viernes, 12 de enero de 2018

Chancay, una cuestión de honor



Cuantas veces habremos visto la figura del Granadero Pringles arrojarse al mar con su caballo, y suponer que allí murió.

Esto es consecuencia de esa visión “epica” (poesía heroica), de la historia que nos quisieron mostrar.

Juan Pascual Pringles era un puntano que tenía como principio “hemos venido a vencer, no a rendirnos”, y este lo llevó a ganar la confianza de San Martín en su campaña al Perú, y el respeto de Facundo Quiroga hasta la hora de su muerte, aunque fuesen enemigos.

Chancay fue el escenario que mostró de que se trata de honor.

¿Quién fue Pringles?
Juan Pascual Pringles nació en San Luis en 1795. Fue uno de los descendientes de la conocida princesa indígena Juana Koslay (castellanización del nombre indígena), y el Capitán español Juan Gómez Isleño. 
No se sabe muy bien dónde estudió y es probable que haya aprendido a leer y escribir en su casa, o con algún maestro particular.
Se inició como empleado de comercio en Mendoza. Durante dos o tres años se desempeñó detrás de un mostrador en la tienda de don Manuel Tabla. En algún momento decide dejar las comodidades del empleo para asumir su destino militar.
Se enroló en las milicias de caballería de su provincia, en la época en que  San Martín era Gobernador de Cuyo, y a los 24 años, en 1819, se incorporó al Ejército de los Andes, en el Regimiento de Granaderos a Caballo, con los que hizo la campaña independentista al Perú. Allí participó en el desembarco en Paracas y en la batalla de Nazca.
En febrero de ese año los prisioneros realistas de las batallas de Chacabuco y Maipú, confinados en San Luis, atacaron el cuartel de la ciudad y la casa del Gobernador Vicente Dupuy, pero la rápida reacción del pueblo y de los soldados de la guarnición logró vencerlos.
Entre los héroes de la jornada estaba Pringles y Facundo Quiroga. Todos los prisioneros fueron muertos en la conocida como Matanza de San Luis.
Participó luego de la fracasada expedición a los puertos intermedios de la costa sur del Perú. Más tarde luchó en Junín y Ayacucho.
¿Dónde está Chancay?
Chancay se encuentra a 78 km al norte de la ciudad de Lima, en la ruta de la carretera longitudinal de la costa, que hoy cuenta con más de 60.000 habitantes.
Por su riqueza cultural y la simpatía de su población por la causa independentista, los patriotas de la época eligieron a Chancay como el lugar adecuado para establecer los acantonamientos del Ejército Libertador, que arribó al Perú bajo el mando de San Martín en 1820.
Fue precisamente, durante el avance de los patriotas hacia Lima, cuando estos libraron dos combates contra los realistas.
Por el Estatuto y Reglamento Provisional, dictado por San Martín en 1821, se creó la Provincia de Chancay, que formaba parte del Departamento de la Costa (luego llamado Departamento de Lima).
Los eminentes servicios que prestó la población chancayana a la causa de la Independencia dieron origen a la Ley del 16 de abril de 1828, que otorgó a la villa de Chancay el título de “fidelísima villa”.
El honor en juego
San Martín toma conocimiento que un escuadrón realista (compuesto por muchos soldados americanos), dispuso pasarse al bando independentista, y envió instrucciones y garantías con una pequeña partida mandada por el Teniente Pringles, quien debía negociar la deserción.

Pringles marchó con 19 Granaderos a la Caleta de Pescadores, a 15 km de Chancay, donde debía aguardar al comandante colombiano Tomás Heres, y a varios oficiales del Batallón Numancia, para transmitirles una orden, aguardar la respuesta y regresar, con la prohibición absoluta de presentar combate con alguna partida realista.

El destacamento realizó una marcha forzada durante la noche desde su campamento hasta el lugar indicado, que quedaba entre los médanos de una costa relativamente baja con algunas barrancas, encontrándose allí al amanecer.

Hasta allí, cumplió en un todo las precisas indicaciones que tenía, cuando de improviso surgieron de las brumas escuadrones realistas compuesto por un cuerpo completo de Dragones fuertemente armados.

