Cuantas veces habremos visto la figura del Granadero Pringles arrojarse al mar con su caballo, y suponer que allí murió.
Esto es consecuencia de esa
visión “epica” (poesía heroica), de la historia que nos quisieron mostrar.
Juan Pascual Pringles era un
puntano que tenía como principio “hemos
venido a vencer, no a rendirnos”, y este lo llevó a ganar la confianza de
San Martín en su campaña al Perú, y el respeto de Facundo Quiroga hasta la hora
de su muerte, aunque fuesen enemigos.
Chancay fue el escenario que
mostró de que se trata de honor.
¿Quién
fue Pringles?
Juan Pascual Pringles nació en San Luis en 1795.
Fue uno de los descendientes de la conocida princesa indígena Juana Koslay (castellanización del nombre indígena), y el Capitán español Juan
Gómez Isleño.
No se sabe muy bien dónde estudió y es
probable que haya aprendido a leer y escribir en su casa, o con algún maestro
particular.
Se inició como empleado de comercio en
Mendoza. Durante dos o tres años se desempeñó detrás de un mostrador en la
tienda de don Manuel Tabla. En algún momento decide dejar las comodidades del
empleo para asumir su destino militar.
Se enroló en las milicias de caballería de su provincia, en la época en
que San Martín era Gobernador de Cuyo, y a los 24 años, en 1819, se
incorporó al Ejército de los Andes, en el Regimiento de Granaderos a
Caballo, con los que hizo la campaña
independentista al Perú.
Allí participó en el desembarco en Paracas y en la batalla de Nazca.
En febrero de ese año los prisioneros realistas de las batallas de Chacabuco y Maipú, confinados en San Luis, atacaron el cuartel de la ciudad y la casa del
Gobernador Vicente Dupuy, pero la rápida reacción del pueblo y de los soldados de la guarnición
logró vencerlos.
Entre los héroes de la jornada estaba Pringles y Facundo
Quiroga. Todos los prisioneros fueron
muertos en la conocida como Matanza de San Luis.
Participó luego de la fracasada expedición a los puertos intermedios de la costa
sur del Perú. Más tarde luchó en Junín y Ayacucho.
¿Dónde
está Chancay?
Chancay
se encuentra a 78 km al norte de la ciudad de Lima, en la ruta de la carretera
longitudinal de la costa, que hoy cuenta con más de 60.000 habitantes.
Por su
riqueza cultural y la simpatía de su población por la causa independentista,
los patriotas de la época eligieron a Chancay como el lugar adecuado para
establecer los acantonamientos del Ejército Libertador, que arribó al Perú bajo
el mando de San Martín en 1820.
Fue
precisamente, durante el avance de los patriotas hacia Lima, cuando estos libraron
dos combates contra los realistas.
Por el
Estatuto y Reglamento Provisional, dictado por San Martín en 1821, se creó
la Provincia de Chancay, que formaba parte del Departamento de la
Costa (luego llamado Departamento de Lima).
Los
eminentes servicios que prestó la población chancayana a la causa de la
Independencia dieron origen a la Ley del 16 de abril de 1828, que otorgó a la
villa de Chancay el título de “fidelísima
villa”.
El
honor en juego
San Martín toma conocimiento
que un escuadrón realista (compuesto por muchos soldados americanos), dispuso
pasarse al bando independentista, y envió instrucciones y garantías con una
pequeña partida mandada por el Teniente Pringles, quien debía negociar la
deserción.
Pringles marchó con
19 Granaderos a la Caleta de Pescadores, a 15 km de Chancay, donde debía
aguardar al comandante colombiano Tomás Heres, y a varios oficiales del
Batallón Numancia, para transmitirles una orden, aguardar la respuesta y regresar,
con la prohibición absoluta de presentar combate con alguna partida realista.
El destacamento
realizó una marcha forzada durante la noche desde su campamento hasta el lugar
indicado, que quedaba entre los médanos de una costa relativamente baja con
algunas barrancas, encontrándose allí al amanecer.
Hasta
allí, cumplió en un todo las precisas indicaciones que tenía, cuando de
improviso surgieron de las brumas escuadrones realistas compuesto por un cuerpo
completo de Dragones fuertemente armados.
