viernes, 26 de enero de 2018

No cantemos por cantar 2



Como dijo una amiga y vieja compañera de peñas, no podemos cantar sin saber lo que decimos, ni conocer a quien nombramos.
Cada palabra que un poeta pone en boca de un cantor necesita ser aprendida y aprehendida, y así poner sentimiento en la interpretación.
Escribí hace un tiempo algunas reflexiones al rememorar Cielos de los Tupamaros (aquel cielito de la época colonial), y ahora lo hago con Zamba de los mineros, una pieza bellísima que muchos cantan y que tiene decenas de referencias que la gran mayoría desconocemos
Localidades, costumbres y vocablos fueron puestos en la poesía de Jaime Dávalos y que le diera música el Cuchi Leguizamón, pero no son palabras. Detrás de cada una hay historias de gente.

Recuerdo que un amigo, cada vez que iniciaba un viaje por nuestro país, y luego de definir el itinerario, elegía y grababa ritmos folklóricos alusivos a los pueblos y parajes que visitaría, y cuando llegaba a estos, se detenía y en el silencio del paisaje escuchaba y reconocía todos y cada uno de ellos.
Detrás de cada poesía hay historias de gente. Y de eso se trata. El estribillo dice:
­“La zamba de los mineros
tiene solo dos caminos
morir el sueño del oro
vivir el sueño del vino”

Como dijo Ricardo Alonso, un geólogo salteño: “Oro y vino, minas y mineros, vida y muerte, recuerdos y olvidos, conforman el teatro del mundo que Dávalos desentraña desde su privilegiada posición de poeta cósmico”.

Analicemos este caso
Hagamos un ejercicio, leamos la letra a continuación, veamos luego las historias, que es qué y quien es quien, y volvamos a leerla (…o a cantarla si nos animamos). Seguramente algo cambió, y entenderemos más el fondo de la cosa.
Pasaré por Hualfín
Me voy a Corral Quemao.
A lo de Marcelino Ríos
para corpacharme con vino morao.
Yo soy ese cantor
nacido en el carnaval
minero de la noche traigo
la estrella de cuarzo de Culampajá.
   
    La zamba de los mineros
    tiene solo dos caminos
    morir el sueño del oro,
    vivir el sueño del vino.

Molino de maray
que mueles con tanto afán
Marcelino pisando el vino,
Paredes, el oro del Culampajá”.

Yo no sé, yo no soy,
Ando’i porque ando’i nomas,
Cuando a mí me pille la muerte
Tan solo la zamba me recordara.

¿Dónde estamos?
Sobre la Ruta Nacional 40, en la provincia de Catamarca, el paisaje nos deslumbra, y pasamos por un poblado humilde, pero lleno de historias: Hualfin (o Gualfin).

Podemos venir del norte (Cafayate o Santa María), o del sur (Belén o Londres), y allí estará esperándonos esta historia. Unos pocos kilómetros al sur de Hualfín nace hacia el noroeste la Ruta Provincial 36.
Allí debemos desviar hasta la Puerta de Corral Quemado, y en el cruce de la ruta 36 con la 43, tomamos esta hasta el Empalme 43 y allí enfilamos hacia Corral Quemado. Dese Hualfin habremos recorrido unos 30 km.

Cuentan los pobladores que en la entrada de del pueblo había un gran corral de troncos de algarrobo, destinado al ganado, la lechada diaria y la carne para el consumo. Dicen que un día vieron una gran víbora que amenazaba a la vaca y su ternero. Se decidió incendiar el sitio para matar a “la bicha” hasta que ardió por los cuatro costados y así nació el nombre de Corral Quemado.

Localización de Hualfin y Corral Quemado en la Provincia de Catamarca

Allí llegaremos a la casa de don Marcelino Ríos, dueño de lo que fue un viejo almacén de ramos generales, y pensión de mineros, ubicado en una finca con vides, de las que don Marcelino elaboraba un buen vino tinto, o morado, digno para corpacharse (espiritualizarse con alcohol).

En ese almacén iba gente todo el día, todos los días y a toda hora, a comprar azúcar y yerba, pero también iban muchos compradores de ponchos pullos que hacía la gente del mismo pueblo. Si por la noche o de madrugada, alguien necesitaba algo, siempre era atendido, porque justamente algo necesitaba.

Cuando veía que chicos o grandes andaban descalzos o con las “ushutas” rotas, los llamaba hasta el almacén y les regalaba un par de zapatillas o alpargatas. Lo mismo ocurría cuando algunas familias no tenían para el mate cocido, las ayudaba con yerba y azúcar. Por eso vivía siempre rodeado de mucha gente.

Patio actual de la pensión de Don Marcelino Ríos
Marcelino Ríos era un hombre divertido, de buen carácter, muy bondadoso, solidario y comprometido con las cosas de su pueblo. Siempre andaba bien vestido, la mayoría de las veces con traje y corbata. Así le gustaba estar todo el día.
Contribuyó a la construcción de una capilla, era muy cristiano. A él también se lo recuerda porque construyó el camino que va desde Corral Quemado a la Puerta de Corral y toda la red de caminos que benefició a lugares como Papa Chacra, Culampajá, rodeo Gerván Huasi-La Ciénega.
Marcelino falleció en 1959, a los 67 años. A los 17 años ya era un gran agricultor. Luego trabajaba en la minería y además elaboraba el vino en una bodega que él mismo hizo construir. Cuando se explotaba la mina de oro de Culampajá, proporcionaba la mercadería a los mineros y a muchos de ellos les daba albergue.
La casa era como un lugar obligado de reuniones y peñas. Fue un gran benefactor en todo lo que tenía que ver con el progreso del pueblo y llegó a comercializar hacienda y tejidos de la zona, especialmente pullos de vicuña y llama con Chile, Perú, Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe.
Las minas de Culampajá son vetas de cuarzo aurífero a 3.600 m s.n.m. Se explotaron desde tiempos antiguos, tal vez precolombinos, en galerías subterráneas o socavones.  
Cuando menciona molino de maray se refiere al mecanismo de molienda antigua que consistía en una roca movil que, con esfuerzo humano, se movía para triturar sobre otra roca, las extracciones de la mima. Paredes, era un amigo de Marcelino, responsable de moler el oro.
 


