No fue la Batalla de Ayacucho la última de la causa independentista de América del Sur, aunque muchos historiadores así lo proclamen, poniendo de manifiesto fuertes diferencias conceptuales sobre la América Grande.
Fue en Tumusla, un
pequeño poblado donde se llevó a cabo un combate muy singular que le da la
independencia definitiva al Alto Perú (hoy Bolivia), en 1825.
No faltaron
traiciones ni cambios de bandos, pero el General realista Pedro Antonio de
Olañeta (viejo conocido por sus incursiones a Jujuy y Salta, y autor
intelectual del asesinato de Martín Miguel de Güemes), paga con su vida la
soberbia de enfrentarse a una fuerza menor.
Distintas visiones de
historiadores bolivianos, peruanos y argentinos le ponen su cuota personal a
esta acción, que recién en el año 2014 fue declarado
Patrimonio Cultural e Histórico del Estado Plurinacional de Bolivia.
Fue realmente
reconocida su importancia como el final de las luchas contra la corona
española. Veamos de que se
trata.
El
contexto de la época
España no quería perder su dominio de tres siglos sobre
sus colonias americanas, de las que extraía ingentes riquezas que iban a
engrosar las arcas del Tesoro Real y las fortunas particulares de los
encomenderos que tenían mano de obra barata o gratuita.
Por otra parte nadie
tiene dudas sobre el inmenso valor que tiene para nuestra historia la campaña
sanmartiniana para liberar de la dependencia española a los países de América
de Sur.
Algunos pocos, incluidos en el llamado Plan de
Maitland, como el General San Martín,
sabían que la única estrategia
válida para lograrlo era terminar con el poderío de España en Lima, y diseñaron
como táctica el movimiento de pinzas
por tierra, a través del Ejército del Norte, y por mar llegando desde Chile.
Pero la logística para lograr esto
último incluía cruzar la Cordillera de los Andes, con todo lo que esto
significa.
En 1816, San Martín toma conciencia que una parte de
“la pinza” para llegar a Lima (la terrestre), era muy difícil, y encarga,
particularmente a Güemes que mantenga a raya a los realistas en Jujuy y Salta
en una lucha defensiva, mientras el intentaría la ofensiva por mar.
El teatro de las operaciones bélicas, como había sido desde 1810 hasta
entonces, se trasladó a Cuyo y luego a Chile.
Aprovechando esta coyuntura, el General español Pedro Antonio de Olañeta
(rico comerciante radicado en Salta y fiel a la corona), invadió desde el Alto
Perú reiteradamente la Provincia de Jujuy, ocupando su capital en 1817 y
estableciendo allí su cuartel general.
Intentó tomar Salta pero fue derrotado por Güemes, que a partir de ese
momento se transformó en su principal enemigo. Esta acción defensiva era
necesaria para que San Martín pudiese continuar su ofensiva contra las tropas
realistas de Chile y Perú.
Como consecuencia de las victorias americanas en Junín y Ayacucho en 1824,
España perdía el territorio de Perú. Previamente, como consecuencia de las
Guerras por la Independencia, había tenido que abandonar el entonces Virreinato
del Río de la Plata, las Gobernaciones de Paraguay y Montevideo y la Capitanía
General de Chile.
La situación política de los españoles en Perú y en el Alto Perú era
compleja. Los liberales representados por José de Canterac, y los monárquicos
absolutistas encabezados por Olañeta, tenías profundas disidencias. A cargo de
este, las tropas realistas del Alto Perú (hoy Bolivia), no habían participado
en las batallas de Junín ni en la de Ayacucho y se encontraban intactas en
territorio altoperuano.
Olañeta había concentrado sus fuerzas en Potosí, aunque bastante
disminuidas por las permanentes deserciones.
Camino a
Tumusla
El Mariscal de Ayacucho, General Antonio José de
Sucre, siguiendo las instrucciones de su superior y entrañable amigo Simón
Bolívar, inició su periplo en pos del General español, sin intuir la
trascendencia de todos y cada uno de sus actos, ya que después le esperaba una
nueva nación que se ubicaba entre los sueños de José de San Martín y de Simón
Bolívar que eran los libertadores de américa.
Sucre llegó a Cusco en los primeros días del mes de
diciembre de 1824. Desde ese lugar solicitó a Bolívar instrucciones y normas a
las que debía sujetarse en relación al Alto Perú, recordándole que tenían que
trabajar en un país que no se le parece a Perú, y que quiere ser otro país en
sí mismo.
A principios de 1825, Sucre cruza el río Desaguadero (límite entre Perú y el Alto
Perú), y se dirige a La Paz. En el trayecto realizaría dos importantes actos
administrativos, ambos de gran trascendencia.
El primero se manifestaría al pasar por Tiwanaku (centro de la cultura preincaica), lugar que el General recomendó encarecidamente su
preservación como sitio arqueológico.
Encarga, además, que se diera a una piedra grande y
cuadrada la Puerta del Sol, en cuya faz principal se veía esculpidos
jeroglíficos a semejanza de las egipcias, una posición adecuada para
preservarla de todo daño para que no dificultase la indagación de aquellos
grabados. En este acto reconoce su admiración por el significado y el aporte de
las civilizaciones precolombinas de América del Sur.
Puerta del Sol
El segundo
tiene que ver con su llegada a la ciudad de La Paz, donde convoca a una
Asamblea General, a realizarse en Oruro, para que los representantes de
Charcas, Potosí, La Paz, Cochabamba y Santa Cruz deliberen sobre su destino y
su futuro gobierno.
Se compromete,
además, a respetar los acuerdos a que se arriben, siempre y cuando se conserve
el orden, la unión y la concentración del poder para evitar la anarquía.