El
aparecer y presentar combate fue una sola acción que los obligó a combatir
desigualmente y de espaldas al mar. El jefe español exige la rendición ante tan
obvia situación, pero la única respuesta de Pringles fue su grito “a degüello”. Nadie podía creer tal
afrenta. La voz del oficial vuelve a reclamar rendición.
Pringles, resuelto a
abrirse paso, cargó en varios intentos, dejando tres muertos y once heridos,
incluido él mismo.
No concebía que un
soldado se rindiera sin pelear hasta el último cartucho. “Hemos venido al Perú a pelear, no a rendirnos” le contestó a un
asombrado oficial español que no terminaba de entender por qué había rechazado
toda oferta de rendición.
En un arrebato de
indignación e impotencia se envuelve en la bandera y se lanza con sus soldados
al mar. El jefe español, mandó rápidamente un estafeta a informar del hecho a
su jefe, el General Valdez, quien marchaba no lejos de allí, al mando del
grueso de las tropas españolas.
Enterado, éste galopó
hasta el lugar del combate, llegando a presenciar el momento en que Pringles,
aún montado, era envuelto por el oleaje, perdía el equilibrio y era presa de la
violencia del mar, que lo desmontó. Valdez picó espuelas a su cabalgadura y
también penetró en el agua, ofreciéndole a Pringles, a viva voz, la garantía de
su vida.
Este, advirtiendo tal
vez lo estéril de su sacrificio y medio ahogado, alcanzó las ancas del caballo
del General y aceptó su propia salvación. Llegado a la playa, Valdez ordenó
rescatar al caballo del valeroso oficial y reunir a sus soldados. A Pringles y
a sus soldados se les respetó la vida y no fueron obligados a entregar
documentos o a revelar secretos, y se le permitió destruir los mensajes.
Cuando
perder es ganar
San Martín recibió el
parte del jefe de Pringles, Alvarado, en el Cuartel General de Supe, y en el
Boletín del Ejército Unido Libertador del Perú, correspondiente al 2 de
diciembre de 1820, se hizo conocer lo ocurrido a las tropas, en los siguientes
términos:
[...] Una partida de
19 granaderos al mando del Teniente Pringles salió a reconocer al enemigo y por
fortuna nuestra fue cortada por 80 caballos y hecha prisionera cerca de
Chancay. Ellos se rindieron, pero el enemigo quedó cubierto de ignominia; quizá
no hay ejemplo en el mundo, de un combate más desigual y que tanto deshonre al
vencedor: los vencidos se han hecho acreedores de la admiración de los enemigos
y del aplauso de sus compañeros de armas.
Posteriormente, la
orden del día, firmada por San Martín, proclamó lo siguiente:
[...] ¡Soldados! Una
de nuestras partidas de observación ha caído en poder de los enemigos en
Chancay: el teniente Pringles y 19 granaderos fueron sorprendidos por setenta
hombres. Cargaron sobre ellos, rompieron la línea, pero al fin tuvieron que
ponerse en fuga a la vista de cien hombres más que venían a unirse a los
últimos.
De nuestros bravos,
tres quedaron en el campo, once fueron heridos y seis han caído prisioneros,
incluso el oficial. La excesiva superioridad del número y el estado en que se
hallaban los caballos de nuestra partida, han dado al enemigo este humillante
triunfo.
Él debe avergonzarse
de haber vencido a 20 granaderos que acababan de romper su línea y dejar
tendidos en el campo, entre muertos y heridos, a 26 lanceros y a más de un
oficial, según se asegura. El vencedor ha quedado escarmentado en este choque,
y llenos de orgullo, los vencidos. ¡Soldados!: No temáis a un enemigo que sólo
busca victorias que degradan y daos la enhorabuena por una pérdida que hace
tanto honor a nuestros compañeros de armas.
En
los primeros días de enero de 1821 el teniente Pringles y sus granaderos fueron
canjeados y remitidos de Lima al campamento patriota, en Huaura, después de una
penosa estadía en los calabozos de El Callao, donde no tuvieron honores ni
reconocimiento a su bravura, sino solamente, y en dura forma, el tratamiento dado
a un enemigo prisionero.