Molino de maray
 El origen
Corría el año 1956 cuando a don Jaime Dávalos, encumbrado y popular poeta salteño, lo invitan unos amigos mineros, (los García Pinto), que habían hecho contrato para explotar las minas de oro de Culampajá en Catamarca.
En una estanciera de la época viajaron por Cafayate, Santa María y Hualfín hasta Corral Quemado, en una travesía que duraba al menos un par de días. En Corral Quemado hicieron campamento en el almacén de ramos generales de don Marcelino Ríos.
Los mineros partieron hacia la montaña y Jaime decidió permanecer allí el tiempo que durara la misión. Cuentan que el paisaje, las historias del oro que contaban los parroquianos que acudían a la pulpería de Marcelino y el rico vino morado, lo fueron inspirando para escribir la zamba.
Refieren también que la cuenta del pensionista se hizo por demás onerosa y que cuando estaban listos para volverse a Salta, Marcelino se encargó de recordarles lo que le debían, a lo cual Jaime le dijo que cómo les iba a cobrar si él con la canción que escribiría en su honor lo iba a hacer famoso. Hombre práctico, don Marcelino ejecutó la cuenta olvidándose de la supuesta y futura fama.
 Algunos cambios de la poesía
Esta zamba fue inscripta en SADAIC (Sociedad Argentina de Autores y Compositores), un 26 de abril de 1956, bajo el Registro 110.067, y la edición de Editorial Lagos.
Debo haber escuchado más de 20 versiones grabadas de esta zamba, y reconoczco que aparecen muchas versiones con errores y cambios.
A esta zamba la cantaron, entre otros, Jorge Cafrune, Los Huanca Hua, Chito Zeballos, Mercedes Sosa y la siguen cantando Chany Suarez, Bruno Arias, Claudio Ghisio, Lucho Hoyos, Juan Falú, el Dúo Coplanacu y sigue la lista.
Curioseando descubrí que (por algunas “razones” que desconozco), ciertas estrofas de la zamba fueron modificadas. En algunos casos seguramente sin malas intenciones, pero en otros, me cabe la duda.
Entre los intérpretes aparecen cambios propios de no haber accedido a la letra original, tal es el caso de: “molinos” en vez de “molino”; me tope la muerte” en vez de “me pille la muerte”, o “tan solo la zamba me conocerá” en vez de “tan solo la zamba me recordará
Donde hay mayor confusión en la mención “molino del Maray” (como si fuese una localidad, o un apellido), en vez de “molino de maray” (que es el instrumento de piedra).
Algunos famosos distorsionan la letra cantando “molino de Aimará”, y otros “molino de mairal”.
Hay cambios más profundos cuando desaparece don Paredes y se reemplaza por paredes (muro), diciendo “paredes de oro del Culampajá”, o se canta “para Paredes el oro del Culampajá”, acusando al molinero como si fuese el patrón de la mina.
Es curioso que algunos hayan sustituido parte de la tercera estrofa donde dice “Yo no sé, yo no soy / Ando’i porque ando’i nomas/, por “Me voy a Pirquinay/ Veta del Culampajá”, pero más curioso es aún que otros copian este error y copian mal cantando “Me voy a pirquinear / Detrás del Culampajá”, aunque el reemplazo tiene alguna lógica ya que “pirquinear” es cortar piedras para hacer pircas.

Algunos intérpretes mezclan estrofas de las diferentes versiones, y alteran la posición de algunos versos no apegándose a la letra original. Varias versiones escritas tienen errores de ortografía.

Reconocimiento
Don Marcelino está enterrado en un panteón del cementerio de su pueblo, aunque antes de su muerte tuvo la oportunidad de tener en sus manos el original de la letra de Jaime Dávalos y algunas versiones de intérpretes famosos.

Las minas de Culampajá están abandonadas. La memoria de aquellos hechos se borra lentamente, pero la zamba está viva, proféticamente viva.
En 1999, al finalizar la cena de un seminario de minería del que participaron geólogos argentinos de la mayoría de las provincias cordilleranas, y que se llevó a cabo en la Universidad de Texas, en los Estados Unidos, el representante de Jujuy y a la vez geólogo, minero y cantor, César Lizárraga, actuó como maestro de ceremonia y puso a cantar la famosa zamba a todos los presentes.
Gran sorpresa de los académicos americanos, que no entendían la letra pero sí la fuerza de la entonación y la extraordinaria libación de los presentes.
Hay propuestas para que esta zamba sea declarada como un himno a la minería, aunque supongo se tratará de aquella minería artesanal en socavones y no a cielo abierto y uso de cianuro.

Desafío
Ahora que conocemos la historia, leamos nuevamente la poesía y, si somos audaces como para cantar, pongamos el sentimiento en cada palabra.



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