A medida que
Sucre se acerca a Potosí, cientos de soldados y oficiales que revestían en las filas
realistas engrosas las tropas patriotas.
Numéricamente, dichas fuerzas estaban constituidas
por 1.360 infantes, 30 artilleros y 360 de caballería. Todos ellos, al parecer,
eran chicheños. Entre sus jefes estaba el Coronel Carlos Medinaceli, hombre fundamental
en el desarrollo de los acontecimientos.
En marzo Sucre y su ejército entran a la ciudad de
Potosí, obligando a Olañeta a desocupar la plaza y dirigirse a la provincia de
los Chichas.
Los vientos de independencia ya soplaban con fuerza. El General
José Miguel Lanza proclamó la independencia del territorio de Charcas o Alto
Perú, el 20 de enero de 1825, ingresando a la ciudad de La Paz, con sus tropas
de guerrilleros salidas de las republiquetas de Ayopaya e Inquisivi.
Los patriotas altoperuanos proclamaron la independencia
el 22 de enero y el General Lanza tomó posesión de La Paz el 23, para esperar
la llegada del Mariscal de Ayacucho.
Tumusla, Provincia de Nor Chichas, Departamento de Potosí, Bolivia
El que avisa
no traiciona
Olañeta en Tumusla (pueblo que hoy tiene apenas 500
habitantes), comprobó que muchos de sus soldados se habían pronunciado por la
independencia, encabezados por su segundo, el Coronel Carlos Medinaceli.
Este le escribió a Olañeta tres meses antes, en una carta
que le dirige desde Talina (Potosí), donde textualmente le dice:
“... Si. S. S. entra en razón y rectifica su
conducta, ya no intentando resistir más a la Emancipación de todos los partidos
y las provincias de Charcas, no habrá nada y no deberá temer usted, pero si
insiste en su desconocimiento de Ayacucho (la Capitulación) y la Libertad,
traicionando aun a los Libertadores y la Patria, prepárense usted, para la
guerra definitiva”.
Esta carta fue enviada con Casimiro Olañeta, sobrino del
General y patriota encubierto, tanto al Mariscal Sucre como al Gral. Olañeta. En
otra parte de la carta, Medinaceli le recuerda a Olañeta:
“Como charquino y
patriota que soy, sobre todo nacido en esta tierra de Chichas y de Charcas, el
1º de febrero proclamaré en la capital de Chichas, en Cotagaita, la
independencia total de esta Patria, de la Corona española y de los ex virreinatos,
repúblicas hoy de las provincias del Río de La Plata y del Perú”.
Pero como el Gral. Olañeta no escuchó las advertencias del Coronel
Medinaceli, éste empezó a preparar militarmente su ejército en los campos,
cerros y ríos de Talina, Chequelti, Cotagaita, Escara y Tumusla, contando con la
decidida participación de los originarios de la “nación de los Chichas”, los famosos
“cuicos” (yurumeños, calcheños, vichacleños, toropalqueños y viticheños).
Con el deseo de restablecer su autoridad, Olañeta ordenó
que sus seguidores atacaran a los rebeldes y por este empeño se produjo una
breve escaramuza el 1 de abril de 1825 (“un
glorioso Jueves Santo”), que apenas duró 4 horas, en la que el General
Olañeta fue herido, muriendo al día siguiente.
Las bajas de Medinaceli fueron 156 muertos y 270
heridos, mientras que las de Olañeta fueron 509 muertos, 734 heridos y 200 prisioneros.
De esta manera, casi apagada, concluyó la guerra por la independencia
altoperuana que duró 15 años.
Como una paradoja del destino, tres meses más tarde
Fernando VII (sin saber que había fallecido), concedió a Olañeta el
nombramiento de Virrey del Río de la Plata.
Con el triunfo de Tumusla bajo las ilustres figuras de
Bolívar, Sucre y de cientos de patriotas, cayó el último baluarte de los
españoles en el territorio de los Charcas y se consolidó en definitiva la
libertad en América. Como
consecuencia de las acciones de Tumusla, el territorio de la Real Audiencia
de Charcas quedó definitivamente
liberado del dominio español.
Quienes defienden la
figura heroica de Medinaceli demandan que la batalla de Tumusla sea consignada
como la última y definitiva para la liberación de tierras andinas, junto con
las reconocidas de Junín y Ayacucho.
El
localismo de época
Varios autores afirman que Medinaceli es el verdadero
libertador de Bolivia (y no Sucre), junto a otros revolucionarios como Pedro
Domingo Murillo o Juana Azurduy de Padilla, pues fue su accionar contra los
últimos realistas, antes de que arribaran las fuerzas al mando de Antonio José
de Sucre, las que dieron el argumento para defender luego la idea de un país
distinto de Perú o Argentina.
Historiadores bolivianos
insisten en que consiguieron su independencia solo con sus fuerzas locales,
afirmando que las
batallas de Junín y Ayacucho, no liberaron a Bolivia, lo hicieron al Perú,
inclusive denostando las acciones de los oficiales argentinos actuantes y
ponderando la presencia de tropas patriotas de Tarija y Chichas.
“Suipacha
fue la única victoria ganada por el ejército auxiliar argentino, todo porque
contó con la estrategia guerrera de tarijeños y chicheños que conocían palmo a
palmo el terreno y río y de las sendas de Nazareno y Suipacha, los demás
ejércitos auxiliares (3 más) fueron derrotados por vergonzosas estrategias y
comportamiento militar cínico, cruel, ineficiente, lleno de pillaje, matonaje y
de venganza”.
“Bolivia
en el hecho mismo y concreto no debe su libertad a ningún ejército auxiliar, ni
del norte Perú - colombiano, ni al del sur argentino. La gran Colombia y el
Perú no tuvieron participación en el país. Bolivia a ningún estado pidió favor
para su independencia”.
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