El aparecer y presentar combate fue una sola acción que los obligó a combatir desigualmente y de espaldas al mar. El jefe español exige la rendición ante tan obvia situación, pero la única respuesta de Pringles fue su grito “a degüello”. Nadie podía creer tal afrenta. La voz del oficial vuelve a reclamar rendición.

Pringles, resuelto a abrirse paso, cargó en varios intentos, dejando tres muertos y once heridos, incluido él mismo.
No concebía que un soldado se rindiera sin pelear hasta el último cartucho. “Hemos venido al Perú a pelear, no a rendirnos” le contestó a un asombrado oficial español que no terminaba de entender por qué había rechazado toda oferta de rendición.

En un arrebato de indignación e impotencia se envuelve en la bandera y se lanza con sus soldados al mar. El jefe español, mandó rápidamente un estafeta a informar del hecho a su jefe, el General Valdez, quien marchaba no lejos de allí, al mando del grueso de las tropas españolas.

Enterado, éste galopó hasta el lugar del combate, llegando a presenciar el momento en que Pringles, aún montado, era envuelto por el oleaje, perdía el equilibrio y era presa de la violencia del mar, que lo desmontó. Valdez picó espuelas a su cabalgadura y también penetró en el agua, ofreciéndole a Pringles, a viva voz, la garantía de su vida.

Este, advirtiendo tal vez lo estéril de su sacrificio y medio ahogado, alcanzó las ancas del caballo del General y aceptó su propia salvación. Llegado a la playa, Valdez ordenó rescatar al caballo del valeroso oficial y reunir a sus soldados. A Pringles y a sus soldados se les respetó la vida y no fueron obligados a entregar documentos o a revelar secretos, y se le permitió destruir los mensajes.

Cuando perder es ganar
San Martín recibió el parte del jefe de Pringles, Alvarado, en el Cuartel General de Supe, y en el Boletín del Ejército Unido Libertador del Perú, correspondiente al 2 de diciembre de 1820, se hizo conocer lo ocurrido a las tropas, en los siguientes términos:

[...] Una partida de 19 granaderos al mando del Teniente Pringles salió a reconocer al enemigo y por fortuna nuestra fue cortada por 80 caballos y hecha prisionera cerca de Chancay. Ellos se rindieron, pero el enemigo quedó cubierto de ignominia; quizá no hay ejemplo en el mundo, de un combate más desigual y que tanto deshonre al vencedor: los vencidos se han hecho acreedores de la admiración de los enemigos y del aplauso de sus compañeros de armas.

Posteriormente, la orden del día, firmada por San Martín, proclamó lo siguiente:

[...] ¡Soldados! Una de nuestras partidas de observación ha caído en poder de los enemigos en Chancay: el teniente Pringles y 19 granaderos fueron sorprendidos por setenta hombres. Cargaron sobre ellos, rompieron la línea, pero al fin tuvieron que ponerse en fuga a la vista de cien hombres más que venían a unirse a los últimos.

De nuestros bravos, tres quedaron en el campo, once fueron heridos y seis han caído prisioneros, incluso el oficial. La excesiva superioridad del número y el estado en que se hallaban los caballos de nuestra partida, han dado al enemigo este humillante triunfo.

Él debe avergonzarse de haber vencido a 20 granaderos que acababan de romper su línea y dejar tendidos en el campo, entre muertos y heridos, a 26 lanceros y a más de un oficial, según se asegura. El vencedor ha quedado escarmentado en este choque, y llenos de orgullo, los vencidos. ¡Soldados!: No temáis a un enemigo que sólo busca victorias que degradan y daos la enhorabuena por una pérdida que hace tanto honor a nuestros compañeros de armas.