Pringles
recibió una severísima reprimenda, seguida de una grave sanción, por parte del
General San Martín, pero no por ello su magnanimidad dejó de reconocer la
intrepidez y el valor del joven oficial, por lo que al anunciarle su
reincorporación al Ejército Libertador, resolvió otorgarle un honroso premio.
Este constaba de un
escudo redondo de paño celeste, que lleva bordadas en plata en su perímetro,
dos ramas de laurel y una inscripción singular, no tanto en su mensaje, cuanto
por las formas en que está expresado: “GLORIA a los vencidos EN CHANCAY”
El
premio, sin olvidar la derrota, resaltaba el reconocimiento a la recia bravura
de la acción, mediante una inscripción en grandes letras (GLORIA), mientras
que, el resto (a los vencidos), en caracteres pequeños.
Cabe recordar que el caso
del Coronel Pringles fue uno de los únicos (por no decir el único), al cual el
General San Martín condecora a un oficial derrotado.
El
final
A su regreso al país se unió a la revolución de Lavalle contra Manuel
Dorrego e hizo la campaña en el
interior de la provincia de Buenos Aires. Se unió luego a la campaña del General Paz en Córdoba, participando en las batallas de San Roque, La Tablada y Oncativo, donde se cruzaría con un viejo conocido, ahora en el otro bando:
Facundo Quiroga
Fue ascendido a Coronel y enviado a reclutar tropas en su provincia,
regresando al frente de ellos a Córdoba. Al llegar a Río Cuarto, encontró a la población esperando el inminente ataque de Facundo
Quiroga, que se había reincorporado a la guerra contra todas las esperanzas.
Dirigió la defensa de la villa contra Quiroga, pero cuando este la tomó
por asalto, Pringles logró huir hacia San Luis. Fue alcanzado por tropas de
Quiroga y derrotado en San José del Morro. Pocos días más tarde, en marzo de 1831, nuevamente fue derrotado en
las márgenes del Río
Quinto.
Cuando huía fue alcanzado en Chañaral de las Ánimas (a 45 km al sudeste
de la ciudad de San Luis), por un oficial federal que no lo reconoció y le intimó rendición. Pringles contestó que
solo se rendiría ante Quiroga, por lo que el oficial le descerrajó un tiro en
el pecho.
Herido
de muerte, clamaba por un trago de agua que nunca llegó. Moribundo, fue llevado
a presencia de Quiroga, pero murió en camino el 19 de mayo de 1831. Tenía 36
años, y desde los veinte su único oficio había sido la guerra.
Al llegar al campamento Quiroga, al
ver el cuerpo sin vida de Pringles, se puso de rodillas, se quitó su poncho, y
con un cuidado, con una delicadeza que ninguno de sus soldados conocía, cubre
el cuerpo de Pringles.
Imposible un homenaje más justo y más
digno.
Quiroga amonestó al oficial que lo había matado lo que resultó en un
elogio póstumo de su enemigo:
¡Por
no manchar con tu sangre el cadáver del valiente Coronel Pringles, no te hago
pegar cuatro tiros ahora mismo! ¡Cuidado otra vez, miserable, que un rendido
invoque mi nombre!
El General Juan Esteban
Pedernera (tercer Presidente de la Confederación Argentina), que pudo apreciar
de cerca la valentía de Pringles dejo escritos donde decía:
“Durante mi larga vida militar, solo el valor de un hombre he
envidiado: el del Coronel Juan Pascual Pringles, el héroe de Chancay”
Bibliografía
ALANIZ, R. Coronel
Pascual Pringles: el honor de ser valiente. www.ellitoral.com/index.php/diarios/2009/05/13/opinion/OPIN-03.html
HORNI,
M.T. Coronel Juan Pascual Pringles - La Patria es testigo.
MG gráfica. 110 p.
TOYO,
S.O.H. Premio al Valor, Ejemplo del Espíritu Militar. www.fundacionsoldados.com.ar/cultura/cultura-19.html
WIKIPEDIA. Juan Pascual Pringles. https://es.wikipedia.org/wiki/Juan_Pascual_Pringles
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