todo había terminado solo atinó a esconderlo entre unos trastos. En un primer momento, ella y su peón, se negaron a reconocer la verdadera identidad de Juan, sin embargo, los policías lo identificaron por los tatuajes en el brazo, la figura de una mujer, el número 13 y sus iniciales J.B.

Se escuchó decir a un policía que lo estaba examinando:”mirá, tiene callos en las manos”, lo que deja a las claras lo poco que conocían a este nuevo hombre, que lo único que deseaba era vivir en paz junto a su familia.

Telma les pidió que taparan el cuerpo con una manta para que las niñas no lo vieran y pensó que su alma estaba en total libertad. Contuvo las lágrimas y acariciándole el rostro, llena de impotencia, hizo un gran esfuerzo para mantener la serenidad por las nenas, y se retiró del lugar envuelta en un llanto de dolor.

Quedando a disposición de la policía fue trasladada al juzgado, en donde tuvo que soportar un interrogatorio que duró varias horas, dejándola luego en libertad.

El cadáver fue trasladado inmediatamente en una camioneta a la comisaría de Alvear en donde le sacaron fotos y se labró un acta. De ahí lo trasladaron al Hospital Regional y el Dr. Ariza fue quien le practicó la autopsia. Enterada la gente que se encontraba allí, empezó a agolparse pidiendo a gritos la entrega del cadáver de su héroe.

Finalizado el trámite, se le entrego el cuerpo a su amigo el Rubio Sánchez, siendo trasladado a la funeraria en donde fue vestido por él, con bombachas “batarazas”, camisa blanca y un pañuelo overo al cuello. El velatorio se realizó en el salón de la Biblioteca Popular Sarmiento, que la empresa de sepelios alquiló para disponer de mayor espacio.

Así lo vio la gente que acudió multitudinariamente. Muchos por primera vez, otros por última vez para darle su adiós. Voluntariamente los asistentes, que calculó la prensa más de 6.000, depositaban monedas en una pequeña urna ubicada al lado del cajón para costear los gastos del sepelio.

Mientras tanto Telma sentía tal desconsuelo que no pudo juntar fuerzas suficientes para asistir al velatorio de su amado esposo. Cómo hacerle frente a esa imagen inerte que había sacrificado su vida para salvarlas, rodeada de gente en su mayoría extraños para ella. Decidió quedarse con las nenas quienes eran su único consuelo en casa de un amigo.

Los policías indignados ante tanto reconocimiento público esa noche decidieron clausurar el local. Al día siguiente la gente se empezó a agolpar frente a la biblioteca reclamando a los gritos que sean abiertas las puertas, por lo que la policía decide adelantar el entierro sorpresivamente. Pese a esta maniobra más de 3.000 personas integraron el cortejo, pasando el cajón de mano en mano.

A los pocos metros la multitud fue interceptada por la policía montada, quien en forma amenazante se abalanzó sobre la gente, empujándolos y aplastándolos con los caballos, mientras uno de ellos gritaba, ¡Qué tanto homenaje a un ladrón, cuatrero y asesino!, obligándolos a dejar el cajón en el suelo.

Inmediatamente procedieron a cargarlo en un carruaje tirado por dos caballos, trasladándolo a la mayor velocidad que podían para dispersar a la multitud.

En verdad muchos no pudieron llegar al entierro ya que la mayoría se encontraban a pie, pero otra multitud de unas 2.000 personas se congregó en el cementerio, hecho que los policías ante la realidad nada pudieron hacer para evitarlo. De esta forma Juan fue despedido de este mundo y es aquí donde comienza a gestarse el nacimiento del mito.

El recuerdo de Juan
Todos los diarios de la época (La Prensa, Critica, La Razón, Noticias Gráficas, entre otros), se hicieron eco de su muerte, dejando en claro que a Juan la policía no le dio oportunidad de entregarse para salvar a su familia, y todos los disparos que le hicieron fueron a matar, a pesar que no se resistió, y destacando que él se suicidó ante la emboscada cobarde organizada por la policía.

El cadáver del traidor de Gazcón (el entregador), apareció meses después tirado en un alfalfar cerca de la localidad de General Pico. Murió cruelmente asesinado, nunca se supo quién terminó con su vida, pero se presume que fue algún amigo de Juan.

Telma Cevallos, su esposa, crió con mucho sacrificio a sus dos hijas, quienes estudiaron, con el tiempo se casaron y le dieron 9 nietos. Ella, fiel a su único amor, siguió viviendo un tiempo en Alvear rodeada de su familia y con la compañía de los recuerdos e imágenes grabadas en su mente que día a día llenan de amor el vació que le dejó la ausencia de su querido Juan.  Luego se trasladó a Mendoza hasta su muerte a los 101 años.

En el cementerio de General Alvear donde descansan los restos de Juan Bautista Bairoletto, nunca faltan flores frescas, velas ni gente de todas las edades con pedidos de ayuda convencidos que, ante sus plegarias, produce milagros.
La pared del muro construido en 1987 está cubierto de placas de aquella época y actuales, que expresan agradecimientos por los pedidos concedidos y de la cruz cuelgan toda clase de objetos (escarpines, medallas, jinetas, etc.).

Hace unos años atrás se reconstruyó su rancho gracias a los aportes del municipio de Alvear que adquirió el predio y es el lugar elegido para recordarlo, llenándose de gente tanto en su aniversario de fallecimiento como en su fecha de nacimiento, en donde se celebran grandes fiestas criollas.

Juan Bautista Bairoletto, el último de los bandidos románticos, como lo llama cariñosamente la gente, ha muerto y con su fin nace, fundamentalmente en el corazón de los humildes, un mito. Un protector que desde el cielo los cuida y los guía, tanto como lo cuidaron a él en la tierra.

Juan ha muerto, recordemos su último mensaje, repetido en varias ocasiones ante sus amigos:
"Los que me lloran por muerto,
déjense ya de llorar,
vivo en el alma del pueblo,
nadie me podrá matar."

Una milonga lleva el nombre de "San Bautista Bairoletto":


Amparaba al que debía,
al pobre, al necesitao,
al que era castigao,
y a aquel que nada tenía.

Lo acusaron de bandido
milicos y poderosos,
y políticos golosos
que intereses protegían.

Mas ya ha de llegar el día
que se sepa la verdad
y así la comunidad
grite al cielo con respeto:
¡San Bautista Bairoletto,
la pampa te ha de vengar!

Bibliografía


Juan Bautista Bairoletto. DICCIONARIO DE MITOS Y LEYENDAS - Equipo NAyA. http://www.cuco.com.ar/

Juan Bautista Bairoletto. CUADERNOS DE LA MEMORIA.  www.noticampo.com.
        Edición digital




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