En los primeros días de enero de 1821 el teniente Pringles y sus granaderos fueron canjeados y remitidos de Lima al campamento patriota, en Huaura, después de una penosa estadía en los calabozos de El Callao, donde no tuvieron honores ni reconocimiento a su bravura, sino solamente, y en dura forma, el tratamiento dado a un enemigo prisionero.
Pringles recibió una severísima reprimenda, seguida de una grave sanción, por parte del General San Martín, pero no por ello su magnanimidad dejó de reconocer la intrepidez y el valor del joven oficial, por lo que al anunciarle su reincorporación al Ejército Libertador, resolvió otorgarle un honroso premio.
Este constaba de un escudo redondo de paño celeste, que lleva bordadas en plata en su perímetro, dos ramas de laurel y una inscripción singular, no tanto en su mensaje, cuanto por las formas en que está expresado: “GLORIA a los vencidos EN CHANCAY”
El premio, sin olvidar la derrota, resaltaba el reconocimiento a la recia bravura de la acción, mediante una inscripción en grandes letras (GLORIA), mientras que, el resto (a los vencidos), en caracteres pequeños.

Cabe recordar que el caso del Coronel Pringles fue uno de los únicos (por no decir el único), al cual el General San Martín condecora a un oficial derrotado.

El final
A su regreso al país se unió a la revolución de Lavalle contra Manuel Dorrego e hizo la campaña en el interior de la provincia de Buenos Aires. Se unió luego a la campaña del General Paz en Córdoba, participando en las batallas de San RoqueLa Tablada y Oncativo, donde se cruzaría con un viejo conocido, ahora en el otro bando: Facundo Quiroga
Fue ascendido a Coronel y enviado a reclutar tropas en su provincia, regresando al frente de ellos a Córdoba. Al llegar a Río Cuarto, encontró a la población esperando el inminente ataque de Facundo Quiroga, que se había reincorporado a la guerra contra todas las esperanzas.
Dirigió la defensa de la villa contra Quiroga, pero cuando este la tomó por asalto, Pringles logró huir hacia San Luis. Fue alcanzado por tropas de Quiroga y derrotado en San José del Morro. Pocos días más tarde, en marzo de 1831, nuevamente fue derrotado en las márgenes del Río Quinto.
Cuando huía fue alcanzado en Chañaral de las Ánimas (a 45 km al sudeste de la ciudad de San Luis), por un oficial federal que no lo reconoció y le intimó rendición. Pringles contestó que solo se rendiría ante Quiroga, por lo que el oficial le descerrajó un tiro en el pecho.
Herido de muerte, clamaba por un trago de agua que nunca llegó. Moribundo, fue llevado a presencia de Quiroga, pero murió en camino el 19 de mayo de 1831. Tenía 36 años, y desde los veinte su único oficio había sido la guerra.
Al llegar al campamento Quiroga, al ver el cuerpo sin vida de Pringles, se puso de rodillas, se quitó su poncho, y con un cuidado, con una delicadeza que ninguno de sus soldados conocía, cubre el cuerpo de Pringles.
Imposible un homenaje más justo y más digno.
Quiroga amonestó al oficial que lo había matado lo que resultó en un elogio póstumo de su enemigo:
¡Por no manchar con tu sangre el cadáver del valiente Coronel Pringles, no te hago pegar cuatro tiros ahora mismo! ¡Cuidado otra vez, miserable, que un rendido invoque mi nombre!
El General Juan Esteban Pedernera (tercer Presidente de la Confederación Argentina), que pudo apreciar de cerca la valentía de Pringles dejo escritos donde decía:

“Durante mi larga vida militar, solo el valor de un hombre he envidiado: el del Coronel Juan Pascual Pringles, el héroe de Chancay” 

Bibliografía
ALANIZ, R. Coronel Pascual Pringles: el honor de ser valiente. www.ellitoral.com/index.php/diarios/2009/05/13/opinion/OPIN-03.html
HORNI, M.T. Coronel Juan Pascual Pringles - La Patria es testigo. MG gráfica. 110 p.

 

TOYO, S.O.H. Premio al Valor, Ejemplo del Espíritu Militar. www.fundacionsoldados.com.ar/cultura/cultura-19.html


WIKIPEDIA. Juan Pascual Pringles. https://es.wikipedia.org/wiki/Juan_Pascual_Pringles


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